El Jardín de los Lamentos, Prólogo

 El Jardín de los Lamentos


Existe un «libro maldito» del que solo se deben leer un par de páginas por día o se corre el riesgo de perder la cordura. Su poder hipnótico es capaz de apoderarse de los pensamientos de cualquier persona. Esta prohibido leerlo y ha cambiado de lugar constantemente para esconder el secreto inmemorial que se esconde en su siniestro contenido. Los pocos que atisbaron sus páginas cuentan sobre profecías, palabras sin sentido y conversaciones que el autor tuvo con diferentes entidades sobrenaturales. El libro ha causado desgracias en las épocas que apareció y desapareció bajo mi misteriosas circunstancias. El mismo libro que dejó ciego a Azazel el Loco, manipuló el brujo Rasputin, tradujo el malvado Elphias Levi y buscó con desesperación Adolf Hitler. Los horrendos sucesos que se producían en torno al libro ocasionaron que la Iglesia Católica lo condenase a la destrucción... pero existen traducciones que han llegado hasta nuestro tiempo y serán capaces de tambalear la comprensión que tenemos del mundo.

Prólogo 

El Hombre con Cabeza de Ciempiés me atormenta en pesadillas…
¿Se puede morir en un sueño? Desde que fui internada en este manicomio los sedantes me han adormecido lo suficiente como para no recordar esas espantosas pesadillas. Escribo estas notas en el caso funesto, de que esa entidad maligna llegase a este mundo por mi causa.
De niña se mentía diferente a los otros, siempre he tenido sueños vivaces tan reales que al despertar, pensé que estuve inmersa en otro cuerpo. No comprendemos cuán extraño puede ser el universo y sus misterios… He soñado que soy otras personas, tengo vidas y oficios distintos y he muerto… aquella vez que fui en un tren metálico y las luces fosforescentes me arrancaron de la ensoñación con un grito. Vomité mucho al despertar y mi madre me llevó con estudiosos de la mente y pensamientos, que no llegaron a conclusiones acertadas. Pero, seguí soñando con pirámides de plata y puentes de luz a través de estrellas titilantes. Sentía que mi mente viajaba por las noches, y por eso mi cuerpo siempre estaba cansado y pesaroso. Creía conocer a ciertas personas que veía en la calle… y, fueron los paracientíficos quienes vieron el brillo índigo en mi alma. Una mujer morena repleta con collares de piedra, dijo que era una de esas almas viejas que atravesaron las dificultades del jardín de los lamentos en la sinfonía de vida y muerte.
¿Puede una persona asistir a dos funerales? ¿Qué significa un beso de despedida? 
He visto a una chica a la cual amé en sueños, llamada Jazmín que veía con… ¿tristeza en sus ojos? Cada vez que soñaba con ella tenía el presentimiento de que era la última vez que nos veíamos. Pero, no era esa chica tan importante como aquella persona que me dejaba ver a través de sus ojos en el camino de las estrellas. Un cometa de sangre que se partía en fragmentos con un rayo azulado. Viví durante mucho tiempo en los ojos de aquel joven… vi su turbulenta vida repleta de flagelos como si se tratara de un crisol brillante con un amor desmesurado que trascendía las leyes de lo posible… y, cuando desperté, miré con asombro que estuve internada en un hospital por un coma de tres días. Ese fue el comienzo de mis viajes a otros tiempos y mundos posibles. Me preguntaba, mirando a la chica, esperando que las palabras desaparecieran. La había amado y la había perdido. ¿De quién era aquel sueño que estuve condenada a repetir durante meses? Veía ojos negros, gritos y palabras desconocidas en una ciénaga purulenta de la que emergían dedos de piedra afilada.
