El Rito del Orfanato Bolívar

En el antiguo orfanato de Ciudad Zamora se gestaba un horror indecible, causante de un episodio aterrador en la crónica estudiantil del país... cuyos terribles secretos aún yacen sepultados en el Camposanto colina arriba, y en las Catacumbas bajo el Casco Histórico de la ciudad. Las frecuentes apariciones de la monja muerta, y los jóvenes suicidas en los espejos de los baños... auguran una invitación a rincones ocultos de la consciencia; y los cadáveres quemados durante la epidemia de Gripe Española que estremeció la ciudad, aún desprenden miasmas que ennegrecen la fachada del edificio que sirvió como colegio católico. 

El despuntar de una antigua maldición procurada por los fundadores guayaneses, en un pacto sangriento con una desconocida entidad... renació en nuestra era moderna como una manifestación digital de ese inframundo esquivo a nuestros conceptos; ocasionando un revuelo extremista entre los colegiales que llamó la atención de las autoridades eclesiásticas, designando al Sacristán Salvador García como mediador entre estas fuerzas oscuras que hicieron del Orfanato Bolívar su madriguera de terrores, cobrándose víctimas para saldar su deuda arcana. 

Antes del accidente estudiantil que ocasionaría el cese de actividades escolares, hubo señales alarmantes de que una situación inusual estaba ocurriendo en el instituto, pero el director Ramírez prefirió obviar estas circunstancias por razones gubernamentales... hasta que aconteció lo peor. Los estudiantes varones de últimos años—y algunas señoritas de carácter fuerte—, presentaban comportamientos antisociales y conflictivos hacía los demás... y los menores se veían intimidados, mostrando conductas de aislamiento y tendencia a la depresión. El rector académico se excusó con que «eran vainas de chamos»... desconociendo las nefastas consecuencias de su negligencia. 

El último día en la vida de Rubén García, lo halló como todos los otros de su pasado: se sentó en medio de las hileras de pupitres sin mirar a nadie, copió la lección de matemáticas para el próximo taller... observó a los demás jugar fútbol en la cancha del liceo, sin participar porque no era muy bueno; fue a visitar el baño por última vez, hábito que causaba incomodidad entre la población estudiantil; no compró nada en la cantina porque no tenía dinero; no habló con nadie durante el recreo... solo caminó en círculos por el patio, como despidiéndose del lugar; salió del orfanato a su casa tomando el bus, y al llegar abrazó a su mamá... diciendo que estaba muy cansado y que dormiría. A la mañana siguiente lo encontraron colgado de la viga de su cuarto... suspendido por un nudo corredizo en su cuello, dando vueltas como un péndulo. Siempre fue muy callado y tímido, declaró Moisés Fernández a la investigación que la policía efectuó en busca de posibles hostigadores... Era lo más cercano que Rubén tuvo a un amigo, desde que María Victoria sufrió un accidente durante un exámen muy difícil; porque siempre lo defendía del grupito de Jorge Arreaza cuando se metían con los demás. Los oficiales interrogaron a estos muchachos altaneros, pero no consiguieron nada más que especulaciones sobre las rarezas que Rubén escondía en el baño... y cuando la policía no encontró ningún indicio en aquel cuartucho de tres cubículos pintados de azul, lavamanos inservible y enorme espejo manchado. Un psicólogo infantil fue asignado al Orfanato Bolívar para entrevistar a los más cercanos del difunto, y fue Moisés Fernández el que contó cómo María Victoria fue enloqueciendo por culpa de sus padres.... empujándola a cometer semejante locura en pleno salón de clases. «Rubén estaba enamorado de la gorda—según palabras del muchacho—, pero estaba demasiado loca... Se estaba arrancando el pelo de la ansiedad, porque si no entraba en el cuadro de honor sus papás le caerían a palos. Era estudiosa sí, pero estaba como loca... Y eso pasó durante un exámen de química que estuvo súper difícil, del que casi todos raspamos, pero ella... La gorda no podía soportar más notas bajas porque arruinaría una beca que tenía con la empresa de su mamá, o no sé cómo. Entonces, en pleno exámen... rompió el sacapuntas, y se cortó las venas con la hojilla de acero. ¡Había un sangrero por todos lados, hasta que se desmayó por la hemorragia!».

María Victoria sobrevivió a su atentado, pero jamás volvió al colegio... causando que Rubén, se retrayera más en su caparazón. Ellos habían sido cercanos desde primaria, y jugaban juntos en sus nintendos durante los ratos libres... Llegó a tener otros amigos, pero cuando María se fue, decidió cortar lazo con el exterior. Investigando un poco más, la psicóloga Jessica Fuentes descubrió que el papá de Rubén era un policía alcohólico que le pegaba a él y a su mamá cuando regresaba borracho los fines de semana; y María fue su ancla en un mundo que parecía desmoronarse cada noche... Y los colores grises nunca fueron tan oscuros tras su partida. Solo él sabía cuánto pesaba su silencio en el mundo, y cómo esa ausencia lo envenenaba por dentro. Él se había alejado de todos los demás a propósito, porque sabía «o sentía», que no era digno de ser querido... Pero abrazó a su mamá antes de irse, roto en pedacitos; y no soportó, ver cómo todo a su alrededor se estaba desmoronando tan deprisa... como su corazón.

