Capítulo 3. La Corte de los Degenerados.

 III

«Gerardo Steinfeld»


—Todos somos hermosos bajo los efectos de la droga adecuada—dijo Ariel, místico—. Jonathan ha ordenado la Operación Analía.

Míster África se encogió de hombros, temblando de frío mientras atravesaban el corredor metálico de celdas subterráneas. La numeración había alcanzado la triple digitación tras haber tomado un ascensor de cuarenta segundos con dirección a un círculo gélido de horrores incognoscibles... guiados por una Gorgona de aptitud recia llamada Rebeca Rodríguez, Supervisora Regional de la Fundación Trinidad en Ciudad Zamora.

—Deja de temblar tanto, ¿acaso tienes Mal de Parkinson? —Lo juzgó la mujer de cabello negro y corto, y uniforme quirúrgico fundacional color vinotinto adecuado a sus curvas venusinas. Era blanca como el alabastro y de ojos aguamarina como espejos de jade... pero una amargada a muerte—. Ni siquiera hace tanto frío.

—Para mí sí—Mister África se rascó las costras de la perilla mientras le castañeaban los dientes—. En Ciudad Zamora hace calor todo el año. 

El asistente Robert Gómez empujaba el carrito metálico a su espalda, mientras descendían al interior de la Sede de Puerto Bello, donde se resguardaban del público los artefactos anómalos y objetos diabólicos requisados en las operaciones. Jonathan les pidió encargarse personalmente del asunto mientras él se reunía con un hombre extraño al que todos conocían como el Señor Mostaza, cuya mala fama le confería una popularidad de excéntrico y necio.

Al entrar a las instalaciones, los agentes fundacionales le requisaron sus muñecos trenzados, frascos de agua consagrada, el popurrí de hierbas aromáticas, la navaja y la Pietro Beretta que siempre escondía en su pantalón. Cuando le pidieron a Ariel Sananes que vaciara sus bolsillos, el judío extrajo únicamente un plátano y un glucómetro; se encogió de hombros, despectivo, y admitió que pensaba que era diabético. La Supervisora Regional los condujo en persona por los túneles a rebosar de cámaras reforzadas con concreto donde escondían las reliquias malditas más peligrosas de la nación.

Ariel le dirigió una mirada cómplice.

—Seguro le gustas.

—Tanto como a ti bañarte.

—Quién sabe—se encogió de hombros—. Puede ser la indicada.

—¿Cómo sabes cuál es la indicada?

—Bien lo dijo el Generalísimo Don Francisco de Miranda: antes de encontrar a la indicada, méteselo a todas las equivocadas.

—Deberías dejar de consumir tanta mierda. 

—Mi cerebro no funciona correctamente sin esas mierdas tóxicas.

Mister África se acomodó los lentes oscuros.

—¿Qué es lo que vinimos a buscar a uno de los sitios más resguardados de la nación?

—No lo sé—entornó sus ojos cansados y se pasó una mano por el cabello pelado a cepillo—. La orden es ultrasecreta y se supone que nos lo darán en un maletín especial con baterías de larga duración y cartuchos antibalas—soltó una risa sardónica—. ¿No te parece gracioso?

Mister África frunció el ceño.

—¿Que estemos ante una inminente guerra civil?

—No—Ariel se tapó la boca para carcajear—. Que la fundación le dará la custodia de una de las armas más poderosas del continente a un par de drogadictos por orden de un católico desquiciado.

—Jonathan no deja nada al azar.

—Sí—asintió el pequeño judío, divertido—. Mono no caga en barranco para no ver el mojón rodar.




—¿Sabes qué es gracioso? 

—¿Qué ahora eres un gato con corbata? 

La pelambre del felino se crispó. Sus ojos castaños lanzaron ascuas detrás del escritorio... y Jonás dejó de manipular los cachivaches junto al ordenador.

—Imbécil.

—Siempre.

—La desaparición de tu amiguito Carlos Orsetti dio mucho de que hablar en las redes sociales—Salvador comenzó a teclear con sus patitas moteadas de blanco—. Han circulado noticias sobre su tortura en el Cuartel del Sol y los fanáticos que le dieron la espalda cuando su nombre se involucró en el atentado... están pidiendo su liberación. ¿Sabías que su papá es policía?

—¿Y bien?

