Masacre en la Calle Boyacá

Lo que se cuenta sobre los Magos Negros de Angostura no son solo rumores que alimentan la supersticiosa fábula guayanesa. Son una realidad oculta, cuyo ascenso y caída fue motivo de censura para una de las regiones más marginadas del país. Esta cofradía de eruditos de las prohibidas artes, hizo del Casco Histórico de Ciudad Zamora su sede ocultista, y su guerra clandestina contra los devotos de la Santa Muerte manchó de violencia las avenidas del centro. Ya no se celebran ceremonias nocturnas en la Piedra del Medio, ni se avistan figuras de negro en los cementerios a la medianoche, ni en las altas lomas con el recitar de conjuros para alterar el clima o comunicarse con ese más allá etéreo, y... ¿quién recuerda el accidente con la niña que secuestraron? ¿Y cuándo hubo la Masacre de la Calle Boyacá? Sacaron seis cuerpos despedazados en bolsas de basura, y la sangre corría por la avenida como un río desbocado... ¿Y, cuando alborotaron a los caimanes para zozobrar esa lancha con los extranjeros que venían de las ruinas megalíticas del Parque Canaima? ¿Por qué obedecimos a los Masones de Guayana y denunciamos a los Magos Negros de Angostura? Quizás esa matanza en la Calle Boyacá pudo haberse evitado.

Con todo el revuelo que está ocurriendo en Ciudad Zamora tras el Incidente denominado por las autoridades gubernamentales como la Noche de los Mil Demonios... se ha destapado una olla de secretos que permaneció mucho tiempo bajo el anonimato que caracteriza a estas sociedades secretas, y los funcionarios políticos que integran tan misterioso círculo. En los años setenta, en unas las casas coloniales que pueblan las avenidas del Casco Histórico de fachadas coloridas, se reunió un cónclave privado... bajo la tutela de Rigoberto Astudillo: un español enigmático que migró al país huyendo de la dictadura franquista, y desempeñó un papel fundamental en la consolidación de la jerarquía contemporánea en la ciudad. Este extranjero de párpados caídos, cabeza pelada y barba añeja de bigotes rizados se presentó en sociedad como un ocultista de renombre, heredero de una fortuna de alquimistas árabes y hechiceros del Medievo que triunfaron en las cortes de los reyes europeos... hasta que los estragos de la Revolución Francesa, conjurada por el adversario Napoleón Bonaparte, redujo a cenizas la grandeza de los imperios y la Iglesia Católica. Con esta presencia, consiguió ganarse una reputación de filósofo metafísico capaz de prodigios que la mente ordinaria apenas podría concebir en tertulias sociales... y reuniéndose con personajes como Luis Bartoloci, único estudiante guayanes del indecible Nicolás Fedor, y figura asociada a un culto de hechiceros anónimos; y Malaquías Gutiérrez, importante comerciante de las minas auríferas que movía grandes sumas de dinero en cargamentos que partían del aeropuerto. La influencia de Rigoberto Astudillo era tal que, Leopoldo Sucre Figarella, Presidente de la Corporación Venezolana de Guayana; llegó a solicitar una membresía con tal de descubrir qué oscuras culebras se cometían a puertas cerradas, pero el líder español lo rechazó amablemente con un voto de silencio.

Mientras que Luis Bartoloci hacía gala de trajes oscuros y enjoyados con un bastón fino en su mano al recorrer la orilla del Paseo Orínoco, Rigoberto vestía casacas militares del mediterráneo con medallas de guerras antiguas y pantalones gruesos, que acentuaban la ferocidad de su presencia. Malaquías vestía de mocasines italianos y camisas de botones con prendas de oro en los brazos, y chaquetas de piel que deslumbraban las noches de ocio en el Malecón del Río... bebiendo litros de ron refinado, y fumando tabacos ante las oscuras aguas. Pero, la única que conoció los secretos de esta tríada de hombres poderosos fue la casona que Rigoberto habitó: una riqueza en barroco cuyo patrimonio arquitectónico relucía entre las muchas casonas oblongas de la inclinada Calle Boyacá; y en cuyo interior se celebraron orgías, que solo los vecinos conocieron fugazmente como un rumor del infierno. Veían llegar en traslados grandes cajas que los chalanes depositaban en el interior... y cuyo contenido solo los más selectos candidatos podían descubrir; porque ni los niños curiosos pudieron discernir qué se escondía bajo los paneles de oscurecimiento que resguardaban las ventanas. 

