El Extraño Abotonamiento del Hospital Rómulo Marcano 

En octubre de 2023, sucedió uno de los casos clínicos más escalofriantes de la historia médica venezolana... A las cinco de la mañana, la Víspera del Día de Brujas, al Complejo Hospitalario Rómulo Marcano de Ciudad Zamora arribó una veintena de hombres y mujeres presentando una desconocida afección que unía sus cuerpos de manera grotesca. Trasladados a emergencias con sus genitales adheridos tras una fastuosa ceremonia, en la que se celebraron inmundas orgías y ritos en devoción al Maligno; colapsando las instalaciones y necesitando de intervenciones quirúrgicas para extirpar los miembros, aparentemente fundidos en una sola masa de carne grotesca. Uno de los presentes, un acólito que pidió censurar su nombre del reportaje, anunció a grandes voces que todo había sido culpa de la «maldita bruja raquítica»—esto me lo relató, mientras los doctores sedaban a su compañera, sofocado por la postura de penetración que la mantenía unida a él como una sola carne, en un abotonamiento similar al ocurrido en el apareamiento de los caninos—. Que los arrastró a una ceremonia satanista, en la que se recitaron los conjuros hereticos de un libro prohibido... y fueron víctimas de las burlas de Pazuzu. 

Las denuncias contra esta mujercita desconocida abultaron un denso expediente delictivo que horrorizó a las autoridades encargadas del juicio, y su aparente desaparición de la ciudad, provocó un estupor colectivo exacerbado por las víctimas de sus actos. Los mutilados en tan desconcertante incidente siguen denunciando la persecución de esta desconocida, relatando en las crónicas periodisticas una desagradable historia, que comienza con la fundación de una secta de adoradores de la carne y los fluidos... cuya sacerdotisa prófuga se ha asociado con la terrible Bruja del Guayabal y la fantasmal Ánima del Naranjal.

Este grupo fue reunido originalmente por el mago negro Rafael Rojas, antiguo velador del Cementerio Joboliso—enjuiciado por tráfico de huesos de sepultura a los Paleros de Marhuanta—hace tres décadas. Era un consorcio de dipsómanos, obsesionados con el ocultismo y los mitos decimonónicos, nutridos de las migraciones colombianas y cubanas durante el florecimiento de Ciudad Zamora, gracias al derroche petrolero de la Faja Bituminosa del Orínoco. El sincretismo de los panteones africanos del Vudú y los ritos católicos, dieron paso a sesiones de espiritismo colectivo, fundando humildes diócesis paganas en barrios rurales; liderados por curanderos y sacerdotisas que bajaban espíritus en sus cuerpos para ahuyentar males. Pero la devoción a la Caña—esa inclinación latina que normalizó el alcoholismo como pasatiempo—, y el desenfreno de una sociedad reprimida por los martirios gubernamentales y las costumbres evangélicas, claudicaron en una depravación carnavalesca, donde los cuerpos danzaron desnudos ante los lamidos de la hoguera en los Aquelarres nocturnos. La pasión desenfrenada de las carnes, ya envejecidas, insufladas por el vapor nacarado de los licores y los cubitos de LSD: un festival de crápula; donde el jolgorio en los cerros, despertó el misterio guayanés sobre ánimas de mujeres violadas hasta la muerte por piratas ingleses.

Estas tradiciones nocturnas fueron mermando con los años y las represiones evangelistas tras la fundación de nuevas iglesias protestantes y el desprecio—y secreta veneración—, de los curanderos y guías espirituales. Hubo un tiempo de contracción en el que el culto prácticamente se extinguió. No fue hasta la revolución mediática, que la censura pasó a segundo plano, y en los barrios y las urbanizaciones toda esa agitación reprimida por los años... se liberó en un estallido, que hizo crepitar los cerros aunados a la carretera con sinfonías de gemidos plañideros y campanazos de fogatas al son de tambores y vestigios de ritos. Oficiados por quienes aún podían concentrar en sus carnes, las presencias de aquellos deseosos por manifestarse desde su plano onírico de cortes espirituales. Las teúrgias medicinales de los barrios marginales volvieron a ser ley con el descaro de las clínicas privadas y la precariedad de los hospitales municipales. Los guías espirituales volvieron a fungir como consejeros psiquiátricos y masajistas intercesores; y los jóvenes se consagraron bajo los dogmas eclesiásticos de espíritus populares como San Cipriano y San Honorio, y temían con inusitada sabiduría las provocaciones de los opúsculos del Llano Negro—esa región atrasada del país—, aborreciendo las permutaciones del Diablo, en las insinuaciones cabalísticas de Nicolás Fedor y los demás aprendices del Negromante, ese Señor Oscuro de las leyendas venezolanas.

