Capítulo 4. El Jardín de los Lamentos

 Capítulo 4: La Ciudad de Piedra.

—¿A qué demonio le vendiste tu alma para obtener ese poder?—Jonathan encendió el cigarrillo con un yesquero de extraño pórfido obscuro. Las chispas que emitió fueron azules y espectrales—. Dime su nombre y podría salvar los fragmentos del espíritu antes que sean licuados.

Sebastián contempló la hamburguesa ante sus manos y sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Cuándo fue la última vez que probó una comida así? No podía recordarlo... Los años de inanición y pobre alimentación lo convirtieron en un joven huesudo, famélico y de miembros largos. Tener aquella comida era un sueño...

—Desconozco la fuente del poder—pensó de súbito, en la estrella pulsante, habitante de sus sueños, junto al cometa bermellón de aquel planeta extraño. Masticó con mesura para evitar ahogarse, no comía nada desde el mediodía y... era bien entrada la noche—. Desde que comencé, bueno... hasta donde puedo recordar. De niño siempre fui hiperactivo, tenía sueños y se los contaba a mi madre. Ella me llevó con especialistas psedocientíficos que concluyeron que nací con un brillo... Un alma viajera que regresaba, ininterrumpida, al jardín de los lamentos de la vida. Ha sido difícil lidiar con la fuerza magnética que crece en mi cuerpo... Antes que aprender a controlar el poder, sufrí muchos accidentes. Es peligroso estar cerca de otro ser humano cuando mi cuerpo alcanza el límite de ochocientos Tesla.

—¿Tesla?

—Es el equivalente al Newton, referido al campo magnético.

—¿El científico que bebía mercurio?

Sebastián levantó la hamburguesa y masticó un trozo jugoso relleno de salsa, carne asada, ajo, huevo frito, lechuga, tómate y... un sorbo de gaseosa fría.

—En términos físicos, levantar una manzana un metro... requiere un julio de energía o un Newton—cruzó los dedos—. Mi cuerpo es un imán capaz de alterar la intensidad de su campo magnético para atraer o repeler objetos ferromagnéticos y paramagnéticos. Cuando llegó al máximo, puedo atraer pesados autos con el campo magnético, causar jaquecas, mareos y accidentes a... medio kilómetro de distancia. Siempre se me dio la física y la matemática, y la he estudiado para averiguar mis capacidades—se limpió la salsa del labio inferior—. No creo en demonios o entidades oscuras, creadas por dioses bipolares... Soy un hombre pragmático, inclinado por la ciencia—mordió la hamburguesa y la explosión de sabores lo llenó de júbilo—. Para mí... Los demonios son invenciones de los humanos. Son nuestro peor lado, expresado en dañinos monstruos y deforme, pero en el fondo... somos nosotros mismos bajo las gruesas capas de piel y membrana. Somos monstruos, y buscamos creer en monstruos peores que nosotros... para sentirnos benévolos.

—El padre Fernando me contó sobre los demonios—vociferó Jonathan, exhalando el humo del cigarrillo y bebiendo un trago de gaseosa—. Son ángeles deformes, y no: no son ángeles con las alas torcidas; no tienen una forma física. Los demonios son aquellos ángeles que no pudieron encontrar a la Esencia Divina del Todo... o Dios... Como quieras llamarlo. Por su duda... su pensamiento se deformó y terminaron alejados del Todo, y de la Entidad Primaria. No habitan el infierno como cree la mayoría. No permanecen en ningún lugar. Son seres insufribles que solo gozan del conocimiento... Pero, ninguno puede ejercer su voluntad libremente en este mundo porque no pertenecen aquí. 

»Una vez contacté un demonio. Hace varios años me empecé a llenar de una tristeza profunda porque la miseria volvió, y caí en el abuso del cristal. Un anochecer subí a la azotea del edificio donde vivía, para drogarme hasta el amanecer con esa sustancia... porque no dormía. «Toma lo que el diablo ofrece», decía mi libro de las sombras. Vocifere sobre lo harto de la tristeza y tragedia de mi soledad. «Ya que Dios no contesta mi petición, veré si uno de estos cabrones me ayuda». Anuncié varios nombres de demonios y me concentré en uno: «Mammon—lo desafíe—. Si existes, preséntate... estoy solo y no creo en Dios, así que demuestra tu existencia. Te ofrezco lo que quieras, pero quiero todo lo que te pida». Grité en la azotea como loco hasta que escuché pasos. Volteo hacía atrás de mí y había alguien... del espanto macabro que cayó sobre mis hombros, casi salté del edificio. Me ordenó cerrar los ojos, estaba acostado en el suelo y los cerré... y mi cuerpo estaba muy frío. Nunca tuve tanto miedo, me dijo su nombre y me ofreció varias cosas. El precio tiene que ser equivalente, según las leyes alquímicas que rigen el universo. Me pidió ofrecer a la persona que más valoro en mi vida y en la única persona que pude pensar es en... Ana. La única que sobrevivió a la pesadilla en Chivacoa. Le contesté que no le daría eso y debía pedir otra cosa. Él me dijo con voz profunda: «acabas de gritar que me darías lo que yo quisiera... parece que no estás listo. Cuando lo estés, sabes quién soy y dónde estoy». No escuche nada más en un vacío de tiempo, abrí mis ojos al amanecer, muerto de miedo, y sé que no llegué al punto de alucinar. He tenido sueños muy extraños. Es curioso que la metanfetamina ha servido como catalizador para poder ver demonios. El tema de las drogas es muy complejo, pues existe un sin fin de ellas... y todas con efectos distintos. Lo que sí es un hecho, hubieron casos documentados de personas que vieron demonios bajo los efectos de la droga, al grado de arrancarse los ojos.

