Capítulo 4. La Corte de los Degenerados
IV.
«Gerardo Steinfeld»
—Si Eva no se hubiera comido la manzana—canturreó Jonás al encajar el cartucho en el fusil—. La vida fuera sin malicia y mucho más sana—alineó las miras del Catatumbo y lo calzó en el trípode—. Pero como esa cabrona se comió la fruta—amartilló la palanca de la recámara y la munición subió—. Por eso es que hoy en día hay mujeres tan putas—comprobó su posición sobre el tejado de aquella perfumería, cercana al pequeño puente sobre la afluencia que corría hasta el corazón de las montañas—. Se visten enseñando los muslos y las tetas—reparó en la caja de municiones granadas para el mortero—. Se viran de espalda y se le ven las nalgas—consultó la radio en su pechera, solicitando visión panorámica de la primera línea defensiva—. Entonces dicen que uno es un bellaco y no respeta, puñeta.
—¿Podrías callarte? —Sugirió Okeanos desde el balcón. Se había vestido con una túnica color ciruela con bordados plateados de lunas menguantes—. Me pones nervioso.
El joven Aquiles de hombros huesudos comprobó la cantidad de granadas para el mortero y le mostró el pulgar tras ensayar cómo descargar. Aquel era el edificio más alto cercano al Camino del Sorte: una perfumería de dos plantas que abastecía de tabacos, velas e inciensos a los miles de peregrinos que viajaban a Montenegro para consagrarse con las Potencias de la Montaña. Después del puente de cemento sobre el diminuto riachuelo se sucedían una serie de pequeñas casas construidas por los creyentes para resguardar a los Santos y rendir culto a sus milagros: palafitos, celdas, tugurios y chozas que pululaban como hongos en el empinado sendero que conducía a los ríos y barrancos, conformando la cadena montañosa del Sorte y Quibayo... donde antiguamente los indígenas veneraron al Trono del Diablo sobre la meseta ignominiosa al Corazón de María Lionza.
Jonás bajó del edificio despidiéndose de Ariel Sananes, quién defendería junto al Mago Okeanos y su joven aprendiz, Aquiles Castro, aquella última línea defensiva durante el asedio. Se habían dispuesto tres líneas de defensa comenzando por la más lejana en el extremo opuesto del pueblo de Montenegro respecto al Sorte: abasteciendo los edificios medianos con ametralladoras, Cañones de Positrones y morteros balísticos al mando de la División de Contención de la Fundación Trinidad. Aquella primera línea había cerrado las calles principales con obstáculos y barreras; así como una férrea constitución de agentes fundacionales embutidos en uniformes tácticos de kevlar negro, cascos de plexiglás y ametralladoras. Al mando de aquella formación numerosa se hallaba la Supervisora Rebeca Rodríguez junto a Míster África, que dispuso una línea de sal consagrada delimitando la media circunferencia del pueblo. Usaban artillería pesada descargar misiles, granadas y ráfagas de balas sobre la vanguardia enemiga.
La segunda línea atravesaba la carretera central del pueblo con una modesta sucesión de torretas antiaéreas capaces de derribar cualquier aeronave blindada en un radio de cincuenta kilómetros, barrera conformadas por vehículos antipersonal, una cincuenta de personal fundacional de la Unidad de Contención armados con fusiles destructivos y una decena de asesores especiales convocados de todo el país por sus cualidades únicas: hechiceros y taumaturgos dispuestos a morir para enfrentar a los Seguidores del Caoísmo. Al mando de la Segunda Línea estaba Pedro Bravo, el calvo y enjuto Supervisor de Puerto Bello; apoyado del Señor Mostaza y Franteskein, que saludaban a los drones de reconocimiento con un lanzagranadas sobre los hombros.
El Cuartel designado se estableció en la Iglesia Maldita de San Lucas que coronaba una colina desde la que se podían avistar los vecindarios y calles de un Montenegro desalojado ante una rotunda alerta de erupción volcánica. Luis Cervantes, Salvador y el resto de Supervisores y asesores especiales habían establecido un canal de comunicación principal en la sede para conectar las tres líneas con imágenes panorámicas y aéreas del campo de batalla. De manera que órdenes inmediatas recorrían las dos primeras líneas defensivas en caso de requerir suministros, refuerzos o repliegues tácticos.
La tercera y última línea la correspondía una serie de torreones ocupados por morteros, lanzagranadas, cañones, ametralladoras y si era necesaria, abundante dinamita en los senderos de la montaña. Era liderada por el veterano Okeanos y su alumno descarrilado, Ariel Sananes, quienes defenderían con garras y colmillos el acceso al Corazón de María Lionza. Jonás estaba seguro que antes de llegar a aquellos puentes tendrían que atravesar más de cuarenta kilómetros de vecindarios y calles bloqueadas mientras les llovían balas destructivas, ojivas perforantes, cápsulas de metralla y granadas de fragmentación. Las cargas de nitroglicerina en las principales avenidas y elevados dificultarían el avance de las tropas enemigas, y el repliegue de cada división a líneas inferiores permitiría el refuerzo y rearme necesarios para hacer frente a cualquier amenaza.
Jonás se colgó el Catatumbo del hombro y desfiló por el camino desbrozado que conducía al pueblo. Los uniformados relucían el trípode flamígero de la Fundación Trinidad, rompiendo filas para dirigirse a sus puestos defensivos mientras los asesores variopintos y asistentes con pecheras y cascos procedían con el avituallamiento de protocolo. Ciempiés Rojo había desaparecido del mapa... y se preguntaba qué tan lejos estaría su pellejo cobarde. ¿Regresaría a la isla de Tobago o se escondería en algún mísero refugio hasta que la tormenta hubiera terminado? Recortó por las avenidas desoladas, bloqueadas por barreras metálicas con troneras y carabineros arracimados en los edificios que sobresalían de la techumbre habitual de casuchas.
Decidió poner rumbo a la Segunda Línea por un par de callejones y vecindarios comunales completamente desalojados... bajo cuyo resplandor mortecino parecían enervar una tristeza execrable. ¿Quedaría algún retazo de aquellas incondicionales viviendas tras la ruina? Jonás paseó sus ojos fúnebres por aquellas calles agrietadas y aceras plagadas de hierbajos por donde millares de personas condujeron sus vidas sin miramientos. Vio pastelerías, restaurantes, abastos, panaderías, escuelas y parques... caídos en la absolución del abandono mientras un solitario enfermizo recorría por última vez sus superficies moteadas de recuerdos agonizantes.
Llegó a un segmento amurallado, levantado por barricadas apiladas en una intersección de calles principales, cuyos edificios suntuosos de convirtieron en guarida de forajidos armados con sendas torretas móviles y morteros cilíndricos. Los soldados de cascos translúcidos descargaban camionetas de municiones para abastecer los balcones y ventanas mientras un borrachín de ojos hundidos y calva aceitada vociferaba las órdenes transmitidas por el auricular en su oreja.
—Padre Jiménez—el Señor Mostaza se ajustó los lentes redondos al puente protuberante de la nariz—. ¿Ha venido a bendecir nuestra barricada? —Descorchó una petaca que extrajo de su gabardina marrón y bebió un profundo trago—. ¿Cree que si me confieso hoy puedo ir al Cielo mañana?
—No creo que tengamos suficiente tiempo para confesar tus pecados—esbozó su mejor sonrisa y el rubio le pasó la petaca—. Hace mal clima para ser Semana Santa.
—Es Viernes Santo—señaló a Franteskein en el balcon de un edificio con vista a poniente—. Siempre es nublado. ¿Es verdad que tener sexo durante esta semana provoca que el hombre y la mujer se queden pegados?
—Ojalá—Jonás miró el firmamento encapotado que comenzaba a oscurecer con el advenimiento de una tormenta—. Si salimos vivos hoy, me pondré en coma etílico para el domingo. Me lo merezco.
Los nubarrones se arremolinaron, bajando de la bóveda celeste para zurcir las cumbres montañosas del horizonte purpureo diluido por el fulgor cerúleo de las estrellas armónicas. Aquellas masas nubosas de algodón almidonado parecían emerger de grietas telúricas como supuraciones mefiticas de un vapor subterráneo originado por la hemorragia de las venas del planeta. Aquellos borbotones espumosos crecían, engullendo las montañas circundantes, recitando injurias mientras envolvía el Cielo y la Tierra con el blanco inmaculado. Aquella muralla móvil de pálido dosel envolvió Montenegro, sumiendo a sus congéneres en una rotunda oscuridad polar: el cielo descendió con pesadez y devoró las edificaciones con tentáculos fibrosos.
Jonás reconoció la humedad estática con sopor mientras la silueta aparente del Señor Mostaza se levantaba de su aposento para adentrarse en la cruel neblina. Las calles adyacentes se esfumaron dentro de su esfera de percepción, en la que ocasionalmente irrumpían formas brumosas que confundía con seres vivos... mientras las órdenes dictadas por el Canal Principal eran cortadas por suciedad electromagnética. Siguió al rubio por una escalera de caracol en el interior de un edificio susurrante hasta un balcón pronunciado desde el que se podía acceder a una techumbre robusta de concreto. Los soldados continuaban expectantes mientras controlaban drones de reconocimiento y recibían imágenes satelitales... asediados por el rumor espeluznante de un corazón diáfano que latía a la lejanía.
Jonás intentó infructuosamente discernir las callejuelas y los vecindarios inmersos en la niebla cósmica de los vientos demoníacos. El vapor frío describía jirones en su respiración mientras el fusil Catatumbo se volvía rígido en sus manos... incapaces de divisar lo que existía a cien metros de aquel edificio residencial de tres plantas y numerosas habitaciones en el centro del pueblo. Su corazón volvió a retumbar con un estremeciento sordo, como si un aullido espectral penetrase en la membrana cartilaginosa de su escueta presencia antes de desaparecer con un soplo...
Un soldado de visera empañada se persignó a su lado y rezó un avemaría, preso de la incertidumbre. El martilleo telúrico provino desde abajo y lo sacudió hasta el tuétano, erizando los vellos de su espalda con mórbido terror... Cuando volvió a arremeter el silencio escuchó una proclamación en la hilera de carabineros espectrales de sedas nocturnas. Ante un nuevo embate, fue presa de calambres incontrolables y su mente viajó por aquel terciopelo inescrutable de blanco espumoso y cegador. Contuvo el aliento ante el predecible palpitar de aquel gigantesco ser que descendió del Cielo como un ángel indescriptible de numerosas alas y rostros... camuflado en la inmensidad catatonica de un mundo invisible de infinita y abominable blancura. Escuchó el clamor distante de una caparazón al romperse y dentro suyo se removieron incontables serpientes enloquecidas hasta que una mano lo aferró por el hombro.
—Tranquilo, Padre—le susurró el Señor Mostaza detrás suyo—. En las cajas de suministros tenemos papel higiénico y toallas húmedas.
—Cállate.
El rubio se quitó los lentes redondos, mostrando sus brillantes ojos dorados y esgrimió una sonrisa. Franteskein levantó un arco endemoniado de gran envergadura que parecía hecho con la costilla de un saurio inimaginable, conectado con un hilo de músculo indestructible... que colocó en tensión con un arpón de un metro. Los músculos del gigante soportaron una tensión impensable mientras dirigía aquella flecha grotesca a la inmensidad del cielo septentrional. El arpón era de un material basaltico, cuya punta prismática describía colores pálidos.
—¡Hestia, Diosa del Fuego! —Conjuró el Señor Mostaza—. ¡Llama solitaria del crepúsculo que calienta el hogar! —Realizó un sello de manos entrelazando los dedos—. ¡Ilumina el siniestro de esta tiniebla perpetua!
Señaló la punta del arpón con la palma, y una incandescencia rojiza chisporroteo en la punta... antes de estallar con un chisporroteo incendiario. Las llamas se elevaron como una desbandada de pájaros carroñeros y su olor a flores calcinadas inundando la niebla. Franteskein apuntó al cielo y sus manos liberaron el arpón sometido a extrema tensión, el chasquido fue magnífico y aquella aguja divina cortó la niebla con un halo silbante de fuegos fatuos, describiendo una parábola de luz amarillenta mientras se sumergía de cuajo en la bruma intangible, se perdió en la distancia como un diminuto punto de luz y... se hinchó y estalló con un estruendo de combustión. La noche paleogénica desapareció con el resplandor de un sol... despojando a Montenegro de las pálidas tinieblas con un suspiro horripilante que desdibujó formas titánicas.
Jonás bajó el fusil, anonadado y rio por lo bajo con desesperanza.
—¡Díos mío! —Escuchó decir a un soldado junto suyo tras presenciar el espectáculo indescriptible oculto detrás del telón de vapor: montañas caminantes con extremidades del grueso de embarcaciones que se dirigían, con pasos erráticos, a la Primera Línea al este de Montenegro.
El fuego desapareció con un suspiro de extinción y la niebla despojada volvió a caer sobre aquellas formas titánicas de silueta antropomorfa, esculpidas por macabros artistas... a través de rituales oscuros más antiguos que el tiempo. Los Gigantes dormidos de la Tierra habían despertado de su letargo para despojar a la Humanidad de su reino.