No recuerdo cuándo comencé en este camino ignoto de sueños y epifanías. Frecuenté cultos satanistas y demás sectas religiosas en busca de respuestas a los misterios del alma, pero nunca pude encontrar repuesta para sofocar mis desprendimientos peligrosos. Durante años tomé pastillas para aliviar mis desórdenes mentales y los médicos me sometieron a estudios de diversa índole, sin descubrir la causa de mis desmayos y mis proyecciones liminales. Leí libros de psíquicos famosos y pactos con entidades desconocidas en una obsesión compulsiva por comprender el secreto de mis dones…
Nuestra alma sale todas las noches a otro plano dimensional, es cuando empezamos a soñar y se le llaman «viajes astrales»… esto puede ser voluntario o involuntario, pero todas las noches ocurre al dormir. En el libro tibetano de la vida y la muerte, leí que nuestra alma sabe cuándo vamos a morir. Incluso, un minuto antes de morir abandona nuestro cuerpo… preparándose para el viaje cósmico. Nuestra alma es infinita y nuestro cuerpo es solo un instrumento pasajero. Un «transporte» en este plano dimensional. Nuestra Esencia Divina vivió muchas vidas antes de nosotros, y vivirán muchos más en el ciclo sin fin. Existen personas que afirman ser «almas viejas» porque sienten que han estado en cuantiosas sinfonías y se les conoce como «seres despiertos».
Emprendí un viaje a la Montaña del Sorte junto a un grupo de santeros encabezado por una pitonisa de ascendencia gitana que adivinaba los males del tabaco y realizaba limpiezas. Recuerdo nuestro viaje por las lomas venezolanas, guiados por una madre de agua verdosa y gruesa de lengua bífida, y el encuentro en aquel pueblito pintoresco… para iniciar el peregrinaje a través de la cadena montañosa. Allí, la divinización era abundante y se rezaban desde dioses vikingos y malandrines satíricos. Fui testigo del horror y la majestuosidad de las posesiones de espíritus en aquellos brujos al beber peligrosas dosis de bebidas alcohólicas y calar gruesos tabacos negros en trances gnósticos. Recuerdo a un brujo de aspecto esquelético y negro como el carbón, que me habló con voz incorpórea, poseído por un ente misterioso que habita el panteón de María Lionza.
—Posees un brillo índigo—proclamó el brujo retorciéndose frente a mis ojos como una serpiente furiosa—. Un brillo peligroso, artístico y sensible que debes dejar de esconder… o te destruirá.
Durante años esas palabras lo significaron todo para mí y pertenecí al culto de hechicería de aquella pitonisa morena para encontrarme en sueños de incienso, velas y meditación. Con mis poderes, pude sobrevolar mares tormentosos y dunas agitadas por ventiscas calurosas. Visité catacumbas y fui parte de los sueños de piedra de cavernas nunca antes encontradas por arqueólogos. Encontré civilizaciones abandonadas en la espesura de selvas infranqueables y estuve allí… viajando a través del tiempo y el espacio en épocas desconocidas cuando seres híbridos pululaban los continentes en colonias macizas de estructuras altivas. Recorrí el fondo acuoso del mar en obscuros sueños poblados de líquenes, moluscos, algas y extrañas edificaciones piramidales sepultadas en la sal de una necrópolis oceánica.
Recuerdo haber habitado en los ojos de una criatura de pensamientos extraños, recubierta de escamas verdosas y ojos enaltecidos por la luz diurna. Vi un cielo plomizo ensartado de cometas cerúleos y enjambres de monstruos demoníacos surcando en nubarrones las civilizaciones de monumentos ciclópeos… Y emergiendo del mar en oleadas abismales de infestaciones voraces. 
Vi estrellas caer de un cielo nocturno mucho más luminoso que el nuestro y una luna inmensamente más grande que la visible en la era humana. He recordado el pasado y lo he olvidado al despertar… He presenciado el río de las almas en la sinfonía de vida y muerte, en mareas de gases estelares cuya naturaleza es incomprensible para la mente humana. La Esencia Divina del Todo, y los seres de luz.
