CañaveralesIII
Soy la única que vio todo lo que ocurrió en la Finca de la Bruja, y aún así, me cuesta creer que un solo hombre haya causado tanto daño. Como ya les dije, era solo una empleada de la cocina, nunca tuve que ver con los negocios de los patrones. Los trabajadores del sitio corrieron en busca de refugio ante los gritos del inmenso jefe al que todos llamaban Barriga de Perra porque según estaba cayendo un misil... ¡Yo dije Dios mío, ten piedad! Corrí, temblando del susto, hasta el segundo piso y vi lo que creía imposible: un muchacho vestido negro montado encima de una ojiva, como si fuera un pájaro metálico... cayendo directo a nosotros con una fuerte risa. ¡Ave María Purísima! ¡Me puse a rezar mientras las otras cocineras me gritaban: Doña Luz, vámonos! Pero yo estaba pegada a la ventana del segundo piso, viendo como volaba ese morenazo de Capitán Venezuela con el cohete en la espalda y el florete en alto... ¡Ambos iban a chocar de frente! ¡Ese hombre con sombrero de copa y el General Fuenmayor! ¡Los militares que formaban la escolta del Ministro Cabello sacaron sus fusiles y comenzaron a disparar! Y... Por Dios, hubiera visto como ambos hombres se encontraron en el cielo: el tipo se desprendió del misil, y chocó directamente contra el musculoso capitán... Pero pasó muy rápido, y no ví quién pegó primero... porque el misil explotó y el cielo se puso negro.
La casona tembló tan fuerte, que creí que el piso se desmoronaría, y las ventanas explotaron con un reguero de vidrios rotos. ¡El estallido me dejó sordo por unos minutos! Y entonces siento que algo chocó contra el techo, destrozando las vigas, y me acercó corriendo y veo al Capitán Venezuela tendido en los escalones destrozados... y por el ventanal destrozado veo que empiezan a caer bolas de fuego a los soldados como lluvia del infierno. ¡Y entonces grito que se está acabando el mundo! ¡No podía creer lo que estaba pasando! Y cuando por fin el Capitán consigue ponerse de pie, cubierto de astillas, entra ese hombre de negro por la abertura del techo y le cae encima...
¡Y lo reconocí, oficiales! ¡Era ese niño catire que Barriga de Perra se llevó de la finca hace años! ¡¿Cómo pude olvidar esos cabellos dorados?! Yo corrí, porque comenzaron a hacer destrozos por todo el salón... Era como si dos toros estuvieran peleando adentro, y las paredes cedían en montañas de astillas y polvo; y la casa se estremecía con sus golpes y patadas. Entonces, el muchacho atraviesa una pared desde el comedor, y cae tendido sobre el mesón de la cocina... y yo me agacho entre los sartenes. Había sangre en su cara, y se quitó los lentes oscuros con una mano temblorosa... tenía la gabardina negra cubierta de polvo y astillas; y en el sombrero de copa se veían agujeros de bala... Recuerdo que me pidió un tenedor, y yo no lo entendí, pero le obedecí porque tenía mucho miedo; y él giró sobre el cerámico del mesón para caer al suelo, y gatear hasta el enchufe más cercano... Sí, era él, pensé; y grité cuando lo vi acercar el tenedor al tomacorrientes... pero no consiguió meter los dientes metálicos, porque Capitán Venezuela apareció volando con el cohete a toda velocidad y lo empujó hasta la pared exterior, y ambos la atravesaron hacía el patio. Entonces, salgo corriendo, escucho disparos y sé que la cosa está fea... porque, desde el patio los militares del ministro corren por todos lados dentro del humo negro, y escucho un trueno, sí: un relámpago apareció de repente, y una explosión como de granada y en el patio salen volando varios soldados. Entonces, se ponen en formación esos militares, unos pecho tierra y otros de pie con los fusiles en alto... y comienzan a disparar al humo... y veo que surge otra vez ese hombre, pero sin el sombrero y con la gabardina cubierta de agujeros... y las balas rebotan; sí, no sé cómo... ¡Pero las balas no hacían más que frenarlo! ¡Y se pone agacha ante la ráfaga de disparos de la veintena de militares! Y entonces empiezan a llegar todos los sicarios del cartel y los trabajadores con las armas, y empiezan a disparar casi a quemarropa... y no podía creer lo que veía, de verdad; lo estaban acribillando... hasta que, escuché como un zumbido eléctrico, y el señorito se lanzó a los soldados en una embestida... y rápido como un relámpago, los soldados volaron por los aires; y entonces, ambos, el capitán y el blanquito chocaron abrazados contra la fachada, y asustada, ví como el militar levantó al otro por el pescuezo y lo estrelló contra una pared, que se desmoronó como de cartón.
