Reporte
Blanco anexo a los acontecimientos precipitados tras la investigaciĂłn del
extraño cĂłnclave satanista establecido en los lĂmites de la sierra. El agente
Salvador GarcĂa y mi persona, el agente Pablo Alvarez, sentimos la obligaciĂłn
de reportar los horribles sucesos acontecidos los Ăşltimos dĂas de sopor. El
entrenamiento de la fundaciĂłn nos capacitĂł para lidiar con los estragos y
conflictos mentales que el lidiar con contravenciones naturales ocasiona en el
cerebro humano... pero, por orden de mi superior, me remito ante la obligaciĂłn
de intentar transcribir el horror inenarrable que provocĂł un estado deplorable
de crisis nerviosa, por el cual solicito una baja temporal para cavilar sobre
los innumerables misterios del mundo.
A
la DivisiĂłn de NeutralizaciĂłn se nos encargĂł la jurisdicciĂłn de un caso
alarmante en un suburbio rural de Ciudad Zamora. Como agentes disciplinados por
la FundaciĂłn Trinidad para enfrentar los terrores desconocidos que pululan en
los arcanos humanos... nos autorizaron la requisiciĂłn e investigaciĂłn de una
secta ocultista, adoradores de una extraña criatura resguardada en el sótano de
una finca. Nuestra investigaciĂłn progresĂł de forma horripilante, hasta que el
advenimiento de un horror siniestro puso en riesgo nuestra integridad y nos
arrastró a la fuente de una contravención indescriptible que requerirá de un
exhaustivo esfuerzo de parte de la organizaciĂłn para extirpar su malignidad...
antes que su cáncer mefĂtico escale a proporciones catastrĂłficas.
El
montenegrino Salvador GarcĂa habĂa recibido temprana instrucciĂłn como sacristán
en su diĂłcesis, y me adelantĂł en los cursos de exorcismo y misticismo
impartidos por el profesor Roberto León y el exorcista Jonathan Jiménez en
nuestros dĂas de formaciĂłn. Su habilidad para el combate cuerpo a cuerpo era
aceptable, no pasarĂa vergĂĽenza, pero no serĂa un rival imponente; aunque su
destreza con las armas de fuego era mejor que la de cualquier otro agente
regional en la DivisiĂłn de ContenciĂłn. Sus dotes innatos para la deducciĂłn e
identificaciĂłn de amenazas eran impecables, y su conocimiento profundo sobre
hechicerĂa y mitologĂa lo convertĂan en un elemento valioso. Este compañero
asignado recientemente a la circunscripciĂłn prestĂł servicios importantes con la
detenciĂłn de la Vampiresa de Ciudad Zamora y los brotes de criaturas anĂłmalas
que surgĂan de las estepas frondosas en el hemisferio montañoso.
Fueron
años arduos de detección y contención tras la instalación de distintas sedes en
este paĂs habitado por criaturas y entidades potencialmente letales; legadas
por una historia rica en magos negros y antiguas manifestaciones supranaturales
que se remontan a una era precolombina de maldiciones y diablos arracimados en
las cumbres titánicas. La subvención de los gobiernos y el apoyo del Colegio
Invisible para el desarrollo de programas de control y contenciĂłn removieron
aguas oscuras y virulentas... convenciendo a los terribles magos negros y los
aquelarres malignos, de que una entidad secular se encargarĂa de purgar sus
atrocidades generacionales. Las cinco divisiones nacionales comenzaron sus
operaciones con décadas de demora, infestados de casos remitidos por las
diĂłcesis circundantes y los misterios subrepticios de desapariciones y
avistamientos inexplicables registrados por las autoridades.