Sebastián se terminó de comer la hamburguesa en silencio y se tomó el resto del refresco. El subidón de azúcar lo volvió enérgico.

—¿Desde cuándo fumas?—No quería parecer grosero. El joven de gabardina negra lo miró con ojos empañados y sonrisa ausente.

—Desde que murió mi padre—acentuó con una sonrisa torcida y volvió a liar el cigarro—. No estaba tranquilo, ni siquiera podía dormir. Solo lloraba al recordar la tragedia en la quebrada. Pero, esto me calma. No sé qué mierda tenga la nicotina. Me hace, pues... estar despejado—el humo salió de su nariz. Parecía la parodia de un sacerdote con el traje negro, el alzacuellos plástico, el sombrero de copa y el rosario con el extraño crucifijo magnético... inmersos en el humo del cigarrillo—. Creí que podría dejar todo esto atrás. Pero, hay cosas dentro de mí que están mal. Mis padres se conocieron en un convento: mi madre era monja, y mi padre era un exorcista. Durante el día libraban la batalla espiritual contra fuerzas demoníacas en regiones pobladas por el misticismo y la brujería... y por las noches, se dedicaban al hachís y el sexo—Jonathan sonrió, sardónico—. Dios... ¿por qué tuviste que juntar a ese par? Después de un tiempo de servicio, se retiraron de la misión sagrada y se casaron para criar a este bastardo llamado Jonathan Jiménez. Años después, nació mi hermana Francismir. Mi padre nunca fue un católico ferviente que nos obligó a preferir su religión, más bien... nos dejó decidir el asistir a misa... o no. Éramos una familia feliz. Una de esas familias que se ven en televisión: los padres se abrazan y pasan tiempo con sus hijos. Hasta que mi hermana y yo, salimos... a explorar las montañas y en una cueva secreta, encontramos a una bruja de cabello harapiento y dientes podridos... que mascó Chimo y yació con demonios. Francis fue poseída por un espíritu inmundo y mi padre volvió a su vieja profesión, junto al presbítero del pueblo... y otro exorcista llamado Claudio—bajó el tono y se mordió el labio inferior—. La pequeña niña languidecía largas horas de sufrimiento durante los rezos y... sus gritos me persiguieron en sueños. Francis murió de deshidratación pocas semanas después... y, mi familia se hizo pedazos. Mi padre se retrajo en la bebida, mi madre, poco después, no aguantó la tristeza... y se quitó la vida. Yo dejé de creer en Dios y no dudé en despotricar de las religiones con un fanatismo ateísta. Y mi padre... Él y yo... Nos enfrentamos en la vampírica Montaña del Sorte contra...—Jonathan barrió aquellos pensamientos con una profunda calada y consumió el cigarrillo completamente—. Años después, emprendí mi viaje de redención... en contra del camino que el todopoderoso pensó para mí y el padre Fernando. Los hombres de Dios son tan miserables: toda una vida desperdiciada, al final... Van al mismo infierno que los fornicarios y bebedores. Ellos me lo han confesado: todos los humanos tienen ganado el mismo infierno. Cedí la casa familiar al presbítero Alejandro para arrendar a personas necesitadas por un bajo alquiler, y partí de Chivacoa a Puerto La Cruz. No tenía contactos o conocimientos, pero tenía un camino de guerra que seguir. Al principio, no tuve nada: dormía en las calles, el trabajo era escaso y la comida aún más. Es increíble, pero iba a las universidades de los aniñados para jugar al dominó y los naipes. Iba con intención de ganar. Con escucha activa y concentración, pude despojar a esos jóvenes de su dinero para comer. Reunía hasta veinte dólares con partidas de dominó, pescador, truco y ladrón. Pude conseguir alimento y libros del bajo mundo, para mi aprendizaje en las ciencias oscuras. Pero, no era suficiente para emprender mis viajes, aún no estaba preparado... La falta de dinero me empujó a participar en peleas clandestinas, los viernes y sábados por las noches: diez dólares si perdía, cincuenta si ganaba. En una noche peleé contra tres contrincantes—Jonathan encendió otro cigarrillo y sonrió con pesadumbre—. No gané ninguna pelea. Fue en los parques donde dormía, que conocí a Joshua. Mi maestro era avanzado en numerosas disciplinas marciales, y era un adicto a la piedra. Desde que cayó en las drogas no volvió a los torneos, descarnado y harapiento... Por cinco dólares me enseñaba patadas, llaves y acrobacias en las playas. Después de las barras me sometía a entrenamientos de combate. En mi primer entrenamiento me enseñó el descolorido cinturón que usaba para que los pantalones rasgados no se le cayeran: «Para esto es lo único que sirve el cinturón negro». Me enseñó a empuñar y defenderme de un cuchillo, balancear el peso del cuerpo y dar volteretas. Aprendí muchas patadas con giro. Fumaba conmigo y compartía su filosofía nihilista. Con el tiempo, en mi departamento se apilo la colección de tratados alquímicos, Cábala, demonología y metafísica. Mi cruzada tomó sentido hasta qué...