—Las imágenes infrarrojas captadas por el Teresa II son impresionantes—describió Salvador como operador del satélite enfocado sobre Montenegro—. La formación de media luna de estas figuras de barro está a punto de golpear la Primera Línea—con sus ojos felinos divisó una serie de puntos azules deslizándose sobre un paisaje montañes de relieve desigual, inundando de neblina vaporosa. La línea defensiva era integrada por una férrea barrera identificada con el color rojo en la transmisión—. Su posición actual es imprecisa e interceptarán la primera defensa en cualquier momento... el pronóstico indica que pronto todo se irá a la mierda.
El presidente Luis Cervantes escudriñó la pantalla principal con gesto hosco.
—¡El mundo se está yendo a la mierda desde que el primer mono se paró en dos patas! —Miró al gato rojo en el primer escritorio de la derecha—. ¿Cuál es la posición de la Primera División?
—Esperando para interactar—proclamó Salvador y bajó las orejas puntiagudas—. Pero la nula visibilidad imposibilita la apertura de fuego. Los muñecos gigantes siguen avanzando.
—«Gólem»—apuntó Fabricio Mendoza, joven pelirrojo operador del Canal Principal de Comunicación y leyó la información recopilada de la red—. Aparece en la Biblia y en la literatura talmúdica como una sustancia embrionaria del imaginario hebraico centroeuropeo personificado cual ser animado, fabricado a partir de materia arcillosa—señaló las imágenes en la gran pantalla principal: una hilera de colosos antropomorfos y petréos que avanzaban machacando las montañas con pisadas elefantinas de cinco metros de diámetro; en una formación de luna semicircular. Desde la vista satelital parecían manchas oscuras nadando en un mar de humo—. En el Libro de la Creación del cabalísta Sefer Yetzira se enseñan las fórmulas mágicas para dar vida a un gólem. Y aparecen datos inconexos sobre un polaco llamado Eliyahu de Chelm, que construyó un gólem hace cuatro siglos, pero la creación no dejó de crecer y tuvo que matarlo borrando un símbolo en su frente.
»En la red aparecen innumerables historias de rabinos que, ante amenazas que se cernían sobre comunidades judías, se dirigían a ríos para esculpir figuras de fango recitando encantamientos grabados en el Torá—el entusiasmado muchacho buscó los versículo del Génesis y los reflejó en la pantalla principal emitido por su ordenador—. «Entonces formó Yahvé Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente». Pero, estas historias siempre terminan en desgracia con el asesinato de gentiles y emperadores.
Luis se irguió frente al módulo principal.
—¿Cómo se llama, oficial?
—Agente de Tercer Grado, Fabricio Mendoza, del Departamento de Logística.
—Háganos el favor de callarse el próximo cuarto de hora.
—Sí, señor.
La gran pantalla de la pared cambió a una vista infrarroja: una formación de pústulas oscuras se retorcía en un campo añil con relieves tocos y colinas escarpadas. La pantalla personal de Salvador se iluminó con la llamada entrante de los Brujos del Sorte, y el rostro moreno y redondo del joven Aquiles Castro apareció en el cuadro. Estaba en algún páramo boscoso junto a un puente, en la entrada de la montaña.
—¿Señor?
—Aquiles—dijo el gato inclinado sobre el micrófono—. Cambia la visión de la cámara.
—¿Así? —El rostro fue reemplazado por un círculo de hombres y mujeres con vestimentas indígenas que bailaban y cantaban al ritmo de tambores, arpas y maracas alrededor de una gran vasija de barro con ornamentos curiosos—. El Maestro Okeanos ha organizado a las Reinas y Bancos para invocar a los Espíritus de la Montaña utilizando la Vasija del Mohán que nos prestaron. Observe con detención, Padre García: los pasos de baile, los cánticos y los ritmos. Los detalles son hermosos... ¡No se saltan ninguna sola pauta para maximizar el Ascenso del Espíritu! ¡La energía que se siente es tremenda! ¡Algo está por salir del jarrón!
Los brujos bailaban en círculo, rompiendo su movimiento para proferir gritos ininteligibles antes de volver a sumergirse en la salmodia. Los tambores resonaron junto a agudas melodías de cuerdas y sonoras maracas rellenas de semillas secas... El moreno Okeanos de lentes cuadrados y túnica ciruela tachonada de lunas menguantes levantó la tapa del jarrón humeante, y una columna de vapor surgió con una exclamación mientras la música dionisiaca estallaba con saltos y aullidos. Una visión borrosa distorsionó la pantalla mientras un aire parecía levantar los pajonales de las chozas y arrancar sombreros y plumas de las cabelleras.
Los Brujos del Sorte clamaron a los espíritus en aquel recital fantasmal donde legiones invisibles se mecían al compás de los repiques y letanías ancestrales. Okeanos gritó la conjuración y el aire sopló con un ventarrón inimaginable, empezando a girar a gran velocidad... creando vértices y empujando la espesa niebla. Luis ordenó el cambio de la pantalla, y solicitó la posición de la Primera Línea.
—¡Seguimos esperando! —Gritó Rebeca en medio de un zumbido estático—. ¡No podemos ver nada a cincuenta metros! ¡Pero la niebla parece difuminarse!
La gran pantalla se dividió en tres, otorgando la vista panorámica ofrecida por los drones para estudiar la succión de un descomunal pilar celestino que parecía crecer en la falda del inmenso picacho del Sorte. La niebla retrocedió como un manto que se retiraba despacio, tirado por la mano invisible de un dios inmemorial, las montañas aparecieron en el horizonte mientras la marea de niebla acariciaba los tejados y edificios en su rápido retroceso. El Teresa II captó al huracán como una aguja de algodón que crecía sobre la región, visible desde el espacio exterior como un vello sobresaliente en la vastedad del continente... pero una visión más cercana ofreció al titánico remolino, tan grande, que parecía girar a baja velocidad... sobre un Montenegro desnudo de calles atestadas de máquinas y pelotones.
La cámara de la Primera Línea captó de cuajo la formación de gigantes rocosos de rostros ardientes, balanceando sus brazos y triturando los árboles con sus pisadas. Una aparición espeluznante de inefables Heraldos del Purgatorio: erguidos y malignos para arrastrar a los abismos cualquier ánima que ose rebasar las puertas del inframundo. Como una alerta, el fuego se abrió de inmediato y una descarga masiva de metralla bañó a las estatuas animadas: balas, cañones y morteros. Pero era demasiado tarde, el primero de aquellos gigantes se abalanzó sobre el edificio y lo derrumbó con una estampida de más de mil toneladas de concreto reforzado que, a pesar de los casquetes y proyectiles de ochenta kilos, no conseguían causar estragos significativos en su superficie rocosa.
El edificio cedió con un estremecimiento y cayó lentamente, con un grito soporifero extinguido por la nube de escombros que se alzó. Los proyectiles bailaban como líneas amarillas y perforantes que atravesaban los vientres macizos de los gigantes, y las torretas se venían abajo ante los golpes de barrido que tales imponencias ofrecían. Rompieron la Primera Línea rápidamente, y Luis ordenó una retirada táctica para reforzar la Segunda Línea... ocupando los disponibles vehículos por las avenidas principales, y estallando estratégicamente los puentes y avenidas para dificultar el avance del enemigo.
La Supervisora Rebeca Rodríguez transmitía la orden de repliegue cuando su comunicador fue interrumpido ante la descarga súbita de estática... y la cámara del dron fue cegada por un estallido pálido como un relámpago. Uno de los gigantes cayó de rodillas con el cogote destrozado tras recibir el impacto fulminante de un arpón celestial...
La cámara de la Segunda Línea enfocó a Franteskein sosteniendo un arco de hueso y al Señor Mostaza sentado sobre un círculo mágico de símbolos taumaturgos dispuestos en sincronía. Rápidamente, volvió a enfocar el cadáver petulante del coloso derribado con horrible premonición: estaba hueco por dentro, y en su interior cual larvas, se removían cientos de seres grisáceos liberados en tropel con voraz furor. Eran...
—¡Zambis! —Exclamó Fabricio en voz baja con el rostro pálido—. Cadáveres reanimados con hechicería Vudú...
Los reanimados fluyeron del interior del cascarón, desparramados sobre las avenidas, corredores mortales de ojos blancos y pieles ennegrecidas que se lanzaban indiscriminadamente sobre cualquier ser viviente. Las balas no parecían herir sus carnes muertas... pero, por obra de extraños prodigios, se negaron a atravesar la línea de sal consagrada que trazó el desaparecido Míster África.
—Creía que la Fundación Trinidad tenía prohibido manipular Reliquias Malditas sin autorización del Alto Mando—dictó el Mayor Acuña mirando fijamente el espejo de agua vertido sobre la plancha de piedra volcánica—. Los lacayos de la Corte de Chamarrera estuvieron conjurando por semanas para convertir una afluencia del Orínoco en niebla, y fue aún más complicado transportar toda esa nube por los túneles subterráneos del Guacharo.
—En esa vasija encerraron el espíritu tormentoso del Mohán colombiano—Martín Bolívar se agarró el mentón bajo la barba gris—. Estoy seguro que han reunido más Reliquias poderosas, y por eso debemos dar el siguiente paso.
El Mayor General Osmel Acuña asintió y otorgó un saludo militar al Pajarón, antes de despedir a sus brujos de vestimenta militar; aquellos hombres variopintos habían moldeado durante meses las esculturas gigantes de constitución principalmente arcillosa, mezclada con robusto cemento y sangre de toros sacrificados. Uno a uno fueron desapareciendo por los portales sin puerta de aquel salón comunal de mesa empotrada y amplios ventanales con vista a la ruidosa y modernizada capital de Nueva Bolívar, con sus autopistas elevadas y estaciones de metro subterráneas; alrededor de industrias inactivas y barrios inimaginables infectados de inmundicias.
Del techo bajo pendían lámparas tubulares, atrapasueños y guirnaldas; y en los estantes distribuidos a lo largo del salón se alzaban figuras panteístas de mitologías Vudú, Mayombé y Yoruba: Oshun, Elegua, Chango, Yemayá, Zarabanda y Moloch. Así como cuadros al óleo de horrores incognoscibles que colgaban de las paredes de mármol, y excéntricos Eneagramas en conmemoración al Demonio del Meridiano y las Potencias bajo su mandato. Carlos esperó en la silla frente al espejo de agua marina vertida sobre el mesón mientras los subordinados de Osmel desaparecían por los portales. Aquel salón de guerra en el Cuartel del Sol se dispuso de tal forma que las sombras proyectadas por los umbrales de las puertas servían de rutas de transportación, arrojando a los módicos hechiceros sobre el campo de batalla, pero la fluctuación de energías alteraba la precisión. Ante sí se desplegó un paisaje urbano de edificios incendiados y explosiones frecuentes, insonorizado piadosamente para su expectativa, mientras decenas de formas negras aparecían en el cielo como un enjambre de engendros reculos de alas correosas: eran la tropa de brujos enviados por el Mayor General.
El despliegue majestuoso de los hombres alados trajo consigo un bombardeo al dejar caer las cargas en sus cinturones sobre el epicentro del pueblo montañés mientras las gigantescas estatuas vivientes arrasaban con vecindarios y edificios en su imparable avance al fragor. De la casi veintena de «Goléms» forjados en los cuarteles amazónicos, insuflados con el vigor de sacrificios infantiles y transportados mediante las misteriosas grutas de la Caverna del Guacharo; sobrevivía la mitad, erguido sobre el pueblo mientras les llovían proyectiles, granadas y cohetes. Los cadáveres desmembrados o derrumbados sobre avenidas o puentes se hundían como montículos derruidos de peñascos quebrados... mientras los cadáveres reanimados del interior saltaban en oleadas sobre los pelotones de soldados amontonados en las barricadas de las calles y los escombros.
Lo que parecía ser una línea defensiva en el centro del pueblo lideró la contra ofensiva contra la desbandada de brujos voladores con una efusión de ametralladoras sobre torretas móviles. Carlos apretó los dientes cuando los golems agonizantes rebasaron las calles destrozadas y los vecindarios pulverizados para chocar contra la defensa del centro de Montenegro como montañas caminantes cuajadas de agujeros y ennegrecidas por el jolín. Uno a uno fueron cayendo los edificios sembrados de torretas y carabineros ante el abrazo mortal de los colosos que cedían su suicida asalto incapaces de continuar la contienda.
Un golem rebasó la franja defensiva, aplastando las calles con sus pisadas elefantinas hasta que la lluvia de metralla, proyectiles y cohetes hizo estallar sus brazos y bombardeó su espalda... derribando su pesado cuerpo sobre otro edificio rectangular que debió ser una institución académica. Los cadáveres brotaron en caravana desde el cascarón destrozado del sitio donde debía estar la cabeza... El cielo estaba cubierto de jirones de humo negro, figuras aladas que caían abatidas y líneas amarillas que zumbaban con vibraciones acuosas sobre el líquido.