Ciudad
Zamora habĂa crecido enormemente desde su fundaciĂłn—hace doscientos cincuenta
años—, como un asentamiento portuario en la angostura del RĂo Orinoco,
frecuentemente atacado por piratas ingleses y navĂos portugueses que traĂan al
puerto toda clase de alimañas inhumanas del viejo mundo. Las tradiciones
africanas e indĂgenas se mezclaron con los ritos europeos para dar cabida a un
panteĂsmo homogĂ©neo con cĂrculos hermĂ©ticos de todos los gĂ©neros: desde los
puritanos cristianos hasta cĂrculos masĂłnicos y negros nigromantes que
construyeron sus laboratorios y pasadizos bajo tierra, que terminaron por
convertir el MalecĂłn del RĂo en un cascarĂłn cuyo suelo escondĂa una ingente
cantidad de túneles y cámaras secretas... que el Libertador aprovechó durante
su estadĂa para fugarse del ataque magnicida que atentaron los españoles
durante la DeclaraciĂłn del Congreso. Millares de secretos se cocĂan en las
profundidades del subsuelo, del que cientos de historias se contaban: tĂşneles
inundados, laboratorios alquĂmicos sellados en cámaras aisladas, cofres
repletos de tesoros saqueados y galerĂas masĂłnicas dedicadas a ceremonias
frĂvolas. HabĂa registros notariales de todas las Ă©pocas sobre anexos al
alcantarillado, cuyos planos de construcciĂłn se perdieron con el incendio de la
alcaldĂa en 1972. AsĂ como una constancia emitida por el alcalde Luis Lozano en
1918, para desechar los cadáveres en una fosa común de incineración tras los
protocolos de sepultura: decapitaciĂłn y destrucciĂłn del corazĂłn; durante el
oscurantismo que asolĂł Ciudad Zamora con la Plaga de Revinientes, que hoy dĂa
son tabú o mera fábula supersticiosa para el público. Hace un par de años se
descubrió a una pareja de lunáticos viviendo en los túneles bajo las colinas
histĂłricas hermosamente decoradas por motivos coloniales, aquellos locos
internados en el psiquiátrico revelaron que eran cientos, sino miles... los que
se perdieron en las tinieblas y abandonaron sus pellejos humanos para cohabitar
con los batracios del rĂo y los espĂritus malignos de aquella ciudad plutĂłnica.
Cuando
me presenté a las instalaciones de la fundación en la Iglesia Señora de las
Nieves de Nueva BolĂvar, sabĂa que mi trabajo no serĂa distinto al de un
funcionario policial dedicado a la interrupciĂłn del mal que carcomĂa la
sociedad. Mi desempeño en los estrictos exámenes de comportamiento y actitudes
me permitiĂł asistir a los cursos teĂłricos y los talleres de formaciĂłn
profesional. El programa requerĂa que uno supiese mantener el control en
diversas situaciones perturbadoras, no muchos conseguĂan mantenerse cuerdos
pese al agotamiento mental de las incontables horas de exposiciĂłn al Terror...
y pocos eran los egresados del exigente protocolo. La colaboraciĂłn con la
PolicĂa del Gobierno Nacional era fundamental, asĂ como de otros organismos de
investigaciĂłn independiente y el apoyo sacerdotal de la Iglesia CatĂłlica. Somos
agentes que revisan tumbas y neutralizan engendros que contradicen los
conceptos en los que la Humanidad depositaba su aquiescencia. El emblema de la
FundaciĂłn Trinidad es un trĂpode que sostiene llamas capaces de iluminar las
tinieblas: una insignia del Fuego que Prometeo le ofrendĂł a la Humanidad para
disgusto de los dioses olĂmpicos.
Llevo
dos años trabajando en la división oriental establecida en Ciudad Zamora,
revisando casos de desapariciones personales que la policĂa descartĂł como
hechos hampistas... asĂ como testimonios de fantasmagorĂas crĂpticas y seres
repulsivos en las sierras desconocidas; colaborando con sacerdotes
eclesiásticos y protestantes; y asesores de diversa Ăndole: brujos, psĂquicos,
prestidigitadores, taumaturgos, académicos, forenses y colaboradores
excéntricos de dudosos procedimientos. Los casos de cultos fundados por
lunáticos adoradores de criaturas anĂłmalas estaban a la orden del dĂa, uno de
los más famosos era el de un gigantesco buitre en la región costera a los que
un pueblito aislado alimentaba con sacrificios humanos. TenĂamos decenas de
avistamientos de duendes en la comarca septentrional, asĂ como seres incorpĂłreos
clasificados como «hadas», que enloquecĂan a los viajeros de las carreteras
rurales con tormentos ingeniosos y horripilantes.
