Nunca he hablado de esto, porque... sinceramente, me cuesta entender lo que pasó. Voy a intentar plasmar aquello que mi mente intenta racionalizar, pero... se muestra incapaz de entender a causa del horror que surgió en los Túneles del Guacharo. Creo que eso no estaba tratando de asustarme, quizás estaba tratando de entenderme. Y lo que más me aterra es que posiblemente lo logró... En todo el país han circulado leyendas sobre la Aberración que surgió del abismo... y sé que están ansiosos por escuchar mi versión de los hechos.
En 2028, la Compañía Petróleos de Venezuela había sondeado las profundidades de esta inusual estructura cavernosa en el macizo guayanés... y me uní a la expedición como el geólogo de cabecera para adentrarnos en aquellas regiones plutónicas habitadas por misterios inmemoriales tras la pista de supuestos yacimientos petrolíferos. Este informe es la culminación de un horror prehistórico, proveniente de fosas perforadas en las profundidades del subsuelo, que arrastraron consigo la apoteósica proclamación de los primeros habitantes de este mundo... y reminiscencias antediluvianas que aún pueden sentirse con el temblor de la tierra bajo nuestros pies.
El horror comenzó cuando el Satélite Simón Bolívar V, mapeó la superficie del macizo guayanés con sensores ultrasensibles en busca de recursos petroleros... descubriendo una red de túneles insospechada en las profundidades rocosas. Estas formaciones componían una ingente sucesión de cámaras subterráneas interconectadas entre sí por procesos geológicos desconocidos por la ciencia... y solo comentados en voz baja por los teóricos sobre antiguos organismos hipotéticos capaces de adentrarse en las venas de la Tierra. Los detectores que sobrevolaron el área tomaron lecturas sobre posibles reservas auríferas y minerales... así como la premisa de inmensos yacimientos en tubos sellados del Mesozoico—unos doscientos millones de años aproximadamente—, que podría cuadruplicar la producción de crudo del país venezolano.
La compañía petrolera del Estado, por decreto de la presidenta Beatriz Guzmán, encomendó una expedición dedicada a la inspección para la futura extracción a cargo de expertos en espeleología y minerología... junto a un batallón del Ejército Nacional encargado de la protección de los científicos durante el trayecto en helicóptero al interior de las sierras boscosas. Montamos el campamento cercano a una de las aberturas cavernosas de aquel laberinto mefistofelico, y sin más dilación, liderados por el Coronel Uzcategui, nos adentramos bajo tierra para descubrir unos túneles cavernosos excavados en el pretérito por fuerzas de erosión significativas... ¿Habrían sido abiertos por efluvios de magma volcánica que brotaron repentinamente del corazón ardiente? ¿O eran los últimos estertores de un pasado incognoscible poblado de aberraciones evolutivas? Las cavernas eran anchas—aproximadamente quince metros de diámetro—, redondeadas por un proceso de erosión inusual que recubrió las paredes con una película de pórfido vidrioso... e iban en descenso a las entrañas de un círculo dantesco de enajenación quimérica: serpenteando por cavidades anchas y conexiones a otros túneles de igual simetría. Era tan desconcertante... que creíamos haber hallado los últimos cimientos de una civilización subterránea.
Habían túneles colapsados por acción de la naturaleza, y otros que perduraban en su sempiterno vaivén de aire viciado y humedad asfixiante... en disensión de lo incrédulo, los expertos en minerología achacaron la formación geológica a un lento proceso de enfriamiento volcánico... pero la escasa actividad sísmica de la región hizo improbable esta certeza. ¿Podría tratarse de la acumulación de sedimentos por venas de agua subterráneas?
El descubrimiento de yacimientos auríferos quedó relegado al sondeo de potentes drones que sobrevolaron el área, y la expedición se dividió en tres grupos de exploración capaces de explorar a profundidad aquel paraje recóndito hasta ahora desconocido por los cronistas. Se contactó al Catedrático de Antropología, Emmanuel Urbina, de la Universidad Oriental de Ciudad Zamora, para orientar a los científicos con la posibilidad de hallar el gigantesco entramado de una ciudad subterránea construida por criaturas inteligentes; y el recrudecimiento de la Guerra entre el Panarabismo y la Coalición de Oriente, disparó los precios del petróleo... acrecentando la necesidad del Estado de localizar más pozos productivos en el país.