El Mayor General Osmel Acuña, quien en el pasado no fue otro que el General José Antonio Páez de la Campaña Admirable y que a su vez, hace cien años, comando los movimientos militares bajo la dictadura del Generalísimo Juan Vicente Gómez; inmortalizado por la antiquísima maldición de vampirismo que trajo de Moravia y que se esparció entre la Aristocracia Criolla como símbolo de grandeza junto con los saberes alquímicos y oscuros. El militar bigotón de ojos gélidos realizó una venia frente al Pajarón y salió por uno de los numerosos portales del cuartel.
Carlos se inclinó sobre el espejo de agua y con horror contempló la aparición fantasmagórica de un cúmulo negro de absoluta maldad sobre el cielo templado color marfil: dentro se removía un ser que abandonó su humanidad hacía muchos años. Su vuelo fue en picado, describiendo un arco parabólico pronunciado sobre el centro de Montenegro, bajando rápidamente hasta los cien metros para posicionarse en la vanguardia de descontrolados Zambis que atestaban las principales avenidas... El Mayor Acuña extendió sus manos, envuelto en los telares ahumados del polvo negro, y los bastiones de esclavos revividos estallaron en oleadas de combustión. Aquellos cadáveres envueltos en llamas embistieron las barricadas de los pelotones, destripando a los soldados y atravesando la franja al cuarto más defendido de la ciudad: la colina donde se erguía la inmaculado e imponente Iglesia Maldita de San Lucas; antes de dar paso al Sendero de la Montaña velado por los Brujos del Sorte.
El Secretario del Consejo Presidencial, Don Apolinar Campos, agitó el bastón sobre el espejo de líquido cristalino, y este cambio: como capturado por la toma de un ave sobrevolando el estruendo de los edificios al desmoronarse bajo el peso de torretas incendiadas, morteros defectuosos que estallaban, soldados saltando al vacío de las calles, tejados calcinados donde se retorcían moribundos mutilados y nubes y más nubes de humo oscuro inescrutable... en un paisaje maligno de escombros y cadáveres ardientes hasta alzarse sobre las imponentes torres de la nave donde residía el corazón de la Fundación Trinidad: los muros oscuros, el chapitel afilado y el campanario; del edificio construido por el Mago Hebreo aquella desafortunada noche de tribulación. Pero la visión se interrumpió al intentar irrumpir en la diócesis... con la visión ensangrentada de un pájaro humanoide abrasado por las llamas.
—Va siendo hora—el Pajarón lo agarró del hombro y le ofreció la daga ceremonial con hoja en forma de garra que perteneció a Guaicaipuro, Cacique de los Caribes.
Míster África dejó que la multitud de Zambis cubiertos de fuego mientras se escondía en el callejón. El ruido distante de disparos y gritos llegó antes que el aullido horripilante de cientos de manos despedazando un cuerpo. El aire olía a carne chamuscada, metal derretido y pólvora negra...
La mujer a su lado se apoyó sobre la pared con el rostro ennegrecido mientras intentaba en vano apoyar su tobillo malogrado. Rebeca tenía el cabello corto cubierto de piedritas y un hilo de sangre bajaba por su pómulo.
—No está rota—dijo Míster África tras revisar la hinchazón—. Solo fue un mal movimiento que forzó el tendón más allá de sus posibilidades.
Pero la explosión de un edificio lo interrumpió, y esperó... con el corazón encogido, la sucesiva efusión de piedritas y polvo. Cuando el golem derribó el edificio de doble planta, creyó que moriría enterrado, pero Rebeca lo extrajo de los escombros como único superviviente del pelotón... solo para darse cuenta de la lesión en su tobillo cuando bajó el subidón de adrenalina. Antes de huir a por refugio, decidieron reagruparse con la Segunda Línea o reforzar la última defensa. Míster África la subió sobre su espalda mientras la mujer esgrimía un subfusil ametrallador.
—¿Qué son esas criaturas?
—Zambis—contestó el hombre mientras avanzaban por un vecindario devastado cuyas casas apretujadas se vinieron abajo dejando un cráter—. Producto de la zombificación en el Vudú mediante la aplicación del Polvo de Muerto para esclavizar a una persona.
—¿Polvo de Muerto? —Sintió la respiración agitada de la mujer sobre su cabeza con un cosquilleo—. Hace unos años decomisamos casi una tonelada llevada por un hombre en un camión de Puerto Bello a Nueva Bolívar... Es un producto ilegal y extremadamente peligroso, pero aquel contrabandista desapareció cuando allanamos su cargamento.
—Lo sé—dijo, y se detuvo a la sombra de un kiosko en una calle ruinosa que anteriormente debió ser populosa—. Intenté introducir mi fórmula en el mercado negro para pagar el tratamiento de mi hija.
—¿Tenías una hija?
Míster África suspiró, y un relámpago violeta cortó el cielo sobre su cabeza. Se sabía los ingredientes y el método de preparación de memoria: tejido humano, polvo de lagarto azul, polvo de sapo moteado y polvo de pez globo. Había aplicado principios farmacéuticos y químicos para el aislamiento exitoso de la poderosa tetrodotoxina: sustancia activa capaz de bloquear la distribución de sodio necesaria para la transmisión nerviosa. Los traficantes del mercado negro podían utilizar aquel polvo psicotrópico, vulgarmente conocido como «Burundanga», para capturar víctimas de todas las edades y géneros para fines ilícitos con solo un gramo suministrado mediante el tacto. «Catorce mil dólares el kilo».
Habían llegado a la intersección de la Segunda Línea para presenciar una lúgubre alfombra de escombros y cadáveres calcinados entre los que habían agentes con los uniformes chamuscados y Zambis que alguna vez fueron personas arrastrados a negros destinos. Sobre la pila de restos se erguían el Señor Mostaza y el altísimo Franteskein, que empuñaba un arco de hueso de gran envergadura capaz de disparar dardos como un escorpión bélico. El rubio de gabardina negra y sombrero de copa hacía retroceder las caravanas de Zambis en llamas que escalaban los montículos de escombros y cadáveres... disparando a su vez incandescentes esferas de fuego desde sus palmas para mantener a raya todo ser no muerto invasor de su radio. Ambos otorgaban tiempo a los soldados de retirarse mientras las legiones infernales dirigidas por el Mayor Acuña trotaban en filas ardientes hasta la intersección.
—¡Repliegue a la retaguardia para reforzar nuestra última defensa! —Rugió el comunicador en el pecho de Rebeca con la voz de Luis—. ¡Repito! ¡Todas las fuerzas dirigirse al Sendero!
A lo lejos se conseguía divisar al último golem de prominente tamaño ceder ante una ráfaga de proyectiles con el costado lleno de fisuras... y derrumbarse sobre una calle próximo, liberando un torrente de cadáveres rabiosos cubiertos de pústulas. Pronto cada avenida de la intersección se vio cubierta por una marea de cuerpos putrefactos aferrados a la existencia con cientos de manos huesudas y ojos vacíos... mientras los vehículos transportaban todo soldado superviviente a la retaguardia del cuartel.
Franteskein derribaba a los cuervos humanoides que describían círculos concéntricos en el cielo cuando en el cielo apareció, como un relámpago, la visión femenina del Avatar de Odrareg: una túnica blanca suspendida a más de quinientos metros sobre sus cabezas. Míster África atravesó la intersección y cubrió a Rebeca con su cuerpo mientras se ponía a cubierto... el sol descendió con un resplandor cegador mientras decenas de soldados huían a pie y en camiones por la avenida principal. Los disparos cayeron en el sopor y la descarga súbita de millones de voltios cayó sobre la Tierra con el rugido iracundo de un dios olvidado... La ráfaga galvánica azotó su espalda con un estremecimiento de calor y sintió los vellos de su nuca silbar. Durante treinta segundos aquel relámpago desquiciado inundó la intersección con cientos de descargas menores que silbaron por los tejados, corriendo como ratones, y atravesaron cada superficie con una vibración estática indescriptible... hasta que el Señor Mostaza consiguió desviar el aluvión olímpico, que se perdió en la proximidad como un arco eléctrico que alcanzó los cien metros de altura.
Fue consciente del ardor en su garganta y el zumbido en sus tímpanos tras el trueno ensordecedor que reventó los cristales de los edificios y derritió el asfalto de la avenida. El Señor Mostaza parecía exhausto, con las manos en alto y el cabello despeinado... mientras el rostro enrojecido describía una mueca de disgusto. Pero, no había sido suficiente... porque el Avatar de Odrareg desde lo alto del cielo levantó sus manos al Altísimo... y su figura se difuminó en una presencia galvánica que desprendía gas plasmático. Era como una batería atómica a punto de desprender una descarga de bariones y positrones capaces de barrer cualquier construcción humana... La voz de Luis continuaba proclamando órdenes en la estática del Canal Principal mientras aquella concentración energética subía a niveles sin precedentes con relámpagos rojizos y chispazos violetas.
Valentín señaló a su diestra como una diosa maligna, y el aluvión de partículas sobrecargadas hendió el aire con un susurro ininteligible compuesto por la orquesta de miles de incubos crapulosos... pasando por encima de sus cabezas, esparciendo una sensación de calor que impregnó sus vísceras, y la explosión envolvió el vetusto y poderoso edificio de la Iglesia Maldita de San Lucas, que desapareció con una explosión púrpura que ascendió con estrépito al cielo... barriendo la superficie de la colina ennegrecida.
El comunicador de inmediato, dejó de transmitir las ordenes de la extinta Base de Operaciones. Los Zambis se había vuelto incontrolables en su avance, el Señor Mostaza clavó su mirada en el cuerpo de Valentina, en lo alto del cielo, y dió un par de saltos como un feliz juguetón... y uno de sus pies quedó suspendido en el aire, siguió saltando, eufórico, y finalmente permaneció levitando a dos metros del suelo. Franteskein extrajo una gran flecha del tamaño de una lanza, y la colocó en tensión en el arco, apuntando al Avatar del Demonio Odrareg... El flotante Señor Mostaza se aferró a la punta de la flecha de hueso y murmuró una conjura elemental para encender el hechizo. La gran flecha se convirtió en un pilar de fuego cerúleo de llamas nítidas y, como un misil, Franteskein liberó la tensión... y tanto el rubio como el proyectil volaron como un cohete a lo alto del cielo para intersectar a Valentina Guzmán. Antes del choque, el Señor Mostaza se separó de la columna celeste y esta, estalló contra el Avatar en una nube incandescente de chispas brillantes cual fuegos artificiales... mientras el hombre volaba a unos treinta metros de distancia.
Antes de emprender la huída cargando con Rebeca, Míster África miró al terrible Franteskein transmutar a una espantosa Bestia de unos cinco metros de altura y grueso lomo, a mitad de camino entre un licántropo y un pulpo horripilante de las profundidades oceánicas. Su ropa de cuero sintético se rompió a medida que la columna creció con un doloroso grito de horror mientras sus extremidades desfiguraban su cuerpo a una postura bípeda... formando un lomo de pelambre negra del cual sobresalía un espinazo jurásico, cuyos costados eran flanqueados por horridos tentáculos del grueso barriles. La cabeza se transformó en un cráneo canino de puntiagudas orejas y ojos protuberantes de blancura enfermiza, mientras el repugnante pelaje de sus patas relucía con un brillo aceitoso. Era una bestia descomunal, enfermiza e indescriptible producto del cruce híbrido del Ragnarok Nórdico y las aberraciones atlánticas. No parecía dejar de crecer, mientras sobre su lomo saltaban los cada vez más pequeños Zambis, destrozados en sus fauces colmilludas, y catapultados por la larga y afilada cola draconiana. Míster África reconoció aquel ser de pesadilla por sus frecuentes apariciones en los llanos y penínsulas: era la Aberración que todos los conocedores del camino salvaje y los secretos rurales temían con vehemencia.
Jonás subió corriendo por las escaleras de aquel edificio departamental mientras la multitud de Zambis carbonizados se arrastraba chillando y chocando con las paredes... Finalmente, llegó al segundo piso mientras los cadáveres arracimados se disputaban los escalones, y comenzó a patear cuerpos, y decapitar y amputar miembros apoyado de la espada japonesa. Aquellos esclavos reanimados rodaron como obstáculos en llamas, arrastrando quintales y apilando una montaña de picadora ardiente de la cual sobresalían decenas de manos esqueléticas y cabezas calcinadas de cuentas oculares derretidas. Esperó largo rato que los Zambis se alzaran sobre la masa estúpida de carne hedionda, y retrocedió por el estrecho pasillo mientras recargaba el fusil Catatumbo en modo de ráfaga... y vació los cartuchos destrozando las rodillas y articulaciones motrices de la legión infernal agolpada... hasta que un tapón de huesos ennegrecidos y pústulas achicharradas cubrió el pasillo del departamento. Los disparos en el cerebro solo mataban a los que parcialmente estaban vivos, pero esa era una ruleta, y el daño masivo en los órganos internos encendía el relleno inflamable de sus cajas torácicas... La única manera de neutralizar a las marionetas poseídas era inmovilizar su locomoción y vaporizar el cadáver. No era la primera vez que enfrentaba a Zambis, pues lidió con una granja ilegal de marihuana manejada por magos negros con más de cien cadáveres reanimados operando sin descanso en un lugubre rancho guerrillero de Mozambique.