Y todos susurraban como mariposas negras sobre las ensoñaciones místicas de noches fugaces, impregnadas por gritos de placer y rezos en lenguas indígenas a los Santos. Donde los posesos, convertidos en Materia, disfrutaban del gozo de la carne, el humo del tabaco y el licor... dejando las mutilaciones y la consumación narcótica en la lejana Montaña Sorte. La magia nunca estuvo tan viva...

Pero la recesión es la norma, y las excursiones nocturnas se fueron vaciando, conforme la fuga de capitales convertía al país en un guiñapo de pueblos agonizantes y barrios desolados por el abandono. Los guías espirituales comenzaron a cobrar por necesidad, y los espíritus volvieron al terreno de las supersticiones diabólicas, a medida que se multiplicaban las hileras de sillas plásticas en las iglesias evangélicas, y los devotos partían al extranjero en busca de mejores oportunidades. Las noches de culto al cuerpo quedaron en el silencio con los aumentos en los precios del alcohol, la escasez de gasolina y el refuerzo de las leyes contra el narcotráfico en el corazón suburbano de Guayana. Sutiles políticas para la mascarada de contrabando en los ríos del Amazonas, las carreteras del Llano Negro y las disputas de poder en el Arco Minero del Orínoco.

La guerra fronteriza—ese conflicto perpetuo con el país colombiano—, empeoró esta desolación en los vecindarios... y aquellos que se quedaron, temiendo las agresiones en el exterior por la reputación de su patria, y las complicaciones geopolíticas del hacinamiento económico... sufrieron los estragos de la soledad moderna. Aislados por el internet y encapsulados en el microcosmos digital del teléfono. Fueron esas almas condenadas que retomaron las enseñanzas de los cerros, con el sudor perlado de los cuerpos fusionados y el humo delirante de la marihuana, y las líneas de cocaína. «Que lo dejaban a uno tieso, y sin perder ganas. Uno parecía que se iba a acabar, pero nunca se venía». Entonces, los tentáculos de vapor volvieron a soplar en los chaparrales del Cerro de los Báez, en el inmortal Barrio Marhuanta, y los espíritus chocarreros temieron la osadía de quienes podían bajar difuntos: la sangre de los que eran Materia se encendía, y su sensibilidad natural a ese reino invisible los obligó a sostener la batuta en las ceremonias. 

«Era nuestro deber regresar a las prácticas de nuestros padres—nos explicó la destrozada Valeria Carrullo, después de ocho horas de cirugía en la que se le extirparon los miembros de sus compañeros sexuales, ambos introducidos a la vez en su abertura vaginal—. Mi mamá formó parte del culto del Negro Rafael, cuando vivía en 19 de Abril... y contó con ilusión como conoció a mi papá. Se enamoraron en esas noches de orgía, después de recibir las bendiciones mensuales de sus patrones. Mi ex fue el que me convenció de unirme al círculo de José Manuel, y se podrán imaginar mi cara de sorpresa al ver como ese brujo lo puso en cuatro frente a mí... ¡Dios! Y eso que se la daba de macho frente a los maricones. Pero, ahora soy más de mente abierta, y por eso la puta esa nos traicionó. ¡Pero, bien metida entre las piernas la tenía el mes pasado!».

José Manuel era el Guía del grupo. Su cirugía se complicó por el tamaño del miembro que se fundió en su recto... dándole el aspecto de un centauro grotesco, que necesitó tres intervenciones y más de dos meses de terapia física para volver a caminar y deyectar. Tiene veintidós años, y antecedentes de depresión clínica y trastorno esquizoide que controlaba con antidepresivos... hasta que decidió, influenciado por una imaginación preocupante, acceder al llamado de los espíritus. «Sentía que me estaba apagando lentamente... que estaba dejando de ser yo. Que mi vida no era mía, pues no tenía control sobre nada... y me hundía en la tristeza de una habitación vacía. Nunca tuve muchos amigos, y últimamente habían dejado de querer estar conmigo. Me encerré durante mucho tiempo, sin ganas de hacer nada; pero, soñaba con ellos, con los espíritus de la ciudad. Esas presencias que permanecen entre nosotros. Me llamaban con visiones, y cuando fui a la quebrada de 24 de Julio encontré a Ruth y a Mercedes bañándose desnudas en el agua, y me invitaron. No recuerdo qué pasó, pues según ellas, fui poseído por Guaicaipuro, y las cogí con mucha fuerza... Tanta, que podía cargarlas como si fueran muñecas, y tenía mucha, mucha energía; pero, después conocimos a la Bruja del Guayabal.