Jesús Arreaza también era un jovencito alzado de pelos quemados y camisas descosidas que, junto a Enrique Martinez y Vicente Herrera; se metían con muchachos de su misma sección u otros años inferiores. La psicóloga Jessica anotó que Jesús padecía un trastorno psicópata que lo empujaba a cometer actos atroces sin medir las consecuencias, y sin remordimientos... porque se sentía con derecho a pisotear a los demás, debido a una crianza desinteresada. Enrique y Vicente le tenían miedo, pero también se sentían estimulados por el poder sobre los otros... cuyo temor les abría puertas en vez de cerrarlas. Vicente quería a Jesús, y a veces le hacía el paro cuando estaba a punto de pasarse de la raya: a veces no todo es risa, y es allí cuando debo ponerle firmeza a Jesús; una vez casi lanzamos a Moisés por la ventana del segundo piso, jugando con él como si fuera un monito... A ese niño le caemos mal, él no sabe que todo es jugando. Así es el humor de Jesús, y la gente se ríe... Pero ese chamo es picado, y a todo le lleva la contraria. Un día lo agarramos en la salida... y le íbamos a enseñar que no se metiera con una. Le sacabamos la cabeza por la ventana, gritando, y lo volvíamos a meter como un balancín... y cada vez salía más; centímetro a centímetro, mientras él se estremecía del pánico. Nos estábamos riendo con el carajito bien cagado... hasta que en plena sacudida Jesús lo soltó, y si Enrique y yo no lo agarramos fuerte, se nos va de cabeza a la calle. Miramos a Jesús sin reírnos, y él dijo que mejor lo hacemos de una vez... que si cae de cabeza se muere, y nadie nunca se dará cuenta que fue uno. Nos quedamos callados, y le dijimos a Moisés que se fuera... que se acabó el juego, y cuando Jesús quiso pararlo, Enriquez le dijo que ya estaba bueno. Casi se van a los golpes, pero se calmó y nos fuimos al Paseo Orínoco a ver el río. (Pero no contó nada sobre sus visitas nocturnas al cementerio colina arriba, o quién le provocó ese feo rasguño en el cuello). 

La leyenda de la monja muerta que se aparecía en los baños parecía influir en los estudiantes, que decían que se aparecía si decías su nombre ante el espejo con la luz apagada: «María del Calvario»... y que era horrible, tanto, que con solo verla te podías desmayar del susto. Concepción Palacios sufrió esta consecuencia cuando unas chicas mayores la encerraron en el baño... provocando que la muchacha se sofocara, y fuera trasladada a emergencias tras un repentino desvanecimiento, y un golpe en la coronilla que se llevó seis puntos de sutura tras «pegar la frente contra la cerámica del lavamanos en su caída»; sin entrar en detalles sobre los moretones en sus brazos, y la pesadilla que confesó a su madre al despertar, pidiéndole urgentemente cambiar de colegio. Este incidente no es un caso aislado, los encuentros con esta aparición se diluyen en testimonios estrafalarios y mentiras juveniles a lo largo del tiempo... pues es un sitio muy transitado por la población guayanesa, como para no sentir el enervar de sus fantasmagorías populares. El espectro de la monja pecadora es una antigua leyenda urbana, cuyos orígenes se remontan a la época colonial... junto con las apariciones de piratas ahorcados por las incursiones inglesas en las avenidas antiquísimas del Casco Histórico; así como los carruajes fantasmas que se desvanecen en la bruma de la medianoche... o los lamentos que escapan de las entrañas del subsuelo dejando un misterio espeluznante. Ciudad Zamora es el epicentro guayanes de una tradición folclórica en la que abundan capítulos de epidemias mortales, y revueltas civiles... que hicieron sangrar las calles, y atiborrar los comentarios con carne de muerto. Aún durante la época lluviosa, sus alcantarillas supuran los estragos de un más allá indivisible... que se proyecta a nuestra cotidianidad como fuerzas inexplicables. La Monja muerta es una de estas desconcertantes proyecciones de lo desconocido... cuyos ecos resuenan cuando se apagan las luces.

Un vistazo a este submundo indecible eriza los vellos del cuerpo, demostrando que hay fenómenos universales que escapan a nuestros sentidos; y cuyas presencias nos empujan ideas en el cerebro, que al fermentar en el inconsciente, pueden llevarnos a la locura. El accidente que provocó una breve suspensión de las actividades comenzó como un reto viral entre un grupo de estudiantes de tercero, y terminó en gran tragedia. Es difícil calcular el daño que internet puede producir en los más jóvenes, que llegan a consumir su contenido indeterminado cada vez más temprano. Los estudios relacionados al incremento de la psicopatía y el individualismo patológico han identificado la adicción a la pornografía y los videojuegos como alteradores de la consciencia; y entre este océano indescriptible de imágenes, textos y audios ante rostros iluminados por pantallas estáticas... se esconden horrores infinitos.

El fenómeno social que representó «Tucusito» en los más jóvenes, es motivo suficiente para crear leyes punitivas sobre la libertad de expresión en redes sociales... y foros de la web. (Aunque siempre existirá la Deep Web: sitios que no se indexan en los buscadores; mucho más grande que la web superficial que usamos todos. Cinco mil veces más grande y siniestra, por los terrores que subyacen en sus servidores). Este personaje de características infantiles se presentó al mundo hispanohablante como un muñeco de trapo rojo, con ojos de botones amarillos... y en su boca de hilo negro se adherían incisivos y colmillos humanos manchados de sangre seca. Sus vídeos cortos trataban temas filosóficos extraídos de la Biblia Satánica de Anton LaVey, crónicas ocultistas sobre magos negros del Medievo, relatos aterradores sobre tradiciones precolombinas, y juegos prohibidos por Dios... con una vocecita masculina de acento argentino incapaz de promocionar las erres, recordando la poesía narrada de Julio Cortázar. Esa estética gótica sobre asesinos seriales y películas de terror podía despertar la morbosidad de la juventud, así como en su tiempo el cronista de sueños, Matías Fernández, fundó un culto de devoción virtual a su alrededor... meses antes de su suicidio en el manicomio.

El contenido de Tucusito era consumido por los amantes del terror en internet, pero hubo quien se obsesionó con sus edictos morales... repitiendo sus cortos sobre hechiceros asesinos que ofrecieron a su propia familia con tal de contactar con las fuerzas inferiores; e hizo de esa introspeccion su filtro del mundo moderno. Ese fue el caso de Elías London, un muchacho moreno de tercero que fue abusado por sus primos mayores, desarrollando una personalidad retraída... y una adicción por la pornografía que lo llevaba a mantenerse encerrado en casa, preso de la masturbación compulsiva... y la deshumanización que regía a los seguidores de Tucusito, en una comunidad estimada en miles. No hablaremos de los accidentes en México ocasionados por jóvenes homicidas en tiroteos escolares, o el caso del niño en el Llano Negro que le metió los dedos a su hermana pequeña en la licuadora... porque estaba «corrupta». Los seguidores de esta figura tenebrosa recibían constantes refuerzos negativos del exterior: abusos verbales, inseguridad alimentaria, rechazo en relaciones románticas y discriminación; por lo que su retracción a ese mundo oscuro cobraba sentido en sus cabezas... y los empujaba a creencias absurdas como la contaminación del contenido basura bombardeado al cerebro de los más pequeños, o que todas las mujeres eran unas usureras, o que las profecías del advenimiento invertirían las balanzas de la sociedad.