Volvió a repetir el proceso hasta el tercer piso mientras subía por los escalones hasta llegar al tejado en lo más alto. Recordó los laboratorios de metanfetaminas en las sábanas de Sierra Leona, donde los gases de descomposición y los químicos reactivos causaron una explosión. En ciertas sábanas de Somalia, los guerrilleros cazaban a sus enemigos convertidos en Zambis como deporte y escuchó hablar de un lupanar en Burundi donde las trabajadoras cumplían las fantasías necrofilicas de los degenerados por módicos precios. El resto de bloques departamentales de aquella urbanización ardían como gigantescos tabacos encendidos... mientras los bastiones de guerreros desfilaban por los vecindarios ataviados con portaestandartes de sedas naranjas, incendiado a su paso cualquier techumbre desmenuzada o árbol crepitante. Debían rondar los mil cadáveres, y se preguntó cuánto tiempo y recursos fueron usados por los militares de la nación para saquear y preparar tremenda cantidad de muertos.
Rebeca terminó de enrollar el cable de cobre alrededor de Mister África con cientos de espiras de metal conductor. El hombre de perilla afilada se erguió en su totalidad y el cable enrollado sobre su cuerpo conectado al comunicador radiotransmisor pareció emitir una ondas electromagnéticas en el perímetro donde se hallaba el comunicador en el pecho de Jonás. Rebeca intentó hablar por su comunicador a modo de micrófono, y una débil voz resonó en la suciedad estática...
—¿Funcionará? —La mujer dudó, sentada en el suelo con una pierna rígida. En sus manos sostenía el micrófono y un fetiche humanoide de trapo relleno con pelo y manchado con sangre—. El Canal Principal fue destruido junto con todas las telecomunicaciones en la iglesia.
—Sí—dijo África convertido en una antena humana—. Ese muñeco Vudú está grabado con mi propia información genética. Es magia simpática rudimentaria, pero aplicada a los principios científicos de la radio funcionará convirtiendo la electricidad de mi cuerpo en un amplificador.
—¿Estás seguro? —Rebeca parecía dudar. Depositó el muñeco en un círculo de sal sobre el suelo y empuñó un aparato de punta metálica junto al comunicador—. Te aplicaré una descarga no letal con una varilla eléctrica de diez voltios. ¿Cómo hará eso para transmitir mi voz a todos los soldados perdidos en el infierno de Montenegro?
—La electricidad fluirá a través de mi cuerpo como una antena transmisora haciendo que los electrones vibren, produciendo ondas de radio—señaló Míster África con mucha paciencia—. Las ondas de radio viajan a la velocidad de la luz. Unos... trescientos mil kilómetros por segundo hasta las antenas receptoras de todos los comunicadores, provocando que a su vez los electrones vibren en sus aparatos formando un patrón determinado—señaló el radiotransmisor conectado al cable—. El emisor convertirá tu voz en señales eléctricas y usaremos el mismo modulador del Canal Principal para replicar las longitudes de onda, con la amplitud y frecuencia necesarias.
Rebeca encendió el aparato de descargas y lo acercó, temerosa, al muñeco Vudú... y al contacto, Míster África dejó escapar un grito amortiguado mientras los voltios pasaban por su cuerpo convertido en un electroimán. De inmediato, la mujer comenzó a hablar por el micrófono y su voz se convirtió en señales eléctricas que viajaron por las espiras alrededor del hombre, desprendiendo múltiples herzianos a cada rincón de Montenegro. Jonás contuvo la puerta del tejado, golpeada por decenas de manos de Zambis consumidos por su propio sofoco ígneo.
—¡Atención a todos los soldados que se encuentran atrapados en el infierno de Montenegro! —Gritó Rebeca Rodríguez mientras un azogado Míster África ponía los ojos en blanco a punto de derrumbarse en una convulsión—. ¡El Cuartel fue destruido por el Avatar del Demonio Odrareg! ¡Nuestro líder ha muerto en acción! ¡Pero no es tiempo de rendirnos! ¡Llamo a todos los soldados dispuestos a combatir para evitar que la Cofradía de Nabucodonosor llegue al Trono del Diablo! ¡REAGRUPENSE Y MARCHEN AL SENDERO DE LA MONTAÑA! ¡Necesitamos a cada hombre y mujer dispuesto a dar su vida por el futuro de la nación! ¡El Señor Mostaza está combatiendo solo en el frente para retener las fuerzas enemigas! ¡Nos está dando tiempo para que vayamos todos a la retaguardia bajo el mando del Mago Okeanos! ¡EL SENDERO DE LA MONTAÑA SERÁ NUESTRO ÚLTIMO FRENTE!
Un hilo de sangre corrió por las fosas nasales de Míster África antes de que la trasmisión fuera cortada por el relámpago atronador de la oscura deidad que estremecía el cielo. Como un cometa, uno de los dos chocó contra el edificio y el techo se sacudió bajo sus pies... Jonás sintió estremecer las cinco plantas del bloque y lentamente comenzó a balancearse tras la explosión interna en sus cimientos. Se asomó por una esquina y vio a un Señor Mostaza cubierto de polvo con la gabardina chamuscada y el rostro ensangrentado mientras el edificio sucumbía bajo su propio peso: el nivel inferior cedió, y se desmoronó provocando que el tejado bajase unos dos metros de altura. El rugido ensordecedor de los tabiques al ceder y las columnas al quebrarse fue sucediendo el desplome del bloque hasta que solo quedó la última planta suspendida en un montículo de escombros.
Jonás se había agachado para soportar la fuerza de la caída, con la vista nublada por el polvo... cuando la aparición femenina del Avatar de Odrareg lo puso en tensión. Saltó con la Muramasa en alto, pero la visión desapareció repentinamente en un parpadeo pálido... miró a su alrededor, pero lo único que conseguía ver eran los jirones de humo negro que danzaban sobre los edificios encendidos.
La aparición de Valentina Guzmán se alzó sobre un desfallecido Míster África y una Rebeca malograda, la piel resplandeciente con los poros destilando altas concentraciones de energía y los ojos encendidos de una blancura electrizante... apuntó con su mano escalofriante a ambos en señal mortal de aluvión divino, pero como un proyectil, el Señor Mostaza la interceptó en pleno vuelo y ambos se enzarzaron en una danza draconiana arrancando el asfalto de las calles y perforando los edificios con sus arrebatos acometedores, fusionados en un cometa fantástico que desprendía relámpagos rojizos y púrpuras.
Míster África yacía en catarsis paralítica con los miembros rígidos a los costados y envuelto en hilo cobrizo.
—Creo que me he meado.
Con esfuerzo, cortó los cables y consiguió que un aturdido Míster África lo ayudase a huir por callejuelas hasta vecindarios ciegos para subir por casonas esquivas a los morodeadores Zambis, cuya grasa corporal se había consumido completamente, y ahora se descomponían en llamas agonizantes, dejando huesos roñosos insuflados por negras hechicerías. Se adentraron en una casona de doble planta, y treparon por un balcón a la techumbre para avistar el vecindario adyacente donde se desenvolvía la tétrica contienda entre la Aberración y el Culebrón: criaturas magníficas y horripilantes que se embestían y retorcían sobre un centener de cadáveres y escombros.
La Aberración era un espécimen hipotético de la criptozoología fundacional, que se creía producto del imaginario colectivo de los Llanos Negros: vislumbrado como un endriago cuadrúpedo de espesa pelambre negra azabache, grotesco espinazo de osamenta sobresaliente del lomo tachonado de escamas que terminaba en una cola afilada rematada en aguijón ponzoñoso, cabeza chata, orejas puntiagudas y hocico colmilludo de babeantes encías moradas. De sus costados sobresalían apéndices tentaculares que parecían estremecerse con rebeldes espasmos, recubiertos de ventosas enmarcadas por pequeños filamentos que se adherían a la carne. Su vientre era un misterio repulsivo de degeneración evolutiva, y sus órganos hermafroditas desaparecían en un saco retractil... dando a sus patas portentosas terminados en garras un aspecto salvaje: las extremidades posteriores eran potentes muslos escamosos terminados en las diabólicas garras de las aves de rapiña; mientras que las anteriores, eran felinas, de un ámbar majestuoso. Del hocico goteaban colmillos ofidios de sulfúrico anatema: dentadura prehistórica, relativa a junglas muertas infestadas de bestias descarnadas y ciegas.
En los archivos de la Fundación Trinidad se podían hallar horripilantes avistamientos de la Aberración en las profundidades de la selva amazónica, así como lanchas de intrépidos contrabandistas volcadas en los ríos nacionales por extrañas apariciones. Su aparición en el Llano Negro era síntoma de manifestaciones negativas y represiones brujeriles... y los indígenas de las minas de caseretita lo metían con infundada reverencia. Sus fotografías vagas eran escalofriantes, pero escudriñar a la maléfica criatura anómala en carne y hueso le provocó... una repulsiva sensación indescriptible comparada al chirrido de cientos de cucarachas en enjambre sobrevolando chapitales abandonados. Los escasos cortometrajes de sus estragos en las estepas y regiones mineras conformaron la inmemorial leyenda de la Aberración: una entidad cavernaria sumergida en un profundo letargo desde tiempos paleolíticos, habitante fantasmagórico de las extrañas laberínticas en los túneles del Guacharo, la interconexión subterránea más grande y misteriosa del país. Grutas soterranas en las que se movía desde los tiempos radioactivos, excavados en el macizo guayanés por gigantescas larvas alienígenas durante la formación de los primeros cúmulos de vida en los mares primigenios. Se sabía tan poco de la Aberración, como de las larvas, rumiantes de las placas tectónicas, que desaparecieron... dejando un legado incierto de fenómenos inexplicables. Los científicos especularon sobre agujeros de gusano y antiguas civilizaciones agonizantes que deformaron la superficie planetaria en una contienda cósmica por la hegemonía.
El Mayor Acuña, quien ha llevado muchos nombres desde sus oscuros orígenes en las tierras aniquiladas por las plagas de Moravia, transfiguró su imágen de militar veterano a la de una serpiente titánica color brea y ribeteada con anillos rojos: un ofidio rastrero con alas membranosas batiendo horriblemente el aire... cuyos ojos llameantes ardían con el fuero de dos estrellas sangrientas proyectadas sobre un confín sideral. Abrió su boca negra provista de incisivos curvos... y la abultada garganta se dilató con los chasquidos de la bífida lengua, desprendiendo chispas. Un saco de cartílago interno emanó un torrente de gas mefitico, y el chasquido lo encendió... levantando una cortina de fuego amarillo entre ambas bestias colosales. Como un guiverno, el Culebrón atravesó el muro de candela brumosa y mordió el cogote de la Aberración, enroscándose sobre el lomo como un látigo.
Ambas bestias rodaron en una pugna de veinte toneladas de carne, destrozando las casas circundantes y derribando los edificios en su camino de destrucción. La Aberración consiguió cerrar sus mandíbulas sobre la cola marina del Culebrón, y los tentáculos aferraron las escamas del anfibio de forma que lo arrastró por el cielo como un perro juguetón con un trapo sucio. Lo arrojó con ímpetu, y la serpiente describió un arco aerodinámico en el aire mientras tomaba vuelo sobre el endriago cuadrúpedo... girando sobre su eje, y descargando un potente azote con la cola palmeada entre las orejas puntiagudas.
Aquel canino quimérico descomunal se estremeció con el pelaje del lomo erizado y sus ojos espectrales de blancura apergaminada centellearon cuando lo envolvió la nube de candor ígneo: el Culebrón vomitó un chorro de fuego rojo con un rugido ensordecedor mientras el calcinado cuadrúpedo barría diminutos Zambis con su aguijón y tentáculos enrojecidos. Se levantó sobre las patas traseras y embistió, envuelto en fuego, al gigantesco ofidio con las alas desplegadas. Como en una danza cosmogónica, ambas deidades pueriles se zambulleron en un mar cáustico de vino ardiendo y espumosa flama: la boca perruna se cerró sobre el tendón de una de las alas de murciélago, y los colmillos viperinos se clavaron en el cogote... inyectando toneles de ponzoña. La Aberración tiró del conjunto de tendones y desgarró el ala, separando el cartílago del cuello... y arrancando un chillido indescriptible del Culebrón, aún inyectando el anatema en la yugular del mamífero batracio.
Jonás cerró los ojos ante la descarga de iones que cayó como una lluvia de Nereidas sobre el tejado de aquella casona. El chisporroteo de partículas cayó cual rocío, y el Señor Mostaza rompió en carcajadas desde lo alto del cielo... a una prudente distancia de cien metros del Avatar de Odrareg. Ambas figuras estaban zarrapastrosas: los cabellos ennegrecidos, las ropas deshilachadas y sangrando por un montón de heridas.
El Señor Mostaza juntó las manos pronunciando un conjuro a grandes voces, extendió los brazos... y una pequeña explosión lo cubrió con una nube oscura. El humo negro se infló con un crepitar hasta triplicar su tamaño... y Valentina, flotando a unos cincuenta metros, respondió con un relámpago cerúleo que describió una telaraña de luz... pero que atravesó sin inmutar la nube de polvo negro. Un silbido de vapor resonó en sus oídos, y una veintena de esferas de fuego rojo manó de la cortina de humo... como una ráfaga de metralleta. El cuerpo de Valentina parpadeó al transportarse de un punto a otro: intercambio su posición con el contrario, desplazándose al otro lado de la cortina mientras las esferas de fuego explotaban... solo para que un energizado hombre surgiera de la nube negra como un proyectil y la embistiera con una patada marcial que consiguió defender encogiendo los codos y las rodillas.