—El Departamento de Análisis ha estudiado las grabaciones que tus muchachos capturaron durante el Culto de Meridiano—concluyó el Supervisor de Montenegro—. Los líderes de la Cofradía de Nabucodonosor están detrás de un plan diabólico que involucra la Montaña del Sorte como núcleo de su Dominio. Rendir culto al Demonio Odrareg bajo la Luna Roja solo fue el preparativo para un Conjuro mucho más poderoso. Los detectores de desorden y los satélites fundacionales han captado picos indescriptibles de energía negativa in crescendo... y puede que nuestros candidatos estén a punto de dar un gran paso antes de las elecciones presidenciales.

—¿Quiénes crees que sean sus terratenientes?

—Nicolás Fedor fue aprendiz del Negromante en tiempos anteriores a la Campaña Admirable—el gato entornó los ojos—. Sirvió en los rituales oscuros que influyeron en el resultado de la guerra antes de desaparecer durante un importante lapso de la historia. Sus manuscritos nos han causado centenares de problemas a lo largo del país con plagas, posesiones y maldiciones que los magos negros liberan al intentar replicar empíricamente sus proezas. ¿Cuántos jóvenes fueron consumidos por el Manual de la Garra Negra, hallada en una caverna turística? Actualmente, se hace pasar por el Presidente de la Asamblea Nacional, dirigiendo una multitud de legisladores partidarios a sus creencias negras...

»Valentina Guzmán, una joven de veinticinco años, antigua agente del Departamento de Análisis que claudicó al enfrentarse a un horror inmemorial en las profundidades de Montenegro. Tras su desaparición del manicomio, se creía que no saldría al foco público hasta que se convirtió en la Secretaria del Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Francisco Hidalgo; la hipótesis sugiere que es el Receptáculo de un demonio inferior que intercede en nuestro mundo bajo la delegación de dioses malignos allende a nuestra concepción cosmogónica. Algunos miembros del departamento dudaron sobre la identidad del espíritu que se manifiesta en su carne, puesto que el mismísimo Demonio Meridiano o su heraldo Odrareg, no pueden mostrarse plenamente en nuestro plano. El Cuchillo de Madera de Nicolás Curbano, el Brujo Blanco, no funcionó... por lo que su Potestad va más allá de nuestros lineamientos. ¿Aterrador, no? 

»En los documentos que nos regaló el líder del Cartel, Kausell Courbet, hallamos la verdad detrás del Mayor General del Ejército Nacional, Osmel Acuña; y quedamos impactados por su naturaleza inhumana: es un upiro milenario que llegó al país durante la regencia de la Aristocracia Criolla y se involucró en las Rebeliones como el León de los Llanos, mejor conocido por sus tácticas feroces y hazañas bélicas: el famoso militar y tres veces presidente José Antonio Páez—el gato asintió con la cabeza, cómico—. Aunque, su archivo detalla una espeluznante lista de nombres que rastrea su abolengo a la antigua Valaquia y Moravia. Ha aparecido y desaparecido de la historia, cambiando de nombre a conveniencia y habitando su fúnebre castillo en Nueva Andalucía; a veces asumiendo cargos estadales, pero siempre renuente a permanecer entre los vivos. Durante la dictadura de Gómez, hace cien años, volvió a ejercer el cargo como el General Baldó para sofocar a los caudillos, ganándose el renombre de la Bestia de Nueva Bolívar, por sus atrocidades. Es un Reviniente astuto de oscuros poderes que debió influir en la Cohorte de Bolívar, hasta que el líder se volvió disciplinado y lo traicionó... Puede que sus ambiciones preternaturales vayan más allá de nuestro entendimiento mortal. Se lo ha relacionado durante centurias con hechicerías oscuras, engendros chupasangre y desapariciones de infantes...

»Pero el más aterrador de todos es la figura que se hace pasar por el Fiscal General de la República: Martín Bolívar. José Miguel le disparó en la cabeza, y solo se levantó del suelo como si lo hubiera picado una avispa. A pesar de las fotografías que lo asocian al Incidente de Jazmín en una enconada batalla contra el Taita Boves, que destruyó el pueblo... no conseguimos descubrir su verdadera identidad. Es un misterio incognoscible y aterrador que procura la existencia de otros dioses malignos para los que nuestro Altísimo no es más que un pusilánime... y nosotros los mosquitos sobre excremento que Él contempla estúpidamente. Puede que sea un mago negro más poderoso que Nicolás Fedor, para el que fenómenos como la Vida y la Muerte no son más que oropeles insignificantes. 