Elías contagió a otros jóvenes con su enfermiza adicción al contenido grotesco inyectado por Tucusito; el alto Armando Cárdenas—que tenía barba desde los doce años por un problema de gigantismo—; Brayan de Jesús, que había repetido tercer año por sus faltas académicas; y Ricardo Palomino, un jovencito de catorce años que estaba confundido con su sexualidad, después de ser abusado por un muchacho de último año cuyo nombre no quería revelar. Este cuarteto de jóvenes rechazados fundó un pequeño devocional en torno a la filosofía extremista de Tucusito, que exponía que la sociedad del hombre había sido concebida como una jaula, y que debíamos purgar de corrupción nuestras mentes para ser liberados. Y practicaron la herejía de los rituales frente las lápidas del Camposanto al atardecer, ante la mirada comprada de los veladores del cementerio; sin saber que Vicente Herrera, de último año, los veía descender de la colina como apariciones noctámbulas, en sus incursiones secretas para visitar a los muertos...

El joven Elías London se presentó como un sacerdote sacrílego que oficiaba las ceremonias nocturnas—en los que degustaban botellas de licor barato y bolsas de sangría que compraba con la pensión robada de su abuela—, y eran participes de ritos estacionales y hechizos recetados por las enseñanzas clandestinas de Tucusito... persiguiendo una inmortalidad sugestiva, y poderes oscuros que iban más allá de la comprensión física. El velador del cementerio los observó degollar gallinas y degustar su sangre mientras entonaban cánticos africanos espeluznantes, pero ignoró estas manías juveniles porque London lo sobornaba con litros de licor... que lo ayudaban a digerir tranquilamente las horas de vigilancia en ese cementerio de sombras sinuosas. Este hombre anciano llegó a Ciudad Zamora sin papeles hace treinta años, y así se quedó... todos le decían Simón Ojo Azul y era un bebedor empedernido que cuidaba el Camposanto de los ladrones en busca de mármol pulido y huesos para brujería; y jamás frenó a los lunáticos nocturnos, arguyendo que prefería que pagaran el salvoconducto en especia, que saltando los muros a la fuerza. 

El viejo intuyó una vibra pesada sobre el lomo de aquel muchacho, pero estaba tan acostumbrado a la visita de Magos Negros que no le tomó importancia... porque con unos tragos todo quedaba en el olvido: la vibra pesada y la pava karmica estaban a la orden del día en esta ciudad de brujos. El día del juicio, Elías London declaró que sus compañeros «seguían guardando corrupción en sus cuerpos»: Ricardo Palomino y Brayan de Jesús tenían deseos impuros... y que Armando Cárdenas se llenó de dudas durante el ritual; por lo que no soportaron la dolorosa transformación, y se evaporaron sus entrañas. La escena que encontraron los profesores en el baño de hombres fue escalofriante: los espejos y las paredes cubiertos de manchas negras, después de que el cloro que bebieron los muchachos derritiera sus paredes estomacales. Elías fue el único que sobrevivió a este incidente provocado por un reto viral de los seguidores de Tucusito... Mientras se lo llevaban a urgencias para un lavado gástrico, gritaba, eufórico, que había pasado la Prueba; que «eso era real, y había intervenido por él». El abogado declaró que debía ser internado en el Psiquiátrico Bolivariano, y el juez ratificó esta decisión... dándole un año, que se redujo a tres meses por la mejora en su conducta, tras serle suministrado tratamiento para su neurodivergencia. 

Vicente temía que Elías regresara al colegio, y mientras recortaba camino del Orfanato al Camposanto por la avenida al atardecer, apretaba las flores en su mano; sabiendo que ese gesto jamás le gustó a su mamá. Ojo Azul sabía que él saltaba por el muro escalando por la reja, pero jamás le puso un paro... porque sentía tristeza al mirarlo depositar las flores sobre la lápida, y sentarse en el cemento frío como un gato nocturno. Hacía eso una vez por semana si podía, o por mes si la situación se ponía complicada... A su abuela nunca le gustó ir al Camposanto, decía que los muertos se iban al cielo, pero él aún creía que ella podía escucharlo. Por eso, ponía excusas con quedarse a dormir donde Enrique... para pasar la noche caminando entre tumbas, y hablando con lo que quedaba de su siempre amadísima madre. «Ojalá no hubiera sido tan pequeño—solía decirse, abrazándose las rodillas por el frío sobre la tumba—... Le hubiera dado mis dos riñones sin pensar». El amor de mamá es una diálisis al corazón. «Mi mamá es la más fuerte de todas. Mi mamá, que me carga en sus brazos hasta mi cama cuando llega del trabajo». Pero, después hubo un recorte de personal en la empresa, y la despidieron... «Mi mamá, que ya no puede levantarse de la cama». Y la crisis empeoró con la escasez de comida, y esa enfermedad silenciosa que lo hacía tocarse la espalda baja en busca de algún desperfecto en sus riñones. «Mi mamá, que ya no puede pagar su tratamiento». Se recostó sobre la tumba de cemento pulido, aún con el uniforme escolar, temblando de frío... «Mi mamá, que prometió que nunca iba a dejarme solo».

—Ella está con Cristo ahora—decía su abuela...

«Pero yo estoy solo». ¿Por qué tuvo que irse? Pero se limpió las lágrimas rápidamente cuando escuchó como una figura encapuchada recorrió el caminito que separaba las hileras de tumbas. Fue consciente del silencio en el Camposanto, y la inquietante presencia que atravesaba el camino empedrado en su dirección... No supo por qué sintió tanto miedo que ni siquiera pudo moverse, sentía que estaba presenciando algo que intentaba parecerse a una persona; una horripilante encarnación con velo negro y caminar errático... Un ser de las profundidades con semejanza humana que, de imprevisto, se presentó ante él como una figura altiva de velo inescrutable y hábito religioso de colores oscuros. Solo eso llegó a contar Vicente a Enrique, jamás le reveló lo que esa espeluznante presencia le dijo... o cómo se hizo el rasguño en el cuello. Parecía más preocupado de que Elías London haya regresado al colegio, y que su estadía en el manicomio lo haya cambiado tanto: era más amigable, y parecía crear a su alrededor un círculo de desdichados que buscaban consuelo en sus lecciones filosóficas... o morbida fascinación en sus conocimientos prohibidos.

