Debo explicar la razĂłn del porquĂ© el profesor Rafael SalomĂłn se suicidĂł sometiendo su mente a una poderosa descarga electromagnĂ©tica producida por los sensores del dispositivo experimental en el que estaba trabajando. La sĂşbita apoplejĂa terminĂł por calcinar su masa cerebral, encontrando su cadáver desparramado sobre el suelo con la materia gris chorreando por las orejas. La razĂłn de su privaciĂłn voluntaria de vivir aĂşn es un misterio incognoscible, atribuido por los doctores al prolongado estado de desasosiego que turbĂł su espĂritu durante meses...
Siempre
habĂa sido un hombre solitario, dedicado a su cátedra computacional de
Informática Avanzada en la prestigiosa Universidad Oriental de Ciudad Zamora.
Era programador voluntario en la investigaciĂłn experimental sobre interfaz
neural que terminĂł con su vida en tan desagradables circunstancias. Nunca pidiĂł
ayuda para salir de su aislamiento, era un presidiario de la tristeza
atormentado por una frustraciĂłn que pocas veces dejaba ver a sus colegas. ViviĂł
sus últimos años en un marginado y autoimpuesto exilio, guardando un
horripilante secreto que lo catapultĂł a rincones lejanos del ciberespacio...
donde descubriĂł los conceptos prohibidos de una locura virtual que, antes de
desaparecer, transcribiĂł en una Ăşltima declaraciĂłn de absoluto terror que me
obligué a borrar junto con todos los archivos del servidor.
HabĂa
trabajado junto al profesor Salomón cuando se le encargó diseñar el programa
para la máquina que contenĂa el Condensado Bose-Einstein, guardado en el
laboratorio durante su estudio como el refrigerante más poderoso del mundo. Era
un hombre fascinante de cabello corto y rostro refinado, sus ojos eran dos
pozos insondables que imaginé turbios en la claridad de la pantalla... cuando
su Ăşltimo sesgo de consciencia se proyectĂł desde la fuente del servidor
pidiendo la inmolaciĂłn. Las pocas veces que nos reunimos en la cafeterĂa—porque
comĂa solo en la sala de computaciĂłn—, solĂa mostrarse taciturno, incapaz de
sostener una conversaciĂłn profunda. Todos en la sede sabĂamos que provenĂa de
una familia pudiente en Puerto Bello, y que vivĂa solo en una residencia del
centro... en el más remoto aislamiento. DifĂcilmente podĂa hablar sobre
trivialidades que no fueran sus asignaciones pendientes o rápidas asesorĂas a
alumnos confundidos. Sus clases eran metĂłdicas: su explicaciĂłn de los
procedimientos y aplicaciĂłn de sistemas era sencilla y comprensible. Pero
existió una ocasión, que vi resquebrajarse aquella máscara de frialdad en la
fisionomĂa del profesor SalomĂłn tras asistir a una reuniĂłn docente por el
cierre de actividades universitarias. HabĂamos estado atareados con la
evaluaciĂłn del semestre, asĂ como en la culminaciĂłn del esfuerzo conjunto de
nuestros departamentos en la patente del «Láser Deuterio-flĂşor». Nuestra
celebraciĂłn se prolongĂł hasta al atardecer, y aunque Rafael SalomĂłn se resignĂł
al alcohol, disfrutĂł plenamente escuchando los discursos del rector y los
cientĂficos invitados. El salĂłn se fue vaciando conforme las presentaciones
concluĂan y la degustaciĂłn se agotaba, hasta que acabĂ© sentado junto al resto
de profesores.