Los
cultos herméticos conformados por magos dedicados peligrosamente en los
terrenos impĂos de la PeregrinaciĂłn Negra eran vigilados con mesura, intentando
discernir sus futuras pesquisas para evitar infortunios. Éramos flexibles con
la calaña ignota, otras sedes extranjeras establecĂan normas estrictas que
regulaban el estudio de las ciencias mĂsticas solicitando autorizaciĂłn y
licencias para sus practicantes... requisando sus manuscritos y prescribiendo
sus enseñanzas. Nosotros éramos diligentes con el decomisar de opúsculos
peligrosos y la promulgaciĂłn de reglas que no consentĂan la manipulaciĂłn de
sangre y Ăłrganos humanos en los oficios rituales... asĂ como en la imparticiĂłn
de talleres de precauciĂłn sobre Misticismo en las universidades pĂşblicas. Advirtiendo
del peligro de la PeregrinaciĂłn Negra y la profanaciĂłn blasfema que convertĂan
trabajos mágicos en invocaciones espeluznantes de un Caos Sobrenatural
inenarrable. Tratamos de evitar la proliferaciĂłn de estos aquelarres adoradores
de dioses malignos, asĂ como de difundir la MetodologĂa de ContenciĂłn en caso
de hallarse frente a un Mal incapaz de describir.
La
sede principal de la FundaciĂłn Trinidad, en alguna regiĂłn colombiana, enviĂł
Ăłrdenes secretas para investigar la propagaciĂłn de un culto africano que habĂa
ingresado a Sudamérica ilegalmente... llevando consigo un horror infecto capaz
de desatar una plaga descomunal. La alerta empujĂł la regiĂłn a una falsa
cuarentena de Ébola mientras investigamos su paradero. Los datos dispersos y el
aparente secretismo de la organizaciĂłn despertaron inquietud en la divisiĂłn,
aquella amenaza era significativa y habĂan enviado nuevamente al agente
Salvador GarcĂa bajo el monitoreo del mismĂsimo Jonathan JimĂ©nez, para
localizar y neutralizar el horror desconocido que auguraba una hecatombe.
La
bĂşsqueda encendiĂł al departamento. La policĂa municipal trabajĂł abiertamente en
la investigaciĂłn del caso, y la alcaldesa MarĂa Urbaneja se dispuso a
involucrar activos militares con tal de cubrir suficiente terreno. La orden de
arriba fue de avanzar con sigilo para no perder la pista, manifestando aquel
horror que se gestaba en un tugurio desconocido de Ciudad Zamora. Explorar y
barrer los tĂşneles resultarĂa en un desperdicio de recursos, asĂ como paralizar
la actividad econĂłmica de la circunscripciĂłn. Todas las carreteras fueron
custodiadas por cuerpos policĂacos dispuestos a revisar meticulosamente cada
vehĂculo que entraba y salĂa... siempre buscando un secreto innominable que el
alto mando de la fundaciĂłn no se atrevĂa a revelar.
En
aquellos dĂas ajetreados me correspondiĂł la tarea de recopilar datos
respectivos a las extrañas creencias de las tribus africanas establecidas en
las reservas naturales de espesas sábanas. Mi ordenador estaba lleno con
archivos compilatorios que describĂan listas de dioses tribales, costumbres y
ritos transmitidos de forma oral por miles de años. Soñaba con sábanas rojas y
cielos púrpuras moteados de estrellas distantes. También investigué la
proliferaciĂłn de creencias oscuras en los guetos de esas grandes ciudades
empobrecidas... estudiando horas de metrajes horripilantes que capturaban las
torturas rituales que rayaban en el canibalismo y la mutilaciĂłn crapulosa. Hubo
vĂdeos que fui incapaz de digerir que involucraron mujeres embarazadas y
lĂquidos cárnicos que siguen provocando arcadas en mi intento de degluciĂłn
informática. Aquellas lĂşgubres utopĂas abandonadas por Dios y gobernadas por
caudillos se habĂan degradado a rincones inhumanos de degeneraciĂłn mental y lubricidad
sanguinaria. No sabĂa quĂ© buscaba en aquel pantano de informes traducidos y
metrajes agotadores... solo cumplĂa con identificar la raĂz de aquellas
prácticas en sus conexiones con antiguos ceremoniales africanos. Las carpetas
encriptadas llegaban a mi ordenador de la fuente principal de la fundaciĂłn, y
hacĂa cuestionarme sobre la clase de horrores indescriptibles que guardaban en
sus servidores incorruptibles e inaccesibles.