Mi don me llevó lejos por el mundo. Mi cuerpo físico ha viajado a África en busca de misterios y entidades de la Creación buscando comunicarse con nuestro plano. En uno de mis viaje fui contactada por un extraño hombre con sombrero de copa, para investigar un artefacto y formar parte de aquel culto sectario que me condujo a la locura… Uno de los dones que desarrollé con los años fue la capacidad de «recordar» el pasado de los objetos con tocarlos y sumergirme en el trance gnóstico al abrir el tercer ojo de la percepción.
El hombre de sombrero me llevó a las entrañas de un edificio alargado de amplias vitrinas, losas oscuras y lámparas tubulares de un blanco enfermizo. Allí me esperó un extraño sacerdote de túnica bermellón con la cabeza escondida en un ostentoso yelmo de plata con forma de serpiente severa. Pude ver los ojos aguamarina del hombre bajo la máscara. La textura engorrosa en sus patas de gallo… me asustó. Cogí valor ante aquella figura sangrienta y me propuso establecer la conexión con un objeto del pasado que escondía con recelo en un cofre sellado.
Aquel salón de muebles toscos, bustos solemnes y óleos de extraños retratos… me transmitió una intranquilidad inusitada. En las paredes de pórfido vidrioso podía atisbar sombras sinuosas no visibles en la estancia… y sentía las reverberaciones de energías antiguas reunidas en torno a nosotros. Soy una persona muy sensible… y me ardía el pecho al respirar. En una repisa encontré cofres antiguos de índole fantasmal, con los ribetes gastados y los cerrojos oxidados; adentro contenían gritos y secretos. 
La Serpiente abrió el candado de uno de esos cofres antiguos: el marco de plata se desprendía y la madera dorada tenía manchas de humedad. El cerrojo cedió y se abrió con un crujido… y arrugue la nariz ante un gas miasmático excretado del interior del cofre. Parecía que el contenido llevaba siglos sellada herméticamente… porque me pareció escuchar un lamento cuando se abrió. Lo que voy a contar a continuación es difuso en la nube de mi memoria… ojalá pudiera escribir recuerdos impolutos, pero la distorsión de mi vida comenzó cuando entré en contacto con aquella estatuilla de material desconocido y el verdadero secreto escondido bajo el falso fondo del cofre.
El hombre con máscara de serpiente levantó la estatuilla en sus manos pálidas de largos dedos y la giró. Nunca había visto un material semejante: parecía plata oscura, pero… mirándolo mejor: era reflectante y translúcido. No existía en el mundo otra estatuilla del mismo material, y las inscripciones que contenía eran incomparables a cualquier alfabeto humano comprensible. Los caracteres acentuados me llenaron de terror al contemplar la verdadera naturaleza desconocida del universo… pero lo más tétrico fue encontrar el símil de aquellas letras con las inscripciones que creía haber visto en mis expediciones extracorpóreas a las ruinas del fondo marino y las civilizaciones enterradas en la selva indómita. Pero, lo que de verdad no me dejó tranquila fue el hecho de que aquella estatuilla reluciente, sin pátina… a pesar de su antigüedad prehistórica. Es que era una figura demoníaca de una bestia quimérica de varias cabezas, pelaje hirsuto, alas membranosas y cola peluda similar a una serpiente.
—Sabes lo qué es—no parecía una pregunta. Aquel hombre sondeó en lo profundo de mi alma con habilidades psíquicas más allá de las capacidades humanas; era un Mortificador de talento excepcional—. Lo has visto en tus viajes al pasado remoto, en la memoria del alma… cuando vestías ropa de lino muy fina, y recorrías plazas de piedra y pirámides ciclópeas. Cuando la estrella pulsante se ve en el cielo meridional y sueñas que eres uno de ellos: un sabio de piel escamosa cuyo verdor repugna el sol, de ojos amarillos y delicados. Sabes qué son los monstruos quiméricos que emergen del mar y sobrevuelan los cielos en enjambres devastadores que destruyen tu mundo… y ves el final de aquella vida en fauces plagadas de colmillos babeantes. ¡Puedo verlo a través de los caminos!