Nos describen a este personaje como una mujercita delgada y pequeña, de cabello corto y negro, y mirada esquiva... ¿quién podría imaginar que un engendro de los bajíos infernales había escapado a nuestro mundo, para desatar la vendimia de Satanás con sus nefastas travesuras? Greigimal Solorzano fue quien la introdujo al círculo tras haberla conocido en la Feria de la Sapoara: una semana de festejos en el Paseo Orínoco. Bailaron hasta la madrugada al ritmo del Calipso del Callao, y vomitaron un líquido azul producto del Bajo Cero—esa bebida etílica del Averno—, sobre el agua fangosa del río padre. Las unió la fraternidad del alcoholismo, y más tarde, las conversaciones místicas sobre las monjas muertas en el Orfanato Bolívar, y las brujas de la plaga que aún gritaban en las catacumbas de la Plaza Centurión. Esta jovencita de rostro maquillado y ojos dañados se presentó como una sacerdotisa de fuego y alambre... y, aunque nunca mostró abiertamente sus prodigios sobrenaturales, fueron muchos los que testificaron sus insinuaciones de levitación y mesmerismos. Asociados a los Brujos del Sorte y los terribles experimentos psicoquineticos en la ZODI de Nueva Andalucía, ese mítico Complejo Militar montañas adentro, del que circulan leyendas espeluznantes.

Su nombre no era compartido con cualquiera, los jerarcas del grupo la conocían como la proverbial Bruja del Guayabal, y los más humildes de ese conjunto la abrazaron como brujita. Era flaquisíma, no pesaba más de cuarenta kilos, y parecía una niña de diez años con una sonrisa torcida y una nariz respingona... en la que se escondía la perversión más sublime. Participó activamente en las orgías, recibiendo a todos sin importar el género, y dejándose poseer por distintos espíritus sin voz, cuando los influjos del alcohol y las drogas hacían mella en su consciencia. Incluso llegó a oficiar ceremonias con los libros maléficos que José Manuel compró al ermitaño de un fundo, en uno de los barrios marginales y sin pavimentar del recóndito Marhuanta. Fue en esas ceremonias, que el fuego de sus palabras parecía enervar en el aire como una diástole de demencia, cuyas reverberaciones podían auscultar en lo más hondo de la intimidad de los presentes, con escalofríos eléctricos y cenizas de relámpagos. La dicha de su magnífica presencia podía hacer estallar las llamas agonizantes de las fogatas en estruendosos fogonazos, y la tierra parecía vibrar con sus rugidos de león de azúcar. Todos la miraban con los labios apretados y los ojos pasmados ante la convulsión de una fuerza superior y onírica, que llegaba a nuestro mundo a través de hilos. Era la Bruja del Guayabal encarnando a Afrodita, con el vientre desnudo y el vello púbico perlado con gotas de sudor y semen y sus propios jugos, que emergían de su interior como torrentes de lava volcánica... y era un súcubo perverso con alas de terciopelo capaz de enamorar con las palabras y el tacto de sus manos de araña. Sus ojos prófugos te veían sin mirar, y implorando necesidad y deseo. Era también la Hija del Diablo, pues solo un demonio podía ser tan encantador y destructivo: solo un angel dañado podía ser tan bello, y dejarte el corazón tan frío. Era también Medusa: una historia desgarradora de violencia y soledad en una criatura femenina capaz de petrificar a los que la oían; y una Venus de tersos muslos que se derretían en la boca como almíbar... y hacían suspirar a los desdichados. Pues la vampiresa te pinchaba el corazón con un beso de ponzoña en la yugular; y no podías respirar en su presencia, sin que todas estas máscaras te vieran con sus terribles, nefastos, hermosos, adoloridos, y tristes ojos dañados... pues era una triste chica que, después de todo, querías abrazar y mecer en tus piernas, arriesgándote al contagio de la rabia y los nervios. 