Los poderes de Rigoberto Astudillo eran un enigma incluso mayor que su casona, pues todos sabían que los animales callejeros parecían inclinarse en temerosa devoción a su diestra; y que podía maldecir a cualquiera con solo una mirada, tanto, que se secaría hasta la muerte... como le sucedió a muchos de sus enemigos. No era rigurosamente católico, pero profesaba un conocimiento profundo de las sagradas escrituras... así como de ciencias ocultas, que heredó de sus antepasados árabes y griegos, y que estaba dispuesto a mostrar a todo aquel que quisiera «ver». Contaba las proesas militares de sus bisabuelos señalando las medallas gastadas de su casaca, con una voz grave e hipnótica que paraliza los salones de eventos... pudiendo dirigir enconados debates con una presteza increíble, y una gesticulación magnética. Era mil hombres en uno solo, pero... la sombra de Luis Bartoloci multiplicó sus espejismos hasta el infinito.

Desde su fundación, Ciudad Zamora fue el epítome de una saga fantástica de corsarios ingleses y migraciones esporádicas que trajeron consigo la consagración de creencias sobrenaturales. La cacería de El Dorado, esa ciudadela amurallada completamente labrada en oro que se escondía en las profundidades amazónicas, trajo consigo innumerables oleadas migratorias compuestas por hechiceros españoles, gitanos alquimistas, árabes soñadores e indios cosmopolitas; que hicieron del río una autopista de vaporeras zarpando a puertos desconocidos... y regresando al asentamiento desde comarcas indígenas. El florecimiento de la región y el sincretismo de religiones africanas, cristianas y autóctonas... originó ciencias inigualables: mucho más poderosas que el saber milenario de los místicos europeos y sus códices indescifrables. La Alquimia y su eterna persecución de la codicia por el oro y la indomable inmortalidad eran una rama putrefacta; así como el Código Enoquiano de John Dee, que se estancó, dando paso a pústulas gangrenosas como la Magia del Caos y los sellos salomonicos, y un millar de variantes occidentales.

Rigoberto Astudillo intuyó que la creencia simpática africana, la teurgia medicinal autóctona y la espiritualidad cristiana... habían originado un acervo de conocimientos mucho más importantes que el de cualquier civilización en la historia. Luis Bartoloci, cabecilla de Las Cuatro Calles, le abrió las puertas a su fascinado líder sobre la tradición en los mercados populares... y se dedicaron al primer estudio científico de este océano de hechos empíricos, en el que fluían corrientes de magia indescriptibles. Por su naturaleza satanizada ante los estigmas cristianos y el Hermetismo Europeo, se denominaron los Magos Negros de la Angostura del Río Orínoco... dedicados a profundizar en las ciencias ocultas que entrelazan las reglas del Nuevo Mundo. 