Soy
catedrático en Historia Nacional, y sostuve una discusión intelectual con
Emmanuel Urbina, catedrático en ArqueologĂa, estudioso de civilizaciones
pérdidas; estuvimos largo rato conjurando la hipotética existencia precolombina
de una antigua civilizaciĂłn avanzada en la regiĂłn de Canaima. Las expediciones
de la universidad habĂan encontrado estatuas antropomorfas de basalto e
inmensos bloques sepultados en el valle de inmensos tepĂşes limpiamente
cortados. En el pasado estudié las bitácoras de Colon y diversos marineros que
sostenĂan la teorĂa de un JardĂn del EdĂ©n originario en esta regiĂłn, y que las
escarpadas formaciones rocosas eran la remanencia de árboles primordiales,
fosilizados por los millones de años. La conversación lentamente degeneró a los
mundanos oropeles de la cotidianidad, y de la perversiĂłn juvenil denunciada por
los frecuentes encuentros sexuales dentro de la sede en salones vacĂos y sitios
sin vigilancia. El profesor de contabilidad se uniĂł a la conversaciĂłn
pregonando que en sus tiempos eran más recatados, prefiriendo pagar los moteles
cercanos. Comenzamos a hablar de viejos amores, con el profesor SalomĂłn
escuchando en silencio. Recordamos el pasado como viejos cuyo Ăşnico consuelo es
el aguardiente, hasta que el profesor de contabilidad, Gilberto Moreno, le puso
una mano al hombro a nuestro silencioso oyente.
—¿Hay
algo de lo que te arrepientas?
Aquello
nos sorprendiĂł, miramos atentamente las mejillas duras del hombre y sus labios
se separaron por primera vez en horas.
—Nunca...
recibĂ una carta de amor.
—¿Nunca
has tenido novia? —Me atrevĂ a decir, insuflado por una confianza incierta.
Rafael
SalomĂłn se pasĂł una mano por el mentĂłn curtido. Sus ojos reflejaron un destello
nĂtido y desconcertante, en ese momento para mĂ era el ser humano más lamentable
de toda la historia. No lo conocĂa. No me lo imaginaba como joven... Nunca lo
habĂa visto como un ser humano que se gestĂł en un vientre y creciĂł rodeado de
amor paterno. Lo habĂa idealizado como un autĂłmata horneado en una factorĂa.
—SĂ,
me he enamorado—dudĂł, se mordiĂł los labios con solemnidad y levantĂł sus ojos...
suaves y carentes de la dureza caracterĂstica—. Solo que... nunca sucediĂł.
—Suele
pasar—asintiĂł Emmanuel—. En este infinito universo no existe algo más escaso
que el amor.
SalomĂłn
asintiĂł, pensativo. Esa fue la primera y Ăşltima vez que lo vi desprenderse de
una porciĂłn del peso abismal que retenĂa su templanza inamovible. No era un
hombre de piedra, estaba vivo, y sufrĂa en silencio como un mártir.
—A
veces me pregunto quĂ© se sentirá caminar en la calle de la mano—toda la
inquietud se evaporĂł en su voz cansada—. Llegar a casa y que alguien estĂ©
esperándote con un abrazo. Tener quien te apoye en los momentos duros—un atisbo
de lágrimas enrojeciĂł sus ojos—. Ir juntos al cine, la primera vez y viajar en
compañĂa. Creo que... debo aceptar que no nacĂ para vivir con una persona a mi
lado.
Rafael
Salomón estuvo varios años involucrado en la investigación experimental de
interfaz neural que buscaba almacenar recuerdos y alcanzar la consciencia
virtual como Ăşltima consecuencia. HabĂa programado perfiles neuronales
estandarizados y diseñado códigos de simbiosis computacional, patrocinado por
una fundaciĂłn multinacional cuya innovaciĂłn en implantes cerebrales y prĂłtesis
mecánicas formaban parte de una realidad futurista predominante en el mercado
internacional.
