Capítulo 3. El Jardín de los Lamentos
Capítulo 3: La Montaña del Sorte.
—Las religiones son para fracasados que intentan formar parte de algo más... Es la antítesis de la verdad. La verdad es dolorosa y cruel como la vida misma: la vida verdadera... Aquellos que conocen la verdadera cara de la vida nunca encontrarán la felicidad... Solo esperarán la muerte—blasfemó la entidad que tomó posesión del cuerpo de su padre, en medio del vapor salitre—. No tienes poder sobre mí. Ni siquiera la Entidad Primaria y el Todo me pueden expulsar de su reino de seres altos. Los humanos son criaturas susceptibles y la mejor obra de un imitador. Al igual que su creador... creen que son los únicos en toda la existencia... y no tienen ni idea. Ustedes son reflejo de su deidad, son el resultado de sus esperanzas y maldiciones.
Su padre luchó con la posesión, levantó la pistola a su cien y sonrió, torcido. El gris de sus ojos volvió a brillar con humedad y el agua del río secreto hirvió, con desesperación. El vapor subió en nubarrones tenebrosos. Se sentían abrumados, rodeados de oscuras presencias vampíricas. La todopoderosa entidad opuso resistencia. El hombre rezó el rosario, el padrenuestro, el avemaría...y Jonathan vio arder su piel al enrojecer como doloroso aceite hirviendo. Las carnes de su padre se abrieron y silbaron. Pero, en ningún momento dejó de recitar en latín: su garganta vomitó palabras desconocidas, lenguas que nadie conocía, lenguas muertas, lenguas de ángeles y demonios. El Carisma de las Lenguas. El poder de su espíritu se estiró, tensó, y los fragmentos del alma cedieron en la sopa primordial de los espíritus. El genio sufría, habitando cada gramo de su existencia, intentando desprenderse de su materia sin éxito... El crucifijo de la Vera Cruz influía un poder inimaginable como una prisión de energía lumínica.
Aquella parte del recuerdo siempre era distinta cuando solía meditar en ella. Las palabras del «caído» cambiaban. Nunca evocó el recuerdo real, porque se perdió en los canales de la memoria...
—Hijo—dijo su padre con los ojos vidriosos. La afluencia acuosa era el corazón de la formación montañosa, el centro latente de la ruptura energética—. Gracias por todo, lo siento si te fallé. Nunca fui el mejor padre y tú... eres un muchacho tan bueno.
Jonathan asintió cuando el hombre se arrancó el crucifijo.
Presionó el gatillo y su cabeza explotó con un estallido sanguíneo. Se abrió la tapa de sus sesos, rezumando el sangriento contenido putrescente... Jonathan pensó en Dios, en su conexión con las entidades primigenias y en todo lo que ocurrido tras los sucesos trágicos en Chivacoa. Si todo formaba parte de un plan divino como la sopa de las almas, era aborrecible... La imagen de Cagliostro apareció, nítida, en su memoria: un ser inmenso, más grande que una galaxia, con dos ojos refulgentes como estrellas, un aspecto lobuno cubierto de grueso pelaje hirsuto y largos colmillos amarillentos.
Jonathan fumó un par de cigarrillos en la espera. Sus pensamientos se arremolinaron, dando tumbos y golpeando las paredes de su cráneo. Los escuchó zumbar como abejas. Con la cabeza nublada de nicotina, se levantó y abrió la luz mortecina del nublado día. La figura irregular se paseó por valles cubiertos de escombros. El vago irreal del tiempo tocó la puerta que servía de escotilla al remitente final... Otra vez la muerte, y su fino vestido de plumas negras, voló por el firmamento nocturno y... Abandonamos toda esperanza de encontrar el amor.
—¿Por qué no crees en Dios?—Fernando le sonrió y las arrugas de su rostro se tensaron. Llevaba un sombrero de copa, traje negro y un alzacuellos pálido como símbolo eclesiástico—. Eres un joven bueno y amable.
—Tengo mis razones—carraspeó Jonathan con la espalda pegada al asiento del automóvil chirriante—. Elegí no creer en Dios por decisión propia.
—Lamento lo que le pasó a tu hermana...
—Era sólo una niña—replicó el joven apretando las muelas—. ¿Por qué Dios permite que una niña muera y una familia se destruya? ¿Dónde está la benevolencia? No venga a decirme que seré su mejor guerrero, porque no quiero serlo.
—Las cosas pasan—Fernando se quitó el sombrero. Se estaba quedando calvo y su recortado cabello era gris y canoso —. Él deja que pasen cosas, para que puedan pasar otras... No todo debe tener sentido siempre. No todos pueden ser salvados.
Jonathan se lamió los labios.
—¿Él no puede salvarlos a todos?
El sacerdote negó con la cabeza.
—Nadie puede salvar a todas las personas, ni siquiera Dios puede salvar a los hombres de ellos mismos. No crees en Dios, pero... ¿Crees en el diablo?
No supo cómo responder a esa pregunta. Había visto cosas en su juventud, el pueblito era frecuentado por peregrinos de todo el mundo que buscaron los misterios de la montaña encantada. Había escuchado los lamentos en la sinfonía de los espíritus...
—Cuentos que nos dijeron desde muy pequeños para controlarnos. ¿No le ve conveniente? El castigar a los malvados y ricos en un infierno eterno y los pobres y humildes... destinarlos a un paraíso. La religión es real para los ignorantes, falsa para los sabios y útil para los poderosos.