Un
dĂa, versado en mi trabajo de asignaciĂłn e identificaciĂłn, llegĂł un Ăşnico
cortometraje de menos de un minuto de vĂdeo de baja calidad. Las
investigaciones respecto a la ubicaciĂłn del escondrijo del horror habĂan
progresado tras despejar fincas aisladas en las sierras y cubrir abundante
terreno en las carreteras; los brujos informantes de la regiĂłn sospechaban de
unos misteriosos visitantes que frecuentaban los mercados comunales para
abastecer una hacienda en lo profundo de los barrios marginales del asentamiento
rural. Descargué el archivo, estaba cifrado y demoré cierto tiempo en
decodificar la configuraciĂłn. El vĂdeo comenzĂł a correr, y apretĂ© los dientes
mientras todos mis Ăłrganos se preparaban para recibir la porquerĂa audiovisual.
Era un trabajo agotador y asfixiante, pero estaba recibiendo un bono cuantioso
a cambio de centĂmetros intestinales. EsperĂ©, y escudriñe una oscuridad de
pĂxeles negros y retazos que la cámara no alcanzaba a enfocar... Avanzaron los
primeros diez segundos y solo oĂ un repugnante rumiar y un chapoteo. PresentĂa
que se avecinaba un horror con aquella naturalidad que inspiran los metrajes
espeluznantes... y a media grabación la cámara enfocó una abominación que me
hizo retorcer en el asiento y arrancĂł un grito de mi garganta. El horror
innombrable era una masa pulposa que no llegué a discernir correctamente cuando
un alarido proveniente del audio terminĂł la grabaciĂłn con un telĂłn ciruela. El
vĂdeo estaba corrupto, y solo se podĂa ver una vez...
Aquello
me causĂł una impresiĂłn inquietante e imborrable. En mis documentos relativos a
estos vĂdeos no encontrĂ© nada asociable... concluĂ que el metraje no se parecĂa
a ninguno de los otros rituales grabados en túneles subterráneos o casas
destartaladas habitadas por drogadictos desquiciados. DebiĂł ser una equivocaciĂłn
del sistema, y fui a la oficina donde se alejaba Salvador GarcĂa para afrontar
aquella perturbadora escena.
El
hombre joven asintiĂł, revisando los reportes policĂacos referentes a
vigilancias y órdenes de allanamiento. Llegué a vislumbrar un mapa de Ciudad
Zamora cubierto por sĂmbolos y cĂrculos, dibujados con marcador... asĂ como
otros mapas de ciudades que no reconocĂ, cuyas calles estaban escritas en otros
idiomas. Me pidiĂł que tomara asiento frente a su escritorio y me pasĂł un
informe detallado, cuya lectura breve y concisa me inspirĂł una sensaciĂłn
horripilante de inefable horror cĂłsmico. No podĂa creer que tales abominaciones
pudiesen existir en nuestro mundo. Habituado a la contenciĂłn de entidades
anĂłmalas gestadas por la energĂa residual de las personas y la neutralizaciĂłn
de abominaciones criadas por alquimistas locos... aĂşn sopesaba un pensar
pragmático que intentaba deshuesar aquellos hechos antinaturales con
explicaciones bioquĂmicas, aberraciones evolutivas y mecánica cuántica. Pero,
aquello terminĂł por descuadrar la concepciĂłn sĂłlida que tenĂa del mundo, y de
los muchos mundos que eclosionaban en nuestra esfera de realidad.
El
Culto del Dios de la Carne dejĂł de ser una efĂmera capitulaciĂłn del caso para
convertirse en un horror que trastornĂł mi pensar. Durante semanas habĂa
recopilado y clasificado informaciĂłn importante para el agente Salvador GarcĂa,
cumpliendo una labor imprescindible para arrastrar el horror a una conclusiĂłn
desagradable. Esa fue la Ăşltima jornada laboral que nos vieron con vida, porque
nosotros no regresamos de las profundidades aterradoras de la sierra vesánica.
TenĂamos la misma edad, pero nuestros diferentes dotes se complementaron
aquella noche que partimos en su vehĂculo asignado. Salvador en el asiento del
copiloto me fue indicando el camino mientras preparaba su Zamorana: una nueve
milĂmetros semiautomática, que todos los agentes activos debĂan llevar consigo.