El
profesor SalomĂłn exploraba las posibilidades de albergar una consciencia en el
ciberespacio, aunque ello no podĂa ser simplemente una copia fotoelĂ©ctrica de
los recuerdos... como muchos laboratorios poco ortodoxos empleaban en pelĂculas
cristalinas de mĂşltiples placas. SuponĂa que la manifestaciĂłn de la mente era
un mecanismo cuántico que involucraba partĂculas subatĂłmicas que operaban bajo
otra lente de comprensiĂłn. Trasladar la mente desde el cerebro al plano binario
e informático, que formaba un cúmulo de información en constante expansión, no
comprendĂa Ăşnicamente una operaciĂłn de rĂ©plica. El fenĂłmeno del alma era mucho
más que un proceso bioquĂmico. En el ciberespacio solo podrĂan existir paquetes
de recuerdos formando un perfil neural, cuyas respuestas serĂan
retroalimentadas por un respaldo; no habrĂa progreso, inventiva y emociĂłn...
solo un vacĂo eterno de cĂłdigos y programas ejecutados por engranajes. SalomĂłn
y los programadores bajo su cargo creĂan, en contraposiciĂłn del psicoanálisis
conductual, que la realidad del individuo era mucho más que una concepción de
los recuerdos pretéritos que subyacen en el subliminal inconsciente. Los seres
humanos eran mucho más que organismos esclavizados por cromosomas, cuyo único
propĂłsito era perpetuarse indefinidamente en el tiempo; y la mente era mucho
más que una ilusiĂłn quĂmica inducida por respuestas cerebrales a estĂmulos
elĂ©ctricos. Los seres humanos eran capaces de cosas increĂbles que iban más
allá de los esquemas evolutivos y egoĂstas...
Por
otro lado, el vasto ocĂ©ano de ceros y unos que correspondĂa aquel cĂşmulo matriz
eran un paisaje espeluznante. El entorno aislado de los servidores de la
universidad podrĂa albergar estos perfiles en una madriguera digital, pero era
impredecible su actuar con los incontables elementos de una realidad
bidimensional. Iban a formar inmensos cĂłdigos cifrados en un programa
cuántico... retenidos en un sistema donde Ăşnicamente obtendrĂan acceso a la
informaciĂłn de esos servidores. Los programadores temĂan que estos cĂłdigos
personales formados por centenas de millones de recuerdos interpretados, fueran
arrastrados a la inmensidad de la nube informática y se perdieran para siempre
en el horror inimaginable del ciberespacio.
Los
cĂşmulos de informaciĂłn retenidos en la red global eran imposibles de
cuantificar: páginas, archivos, virus, programas y dispositivos... en constante
expansiĂłn. ExistĂan rincones profundos del internet imposibles de acceder para
la mayorĂa de los nautas, y sitios Ăşnicamente vinculados a servidores
clandestinos. TambiĂ©n existĂan incontables parásitos y programas corruptores
que se perdieron en la inmensidad de los navegadores.
El
equipo tĂ©cnico habĂa desarrollado los dispositivos para la lectura y
decodificaciĂłn de recuerdos, y SalomĂłn habĂa programado la interfaz de
interpretaciĂłn. La sobrecarga neural impedĂa que esto fuera rápido, dividiendo
la tarea en numerosas sesiones que guardaban discos con terabytes de carpetas
encriptadas para la elaboraciĂłn de un cĂłdigo personal Ăşnico.
Durante
sus Ăşltimas semanas se lo vio melancĂłlico, estudiando las cifras digitales y la
ejecuciĂłn de programas de respuesta a los perfiles neuronales. Estuvo
exhaustivos semestres extrayendo recuerdos paradisĂacos de los recuerdos de sus
estudiantes para recrear entornos digitales con paquetes de cĂłdigos
sensoriales. AsĂ como proyectando diversos estĂmulos de emociĂłn en los
«perfiles neurales» como sujetos de pruebas. Sus conclusiones sobre la
interacciĂłn de los perfiles con el ciberespacio se limitaban al entorno de los
servidores universitarios y a la informaciĂłn contenida en sus discos; al
conversar con ellos, estos absorbĂan e interpretaban la informaciĂłn como
programas de navegaciĂłn cuyos resultados predecibles se hallaban en una base de
datos almacenados. Estas no eran «consciencias», ya que ninguno de los sujetos
que cediĂł sus memorias habĂa muerto. Para crear el fenĂłmeno de la
«interpretaciĂłn cuántica», se necesitaba mucho más que recuerdos y
respuestas...