—Yo también tuve una hermana pequeña llamada Sara—contó el hombre—. Al mediodía, debía pasar por su escuela a recogerla e irnos a casa. Un día se me fue la hora jugando al fútbol en la cancha del colegio. Sin saber, que unos secuestradores se llevaron a mi hermana. Vivía en Maracaibo, ocurrió hace unos cuarenta años... pero no hay un día en que no piense en mi falta. Sara nunca apareció, pero sus órganos fueron usados en rituales satánicos. Lo único que recuperamos fue su hígado en una lata de sardinas. Trato de no pensar en ello, pero mientras más lo evito... más fuerte se vuelve. Cada vez que intento salvar a una persona de una posesión... Sigo tratando de salvar a mi hermana de las garras de los brujos malvados.
Jonathan tragó saliva, decidido. El Mercedes se adentró en un camino de tierra, traqueteando sobre las piedras. La vegetación se volvía espesa a medida que penetraron en la quebrada... Tenía un mal presentimiento. La música se distorsionó ante las perturbaciones de la Montaña del Sorte. La voz potente del cantante llanero se convirtió en un zumbido estático, parecido al lamento prolongado del alma al abandonar un cuerpo... Jonathan apagó la radio.
—El ser humano necesita creer en algo—musitó Fernando, señorial—. ¿Entonces, crees en extraterrestres y en monstruos marinos?
Jonathan se encogió de hombros.
—El universo es muy grande, demasiado. Y no hemos explorado el mar completamente... Cualquier criatura podría existir en el mar o en otro planeta como Europa: una de las lunas de Júpiter; es un planeta hecho de hielo con océanos bajo su superficie congelada.
—Tampoco hemos explorado a profundidad el pensamiento, la conciencia y el entendimiento. ¿Qué nos hace creer en Dios? Bien podrías entregar tu vida a Dios y si no es real, no perderás nada. Pero si es real y no crees en él, lo perderás todo...
—¿Usted no es un sacerdote convencional, verdad?
El hombre se irguió, pasándose una mano envejecida por los labios.
—Soy demonologo y exorcista—confesó Fernando—. Fui entrenado en Roma por un experto de alto nivel y, hace poco regresé a mi país natal para investigar la Montaña del Sorte y la abrumadora cantidad de posesos que existen en nuestros días. Conozco el caso de tu hermana, y muchos otros en el pueblo.
—Entonces, bien sabe que a mi hermana no la mató un demonio—soltó, rabioso.
—He visto suficientes posesiones para afirmar que los demonios son reales, pero no descartó la posibilidad de que haya tenido un trastorno mental curable, y me aseguro de no maltratar los cuerpos de los posesos durante los exorcismos, que la diócesis debe aprobar. Por ahora, no tengo suficientes pruebas de que Ana y todos esos jóvenes estén poseídos por las fuerzas oscuras de la montaña.
—¿Entonces me trajo aquí solo para sermonearme?
Fernando se inclinó un poco y su silueta cobró vida.
—¿Sabes que son los Carismas?
Jonathan se encogió de hombros.
—¿Qué voy a saber yo?
—Son los dones que nos brinda Dios para impartir su mensaje—Fernando se limpió el sudor de la calva prominente con un pañuelo. Mientras hablaba miraba de hito en hito los matorrales, buscando indicios—. Jesús tuvo potestad para expulsar demonios y le confirió este don a sus discípulos. En la historia, han existido santos capaces de curar y predecir catástrofes... Cada persona tiene un carisma diferente. Un don...
Jonathan miró al cielo: el sol anaranjado se ocultó sobre los árboles de la espesura como un animal herido.
—¿Cuál es su don?
—Discernimiento—el hombre avanzó entre los matorrales con la vista en el parabrisas—. Hace mucho calor...
—¿Y cuál es mi carisma?—Preguntó con entusiasmo.
El hombre sonrió, divertido.
—Debes tener fé. Suficiente para mover montañas y derribar murallas.
Lo siguió penetrando en la vegetación, bajaron por una pendiente y la quebrada se removió cada vez más lejos. El suelo húmedo era resbaloso y los tentáculos de niebla se retorcían en las copas de los árboles enjutos. Dado el silencio, a Jonathan lo picó la curiosidad. No quería involucrarse, pero de alguna forma... ya era parte del problema.
—¿Qué sabe del Culto de la Montaña del Sorte?
Fernando se dio vuelta, el sudor corría por su barbilla y su cuello arrugado. Se lo veía bastante fatigado. Contrario, Jonathan dejó de sentir el malestar; le costaba un poco respirar por el esfuerzo.
—¿Y ese entusiasmo repentino?
—No se confunda, señor—tropezó con una piedra muy dura y se tambaleó—. Quiero salvar a Ana de su enfermedad, así como ella me salvó a mí de la tristeza.
—El amor que sana—sonrió el anciano y rejuveneció unos diez años. Sus ojos azules cobraron una solapada energía vital con destellos verdosos—. Pues, es una creencia que se extiende en América. El Culto a María Lionza se encuentra arraigado en Venezuela, principalmente en el centro—el anciano giró la cabeza como si escuchase un sonido desconocido. Tenía esa costumbre extraña de mirar por encima del hombro—. Pero, es en la Montaña del Sorte, en Yaracuy... que alberga su máxima expresión mística. Los creyentes suben la montaña para armar sus portales en ritos de limpieza y fortuna. Subiendo a un lado del río que baja de la montaña, se encuentran los feligreses en los pozos y las caídas de agua para hacer purificaciones y despojos. En los portales, la gente observa, cautivada por la magia y el temor... cuando un brujo es poseído por los espíritus invocados. Estos espíritus hablan a través de quien es poseído y traen mensajes para los presentes, de seres humanos al otro lado de la frontera... y entidades oscuras.
—¿Espíritus?—Jonathan recogió un guijarro alargado—. He visto a personas extrañas en el pueblo que portan collares de cuentas y piedras de río, y ellos se reúnen en congregaciones para—le quitó la tierra húmeda al guijarro. Lo sentía rugoso y era blanco como—... ¡Un hueso! ¡Esto es un hueso humano! ¡Es una quijada!