Decidimos no involucrar a las fuerzas especiales de la DivisiĂłn de ContenciĂłn.
SabĂa que estábamos a punto de cometer una barbaridad ilegal... mientras nos
adentramos a las carreteras descuidadas de aquellos suburbios rurales de espesa
foresta y extensos asentamientos campesinos de reses gordas y sembradĂos
resplandecientes.
Conduje
por dos horas a través de calles repletas de agujeros y caminos pavimentados
con guijarros que nos arrastraban lentamente a una regiĂłn desconocida de
fantasmas y demonios blasfemos. Salvador pidiĂł detener el vehĂculo en
determinado momento, y juntos nos adentramos a pie por la espesa foresta de
secuoyas, cipreses y matorrales espinosos que crecĂan en la fĂ©rtil y hĂşmeda
sierra. Mi guĂa era meticuloso como una pantera, deslizándose en silencio por
el vergel tropical, estudiando sus pasos y repasando una trayectoria que debiĂł
planear con anticipación al altercado que estábamos a punto de cometer. La
finca que apareciĂł tras la colina era una extensiĂłn de magueyes frondosos
rodeados por una alta cerca metálica... en cuyo centro se alzaban sendas
casonas de fachada vetusta salpicada de delgados tabiques de asbesto y
ventanales redondos por los que se avistaba un interior lĂşgubre y descolorido.
Éramos dos animales furtivos al acecho de aquellos cobertizos atestados de
herramientas herrumbrosas y habitaciones deshabitadas. Más que un santuario
ocultista, era un sitio de encuentro para sus aquelarres nocturnos en vĂsperas
importantes. Tras recorrer en silencio aquel conjunto de casonas repartidas y
caminos serpenteantes... nos encontramos con un cobertizo pestilente,
custodiado por un hombre andrajoso de cabello ondulado, bigote escaso, rostro
curtido y ojos sangrientos. No era mayor que nosotros, y por su repetitiva
tarea de excavar el suelo con una pala rudimentaria... con movimientos
erráticos, su rostro enjuto perfilado de somnolencia delató un estado
deplorable de embriaguez inducido por psicotrĂłpicos. No llevaba camisa,
mostrando un cuerpo mal alimentado y tallado por trabajos forzados. Tampoco
reparĂł en lo ocurrido cuando Salvador se acercĂł con cautela a su espalda y lo
derribó de una patada en los cuartos traseros. Me apresuré a inmovilizar los
brazos detrás de su espalda con un torniquete plástico que selló firmemente sus
muñecas... No emitió gritos ni protestas, estaba completamente ido.
Aquel
joven me inspiró lástima y repugnancia: su boca abierta y ojos avellanos eran
una mueca estĂşpida. No respondiĂł ninguna de las preguntas de Salvador,
limitándose a murmurar incoherencias. No estaba acostumbrado a detener seres
humanos, asà que bajé la guardia y no escuché al otro hombre irrumpir en el
cobertizo de delgados tabiques oxidados. Salvador levantĂł su pistola en un
movimiento fugaz y escuchĂ© dos disparos: uno que pasĂł zumbando a centĂmetros de
mi cráneo, y otro que atravesó el pecho del atacante. Seguà aturdido por la
impresiĂłn cuando el cuerpo del intruso se desplomĂł sobre la pared paralela
trazando una lĂnea roja con su espalda antes de yacer sentado, desprovisto de
vida. El muerto era un hombre corpulento de corta estatura, piel oscura como el
café tostado y rostro burlón. Aquellos disparos hubieran despertado a un
ejército... pero quince minutos después, nadie entró en el cobertizo. Los dos
lacayos eran las Ăşnicas almas que residĂan en la finca. El ajetreo y los
disturbios habĂan disminuido la embriaguez psicotrĂłpica del individuo
inmovilizado, de cara contra el suelo. Su mirada cobrĂł una agudeza
escalofriante, sumergida en un charco de grasa fétida.
—¡La
policĂa! ¡La policĂa! —Gimoteo con el rostro enrojecido y los dientes manchados
de espuma—. ¡Me van a matar! ¡Me van a matar!