En sus primeros estudios—compartidos con el Círculo Ocultista de Puerto Bello en una época dorada para la metafísica académica hispanoamericana—, documentaron el fenómeno de la teriantropia nativa (esa cualidad mítica de los chamanes indígenas para transformarse en animales selváticos); y la naturaleza fantasmagórica de las entidades del Llano Negro y la Amazonía conocidas como «Canaimas». Este ciclo fue marcado por el debut de El Brujo de Angostura: un mestizo llamado Manuel Felipe Rojas, portador del Catán de Guacaipuro; una reliquia amazónica que perteneció a un Cacique Caribe, cuya tribu fue absorbida por la civilización guayanesa... pero que conservó antiguos poderes, estudiados por los Magos Negros de Angostura en un intercambio de saberes. Este descendiente de mestizos les enseñó los secretos de la medicina naturista local, y su cosmogonía autóctona basada en un descenso divino de la cima de los Tepuyes, tras un diluvio que destruyó el mundo. Felipe los condujo hasta la Piedra de la Guanota, donde realizaron ceremonias a los antepasados... y les reveló que el Rey Kanaima Jechikrai tenía una cohorte de espectros perversos coronada por María Lionza; y que habían exiliado a los auténticos dioses de estas tierras para reinar sobre la muerte y el dolor.

Los recursos de Malaquías Gutiérrez, el empresario del oro, permitieron al creciente círculo de eruditos adentrarse en estepas selváticas en busca de saberes enterrados, y penetrar en ruinas megalíticas... en un intento de hollar en aquel más allá desconocido, al que los indios precolombinos cruzaron en fechas propicias. Llegaron a sobrevolar en helicóptero la frontera de la Amazonía, buscando las pirámides del Templo de los Muertos, visto por un batallón de soldados enloquecidos... y pernoctaron en las mazmorras encantadas del Castillo de San Francisco de Asís: fortaleza colonial poblada por duendes y espantos. Para esa época fueron comunes los fuegos nocturnos sobre la Piedra del Medio, cuyas llamas rutilantes sobre el Orínoco asustaron a la población ribereña... y las procesiones ceremoniales en el Cerro de los Báez, llamando a los espectros de la cruenta Batalla de Maracalí sobre el valle de chaparros.

Fue Rafael Rojas, Mago Negro de Marhuanta, quien plantó la idea de la Peregrinación Negra en el círculo ocultista. Para los que no conocen de Metafísica, esto se refiere a la inclinación por la senda oscura... sumergiéndose en las tinieblas como un ser más de penumbra. Dieciséis eruditos integraban el grupo, congregado en la Calle Boyacá, y las opiniones fueron en ambas direcciones. La amplia documentación europea sobre jerarquías de ángeles y símbolos demoníacos había comprobado la peligrosidad de esta senda; contrario al inexplorado Panteón Yoruba, Vudú y Mayombé... cuyos designios apenas podían vislumbrar sin consecuencias. 

A Luis Bartoloci siempre le habían fascinado las ciencias negras, y su pasado con el tenebroso Nicolás Fedor oscurecía su imagen. Como Hechicero de las Cuatro Calles conocía el poder de cada brujo de la provincia, y ningún conjuro era recitado sin que él estuviera enterado; pues todos sabían que los Muertos le hablaban, ya que dominaba al espectro San Antonio del Cementerio, y el Arte de la Palería. Subía la Montaña Sorte varias veces al año, y se bañaba en sus ríos para purificarse después de tantos Trabajos; y hasta las Materias de la Corte Vikinga temían su presencia. Nadie conocía el origen de su fortuna, solo una vez reveló al Indio Manuel Felipe Rojas, que de muchacho trabajaba en una finca ganadera de Nueva Andalucía, pero que una tarde desenterró un cofre con unas monedas de oro, y se le apareció el Maligno en carne y hueso. Fue entonces que huyó al Llano Negro, y conoció al terrible Nicolás Fedor y sus corruptas enseñanzas sobre Ánimas y huesos sangrientos...