Moisés, como un espía sin licencia, se dedicó a seguir a este creciente grupo estudiantil en sus refugios secretos dentro del abandonado Jardín Botánico: un pantano conformado por estanques abandonados, fuentes cubiertas de vegetación y edificaciones ruinosas... que una vez dieron vida a un centro ecológico, y que hoy es solo un corazón putrefacto en el centro de la ciudad. Lo que presenció en aquella arboleda de recónditos escondites velados por piedras gigantes lo dejó atónito, pues la certeza de que Elías había dejado sus medicamentos se convirtió en un dilema escalofriante... sobre auspicios de otras esferas de influencias. Según el muchacho moreno de tercero—y más tarde lo corroboró el emisario católico en sus diarios—, una fosforecencia rojiza iluminaba aquel claro entre la espesura silvestre durante el crepúsculo; y los cánticos se entremezclaban con el clamor de las cigarras y los batracios en una orquesta dionisíaca. El muchacho se asomó por un muro dentado de rocas que flanqueaba el claro de meandros, y sufrió una impresión tan escalofriante... que su tez de caramelo fundido se confundió con el papel amarillento, mientras reprimía un gemido de pavor. Aquello era impronunciable: en medio del círculo de estudiantes con el uniforme desaliñado, flotaba una figura en trance; Elías London mantenía las manos en el aire con el rostro perlado de sudor y los ojos en blanco... mientras su lengua articulaba palabras sin sentido en un idioma inquietante. Por los aires flotaba Chávez González, un muchachito pálido de primer año demasiado pequeño para su edad, alzado por hilos invisibles en una postura horizontal de reposo... profundamente sumergido en una gnosis hipnótica. Habían presencias inmateriales deambulando en la brisa, delatadas por el enervar de movimientos repentinos... y ciertos aromas desagradables que emanaban de sus formas; no supo por qué pensó en las leyendas sobre los piratas ahorcados a la orilla del río... o las pestes tropicales que abarrotaban los hospitales. A pesar del claroscuro del anochecer, Moisés distinguió una estrella de nueve puntas dibujada a los pies del muchacho brujo con la sangre de un perro callejero. Aquel prodigio se prolongó durante varios minutos, hasta que Rómulo descendió lentamente al suelo... y la multitud rompió en aplausos modestos, entre la emoción y el temor, y sacaron velas de sus bolsillos... porque Elías anunció que les enseñaría a encender los «fuegos de la noche sin yesquero». Pero, antes... como si un agente invisible hubiera susurrado en su oreja, volteó en la dirección donde se escondía Moisés... que corrió con desesperación para salvar su alma.

La creencia de que un grupo estudiantil estaba formando un aquelarre en el Jardín Botánico llamó la atención de las autoridades municipales: en los colegios se impartieron charlas sociales sobre los peligros de jugar en el área abandonada del espacio ecológico por la proliferación de serpientes venenosas, ciempiés rojos, y caimanes; sobre las consecuencias del consumo de drogas; y advertencias eclesiásticas que el Arzobispo Bernando de la Catedral impartió junto a sus monaguillos a los estudiantes del sector. Al Orfanato Bolívar asistió el Sacristán Salvador García, que vino de Montenegro a estudiar Derecho en la Universidad Oriental, y se presentó a los estudiantes para ofrecer charlas sobre los peligros de la Magia Negra de internet, y las prácticas religiosas más comunes del Mayombe y la Santería... y cómo afectaban espiritualmente a la ciudad. 

Hubo desconfianza y mofas de parte de la congregación de Elías ante el emisario católico, pero no fue reactivo ante las ofensas, y respondió todas las preguntas que los estudiantes le hicieron sobre guerras espirituales, y los rumores de rituales satánicos  ejecutados por la cúpula política en las lomas de Nueva Bolívar. Pero, lo que ocurrió después de clases cambiaría para siempre la historia del Orfanato Bolívar, plasmado en los diarios de Salvador García como el prólogo de un horror infinito: «Concepción Palacios, de cuarto año, se acercó a mí mientras recogía mi maletín, y me confesó el terrible episodio que vivió en el baño escolar cuando fue encerrada. No estoy asegurando que tales horrores puedan existir más allá de la imaginación de esta jovencita, pero venga de Montenegro... y allá hemos normalizado los fenómenos sobrenaturales como ningún otro pueblo. Es difícil no creer en el resplandor del miedo en sus ojos, y en el temblor de sus piernas... es por eso que le regalé el rosario de mi pueblo natal; y le ofrecí mi bendición. No obstante, se nos acercó un muchachito de tercero llamado Moisés Aparicio, anunciando que el grupo de Elías planeaba invocar un espíritu durante la próxima Noche de Brujas... y cuando noté la presencia de uno de los chicos de último año detrás escuchando la conversación—creo que es ese tal Vicente, que interactuó muchísimo en mi exposición—; lo invité a acercarse, pero su rostro se llenó de dudas, y huyó sin decir palabras. A ambos les dije que tuvieran cuidado de las brujerías, y les pedí paciencia... pues, investigaría todo lo referente al Orfanato Bolívar y la Monja Muerta que se aparece... solo debía rebuscar en las crónicas del Archivo Histórico».