Debíamos adentrarnos con mayor profundidad en aquellas cámaras ancestrales, sin saber, que estábamos conviviendo con un horror prehistórico que acechaba desde la oscuridad. Un grupo de exploración, liderado por la Teniente Parra, habían descubierto una inusual cacofonía capaz de repetir los nombres de los expedicionarios. No era una reproducción del eco típico de las cavernas, más bien, parecía una aterradora imitación del lenguaje humano... indescriptible para los que jamás han escuchado su propio nombre pronunciado por una extraña naturaleza que no entendemos completamente. Esta inquietud se exacerbó cuando un espeleólogo experimentado desapareció durante la inspección de una gruta adyacente a una fosa que se perdía en las entrañas del submundo. Como arúspices romanos capaces de leer los designios del porvenir en las vísceras... los drones se internaron en aquellos intestinos fosilizados del extinto Leviatán, pero se perdieron en las tinieblas de lo desconocido.
—Hemos perdido conexión con los Esferoides de Reconocimiento Tridimensional—anunció con pesar Carolina Parra; Teniente de uniforme oliva, boina roja y medallas de reconocimiento como el Escudo de Páez, por sus méritos bélicos durante las Incursiones del Amazonas—. Una anomalía electromagnética debió dañar los circuitos internos de los dispositivos.
Me uní a la empresa de rescate comandada por la Teniente, formando un grupo heterogéneo entre soldados y espeleólogos, y nos sumergimos bajo la tiniebla sempiterna de las gusaneras. No fue la primera vez que ingresaba a ese submundo insospechado de estalactitas afiladas y humedad recalcitrante... pero aquella sensación de aprehensión que sentí en lo profundo del pecho no era usual. El hombre perdido, Miguel Bustamante, era un adulto mayor de rostro lánguido y actitud crapulosa, propenso a las guarradas y las conversaciones onerosas sobre política nacional... pero un profesor de geología respetado en su cátedra y avispado para la identificación visual de la estructura cavernosa. Había sufrido un accidente de incontinencia la noche anterior a su desaparición, tras haber despertado a medio campamento por sus gritos de espanto. Cuando le preguntaron qué le ocurría, el anciano declaró que un «animal extraño había saltado de la arboleda». El Subteniente Alberto buscó en vano a la supuesta criatura, y cuando el profesor intentó describir su aspecto, consiguió perturbar a los soldados con sus impertinentes especulaciones: «solo puedo decir que... parecía un mono con la piel al revés».
Aunque el canal era ancho como un túnel industrial, las paredes rocosas parecían contraerse en una reverberación de sordos chasquidos y el pórfido vidrioso relucía con un bituminoso fulgor... como un ser gigantesco de boca purulenta al que caminábamos sin cuestionar, dentro de cuyas entrañas sentíamos latidos de mesmerismos capaces de adueñarse de nuestros sueños. Retomamos la ruta cometida por la anterior expedición, en un intento de recuperar los esferoides y encontrar al desaparecido Miguel Bustamante... cuando aquella impresión cacofónica nos dejó desconcertados. Me separé del grupo un par de metros, porque creí escuchar un resoplido proveniente de una pared rocosa.
—¿Qué ocurre, ingeniero? —Uno de los militares se me acercó con el fusil bajo el brazo.
Pegué las manos a la piedra fría, y golpeé tres veces, esperando una señal humana... Coloqué la oreja contra una cavidad, y esperé. Durante un minuto no se oyó más que el resuello de mi propia presión sanguínea... hasta que, subrepticiamente, una rítmica respuesta me coaguló el fluido de las arterias. ¿Había alucinado aquella impresión? No estaba del todo seguro, así que... decidí zambullirme en la ciénega de lo desconocido.
—¿Hay alguien allá detrás?
Pegué la oreja: un silencio deplorable... y un latido. El rebullir de mi propio corazón ultrajado. Hice un último intento antes de reanudar la marcha, y dije mi nombre al interior de aquella pared hueca que conectaba a fosas inimaginables... y, como una revelación de terror infinito, escuché mi propio nombre. Fue una sensación extraña y desagradable: era como si una naturaleza inescrutable estuviera probando aquellos sonidos por primera vez en sus órganos vocales. Si acaso existía algo remotamente parecido en las tinieblas carmesí...
—¿Profesor? —Dudé, azogado por una inexplicable sensación... como de estar conversando con una consciencia ajena a nuestro género—. ¿Está bien?