A Luis no le gustaba hablar sobre la apariencia de este brujo siniestro. Todos lo conocían por el mito del Negromante, cuyos estragos en la época colonial sembraron el terror en la aristocracia criolla... porque Nicolás Fedor era el último estudiante de ese mago tenebroso: un soldado desertor de la campaña revolucionaria, que creyó en los embrujos de aquel oscuro maestro, y se convirtió en un caminante inmortal del Llano Negro; muchas décadas después que el Negromante fuera despedazado por el Brujo Curbano, y escondido en puntos secretos por toda la ardiente nación. Bartoloci, después de haber bebido cerveza en demasía, y caído bajo la hipnosis lingüística de Rigoberto Astudillo... soltó que Nicolás usaba una túnica morada ceñida con un fajín verde, y en su mano se sostenía con un Yaguatero: un bastón cuyo cabezal era el cráneo de un tigre amazónico. Pero, incluso durante la gnosis... había sellos mentales que no podían romperse. Aunque todos sabían que Luis había vislumbrado un poder que ellos solo podían teorizar... y que el brujo antiguo había perfeccionado en su convivencia con las Ánimas del Llano Negro y los Espíritus del Sorte.

La separación fue inminente: Luis Bartoloci decidió cortar lazos con Rigoberto Astudillo, con tal de seguir profundizando en el arte prohibido, ante la negación del líder. Uno fue señalado de imprudente, el otro fue tachado de cobarde... y los Magos Negros de Angostura se dividieron para siempre. Solo seis eruditos permanecieron fieles a la casona de la Calle Boyacá, mientras que Malaquías Gutiérrez y Manuel Felipe Rojas decidieron formar parte de un séquito sin cuartel, infringiendo leyes como saqueadores de tumbas en incursiones nocturnas, y aullidos indescriptibles que llenaron de terror los barrios en los márgenes de la ciudad. Circularon relatos sobre espectros chupasangre en las lomas convocados de tierras malditas, y rituales satánicos que buscaban propósitos indefinidos más allá de la vida y la muerte... Horribles conjuros de dioses muertos transcritos a libros prohibidos, y susurros de la Dimensión Oscura.

En esa época se popularizó una religión retorcida que veneraba a la Santa Muerte, y cuando desapareció esa niña en uno de los colegios del centro... se señaló la Casona de la Calle Boyacá entre murmuraciones. En el Cerro de los Báez se celebraban orgías fastuosas hasta la madrugada con el fluir de cánticos hebreos, y fue en esas impresiones nocturnas que se mancharon de sangre en honor al Malamén. Rigoberto no soportó el bochorno público de los titulares, y dejó de presentarse en sociedad como un filósofo extranjero; las puertas de su casona de estudios se cerraron por ataques religiosos... y su éxtasis académico se vio interrumpido por la falta de mecenas. Se siguieron llevando a cabo las reuniones privadas, y el desembarcó de cajas cada vez más pequeñas... y no faltó quien opinara sobre su posible bancarrota y locura. Su reputación estaba por los suelos...

El accidente de Malaquías Gutiérrez fue uno de los más aterradores y lamentables de la ciudad. El hombre se había divorciado de Luis Bartoloci tras disgustos personales que jamás reveló—pero que debieron guardar relación con la niña desaparecida—, y un altercado que llegó a los disparos en el Cerro de los Báez cuando se enemistó con los otros acólitos. En su último año, el millonario financió una investigación arqueológica sobre las ruinas megalíticas del Parque Canaima, en una continúa expedición a lo desconocido junto a un grupo de universidades mexicanas y americanas... y estaban desenterrando artefactos de piedra y pirámides singulares, cuando en la lancha que debía conducirlos a la Amazonía zozobró por un ataque masivo de caimanes. Desde el Malecón del Río, una multitud de pescadores presenció como sendos caimanes hundían la embarcación en un frenesí sangriento, que pintó las aguas marrones de un rojo agrio... No sobrevivió nadie, y durante semanas fueron depositados restos humanos en los bancos de arena de la orilla. 

Las denuncias públicas de atrocidades en los camposantos municipales apuntaron a los Magos Negros de Angostura, mientras Rigoberto Astudillo se hundía en el anonimato... apareciendo en las avenidas del Casco Histórico como un espanto de otro tiempo para hacer la fila del pan, y beber unas cervecitas en las licorerías, devorado por sus propios pensamientos. Los Masones de Guayana fueron quienes dirigieron una guerra santa contra los devotos de la Santa Muerte, repudiando los ídolos espeluznantes de calaveras brillantes, y dogmas sangrientos; y coordinando persecuciones de brujas con fusiles en los cerros y terrenos baldíos. Y hubieran seguido su campaña de desprestigio contra Rigoberto y Bartoloci de no ser por uno de los acontecimientos más terribles del centro de Ciudad Zamora...