El hombre guardó la estatuilla del monstruo deforme y extrajo el fondo falso de aquel cofre sellado. Me abrumó un sentimiento de soledad al sentirme aislada en aquel salón de pórfido junto al extraño mago de poderes desconocidos. ¡Había escarbado en mi mente sin consentimiento! ¡Y yo, que creía poseer una escafandra que me protegía de seres incompresibles! Al extraer aquella hoja de papel me sentí nerviosa. La soledad de la estancia se convirtió en una pesada carga sobre mis hombros y los ojos aguamarina del hombre me contemplaron, inexpresivos.
—Hace años el presidente de un país del sur profanó la tumba del Libertador—contó la Serpiente y sentí un escalofrío al escudriñar el trozo de papel cenizo y la tinta rojiza—. El presidente era un creyente de la santería y buscaba los secretos inmemoriales de aquel hombre legendario en su cripta familiar: encontró lo que buscaba, y cayó una maldición sobre el país. El dictador no vivió mucho porque un cáncer espantoso se lo llevó… y la maldición impera sobre el país como una costra de gangrena que se niega a sanar—me tendió la hoja de papel quebradizo—. Encuentra el resto de aquel libro que ha sido condenado a la destrucción por las autoridades religiosas de épocas difusas, pero… cuyas traducciones se niegan a desaparecer de la historia.
Solo contemplar los glifos indescriptibles escritos con sangre me pareció… morboso y cautivante. Creí visualizar un cráneo con tres orificios, y… tendí la mano por impulso para palpar el papel rugoso con las yemas de mis dedos. Palpé el trozo de pergamino, me pareció extrañamente suave y mullido, y cerré mis ojos, esperando contemplar los misterios ocultos en el texto ultraterrano y los ecos de la resonancia… Me fui alejando con estupor y sentí los fríos dedos de aquel sacerdote enroscados alrededor de mi muñeca como una serpiente desquiciada.
Sentí que invadieron mi mente, y a partir de estos párrafos… solo puedo escribir incoherencias porque un palpitar doloroso en el lóbulo de mi cerebro me impide pensar en ello con claridad. Voy a describir las cosas que vi a pesar de estar difusas…
He visto las arenas de los desiertos con mis ojos físicos y mis ojos espirituales… pero, nunca en mis años de exploración vi semejante arena grisácea, extendiéndose en valles sepulcrales donde el sol no brillaba, ennegrecido por gruesas cortinas de nubes sulfurosas. Los pilares huesudos que se alzaban abruptamente semienterrados por la arena parecían los dedos de un gigante muerto hace miles de años… y en su esqueleto blanquecino habitaban seres y entidades que abandonaron su humanidad hace incontables evos. Las escalinatas esculpidas en el hueso, los portones, las madrigueras parecidas a gusaneras… No había rastro de vida, tal y como la conocemos. El único ser tangible era un hombre cubierto de pies a cabeza con tela para protegerse del sol y ojos pardos de párpados morenos. El turbante se agitaba con la brisa sulfurosa y su vestimenta era carcomida por el sudor y el calor… Aquel hombre conducía un camello prominente y esquelético cuyos fardos abultados chirriaban con sonidos metálicos. No podía acercarme a él, porque una fuerza oscura me lo impedía y desapareció en aquella necrópolis del desierto muerto, abandonada por espíritus y genios bondadosos.
El desierto desapareció con un batir de alas espectrales y aparecimos en una habitación débilmente iluminada por una lámpara de aceite. Las paredes envejecidas y ennegrecidas por el humo eran pobladas por el moho y las ratas, de las vigas del techo colgaban telarañas espesas como el algodón y los estantes tapizaban los rincones con libros viejos y polvosos. Las repisas eran atestadas por frascos con animales curiosos e instrumentos de bronce con fines desconocidos, y en la única mesa del reducido espacio se colmó un barullo de papeles, plumas, tinteros y el grueso tomo de un libro grande, pesado y encuadernado en un extraño cuero curtido y oscura que no necesite adivinar, para saber que era piel humana. Era el estudio de un mago que enloquecía en su empresa de transcribir aquel libro maldito, escrito hace cientos de años por un árabe loco… y su séquito de ignotos pupilos dementes.