Fue su idea la del David, colocando a José Manuel sobre un pedestal de mármol mientras ella pasaba sus manos por su piel desnuda, esparciendo la arcilla gris para darle silueta a su fisionomía. Él nos dice: «se vistió con un atuendo oscuro y utilizaba un sombrero puntiagudo que rozaba con la punta de mi verga cada vez que se movía. Sentía su respiración entre los muslos mientras iba tocando, ante la vista pasmada de todos los presentes. Iba palpando el contorno de mis pantorrillas y pies, con sus manos de araña; por supuesto, estaba durísimo... y todos nos veían con fascinación, pues la Bruja del Guayabal me estaba cubriendo de escultura... como una artista italiana confeccionando un desnudo de mármol pulido. No me sentía yo, con cada toque de sus dedos de fuego se encendía en mis entrañas un ácido que me iba quemando por dentro. Fue delicioso sentir sus yemas erizando el vello de mis piernas... hasta palpar eso que tenía como un tronco. Por supuesto, de inmediato presentí que podría acabar, y quería hacerlo, en todo su rostro; pero me contuve... Esa mujer era un infierno, cuando el yeso se secó, quedé inmóvil, y tuve que presenciar lo que los congregados hicieron entre ellos ante el fuego sin inmutarme. No podía moverme, pues el hechizo se rompería y todos moriríamos. La impresión de esa noche sigue grabada en las grietas de mi cerebro: su rostro egipcio de ojos como ascuas. Fueron esas ideas, las que nos condenaron... ¿Quién hubiera imaginado que esa mujercita conseguiría una copia impresa de El Garra Negra? ¿Ese libro no fue prohibido por el gobierno anterior? ¿Qué no, los militares destruyeron todas las impresiones?

Las autoridades académicas de las principales universidades del país guardan con recelo sus conocimientos de este opúsculo tenebroso, concebido por el último aprendiz del Negromante, en la época diáfana de las revueltas criollas contra los realistas. Se dice que el manuscrito original está resguardado en la caja fuerte del Museo Histórico de Nueva Bolívar, y que solo importantes funcionarios públicos pueden acceder a sus misterios. Mientras que otras copias son escondidas meticulosamente en el Archivo Histórico de Ciudad Zamora, y el Instituto Tecnológico de Puerto Bello.

Durante décadas, las autoridades gubernamentales censuraron los conceptos relacionados al terrorífico Nicolás Fedor—a excepción de la Masacre de Tumeremo, hace diecisiete años, en el que un grupo de satanistas fue lapidado por el Ejército Nacional—. Los horrores sobrenaturales y profecías transcritas en sus axiomas son capaces de perturbar a quienes osan estudiar su contenido. Este individuo es un personaje del folclore que ha ascendido como leyenda del Llano Negro: Príncipe de las Ánimas; bajo la jerarquía infernal del legionario Taita Boves y el mítico Negromante de la época colonial... que representa, según el etnólogo Emmanuel Urbina de la Universidad Oriental, la antítesis de un héroe folclórico de los pueblos de Yara, conocido popularmente como Nicolás Curbano: Brujo Blanco de la Hacienda Arco.

Según los testigos implicados en el horror corporal, la Bruja del Guayabal les propuso invocar una presencia demoníaca durante la fausta orgía, recitando uno de los pasajes en el legajo de papeles ictéricos de su propio grimorio personal. Según los desafortunados, este almanaque quimérico poseía exegesis del Garra Negra de Nicolás Fedor, y demás pasajes extraídos de mitologías indígenas en lenguas amazónicas, junto con sortilegios latinos manchados de lápiz labial y rímel descolorido. La muchacha engatusó a José Manuel para iniciar al círculo en los auspicios de la Magia Negra, en busca de poderes más allá de sus capacidades innatas de espiritualidad. Y, aunque sintieron temor en las tertulias filosóficas sobre los Principados Infernales y las Presencias de esferas superiores... una inclinación por los poderes oscuros se hizo patente en el corazón de los cultistas. Soñando con los dotes de los magos faraónicos, los chamanes tamanacos y más recientemente, las investigaciones militares pseudo científicas en Nueva Andalucía.

«Pazuzu. Era el nombre del demonio que íbamos a convocar en nuestra ceremonia—nos reveló Miguel Angel García, cuando despertó de la intervención quirúrgica que intentó reconstruir su miembro mutilado, tras la separación con su compañera—. Una deidad mesopotámica, llamada a nuestro mundo como el Rey de los Demonios del Viento. Todos nos aprendimos el conjuro babilónico de memoria, y planeamos encender el fuego ceremonial el treinta y uno de octubre, la Noche del Samhain. Lejos de pensar que era una trampa mortal, creíamos que esa víspera traería bendiciones en la unión carnal. Qué porquería, discúlpame, me hace falta un cigarrito.»

