Capítulo 6. El Jardín de los Lamentos

 Capítulo 6: La Piedra de los Sonetistas.

—Lo siento, Sebastián—Jazmín se levantó de la cama, después de hacer el amor. Su cuerpo desnudo era pálido y voluptuoso—. Tienes que irte.

—Toca mi corazón, Reina de Corazones. Siéntelo... Descúbrelo—llevó las manos de la chica a su pecho huesudo—. Tómalo y hazlo tuyo: está roto. Tú lo rompiste en mil pedazos, pero también puedes repararlo... si eres paciente. Por favor, nunca te vayas. Mi pobre alma no soportaría lo mismo dos veces. 

—Sebastián—la chica parecía triste y sus ojillos negros formaron una pirámide—. No quiero hacerte daño.

—Te permito destruirme, si de esa forma puedo aliviar tu dolor.

Jazmín se sentó en la cama, junto suyo, y acarició el moretón en su mejilla.

—Esto fue mi culpa, Sebastián—dijo, cabizbaja. El sudor caía sobre sus senos sonrosados—. No debí volverme a involucrar contigo. Yo te quiero, Sebastián... y es lindo que volvamos a estar juntos. Pero, amo con mucha fuerza a Miguel. Lo amo más que a nadie, porque me hace sentir emociones fuertes. Siento que nunca volveré a amar a un hombre con la misma intensidad. Fuiste muy bueno conmigo, pero es hora de terminar con algo... que nunca debió empezar. Sebastián, yo te amaba cuando éramos más jóvenes—desvió la mirada y supo que mentía—. Estuve enamorada, pero me fallaste. Lo siento, no... volveré a confiar nunca más en ti. Las heridas que me dejaste me volvieron la persona que soy. 

—Entiendo—sonrió, conteniendo las ganas de llorar—. ¿Esta es la última vez que nos vemos?

—Sí.

Jazmín lo abrazó y sintió la suavidad de sus senos contra sus costillas. Sebastián tomó el rostro de la chica en sus manos y la besó por última vez. ¿Así se sentía el adiós para siempre? Fue el beso más largo de su vida y maldijo el segundo que terminó. Se vistió en silencio, reprimiendo las ganas de llorar. Los hombres no lloran, se recordó para mantenerme cuerdo.

—Ay, Sebastián.

—¿Por qué te vas con él?—El joven se limpió las lágrimas—. ¿Es por qué tiene padres ricos? ¿Por la comodidad?

—Miguel... puede darme muchas cosas.

—Entiendo, entonces... ¿Se trata de lo material?—Se señaló el pecho—. ¿Y qué pasa con lo que se esconde aquí?

—Adiós, amor de mi vida—susurró Jazmín escondiendo el rostro—. Eres un buen chico... y no quiero perderte.

—No voy a dejar de luchar por ti, ¿me oíste?—No pudo contener las lágrimas—. No me cansaré de intentarlo, hasta que seas mía. Quemaré el mundo entero si te pierdo: no quedará nada. Voy a pelear hasta la última batalla por recuperarte. Porque hay cosas en la vida por las que rendirse... y otras, por las que luchar hasta la muerte. Tú vales la pena. Te lo juro por mi alma.

Cuando salió del edificio, vio una ostentosa camioneta estacionada en la acera. Una imponente máquina que debía ser muy costosa... Sebastián escondió las manos en los bolsillos y se perdió en las callejuelas para despejar la mente. Había renunciado a la vida del Justiciero, desde que consiguió escapar de la Cumbre Escarlata. Apagó la radio y sus incesantes tragedias acaecidas por la desaparición del héroe nocturno. Consiguió trabajo en un local comercial, comía mucho mejor, dormía más y tenía en mente estudiar alguna carrera de administración o educación. No soñaba con carros lujosos, ni banquetes de gula, mansiones estrafalarias, mujeres lujuriosas o montañas de dinero... solo quería vivir sin preocupaciones, teniendo suficiente amor, plenitud y libertad.