Fernando tomó el fragmento blancuzco con mirada intranquila. A lo largo del trayecto en la espesura montañosa, fueron encontrando huesos desconocidos, esparcidos en el barro y los hierbajos.
—Son huesos usados para brujería—Fernando recogió un fémur, una tibia y un pedazo de cráneo—. ¿Cómo es el camposanto local?
—La último vez que fui a visitar a mi madre y hermana, hubo tumbas saqueadas. Las más antiguas, ni siquiera tienen lápidas. Se roban el mármol y los ataúdes. He visto a los enterradores reabrir las tumbas para meter otro muerto—pensó en el cadáver purulento de su pequeña hermana en la urna de madera, y junto a ella... El cuerpo sin vida de su madre con las muñecas abiertas. Imaginó las bolsas con tierra de sepelio—. ¿Por qué alguien haría eso?
—Los paleadores y santeros—explicó el hombre, estaba más taciturno que enturbiado—. En este país, convergen las tradiciones africanas e indígenas en un caldero de conocimiento. La magia puede ser atractiva para las personas, pero... para Dios, son solo tentaciones del diablo que imitan su poder. Demonios que se disfrazan de santos para atraer almas... Es aborrecible, el como los brujos, manipulados por fuerzas oscuras, siembran sus conjuros en este jardín de los lamentos. Los que terminan atormentados por los ignotos espíritus que invocan en la montaña... son los pobladores inocentes.
—¿Odias a los brujos?
—Odio la maldad.
Fernando Escalona sonrió, sus labios mustios formaron una mueca. Le contó que se unió a un curso de sacerdocio por accidente a los veinte años y conoció al padre Guillermo, que vio los dones en él y lo convenció de estudiar demonología, junto a un grupo selecto que se convirtió, cinco años después... en la Junta del Tabernáculo; exorcistas enviados por el Vaticano al mundo para librar las «Santas Batallas» contra los demonios. Viajaron por Europa realizando exorcismos y llevando el catolicismo a los rincones más apartados del continente, poblados de brujería, vudú, y antiguos ritos precedidos por seres inhumanos de naturaleza demoníaca. Habían visto y compartido recuerdos y terrores, con sus aventuras al borde de los sobrenatural, y algunas veces... rozando el peligro y la muerte en noches sangrientas.
Cuando murió el padre Guillermo, una carta llegó al departamento de Fernando, en ella, le abdicó el liderazgo soberbio de la Junta del Tabernáculo y le cedió su más valiosa reliquia: el rosario con la cruz de madera misteriosa que siempre llevó consigo. Fueron veinte años de viajes y estudios, llevando el mensaje de salvación por África y Asia en tribus y poblados aislados. Pero, cuando el papá Juan Pablo murió, el Vaticano se olvidó del grupo, los miembros antiguos se retiraron y los más jóvenes se dedicaron a estudios bíblicos del Nuevo Milenio.
Fernando era el último exorcista de Roma: viejo y cansado, pensaba cada día en el retiro y dedicarse a oficios más sensatos para su longeva edad. Eran otros tiempos, otrora exhaustivos, pero ahora... melancólicos. Chivacoa era la ciudad con más posesiones de Venezuela y Latinoamerica. Su último trabajo, encomendado por la Santa Iglesia Católica de Roma.
Jonathan encendió otro cigarrillo y acarició el crucifijo desvencijado del rosario, contemplando los objetos anómalos que conservó después de trabajar por varios años en la fundación. Los recuerdos regresaron como torbellinos de hojas marchitas y colosos de fuego...
—El padre Fernando sufrió un infarto durante un exorcismo—carraspeó ante su padre y se aclaró la garganta—. Él está en terapia intensiva. Yo estaba con él...
El aire cambió, existía una lucha de entidades. El brazo se le entumeció, pero no lo bajó... El crucifijo adherido a la carne de sus dedos se calentó, y sus nudillos blancos gritaron de dolor. La aversión lo dominó, quería salir corriendo de aquella habitación. Los gritos de dolor de Ana resonaron dentro de su cabeza, golpeando sus oídos como alfileres. La bilis en la garganta no lo dejó tragar. Llegando al punto culminante de la oración, Fernando se acercó a la posesa con la botella de agua bendita y le dio de beber. La chica bebió un trago y se sumergió en trance, hubo un cambio en la habitación: la lámpara de noche bajó la intensidad de su luz... Y Ana escupió el agua al rostro del anciano sobresaltado en un pandemónium de infinito terror.
La misa fue interrumpida por el ruido de la tormenta. Las personas se marcharon después de la comunión y las largas hileras de asientos estuvieron vacías a plena vista, ante los fantasmas sacrílegos de la capilla de techo alto y ventanales coloridos. Fernando apareció como una sombra débil, caminó apoyado del brazo de su padre Juan y el monaguillo Pablo... Le dolió bastante ver a su amigo, terriblemente viejo y cansado, pobremente vestido y tembloroso. Fernando se sentó junto a él y el monaguillo regresó a sus deberes.
—Me hicieron un montón de exámenes—confesó el exorcista. Sin mirarlo, clavó fijamente sus ojos cansados en las estatuas de santos en el altar—. Nunca me han gustado los doctores. Me diagnosticaron hipertensión y este lugar me calma... Me harán una cirugía a corazón abierto.
Jonathan no habló. No tenía nada que decir,con la lengua fundida en el paladar.
—¿Va a estar bien?
—Es una cirugía riesgosa—aclaró—. Mi edad tampoco es beneficiosa. Soy un hombre muy viejo y débil.
—No diga eso, señor. Usted ha ayudado a muchas personas y se enfrentó a seres aterradores en sus viajes por el mundo oculto.