La noche del ceremonial se vistieron con espléndidas túnicas blancas, y encendieron la hoguera maldiciendo a Dios y escupiendo en nombre de los evangelios para provocar a los espíritus oscuros en una verdadera Misa Negra. Buscando abrir los portales a los suburbios del Inframundo... y aderezando las llamas soeces con sangre de animales sacrificados con cuchillos de cocina. En el momento en que comenzaron los cánticos para llamar al Maligno y sus Potestades Terrenales, la Bruja del Guayabal se untó las manitas con la sangre recogida y les dibujó pentagramas en la frente a sus discípulos, mientras llamaba a Pazuzu en una lengua indescriptible y gutural. Muchos pensaron que estaba posesa, y que el espíritu había cambiado el color de sus ojos... mientras el latir de un corazón subterráneo e invisible les hacía entumecer la sangre en las arterias. No solo convocó al terrible Rey de los Demonios del Viento, que hacía tambalear los árboles del cerro con un ventarrón despiadado; también gritó el ignominable nombre del Demonio del Meridiano, y pidió la intercesión de sus heraldos, desde su dimensión oscura y liminal de criaturas sin sustancia. Los acólitos comenzaron a unir sus cuerpos ante los estertores de una presencia abismal que les iba insuflando vértigo y ardor, a medida que sus carnes se fusionaban. La Bruja del Guayabal no participó de la orgía como otras festividades, se limitó a rocíar la sangre de los cuencos con un manojo de mastranto... y a recitar los versos de la meseta babilónica.

Repentinamente, la Bruja del Guayabal pasó a encarnar la diosa Ishtar, bajo un aro de sol resplandeciente, adornada de piezas auríferas y grotescos arcángeles como murciélagos de piel pálida. Gritó, sumergida en el delirio de un trance indescriptible, y los acólitos helénicos gritaron de placer y escozor con una indescriptible sensación de placer que los invadió en sus partes íntimas. «Como si el maldito Dios te estuviese quemando por dentro. Nos montamos, formando un solo cuerpo, en un relámpago que nos hizo explotar... ¡Maldita sea, ese orgasmo! ¡Ardía, y me iba, y me veía a mí mismo desde afuera... y podía sentir cada centímetro de piel en éxtasis! ¡Fue un orgasmo inimaginable de más de tres minutos! ¡Lo juro! ¡Caía desde el cielo, había montado el lomo de Dios! ¡Lo tuve agarrado por los cachos, hasta que resbalé!».

Después del eufórico colofón en el que sus cuerpos sucumbieron, juraron haber visto a la Bruja del Guayabal reír en estruendosas carcajadas, completamente desnuda, con el flacucho cuerpo agitado por la brisa mientras se masturbaba con la sangre de los sacrificados. Bailando mientras ellos descubrían la razón de la creciente sensación de quemazón que los hizo gritar de dolor, al intentar desprenderse de sus parejas: sus genitales se habían fusionado en una burlesca insinuación del infierno. La brujita reía y gemía de placer, contemplando su travesura con una mano estrujando su clítoris. Los gritos sofocados y llantos de horror, solo acrecentaron su nauseabundo morbo, y mientras sus gemidos ascendían a gritos orgásmicos. Fue acercándose a la hoguera con las piernas temblorosas, con la vulva hinchada chorreando fluidos en medio del espectáculo orgíastico, hasta tumbarse de espaldas sobre las llamas en una postura lasciva, y esparcir una lluvia de su interior como el torrente de un poderoso orgasmo, empapando a la multitud abotonada en quejidos, con las piernas agonizando y los dedos estrujados en tres poderosos chorros.

Según los testigos más próximos, tras esta eyaculación blanquecina, el fuego amarillo de la candela se tornó de un verde oliva... como en la combustión de las sales de cobre, y la Bruja del Guayabal desapareció con un estallido mefistofélico, que proyectó un grito agudo parecido al estallido de un cristal de hielo.

Las víctimas de este ritual fueron trasladadas a emergencias de inmediato, y cuando intentaron explicar este fenómeno, las autoridades médicas quedaron desconcertadas... achacando esta tragedia a la indebida utilización de pegamento industrial como lubricante sexual. Pero en las intervenciones del quirófano, nunca se encontraron sustancias adhesivas; más bien, parecía que los genitales se habían derretido en una masa carnosa. Algunas víctimas jamás se recuperaron de la mutilación de sus genitales, y otros se obsesionaron tanto con la Bruja del Guayabal y los demonios del Averno, que fueron internados en el Psiquiátrico Bolivariano con episodios de psicosis depresiva y distintos trastornos. Los médicos jamás otorgaron respuestas concisas sobre la causa del incidente a los medios informativos, por lo que continúa siendo uno de los casos clínicos más extraños y perturbadores de nuestra historia...


Las Formas del Deseo

«Gerardo Steinfeld, 2025»

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