A veces soñaba que recorría la ciudad subterránea junto al espectro de Jonathan, y los ojos rojos de la serpiente lo llamaban. Se volvió frecuente pasear por el malecón y otear la corriente turbia del río Orinoco. Dejó de utilizar los poderes magnéticos y las visiones de la estrella pulsante cesaron, en un abatimiento aletargado de las profundidades de su cerebro. A pesar de todo, no estaba tranquilo... y las palabras del joven sacerdote resonaban en las bragas de su mente como señales de humo.

—No fue tu culpa.

Se sentía terriblemente solo en su casucha y... los fantasmas en las esquinas se retorcían con voces sepulcrales. Quería llorar. 

—No—Sebastián se sentó en una banca—. Sí fue mi culpa, Richi. Alejé a todas las personas importantes en mi vida. Ellos... no quieren estar conmigo.

—No es tu culpa, Sebastián—aquella mano era cálida. La sentía esparciendo tentáculos calientes sobre su hombro—. Las personas son pasajeras. Debes aprender a soltar y no te tortures, pensando en el pasado. Respira, siéntelo, aprende de ello y déjalo atrás. Herir a los demás nos hace sensibles. Ser heridos nos enseña a valorar. Eres muy fuerte... Sebastián. No eres el Rey de los Cobardes. Eres valiente por amar a alguien tantos años.

—Richi—se giró y encontró el vacío. La mano fantasma desapareció—. No te vayas...

La casa ardía con flamas naranjas tan altas como torreones, y vomitó a borbotones humo negro y gritos. Sebastián recorrió aquella calle de losas grises y tiendas lúgubres. Pensó en Jazmín, y en las estupideces que estaba cometiendo y que Jonathan le había dicho que pasarían. ¿Cómo funcionaba este mundo? No sabía lo que sentía, o qué impulsaba tales actos... Era bastante enredado. Quizás renunciar a las relaciones humanas sería lo más cuerdo para personas como él... En algún lugar del universo, devorando constelaciones, la Esencia Divina del Origen se extinguía dejando el vacío absoluto. Un futuro sombrío para personas peculiares. La estrella agonizante era envuelta por aquellas tinieblas. La entidad de luz emitía pulsos magnéticos a través del tiempo y el espacio... y desaparecía en un hilo de silencio perpetuo.

«Me quedé junto a ti, porque mi egoísmo no quería perderte».

Sebastián golpeó aquel portón de madera con la argolla envejecida y esperó pacientemente, detallando el relieve tosco de las puertas astilladas y el cerrojo de metal. Le parecía que aquella puerta era extrañamente dura y caliente al tacto... Escuchó los cerrojos abrirse y una cadena crujir. El edificio rectangular de color nacarado no tenía ventanas, y no sabía que atrocidades podrían esconderse en las gruesas murallas. El recibidor de pórfido poseía un techo anguloso y raso, sostenido por pilares circulares con formas sinuosas de serpientes cruzadas. Una antigüedad inmemorial precedía de las esquinas y los bordes afilados, donde la hiedra de la estación escaló, parasitaria, sobre el edificio viviente. 

Sebastián llevaba la gastada chaqueta negra de su difamado oficio, pantalones rotos de mezclilla y zapatillas de gamuza.

Las puertas se abrieron con estrépito y un frío espectral emergió de aquella oscuridad membranosa. La sombra robusta y tosca de Jeremías Rivera apareció con el rostro lívido, desprovisto de emociones. Lo miró, los ojos estúpidos y sin brillo le dedicaron un pronunciado desasosiego.  Los labios simiescos del hombre se fruncieron en un rictus de terror cuando la voz de la mujer anunció un llamado.