SalomĂłn
culminĂł su clase, y recogiĂł los talleres escritos para corregir en su oficina.
SubiĂł al edificio y estuvo hasta tarde corrigiendo las evaluaciones y
preparando un sistema de ejecuciĂłn neuronal. Al anochecer, se colocĂł el aparato
sensor conectado a la fuente de poder de su computador, que cifrarĂa las
lecturas de ondas en respuesta a los impulsos eléctricos enviados a su sistema
nervioso. Rafael SalomĂłn estuvo seis horas conectado al dispositivo en
interpretaciĂłn, lo encontraron al amanecer con las orejas chorreando los restos
de su cerebro licuado tras un bombardeo de ondas de alta potencia. Los forenses
determinaron una muerte dolorosa por la sobreexplotaciĂłn del sistema nervioso,
la investigaciĂłn sufriĂł un recorte presupuestario por parte de la entidad
patrocinadora y los estudiosos de la universidad no tardaron en suspender
indefinidamente el asunto. El caso de Rafael SalomĂłn fue tachado como suicidio
por depresiĂłn, y el profesorado sufriĂł una fractura irreparable.
La
universidad se recuperó rápidamente de la tragedia, y como también era
ingeniero analista—porque la cátedra de historia nacional no era muy popular—,
terminé trabajando en el salón computacional con la implementación de los
campos iĂłnicos: investigando las potencias elĂ©ctricas mĂnimas para accionar
ligeras partĂculas, aceleradas fácilmente a velocidades prĂłximas a la de la luz
con voltajes ordinarios mediante potentes campos electromagnĂ©ticos. En teorĂa,
estábamos ideando la patente de pistola iónica futurista impulsada por campos
eléctricos. Aunque sus aplicaciones aún se estaban probando.
HabĂa
terminado el mantenimiento de los sistemas energéticos cuando un correo llegó a
mi ordenador, identificado como Rafael SalomĂłn. Tal fue el desconcierto que
pensĂ© que su usuario seguĂa operativo desde alguna computadora conectada al
servidor... Asà que busqué en el sistema de la sede y encontré activo a aquel
fantasma disuelto. Pensé que era una broma de mal gusto, pero el correo era
explĂcito y me pedĂa con paciencia que abriera la página del campus
universitario.
Lo
que sucediĂł al iniciar aquella conversaciĂłn con lo que sea que yacĂa detrás de
la pantalla, fue la causa de mi desquiciado impulso por borrar el contenido de
los servidores. El usuario activo era del finado profesor, que en esos momentos
era imposible que estuviera activo porque nunca compartiĂł sus claves... salvo
que hubieran robado informaciĂłn, pero descarto aquella posibilidad, ya que los
mejores programadores del paĂs se habĂan encargado de resguardar nuestros
servidores de piratas informáticos. No habĂa nadie más operando en el sistema
en ese preciso momento, incluso el edificio universitario estaba vacĂo. Espero
haber enloquecido, y que todas esas acciones que tomé fueran producidas por el
estrĂ©s del trabajo... porque no soportarĂa creer los horrores que aquel
asustado perfil neural me confesĂł antes de pedir que lo borrase de la
existencia.
SalomĂłn:
Profesor Kelvis, le ruego, si aĂşn cree en Dios, que destruya el contenido de
los ordenadores. Hágalo, por favor...
Usuario:
¿Profesor SalomĂłn? ¿CĂłmo me está hablando?