—¿Tienes novia?

Aquello parecía enternecer al joven de cabello negro revoltoso y ojos cansados. El cigarrillo se consumió con la brisa y las cenizas mancharon la mesa...

—Ana—sonrió y recogió su manga mostrando una pulsera con un cristal negro—. Este péndulo es nuestro juramento. El último día que estuve con ella, en el viejo pueblo... le prometí que volveríamos a vernos, y esa fue la última vez que nos vimos. Las personas como nosotros no necesitamos apegos terrenales en nuestro camino de sombras. Tenemos un futuro brillante, allá afuera, no debemos echar raíces en el suelo árido. No necesitamos emparejarnos como pajaritos en busca de un nido—fumó el resto del cigarrillo y exhaló el humo—. No necesito una pareja en este camino que decidí vivir. Tú tampoco necesitas una pareja. Maldición, ¿quién nos metió en la cabeza esa repugnante idea del romanticismo? Yo no necesito amor, estoy muy concentrado en mis gratificantes proyectos. ¿Una novia para qué? Yo mismo puedo viajar y disfrutar de la vida, sin compromiso, ni ataduras terrenales... Muchas gracias.

Sebastián se pasó una mano por los largos mechones castaños.

—No todos podemos cumplir nuestros sueños. Algunos nos quedan demasiado grandes. Mi familia... es una colección de sueños rotos. Sacrificamos nuestros sueños por lo que creíamos correcto. Mi primo quería ser uno de los mejores djs del mundo, se la pasaba mezclando y practicando pasos de baile. Era muy bueno, crecí bailando con él. Le fallé... porque lo mataron para robar el equipo que construyó con los años. Supongo... que también me perdí un poco en su funeral. Su trágica muerte... es uno de los motivos por los que decidí usar estos poderes, para—negó con la cabeza y se lamió los labios, dubitativo—... Enfrentar la oscuridad.

Después de la hamburguesa, se pasearon por las estrechas callejuelas, inmersos en un silencio sepulcral bajo la incontenible noche negra de turbulentos nubarrones caóticos. Jonathan no hablaba mucho. Sebastián se hundió en cavilaciones, intentando recordar la sensación del cabello castaño de Jazmín con un asomo de lágrimas en los ojos. Los días habían sido pesados.

Y se volvió a encontrar con ella...

A través de las emisiones de ondas escuchó que habría un tiroteo en la discoteca. Se alistó, encubierto, y entró a uno de los lugares frecuentados por los aniñados de Ciudad Zamora. Había pocos lugares donde divertirse. No había cine... solo bares. Gurú, en el Paseo Meneses, era el más concurrido los fines de semana. El edificio exhibía un extraño techo en forma de cúpula y la música estruendosa brotó del interior junto con luces de neón. Adentro, la música y las luces aturdían junto al almizclado aroma del perfume y el sudor. Las personas se concentraron en una masa revoltosa que vibró con las palpitaciones de las luces. Se quedó solo en las tinieblas, esperando que las estrellas desaparecieran. Pensando en todo lo perdido, en su solitario y trágico camino del héroe. En los sueños, miedos y la casa en llamas consumida por gritos de clemencia. En la sinfonía de vida y muerte. A su nariz llegó un aroma familiar, un rubor y una risita pretenciosa. Descubrió en la pista de baile un cabello rojo como la sangre. Un ímpetu airoso. La mujer de sus sueños y pesadillas. Pudo dislumbrar un destello plateado en su nariz y una figura sinuosa bailando como un desgarbado felino. Caminó a ella, apartando cuerpos. Masas de ruidos y vibraciones magnéticas. Encontró sus ojos con una sonrisa tranquilizadora. La había visto en sueños. La música reventó y todos comenzaron a saltar. Se acercó a través de la música. Se mordió el labio con una sonrisa. Ella se alejó, exhausta, desapareciendo... Se abrió paso a través de la multitud y la encontró en una esquina. Tenía el tatuaje diminuto de una mariposa junto a su ombligo y una rosa espinosa en su hombro. No usaba lentillas y sus ojos diminutos portaban un brillo oscuro. Estrellas negras, perpetuas en el cosmos.