—Lamento no poder ayudar a tu novia. No podremos continuar las sesiones, porque la fiscal se fue y su madre se opondrá. Ni siquiera el obispo más cercano puede concedernos el exorcismo, si la familia se opone... Lo único que podemos hacer es rezar por su sanidad. Me temo que tendré que retrasar los otros casos del pueblo, hasta que...
Ello entristeció al hombre y bajó la mirada... El rumor de la muerte estaba próximo, lo sabía. Esperaba la muerte desde hace años, pero la proximidad lo desconcertó, y más ahora, cuando su camino adquiría significado. Era el último exorcista de Roma, salvo por el padre de Jonathan... en el pueblo más embrujado de Venezuela. Las fechas más oscuras se acercaban a la víspera...
—Este era mi último trabajo—continuó el sacerdote—. Me iba a retirar: hacer jardinería, viajar y leer esos libros acumulados en la vieja repisa de mi departamento. A lo que quiero llegar, joven, es que el oficio de exorcista es repetitivo, cansado, tenebroso y milagroso. Pero, es la única forma de salvarla. Sé que te pido demasiado... Es demasiado para cualquiera.
Fernando lo miró, sus ojos estaban cubiertos de lágrimas. El hilo del silencio se alargó, hiriente... Jonathan, ¿un hombre entregado a Dios? Recordó a su pequeña hermana levitando dormida, sus berrinches y su muerte trágica. Ana, afligida, cortándose las manos para complacer al demonio en su cuerpo... Tragedia. Soledad. Desesperación. ¿Ese era el plan de Dios?
Jonathan asintió, se sentía observado. Vigilado por aquella entidad cósmica y sus criaturas impolutas.
—Lo haré, padre... pero no lo haré por Dios o por mí. Lo haré para ayudar a las personas, porque mi hermana murió... Porque perdí a mi chica. Mi vida será consagrada a esta misión... Ahora, mi camino formará parte de algo más grande que yo.
—El monaguillo Pablo es joven como tú. Y quiere fervientemente que lo instruya en el camino del exorcista. Pero, aquel que me enseñó a mí... Me eligió precisamente porque no quería inmiscuirme en aquella vida. Solo aquellos que no quieren formar parte de esto son los indicados. Pero, no te dejes llevar por este camino: sigue con tu vida y quiero que seas feliz... cuando no esté en este mundo. El presbítero Alejandro olvidará esto y quiero que tú también lo hagas.
El presbítero de la diócesis aprobó la formación de Jonathan Jiménez... Durante los próximos diez días, se levantó temprano para ir a trabajar y por las tardes ocupó, con esmero y determinación, su aprendizaje en la iglesia. Sostuvo largas conversaciones con el padre Fernando sobre sus casos más aterradores, sus seminarios en Roma y la naturaleza de los demonios. La confusa Concepción Divina del Todo en el Origen Primordial y la Rebelión de Pensamientos que fragmentó nuestra comprensión de los seres altos. El sacerdote contenía en su maletín una biblia muy antigua con anexos y anotaciones: descripciones de demonios, jerarquías, oraciones para bendecir, para liberar y conjurar la salida de los entes. Su primer caso fue servir como laico durante un exorcismo presidido por su padre Juan y el presbítero Alejandro.
—Jonathan—aquel día Fernando estaba más pálido y menos pragmático. Solía delirar cuando contaba sus anécdotas y se perdía, la senilidad se apoderaba de su mente.
Fernando le prestó un traje negro espléndido, pantalones oscuros, zapatos de gamuza; y un alzacuellos blanco de plástico. Cuando se vio en el espejo, no se reconoció: aquel joven Jonathan era formidable, adusto y austero. El anciano lo elogió con una sonrisa y los despidió en la entrada de la capilla. Sentía los nervios alojados en sus intestinos como musarañas. El orfanato Manuel Robinson era un edificio de piedra gris con varios dormitorios, comedores y un amplio patio de juego... y los horrores que encontró allí adentro lo perturban desde entonces.
Jonathan estiró la mano hasta la tableta desprovista de inscripciones; las fechas marcadas en la batería del dispositivo datan de entre 1937 y 1941. Contiene puertos para serie, paralelo, USB y de Ethernet. El sistema operativo no es estándar, se lee en un idioma que aún no ha sido traducido, pero puede conectarse a toda red física y reconoce archivos de todos los sistemas operativos conocidos. La tableta fue incautada por Trinidad en un depósito de computadoras viejas en 2004 y los análisis de encriptación y traducción, no arrojaron resultados.
Echó un vistazo a la barra de hierro cilíndrica en una esquina, era de unos setenta y siete centímetros de largo con uno y medio de diámetro. El objeto anómalo era invisible: las ondas de luz visible atraviesan el material desconocido, sin reflejarse o refractar. En los archivos no aparecía la fecha de adquisición, pero se encontró en algún lugar de China. La barra estuvo abandonada por años en el almacén, hasta que la tomó sin que las cámaras se dieran cuenta y la conservó, envuelta con cinta reflejante amarilla.
El objeto anómalo más útil que llevaba consigo era una canica «ojo de gato», de vidrio. Al contacto, resulta en una barrera invisible de menos de un centímetro de diámetro que rodea a la persona, tanto tiempo... como el que haya estado en contacto con la canica. Esta barrera solo bloquea tejidos biológicos y es totalmente permeable a material no vivo. La llevaba atada a la muñeca junto al juramento cristalino de su último día en Chivacoa.
En la mesa contenía una espada japonesa en una vaina de madera, aquel objeto no perteneció a la fundación... pero la atesoró en sus viajes. Espadas como esas eran escasas, y la encontró en el mercado negro a cambio de un jugoso negocio por la espada y varios millones, a cambio de una crisálida de Zánganos de Belcebú. Una maldición recaía en la espada Muramasa. Se dice que el maestro realizó un pacto con entidades sobrenaturales para fabricar armas perfectas. La leyenda cuenta que, las katanas exigen un sacrificio cruento. Una vez desenvainadas, su furia y violencia solo se aplaca con un baño de sangre. En Japón fueron prohibidas las espadas Muramasa, pues atraen la muerte. Su filo era aterrador...