Me acerqué un poco más a través del suelo de tablas manchadas y descubrí un rostro humano grabado en la cubierta rojiza del grueso libro… creí reconocer aquellos ojos pardos y vacíos en un rictus de agonía eterna. El libro me atraía con una fuerza más allá de la voluntad en lo posible. Mis ansías de conocer sus secretos oscuros… me llenaron de euforia y perversión. Al estar tan cerca y ser lo suficientemente sensible, podía escuchar en el bajo tono.. el rumor de insectos nocturnos entonando una melodía espantosa desde el interior de las páginas. Las anotaciones junto al manuscrito eran una traducción del contenido original y reconocí con lentitud el alfabeto griego.
Una tertulia estalló en el estudio cuando un anciano de ojos viscosos y cabello ralo entró seguido de un joven pelinegro de nariz ganchuda. Ambos vestían como acólitos de prendas holgadas y oscuras e insignias de la sapiencia. Se enzarzaron en una discusión con un idioma que difícilmente pude comprender… El anciano temblaba visiblemente, horrorizado por lo que encontró en las páginas del libro maldito y sus ojos acuosos eran resguardados por membranas carnosas de cataratas. 
—Theodorus—pronunció el joven de cabello rizado y nariz prominente con gesto afanoso. Debía ser el aprendiz de aquel viejo mago…
El anciano dijo algo que no entendí y se resignó con dedos temblorosos a la mesa para arrastrar los papeles con la traducción y el libro maldito. Parecía quedarse ciego por momentos, cuando sus largos dedos nudosos buscaban los papeles, y… en un ataque de ira, escuché que se desenfundó un puñal. Una puñalada húmeda y un gorgoteo. 
Me horrorizó ver al anciano mago retorcerse en el suelo con la garganta abierta, vomitando sangre a borbotones… Recuerdo ver al joven apoderarse del texto original escrito en un idioma arcaico con la túnica manchada de sangre y una sonrisa vacía en sus labios enjutos. El joven salió de la habitación con el pesado libro bajo su brazo y las tablas desaparecieron con un estallido. Escuché aullidos monstruosos y las sombras nos rodearon a través de una cortina crepuscular. No podía visualizar sus verdaderas formas, porque caería en la demencia. Una de ellas se acercó a través de la niebla negra, arrastrándose por un sendero tenebroso. Con mis numerosos viajes lúcidos he aprendido a protegerme de los habitantes del bajo astral para que no me roben la energía, y me enfoqué en subir la vibración de mi campo electromagnético al imaginar llamas de matices dorados, violetas y blancos rodeando mi cuerpo. Las entidades de estrellas oscuras habitantes de aquella luz translúcida y miasmática desdibujaron sus formas salvajes en el velo. Esa brecha era prohibida y peligrosa… atravesar aquel umbral era entregarse a entidades marginadas y terrenos desconocidos que escaparon a la Creación. En diversas ocasiones, si viajabas lo suficiente… llegabas a aquel velo infranqueable y eras detenido por la Concepción de las Fuerzas Disuasorias… En casos aislados se podía atravesar aquel espacio onírico y desprenderse del cascarón de carne para sumergirse en horrores cósmicos inimaginables, atrapados detrás de una pesada Puerta de Piedra.