»Los detectores entrópicos y los medidores electromagnéticos han arrojado lecturas desquiciadas, tan potente e imperceptibles, que podrían afectar las señales neuronales de quienes habitan dentro del territorio. La Brujería es tan antigua como los Ángeles Caídos que se aparearon con las Hijas del Hombre... pero recién estamos decodificando su estructura primordial desde la Raíz mediante el estudio de la Convergencia Armónica y la Mecánica Cuántica. Pienso que la Cofradía de Nabucodonosor planea una Neutralización masiva en las mentes del pueblo para sortear las elecciones e inclinar la balanza sobre su candidato con un Rito Demoníaco inimaginable capaz de alterar los pensamientos de todo un país. Harán hasta lo imposible para dominar la nación mediante la diplomacia, a expensas del foco internacional y la delicada geopolítica moderna... y quién sabe qué diabólicas estratagemas pondrán en práctica una vez que se hayan alzado con el poder totalitario de esta República Bananera.

—Rómulo Marcano dejó atrás un mierdero.

—Los que lo asesinaron buscaban detonar una guerra civil y alzarse con el poder para...

Pero el teléfono del Supervisor de Montenegro repicó con un tono agudo, y el gato procedió a inclinarse sobre la pantalla para contestar. Jonás acarició el cuarzo negro en la pulsera de su muñeca. El Juramento que nunca cumplió... y la ciudad a la que nunca regresó. La oficina de Salvador García era un cubículo estrecho al que accedía bajo una trampilla secreta detrás de una escalera en la capilla. Amueblado con un escritorio, un sofá rayado, varios anaqueles repletos de ficheros y un ordenador portátil. Los títulos universitarios y medallas de grado adornaban las paredes oblongas de la cámara secreta en la Iglesia Maldita de San Lucas.

El diácono Salvador colgó su llamada, y le dedicó una mirada felina de ceño fruncido al presbítero.

—¿Tienes perfil social?

—Solo para hablar con mujeres cachondas.

Salvador ciseó de amargura, mostrando los colmillos.

—¡Sé serio!

—Lo de mujeriego lo llevo en la sangre—Jonás se encogió de hombros—. No es culpa mía que me gusten todas las mujeres.

—Carlos Orsetti está transmitiendo. 

El gato pulsó la pantalla de su celular y abrió una aplicación social en su repertorio. En la pantalla apareció el rostro maquillado del muchacho bronceado de cabello corto y ojos oscuros en su estudio, reclinado sobre una silla gris parecida a una mesedora con sendos apoyabrazos curvos y el micrófono ante su rostro. Iba pulcramente vestido y en su cuello brillaban las luces de unos audífonos gigantes. Las visualizaciones alcanzaron los tres millones y aumentaban por miles cada segundo... con centenares de reacciones y donaciones mientras exponía su tragedia.

—Pero el más desquiciado de todos es el violador de menores conocido como Padre Jiménez—acusó, con descaro—. Se han encontrado viejas acusaciones judiciales en contra del Padre que el Cardenal Gómez ocultó... para proteger a su amante.

—Ese desgraciado—Jonás inquietó, ansió un cigarrillo.

—Lo deben estar obligando.

—Yo preferiría la muerte a ser un sapo malagradecido.

El gato le dedicó una mirada furibunda.

—No sabes nada, Jonás.

La peyorativa continuó durante diez minutos más con difamaciones y derroteros respecto a los hombres acusados del intento de asesinato contra la candidata presidencial Beatriz Guzmán. Los imaginarios agravios que Carlos describía dejaron mal parado a Ariel como un drogadicto prostituto contagiado de SIDA y otras enfermedades de trasmisión sexual; a Míster África lo destrozaron, transformando su imagen de médico guerrillero a traficante de órganos y cobarde desertor; Ciempiés Rojo fue acusado de crímenes infames como el trata de blancas, el lavado de dinero extraído de los políticos corruptos y sacrilegios infames como la ingesta de sangre de infante; pero el que peor parado acabó frente al foco público fue Jonathan Jiménez: recriminado duramente por delitos como la violación de monjas—de todas las edades—, y menores... así como evidencias fotográficas de negligencia durante exorcismos, visitas frecuentes a lupanares extranjeros e imágenes suyas fumando, ingiriendo licor y consumiendo sustancias ilícitas. Las difamaciones recayeron sobre la campaña política de Beatriz, que parecía a gusto rodeada de aquellos degenerados... por lo que sus intereses debían ser horrendos. La nota finalizó con el interlocutor afirmando que su voto el próximo mes será para Florentino Duarte del Partido Nueva República para volver a levantar el país de las cenizas. 