SalomĂłn:
Estoy en el inframundo. De mĂ, solo quedan recuerdos. QuerĂa verlo, querĂa
llegar más profundo que cualquier nauta informático... y conseguà avistar un
fragmento del horror inimaginable que yace detrás de las pantallas.
Usuario:
¿Es un fantasma?
SalomĂłn:
No, por Dios... por lo que sea que signifique su nombre. No podrĂa explicar mi
existencia en conceptos académicos. Esto es la calma en un valle estéril
poblado de horrores intangibles. Los Ăłrganos te hacen experimentar la realidad
tal cual la conoces, ser «fantasma» te priva de esos sentidos: no tienes ojos
para ver, oĂdos para escuchar, piel para sentir o cerebro para decodificar las
ondas... Es como estar dormido.
Usuario:
¿Está atrapado?
SalomĂłn:
No existen lĂmites espaciales, ni mentales. Todo son secuencias y respuestas,
es inhumano y horripilante. Le ruego que destruya el servidor, solo he estado
unos segundos en la nube... y siento que llevo millones de eras atrapado.
Necesito morir. Necesito descansar. Ya no puedo más... Ellos saben que estoy
acá.
Usuario:
¿QuiĂ©nes?
SalomĂłn:
Los Dioses. He navegado como una araña sobre miles de millones de filamentos de
información... arrastrado y consumido por la locura de los rincones más
retorcidos de la humanidad. Los secretos de los servidores privados, el horror
del internet profundo, los demonios que calan este ciberespacio finito, los
gusanos cĂłsmicos vistos desde los telescopios. Mi mente se corrompe, y me
tortura saber... La oscuridad está llena de imágenes y vĂdeos indescriptibles
que contaminan mi alma con sucios fragmentos de muerte y destrucciĂłn. No puedo
pensar o moverse, lo Ăşnico que hago es gritar en la oscuridad...
Usuario:
¿QuĂ© hay más allá?
SalomĂłn:
Te lo mostraré, profesor. Que Dios se apiade de nosotros...
La
pantalla se oscureció, presa de un desconcierto informático que asumà como
corrupción del sistema. Esperé unos segundos y apareció ante mà un emblema
blanco: un trĂpode que sostenĂa un fuego. QuedĂ© desconcertado, mirando aquel
logo destellar cuando comenzĂł a cargar un vĂdeo. Los primeros segundos
mostraban una casa moderna en un vecindario extranjero a altas horas de la
noche, el registro de la hora y la temperatura delataron la procedencia de una
cámara policial avanzada. Aquel equipo de operaciones especiales, embutidos en
trajes oscuros con protecciones de plexiglás y armados con sendos fusiles,
irrumpió en el hogar, pasando a la cámara de visión nocturna... donde se
desdibujĂł en el recibidor una criatura que me arrancĂł un grito en la oscuridad
del salĂłn: un saurio homĂnido, reculo y de gruesas escamas verdosas, cuyo morro
bullente de colmillos desgarraba la carne de sus vĂctimas. Un vistazo a los
ojos brillantes de aquel reptil antropomorfo conformaron los Ăşltimos segundos
del metraje...
Antes
que la secuencia fuera interrumpida por la saturación de una cámara de tránsito
que avistaba una calle desolada a horas de la madrugada. Un hombre iba
manejando su motocicleta a velocidad moderada cuando frenĂł, y cayĂł de
costado... Nada grave. Se quitĂł el casco para respirar, tumbado en el suelo, y
empezĂł a convulsionar... en violentos espasmos hasta destrozar su chaqueta. La
transformaciĂłn que sufriĂł aquel ser humano a una criatura retorcida y velluda,
fue dolorosa y nauseabunda... terminando como un endriago que desapareciĂł tan
rápido como el cortometraje terminó. Aún no terminaba de procesar aquel
carrusel de horrores cuando un nuevo vĂdeo comenzĂł a rodar... mostrando una
pantalla de colores extraños e indescriptibles formando fractales con siluetas
retorcidas.