Su recuerdo preferido era una pequeña roca capaz de emitir una brillante luz blanca de fuente desconocida. Sin radiación, calor, evidencia de deterioro de partículas o signos de vida... nada. La confiscó como linterna, y recordatorio de la inexplicable naturaleza del universo.
Jonathan guardó el revólver en su jersey oscuro, junto a la moneda anómala, la roca en una funda y el cartucho negro con la navaja desmontable: su cuchillería preferida. La navaja fue encontrada en el cadáver de una chica asiática aplastada por un tren; sorprendentemente, al guardar el cartucho en un bolsillo, este desaparecía ante manos ajenas... pero, siempre estaba allí para su portador.
Salió al anochecer con la nube lluviosa persiguiendo su caminata y recortó por una calle desolada, en lo que parecía ser una avenida de escalinatas. Un hombre anciano sentado en una mesedora daba profundas bocanadas a un tabaco encendido. Su silla crujía con el movimiento, como si fuese a desarmarse y el tabaco impregnó su olor dulzón en la oscuridad penetrante. Los pájaros de la noche volaron sobre los postes de electricidad, vigilándolos desde los cables de alta tensión. Cuando pasó junto al hombre, este le miró y sonrió con solo tres dientes amarillos.
—Si escuchas tu nombre desde un callejón obscuro—dijo con voz preocupada—. No vayas: es el Gritón... Se viste de paja y trapos. Se puede aprender los nombres para llamarte por las noches. Nadie lo ha visto... pero tiene una boca purulenta y grande llena de dientes.
El humo del tabaco y su voz se perdieron a medida que siguió caminando en la oscuridad, buscando con la vista los faroles cuyas bombillas no estuvieran quemadas. Allí, en medio de las calles despobladas. Le parecía escuchar su nombre en cada rincón... Los recuerdos egresaron de su memoria en episodios melancólicos. La primera vez que conoció a Eduardo, creía que estaba loco.
Fernando se colocó el maletín en el regazo, sacó una antiquísima biblia remendada, llena de anotaciones y se puso a leerla con meticulosa concentración... El silencio que aconteció aquello fue verdaderamente insoportable. El joven moreno taladró el suelo con los pies, inquieto... Las luces blancas parpadearon. El hombre extraño miró a Jonathan y sonrió, era moreno, bajo, y sus ojos negros juzgaron su rostro con sabía contemplación. Tenía un rosario de cuentas alrededor del cuello, un arete negro con una cruz en el lóbulo derecho y vestía de negro como si fuera a un funeral.
—¿Quieres saber cómo está?
Jonathan levantó la mirada.
—¿Cómo dice?
—Estás preocupado—lo detalló y ensanchó aquella sonrisa al adivinar sus pensamientos—. ¿Es un familiar? No... ¿Novia? Sí... Estás enamorado y estás preocupado. ¿Quieres saber cómo está ella?
Jonathan se mantuvo inquieto. ¿Estaba adivinando sus pensamientos viendo su rostro?
—¿Cómo sabe?
El joven acarició el rosario en su cuello.
—Soy brujo.
Fernando guardó la biblia en el maletín y fulminó al moreno con los labios apretados.
—No sabe lo que dice, Jonathan. Este hombre no es ningún brujo, cuando mucho: es un tabaquero que dice hablar con muertos. Se hacen llamar brujos, pero no son otra cosa que mentalistas o estafadores.
El brujo soltó una risita y sus ojos brillaron ante las luces nítidas.
—El Espíritu Santo concedió mis poderes, y la Virgen María me está diciendo que necesitas guía. Estás pasando un momento muy difícil. Una prueba de vida.
Jonathan se encorvó en el asiento. No quiso creer en las palabras del brujo y su mentor hizo hincapié en aquello con prudente vehemencia. Vestían trajes negros con el alzacuellos característico y esgrimían cruces para adentrarse en las profundidades de la montaña. Esperaban en la vieja estación de autobuses, porque el Mercedes se enfermó gravemente del motor. La somnolencia se apoderó de él y aquel brujo habló con convicción.
—De seguro este hombre escuchó nuestra conversación de camino acá—replicó Fernando, a la defensiva—. Hizo conjeturas y acertó en su charlatanería. Es un fanfarrón que dice tener poderes...
Jonathan negó con la cabeza.
—Quiero escucharlo.
El brujo chasqueó la lengua y miró fijamente al joven, inmerso en un trance gnóstico. Sus ojos oscuros emitieron un fulgor embravecido y las luces parpadearon. Su gesto se torció: su boca, nariz y párpados vibraron. Su cabello recortado se estremeció como la paja azotada por la brisa. Aquello duró un segundo, una eternidad, un minuto. El brujo lo miró con otro rostro.
—¿Cuál es tu nombre completo?—Preguntó el moreno con voz gutural, completamente inmóvil y tenso como una lanza.
—Jonathan Aldous Jiménez Belisario—su respuesta fue inmediata.
El brujo entrecerró los ojos y las luces parpadearon. La ventisca fría se detuvo de súbito, y cayó el silencio.
—Padre, Hijo y Espíritu Santo—entonó y con cada palabra fue bajando el volumen de su voz. Descendiendo en una escalera de plata—. Te presentamos a Jonathan Aldous Jiménez Belisario... para que tú, Padre Celestial, interfieras en su vida y obres en todos sus caminos. Seas luz. Rey del Cielo, y que todos los ángeles puedan guiarlo en su dura batalla. Dale fuerza a su fé para creer en ti, poderoso rey—la voz gutural desapareció. Se sumergió en un susurro casi inexistente, el brujo sostuvo su rosario en la mano derecha y tembló violentamente cuando la epifanía atravesó su cerebro—. ¡Sí, Dios poderoso, gracias por tu mensaje! Me despido en tu santo nombre. Amén...