—Quizás si fuera mujeriego mi vida no sería tan solitaria—Jonás fumó despacio y sonrió, sarcástico—. Hay una gran mentira en esta vida: el amor es la vía de escape de nuestras vidas atormentadas. El sufrimiento es el precio que se paga por amar en un mundo indiferente y cruel, donde la única constante es la soledad.

—¿Necesitas más droga?

—No—negó y volvió a succionar el cigarrillo con los labios para el bajón—. No puedo explicarte cómo me siento. Ni siquiera sé por dónde empezar... Son tantas emociones hirviendo dentro de mi caparazón. Todo lo que puedes ver es una máscara: dentro de mí solo existe oscuridad.

—Mierda, viejo—el Señor Mostaza se ajustó las gafas oscuras al puente de la nariz—. Yo antes era buena gente: cargando con problemas ajenos. Ahora... veo a todos como enemigos, manipuladores o estafadores y desde entonces me va genial.

—Eso no es sano, Señor Mostaza—miró gravemente al rubio de gafas redondas—. Por eso no tienes novia ni amigos. ¿Cómo dicen los filósofos? El amor nos devuelve la vida. El amor es el escape a nuestra soledad...

—Sin embargo—el Señor Mostaza se quitó los anteojos, mostrando la claridad de sus ojos ambarinos—. Esos deseos apasionados son defectos, y muchas veces... ese cariño se convierte en una gran fuente de sufrimiento. Es mejor... estar solo, señor sacerdote. Caminas entre la gente, pero nunca te sientes parte de ellos. Tu sonrisa es un eco vacío, y tus palabras son apenas un susurro en el ruido del mundo. Nadie sabe cuánto pesa tu silencio, ni como tus noches son un diálogo interminable en tu infinita soledad.

—Suena maravilloso—Jonás lanzó el cigarro por la ventanilla del automóvil—. Pero, desde el otro lado, joven. El amor nos permite ir más allá de nosotros mismos.

El Señor Mostaza soltó una risita elocuente y acomodó su sombrero de copa.

—¿Y qué hay de nuestro Presbítero del Aire? —Sonrió, cínico—. Mis fuentes fotografiaron a tus putas del consuelo—se mordió el labio inferior—. ¿Se siente solo este hombre de Dios?

—Sí, en mi juventud existieron chispas—Jonás acarició el juramento de cristal negro en su muñeca—. Hablabamos del futuro: todo eso que quisimos hacer... Es raro, porque hice solo muchas cosas que prometimos hacer juntos—prolongó el silencio hasta que el ardor en su pecho se volvió insoportable—. No existe un día que no piense en ella. 

El Señor Mostaza chasqueó la lengua, severo.

—No somos como todos los demás... ardemos en nuestro propio infierno: hemos amado y estamos muerto.

Jonás asintió, sereno.

—Algún día llegará el día de mi suerte, o de mi muerte... No recuerdo bien la canción, pero las dos me sirven.

El Señor Mostaza extrajo un par de cápsulas de éxtasis y las apuró con un trago de limonada. Jonás abrió la puerta del coche y salió al exterior para encarar la inmensa catedral de robusta fachada e imponente campanario: la Iglesia Virgen de las Rosas; diócesis católica de la Patrona de Ciudad Zamora. Del techo alto de la nave pendían lámparas tubulares y hélices de madera barnizada como las largas butacas apretadas sobre el suelo de mármol jaspeado. Los ventanucos eran cristalerías representativas de las estaciones del Viacrucis, y ante el atrio glorificado se alzaba una Virgen inmaculada de sedoso vestido adornado con flores artificiales, imitando una primavera majestuosa. 

Los matones vestidos con chaquetas negras—a pesar del insoportable calor—, llenaban la catedral con dos docenas de ametralladoras mientras el negociante Enrico Reyes lo esperaba junto a un diminuto negroide aderezado como un Dandy. Jonás se adelantó a los matones mientras un millar de espeluznantes ojos se clavaban en su nuca, y se sentó, en la primera butaca frente al altar empotrado, junto a Enrico Reyes y Eduardo Túnez.