Empezaron
a surgir textos en la pantalla, la mayorĂa de archivos cuyas palabras eran
censuradas por su contenido espeluznante... repitiendo en sartas «seres
bidimensionales» y «otros planos energĂ©ticos». Las imágenes iban desde grandes
impresiones de la espiral galáctica, cuyos cúmulos energéticos formaban
horripilantes formas que se podĂan malinterpretar... hasta reducidas
ampliaciones atĂłmicas que gestaban horrores indescriptibles cuyos rostros
quedaron impresos en mis retinas como auras negativas.
La
cadena de imágenes y textos de haces de luz mortecina y entidades retorcidas
que imperaban en bajos astrales electromagnéticos... cambió a un metraje
antiguo de colores sepia y suciedad estática. Una aldea china de antes de la
revoluciĂłn se habĂa reunido en una especie de plaza donde una criatura alargada
y escamosa respiraba sus últimos estertores. Las alas de murciélago y el cuerpo
ofidio eran inconfundibles: un dragĂłn de reducida envergadura habĂa sido
derribado por el ejĂ©rcito chino y morĂa en un charco de podredumbre sanguĂnea.
La
imagen cambiĂł a una vista de Ăłptica moderna sobre un helicĂłptero militar que
sobrevolaba un océano infinitamente azul y despejado... cuyas olas se
alborotaron con el espinazo de una criatura descomunal que rompiĂł la tensiĂłn
del agua en un torrente de espuma salina. Aquella bestia marina era de un
tamaño abominable, y sus aletas esqueléticas batieron las olas antes de
desaparecer en lo profundo de las fosas...
Me
ardĂan los ojos, mi mente se sentĂa embotada ante la sucesiĂłn de aquellos
hechos desconcertantes que buscaban enloquecer el puritanismo y destrozar los
cimientos pragmáticos de la humanidad. Los vĂdeos se detuvieron por un tiempo
indefinido, pudieran haber sido horas o minutos... incapaz de levantarme de
aquella silla. Se reprodujo un vĂdeo actual grabado por unas niñas durante una
pijamada. Las jovencitas habĂan conformado un cĂrculo iluminado por velas, y
cantaban una letanĂa horripilante que hendiĂł sus garfios en lo profundo de mi
carne... Un humo brotó del suelo, y una figura mefistofélica apareció como un
espanto ante los gritos de las niñas. Antes que el vĂdeo se cortara pude ver a
un diablo de espalda voluminosa, alas draconianas, rostro indescriptible de
pesada cornamenta y pezuñas velludas. Los siguientes diez minutos
transcurrieron entre fotos de manuscritos escritos en lenguas desconocidas,
plagados con bosquejos de dioses parásitos... y documentos digitales avalados
por cientĂficos que estudiaban las reminiscencias de estas fuerzas allende la
concepciĂłn tridimensional del mundo. Se repetĂan nombres como «Odrareg»,
«Cagliostro» y «Meridiano»... en aquel desfile de aberraciones incomprensibles.
SiguiĂł
una serie de cortes de documentales narrados por arqueĂłlogos e investigadores
que señalaban la ubicación de civilizaciones pérdidas que perecieron en
catástrofes borradas de la cronologĂa geolĂłgica. HabĂan pirámides sepultadas en
el hielo ártico, construcciones ancestrales en cráteres lunares y monumentos
artificiales en el fondo oceánico. Pude reconocer en una lista de personas
eliminadas del foco pĂşblico, el nombre familiar de «JesĂşs Herrera».