Los diarios del Sacristán Salvador García son narraciones interesantes de la vida católica en Ciudad Zamora: una crónica plagada de conflictos familiares y asesinatos cruentos, como bien se detalló en el famoso Caso Biaggi, resuelto por el detective Luis Montero Conde, mejor conocido como el Brujo de los Palos Grandes; o las diversas solicitudes de exorcismos que el obispo jamás aprobó por pruebas insuficientes; o su teoría metafísica sobre parásitos astrales que se alimentaban de la superstición. Lo más interesante de estos diarios, legados al Museo de Ciudad Zamora por el Arzobispo Bernardo, son las misivas que compuso el joven universitario tras las visitas de los colegiales. En ellas se relata que Concepción y Moisés estrecharon un pacto de mutuo acuerdo, convirtiéndose en amigos cercanos tras el secreto del Orfanato... y protegiéndose de los abusos verbales y riñas que los señalaban. Antes de llegar al fatídico incidente que cerraría el Orfanato Bolívar, debemos preguntarnos... ¿qué razones movían a estos muchachos? ¿Y fueron suficientemente coherentes hasta el final? Concepción Palacios era una hija indeseada que terminó de fracturar el matrimonio de sus padres: creencia de que no era hija de Ernesto Palacios por aventuras de su mamá con un amigo... y fue centro de murmuraciones y desprecio toda su infancia; por lo que sus hermanos y primos la marginaron. También fue objeto de burlas y humillaciones en el colegio, víctima de chicas pesadas que la veían indefensa y manipulable... hasta el accidente en el baño, que lo cambió todo para ella.

En cambio, Moisés Aparicio era más gentil y bien intencionado en sus actos altruistas contra la tríada tiránica de Jesús Arreaza, Vicente Herrera y Enrique Martinez... pero, solo los profesores sabían que ambos padres del muchacho murieron de cáncer estomacal cuando era más pequeño, y se quedaba con una tía abusiva del centro porque sus hermanos mayores lo odiaban. Sin importar cuántas veces fuera humillado por Jesús en el patio, al intentar defender muchachos de primero o segundo, o perseguido después de clases para ser lanzado a la orilla sucia del Orínoco en la Playita... o su bolso escolar fuera escondido en lugares imposibles, relleno de piedras; él sentía que protegía a los demás con su sacrificio, y de alguna forma, esto le permitía seguir en el mundo. Por eso, que Elías haya inducido a sus primeros neofitos a beber cloro... lo llenó de una impotencia abrumadora, y que siguiera en el colegio representaba una amenaza aún más grande que la tríada maligna de Jesús. Otros, como el Sacristán García, concluyeron que estaba enamorado de Concepción, y que se lanzaría del mismísimo Puente Angostura con tal de hacer feliz a la muchacha.

Concepción era otro caso, el rosario de Salvador se sentía para ella como una invitación a la grandeza... Se sentía como la guerrera escogida por Dios en esa indecible batalla espiritual contra las legiones demoníacas que poblaban Ciudad Zamora. Por eso se arrojó de cabeza en nombre del Sacristán de la Catedral, creyendo que hacía el trabajo del Altísimo como un engranaje más en un gigantesco propósito divino. Pero firmó su sentencia, esa tarde a mediados de Octubre, cuando se dedicaba a espiar a los bachilleres que asistían a los conventos de Elías, que adquirían mayor carácter de secta ocultista conforme escogían nombres estrafalarios basados en dioses indígenas... y se identificaban como el Culto de Tucusito; cuya fiebre viral había disminuido por la multiplicación de imitadores, pero que aún seguía publicando contenido prohibitivo a sus fanáticos. Moisés había escuchado hablar en los pasillos de un manual de hechicería oscura titulado el Garra Negra, que le llegó por correo postal a Elías... y cuyos saberes solo tenían permitido conocer los iniciados más expertos. Salvador le advirtió a los muchachos que ese libro era un opúsculo de terror, que contenía las claves de Nicolás Fedor: el último aprendiz del Negromante. Este Mago Negro de la época bolivariana que sobrevivió hasta nuestros días cometiendo fechorías, en busca de los restos de su maestro descuartizado y escondido por el Brujo Curbano de la Hacienda Arco; y fue responsable de impartir la brujería oscura en Guayana, originando a los Magos Negros de Angostura... y diversos círculos que profundizaron sus enseñanzas... hasta que fue aniquilado por el Ejército Nacional en la Masacre de Tumeremo.

El Garra Negra era una guía espiritual muy peligrosa, confeccionada por el siniestro Nicolás Fedor en comunión con oscuras entidades del Llano Negro y las cavernas malditas de la Montaña Sorte; cuyas copias, impresas ilegalmente por devotos, ocasionan locura y tragedias donde aparecen. El gobierno nacional lo prohibió, tras ordenar su destrucción en 1960, cuando un tiraje de cinco mil copias ocasionó protestas religiosas en la capital... pero, naturalmente ha sobrevivido en los suburbios de Nueva Andalucía y las comunidades remotas del Llano Negro. Y que un ejemplar haya llegado a manos del lunático Elías London, solo podría significar la destrucción de Ciudad Zamora a manos de un grupo extremista...

Pero, Concepción y Moisés no sabían que Chávez González planeaba emboscarlos antes de llegar al claro del Jardín Botánico. Los dos muchachos intentaron correr cuando el muchachito de primer año se les atravesó camino a la pared de rocas dentadas, bajo los árboles conmocionados y los matorrales de hierba crecida sin control. Concepción retrocedió cuando vió una navaja afilada que se liberaba con un botón; Moisés se interpuso entre ambos con instintiva protección, a pesar que era más pequeño que las chica... y estuvieron a punto de correr, de no ser porque Violeta—una chica que compartía sección con Concepción, y una de las responsables de encerrarla en el baño—; y dos muchachos altos de cuarto año les cerraron el paso. 

—Ustedes puro ver desde lejos—dijo Chávez con voz aniñada. Su rostro cubierto de pecas parecía incapaz de mostrar severidad, aunque la navaja, más grande que él, parecía insuflar valor a su porte raquítico—. El Maestro Maleiwa no quiere ser visto por ojos corruptos como los suyos. 

—¿Maleiwa? —Sonrió Moisés, con los labios blancos como un papel—. ¿Elías?

Eso pareció enfurecer a Chávez, cuyo rostro blanco se congestionó... y sus orejas enrojecieron.

—¡Cállate, maldito! —Lo amenazó con la navaja—. ¡El Maestro mandó a cortarlos! ¡Dijo que echarán a perder todo si siguen viniendo por aquí!