—¿Han contratado los servicios del Señor Mostaza? —El negociante miraba sereno a la Virgen. Iba de camisa parda, corbata rayada y pantalones grises con mocasines negros de reluciente gamuza y punta metálica—. Manchar de sangre un edificio histórico es un pecado imperdonable.

—No te preocupes—Jonás se acomodó el cuello de tortuga de su suéter desteñido—. Aún no le han pagado. 

—Se nota—Enrico frunció los labios—. Aún estamos vivos—miró al sacerdote de reojo—. ¿Por qué un hombre tan ruin como tú decidió ser devoto?

—Los senderos del hombre siempre serán imperfectos si no conducen a la gracia de Dios—acarició el rosario bajo la tela del suéter—. Y si has escuchado las recientes noticias difamatorias, entonces conocerás mi obscura fascinación por espiar a las monjas en los baños.

—Se acercan las Fiestas de la Candelaria—Enrico extrajo un pañuelo de seda de su bolsillo y se limpió la sudoración del cuello rígido—. Entre los magos negros del mundo ignoto corren rumores de un maléfico conjuro que la Cofradía de Nabucodonosor está organizando en el Corazón de María Lionza. Los adivinadores y espiritistas están emigrando lo más lejos posible de Montenegro, pues temen, que una noche se proclamen las Invocaciones de la Sombra Eterna con una legión inverosímil de seres ajenos a nuestra concepción cosmogónica. 

—¿La Sombra Eterna?

—Se ha presentado en sueños—recalcó Eduardo Túnez. Iba de franela blanca extragrande, chaleco de cuero sintético, pantalones anchos de espesa mezclilla negra y zapatillas deportivas. Las cadenas, brazaletes y zarcillos en sus orejas relucían con elegantes joyas de fantasía—. Los malignos habitantes de aquella comarca dimensional se presentan en abominables pesadillas a los lúcidos... y los Innombrables de la Meseta Onírica solo exclaman augurios de horror. Las Invocaciones de la Sombra Eterna solo pueden arrastrar Entidades Caóticas a nuestro mundo para fines perversos inimaginables... y el único portal semejante se haya en el centro de la Montaña Sorte: catalizador para toda la negatividad del país con más de mil altares en conjunción al diáfano Trono del Diablo.

—El Rito a gran escala será de una magnitud nunca antes celebrada—replicó Enrico—. Lo que traerán a nuestro mundo... será un horror cósmico espectacular que envolverá esta nación con tentáculos de enajenación. ¿Qué bajará del cielo... proveniente de un abismo pretérito al tiempo? Y es tan temible como para comparar nuestro infierno como un lúgubre cementerio y a Satán, como un vulgar celador.

—Tenemos una deuda, Padre Jiménez—Enrico metió mano en su pantalón y desenfundó una Zamorana nueve milímetros de cañón recortado que parecía un pequeño juguete en su mano—. El Cuchillo de Nicolás Curbano, capaz de cortar cualquier sortilegio, fue destruido... ¿Cómo saldará su deuda con el Jefe del Cartel? Le ha faltado el respeto a uno de los hombres más importantes del país y no le han llenado los pulmones de plomo por cortesía de su servidor.

Jonás acarició la idea de la inmolación, pero la abandonó rápidamente por motivos más allá de sus intereses egoístas: por primera vez en mucho tiempo decidió guardar silencio y encarar el problema. Obedeció a Enrico Reyes y ambos se colocaron de pie, frente a frente, ante el altar de la Virgen de las Rosas... como novios durante su voto nupcial con la pistola como intermediario y dos docenas de ametralladoras como testigos. 

El Padre Jiménez dejó que lo revisaran con las manos en alto y un par de matones lo revisaron meticulosamente para sacar su billetera y el revolver plateado de sus bolsillos. Jonás pidió un momento para extraer el cartucho del estilete anómalo de su bolsillo, ya que una mano extraña nunca podría descubrirlo... y lo dejó en el suelo. Se arrodilló frente a Enrico y Eduardo, y procedió a quitarse lentamente el suéter negro... para revelar una piel blanca martirizada por las cicatrices de la flagelación, las balaceras y las suturas improvisadas que pululaban en los grandes cortes de su torso con líneas rosáceas. Había marcas de quemaduras, moretones y rasguños en casi cada superficie de su torso esculpido... repleto de cicatrices hasta el cuello. 