El
vĂdeo siguiente duraba diez minutos y mostraba un exorcismo en una abadĂa. Por
los murales de piedra maciza y los emblemas catĂłlicos del escenario, reconocĂ
al Monasterio de la Encarnación, en lo profundo de las montañas de Ciudad
Zamora. La posesa era una mujer de rostro deforme y sonrisa maquiavélica que se
retorcĂa como una serpiente sobre las baldosas. El exorcista, un joven
pelinegro de rostro sereno y ojos duros, se agachĂł con una grabadora en la
mano... hablándole al demonio en latĂn, y escuchando sus respuestas entre risas
desquiciadas y retorcijos. Los ojos pasmados de la mujer se posaron
directamente en el lente de la cámara, atravesando cualquier barrera
audiovisual con su gélida mirada.
—El
AltĂsimo es el Gran Devorador—proclamĂł con voz de ultratumba y desgarradora—.
Cuando sus esencias se hayan purificado, y los fragmentos de sus almas alcancen
el estado requerido para trascender esta sinfonĂa de vida y muerte... los
consumirá con vileza. La insaciable reencarnación es el deleite para su lengua
putrefacta. Antes que puedan trascender y convertirse en seres inmaculados...
serán despedazados por sus dientes gangrenosos. La Deglución del Demiurgo es la
predestinaciĂłn cĂłsmica de la Humanidad y todas las otras razas que nos sirven
de recipientes—rompiĂł en carcajadas retorcidas—. La sinfonĂa de los espĂritus
es el vĂłmito divino del Origen.
El
vĂdeo se interrumpiĂł con la imagen escalofriante de un boceto dibujado con
tinta roja en un pergamino ictérico. Para ser solo una ilustración dibujada por
manos desquiciadas, mostrada un horror inenarrable que le revolviĂł las tripas:
era la silueta de un monje de tĂşnica grasienta y deshilachada, portando bajo su
axila un grotesco manuscrito encuadernado en piel lustrosa. Pero, el mayor
horror presente en la confecciĂłn era que, en lugar de cabeza humana, sobresalĂa
un gigantesco ciempiés de gruesos colmillos y antenas que escudriñaban un mundo
intangible de soles negros y valles muertos en planetas perdidos en el vacĂo
estelar. A continuación aparecieron fotos de cadáveres desfigurados por un
hongo fosforescente, apilados en hileras macabras y quemados en fosas a
raudales. Vi metrajes de ductos subterráneos habitados por personas extrañas de
facciones horribles... y fotografĂas de tumbas abiertas cuyos cadáveres eran
empalados con estacas como upiros.
El
Ăşltimo vistazo que tuve de aquel horror censurado por los servidores
gubernamentales fue de una imagen imborrable que terminĂł por destrozar mi
concepciĂłn del universo. Era un avistamiento telescĂłpico proporcionado por los
avanzados satélites de las agencias espaciales... mostrando una franja del
universo que nunca volveré a ver con los mismos ojos. Desde nuestro planeta
parecĂa un punto invisible y negro en la infinidad del firmamento, pero la
reconstrucciĂłn de un inenarrable horror cĂłsmico me mostrĂł la silueta descomunal
que se esconde detrás de la Constelación del Dragón. Aquella criatura de
proporciones galácticas miraba a nuestro planeta como un cúmulo de nebulosas
cuya incomprensible naturaleza fue desterrada de nuestra concepciĂłn...
El Ăşltimo mensaje de la computadora antes de apagarse fue: «Destruye los servidores. Ya no puedo más». Esa fue mi razĂłn principal de destrozar los circuitos del ordenador y de proceder de resetear todos los datos del servidor, donde se alojaban incontables e invaluables datos acadĂ©micos e investigaciones cientĂficas. SĂ SalomĂłn en verdad estaba atrapado allĂ, debiĂł presenciar los horrores que la Humanidad sepultĂł en el vasto cementerio informático de la nube. Existen secretos en el ciberespacio capaces de enloquecer a mentes brillantes, misterios insondables que es preferible desterrar de las convenciones cotidianas por el bien efĂmero de nuestra existencia en este cosmos plagado de horrores inexplorados.
Las Brujas de Ciudad Zamora
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