Sebastián entró en aquel palacio abovedado de paredes, pilares y techumbre pálida... le parecía distinguir sobre pedestales, unos jarrones cerúleos cubiertos de extraños glifos, llenos de gritos. Al cerrar la puerta, notó la colección de sigilos mágicos dibujados en el marco interior y la madera del portal. Aquel recinto espacioso de losas de mármol era iluminado por telarañas de cristal colgantes. El recibidor rectangular eta tapizado por extraños retratos al oleo de bestias monstruosas fornicando con mujeres voluptuosas en bosquetes siniestros y lagos cristalinos. Se preguntó la antigüedad de aquellas pinturas, y leyó el nombre «Escamilla», en varias de ellas con letras míticas parecidas a glifos afilados. Una estatua de pórfido se alzó en un rincón sobre un pedestal de ónice: era un hombre lóbrego con ojos de jaspe que vestía capa, armadura sencilla, y uno de sus brazos era de color plateado con el puño en un mandoble envainado. El bajorrelieve de la estatua era tal que se exhibían las cicatrices del cuello, el espeso cabello, y la emoción escondida en aquel héroe muerto. Una inscripción dorada relucía en un idioma desconocido, y... al pie pudo leer el título del Sonetista: «Gerard Courbet, el Hijo de la Sal».

Sebastián intentó leer la inscripción, pero no podía describir las sílabas musicales entretejiendo aquella leyenda.

—«Te amaré hasta que los mares se sequen, y sobre sus restos salados... Perduren, nuestras almas eternas»—leyó Sena Fonseca con una sonrisita, y lo estudió con sus ojos de acuarela. Llevaba un vestido celeste de brocado plateado con lunas y estrellas, sus zapatillas eran plomizas y tejidas con nudos que le llegaban a las rodillas. Llevaba pulseras de oro y anillos en los brazos desnudos y, un relicario con forma de sol; plata y granates—. ¿Quisieras ir al Valle de Sales? De allí procede Courbet y su leyenda, allí, la Piedra de los Sonetistas presta su juramento ante los sesenta y seis nombres de aquellas almas que lucharon hasta la muerte, para proteger la Isla Esperanza. Nuestro héroe fue un mago negro retorcido, que consumó canciones trascendentales como... la Canción de Medianoche de Niccolo y Mia, o las Baladas del Anochecer que narraron tragedias póstumas—los ojos de la mujer lanzaron destellos dorados, recitando los pensamientos del mago ilustre—. «El día que muera, querido Brosse... De mi cuerpo contaminado nacerán rosas negras, para que las ames». Hace algunos años, una especie desconocida de zarzal invadió el valle y florecieron rosas azabache... tan hermosas y tristes, como la historia del Hijo de la Sal.

—¿En dónde se encuentra la Isla Esperanza?

—Lejos—recitó la Sonetista—. Alejada remotamente de cualquier puerto conocido... «Vivamos juntos, eternamente enamorados, en esta isla sin esperanza». ¿Nunca has escuchado la canción que Gerard Courbet le compuso a Mariann Louvre? Es... tan hermosa y triste que haría llorar a los músicos de todo el mundo. Para llegar, el Rey Exiliado dividió el mar y la procesión de familias deportadas de la Ciudad Eterna, caminó y yació en la Isla Esperanza... para cumplir el sueño de redención de los Sisley. El coral espinoso es peligroso para las embarcaciones foráneas y los vigilantes de piedra impiden que los monstruos marinos, habitantes de las aguas abismales... salgan a la superficie para diezmar la población autóctona.

—Sé cómo llegar a las Catacumbas.

—Ay, Sebastián Landaeta... el desgraciado Justiciero de una ciudad condenada a la perversión.

—Se llevaron a Jonathan...

—No sabes cómo funciona este mundo—Sena se soltó la trenza, dejando caer una espesa melena rubia sobre sus hombros desnudos. Era una cabeza más pequeña que él, pero la forma en cómo se movía, sin emitir sonido... era aterradora—. La Corte de Magiares tiene mil ojos y manos en el mundo... tejido a tu alrededor con fantasías. Jonathan es solo otro gentil en esta sociedad cruel y despiadada. No pertenece a ningún lugar, por lo tanto; no tiene valor. Morirá a manos de la Cumbre Escarlata después de sufrir una agonía pletórica: le extraerán cada pensamiento con sus sádicos mortificadores, hasta que quedé tan vacío... como Jeremías. 