El negociante estudió el Sulfuro de Azufre tatuado en su pecho: el triángulo que encerraba tres llamas, el símbolo alquímico que representaba el Corazón Ardiente de Cristo. El Uroboros tatuado en su espalda era una serpiente tétrica que engullía su propia cola en representación al Ciclo Eterno de Vida y Muerte, ilustrado en la armonía cósmica de la Sinfonía de los Espíritus. En su vientre tallado se leían las siglas «YHWH»: nombre propio del Dios Judecristiano en el Antiguo Testamento de la Biblia... dentro de un pentaculo cuyo epicentro era su ombligo. En su piel se hallaban los vestidos de cruces escarificadas: una en cada hombro musculoso, en cada muslo, una sobre la piel del estómago y los antebrazos... 

—Buenos pectorales, Padre—sonrió Eduardo—. Me pregunto si serán antibalas.

Enrico se acercó, sin mudar su expresión impasible mientras leía las marcas tatuadas en su piel a fuego y sangre. Agarró con una mano la astilla de la Vera Cruz, bañada en la sangre del Calvario, y la arrancó de un tirón, derramando las cuentas del rosario sobre el mármol de la catedral. Sin ella, Jonás se sintió desnudo ante el frío inconmensurable del mundo...

El negociante la estudió durante un momento con una sonrisa de satisfacción, y apuntó a Jonás entre los ojos con el cañón de la diminuta Zamorana.

—Fue un placer, Presbítero del Aire.



Valentina Guzmán abrió la puerta del despacho y Carlos entró en una oficina privada de amplio escritorio, decorado con marcos de próceres militares y condecoraciones históricas ofrecidas a personajes claves. Las repisas exhibían mosquetes engrasados, floretes de oro, sables ornamentados y lanzas pintorescas usadas por los Realistas y los Independentistas durante las guerras pasadas.

Martín Bolívar revisaba su celular detrás de un ordenador, con el escritorio colmado de ordenanzas por aprobar y legislaciones. Carlos sintió una espeluznante inquietud en los huesos cuando cruzó una mirada con aquel hombre de espesa barba gris y cabellera pulida. La morena le señaló un asiento, y salió de la oficina. El Fiscal General Martín parecía sondear en las profundidades de su carne con aquellos pozos rumiantes de vacíos siderales.

—Tus vídeos han cuajado más profundamente en el pueblo que cualquier emisión de noticiero o programa radial—dijo con voz profunda y cavernosa—. ¿Sabes lo qué significa?

—¿Quién ve televisión y escucha la radio en estos tiempos? —Se encogió de hombros—. Solo los viejos. Y a nadie le importan los viejos.

Eso pareció intrigar al fiscal, que lo escudriñó fugazmente.

—Los viejos construyeron este país.

—No le echaron muchas ganas.

—¿Por qué?

Aquello lo agarró desprevenido. No contaba con un intercambio intelectual con aquel hombre extraño... Estaba obedeciendo cada orden por temor al tormento físico y las consecuencias que su familia pudiera acarrear. Ellos eran los gobernadores absolutos de la nación: sus intereses eran los únicos importantes, más, que los derechos ciudadanos individuales y la integridad de desconocidos.

—Este país no se habría desmoronado si los viejos no hubieran votado por el Comunismo durante las elecciones de Rómulo Marcano hace más de treinta años—cruzó los dedos sobre el regazo, inquieto. Lo que conocía de la estructura político social del país lo aprendió a través de foros de internet y prerrogativas enaltecidas por figuras opositoras al régimen totalitario—. La permanencia del Dictador Marcano acentuó los problemas que veníamos arrastrando desde hace cincuenta años... y terminó por agravar la infraestructura económica por la dependencia petrolera para gestionar los ingresos. Las malas políticas, la malversación de capital y la nula diversificación... convirtieron esta nación en una república de comemierdas. ¡Salga a las calles y vea la cantidad de brutos e ignorantes que subsisten de la usura y la tracaleria mientras que los pendencieros que obtienen un mínimo de autoridad se lanzan con brío al abismo de la ineptitud! 

—Buena observación—se limitó a decir Martín mientras revisaba unos documentos en su escritorio—. Nuestro sistema educativo podría mejorar.