—Tú.

Seguía siendo igual de baja, con la misma sonrisa iridiscente y el rostro pálido. Sebastián estiró un brazo para apartar un mechón rojo de su oreja. Su sonrisa era conspiración, certeza, recuerdo, nostalgia... ¿Esperanza? Tres años es mucho para dos almas separadas que estaban destinadas a estar juntas.

—Estás muy alto.

—Y tú no cambias con los años.

—¿Cómo estás?

—Perfectamente.

—Te ves delgado, y cansado.

Le gustó bastante esa sensación, mirándola fijamente mientras el tiempo le regalaba el fulgor de sus pupilas. Dicen que las estrellas que vemos en el cielo nocturno son fantasmas que murieron muchísimo tiempo atrás... porque la luz tardó tanto tiempo en viajar a nuestros ojos, que ellas simplemente desaparecen. No están allí. Y esos ojos oscuros que lo miraban, luminosos, ¿realmente estaban allí? ¿Seguía existiendo un rastro de amor en su mirada incondicional? Nadie podía saberlo. Las miradas encontradas en algún punto del espacio, viajando por el tiempo a velocidad impredecibles. Si se pudiera detener el tiempo, escogería esa mañana eternamente para conversar junto a Jazmín. Estaba enamorado y era increíble, porque no se creía capaz de volver a sentir tantas cosas maravillosas. Todos esos sentimientos volvían a florecer de los restos podridos que la falta de afecto había destruido.

Escuchó su nombre. Repetidas veces... La chica de cabello rojo se acercó tanto que pudo oler su perfume.

—Reina de Corazones.

Los espectros asustados la contemplaron como si fuera fuego. Y lo era: una llama viva de verano. Ella derretía las estaciones y era capaz de barrer a la humanidad con su sonrisa. La luna se reflejó pálida en su rostro señorial. Un botón de plata sobre terciopelo negro.

—Quería verte.

—Eso fue hace mucho, Jazmín.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Nos tocó crecer, muy rápido. Demasiado...

—Un poco—la chica se acomodó un mechón rebelde detrás de la oreja—. ¿Me odias?

—Sin rencores.

—¿Saldrías conmigo?

La miró, intentando creer en sus mentiras. La Reina de Corazones encogió las mejillas y Sebastián asintió, con un tinte de resentimiento en sus ojos. 

—Pero, he cambiado—le advirtió—. Ya no soy un niño, Jazmín. Ya no puedes lastimarme. Eras la única persona que podía herirme, y lo hiciste. No volveré a dejarte entrar en mi vida completamente. Porque a diferencia de esos hombres con los que estás ahora, yo sí me hubiera quedado contigo. Pero, lo perdiste todo hace mucho.

—El amor cura—dijo en la oscuridad. Convirtiéndose en un ser de tinieblas—. El amor sana cualquier herida. Que gran mentira.

Jonathan se giró, mientras descendían por el malecón con vista al agua turbia en la angostura del río. Las luces cubrían el enorme puente moderno como luciérnagas posadas sobre un arconte de néctar. A lo lejos, imperaba la oscuridad y sus robustas columnas de desasosegante soledad.

—¿Eres virgen?

—No—mintió Sebastián.

—¿Y creés que eso es bueno o... malo?

—No lo sé—se adentraron en una calle abrupta—. Tengo diecinueve, casi veinte, dos años... ejerciendo el rol de justiciero desde que abandoné mi antigua vida—pensó, largamente en los golpes que había recibido y las peleas cruentas—. No es que no quiera hacerlo con una mujer. Sí quiero... de verdad. Tengo muchas ganas de saber qué se siente el placer. Pero, me da miedo. Me aterra que eso me cambié, como a muchos de mis conocidos. Y también... quisiera hacerlo con alguien que me quiera. Es decir, no quiero hacerlo con cualquiera. Mi primera vez, tiene que ser un momento especial, lleno de amor, y... todas esas cosas románticas que dan asco. No lo sé, me siento muy solo en este mundo que se despedaza. Quisiera tener a alguien con quien llorar, y abrazar... mientras cae el último bombardeo nuclear, inminente. Sería lindo, algún día encontrar una persona que, allá en la triste soledad... Te haga pensar que vivir no es tan doloroso—fugaz, detalló la imagen de Jazmín—. Creo que la encontré... Aunque es difícil, porque no soy estable. He llegado a pensar que nadie es capaz de amarme, entenderme y quedarse conmigo... después de mostrarle toda esta locura.