Sebastián tragó saliva y miró de reojo al hombre parado como un zombie en la esquina del recibidor. Mirando con ojos estúpidos la pintura de una mujer desnuda, y abriendo y cerrando los dedos de las manos. Le parecía escuchar un murmullo gutural...

—Hagamos un trato.

Sena dejó escapar una risita.

—No hagas tratos con magos. Es preferible un pacto con el diablo a una deuda con los Sonetistas.

—Iré contigo a la Isla Esperanza—Sebastián sabía que al momento que entró a aquel edificio, no encontraría salida. Si miraba para atrás, la oscuridad lo devoraría—. Mi única cláusula es que Jonathan Jiménez salga impune de las catacumbas.

—Podría estar muerto...

—En ese caso... no habrá trato.

Sena caminó en dirección al fondo del recibidor y Sebastián la siguió. Las dimensiones internas del edificio no concordaban con el tamaño exterior... y las amplias habitaciones dieron espacio a una cámara bastante fría, donde varios cristales se apilaban en un armario empotrado de madera oscura. Aquella cámara sin ventanas, poseía una única entrada y las repisas de cristales de todos los tamaños y especies pulularon a la vista. Los cristales coloridos emitían destellos... y murmullos de pensamientos en sus sostenedores metálicos. Sena tomó uno con los dedos pálidos, y se lamió los labios.

—Toma esto—el pequeño cristal era amarillo y dentro... se removían recuerdos encerrados. Aquel era un orgasmo—. Estos cristales de memoria almacenan recuerdos despojados de mentes humanas. Al tacto, son capaces de transmitir sensaciones y recuerdos. Muchos utilizan los cristales para legar confesiones, juramentos y enseñanzas. Los jóvenes de la isla se vuelven adictos al conocimiento e, insensibles al mundo real... tras una exposición prolongada. Te recomiendo que sueltes ese pequeño «orgasmo», antes que te orines encima—le prestó el sostenedor y ella cogió el cristal. Al tomarlo, la mujer frunció los labios y sus ojos brillaron de éxtasis—. Este orgasmo es mío. Jonathan me permitió escarbar en su mente con mi rudimentario Misticismo Mental, y obtuve recuerdos importantes que la Corte de Magiares destruiría si conociera su existencia—buscó una cajita de madera y extrajo un cristal añil con forma de garfio—. Sumergirte en la mente del prójimo es un vínculo más íntimo y profundo, que el mero acto sexual. Él confió en mí, y abrió los cerrojos... para que yo conociera en intimidad su profunda tristeza y desesperación. He visto sus miedos y los horrores a los que se ha enfrentado. Lo he amado, y lo he destrozado como solo yo puedo hacerlo. Capturé su historia en un segundo.

Sebastián sujetó el cristal de memoria y... la habitación pálida desapareció con un huracán de oscuridad. Respiró el olor aceitoso de un pantano cercano y los árboles oscuros se alzaron sobre el cielo negro y las lomas amuralladas. Vio a un joven Jonathan vestido de negro, cubierto de barro y esgrimiendo un crucifijo contra la oscuridad. No podía ver aquellos seres invisibles removerse en la penumbra translúcida, pero sus formas salvajes danzaron como las crestas de las olas. Un hombre alto y macilento era asediado por corrientes de aire desconocido y la quebrada de agua que se extendía a sus pies hervía terriblemente...

Jonathan gritó cuando su camisa se desgarró en jirones por garras invisibles y la brisa violenta le levantó el cabello. Debía estar entonando el padrenuestro en un latín inconexo... El remolino de nubes cobró vida y descendió con zarcillos demoníacos. El hombre sostenía una biblia antigua y leía pasajes en un idioma mucho más antiguo que el latín... La brisa lo mojó y lo golpeó, pero se mantuvo de pie a grandes voces y condenó a la legión de entidades, plaga de las montañas encantadas en una infestación aterradora. La fuerza arremetía con violencia y la lluvia comenzó a caer sobre ellos a medida que los seres incorpóreos los empujaron y desgarraron sus ropajes. 