La ráfaga acometedora del Señor Mostaza parecía no tener fin, bombardeando al Avatar Demoníaco con un torrente de puños y patadas espirales, volando como dos centellas que dejaban estelas de partículas sobrecargadas con protones y negatrones. Describieron arcos sobre el cielo de Montenegro, sobrevolando vecindarios triturados y chocando con edificios de azoteas humeantes en una vorágine de relámpagos y truenos. Giraban como trompos, se agarraban, lanzaban y chocaban... Parecía que los movimientos del Señor Mostaza se volvían lentos y descuidados, y el demonio aprovechaba su vacilación para aferrar sus tobillos y lanzarlo contra un edificio o arrastrarlo por el pavimento. La contra ofensiva de Valentina resultó ser severa, y pronto... el Señor Mostaza terminó en un cráter de tres metros de profundidad en medio de una plaza tras una mortal descarga de un millar de voltios que lo embistió por la espalda.
—¡Padre Jiménez! —El joven Aquiles lo arrancó de su ensimismado espectáculo—. ¡La Corte de Chamarrera se ha pronunciado en el Sendero de la Montaña! ¡El Maestro Okeanos y los Brujos del Sorte les están haciendo frente mientras las fuerzas de Trinidad contienen las oleadas de Zambis debilitados! ¡Vinimos a buscarlos para resistir en el último frente!
Jericó y Aquiles habían aparecido por una Puerta, y ayudaron a Míster África y Rebeca a pasar a la Tercera Línea desde el balcón. Jonás contempló a Valentina Guzmán descender del astro como una aparición fatal de chamuscado vestido de novia y ensangrentado maquillaje... bajó con pesar del tejado al balcón, y echó un último vistazo al cráter en medio de la plaza, esperando ver al Señor Mostaza levantarse.
Su premisa se cumplió, pues nuevamente, aunque con el cabello ensangrentado y sin la gabardina, el rubio de ojos dorados se elevó unos centímetros del suelo: uno de sus párpados estaba hinchado y debía tener varias fracturas y contusiones. Aún así, se arrancó la camisa destrozada, revelando un pecho musculoso y brazos trabajados. Los moretones, magulladuras y quemaduras cubrían casi toda su piel aceituna.
—Lo siento—escupió el exceso de sangre en su boca y se limpió los coágulos de la nariz—. Pero, mi machismo no me permite perder contra una mujer.
Encaró al Avatar de Odrareg con la cabeza en alto y los puños apretados. Jonás bajó al balcón y se encontró con Jericó, contemplando el encuentro a puño limpio.
—¿El Señor Mostaza estará bien?
—Sí—Jonás pasó por la puerta y sintió una peculiar succión—. Su mutación le permite controlar las transformaciones de energía que pasan por su cuerpo: es como una Bobina de Tesla humana. Además, puede que el Demonio Odrareg sea más poderoso... pero la experiencia del Señor Mostaza no es cualquier bagatela.
Escucharon la explosión, y pasaron rápidamente por la puerta antes que la presión de vacío la destruyera. Al parecer, estaba conectada a la puerta de una choza indígena dedicada a la Negra Francisca: un altar del mismo era velado por prendas consumidas. La puerta estalló en pedazos un par de segundos después que ellos salieran, y se encontraron en un paisaje rural coronado por un puente de cemento sobre un riachuelo caudaloso y varias chozas de diversos materiales convertidas en altares para la veneración de distintas Cortes Espirituales.
—¡Todos los Brujos del Llano Negro están acá! —Aquiles se llevó las manos a la cabeza—. ¡Escuche las explosiones, Padre Jiménez! ¡Es una locura! ¡Creíamos que los Llaneros de la Corte de Chamarrera habían muerto hace décadas! ¡Están aquí, y sus hechicerías oscuras son demasiado poderosas!
El resplandor boreal manaba de las entrañas del Sendero como una excrecencia luminosa de color enfermizo... flotando como tentáculos espectrales de una titánica deidad translúcida, mientras el distante rumor de bastiones muertos llegaba a ellos con el escándalo de un millar de espíritus. El jovencito de Aquiles Castro enumeró los miembros petimetres de la Corte de Chamarrera con estremecido furor mientras una fila de soldados transportaba un carro de municiones al frente para lidiar con las aglomeraciones de Zambis intentando traspasar las barricadas y los arroyos de aquella extensión de avenidas sin pavimentar, chozas indígenas y foresta exuberante.
El lejano clamor de aullidos, gritos y conjuraciones viajaba por la techumbre de ramas mientras el aprendiz exaltaba las proezas de Okeanos.
—¡Tiene que verlos, Padre! —Gritó en éxtasis—. ¡Nunca había visto al Maestro convertir todo un río en un animal semejante! ¡Un chiguire... o capibara! ¡Pero del tamaño de un camión industrial! ¡El mago negro que lidera la Corte es un tal Nicolás Curbano... y con su Yaguatero invocó a un pájaro de fuego azul! ¡Hubieras visto a Trina Rocca y la gorda Blanco reforzando la barrera con sus cánticos!
A su manera, Aquiles le contó con entusiasmo un relato heroico repleto de hechicerías sorprendentes para sus infantiles ojos, aunque la falta de detalles descriptivos en su monologo y su especulativa imaginación deformaron la veracidad de la escaramuza. Jonás unió los hilos mientras le contaba los sucesos e imaginó a una Corte de Chamarrera liderada por el maquiavélico Nicolás Curbano, ataviado en su túnica morada de ceñido fajín verde, saliendo de la tierra a través de un portal proyectado por Don Toribio Montañez en su pacto con el Demonio de las Sombras. El susodicho hechicero iba al costado del líder, seguido del Negro Macario, el Brujo Hilario, Don Feredico Chirinos y el Avatar de Natividad Mendoza: un antiguo ánima del Llano Negro que utilizaba como Receptáculo a la voluptuosa y plástica Carolina Uzcategui. Estos miembros de longeva edad utilizaban chamarras andinas, sombreros de paja, camisas blancas, alpargatas y vaqueros... armados con lustrosos bastones de plumas brillantes, colmillos aceitados y minerales preciosos. Los árboles susurraron, respetuosos, ante el desfile de aquellos eruditos del interior del país... que escalaron en el poder como ministros de la corrupción, el sicariato, la persecución, la malversación de capital y la doctrina brujeril.
Los confrontaron los Brujos del Sorte, comandados por el venerado Okeanos flanqueados por los terratenientes reclutados de Montenegro y las provincias circundantes: la delgaducha y anciana Trina Rocca de rostro pecoso y parafernalia gitana; la gorda y canosa Diana Blanco, Bruja Blanca de Montenegro; Soledad Rodríguez, una joven lamia vestida de monja con hábito negro y cabellera azul; y el anciano Presbítero de la diócesis local: un encorvado y rechoncho Boris de sotana oscura, estola morada y pesada Biblia bajo el brazo. Eran los únicos que se atrevían a encarar a la Corte de Chamarrera, mientras el nutrido número de brujos locales y especialistas fundacionales prefería abonar la retaguardia preparando círculos ofensivos y maleficios defensivos.
El encuentro se ejecutó frente a uno de los puentes que conducían al Sendero de la Montaña, rodeado de altares de huesos y figuras fetichistas rodeadas de velas derretidas. Aquiles lo describió como «el encuentro entre dos potencias inamovibles que desencadenó un vórtice energético»... sin tiempo para el diálogo, Nicolás levantó su Yaguatero y dejó caer un aluvión de fuego que se transformó en un Chaure de mal agüero, agitando las brillantes alas azules, y descendiendo en picado. Okeanos invocó los Espíritus de la Montaña transformando el arroyo bajo el puente en un capibara elefantino... insuflado por las salmodias de las brujas. El aire se llenó de corrientes invisibles y flujos calóricos que desdibujaban crestas ondulantes haciendo temblar los árboles y calentando las piedras de río como rojas canicas. El Chaure y el Chiguire se enzarzaron en una contienda de vapor, como dos Elementales opuestos en una puja para medir fuerzas... y los hechiceros de la Corte de Chamarrera saltaron por los aires convertidos en aves terribles de ojos rojos.
Jonás no pudo evitar conectar aquella descripción vacilante con los reportes de brujas en Mérida que robaron recién nacidos durante la Hora del Diablo: pájaros gigantes como mujeres emplumadas de seis ojos, que en las pesadillas se sientan sobre el pecho de sus víctimas y vierten brea espumosa de boca a boca. Sintió un escalofrío al contemplar aquellas arpías indescriptibles de plumaje negro y numerosos ojos sanguíneos injertos en un pico demoníaco capaz de succionar sesos.
Aquellos magos negros volaron en horrida desbandada desplegando las garras, y se encontraron con un dragón serpentino con rostro y senos de mujer que rompió el hábito de monja para zurcir el aire. Soledad era una serpiente voladora de seis metros con cola palmeada y alas de murciélago... envolviendo los pájaros antropomorfos con sus anillos y golpeando con la cola. La enramada se llenó de aullidos... y el suelo de los Momoyes convocados por los seguidores del Caoísmo: pequeños seres feéricos que habitan en las cordilleras, vestidos con ruanas de lana y anchos sombreros, causantes de furias elementales.
Aquiles contó con emoción como los dubitativos brujos locales se sumaron a la batalla cuando vieron al anciano Presbítero Boris soltar la biblia, remangar sus brazos y lanzarse a puño limpio contra los duendes. El fragor se alzó con vítores, ventiscas repentinas que elevaban muchachos, aullidos salvajes, estampidas ensordecedoras y conjuros más complejos que llamaban espíritus chocarreros reflejados en nuestro mundo con fenómenos como la telequinesis, deflagración y transportación.
Finalmente llegaron al conjunto de perfumerías frente al Sendero de la Montaña con el primer puente al camino sinuoso rodeado de espesa foresta que conducía a las entrañas del Sorte y Quibayo, resguardados por centenas de altares espirituales y árboles centinelas. Supo que Flegeton había tomado posesión de Ariel por su postura recta y mentón señorial: vestía una túnica roja de holgadas mangas y flores bordadas con hilo de oro. Los brujos y soldados que lo acompañaban parecían esperar las últimas consecuencias, rodeando el portafolio metálico cedido por la Fundación Trinidad como última contingencia.
Jonás se separó de todos y se acercó a Flegeton con rostro severo.
—Es hora—dijo, y el judío asintió. Jonás abandonó el fusil Catatumbo y apretó el cinturón de la espada japonesa antes de agarrar el portafolio blindado—. Ariel... si puedes escucharme—colocó una mano sobre el delgado hombre—. Dile a los muchachos, incluso a Ciempiés Rojo... que me perdonen.
Por un momento, creyó que el verdadero espíritu de Ariel Sananes asomó en aquellos ojos negros... pero Flegeton se limitó a asentir con la cabeza. Jonás atravesó solo el primer puente al Sendero de la Montaña, y recorrió los caminos empantanados y carreteras de senderismo en dirección ascendente al Corazón de María Lionza... siguiendo afluencias caudalosas decoradas con cruces en honor a Muertos y Santos. Tardó más de quince minutos en llegar a la colina limpia donde se erguían los sillares de piedra negra y aceitosa denominados como Trono del Diablo... y descubrió a la figura altiva de pelambre canosa, labios rojos y atuendo de banquero. El aire olía a cenizas... y reconoció el dorado sable del Libertador Simón en sus manos envejecidas.
Martín Bolívar miró fijamente a Jonás colocar con parsimonia el maletín sobre el mesón de piedra y marcar los códigos sobre el tablero analógico hasta escuchar el chasquido del sistema de seguridad.
—¿Qué hay en ese portafolio?
Jonás ni siquiera lo miró.
—¿En qué se parecen una iglesia protestante y un niño con cáncer? —Abrió la tapa del protector metálico, y desplegó el dispositivo aislante—. Los dos no tienen cura. ¡Ja!
—Me destrozas los nervios...
—¿Qué es más rápido: la velocidad del sonido... o un negro?
Jonás reconoció la luz pulsante de los cuatrocientos gramos de antimateria flotando en una rampa magnética al vacío, alimentada por baterías de litio de larga duración, aislado de cualquier molécula con la que pudiera aniquilarse en una devastadora liberación de energía. Un gramo de aquel material lanzado sobre nuestro planeta, produciría una explosión equivalente a tres veces la bomba atómica de Hiroshima... y allí tenía suficiente para convertir Montenegro y las provincias cercanas en un cráter visible desde el espacio exterior: Guerra Total.
Salvador corrió por el tejado como un bólido sónico mientras las tejas saltaban ante la descarga galvánica que caía a raudales del cielo encendido. El pelaje de su cuerpo se erizó ante las potentes corrientes estáticas que impregnaban el aire... saltando sobre techumbres calcinadas y corriendo por avenidas cubiertas de cenizas mientras aquellas Deidades del Rayo esgrimían mandobles pálidos, martillos de guerra energéticos y escudos de espejismos. Dejando caer chispazos y relámpagos violentos sobre Montenegro...