Cayó un silencio pesado en el cubículo de espera. Miró al brujo salir del trance vívido y recobrar la tez de su rostro moreno, abrió los ojos de distinto brillo aceitoso y aquel brujo extraño volvió a estar allí. Jonathan se removió, incómodo, en la silla.
—¿Qué te dijo el Espíritu?
El brujo soltó el rosario y rezó un avemaría en murmullos. Clavó sus ojos en el joven.
—Eres uno de sus soldados escogidos para librar la batalla espiritual. Tu carisma es...—el hombre moreno miró a Fernando, y el sacerdote negó con la cabeza en silencio—. Te espera un arduo camino, para el que te estás preparando. Debes seguir adelante y no pensar en el pasado, porque cosas dolorosas vendrán en el camino. Debes decidir: avanzar por aquella senda despiadada o, virar por un sendero distinto y abyecto. Toma tu decisión, porque el cambio ya viene... Y lo mejor para todos será que te unas a la orden eclesiástica para combatir el mal venidero—miró al sacerdote y su semblante parecía triste—. Debes guiarlo en su búsqueda de significado. Cuida de tu salud, porque hay algo malo en tu cuerpo. Deben seguir adelante no importa qué, porque hay luz en sus corazones... Esta batalla les pertenece y pronto, hara temblar las ventanas de todo el mundo con relámpagos de sangre.
El brujo cerró los ojos y el trance lo envolvió, se estremeció y permaneció en silencio con la cabeza gacha por un largo tiempo. Jonathan no supo que decir, inmerso en sus propias cavilaciones. Fernando tenía razón: aquel moreno era un charlatán que quería jugar con sus mentes para sentirse superior. Creerse la gran cosa, así como los creyentes cristianos se creían mejores que los demás porque ellos eran los «buenos», que irían al cielo mientras los gentiles se perderían en su propio un infierno. Estuvo a punto de soltar una risotada, cuando el brujo levantó el rostro y lo que dijo le erizó el vello de los brazos:
—Tu pareja se llama Ana Cristina Marcano Ramos, y está siendo atormentada por un demonio llamado Perversión.
Todo el calor que había en su sangre se desvaneció. El brujo lo miró, bostezó y recobró el sentido, al abandonar el espíritu intruso la materia de su cuerpo. Ese fue su primer encuentro con el brujo Eduardo.
Jonathan escuchó un gorgoteo procedente de un callejón oscuro y el farol cercano se fundió con un reguero de chispas. De joven, vagó por las calles de Chivacoa, reuniendo información sobre el Culto de la Montaña Sorte. Los santeros arruinados en situación de indigencia le contaron historias enigmáticas a cambio de tabacos y cigarrillos. Divagando en anécdotas sobre los babalaos asesinados en la manga de coleo por un funcionario borracho y los peregrinajes a la montaña en busca de iluminación, sanidad, fortuna y fecundidad. También escuchó historias fantásticas sobre brujos: ladrones de tierra y huesos de los cementerios para trazar sortilegios. En una de las historias, un padre de familia agonizaba hasta que su esposa encontró un bulto de tela con tierra de muertos en la tinaja donde preparaba el guarapo de papelón. Cuentos de brujas que asfixiaban a los niños en las cunas, fumadores de tabaco para limpieza, mujeres pájaro... Peregrinos que ofrecían sacrificios a las deidades de la montaña. Rituales de Cruzados para ahuyentar las balas asesinas. Deudas con demonios que terminaban en horribles muertes accidentales.
Un viejo pescador le contó que vio a una sirena en el río Yaracuy, una mañana que le ofreció anís a los espíritus del agua. También le contó que una noche fue a bañarse en el río—con los pies en la curiara—, y mientras se echaba agua en el cabello, sintió que algo movía el bote... casi derribando la embarcación, y vio una madre de agua nadando cerca suyo. En fin, aquel pescador consumió la mitad de su paquete de cigarros brasileros; toda una tarde con anécdotas de serpientes tan gruesas como troncos y estatuillas encontradas en las redes.
Jonathan escuchó un chasquido metálico y un penetrante olor a químico lo desconcertó. Una serpiente plomiza saltó de la oscuridad como un latigazo... Sacó la pistola y disparó dos veces. El estallido borró la cabeza del animal inmenso, pero... como si estuviera hecha de plata hirviendo, volvió a retoñar. El mago de túnica escarlata y yelmo de plata, con forma de cabeza de venado, subió por una escalinata de mercurio líquido que formaba peldaños sólidos a medida que ascendía. Los tentáculos brillantes se retorcían como gusanos afilados.
—Jonathan Jiménez—proclamó el Venado de Plata, posicionado sobre el cúmulo de mercurio, del que se manaban las burbujas de plata líquida. El cúmulo se debatía entre el estado líquido y sólido, como una araña gigante de patas retorcidas—. Tienes una deuda de sangre con la Cumbre Escarlata.
Jonathan disparó dos balas y el tambor se estremeció con un hedor azufrado. El líquido plateado formó una barrera para atrapar los proyectiles y los seis tentáculos, sobre los que el manantial de mercurio se sostenía, avanzaron... clavándose en el asfalto como zarpas. La araña gigantesca vibró en su lanzada empresa mortífera. Sintió un zumbido estático desde un pulso cercano. El mercurio chirrió, y se detuvo solapadamente... El Venado de Plata resbaló de su superficie sólida y aterrizó de pie sobre aquel charco de plata brillante, que perdió toda solidez.