Jonathan gritó de dolor, y tres arañazos profundos cortaron su espalda.

La escena se cortó abruptamente y vio por un fugaz momento a la oscuridad, crecer en profundidad y densidad... y materializó un bruma viviente de humo negro. La entidad se lanzó sobre el hombre de la biblia y lo envolvió. La siguiente escena, emergió como un huracán de lodazal y agujas pálidas... El padre de Jonathan estaba de rodillas ante su hijo y lloraba con los ojos completamente negros.

Jonathan sostenía el cañón del revólver contra la frente del hombre, y lloraba en espasmos.

El hombre abría y cerraba la boca, hablando con una voz silenciada por el recuerdo. Las marcas de zarpas caóticas en su piel sangraron. Jonathan asentía, quitando el seguro del arma y... Sebastián fue arrancado del recuerdo. Hasta allí llegaron los pensamiento almacenados en el cristal de euforia. Egresó a la habitación con aturdimiento.

Sena le quitó el cristal y lo guardó en su colección de recuerdos.

—Jonathan entró en contacto con una entidad desconocida, que va más allá de nuestra comprensión metafísica—la mujer frunció los labios—. Los demonios y los ángeles no pueden materializarse en este mundo. Este... ser maligno, va más allá que nuestra compresión,  y su poder es de tal magnitud... que pudo borrar los recuerdos enterrados del joven. Tengo mis teorías, pero lo pronunciado en esa conversación, en aquel punto energético... podría destruir nuestra veracidad del alma individual, de Dios y de la Esencia Divina. ¿Existen otros dioses superpuestos en planos opuestos? ¿Es el alma un espectro individual y único, o solo una gota de agua en la corriente espiritual de la existencia? ¿Entidades inexistentes e independientes al Origen?—La mujer rebuscó una joya negra escondida en otra caja de madera con cerrojo de oro—. Este recuerdo es mío. No sabemos si existan seres antiguos al surgimiento de la Esencia Divina del Todo en el principio de causalidad que trajo consigo el Origen Primordial. Podrían existir infinitas versiones nuestras en susodichos universos posibles, majestuosos y horripilantes de... seres ultraterranos. 

La mujer desenfundó una larga varita de espino con mango de marfil y le dio un golpe al cristal oscuro. La habitación perdió coloración y las paredes lisas fueron reemplazadas por tablas de caña, del techo colgó una bombilla y el suelo liso se fundió en tablas empolvadas. Las estanterías se convirtieron en mesones repletos de cacerolas, utensilios e instrumentos. Vio un hornillo de gas, varias sillas destrozadas, una mesa volcada y las repisas venidas abajo con la colección de libros y baratijas artesanales. 

Sena Fonseca se veía más joven en el recuerdo; el jersey negro, el cabello claro recogido y una inocencia desmesurada en sus párpados. A su lado, estaba un joven con un jersey del mismo color y la varita tensa en una mano. Reconoció el nombre Pedro Corne d'Or en su semblante, el hombre tenía una horrenda cicatriz en la mejilla.

Una mujer anciana de turbante y vestido morados, estaba en el suelo. El collar de piedras negras en su cuello resultó extrañamente familiar... El pequeño lugar le resultaba incómodo, y las sensaciones que sentía la mujer le eran transmitidas por un camino invisible de pensamiento.

—Habla, bruja—dijo una mujer de rostro severo, cabello negro y ojos de colores dispares. Permanecía sentada en un silla de madera. Vestía un elegante traje negro, camisa blanca, corbata morada y zapatillas relucientes. Era delgada y espigada, de nariz aguileña y rostro anguloso. Una gruesa cicatriz de quemadura se extendía desde su cuello hasta el mentón afilado—. ¿Dónde está el libro que encontraron en la mina abandonada? 