Estaba perdido en aquel laberinto de casonas destartaladas, calles inundadas de esqueletos ennegrecidos y vecindarios destrozados por el paso implacable de la maquinaria bélica. Saltó por el zinc calcinado de un conjunto de casas por un diminuto vecindario, sintiendo la tensión en el vello erizado y los bigotes... justo antes que una maraña devastadora de electrones ionizados bajara del firmamento como un aluvión pálido. Maulló de espanto, sintiendo el metal desaparecer bajo sus almohadillas, propulsado por una ráfaga de calor espeluznante... Su pequeño cuerpo atravesó una ventana y entró en el segundo piso de un edificio departamental.
—¡Un gato! —Escuchó una voz conocida, y unas manos lo elevaron en el aire. Olió un perfume femenino—. ¡Está muy lastimado! ¡Parece que se ha revolcado en carbón!
—Haga el favor de bajarme, señorita.
—¡¿Salvador?!
Era Jericó, la morena de cuerpo esbelto con el mono azul marino fundacional, un casco y un chaleco de la Cruz Roja. Al parecer ella y el jovencito Aquiles estaban rastreando a los soldados perdidos y animales callejeros utilizando Puertas de Transportación. El estruendo cáustico resonó en las inmensidades como un meteorito proyectado sobre sus cabezas, y antes que el fulgor boreal cayera... atravesaron una puerta de aquel hogar, conectada a una puerta a más de un kilómetro de distancia en el balcón de una casona de doble piso y baluarte confortable en una avenida de ricachones cercano al Malecón del oleaginoso río Yaracuy.
Ambos conjuradores describían círculos como luciérnagas cerúleas sobre un Montenegro de vecindarios ardientes: atravesando columnas de humo a pleno vuelo y dejando caer aluviones de relámpagos sobre las avenidas. Se los veía chocar, descender, embestir, girar y separarse a altas velocidades. Ambas motas luminosas se debatían el cielo, pero una de ellas era más activa en el intercambio de golpes y derribos gracias a su uso de la Transportación, que le permitía emboscar al magullado y agotado Señor Mostaza: sin tregua para conjurar los Elementos o reponer su fatigado aliento.
Salvador obligó a los muchachos a Conectar una Puerta a una de las instituciones académicas del centro, y se transportaron al centro del pueblo, bajo el ojo de la tormenta eléctrica... sobre el tejado de un edificio oblongo repleto de salones escolares. Desde allí, podían avistar completamente el escenario nuboso de la batalla celestial... El Demonio Odrareg describía relámpagos violetas en su acometida, pero el Campeón de la Fundación Trinidad no daba su brazo a torcer, mostrando una resistencia impecable transformando la energía eléctrica acumulada en su cuerpo en momentum o fuerza cinética en forma de vibraciones para amortiguar golpes. Pero, la fatiga parecía cobrar factura en su cuerpo recargado: sus vías sanguíneas se calentaban con el exceso de esfuerzo y no podía lidiar con las emboscadas del Avatar.
Aquiles terminó de dibujar el circulo mágico con tiza roja: un pentaculo custodiado por los símbolos alquímicos de los cuatro elementos platónicos en los puntos cardinales. El joven aprendiz se excusó de no saber Transportar personas o objetos en movimientos, así que le delegó Conjuración en sus Mudras y Cánticos mientras el felino se encargaba del enlace de intercambio. Jericó termino de trazar un círculo protector hecho con sal consagrada alrededor de la azotea para esconder su posición de los espíritus malignos.
La contienda a más de trescientos metros de altura se agravó cuando el Señor Mostaza intentó parar un relámpago con las manos, quedando paralizado por diez segundos que el Avatar aprovechó para Transportarse por encima suyo y aporrear su cabeza, imitando un martillo con las manos. El impacto fue tan grave que el rubio debió perder la orientación durante los segundos claves en los que debía virar para esquivar un aluvión de relámpagos que lo embistió en el pecho... cayendo como un cometa a la superficie terrestre, pero, justo antes de su aterrizaje fulminante... Salvador ejecutó el enlace visual, Aquiles conjuró la Puerta mientras realizaba el Mudra y describía un pronunciado giro con las manos en alto. Jericó azotó la pólvora roja contra la azotea y...
El Señor Mostaza se transportó al centro del Círculo de Invocación con un estallido de chispas. La descarga súbita del millón de amperaje fue como la proyección de un relámpago partiendo una montaña.
El hombre se veía bastante malogrado con la piel enrojecida por las ampollas y la espalda machacada por los golpes... Una hendidura de impacto en su pecho parecía una araña sanguínea, y el rostro cubierto de sangre seca apenas dejaba entrever los orificios faciales.
—¿Estás bien? —Salvador se acercó al hombre moribundo—. Pareces un pollo asado.
—Esto no es nada—intentó incorporarse, tendido en el círculo—. Mi madre me daba peores palizas cuando estaba borracha.
—Mostaza...
Se abrazó las rodillas despellejadas: la única prenda que tenía eran los vaqueros deshilachados hasta los muslos, pues las descargas galvánicas habían deshecho su calzado. Sus pies estaban cubiertos de pequeños cortes provocados por la electricidad al intentar salir del cuerpo.
—¿Cómo podemos derrotar al demonio? —Intervinó Jericó.
—Odrareg es una entidad ajena a las Leyes de Adonai—dijo el rubio—. No se puede exorcizar como cualquier otro demonio de nuestra dimensión. ¡Es demasiado poderoso! La única forma sería desmembrar y disolver su cuerpo en ácido... pero, no voy a maltratar el cuerpo de esa pobre mujer.
Miró al gato pardo largamente, pues sabía la conexión que hubo entre Salvador García y Valentina Guzmán cuando ella trabajó para la Fundación Trinidad como investigadora. Aquiles se agachó detrás del Señor Mostaza y realizó señas con las manos mientras dibujaba símbolos en el aire sus dedos parecían oscilar destilando un campo magnético impresionante... masajeó la piel de la espalda y se llenó las manos de sangre. Todo eso mientras entonaba un cántico ancestral con la garganta y los ojos cerrados. Había visto aquel fenómeno muchas veces en casos registrados por la fundación en los que los sanadores transmitían un campo energético desde la punta de sus dedos capaz de modificar la estructura celular de sus pacientes.
—El dolor ha desaparecido y detuve las múltiples hemorragias mejorando el riego sanguíneo—dijo, frotando sus manos manchadas—. No sanarán de inmediato, pero no empeorarán.
—Gracias—se levantó, parecía la imagen señorial de un Jesucristo músculoso martirizado en el Calvario—. Hay una forma de vencer a un Avatar: la brecha entre el alma de Valentina y el demonio. Por ahora, el Avatar parece tener una conexión energética con una dimensión oscura... pero el nivel de poder que puede utilizar es reducido. No puede usar la Transportación en lapsos de treinta segundos... y cada vez, el desgaste físico del cuerpo es mayor. ¡Esa es su debilidad! —Se irguió, como un cohete a segundos de ignición—. Preparen un hechizo de Hielo, que yo me encargo de lo demás...
Y despegó, alcanzando la velocidad de un bólido de competencia, atravesando los edificios calcinados... dirigido al Avatar de Odrareg que esperaba en la cúspide de cielo en una embestida meteórica. Salvador entró en el Círculo de Invocación y se preparó para el enlace visual de la Transportación... el Señor Mostaza recortó la distancia en pocos segundos con el puño en alto, pero la mujer se transportó veinte metros sobre su cabeza, y liberó una descarga de relámpagos desde la punta de sus dedos. Salvador lanzó un zarpazo, y el Señor Mostaza desapareció... y el edificio bajo el Avatar se colapsó en una demolición galvánica. El rubio apareció detrás de ella como una bala con los pies al frente, y la embistió en los omóplatos.
Aquiles parecía pasmado con la petición del hombre en el cielo, pero tras unos breves segundos de vacilación, extrajo un collar de piedras negras de su bolsillo y se lo otorgó a Jericó. La joven lo escudriñó con rostro severo.
—No es momento para declarar tu amor.
—¡Póntelo! —Dijo, alterado—. Este es el Collar del Rey Yanomami. El Maestro me lo dió en caso de emergencia. Es una reliquia maldita con un hechizo que convierte a su portador en una bestia con la fuerza de diez hombres.
—¡¿Y por qué yo?!
—Eres la más hábil peleadora de Montenegro.
—¡Niños! —Chilló el gato—. ¡Pónganse de acuerdo!
Jericó aceptó el collar, y a cambio le dió a Aquiles una granada cegadora y su Zamorana nueve milímetros; pero el muchacho no supo cómo tomarlas. El relámpago que desvió el Señor Mostaza cayó cerca de su edificio, por lo que el demonio debía sospechar de su presencia. La morena se colocó el collar de piedras negras y... su cuerpo esbelto de pequeña estatura sufrió una transfiguración inimaginable con el desgarro de su chaleco y mono azul: parecía estirarse en una bestia mamífera del Pleistoceno... mutando a un megaterio de crecimiento exponencial hasta alcanzar los seis metros de longitud, de cabeza a cola, y las tres toneladas de peso. Salvador había leído sobre aquel ser en los archivos de criptozoologia amazónica de la fundación: conocían a aquella deidad como el Mapurangui; y fue visto por los guerrilleros durante las desplazamientos en las selvas de la frontera brasileña.
Estas deidades adoradas y protegidas por los indígenas tenían un esqueleto robusto de gran cintura pélvica y una musculosa cola. Elevándose sobre unas poderosas patas traseras con potentes brazos rematados en oscuras garras curvas como un perezoso. Salvador temió que el oscuro arcano de aquel fósil viviente pudiera enloquecer la mente de su prima... pero, el cuadrúpedo se postró sumiso, demostrando que sus temores eran infundados ante la voluntad regia de la jovencita.
En pleno vuelo, giraron los dos cuerpos hasta que uno de ellos se desprendió, estrellándose contra una casa de chatarra metálica que estalló en miles de piezas. Esta vez era el Señor Mostaza quien tenía la ventaja ofensiva con un cuerpo refrescado y el refuerzo de Transportación que le permitía escapar de situaciones peligrosas para contraatacar... además, con cada golpe que recibía, su cuerpo absorbía la energía y la utilizaba como impulso.
El Avatar se elevó del montículo de escombros y se lanzó al rubio como un huracán. Aquiles dejó caer la pólvora en el Círculo de Invocación, y el Señor Mostaza y el Mapurangui intercambiaron posición. La mujer poseída chocó contra una pared de regia carne y robusta osamenta... pero cuando intentó liberar una descarga fatal por cada poro de su cuerpo... el megaterio desapareció y reapareció dentro del pentaculo frente a Salvador.
—Ya está listo—dijo el joven Aquiles tras culminar su Opus Magnus de la Hechicería—. Este Círculo Mágico tiene siete metros de diámetro, y posee una retahíla de runas nórdicas mostradas a las Reinas Materia por los Espíritus Vikingos. Su núcleo es la Estrella Polar, símbolo universal del frío—se limpió el sudor de la frente—. Solo falta activar los circuitos mágicos...
Salvador se posicionó en la Apertura para interceptar, y el Señor Mostaza rompió la barrera que ocultaba sus presencias canalizando toda la energía residual en su cuerpo como una turbina... y los iones se arremolinaron a su alrededor formando un espiral psinergico. Todos esperaron que el Avatar de Odrareg se fijara en la imponente presencia, y cuando lo hizo, espabilaron: su acometida fue la de un misil balístico. El Señor Mostaza conjuró una ráfaga de bolas de fuego que no hizo más que relantizar lo inevitable...
Antes de la colisión, tanto el rubio como el perezoso gigante se abalanzaron sobre el Avatar en una embestida que hizo estremecer los cimientos de aquella institución. La descarga estática lo golpeó en cada vello de su pelaje con un estremeciento sordo... procuró que la fuerza del golpe no lanzara su pequeño cuerpo al vacío.
—¡Urano! —Sintió la pelambre de su lomo erizarse—. ¡Dios del Hielo y la Muerte! ¡Hela, señora del Inframundo congelado!
—¡Marte! —Conjuró a su vez el Señor Mostaza—. ¡Dios del Fuego y la Sangre! ¡Maestro de la Guerra!
—¡Conmina la Absolución del Reino Humano con tu olvido templado!
—¡Devora sin compasión a mis enemigos en tus entrañas ardientes!
—¡Porque nadie escapa de tus cadenas perpetuas de hielo polar!
—¡Al principio todo fue fuego!
—¡El universo terminará como hielo!
Las oleadas de calor y frío provocaron una expansión térmica sin precedentes que hizo zumbar sus orejas. Ante sus ojos se desplegó una ventana al Helheim; Reino de la Muerta en la parte más profunda, oscura y lúgubre del Niflheim... y se abrió una lengüeta al canal ardiente del Estigio que atraviesa el Hades. El río de lava iracunda derritió a los Gigantes de Hielo en un tartarico rugido de vapor y vacío... Escuchó el edificio ceder ante la explosión barométrica, colocó las zarpas sobre el Círculo de Invocación y la pólvora roja explotó, transportando su cuerpo por el espacio con una succión indescriptible.