Nada... solo aquel rumiar de tentáculos invisibles, y repentinamente un... «No». El soldado de rostro ceniciento me obligó a proseguir y caminé por inercia. No podía controlar la respiración. La articulación de aquel sonido estaba mal, pues el tono no parecía pronunciado por una garganta... más bien, era metálico y apagado, como la encarnación de una fuerza que intenta imitar la voz. Estaba sumergido en cavilaciones, dudando sobre aquella impresión espeluznante... cuando encontraron al profesor Miguel Bustamante. El anciano fue descubierto en un estado deplorable e irremisiblemente espantoso: una mantilla viscosa recubría su cuerpo, la misma película de tejido que suele cubrir a los neonatos. Pero lo más desconcertante del hallazgo, fue la cavidad en la que se encontró al profesor: una muesca significativa en la pared rocosa, recubierta por una excrecencia mucosa de olor acre. Estaba completamente ileso por fuera, pero... tras despertar, arremetió contra los demás en una enajenación psicótica sobre indescriptibles formas de consciencia y morbosos arácnidos cartilaginosos. Fue sedado y conducido de inmediato al campamento para su evaluación... y posterior traslado a un centro hospitalario.
Fue entonces que la sucesión de episodios enigmáticos y alucinaciones cognitivas se entrelazaron en una vesania que aún hoy, sigue atormentando mis noches. No sé exactamente qué hallamos desatado al aperturar aquella necropolis ultraterrena... solo puedo conjeturar la prevalencia de fuerzas antiquísimas escondidas en los submundos del tiempo, y que en ocasiones, rozan las fronteras humanas y arrebatan a los incautos en una espiral demoníaca. Una de tantas noches sucedió lo inevitable, pues intentaba dormir en mi carpa cuando escuché un rumor de voces provenientes del exterior... Eran distantes e ininteligibles, pues se trataba del lenguaje vacío de dos conversadores sin contenido, imitando el vocablo humano. Escuché largo rato... hasta que mi propio nombre rompió el silencio.
—Luis...
Me quedé petrificado, incapaz de moverme... con el corazón desbocado y los ojos pasmados. Pensé en las posibles formas retorcidas de vapor nebuloso que surgieron de fosas mefiticas, al detonar las cavidades herméticas de millones de años de claustro... y en las consecuencias irremisibles que desataría este género desconocido. Esperé, sabía que había más carpas tendidas bajo el cielo espectral de la noche sobre las colinas... pero, temí la impresión de que toda vida parecía desaparecer en aquel claroscuro onírico. Durante largo tiempo, hasta el ralear de la madrugada... no presentí ningún cruel augurio, hasta que, al entenebrecer el firmamento... oí mi nombre fuerte y claro, pronunciado por mi propia voz. Durante el resto de mi período en la compañía, no volví a dormir sin medicación...
A la exploración de los Túneles del Guacharo, cuando se descubrió un yacimiento prometedor de petróleo, se unió una empresa holandesa de minería. El campamento se llenó rápidamente de taciturnos europeos y mujeres altas y rubias como extraídas de islas paradisíacas... y los hombres se volvieron locos ante las presencias de estas ensoñaciones venusinas. Eran sorprendidos haciendo maromas y soltando risotadas bajo los injurios del aguardiente... otras veces persiguiendo a las holandesas para ofrecerse como concorte en las expediciones. A las mujeres esto les gustaba, decían que los latinos tenían un fuego vivo que los fríos europeos habían perdido hace centurias de desasosiego. La maquinaría extranjera permitió aperturar cavidades en la roca maciza que conducían a secretos aún más remotos... Quizás uno de los misterios más alucinantes comprendía el hallazgo—a más de quinientos metros de profundidad—, de un hombre momificado por el salitre en una caverna sellada. Esta personalidad desconocida tenía ropas descoloridas y cargaba papeles con inscripciones que databan de un tiempo imposible: 2034. No había explicación a esta anomalía anacrónica...