No atravesamos el umbral por virtud a la vida y la mente…
Atravesamos una pequeña puerta de goznes gastados y entramos a un recinto empedrado y polvoriento, atestado de mesas e instrumentaria. Tras un primer vistazo intuí que era una vieja fábrica de vidrio, pero llevada por la imaginación y una mente lúcida… pude descifrar que era el taller de un místico alquimista: el atanor en eterno funcionamiento, retortas con gases, alambiques curvos, matraces, embudos, frascos con espuma, líquidos ambarinos y añil. En una esquina resplandecía un huevo filosofal precedido por bocetos anatómicos, contenedores de líquidos dorados y un altar planetario con las siete muestras de los metales universales. Los artilugios de bronce se apilaban en una imprenta de acero de rodillos entintados y pilas de papeles con tinta seca.
Un rollizo médico alemán de turbante rojo, camisa negra con puños abombados y pantalones oscuros; permanecía en su oficio sobre una plancha de impresión amoldada a una vieja prensa de vino sujeta con un molde de letras móviles, para imprimir a papel. En las letras impresas con tinta negra se apreciaban líneas de familiar alemán romance y diagramas de insectos, entidades híbridas, monstruos quiméricos y lo que parecían ser órganos de extraña estructura.
El alquimista escondía con recelo el desgastado manuscrito original encuadernado en piel lustrosa y las traducciones escritas en lenguas extranjeras de imperios desmembrados. Las copias del libro no poseían la altivez del rumiante sonido de los insectos al anochecer… y las tapas en cuero teñido no contenían inscripciones. Lo único legible era el nombre al pie de página escrito a mano: «Theophrastus Paracelsus».
Un cañonazo y un millar de fogonazos brotaron de las ventanas, plagadas de humo y pólvora que nublaron la luz. Escuché palabras ininteligibles a través de las puertas y el alemán corrió, escondiendo sus copias del libro sacrílego hasta que aquellos españoles irrumpieron en el taller con uniformes azules, pelucas, mosquetes y floretes elegantes. Pero, no pude seguir viendo más porque el libro maldito se estremeció, sopló una ventisca salitre y el destino incierto de aquel manuscrito se perdió como un botín, tesoro de guerras olvidadas. El poder hipnótico del libro era capaz de apoderarse de los pensamientos de hombres codiciosos…
El hombre de túnica escarlata sostenía mi muñeca con dedos fríos y sus ojos aguamarina eran inmersos en la corriente turbulenta de un río fangoso mientras la embarcación de madera se mecía, remontando territorios selváticos plagados de manglares y caimanes. La expedición del río nos llevó hasta un ruinoso fortín. Reconocí al capitán de la expedición como uno de los españoles que irrumpió años atrás en el taller del alquimista: las profundas arrugas habían curtido su rostro, y su cabello, ya exhibía el gris de los años. 
Poseía en su tesoro el manuscrito maldito sin comprender su significado, pero obsesionado con su poder siniestro. Aquellos españoles se abastecieron de víveres para remontar su búsqueda de El Dorado, y tras semanas de travesía, fueron asaltados por barcos ingleses en una matanza que tiñó de rojo las aguas turbulentas de los cauces fangosos. El capitán inglés arrojó los cadáveres españoles a los caimanes y pirañas embravecidos y saqueó el tesoro de oro, plata y mapas.
El inglés asaltó y quemó colonias españolas pésimamente defendidas. No pudo entender del todo los textos de aquel misterioso libro de caracteres extraños y envoltura de piel desconocida… pero, lo escondió por muchos años de piratería en su despacho. Olvidado y enterrado en un gabinete, se escondió el libro maldito por décadas…
El capitán inglés regresaba a su patria enriquecido y partía unevamente a las riberas en busca de los secretos de aquella tierra del nuevo mundo, inspirado por el deseo de conquista. El capitán inglés tomó posesión en nombre de Inglaterra, pero al destruir un poblado fortificado fuertemente… murió su hijo mayor. Fue en aquel momento de inflexión y pesadumbre que el llamado del libro se hizo escuchar en los nube de su mente… Podía sentirlo a través de gases hediondos que se hincharon en el gabinete sellado y le enseñaron los secretos oscuros al avezado conquistador, que dominaba el latín y el alemán de las traducciones compiladas de su botín marciano. Manipuló fuerzas obscuras y resucitó al joven fallecido con rituales de sangre y pactos con entidades desconocidas en su camarote. El joven regresó a la vida, pero nada que se esfuma regresa cuerdo del mundo desconocido… y no era el mismo joven enérgico. La antítesis en su rostro famélico y su andar pesaroso, interrumpido por episodios de bloqueo y embotamiento… Eran horrorosos y repugnantes. El inglés le disparó a su hijo en la cabeza por la corrupción del texto y se suicidó de forma misteriosa… arrojándose a los caimanes del río con el libro en las manos.