—¿La Cumbre Escarlata?
El Justiciero de Ciudad Zamora hizo acto de presencia con una mano extendida a ellos, y con la otra, esgrimía una barra de acero. Vestía chaqueta oscura, gorro que cubría sus ojos y pantalones de mezclilla. Era de aspecto joven, lóbrego y descarnado; meneó la barra en su mano y hombro izquierdo.
Jonathan no pudo reaccionar ante la mano fantasmal. Aquel héroe extendió sus dedos apretados y el revólver voló a sus pies con un chasquido...
El mago retrocedió, intentando controlar el mercurio con impulsos eléctricos... inutilizado por alguna fuerza electromagnética desconocida, y mucho más poderosa. Jonathan echó mano a la navaja en el jersey y flexionó las rodillas. El Justiciero meneó la barra de acero, su mentón era tosco y cubierto de cicatrices.
—¡Quiero saber qué es la Cumbre Escarlata y qué encontraron en las Catacumbas de la ciudad!
Jonathan sonrió ante el acto de heroísmo frívolo. Se debatió entre lanzarse al Mago del Mercurio, o escapar afortunadamente.
—Yo también quiero saberlo—dijo una voz femenina, hasta ahora desapercibida—. Se ha reunido la tertulia en este pueblito ribereño.
Jonathan se giró y miró con incredulidad a Sena Fonseca, y un misterioso hombre de unos dos metros de altura y monstruosa figura. La pequeña mujer sonreía con complicidad, y llevaba un largo vestido púrpura con abrigo de terciopelo, sombrero de ala ancha y sombrilla afilada. Sus ojos eran dos esferas cerúleas en el rostro pálido y redondo; y su cabellera rubia oscura era recogida en una cola esplendida. Jonathan gritó al verla. La Sonetista lo saludó con un amague de labios, su presencia causó un terror inusitado en él
—Hola, Jonás—las comisuras de sus labios formaron un deje de sonrisa torcida—. Ha pasado un tiempo—se giró al hombre detrás de ella—. Él es mi nuevo novio: Jeremías Rivera.
La figura alta que la acompañaba era un hombre robusto de tez morena por el sol, cicatrices oscuras y cabello negro. Su cara era un poema: nariz aguileña, cejas pobladas, ojos crueles y barbita prominente. Jonathan retrocedió ante los brazos gruesos y el torso simiesco del mestizo... algo en la presencia de Jeremías lo desconcertó: la ausencia de humanidad en los músculos faciales y la respiración mecánica.
La luna salió de su escondite nuboso y arrojó sobre ellos fulgores pálidos.
—¡Fueguechi!—Proclamó el Venado de Plata al viento, y el reflejo del mercurio se tornó translúcido. Lo que parecía ser un demonio murciélago extendió sus alas desde los colores del río plateado.
El mago se lanzó sobre el reflejo de mercurio, y contra todo pronóstico de lo posible, se zambulló en el espejo plateado como si de un pozo sin fondo se tratase. El Justiciero corrió y saltó, pero sus zapatillas gastadas aterrizaron sobre un charco sólido que se esparció en sus pantalones.
—¡¿Desapareció?!
Sena Fonseca sonrió, despreocupada. Echó andar por la calle de faroles tenebrosos y sus zapatillas rasparon el asfalto. La punta de la sombrilla tocó el suelo con vehemencia.
—El Justiciero de Ciudad Zamora—proclamó la mujer y enderezó su sombrero—. La Corte de Magiares ha buscado el rastro del Cometa de Sangre, y los niños nacidos durante la lluvia de nereidas. El mercurio es un potente conductor, y mediante un pulso electromagnético pudiste desestabilizar el circuito del mago. Será un placer estudiar contigo los misterios de tu cuerpo.
—¡No le hagas caso!—Replicó Jonathan, severo. Retrocedió asustado, pero aturdido—. ¡No puedes confiar en los Sonetistas!
Unos brazos robustos se cerraron en su cuello y lo sometieron. Jonathan cayó de rodillas, sofocado y, metió mano al jersey para sacar la navaja. Apretó la canica anómala en su pecho y aquellos miembros musculosos se separaron de su piel unos milímetros. El joven se irguió estrellando la parte superior de su cabeza con la nariz del hombre y escuchó romper el hueso con un estallido húmedo.
Jonathan se giró ante el flojo agarre de Jeremías y clavó la navaja en su cuello, atravesando la garganta con un gorgoteo. El joven saltó adelante, dio un giro con las caderas y derribó al hombre de una patada al abdomen. Jeremías cayó como un plomo, los ojos vidriosos, y la garganta abierta con un chorro de sangre.
—La Isla Esperanza maneja influencias en todo el mundo—prosiguió Sena, serena, sin prestar atención al conflicto a su espalda—. No tendrás que preocuparte más por dinero.
El Justiciero bajó su barra metálica.
—¿Tienen... dinero?
—¡No!—Anunció Jonathan, guardando la navaja ensangrentada en su jersey y señaló a la mujer pequeña—. Te volverán su esclavo y te van a diseccionar como un gusano.
Sena lo miró y emitió un pulso sin mover los músculos de su cuerpo. Jonathan retrocedió, arrastrado por una fuerza invisible que lo hizo tambalear un par de metros. Se mantuvo de pie con esfuerzo, ante las cientos de manos que lo empujaron. Ese era en pulso de advertencia, infernalmente débil. Escuchó una respiración, y observó, atónito, a Jeremías Rivera levantarse del charco de sangre con la garganta rasgada y los ojos desorbitados. El hombre se llevó una mano a la herida del cuello y crujió sus articulaciones, sin pronunciar palabra. Al quitar la mano, la herida se cerró, sin dejar cicatriz y... el hueso de la nariz volvió a su aspecto natural por si solo. La sensación que le trasmitió aquella persona fue desconcertante y vacía: como si una legión de demonios hubiese sorbido su alma.