El hombre no estaba bien de la cabeza, pues lo habían visto caminar descalzo por la madrugada, y convivir con los muertos del Camposanto. ¡Se estaba germinando una idea siniestra en su mente trastornada por el repudio! Su sonrisa elocuente se derritió en una máscara de perpetua amargura, y las cajas apestaban a ratas muertas bajo la débil luz de sus reuniones secretas. Tras meses de encierro y misivas venenosas dirigidas al Círculo Ocultista de Puerto Bello, Rigoberto Astudillo, otrora líder del séquito más prestigioso de la ciudad; hizo un llamado a sus antiguos compañeros para una asamblea magnífica que cambiaría para siempre la historia de la metafísica venezolana. Luis Bartoloci asistió ante la premisa de una gran revelación que el líder diría, acompañado del mestizo Manuel Felipe Rojas como secretario. A puerta cerrada se llevó a cabo una escalofriante confrontación de fuerzas desconocidas... que llenaría de confusión a todo aquel que intentase descubrir lo que ocurrió. Fue como un relámpago invisible penetrando en el interior de la casona, y despertando un latigazo de alaridos... y fogonazos.

Eran las cinco de la tarde en Ciudad Zamora, y la Calle Boyacá gozaba de una calma perturbada por los gritos procedentes de la Casona de Rigoberto Astudillo... despertando el clamor en la población residente. Fue un fenómeno inexplicable... como el rumor de una estampida jurásico aplastando los tejados de las largas casonas, y derrumbando las edificaciones perpendiculares de la Catedral, hasta que una sucesión de disparos puso en alerta a las autoridades; que acudieron inmediatamente al sitio. La escena era lamentable... pues un río de sangre corría por el empedrado de la calle, y el portón de la casona yacía derretido en la acera, como si el metal hubiese cedido a los estragos de un incendio que jamás se identificó. ¡Y un animal parecido a un gato muy grande emergió del interior, con el pelaje amarillo manchado de sangre! Los policías se espantaron ante el gigantesco felino, que parecía tener enrollado en el lomo el collar de piedras de Manuel Felipe Rojas—que desapareció sin dejar rastro de la escena—... y que se escabulló vía al Jardín Botánico, y jamás se volvió a encontrar. 

La escena del interior era horrible: seis cuerpos yacían despedazados en el salón—los seis fieles del grupo original—, mientras que las paredes eran tachonadas por agujeros de bala, de numerosas pistolas y cartuchos encontrados en la alfombra. El cadáver de Rigoberto Astudillo permanecía sobre su silla de estudio, con las medallas metálicas derretidas sobre la casaca manchada con la sangre de Bartoloci, y un disparo en la frente que él mismo cometió, con la pistola Parabellum Luger que su abuelo saqueó de un alemán muerto durante la Segunda Guerra Mundial. Luis Bartoloci fue encontrado en grave estado tras ser apuñalado por Astudillo en una confrontación directa, fue trasladado de urgencias al centro ambulatorio... donde sobrevivió milagrosamente, y se retiró de la vida pública. Ninguno de los disidentes de Bartoloci sobrevivió, pues el fuego ametrallador de los fieles de Astudillo barrió con sus vidas al momento...

Nunca se supo qué ocurrió realmente durante el tiroteo de la asamblea magnífica de Rigoberto Astudillo, pero los detectives concluyeron que fue una venganza planeada contra sus antiguos compañeros de estudio: unos brujos traicioneros, en sus palabras. Además, la Policía Técnico Judicial descubrió montañas de huesos dentro de las cajas que el casero recibía... desenterrados para oscuras finalidades en camposantos de todo el país. 


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