—Siempre quise alguien que se quede junto a mí... después de ver lo desagradable que puedo llegar a ser—Jonathan se detuvo en una esquina y resopló—. No necesitas una chica y no te sientas mal por ello. Hemos sufrido bastante, como para pensar en mujeres y amor... Rompamos ese ciclo de frustración. Te van hacer mierda el corazón y vendrás llorando. Puede que hasta te mates por su mal vivir. El romance murió, y las mujeres de ahora tienen el cerebro podrido: solo piensan en dinero, y en liarse con un hombre para subir su escalón social.

—Yo la amo.

—Se te pasará.

Jonathan era muy amable, pero no entendía sus sentimientos. Llegaron a la plaza con la estatua removida y el pedestal clausurado. Las losas de mármol fueron manchadas con quemaduras. En la radio escuchó que aquello fue vandalismo, pero... estaba seguro de lo que vio. El joven sacerdote arrugó la nariz cuando describió las túnicas escarlatas y los cascos de animales. Bajaron al abismo abierto en medio del sitio histórico como la boca negra de un gigante de piedra. Ante la entrada al mausoleo los asedió una brisa sulfurosa y fría, parecida a el lamento prolongado de un dios pagano.

—Debes tener mucho cuidado al invocar entidades desconocidas—confesó el joven y se quitó el alzacuellos sacerdotal—. Ningún trato con seres oscuros es libre de ataduras y daño colateral—sacó su revólver plateado y verificó las balas en el tambor—. En mi pueblo, hace muchas décadas... Un señor encontró una caja tosca a rebosar con monedas de oro, enterrada en su sembradío. Cuando abrió la caja se le apareció el dueño de las monedas, y dicen... que hizo un pacto para poder gastar ese dinero a cambio de su alma. El demonio le permitiría gozar de fortuna hasta ver casar a su último hijo. Este señor se hizo de propiedades, terrenos y se volvió el más rico de Chivacoa. Tuvo muchos hijos, y cuando estaba por casarse el ultimo, comenzó a enfermar de una extraña afección. Todas las noches llegaba una persona en caballo cuyo rostro no se podía ver. El hombre se arrepintió del pacto y enredó espinas en sus piernas en señal de penitencia hasta sus últimos días, y finalmente... murió después de una cruel agonía. El día de su sepelio, todo el pueblo fue a acompañar a la familia y se apareció una persona de negro con su caballo... rodeando la casa durante la noche del entierro. Después del sepelio, nunca más se volvió a ver a esa persona misteriosa. El hombre no pudo gastarse todas las monedas, y su familia después de tenerlo todo... fueron quedándose sin dinero, debido a las desgracias que sucedieron con los años: accidentes, enfermedades y quiebras—bajó por la escalinata de obsidiana a la negra oscuridad y le lanzó una piedra de fulgor a Sebastián: era ovalada y el material rocoso emitía un brillo efervescente que descubrió las paredes lisas de aquellas catacumbas—. Escúchame bien, Sebastián. Ese poder desconocido debe provenir de una maldición generacional. No puedes bailar con diablos sin recibir tu castigo. Giuseppe Tartini soñó que el mismísimo Satanás tocaba la pieza más hermosa jamás escuchada, y cuando se despertó... trató de recordarla y transcribirla, pero no lo logró. Compuso una obra llamada «El Trino del Diablo», la cual es tan difícil que se dice que se necesita un sexto dedo.Tartini pensó en renunciar a la música porque esta obra, a pesar de ser la más hermosa que había compuesto, la diferencia entre ella y la del diablo era tanta... que le dieron ganas de destruir su violín. «Toma lo que el diablo ofrece... y baila bajo las siete lunas del infierno».

»Niccolò Paganini sí hizo un trato con estos seres. Quería tocar las piezas más hermosas y difíciles de tocar. Independientemente de la veracidad del relato, Paganini compuso piezas cuya armonía requiere exigencia. Otra de las cosas que alimenta la leyenda del pacto, fue su apariencia delgada, casi esquelética, pálida, gran longitud y flexibilidad en sus manos y dedos, además de los testimonios apócrifos de murmullos... que, cuando lo veían tocar, se podía ver una sombra diabólica y se escuchaban los sonidos retorcidos de insectos nocturnos.