Salvador
se inclinĂł sobre el muchacho y lo asiĂł del brazo, enderezando su posiciĂłn a la
de un presidiario sentado.
—¿DĂłnde
está?
Pero
el muchacho se mordiĂł la lengua enmudecido, sus ojos brillaron de inquietud.
Salvador volvió a formular la pregunta, pero refiriéndose a los miembros del
culto... Sin respuesta. Aquel joven miraba con nerviosismo, aturdido por su
propio cĂłctel de quĂmicos tras el descenso de la sustancia alucinĂłgena en
sangre. Mi compañero le aplicó un golpe con el puño que le rompió una ceja, y
pareciĂł recapacitar en silencio con un hilo de sangre corriendo a su barbilla.
No me gustaron aquellos métodos de sonsacar información, pero la desesperación
del momento nos impedĂa pensar con claridad. SabĂamos que la FundaciĂłn Trinidad
tenĂa instrumentos especiales para extraer recuerdos... pero, no querĂamos
retrasar mucho más la investigación.
—¿QuiĂ©nes
son tus jefes? —InsistiĂł Salvador, apuntando con la pistola al muchacho—.
¿DĂłnde tienen escondido el tumor?
El
muchacho bajĂł la mirada, temblando de pavor. NegĂł con la cabeza, y respirĂł con
dificultad... hasta que consiguiĂł plantarle cara a Salvador. AbriĂł la boca para
confesar, y sus ojos se tornaron blancos... antes de romper su inmutabilidad en
una convulsiĂłn: se retorciĂł en el suelo como un gusano, botando espumarajos por
la boca y estampando su cabeza contra el suelo. En algĂşn momento se mordiĂł la
lengua y la espuma se tornĂł de un lascivo color rosado. Salvador estaba
estupefacto, aquel muchacho se revolviĂł como un poseso atormentado... hasta que
dejĂł de agitarse en un Ăşltimo estertor ahogado. Me acerque para verificar sus
signos vitales, y enseguida notĂ© que habĂa muerto de una hemorragia
cerebrovascular: las iris oscuras estaban reventadas, desparramando un lĂquido
sanguĂneo por el blanco de sus ojos. Salvador me mirĂł frĂamente, estábamos a
una palabra de abandonar el barco cuando aquel horror nos recordó porqué
habĂamos ido al confĂn de la ciudad. La voz gutural surgiĂł de una garganta
muerta, exhalado por pulmones vacĂos... pero sentĂ como si hubiera provenido de
una regiĂłn desconocida del espacio. CalĂł hasta el interior de mis huesos como
una corriente frĂa... congelando el tuĂ©tano. Nunca olvidarĂ© el desconcierto y
el terror, incluso mi compañero más experimentado en el contacto con las artes
oscuras conjuradas por dioses malignos, se sintiĂł intimidado. Las palabras sin
sentido iniciales fueron incomprensibles, y la expresiĂłn de aquel rostro muerto
quedĂł grabada en mis retinas.
El
mulato descoyuntado abriĂł sus ojos blancos: su rostro era flojo, desprovisto de
vitalidad. PermaneciĂł medio recostado contra la pared, con el agujero del pecho
manchando de sangre la camisa desteñida. Estaba muerto, la bala habĂa alcanzado
el corazĂłn y dañado gravemente los pulmones... asĂ que al hablar pedĂan
coágulos sanguĂneos de sus orificios nasales y sus dientes amarillos. Los
arcanos de la nigromancia y las ciencias negras hacĂan acto de presencia en una
ignominia crapulosa. La manifestación de aquel brujo a través de una Materia de
carne muerta, transgredĂa cualquier cuestionamiento metafĂsico y esquema moral.
Aquella presencia etĂ©rea provenĂa de un lugar desconocido, aconsejado por
demonios espeluznantes sobre encantamientos impensables.
Salvador
reaccionĂł rápidamente con su malicia previsora: pasĂł junto mĂo como una
furgoneta y de una patada, le arrancó la pistola de la mano al cadáver
receptáculo. Apuntó a su vez con la Zamorana el cuerpo aparentemente sin vida,
pero no jalĂł el gatillo. Sus ojos castaños esgrimĂan ascuas ante la mofa de la
presencia...