Se aproximó a Moisés, y el muchacho retrocedió asustado... dándose de espaldas con los dos muchachos de cuarto año, que lo agarraron con firmeza aprovechando su tamaño. Chávez mandó a ponerlo de rodillas, y lo forzaron... Concepción gritó con los ojos llenos de lágrimas, y antes de poder hacer algo... Violeta la agarró por la cola del cabello, y le apretó una tijera contra la piel de la oreja. Todo lo que hizo fue temblar... Chávez titubeó, pero no sé echó para atrás. Moisés se debatió como un cerdo en el matadero, creyendo que podía zafarse del agarre de los muchachos más grandes y la sumisión...

—¡Ya sé! —Chávez tragó saliva, dubitativo... Estaba sudando más que Moisés—. ¡Un ojo, sí! ¡Le sacaremos un ojo! —Y acercó la punta afilada de la navaja con la mano temblorosa—. ¡Un ojo, sí!

—¡Sácale el ojo, pues! —Gritó uno de los muchachos de cuarto año...

—¡Dale, maldito muchacho! —Corroboró el otro, ciñendo el cuello del congestionado Moisés con un brazo enroscado.

Chávez lo pensó, pero no podía echarse para atrás... No frente a los de cuarto, que lo respetaban como un iniciado experimentado a pesar de ser de primero; y frente a la culona Violeta, que era una de las que estaba más buena del colegio. Debía hacerlo, sí, era solo un ojito... ¡O una cortada en el cachete! ¡Lo que sea, pero lo haría! Cerró los ojos, colocando el filo en la carne del morenito... y sintió que un brisotón lo empujó de costado. Tropezó con Violeta, y cayó al suelo enredado con la chica... Rodó por la grama, manchando su uniforme celeste de tierra; teniendo cuidado con la navaja y sus costillas. ¡Al fin, alguien había llegado! ¡Era Vicente, sí! Pero Chávez se guardó estos pensamientos para sí, y miró con amargura al muchacho de quinto año... defendiendo a Moisés y Concepción. ¿Qué hacía Vicente Herrera en el Jardín Botánico?

—¿Jesús sabe que metes las manos por niños de tercero?

—Cállate el hocico, si no quieres que te lo parta.

Los muchachos de cuarto intercambiaron miradas burlonas... Lo retaron:

—¿Qué vas a hacer?

—Los pongo a comer tierra.

Uno de los muchachos señaló con el pulgar a Vicente, sonriendo a Violeta... apartó la mirada, y se lanzó con un golpe. El muchacho de último año lo esquivó dando un paso atrás, y con un rápido puñetazo... le rompió la nariz al agresor. El otro se lanzó a la pelea con las manos al frente, mordiendo sus labios, y Vicente lo repelió con una patada al estómago... haciendo que se doblara de dolor en el suelo. 

—¡¿Van a seguir?! —Les gritó con tono imperioso...

Miró a Chávez, pero el muchachito se limitó a guardar la navaja en su cartucho, con la quijada metida en el pecho y los ojos asustados. Pero algo había cambiado, y Vicente lo notó con un escalofrío inusitado en la espalda... Volteó, y descubrió a Elías London con una bata de abuelita, parecida a una túnica zarrpastrosa, con capucha sobre la cabeza pelada, y un cordón como cinturón. 

—¿Qué mierda te pasa a ti también? —Le espetó Vicente, frunciendo el ceño...

Elías se había afeitado hasta las cejas, haciendo que su cara perdiera toda expresión. No se parecía en nada al bachiller introvertido de mirada curiosa. La túnica sucia le llegaba a los tobillos... y usaba medias negras bajo sandalias de goma. Su rostro moreno parecía una máscara de grandes ojos hinchados, y sus labios gordos se separaron para murmurar una palabra sin sentido. Cuando Vicente le pidió que se quitara del camino, ni siquiera pestañeó... le dedicó una mirada fulminante, y sopló una brisa feerica; y Moisés sintió que se removían impurezas hediondas en la brisa. El muchacho de último año soltó un gemido de dolor, mientras su cara se convertía en una máscara de dolor... cayendo sobre las rodillas con los brazos apretados contra la barriga. Moisés observó como el aire vibraba con ondulaciones, como si hubiera un calor sofocante alrededor de Vicente... y Concepción lanzó algo que encontró en el suelo. El objeto desigual voló, describiendo un arco pronunciado... e impactó contra la cara de Elías. Vicente soltó el aire en sus pulmones, entre toses, y Moisés lo ayudó a ponerse de pie... mientras el moreno de túnica manchada cubría uno de sus ojos con una mano ensangrentada. Los tres muchachos no tardaron en correr de la escena con el corazón desbocado...

Ninguno sospechaba lo loco que estaba Elías London en ese momento: actuaron por reflejo, y pagarían las consecuencias de sus pecados. Los muchachos del culto lo llevaron al hospital, donde los doctores fueron incapaces de salvar el ojo, por el grave traumatismo ocasionado por la intrusión del trozo de cerámica. Extrajeron la cornea destrozada, y todo el contenido del globo ocular con una aspiradora... y suturaron la cuenca; como el Hospital Rómulo Marcano estaba colapsado debido a un accidente automovilístico en la carretera que involucró un autobús, lo dieron de alta mientras las camillas eran reutilizadas para quirófano de emergencias. 

A pesar del intenso dolor, y la debilidad por los antibióticos... Elías London no desistió de su empresa. Estaba próxima la Noche de Brujas, y un ojo no era nada a comparación del más allá invisible que estaba a punto de rebasar. Lo tenían constantemente vigilado, la paliza que le dió su madre cuando se enteró que estaba faltando al colegio fue terrible... pero aquello no fue más que expiación para su carne corrupta. Perdió un ojo, pero nunca vió mejor... con más agudeza y convicción que antes. Por eso vació el tubo de matarratas en la avena cocida de su abuela, y se complació de que su madre también se sirviera de la olla... Ambas se quedaron profundamente dormidas tras morderse la lengua, al ver la telenovela de la noche. No volverían a ensuciar su mente con aspiraciones, no volverían a sufrir por la corrupción del mundo... Elías enrolló los periódicos bajo las piernas del sofá, y abrió las válvulas de las hornillas para cocinar, dejando que el aroma a gas propano llenase el ambiente. No tardó en prender el papel, y salir a la calle para ver como el departamento ardía con ferocidad desde el exterior... La ventana vomitaba tentáculos negros al cielo. Desde la avenida contempló como los bomberos llegaban para apagar el incendio en el edificio... originado en un departamento familiar en la noche. En ese fuego purificador se quemaron los restos de Elías London, solo quedaba Maleiwa, su verdadero ser: el Dios terrenal de los Indios Guajiros. Proyectado en su cuerpo como un prisma desde un rayo de luna... presentándose en visiones oníricas, anhelando el enervar de la carne y el hervir de la sangre en las venas. Tucusito solo fue un medio para presentarse en su vida, Maleiwa era el verdadero dueño de su carne... y su espíritu solo era una extrapolación de su voluntad atrapada en la Sombra Eterna. 