Caminaron en línea recta por un túnel ancho de techo bajo y húmedo. Parecía que recorrían el estómago de una inmensa serpiente petrificada. Las paredes rugosas exhibían pasajes desconocidos y canciones de tiempos remotos cuando la luna y las estrellas eran distintas en la conjunción del cielo nocturno. La antigüedad de aquel túnel parecía anterior a la fundación de la ciudad, o mucho más vieja que el descubrimiento de las Américas. Los frescos de las paredes fueron borrados hace muchos evos, y se encontraron con una estatua humanoide del tamaño de un hombre diminuto con semejanza a un cocodrilo. Sebastián escuchó a Jonathan divagar sobre pactos con entidades, rituales y cultos, hasta llegar al dorado portón cerrado que impedía el acceso a la cámara  secreta. 

El portón se alzó, bloqueando el túnel con un resplandor cobrizo de largos barrotes y un enorme cerrojo circular de enredados glifos y dibujos pictóricos. Aquello puerta no era tan antigua como el resto de la catacumba: parecía erigida una doscientos años atrás por artesanos diestros y cerrajeros expertos. Los que encerraron las tinieblas al otro lado de la puerta, no querían que ascendieran los seres aprisionados en ese inframundo cavernoso. Quién sabe que maleficios yacían sepultados detrás del portal. Sebastián intentó arrancar el pesado portón de sus clavijas, pero el metal no era magnético.

Jonathan desfilo frente a la cancela y reparó largo rato en el cerrojo caleidoscópico del tamaño de una rueda. Las siete llaves menores que contenía el anillo mayor giraban en surcos sinuosos. Vio ciclos, llaves, símbolos y tres anillos. En el centro del cerrojo figuró un símbolo triangular con tres flechas en llamas.

—El Speculum Veritatis—el joven se señaló el pecho con el pulgar—. «El Espejo de la Verdad». Lo llevo tatuado sobre el corazón con tinta rojiza. Es un símbolo químico de protección contra las fuerzas oscuras: «El Rey Rojo». Donde el azufre protege del mal según los filósofos. El maestro cuenta el «mito de la caverna», y aquella angustiosa suposición de que no vemos las cosas como realmente son, y la esperanzadora idea de que hay un sol hacía el cual podamos caminar para poder verlas en su verdadera dimensión. Haciendo cierto esoterismo a este símbolo, el tríangulo representa al azufre y el fuego, el principio masculino, a Dios mismo y al principio espiritual, refiriendo la llama interna al fuego espiritual... Como el corazón de cristo en llamas.

Jonathan acarició el símbolo con los dedos y movió las cuatro llaves mayores de símbolos arcanos en el cerrojo principal, del anillo central.

—Estas cuatro llaves representan los cuatro elementos: fuego, agua, tierra y aíre—movió los triángulos distintos en ciertas direcciones hasta que el cerrojo principal emitió un chirrido. Jonathan sonrió, lobuno—. La Alquimia solía ser un arte sacrílego, relegado a los ocultistas. Debido a las persecuciones, los sabios desarrollaron un lenguaje códice para esconder sus tratados e investigaciones lejos de la hoguera. Los símbolos solían fundarse en la transformación de fórmulas matemáticas en signos geométricos, llamados sellos. La alquimia se basa en tres principios: el mercurio o principio de fluidez, la sal con sus propiedades terreas y el azufre con sus propiedades favorecedora de la combustión—recorrió las siete llaves menores con las yemas de los dedos—. Los siete metales conocidos del mundo antiguo, manejados por los siete cuerpos celestes—movió una llave con un círculo y un punto en medio—El símbolo del oro y el Sol—desplazó una luna pequeña hasta que calzó en el anillo—. La luna, es la plata. El cobre es Venus, representada con el símbolo de la feminidad. El hierro es Marte, símbolo de la masculinidad. El Estaño es Júpiter. El mercurio representa el planeta más cerca del sol. El plomo es Saturno—las llaves fueron ubicadas en la posición correspondiente a la alineación estelar del sistema solar. El cerrojo emitió un crujido metálico y se abrió—. Los planetas Urano, Neptuno y el planeta enano Plutón... fueron descubiertos en tiempos modernos y no forman parte de la tradición. Algunos alquimistas modernos, creen adecuado los símbolos de estos planetas para representar los metales radiactivos uranio, neptunio y plutonio.