Carlos deseó con todas fuerzas que el portal proyectado en la puerta de aquel salón de guerra lo llevará a un sitio lejano... pero al momento de cruzar el umbral, su mente se llenó de dudas y el rostro severo del Pajarón apareció en sus retinas como recordatorio de su sitio en el mundo.
De repente se halló en un bosque tropical de húmedas y escarpadas montañas coronadas por frondosa foresta y... exuberante aroma silvestre. Atardecía con cielo nacarado teñido por jirones de humo negro y el distante rumor de disparos era acompasado por el ruido aceitoso de los riachuelos de la comarca... y caminó por un sendero hollado por miles de peregrinos en su búsqueda ignota de lo desconocido. Aquella caminata por desfiladeros y orillas montañosas lo condujo sobre puentes de cemento y tubos metálicos erigido sobre afluentes caudalosos donde saltaban pequeños peces, y senderos pavimentados con guijarros que discurrían por ríos oleaginosos de agua oscura infestados de pirañas y culebras. Veía altares montados en encrucijadas, vírgenes y Santos resguardados en diminutas construcciones de mármol y árboles de troncos finamente decorados con cintas y símbolos indescriptibles tallados en sus arrugas. Las pequeñas cavernas se abrían como grutas entre las montañas flanqueadas por estatuas alusivas a Orishas del Yoruba y Divinidades del Palo Mayombé en el sincretismo de religiones que convergían en las Cortes Espirituales de la Montaña del Sorte.
Carlos intuyó el sendero al Corazón de María Lionza por una extraña conexión que desgajaba imágenes y sensaciones en las profundidades de su cerebro, guiando sus pasos hacía un horizonte septentrional donde confluían arroyos sobre quebradas afiladas. El sendero estrecho se ensanchó y dio paso a una alta colina desde que le pudo avistar una escaramuza entre dos cohortes de hechiceros ejecutada en un claro escandaloso: veía proyecciones de combustión, despliegue de fuegos artificiales, desmaterializaciones, transportaciones y espejismos de luz; mientras serpientes de llamas ascendían formando anillos, una lamia draconiana de protuberantes pechos de aureola azul agitaba su cola, y lo que parecía ser un Chiguire esculpido en agua embestía con su morro a un fantasma semicórpereo de más de dos metros de alto que esgrimía un hacha gigante. Los Brujos del Sorte y los vecinos locales diestros en las autodidactas sabidurías de los espíritus combatían en un apoteósico encuentro contra la Corte de Chamarrera, compuesta por cuatreros del Llano Negro que ocuparon ministerios e importantes puestos militares en la jerarquía dictatorial de Rómulo Marcano.
Los Brujos del Sorte, Quibayo y las comarcas campestres cercanas sostenían una violenta refriega sobre los dueños de la capital, pero la defensa de estos era férrea, y sus ofensivas místicas, aunque reducidas, conseguían mermar las filas del centener. Sus pactos de sangre eran diabólicos, y sus arcanos caóticos parecían emanar como las supurencias de una dimensión siniestra y opuesta de infinito Mal: apariciones espectrales de seres horripilantes, efusión de bestias invisibles de insaciable gula, ráfagas de partículas atómicas capaces de reducir las protecciones rudimentarias de los hechiceros aliados, prodigios de nigromancia, plantas degeneradas que brotaban del suelo con formas humanoides y corrían soltando chillidos enloquecedores, transportaciones sombrías y maleficios elementales capaces de reducir seres humanos a montañas de desperdicios sanguíneos. La Corte de Chamarrera era compuesta por hechiceros venerados en Oriente que cayeron en la delincuencia: espíritus mujeriegos y borrachines inmortalizados por el populacho; insuflados de oscuros poderes cedidos por las Ánimas del Llano Negro y las aberrantes entidades que aún perviven en los bajíos de las llanuras de nadie.
Los fenómenos invocados por los Brujos del Llano perturbaron a las Potencias de la Montaña, provocando un brisotón indescriptible que transportaba nefastos lamentos, erizando los árboles huesudos y provocando el hervir de los ríos. Los Brujos del Sorte y sus rudimentarios abalorios parecían obscenas imitaciones de los negros maleficios, y sus espíritus y muertos eran más débiles, aunque mayores en proporción... y aunque sus proezas quiméricas de convertir objetos inanimados en animales ponzoñosos y transmutar cristales y minerales en elementos parecían mitigar los reveses de los chamarreros... pronto la balanza del fragor se tornó indecisa. La mayoría de voluntarios analfabetas no conocían más que trucos taumaturgicos de cartomancia, tabaquismo y escasos principios de Misticismo; arrastrados como carne de cañón por los carroñeros pájaros antropomorfos de seis ojos hasta muertes nefastas: desmembrados por patas grotescas, carótidas reventadas por garras afiladas como navajas o elevados y arrojados desde grandes alturas. Otros, de círculos herméticos más duchos, poseían mayor conocimiento y sus círculos mágicos eran más completos... así como su conjuración más precisa a la hora de encomendar encantamientos protectores e invocar la Magia Planetaria con los símbolos cabalísticos, rúnicos y jeroglíficos tatuados en su cuerpo. Se utilizaron talismanes, amuletos y ofrendas para apaciguar a los espíritus... y tríos de hechiceros conjuraban lo que un chamarrero realizaba con una pronunciación.
Vio al adusto Nicolás Fedor empuñando su Yaguatero colorido, balanceando el cráneo de tigre al ritmo de las Candelas: espectros de fuego convocados; mientras un deshilachado y polvoriento Okeanos gesticulaba para mandonear a los Espíritus del Agua bajo su autoridad: nayades femeninas de curvas voluptuosas y undinas esféricas de agua espumosa. Ambas fuerzas chocaban como acero al templarse...
Carlos se levantó para continuar su andanzs por el Sendero de la Montaña en ascenso a los secretos innombrables del Sorte... sintiendo las punzadas del peculiar magnetismo en la coronilla de su cabeza, recorriendo la espina dorsal hasta la pelvis con un inusitado vigor pasional. Aquella sensación de cosquilleo en la ingle le recordó que su último conversatorio pautado iba a ser del sexo tántrico... Se internó por una carretera zigzagueante en ascenso a una cordillera rodeada de montañas, y, tras unos diez minutos de subir por una colina pronunciada... llegó al claro inmemorial rodeado de árboles vampíricos que se resistían a morir chupando el veneno del estéril suelo. Del claro limpio de suelo enlozado sobresalían las losas disparejas de un antiguo piso de mármol donde se irguió un templo nefasto dedicado a orgías ceremoniales en nombre de diablos. Los pilares de piedra negra y aceitosa habían sido extraídos hace doscientos años... pero, una atmósfera viciada e ignominiosa flotaba allí donde otrora los murales grabados de palimpsestos demoníacos observaron incontables sacrificios a deidades vulgares de apariencias olvidadas. Aquella raza inmemorial, extinta según los dubitativos cronistas, erigió un mesón de piedra vetusta traído de la profundidad de las estrellas a nuestro mundo en una era precambrica, y lo bañó en la sangre de sus congéneres batracios para rendir culto a los que esperan más allá del Meridiano. La losa de piedra era inamovible, y durante eones fue venerada por los indígenas de la región como el Aposento de Yara, y durante la colonización, como el Corazón de María Lionza; pero vulgarmente era conocido por los magos negros como el Trono del Diablo por sus nexos a regiones malignas donde imperan fuerzas oscuras.
Carlos subió la escalinata de peldaños tallados en el picacho macizo y se encontró con el Padre Jonathan Jiménez, de sucia gabardina deshilachada; y el señorial Martín Bolívar de inmaculada camisa roja, bajo un saco negro de espléndido corte, corbata rayada adornada con la aguja de oro de reluciente esmeralda en forma de Eneagrama, pantalones a juego y mocasines de cuero vacuno. No parecía un aristócrata criolla de dos siglos... salvo por el porte severo y la barba grisácea semejante a un amasijo de tentáculos.
Jonathan manipuló un maletín metálico sobre el Trono del Diablo como si fuera un computador, y el Pajarón lo recibió con la daga ceremonial en las manos.
—El macho a sacrificar.
—¿Por qué siempre tiene que ser un macho? —Jonás parecía malhumorado—. ¿Acaso la sangre masculina tiene más poder?
—Sí.
Carlos dió un paso al frente, manipulado por una voluntad invisible que tiraba de sus entrañas como un cordón umbilical. El Pajarón se serenó y esperó que el muchacho estuviera a su diestra como ofrenda de sacrificio a los dioses oscuros que reinaban en los espacios liminales de aquella montaña...
—Cuando traicionaron a Bolívar, yo me encontraba entre sus partidarios más leales—confesó el Pajarón—. Aquellos usurpadores que disolvieron la Gran Colombia no conocían la magnitud de su estupidez. Fueron manipulados por los Gigantes del Norte para desintegrar en revueltas intestinas lo que podría haber sido la nación más grande del planeta. Bolívar, Páez, Miranda y yo, Andrés Bello, soñamos con un territorio amplio que pudiera crecer libre del yugo inglés que aún permanece en el poder.
Jonathan frunció el ceño.
—Usted es Nabucodonosor—dijo, y desenvainó la espada japonesa—. Los aristócratas del Imperio Español de hace doscientos años idearon sus revueltas con tal de usurpar el poderío de la corona para vuestros intereses—señaló el pueblo de Montenegro cubierto de cenizas y tentáculos negros—. La Cofradía de Nabucodonosor nunca escapará del orden natural: Bolívar murió podrido por dentro tras manipular el Libro de los Grillos; Páez cayó bajo la maldición del infortunio en un país que siempre rechazó sus ideales de caudillo; y tú, Andrés Bello, fuiste confinado a una caverna subterránea, sometido a los grilletes divinos del Dios que desafiaste.
El Pajarón no dejó de sonreír.
—Teníamos un sueño: construir una gran nación que abarcará todo el continente sudamericano—señaló el mesón de piedra negra con los labios rojos—. Por eso, cuando salí de aquella bóveda infernal, y ver el estado deplorable en que mi país natal decayó, tras elegir sus propios dictadores... decidí que el sueño de Bolívar, el sueño de todos los que crecimos sometidos bajo el amparo de naciones más fuertes, estaba más vivo que nunca.
—Por eso mataste al Presidente Rómulo Marcano y a los ministros rastreros que se encontraban en la asamblea de Jazmín—dijo el Padre Jiménez. El Pajarón respondió con un silencio severo—. Durante el interregno del Vicepresidente Jorge, pudiste suplantar al Fiscal General Martín Bolívar, y fuiste infiltrando a tus seguidores en los altos cargos del poder político... mientras convertías a cada uno de los ministros chamarreros a tu doctrina. Has amasado poder e influencia... y difundido los protocolos revolucionarios de tu cofradía de fantasmas para plantar ideas nocivas en el pueblo. Buscas colocar a Florentino Duarte en la presidencia para convertirlo en tu marioneta y gobernar en el gabinete ejecutivo... buscando imponer una dictadura opresiva y sanguinaria, digna del sucesor del narcotraficante, belicoso y brujo Presidente Marcano. Porque este país no saldrá del hoyo sin muchos milagros.
—¿Dónde está el crucifijo de la Vera Cruz? —Andrés Bello taladró con sus ojos acuosos el pecho del presbítero—. ¿Acaso has perdido la única reliquia que le daba significado a tu vida? Sin esa astilla divina estás tan indefenso como un caballero sin armadura... tu alma desnuda se estremece de temor—se dirigió a Carlos—. ¿Crees que este país deshecho por pusilánimes egoístas algún día pueda progresar por impulso propio?
—Naturalmente, es el flujo natural de las cosas—Jonathan presionó una palanca en el dispositivo del maletín, y comenzó a emitir un pitido—. La Convergencia Armónica que rige la Humanidad siempre halla su equilibrio... Aunque no lo pueda creer tu mente ignorante, todos los corazones están fundidos en uno solo.
—Suena interesante, Padre—el Pajarón cerró una mano sobre la hoja del estilete, y cortó la palma con un tirón—. Me hubiera gustado tener tanta fé en el destino de las personas como usted... Pero, tengo más de doscientos años de evidencias grabadas en mi piel, he rectificado que el único modo de cambiar este mundo es con una revolución sin precedentes. La llegada de Florentino Duarte al poder es solo el primer enclave... Los protocolos se extienden en sucesivos folios hasta el objetivo final.
»Una vez que se haya pactado con la Entidad, no habrá retorno... y todos los Espíritus de la Montaña pasarán a formar parte del Tratado. ¿Por qué crees que hay tantas estatuas de Rómulo Marcano en el país? Son replicantes del Dominio del Dictador que la Corte de Chamarrera extendió al inicio de su mandato... para someter incondicionalmente al pueblo y sofocar la oposición. No importa cuántos candidatos ganasen en anteriores simulacros electorales, el poderoso sortilegio infundió la mansedumbre y la mediocridad en el proletariado para resignarse a otra victoria del dictador reelegido y su gabinete de pendencieros ladrones. Este pacto se realizó en el Camposanto de Coro sepultando un festín de leones y niños en las dunas malditas... y fue reforzado anualmente en los festivales orgíasticos de la Casa Solariega por brujos invitados de todo el continente.