El hombre con máscara de serpiente me soltó abruptamente, y caí… en una espiral interminable de oscuridad hacía aquella Puerta de Piedra. Mi mente se partió con un ardor rezumante y fui testigo de lo que ocurría al posar mis manos espirituales en el grueso libro encuadernado con la piel del árabe loco. Me adentré en la oscuridad marginal de la canción del universo existente, y vi horrores indescriptibles que me enloquecieron. El rumor de los insectos al anochecer hacía vibrar cada gramo de mi cuerpo… Y de todos mis cuerpos habitables a lo largo del tiempo y el espacio en los mundos posibles. La bruma nebulosa me envolvió con puñaladas iracundas y me aferré al libro maldito como si fuera el tesoro más preciado del universo.
El Hombre con Cabeza de Ciempiés sostenía una copia exacta del libro maldito bajo su brazo lánguido. La delgadez de su cuerpo envuelto en ropajes oscuros le ofrecía un aspecto diabólico de miembros largos y angulosos. Aquella entidad levantó un dedo hasta mí y me señaló… ¿Poseía el texto original o, era el que llegué a tener en mis manos… una traducción de otro más antiguo que contenía los secretos de la creación y la destrucción? ¿Secretos de la Esencia Divina del Todo y los Primigenios?
Y desperté mucho tiempo después de un coma letárgico que me tomó tres años despertar. Las pesadillas se sucedieron cada noche en una recurrente persecución contra sombras que desconocía y salones ensangrentados donde aquella cabeza de ciempiés angulosa me asesinaba en horrorosas pesadillas que eran… ¿reales? No podía saberlo, no supe más nada del hombre de túnica escarlata con yelmo de serpiente o los que me contactaron, y dejé de asistir a los aquelarres y sectas donde dejaba desbordar el brillo índigo de mis dones cuál sensibilidad artística. 
Con los años y medicamentos renuncié a los sueños lúcidos y desprendimientos… porque en cada sueño era perseguida por aquella criatura maligna. Después de ciclos de tormento, problemas familiares y asilo en manicomios… dejé de soñar completamente. Los doctores del sitio donde permanezco internada no pueden explicar la decadencia en mi estado anímico y mi precaria salud. Creo que mis otras versiones en los innumerables mundos posibles han sido asesinadas brutalmente por el ente iracundo.
Cuando no estoy sedada puedo escuchar sus pasos y presenciar su dedo nudoso apuntado y sorbiendo mi alma… No puedo explicarlo, pero mis noches sin soñar me hacen pensar que soy la última de toda la existencia. La Concepción de las Fuerzas Disuasorias me empuja al suicidio…
No he visto el sol rosáceo iluminar el mundo, pero los reflejos de la luna hacen su llamado de colmena para desatar la eutanasia sobre las ciudades inundadas de viscosidad rojiza y carnosa. Las luces parpadearon y escuché la radio de la sala emitir una alerta de devastación, repetida incontables veces mientras los lamentos se extendían como la fiebre sobre la humanidad. Los océanos de sangre se hincharon y las voces de los muertos se fusionaron en una entidad sin conciencia. Ellos no pueden ser abandonados. El sol rojo está llorando sangre… y, las trompetas del fin de los tiempos resonaron en el jardín de los gritos.
Puedo sentir que se aproxima desde su dimensión oscura…





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