Pero, requería una ofrenda de dolor... Desde su proyección noctámbula, Maleiwa había dispuesto los hilos para que uno de sus siervos le hiciera llegar el Garra Negra; y fue en una ensoñación que le demostró todas esas cosas grandiosas que podría lograr de solo recitar los conjuros durante el Rito Nocturno del Samhein. Entonces, él haría bailar sus carnes, y volvería a nuestro mundo... Hizo llamar a Chávez González con su control mental: una suerte de mesmerismo mediante el timbre de voz, que podía orillar a una persona hasta las últimas consecuencias. «La muchacha—anunció—, ella será el Receptáculo del Dolor». Y así se hizo...

No fue hasta la Noche de Brujas, que todo el Culto de Tucusito faltó a clases... que Moisés supo que algo le había pasado a Concepción; e hizo lo que impensable: corrió a la tríada tiránica para pedir ayuda. Jesús Arreaza se echó a reír y le brindó un cocotazo; mientras Enrique lo miraba ceñudo, y Vicente se excusaba. Aquellos eran sus enemigos jurados, siempre había sido así... pero Concepción corría un gran peligro, lo sabía; así como estaba seguro de haber visto los espíritus malignos congregados en el claro durante el ceremonial, y la negatividad atravesando el cuerpo de Vicente, lanzando respuestas de dolor. Se arrodilló ante ellos, rogando que fueran a rescatar a la muchacha... porque ellos eran invencibles, habían sometido a toda la institución, y ni siquiera Elías con todos los poderes del infierno podría detenerlos.

Jesús rompió en carcajadas, le propinó un coscorrón al indefenso Moisés... y se fue mostrando la espalda. Vicente y Enrique debieron imitarlo, pero ayudaron al muchacho de tercero a ponerse de pie... y le hicieron caso. El líder se molestó, y los llamó locos... acercándose con zancadas furiosas para empujar a Moisés, pero Enrique lo frenó con una mano... diciendo que ya estaba harto de sus actitudes, y Vicente le prometió que lo acompañarían después de clases para asegurarse que Concepción estuviera bien. Jesús maldijo, diciendo que ya no eran sus amigos...

Moisés se sentía extraño junto a dos grandes muchachos de último año al frente con el uniforme beige un poco arrugado, y los pantalones manchados por el barro del clima nublado. Pronto caería una tormenta, y mientras anochecía... se filtraba un olor corrosivo por la enramada del sector; Moisés creía que era el único que percibía esto, junto con muchas otras cosas que prefirió callar... El coro de batracios y el zumbido de las gotas de lluvia los mantenía alerta; pronto llegaron al claro, epicentro de la congregación, rodeado de árboles estirados y un muro dentado de piedras erosionadas. Los tres se paralizaron al contemplar multitud de estudiantes de uniformes celestes y marrones, con capuchas puntiagudas sobre la cabeza y velas encendidas en las manos. Eran casi veinte congregados, alrededor de un pentagrama dibujado en el suelo de piedra con sangre de un animal torturado... en cuyos vértices descansaba Concepción tendida. El suelo de piedra negra cubierto de hojarasca debía ser mucho más antiguo que la ciudad... y bajo el fulgor del crepúsculo describía reflejos nacarados como la osamenta carbonizada de un gigantesco dragón marino. En aquella morada debió erguirse un santuario antiquísimo, dedicado a ceremonias pérdidas...

—¡Elías! —Gritó Vicente con las manos a los lados de la boca, posado sobre el muro dentado que dominaba el claro—. ¡¿Qué mierda te pasa por la cabeza?! ¡Deja ir a esa pobre muchacha!

Elías London ni siquiera se había deshecho de la venda en su ojo cegado; y les dedicó una mirada cargada de rabia que hizo ionizar el aire en su dirección. Moisés escuchó un zumbido lejano, como un clamor de espadas diabólicas, y les gritó a los muchachos. Vicente y Enrique saltaron del muro de piedra al claro, momentos antes que la cresta dentada estallara con una explosión de piedritas... por el impacto de un meteorito invisible. La multitud se regocijó de admiración, mientras la cera derretida le quemaba las manos... Moisés descendió con cuidado por el borde del muro, estudiando los rostros inexpresivos de aquellos estudiantes familiares, con capuchas puntiagudas color negro y agujeros para los ojos vacíos... bajo una hipnosis indecisible que los obligaba a obedecer. 

Elías murmuró una ofensa, y la veintena de jóvenes se aproximó a ellos dejando caer las velas... Moisés sintió que el mundo se le caía de las manos, ni siquiera Vicente y Enrique podrían ganar contra tantos juntos. Quiso salir de allí, y al voltear miró como Jesús Arreaza y el Sacristán Salvador García disparaban fuegos artificiales contra la multitud; disipando sus mentes con chispazos rojos y verdes... 

Fue entonces que cayeron en consecuencia de sus actos, y se dispersaron en estampida hasta los árboles como ratas asustadas. Jesús continuó disparando cohetes y haciendo explotar sonoros petardos, mientras Salvador acometía con su lluvia de chispas mágicas desde el tubo de cartón en sus manos... Los únicos que quedaron del otro bando fueron Elías London y Chávez González, quien apretaba en una mano un yesquero y la navaja en otra; pero estaba tan asustado, que era incapaz de levantar la mirada. El sacrílego de Elías volvió a ponerse la bata descolorida de su abuela, descalzo, con el Garra Negra de tapa dura en sus manos, y la venda cubriendo la mitad de su cara... Los confrontó, con Concepción a sus pies, y el rostro descompuesto en una máscara lobuna. 

Salvador se adelantó al claro para encararlo, vestía de monaguillo con sotana roja y roquete blanco... y llevaba un rosario en el pecho y una biblia católica bajo el brazo. 