Las cacofonías registradas por las grabaciones de las excavadoras revelaron un recital de criaturas incomprensibles, cuyo eco paulatino era dilucidado por los estudiosos del Círculo Ocultista de Puerto Bello en sus tertulias sobre ciencias y razas que anteceden al pronunciamiento de la humanidad. Los obreros poco sabíamos de estas ampulosas conjeturas, no fue hasta muchos años después que pude estudiar los sacrilegios plasmados por los Adivinos de los Andes en el Mito de los Elementales, y el metomentodo Matías Juárez en sus diarios oníricos; que me enteré del supremo horror infinito al que estábamos desenterrando... quizás fue ese culto en torno a entidades cosmogónicas la causa de mis más siniestras impresiones. Estos pájaros negros de plumaje espeluznante describían círculos en el cielo nocturno, como los funestos carroñeros de un festín vaticinado por las Ánimas del Purgatorio, se los veía descender en picado con horridos estertores e inmiscuirse en las bocas cavernosas para descubrir los enigmas de otro tiempo. Personalmente, fueron pocos los avistamientos de estos pajarracos... y aunque ante mis ojos eran criaturas de pesadilla y tamaño desproporcionado; para otros se mostraron como volutas de humo danzarín... y hubo quienes coincidió en que su aspecto era el de un engendro de múltiples alas y rostro humano.
De estas apariciones se habló en voz baja, aunque no se tomaron en consideración hasta la culminación del horror prehistórico que sepultó nuestras esperanzas. Los eruditos decían que provenían de los bajíos de Ciudad Zamora, o las montañas tenebrosas de Nueva Andalucía... pero no sé qué creer después de tantos años de conclusiones inverosímiles. En una entrevista con un espiritista del Sorte, aquel brujo mulato supuso que eran nuestros espíritus condenados a desfallecer eternamente en los abismos del Guacharo... No estoy muy seguro. No soporto esa idea. Puede que los Brujos del Llano Negro no se equivoquen en suponer que una madriguera inmemorial de secretos cósmicos yace en las profundidades... anhelando el escrutar de ojos ansiosos por revelar las claves de un conocimiento perdido durante el ciclo de las constelaciones.
Durante mi último día de trabajo en los Túneles del Guacharo, una inquietud se acrecentó entre los extranjeros... Nunca he sido un hombre supersticioso, pero debo agradecer a la Provincia aquel augurio de muerte que me llevó a evacuar los túneles. Quizás ellos, los espíritus del pretérito, me hayan entendido... nunca estaré seguro. Mi mente está más tranquila cuando no insisto con rumiar en esos pensamientos. Aquellos pájaros volaron en desbandada pregonando espantosos gritos, y mis quimeras se desvanecieron cuando el aluvión de polvo cristalino descendió de la bóveda cavernosa tachonada de estalactitas... aquel contraer deshilvanado de las paredes rocosas fue premonición de un derrumbe: los túneles inferiores de la gusanera colapsaron con la reverberación telúrica de un rugido indescriptible. El estremecimiento provino de un submundo de locura insoportable... y se tragó las excavadoras y las sondas de un horripilante bocado.
Los ecos de la tragedia siguen resonando hasta nuestros días... pues nunca se recuperarían los cuerpos de aquellos atrapados en la hecatombe. Trescientas personas yacen sepultadas... y menos cien fueron rescatados del derrumbe. Dicen que estuve cuatro horas confinado en una afortunada cámara, por cuyas rendijas se filtraba un aire contaminado por gases estimulantes... y que me encontraron en un estado delirante, puesto que gritaba improperos sobre «la Aberración que surgió del abismo». Fue mi historia la que cautivó a los medios, y durante muchos años ha sido motivo de fascinación e investigación para las comunidades de internet. La prensa sensacionalista se encargó de mancillar mi escueto relato con especulaciones sobre gigantes de la Tierra Hueca y criaturas longevas que deambularon en nuestro mundo durante su auge volcánico y radiactivo; por otro lado, los psiquiatras se han encargado de desmentir estas fábulas como las ficciones de un
histriónico empedernido. Quizás ambos tengan razón... esos médicos intentaron convencerme de mi propia alienación, y creo que lo han conseguido.
Contaré los sucesos tal cual acontecieron. Después de muchos años de investigación en lugares impensables... he llegado a conclusiones aterradoras sobre la naturaleza del mundo y su pasado inalcanzable. Durante más de cuatro horas permanecí consciente, escuchando extraños sonidos procedentes de los escombros... había una extraña fosforescencia endrina que me permitía ver lo que sucedía en las tinieblas de mi claustro. La certeza de morir era incierta, igual que todas las certezas que atormentan al hombre. Estaba incomunicado, salvo por una rendija que me permitía mirar una franja de un túnel adyacente que no había colapsado. Fue entonces que, aún sin conocer la naturaleza de aquellas fuerzas, comprendí la razón detrás de la anchura de los túneles...