El portón se abrió ante los horrores escondidos en el túnel y contemplaron la pestilencia en la oscuridad insondable. Se adentraron en las paredes oscuras, pletóricas de grabados en cinceles y símbolos geométricos. Jonathan explicó que la pictografía típica de los masones pulula en las catacumbas secretas, y que el portal fue obra suya para contener los males de la tierra. Se adentraron en bifurcaciones descendentes y escalinatas esculpidas en el macizo de las entrañas abismales. La luz de la piedra arrojó fulgor azulado y enfermizo sobre las grietas que la humedad socavó en las paredes lisas, formadas por sendos ladrillos aglutinados. El limo oscuro y azulado cubría cada superficie con una gruesa película de porquería en el hermético laberinto pétreo. El aire era pesado y miasmático, por los años de viciado encierro, y las sombras poblaron el abismo con engendros y crías híbridas. 

El túnel estrecho se ensanchó y profanaron una cámara aislada, habitada por extraños obeliscos ciclópeos, deformados e irreconciliables por la erosión. Bajo el limo azul y el fango negro... divisaron un sendero que sobresalía por encima de las losas rectangulares y unía los monolitos en una singular estrella de siete puntas. Aquello no parecía obra de los masones, más bien... la antigüedad de aquella cripta era remota a tiempos donde la historia perdía significado.

Sebastián levantó la piedra brillante ante la inmensidad del cielo, pero los tentáculos de niebla negra no retrocedieron ante el techo sin fin. El misterio de la cámara era indescifrable... y contemplaron, inexpresivos, los caracteres acentuados cincelados en los monolitos. La historia que contaban esas palabras era... desconocida y fascinante. Le pareció vislumbrar una fila de figuras altas portando extraños látigos, ahuyentando lo que parecían ser reptiles antropomorfos. Vio una criatura demoníaca: un espectro quimérico de varias cabezas, alas membranosas, agallas, cola de serpiente y pelaje de mamífero carnívoro. Los cometas tallados en la piedra le parecieron extraños...

Debían existir seres decrépitos por el aislamiento y la oscuridad en las sombras tenebrosas que los rodeaban. Le pareció escuchar un zumbido amortiguado por la piedra... y se adentraron en un pasadizo enmarcada por dintel y pilares en forma de serpiente cornuda. Sus pisadas fueron sofocadas por la alfombra de limo carnoso y aquel pasadizo sinuoso los condujo hasta uno de los terrores del pasado... enterrado por el tiempo y el olvido.


Sebastián era un hombre de ciencia, y su primera impresión... fueron las ruinas tétricas, abundantes, angulosas y ciclópeas de una necrópolis subterránea sepultada por el fango espeso. Los chapiteles de las construcciones antiguas sobresalían de la ciénaga grisácea. Los pilares derruidos, techumbres de piedra, monolitos y estatuas eran ahogadas por el hediondo caldo, del cual, solo el desecado podría atisbar la verdad de los horrores y las maravillas de aquella polis sumergida en el olvido. El techo abovedado era alto y se perdía en la inmensidad. Las ruinas antediluvianas formaron un círculo de varias leguas llaneras, cuyo centro era una edificación piramidal de cúspide rematada con la escultura de pórfido, de un ser serpentín, de proporciones gigantescas.

La estatua inquisitiva de la inmensa serpiente emergió su cabeza angulosa de la ciénaga, cubierta de musgo y limo. Aquella deidad adorada en épocas desconocidas por los ausentes habitantes de la ciudad de piedra, los escudriñó con pequeños ojos muertos, que refulgían con un misterioso brillo rojizo, envolviendo sus mentes con un llamado hipnótico. 

Sebastián salió del trance de pensamientos rápidamente, al recobrar la realidad de súbito. Creyó que descendería a las aguas desconocidas de la cienega para encontrarse con los seres misteriosos atrapados en su inframundo. Pero, Jonathan se sumergió en el brillo rojizo de los ojos de la deidad y llevó, inconsciente, el cañón del revólver a su cabeza... No fue hasta después de un zarandeo, que consiguió egresar de la ensoñación purulenta en las dos estrellas de sangre.

Sebastián miró con detenimiento la cienega y el chapitel de una especie de torreón rectangular. Un ser desconocido se removió en la porquería, y le pareció descubrir un alargado y negro gusano... que desapareció en la viscosidad.

—Esto debe ser reportado a Trinidad—proclamó Jonathan y retrocedió—. Ha dado vida a los males sumergidos. ¿No puedes sentirlos, Sebastián? Ellos no saben que están muertos y siguen atrapados en las ruinas, mortificados por el poder maldito... escondido en aquellas páginas. 

Sebastián frunció los labios, extrañado. El magnetismo de las catacumbas no ejercía presión sobre él, a pesar de vivir sobre las ruinas... nunca había recibido el llamado que muchos otros dijeron percibir en sus sueños efímeros. Las personas creyentes sí eran influenciados por la entidad desconocida... y atraídos hasta las cavidades del río para encontrarse con horrores voraces.