El Señor Mostaza parecía cubierto por hilos de sangre, y uno de sus ojos estaba hinchado como un mango... y todo su cuerpo, bajo la gabardina deshilachada, era cubierto por visibles ampollas redondas, allí donde las balas rebotaron al contacto con la piel endurecida. No era una pelea a puños, era más bien un perro bravo jugando con un gato en el hocico: lo levantaba y lo estampaba contra el suelo, lo hacía girar como una muñeca inflable y lo lanzaba hasta la pared más cercana, en una lluvia de escombros y polvo. El Capitán lucía ensangrentado sí, tenía un corte sobre la ceja derecha que no dejaba de sangrar... y un cachete hinchado por la acometida. De su cinturón extrajo un cuchillo de guerra, como el de Rambo, y se lanzó al otro, que apenas se mantenía de pie, con un grito... y la punta del arma atravesó la palma del Señor Mostaza, clavándose en su mano y asomando de la carne como una protuberancia metálica. Ambos retrocedieron, y entonces el catire le pegó con la frente en la nariz al morenote... y se la rompió con un crujido nasal; y lo empujó por el corredor cubierto de polvo, y jaló del gatillo en el propulsor, saliendo el capitán disparado al techo, virando al impactar y salir disparado al almacén de la casona.
Ese era uno de los sitios más importantes de la finca, pues allí el patrón guardaba el material refinado más puro del mercado. Yo estaba cerca, pasmada, esperando que todo terminase como quien desea salir corriendo... y veo que el Capitán Venezuela se quita el cohete de la espalda y se acomoda la boina roja a la cabeza con orgullo; y el Señor Mostaza se levanta con el rostro descompuesto, y la mano chorreando rojo... cuyo sangrado se detuvo al momento por, ¿una extraña mutación, dicen? De la gabardina negra solo quedaron despojos, y se deshizo de ellos para exhibir una camisa blanca con corbata negra, cubierta de agujeros de bala, de los que fluían pequeñas flores escarlata; el pantalón negro estaba puerco y desgarrado, y desató la corbata para vendar su mano apuñalada...
—¿Esto es lo que quería, Sargento Mostaza? —Le reprochó Capitán Venezuela con la pechera tricolor ennegrecida—. Nunca será un héroe, solo es otro súper asesino.
Y el Señor Mostaza se lanzó con los puños arriba... recibiendo un fuerte golpe en el estómago que lo lanzó unos seis metros creo, contra la pared del fondo. Las mesas volcadas con paquetes de cocaína se habían roto, llenando el suelo de polvo... Capitán Venezuela recortó la distancia contra el aturdido hombre, y lo levantó del pescuezo con una mano. Lo iba a estrangular, cuando la nube de porquería impactó en su rostro... y perdió el foco; rápidamente, el Señor Mostaza le aplicó una mataleones al cuello, con un puño lleno de cocaína directo contra el rostro del adversario.
—¡Tenías razón! ¡Soy un súper asesino! ¡Eso es lo que siempre he sido! —Gritó, restregando el polvo en las fosas nasales del capitán—. ¡Pero, tú tampoco eres un maldito superhéroe! ¡Solo eres otro enchufado de mierda!
Y Capitán Venezuela cayó inconsciente por la sobredosis. Entonces, señores oficiales... vi venir del búnker subterráneo a Barriga de Perra con un lanzacohetes sobre el hombro. Estaba más gordo y alto que nunca, con la camisa blanca manchada de sudor grasiento... y soltó una carcajada con el rostro congestionado, disparando la bazuca con un silbido mortífero... Yo grité, porque aunque estaba lejos de la explosión, vi al Señor Mostaza recibir el cohete en el pecho. ¡No es posible que haya sobrevivido a esa explosión de frente! ¡Eso sí, fue lo último que ví, lo juro! ¡Porque la casona se derrumbó... y las plantaciones ardían como montañas de fuego; y había humo por todos lados! ¡Y estaban sacando a los heridos, todos quemados y con fracturas, y ustedes llegaban en sus patrullas junto con los bomberos!
[¿Qué fue lo que me dijo Barriga de Perra? —El Señor Mostaza miró alrededor de la celda de polímero reforzado con una sonrisa cínica—. Por supuesto que ya no podía con mi alma... Tenía fisuras en las costillas, de ser eso posible, y el cuerpo adolorido por las quemaduras y los moretones. Me habían caído a martillazos... Y el gordo hijo de puta se acercó con la bazuca en el hombro, riéndose el desgraciado, y me dijo que era una maldita decepción... que no sabía qué tenía en la cabeza para hacer algo así; que era un malagradecido, y un parásito que se sacó de encima a la menor oportunidad... pero que también llegó a agarrarme cariño, y por eso perdonó mi vida en ese momento. Con él iba el perro del Manitas, y usted, Ministro Cabello... y luego llegaron las autoridades para controlar la situación. Ya no pertenezco a esos cañaverales, ahora esta vida es solo mía... Sé que he cometido muchos errores, y nada podrá arreglar el daño que hice a los demás; al final, obtengo lo que merezco. Y eso es todo lo que puedo decir sobre eso... Mi vida siempre ha sido muy solitaria, hará frío la próxima temporada decembrina, pero trataré de vivir.
»Desperté en quirófano una semana después, para ser trasladado al Helicoide, que tras la desaparición del dictador Rómulo Marcano se convirtió en un Centro Penitenciario para Xenohumanos. Ahora, dígame... ¿para qué vino ante mí, y qué es lo que ocurrió en Ciudad Zamora, que todos los vuelos fueron suspendidos y se decretó emergencia nacional?]
Las Formas del Deseo
«Gerardo Steinfeld, 2025»
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