Martín Bolívar tecleó frente a su ordenador mientras Carlos esperaba. En su corbata relucía una aguja de oro con una esmeralda en forma de Eneagrama: la Estrella de Nueve Puntas del Demonio Meridiano. ¿Regresaría a casa? Comenzaba a disertar cuando el hombre robusto de espesa barba grisácea semejante a un asamasijo de tentáculos cruzó sus gordos dedos frente al rostro y lo estudió fríamente. Sus ojos parecían hervir como tanques industriales de petróleo burbujeante... La sensación nauseabunda y aceitosa que sintió al encarar al extraño espécimen de Osmel Acuña, se replicó por un momento, produciendo un escalofrío espectral que recorrió su espina con un hálito indescriptible de sopor fantasmal. ¿Qué era aquella criatura de pellejo humanoide y ojos esféricos de negro abismal? Los abismos de los que habló el Padre Jiménez en sus tartaricas mitologías nunca fueron tan plausibles como al avistar el borde serpenteante de aquella constelación galáctica reflejada en los iris del ser detrás del escritorio. Los labios hinchados de sangre y las mejillas fofas del hombre esgrimieron una sonrisa espeluznante que interpretó como una invitación a perversiones inefables llevadas a cabo durante macabras noches de plenilunio en épocas fantasmagóricas.

En la pared del fondo, enmarcada, se podía avistar una fotografía de un hombre de calva incipiente y vestimenta ejecutiva estrechando la mano de un venerable brujo indio de pelambre rizada y tez morena; consiguió identificar aquel cándido personaje por su túnica sedosa color naranja y los juegos de collares de perlas oscuras en su cuello: era Sasai Ubaba. Gran Brujo de la India que aseveró ser una reencarnación del dios Shivá, al que acudieron numerosos políticos, empresarios y figuras en busca de iluminación. A aquel personaje de hace cien años se le adjudicaron proezas metafísicas y milagros espirituales en su movimiento, ganándose la devoción de líderes revolucionarios entre los que figurarían comunistas, cultistas religiosos y miembros del gabinete dictatorial de Rómulo Marcano. 

Los etnólogos estudiaron por años el aliciente de Ubaba en el escalafón oligárquico como símbolo de fuerzas superiores que conspiraban con los políticos para manipular a las masas. Algunos teóricos del mundo ignoto sostenían que la figura del Gran Brujo se remontaba a una época anterior a la revolución industrial: durante el ocaso de la época colonial tras el auge de la hegemonía española. Los estudiosos más ambiciosos conectaban a Ubaba con figuras oscuras como el terrorífico Negromante y la Cohorte de Enrique Palacios; transformando la imagen del bonachón espiritista de premisa inexorable para la fraternidad del mundo en el eco imborrable de los malignos aprendices del aquelarre del Mago Negro conocido como Negromante. La oscura encarnación del Mal de un hechicero exiliado de la India a una Tierra de Gracia sin institución, manejada por tiránicos colonos a través de crueles plantaciones de esclavos y violentos corsarios saqueadores. 

¿Quién era aquel hombre de frente amplia, labios rojos y ojos diabólicos que sostenía la mano de Sasai Ubaba? ¿Y era realmente el Gran Brujo un filántropo iluminado por la bondad o sus conexiones eran más oscuras y antiguas de lo que el mundo creyó? Estudió aquella fotografía de marco plateado hasta que se grabó en sus retinas... y al devolver la vista al hombre detrás del escritorio tuvo un presentimiento horripilante: detrás de aquella barba y cabellera abundante denotaba un rostro cincelado en bronce cuya verdadera naturaleza se remontaba a las revueltas americanas inspiradas en la Revolución Francesa contra las monarquías. La nariz había sanado en mal estado, el cabello había retornado a sus puertos y el cuidado en su vello era majestuoso... pero aquella mirada impenetrable de ojos glaciares resultó inconfundible: era el hombre sombrío encadenado en la caverna tras maldecir a Dios.

—Durante el gobierno de Rómulo Marcano se veía a importantes funcionarios del Estado viajando a Cuba y Haití vestidos de blanco—dijo Martín sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador—. ¿Cuál crees que sea el propósito de las Sectas al Moloch? ¿Por qué los sacrificios infantiles a Baal se siguen cometiendo este milenio? La Casa Solariega es una de muchas residencias utilizadas por los poderosos para propagar sus reuniones orgíasticas. Durante décadas los periodistas se preguntaron para qué eran usadas las aeronaves presidenciales en sus frecuentes viajes al extranjero, y... ¿por qué se veía al presidente y sus allegados bañados en sangre tras cumplir los ritos?