Jeremías inhaló profundamente y trotó hasta él con zancadas vigorosas.
Jonathan levantó los puños y esquivó el agarre del fiero hombre colosal. Era una cabeza más alto que él, y parecía cuarenta libras más pesado. El joven dio un largo salto diagonal, giró y descargó varias patadas en el torso y la espalda del hombre sin producir lesión o dolor. Jonathan realizó un giro y saltó con una patada torbellino, y el mestizo atrapó su pierna bajo su brazo. Creyó que se la rompería, pero el joven giró su cuerpo y le asestó un peligroso puntapié en la mandíbula con su otra pierna. Aún así, el gigante dio un giro brutal y lo lanzó con fuerza despiadada.
El beso del asfalto fue doloroso y seco. Jonathan rodó por el suelo y se puso de pie aprovechando la inercia.
—No puedes confiar en ellos—recalcó el joven sacando el cartucho y desplegando la cuchilla con el botón—. Esa isla es el infierno en la Tierra—miró los ojos acusadores del joven justiciero, no parecía mayor que él—. Te convertirán en una piltrafa humana.
La mujercita le sonrió, vivaracha. Pero sus ojos esgrimían un exacerbado furor de odio fatal.
—Jonathan Jiménez, dentro de poco... entrarás en la clasificación de mago negro y serás cazado por los Sonetistas—los ojos acuosos de Sena se volvieron—. Fuiste colaborador de la Cumbre Escarlata, y ya no cuentas con la protección de Trinidad—dijo lo último con un tono burlón—. Ni la mía.
Jeremías se abalanzó con los brazos abiertos. Jonathan se agachó rápidamente y abrazó el grueso torso del hombre sudoroso... usando su propia fuerza para girar y derribarlo. Aterrizó sobre él, rodando en el suelo, y clavó el puñal en uno de sus ojos... La cuenca se abrió con un chisporroteo aceitoso. El hombre luchó por un momento, aferrando sus dedos gordos como salchichas a los brazos del joven... hasta que la navaja penetró en su cerebro. Esta vez, dejó allí el puñal y se levantó, salpicado de sangre.
Jadeó por el esfuerzo, era bastante pesado.
—Jonás—sonrió la mujer de labios crueles—. No te he reprendido porque fuimos cercanos en el pasado. Aléjate, y olvidaré que estás involucrado en la búsqueda del artefacto anómalo.
Jonathan sonrió de lado.
—Así que la Corte de Magiares también busca el Libro de los Grillos—miró la sonrisita de Sena y apretó los puños—. Ustedes me engañaron, utilizaron y desecharon—señaló al justiciero—. ¡Aléjate de los que moraron alguna vez en la Isla Esperanza! La cabeza en el frasco ha tejido su telaraña alrededor del mundo. ¡La Corte de la Mano Izquierda tiene un millar de ojos, y la Mano Derecha... una centuria de puñales!
—Patricia...
Jonathan miró sobre su hombro con horror: el alto y fornido Jeremías se irguió y sacó lentamente la navaja de su ojo abierto. Un pequeño chorro de sangre brotó de las cuenca, y el tejido viscoso creció, cerrando la herida de un ojo enrojecido de iris oscura, por un segundo... le pareció ver un reflejo amarillento en el color azabache de sus pupilas y comprendió la naturaleza de aquel ser inhumano; era un Cambiante.
—Patricia—repitió con la boca abierta en una mueca de terror—... ¿Dónde estás?
Los colmillos del hombre crecieron y sus ojos se tornaron amarillentos. Olió el aroma de Jonathan y enloqueció... el vello oscuro cubrió sus mejillas y mentón. Caminó al joven con los brazos tensos y lanzó un puñetazo, Jonathan se protegió con los brazos y los nudillos del hombre se encontraron con sus antebrazos... y la fuerza del golpe lo desplazó unos centímetros. El dolor sordo adormeció sus brazos. La magia de la canica amortiguó el golpe, de lo contrario, sus brazos se hubieran roto. Jonathan lanzó una patada frontal al estómago del moreno, y por más fuerza y velocidad que sus músculos pudieran ejercer... no consiguió empujar.
Saltó atrás rápidamente, dio un paso, un giro completo y una feroz patada a la cabeza del hombre, sin inmutarse.
Jeremías lo tomó por los hombros y lo levantó en vilo. Jonathan gritó cuando una mano gigantesca y peluda se cerró en su garganta. Levantó las piernas y abrazó el cuello del hombre con ellas, mientras su rostro perdía color. Las luces pasaron ante sus ojos y soltó el agarre... cayó a gatas e intentó arrastrarse cogiendo aire. Una potente patada en su estómago lo dejó sin aire y lo proyectó unos cuatro metros del suelo. Sintió que algo adentro suyo se rompió y el dolor no lo dejó pensar, ni moverse...
Sena Fonseca levantó una mano y la barra de metal chocó contra una muralla invisible de partículas excitadas. El Justiciero saltó atrás, balanceando la barra y... el tubo de acero se deshizo en arenisca herrumbrosa color cobre. El joven miró, incrédulo, el polvillo cobrizo en sus manos. Aquella barra se oxidó violentamente, desobedeciendo las leyes físicas del mundo.
—No importa—dijo la mujer y extendió la sombrilla ante la melosa llovizna que se precipitó sobre sus cabezas—. Vendrás con nosotros, siempre lo hacen—le dio la espalda al justiciero y caminó delante de Jonathan. El joven estiró un brazo a ella, pero no tuvo fuerzas para levantarse del suelo. Su boca sabía a metal—. Ay, Jonás. Debes alejarte de esta ciudad lo antes posible, o te vas a hundir con sus restos...