»Hoy, el poder será transferido a mi cofradía, y no importa quién gane las elecciones... el Consejo Nacional Electoral dictará una cifra seguido de un nombre ganador, y el pueblo se someterá al auge de una utopía al nivel de la polis platónica soñada. Las otras naciones temblarán ante el pronunciamiento de una nueva y gloriosa patria que renacerá de las cenizas... y crecerá hasta convertirse en la mayor potencia del planeta. No importa cuántos sacrificios se tengan que ofrecer a las fraguas modernas de la economía internacional y la geopolítica... no dejaré que esta rica nación vuelva a hundirse en la miseria y la subordinación rumiante.
—Si no fueras un psicópata megalomano de mierda me uniría a tu noble causa—Jonathan miró a Carlos con una sonrisa triste y pulsó un botón del dispositivo—. Lo siento, muchacho. Pero esta era la última opción: aniquilación total.
El Pajarón dudó, su mano izquierda no dejaba de chorrear sangre. El viento feerico aullaba como si tuviera vida propia ante el advenimiento de una calamidad procedente de regiones incognoscibles del cielo...
—¿Padre, va a destruir a todos sus compañeros con esa bomba de antimateria?
—Dios es amor, hijo de puta, yo no...
—¡Estás loco! —Se escuchó gritar.
El presbítero de una diócesis inexistente, Jonathan Jiménez, rompió en carcajadas al desactivar la rampa magnética que aislaba el cúmulo de antimateria en el vacío, de la aniquilación energética capaz de liberar una explosión inimaginable, visible desde el espacio exterior. Carlos se petrificó donde estaba. El rostro del Padre se iluminó con un resplandor blanco de ancha sonrisa... que fue extendiéndose como un aura mística color índigo hasta envolver el Trono del Diablo. La luz creció y creció... hinchándose con un aullido espectral que llegó a sus tímpanos con un zumbido agudo. Todo se disolvió en una bruma blanca que lo cobijó con un abrazo caluroso, y junto suyo se irguió una sombra de muerte y máscara escarlata que descendió de las Pléyades en un carrusel de fuego.
El Señor Mostaza y el Avatar de Odrareg fueron los únicos en quedar atrapados en la expansión térmica que ocasionó el choque de temperaturas. Salvador transportó a los jóvenes al deshecho patio de recreos mientras el muro innominable de vapor almidonado ascendía con un ciseo quimérico de acero templado y hielo polar evaporado. Un relámpago final cortó el escándalo glaciar, y una única figura permaneció en pie mientras el difuminado vapor se deshacía en el aire... Era el Señor Mostaza con la cabeza baja y el puño en el aire en una postura triunfante, mientras arrastraba al cuerpo inconsciente de Valentina Guzmán a ellos por la montaña de escombros y picachos de hielo sudoroso.
El gato rojizo de ojos almendra sacudió las cenizas y la escarcha en su lomo rayado, y encontró el inmenso cuerpo del megaterio adormilado sobre un colchón de piedras mientras el flacucho Aquiles se estremecía en un charco rojo. El felino corrió a su lado, solo para ver los carambanos afilados que atravesaban su pecho y estómago. El joven resopló, ahogándose en su propia sangre...
—Diácono, señor—lo miró con el rostro pálido y los labios negros. Su boca estaba ensangrentada—. ¿Ganamos?
Salvador sintió una mezcla de emociones desagradables en su estómago.
—Sí, Aquiles—Se acercó al muchacho moribundo y colocó una pata de almohadillas rosadas en su mejilla fría—. Eres un joven muy talentoso.
—Gracias—tembló con los párpados cerrados—. Dígale al Profesor Okeanos... que me esforcé.
—Se lo haré saber.
—Y dígale...
—¿Sí?
Aquiles esbozó una sonrisa famelica con el rostro azulado por la hipotermia. No podía abrir los ojos, pues sus cuencas oculares estaban congeladas.
—Dígale que busque otro amigo para ver sus rodajes clásicos de mierda—soltó, azogado por la tristeza—. Que no sea tan severo con su próximo alumno, y que a pesar de ser un viejo cascarrabias... aprendí mucho a su lado—tosió, y una escarcha rosácea manó de sus pulmones obstruidos—. Dígale que me entierre junto a mi padre, y le diga a mi madre que morí como un héroe... pero que no pude salvar nuestra casa. Por favor, señor Salvador—la voz de Aquiles se debilitó—. También, dígale a Jericó que me dé un beso cuando muera. Lo sentiré... y podré descansar en paz.
El Señor Mostaza depositó a Valentina Guzmán junto al cadáver del muchacho, y se sentó en el suelo junto al gato... rodeados de escombros y esquirlas de cristal. Parecía infinitamente cansado con el cubierto tachonado de moretones, raspones, quemaduras y cortes...
—Tengo quemaduras hasta en las nalgas—miró al cielo colmado de nubes tormentosas—. Tendré que bañarme en mostaza.
—Salvador—dijo Valentina, que se resistía a la inconsciencia con el vestido desgarrado y ennegrecido—. Lo siento mucho...
El gato se acercó a la mujer tendida, y colocó la cabeza en su cuello, respirando su aroma femenino mezclado con el ozono. Sintió las caricias de unos dedos cálidos sobre su lomo y un beso tibio en su frente peluda.
—Nunca dejaré de amarte—confesó el diácono de Montenegro—. Te amo como un hombre ama a una mujer que no puede tocar: alimentando las llamas de su profundo amor. Mi vida se ha comprometido a Dios con un pacto irrompible, pero... sin importar qué pase desde este momento, te amaré y protegeré el resto de mi vida.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Valentina, abriendo canales de agua en sus mejillas polvorientas. Acarició al gato rojizo con manos temblorosas, cubiertas de ampollas.
—Me hubiera gustado casarme contigo.
—En otra vida quizás—con su lengua áspera lamió las lágrimas de la morena—. Prometo amarte en el Cielo, y que Dios nos case en un palacio de cristal mientras los querubines componen epopeyas sobre nuestra unión.
Valentina sonrió con tristeza, mientras el destello boreal caía sobre su cuerpo.
—Eso me haría muy feliz, Salvador García.
Sintió el nítido fulgor de los protones ionizados extendiéndose por cada superficie en la aniquilación energía de la bomba de antimateria. Sabía que el Padre Jiménez había llevado la oclusión a sus últimas consecuencias... La enfermiza luz lo envolvió todo en un recital de voces anglicanas y deidades luminosas capaz de devorar todo lo existente en una hecatombe final. El Cielo descendió, proyectado sobre la Tierra como el beso divino de una escalera celestial... y el resoplido del estallido lo arrastró todo hacía el olvido pretérito. El abrazo de Valentina fue cálido y sereno, y se alegró de que su último aliento fuera compartido con otro ser humano en la intimidad del sepelio.
Carlos despertó tras una bruma gélida en un vecindario devastado por los estragos bélicos de cadáveres de piedra, las montañas de Zambis apilados como desperdicios y los soldados reagrupando sus formaciones bajo órdenes de la Supervisora Rebeca Rodríguez y el calvo y malhumorado Pedro Bravo de Puerto Bello.
Había aparecido a más de dos kilómetros del origen de la explosión que nunca fue... pero se sentía como si su cuerpo hubiese recibido todo el impacto de la onda expansiva. Aún ardían algunos edificios departamentales y las carreteras destrozadas dificultaban el tránsito de vehículos y rastreo de heridos y desorientados. Caminó por una avenida tapizada de cenizas en las que camiones y paramédicos atendían a los heridos e intervenían quirúrgicamente a los mutilados en improvisadas carpas estériles. Por las conversaciones de los sobrevivientes más cercanos al Sendero de la Montaña... se enteró que el picacho donde se erguía el Trono del Diablo había sido aniquilado por la explosión, que sin expandirse, subió hasta el cielo como estirada por una mano divina... y desapareció dejando atrás una onda expansiva que sacudió los cimientos de Montenegro y devastó las montañas con deslaves y barrancos. Todos los miembros de la Fundación Trinidad dentro del radio fueron Transportados al centro del pueblo por una mano misteriosa que los Brujos del Sorte no podían identificar salvo como voluntad de la Providencia; pero los chamarreros que no habían muerto en batalla estaban desaparecidos, así como el Padre Jiménez.
Encontró al diácono Salvador García de vuelta en su forma humana: completamente desnudo, llorando desconsoladamente en un rincón mientras unos paramédicos y unos soldados intentaban suministrar un sedante en sus venas.
—¡Ella fue! —Gritó mientras un hombre de mono azul, guantes y cubrebocas le aplicaba la inyección. El hombre estaba desquiciado: lloraba a mares y rompía en sonoras carcajadas—. ¡Ella nos salvó a todos! ¡Bendita sea!
Algunos soldados corroboraron la histeria del diácono con el avistamiento de la Virgen María, salvando a los soldados perdidos y conteniendo la explosión con su último esfuerzo. El milagro de Montenegro era comentado alegremente como la aparición de la Virgen María, otros aseguraron que se trataba de la Diosa Yara protegiendo sus tierras debido a la desnudez de su piel morena y la exuberante cabellera... unos más supersticiosos concluyeron que la misma María Lionza salvó al pueblo que le rendía culto y le pidieron a Carlos una transmisión directa del prodigio. Con todo aquel fanatismo, Montenegro se recuperaría rápidamente... pero no volvería a ser el mismo sitio sin la Iglesia Maldita de San Lucas y el picacho donde se erguió el Trono del Diablo.
Los Brujos del Sorte habían perdido valiosos miembros de círculos herméticos y vecinos de la comarca... así como la mitad de las tropas fundacionales perecieron o se hallaban desaparecidas.
—¿Qué pasó con el Padre Jiménez?
Una morena desnuda, envuelta en una sábana térmica, se le acercó... y lo reconoció. En su cuello relucía un collar de piedras negras con pictóricos dibujos primitivos de osos gigantes y árboles primigenios. Era Jericó García.
—Lo siento—Carlos apretó los labios—. Fue él... quien activó la bomba.
La muchacha no dijo nada, se quedó pasmada con la cabeza baja mientras Carlos continuaba su caminata fúnebre por aquel paisaje devastado de casas deshechas, edificios en ruinas y vecindarios calcinados mientras las sirenas de las ambulancias y los camiones despedían compases indescriptibles. Ariel Sananes empujó la camilla de un descompensado Mister África a una ambulancia, y Carlos los acompañó a la cabina mientras un hombre rubio en muy mal estado era atendido por una enfermera que le suministraba oxígeno con un nebulizador.
—¿Dónde está Jonathan? —Dijo Mister África al verlo. Iba semidesnudo y pálido.
Carlos negó con la cabeza, lastimero.
—Se sacrificó para activar la bomba que mató al Pajarón.
—¡No! —Ariel escondió el rostro en las manos—. Me debía dinero.
—¿Qué harán después de esto?
—La Fundación Trinidad nos ofreció trabajo como Agentes Especiales—dijo Míster África, mientras la enfermera le colocaba un catéter en el brazo con solución—. Nos asignarán casos particulares que requieran nuestros conocimientos.
—Este es el adiós, muchachito—dijo Ariel, con los ojos enrojecidos—. Sigue trabajando en tu carrera artística, y puedes invitarnos a tus entrevistas sobrenaturales.
Carlos se pasó una mano por la nuca. El Pajarón había soltado muchas revelaciones sobre el sistema electoral y la corrupción arraigada de la sociedad venezolana...
—¿Creen que Beatriz gane la elección?
—Ganará—asintió Míster África, somnoliento—. Nosotros nos encargaremos de protegerla.
—Me van a hacer llorar—dijo el rubio de la otra camilla. Parecía un chicharrón a medio freír, y debía tener tantos químicos en el torrente sanguíneo como para fundar una farmacia—. No digan sus homosexualidades frente a terceros...
Ariel sonrió, y se rascó la nariz aguileña.
—¿Adónde irá el Señor Mostaza cuando se haya curado?
—A beber y tener sexo con las Reinas en los Carnavales del Callao—sonrió, plácido—. Como decía mi abuela: es mejor morir tomando y tirando... que cagando.
—¿Y el extraño hombre apodado «Franteskein»?
—No puedes domesticar un tigre—dijo el Señor Mostaza—. Solo estará contigo te será leal hasta que su espíritu salvaje le diga lo contrario. Debió regresar a las Cavernas del Guacharo, su madriguera inmemorial desde que llegó a nuestro radioactivo y volcánico planeta. Quizás los Magos del Llano Negro intenten llegar a sus aposentos, en busca de los secretos cósmicos que guarda su monstruosa especie desde el nacimiento del universo. Pobres desgraciados—soltó una risita—. ¿Cuándo son las elecciones?
Carlos consultó su calendario mental con brevedad.
—Mañana.
—Coño—cerró sus ojos cansados y dejó caer su peso sobre la camilla quirúrgica—. Dejé mi cédula en Ciudad Zamora.
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La Corte de los Degenerados
Gerardo Steinfeld
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