Sebastián se estremeció ante la profundidad y ensoñación de aquella voz. Verónica Flambée cruzó sus largos dedos... todo en ella era largo y menudo. La mujer debía medir más de dos metros, porque sentada era bastante intimidante. Tenía un ojo azul y otro verde...

—¡Lo quemé!—Gritó la anciana pitonisa con acento elocuente. No hablaba francés, pero la mente de Sena traducía las palabras—. ¡Creímos que sus letras escondían las claves del dinero, la fama y el poder! ¡Las escrituras de ese libro trajeron plagas a nuestro pueblo! ¡Los que leyeron esos textos se enfermaron y murieron! ¡Los pocos que atisbaron sus páginas contaron sobre profecías, palabras sin sentido y conversaciones que el autor tuvo con espíritus indescriptibles! ¡Muchos enloquecieron por las voces... al punto de suicidarse!

Verónica asintió y respiró suavemente. Sus ojos dispares eran capaces de sondear en las mentes complejas y extraer información. Notó que hablaba bastante bajo, pero sus palabras hacían callar.

—¿Por qué difundiste la traducción de Cagliostro, y causaste todas esas muertes?

—¡Es el libro!—La mujer palideció—. ¡El llamado a difundir su mensaje es irresistible! ¡Yo sabía que solo podía leerlo siendo protegida por el espíritu! ¡Cuando posaba mis ojos en las líneas traducidas al latín, podía sentir las miradas de los condenados posadas en mí... desde las sombras! ¡Pero, esos jóvenes me lo robaron y enloquecieron hasta arrancarse los ojos y enjuagarse la boca con cloro! ¡He soñado con valles ardientes de azufre y la danza de los diablos al darse festines de carne! ¡Un sol rojo y un océano de sangre! ¡Las fuerzas oscuras y las profecías invocadas por aquellas escrituras corrompieron a los sabios!—La mujer saltó del suelo y se lanzó a la cocina para empuñar un cuchillo afilado. Pedro sacó la varita, pero Verónica lo detuvo con una mirada—. ¡Luzbel se inclina temeroso! ¡La alta jerarquía demoníaca en nombre de la creación magnífica de Lucifer, el mismo Behemot! ¡Leviatán teme la audacia de sus palabras...! ¡Leviatán es el mismo Satán, ángel sabio y audaz que se rebeló contra Dios! ¡Veo sus tenazas repugnantes destrozando al monstruo de coraza impenetrable! ¡Ejerciendo voluntad y dominio sobre su pensamiento!—La mujer apuntó con el cuchillo a Verónica—. ¡El Demonio dijo que no pertenecía a la Creación! ¡Me lo ha revelado en ese libro que contiene la copa de las abominaciones! ¡Su cabeza es una aberración y no alberga nombre en su Origen Extinto! ¡Posee el libro primordial de los insectos nocturnos con el poder para doblegar entidades! ¡La llegada del devorador es inevitable y este mundo desaparecerá en la oscuridad! ¡Él se alimenta de la Esencia Divina del Todo!

La bruja se abrió la garganta con el cuchillo y el recuerdo se esfumó... Sena Fonseca lo empujó y Sebastián cayó como un plomo en el suelo pálido. Se sentía pesado y adolorido. El revoltijo de pensamientos y palabras que Jonathan dejó grabadas en su mente adquirieron sentido, y lo perdieron a la vez.

—¿Qué es el Libro de los Grillos?

La sonrisa de Sena se ensanchó aún más... 

—Asdrúbal Corn d'Or encontró una copia en una caverna, en la que se dice, moraban entidades sobrenaturales. Aquel mago se convirtió en Azazel el Loco, e inculcó un numeroso círculo de magos negros en el Caoísmo... antes de quedarse ciego y desaparecer. El Culto del Sol Negro lo buscó, al igual que el Culto del Gran Devorador y la Cumbre Escarlata... y, muchos magos perdieron la cordura al encontrar el poder. El llamado de los insectos a la medianoche. Jeremías Fonseca lo poseyó, y... 




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