—¡¿QuiĂ©n
vive?! —Le escuchĂ© gritar con voz imperiosa.
—El
Dios de la Carne—replicĂł el cadáver con voz ronca, como raspando el cuero—.
Vendrá a nosotros desde una galaxia lejana como Gran Devorador. Seremos Uno con
la Eternidad... La Fundación Trinidad no impedirá el Culmen Evolutivo de la
Vida. Fundirnos es trascender...
Pero
Salvador no quiso seguir escuchando aquel monĂłlogo macabro: descargĂł un disparo
a quemarropa en la cabeza del mulato, que abrió el cráneo como un martillazo y
desparramĂł sesos grises en sus pantalones. RetrocediĂł, cabizbajo, y guardĂł la
pistola en su funda. Ambos abandonamos los cadáveres en el cobertizo, y nos
dirigimos a la casona central de dos pisos con fachada barroca y columnas jĂłnicas.
Una de sus piernas estaba humedecida por la sangre y las salpicaduras de masa
encefálica. Entramos a la casona deshabitada de paredes gastadas y suelo
recubierto de estuco, y guiados por un instinto indescriptible nos aproximamos
a la fuente del horror que mantenĂa Ciudad Zamora y las regiones prĂłximas bajo
una inminente amenaza. El sĂłtano fue velado por dos gruesas puertas cerradas
con pesadas cadenas... cuyo candado cedió ante un hábil disparo de Salvador. Él
entró primero, yo último con una linterna en el puño...
Aquel
fue el preciso momento que mi trastorno se agravĂł. El olor repulsivo y la
estrechez de aquel sitio eran un augurio fatal... y el horror contenido por el
culto era suficiente para enloquecer al hombre más pragmático que la ciencia
podrĂa inculcar.
El
Culto del Dios de la Carne adoraba a una criatura desconocida por nuestra
comprensiĂłn espacial del cosmos: una abominaciĂłn antropĂłfaga que creciĂł
devorando planetas y soles hasta abarcar toda su burbuja cĂłsmica como un solo
organismo indescriptible. Los magos negros del páramo desolado africano habĂan
descubierto la Clave para acceder a esta dimensiĂłn incomprensible, mediante
rituales que implicaban el trazado de cĂrculos mágicos, fĂłrmulas metafĂsicas y
ciertos lĂquidos corporales extraĂdos de formas horripilantes. Los que habĂan
cruzado al estĂłmago de esta forma viviente de dios fĂsico se trastornaron,
abandonando sus vidas para fundirse en la Eternidad o extirpando un tumor del
Dios de la Carne para germinar en nuestro mundo las semillas de esta magnĂfica
plenitud evolutiva.
En
el sĂłtano de la finca se encontraba un tumor traĂdo de las costas africanas,
alimentado con sacrificios humanos y animales en ritos espeluznantes que es
mejor desterrar al territorio del olvido. HabĂa crecido muchĂsimo: una masa
poliposa indescriptible que engullĂa toda forma de vida en su desesperaciĂłn
metabólica. Solo en las pesadillas de los lunáticos se puede concebir aquel
horror celular de innumerables pĂşstulas, verrugas y Ăłrganos atrofiados que
impregnaban el mundo a su alrededor con sopor nauseabundo. He tenido
suficientes aberraciones para varias vidas, me consuela creer que el incendio
que consumiĂł aquella finca fue suficiente para erradicar la plaga; pero una
parte de mi mente se niega a creer que podremos detener la proliferaciĂłn de
estos vástagos repulsivos. He estudiado reportes sobre el hallazgo de estos
enjambres en rĂos famosos que circundan las grandes ciudades... Nuestra
fundaciĂłn lucha activamente, pero entrar en contacto directo me ha turbado de
una forma que soy incapaz de describir. El solo pensar que un minĂşsculo trozo
podrĂa engullir nuestro planeta en semanas... me deja sin descanso. Vivo
atrapado en una pesadilla interminable de células que bullen en las tinieblas,
y de terrores desconocidos que se arrastran en las ciénegas. Cada vez que miro
el cielo nocturno solo puedo hallar en el vacĂo sideral un horror cĂłsmico que
engulle galaxias y devora el tiempo...
Las Brujas de Ciudad Zamora
«Gerardo Steinfeld, 2025»
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1 Comentarios
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