—Ya está bueno, Elías—dictó, autoritario—. Aún estás a tiempo de reconciliarte con Dios.

Chávez suavizó su semblante al escuchar estas palabras, y sonrió con serenidad.

—¿Maestro Maleiwa?

—No—fue todo lo que dijo Elías—. ¡Nadie lo entiende! ¡Lo que viene para este mundo! ¡Maleiwa lo profetizó! ¡Ellos le prometieron un diezmo, e incumplieron su parte del trato cuando se enriquecieron! ¡Pero, dejaron la puerta abierta, y los devoró por dentro! 

—Los fundadores guayaneses creyeron que podían jugar con fuerzas del otro mundo—dijo Salvador a grandes voces—, invitaron una deidad antigua al corazón de su nueva ciudad... y le ofrecieron sacrificios a cambio de prosperidad. Y sí, hubo una época fructífera en la que embarcaciones de vapor remontaron el río hasta su parte más estrecha trayendo riquezas... pero, el Rito del Orínoco se perdió cuando el Viejo Mundo terminó de morir—levantó su biblia—. Maleiwa ya no pertenece a esta tierra, ahora un único Dios se levanta sobre todos los demás para gobernar con justicia.

—¡Cállate, maldito perro! —Gritó Elías, poniendo los ojos en blanco tras la posesión—. ¡Tu Dios es un demonio ahogado en su propio vómito!

Escuchó el silbido lejano del viento azotando las copas de los árboles...

—¡Allí viene! —Gritó Moisés.

Y bajó la cabeza cuando descendió el ventarrón con una ráfaga de polvo, y cayó de cuclillas. Salvador ni se inmutó con la biblia abierta en las manos, y del fondo del claro... a espaldas de Elías, surgió una sombra mucho más alta que cualquier ser humano existente, y cubierta con un velo negro... y el cuerpo envuelto en un hábito de monja oscuro que cubría sus pies. Su caminar era extraño, como si flotara antes de pisar el suelo... y sus brazos largos casi rozaban el suelo; era un espectáculo grotesco e inenarrable... sus dedos rematados en garras eran casi tan largos como para envolver una cabeza. Chávez tembló visiblemente al tener esta presencia próxima, y Salvador rebuscó en las páginas de su libro, pero antes de soltar la primera oración, Elías levantó sus manos, y el viento sopló, acompañado de un millar de repugnantes presencias, y el Sacristán se tambaleó con el rostro lívido.

La entidad oscura se aproximó como una araña de patas muy largas...

—El que habita al abrigo del Altísimo—comenzó Salvador con el rostro perlado de sudor—... Morará bajo la sombra del Omnipotente. —La sombra se detuvo, como si su presencia se diluyera desde su dimensión oscura... Elías gritó, y lanzó un manotazo... El roquete blanco del monaguillo se desgarro, como si un arañazo demoníaco le hubiera surcado el pecho—. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío. Mi Dios, en quien confiaré—el espectro soltó un chillido indescriptible parecido al reflujo de un abismo... y retrocedió—. ¡Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora! ¡Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro! —La tela se desgarró en la espalda por otro tirón fantasma—. ¡Escudo y adarga es su verdad! ¡No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día!

—¡Chávez, has algo!

El muchacho tembló, sin saber qué hacer; dudó, miró largamente a Elías... y levantó el yesquero ante el demonio del velo negro, presionando el botón del gas y liberando un chorro de fuego naranja que bañó a la sombra. El sacerdote hereje gritó de negación, y con sus poderes malignos mandó volar contra la arboleda al muchachito de primero...

—¡Ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya! —Otro punzón laceró la vestidura del monaguillo, pero ni se inmutó—. ¡Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; más a ti no llegará!

La sombra se difuminó con otro rugido prehistórico, desapareciendo brevemente en un suspiro translúcido... pero Elías recuperó el puñal de Chávez con un movimiento de los dedos, y se precipitó a Concepción para completar el Rito. Siendo interrumpido por Vicente y Enrique, que lo empujaron fuera del círculo...

—¡Ciertamente con tus ojos mirarás, y verás la recompensa de los impíos! —Salvador cayó sobre una rodilla cuando un tajo lo hirió en el tobillo—. ¡Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación! ¡No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada!

—¡CÁLLATE, MALDITO! —Los poderes oscuros de Elías tiraron de Vicente y Enrique como muñecos de paja azotados por un tornado...

—¡Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos! —El monaguillo se irguió, con el pecho hinchado—. ¡En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra!

Otro rugido cavernario hizo estremecer los árboles centinelas del claro, y Moisés sintió un perfume exquisito cayendo en gotas como lluvia incandescente de noviembre. Elías London atrajo a un adolorido Vicente Herrera con su mano prensada, mientras empuñaba la navaja... y el muchacho se deslizó por el suelo, como tirado por cables invisibles a un final espeluznante. 

—¡Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón! ¡Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por... cuanto ha conocido mi nombre!

Jesús Arreaza atacó al momento, y la navaja atravesó su pecho... perforando el corazón de cuajo. La lluvia comenzó a llorar sobre el claro, y rápidamente se precipitó un aguacero... Elías se desprendió del cadáver con las manos ensangrentadas, y Vicente le cruzó la cara con un puño.

—¡ME INVOCARÁ, Y YO LE RESPONDERÉ! —Un último rugido jurásico hizo estremecer la lluvia... como si fuera capaz de detener su caída—. ¡CON ÉL ESTARÉ YO EN LA ANGUSTIA!—Vicente continuó golpeando el rostro de Elías, hasta que sus manos se mancharon de rojo—. ¡LO LIBRARÉ Y LE GLORIFICARÉ!

Los gritos del muchacho se confundían con los de la sombra al otro del umbral...

—¡Muérete de una vez, maldito! 

—¡LO SACIARÉ DE LARGA VIDA, Y LE MOSTRARÉ MI SALVACIÓN!

Y la sombra se desvaneció en la lluvia torrencial como un vapor mefitico, Enrique fue corriendo a separar a su amigo del ensangrentado Elías... y se dió cuenta, que Vicente estaba llorando. 

Las Formas del Deseo

«Gerardo Steinfeld, 2025»

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