Uno de esos pájaros humanoides había sido interceptado en pleno vuelo por una indescriptible masa carnosa parecida al cartílago; debatiéndose entre chillidos mientras perdía su transformación ante los destructivos apéndices de la criatura. Vi como aquel arácnido cartilaginoso le arrancó el primer par de alas a la espeluznante bruja, cuyo rostro humano grabado en la cabeza pelada esgrimía una mueca de dolor y horror... Otro ser repulsivo y diminuto: una estrella de carne virulenta y alienígena; saltó sobre la presa y le arrancó las extremidades en un desmembramiento sangrienta. Miré pasmado aquella escena horripilante con el aliento pasmado... y los ojos aglutinados como esferas de vidrio opaco. Lo peor aconteció luego, falsamente registrado como una de las réplicas del temblor, pero cuya verdad es un atisbo a aquel pasado inmemorial de océanos volcánicos y tormentas cósmicas...
Se trata de un hecho escalofriante, cuya veracidad se ha debatido incansablemente en los foros virtuales... y cuyas evidencias han dividido a los espectadores durante los debates. Hay registros en las máquinas recuperadas sobre el ruido generado por tamaña criatura, y aunque algunos sugieren que solo fue un deslizamiento de tierra... otros, más versados en las ciencias ocultas del pasado, creen en quimeras prehistóricas que sobreviven hasta nuestros días en los escondrijos del mundo. Las investigaciones de murales sobrevivientes al desvanecimiento de templos antediluvianos ofrecen coincidencias indecibles, y en el innombrable Libro de los Grillos se plasman escalofriantes dibujos alegóricos a una encarnación depravada del Mal. Puede que su ciclo no se complete durante la prevalencia humana, y que siga durmiendo hasta que el sol se hinche en un globo enfermo y rojo... Y puede que esa no haya sido su verdadera presencia, pues no hay ojo capaz de configurar su apariencia.
La criatura que atravesó la franja, durante un minuto de locura indescriptible, era un cuadrupedo titánico que rehuía de cualquier estanque evolutivo concebido por los paleontólogos. Lo primero que ví fue su cabeza recubierta de una coraza calcárea, como la osamenta de un endriago soberano de una noche paleógenica; de su lomo arqueado sobresalía un espinazo jurásico como los picachos aserrados de una cumbre endiablada, sus patas delanteras eran zarpas de mamífero y sus traseras eran la quimera de un ave rapaz. Grité de infinito espanto al contemplar el vientre escamoso salpicado de tentáculos violáceos de ventosas plagadas con colmillos retractiles, y temí desmayarme cuando aquella serpiente ciega que tenía por cola volteó a escudriñar mi presencia... Puede que lo haya imaginado, y espero que sea así, pues jamás estaremos tranquilos con la certeza de que en los vestíbulos del submundo se remueven estas criaturas inefables. Perdí la noción del tiempo, hasta que el equipo de rescate pudo hallar mis huesos azogados por la sempiterna fascinación de lo demencial...
La Aberración del Llano Negro ha sido vista otras veces, pero mi encuentro fue el más cercano según la especulativa criptozoología. Ni hablar de la Tragedia de la Mina de Cantaura, cuyo deslave provocó la desaparición de un campamento entero... o los sectarios autoproclamados [CENSURADO], que se adentran al corazón amazónico para rendir culto al panteón de supremos gobernantes que descendieron de las estrellas durante la inauguración de nuestro mundo. ¿Quién conoce los secretos que flagelan las mentes de los selectos Adivinos de los Andes? ¿Quién supondrá que nuestro planeta fue alguna vez esa manzana podrida agujereada por gusanos pálidos? ¿Y seguiría siendo la madriguera de horrores desconocidos tras el enfriamiento de los mares volcánicos? Las conclusiones a estos hechos son sorprendentes... y advierto a todos los espeleólogos atraídos por los misterios de aquel camposanto subterráneo, que los bajorrelieves en los murales tallados por seres desconocidos, resguardan revelaciones aterradoras sobre eones insondables; es un viaje magnífico... y sin retorno. Pues nadie que haya penetrado en los niveles inferiores ha regresado al exterior... o al menos, no en este tiempo y espacio.
El Sepulturero de Puerto Bello
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