Se alejaron de la necrópolis pestilente por el adarve de la alta muralla y escucharon un chapoteo acuoso. A lo lejos, contra toda impresión de la ausencia de vida en la cienega... vieron emerger una diminuta criatura viscosa parecida a un enano escamoso. La forma de su cabeza era similar a la de un cocodrilo, era delgado y pálido como lagartijo... y sus ojos eran de un mostaza enfermizo. El ser antropomorfo dio un par de pasos con sus piernas atrofiadas y cayó en un charco, abriendo y cerrando sus zarpas parecidas a manos...

Ambos se acercaron con temor y el ser tembló, respirando con dificultad. La inanición y la pésima vida lo deformaron a un engendro viscoso. El ser realizó un último esfuerzo por respirar y exhaló... seguido de un sordo gemido de dolor. Al acercarse más, notaron la flacidez de su piel y la purulencia bajo sus escamas... estaba cubierto de picaduras ponzoñosas y de ellas, para horror y retorcijones, se encontraron con millares de pequeñas huevas de larvas y manaron diminutos gusanos negros tan y largos como cabellos... En cantidades aterradoras.

Escuchó un zumbido de insecto.

Jonathan retrocedió y tomó a Sebastián del brazo con el rostro lívido. 

—¡Zánganos de Belcebú!—Las larvas negras se retorcieron, y crecieron en tamaño... desprendiendo un aroma azufrado y el cascarón con un chasquido infernal—. ¡Mierda! ¡No dejes que te claven sus aguijones, o inyectará huevas bajo tu piel que comerán tu carne!—Los insectos extendieron sus alas violáceas y las batieron, con zumbidos terribles... Jonathan buscó una canica ojo de gato atada en su muñeca y la encerró en su puño. La nube de avispas se levantó en enjambre y los rodeó con miles de pesadillas sangrientas...


Sebastián extendió, aterrado, un campo magnético a su alrededor, tan potente, que la pistola y los utensilios de metal que llevaban consigo se pegaron a su cuerpo. Las avispas enloquecieron ante la interrupción de sus sentidos y volaron en desbandada, aturdidas.

—¡Son insectos mágicos!—Jonathan se pegó a su espalda y buscó en su jersey negro un cristal rojizo del tamaño de un meñique. La tormenta de zumbidos se alzó con nerviosismo. El mundo desapareció, horripilante, entre cientos de patitas negras, y alas violetas—. ¡La reina deposita una crisálida de quintaesencia en el cuerpo del anfitrión, en una alimentación parasitaria de  sangre! 

Jonathan le pidió tomar su mano con la canica y Sebastián no dudo: agarró su mano tosca, firmemente, de manera que ambos sostuvieron la esfera de vidrio. Los zánganos se lanzaron sobre ellos con los aguijones rezumando veneno y... los envolvían con terror. Sebastián sintió pánico, respiró con desesperación... y no sintió ninguna picadura. El enjambre los asedió por un tiempo impensable, pero como una protección divina... no podían tocarlos. 

La nube retrocedió y las avispas enloquecidas en su furia africana envolvieron una figura sangrienta posada sobre un chapitel como un demonio en penitencia. El yelmo plateado de zorro era rodeado por avispas y la túnica escarlata vibró con aquellos insectos escondidos bajo la tela. 

—Jonathan—dijo el Zorro de Plata con voz estridente—. Maldito traidor, el mundo es realmente interesante. 

—Macías Cedeño—Jonathan esgrimió el cristal rojo de cuarzo iridiscente—. ¡Han pasado años desde que te corté esa mano! ¡Me dieron mucho dinero por la crisálida! ¡Me llevaré también la otra que te implantaron!

—¡Maldito!

El mago levantó su única mano y los zánganos demoníacos formaron un cúmulo espeso de materia viva. Jonathan aflojó el agarre y creyó que aquella masa de insectos lo devoraría, dejando sus huesos descarnados. El joven pelinegro levantó la joya con un conjuro.

—Una casa estalla en llamas a mitad de la noche—pronunció con voz profunda.

La joya y sus ojos brillaron con fulgor sulfuroso. A su nariz llegó la humareda de canela en brasas y emitió un chisporroteo. Jonathan dibujó una línea de fuego en el aire como si la joya fuese un pincel de flamas... y trazó un remolino. La joya brilló y desapareció en su puño al liberar la energía contenida. El calor se liberó de golpe en una explosión dorada. El zarcillo de fuego rojo formó una llamarada poderosa que envolvió el enjambre de insectos, al mago y el chapitel en un torrente. Lamiendo con aros de llamas doradas la superficie de la ciénaga hirviente y las techumbres tostadas. 




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