—Usted es el hombre de la caverna—Carlos empeñeció en su asiento—. El Pajarón.

—Pero, antes de ser aquel hombre desgraciado tuve un nombre—confesó Martín, inmutable—. Un nombre que ha resonado en la historia de esta nación y el mundo. Pero un nombre vacío, porque los que lo pronunciaron fueron los mismos que me encerraron en la caverna como un Satanás encadenado por diez mil años.




Jonás se miró al espejo una vez más tras estudiar el enrojecimiento de sus párpados y la proliferación de las cicatrices en su cuello como telarañas de piel. Tenía los ojos negros como la noche oscura... y sobre el espejo ovalado colgado entre dos estanterías podía detallar a un hombre resucitado incontables veces tras fallecer cada crepúsculo. Aferró el revólver plateado en la pistolera de su cinturón y apuntó al hombre del espejo para vaciar un cartucho inexistente, ante el estremecimiento del tambor.

En la pequeña radio sobre la mesa del salón se oía un zumbido estático al compás de los noticieros que no dejaban de repetir las propuestas de campaña de Florentino Duarte. Bajó de su sala de estudio al salón principal por la escalera para tomar una botella de aguardiente de la cocina... y encendió un cigarrillo, dejándose caer en la mesedora frente a los cuadros al óleo del Mirador y el Orínoco turbulento. 

Apuró el trago mientras observaba las repisas polvorientas repletas de utensilios requisados, fetiches de hueso e instrumentos de madera: su colección de rarezas podría ser subastada el día que no estuviera por el propietario del condominio. Las espesas cortinas que cubrían las ventanas del patio nunca le gustaron por su opacidad... y los cuadros de decoración siempre le resultaron obscenos, pero nunca tuvo tiempo ni quiso quitarlos de su sitio. En la alta mesa del salón se apretaban distintos libros cedidos por sus conocidos para sus investigaciones... y en su estudio privado podía hallarse una nutrida colección de manuscritos extraños. Fumó el cigarrillo despacio, observando el humo polarizado flotar en el espacio... y detalló la muramasa japonesa colgada de una pared en su vaina de madera. La había adquirido en el mercado negro tras una breve puja, ya que era un artículo único: no perdía filo al cortar, al contrario; una vez desenvainado su apetito de sangre era cegador.

La radio vomitó una estrofa de melancólica bachata y Jonás apretó la botella contra su pecho mientras sus labios repetían la canción... bebió un profundo trago que le quemó el pecho y lanzó la botella al suelo, que se quebró con un tinteneo agudo de cristal y alcohol caramelizado. El cigarrillo se consumió y lo abandonó en el cenicero con forma de mujer... y apagó la radio. Se agachó bajo un estante y extrajo del último cajón una fusta y un manojo de cartas ensangrentadas... Las leyó en silencio mientras acariciaba la fusta cuyo flagelo eran pequeñas espinas de hueso, y las lágrimas asomaron sus ojos. Las cartas siempre estarían allí, y las dejó sobre la mesa con la visión borrosa. 

Volvió a buscar el revólver y, decidido, regresó por las balas a un gavetero junto a una repisa de trofeos cubiertos de telarañas: manos momificadas y estatuillas de roble con formas diabólicas. Apartó puñales romos, varitas de maderas raras, joyas de todas formas y muñecos de trapo... para encontrar la cajita de balas de punta redonda. Cargó las seis en el tambor del arma, y se metió el cañón en la boca... rozando su paladar con el frío metal.

Se había situado en aquella casona de reducido solar y doble piso durante sus temporadas en Ciudad Zamora, y se había acostumbrado de alguna forma extraña a su exigua madriguera. Miró por última vez el péndulo de cristal oscuro atado en su muñeca: un juramento incompleto que nunca olvidaría.

Deslizó el dedo por el gatillo, y el tono del celular lo interrumpió antes de soltar el disparo. Jonás se sacó el arma de la boca y suspiró de aflicción. 

—Me largo—dijo la voz de Ciempiés Rojo desde un teléfono desconocido—. Es mejor que no sepan a dónde voy. Renuncio.

Colgó, y Jonás dejó el celular en la mesa mientras aferraba la pistola en su mano. Luego, rompió el carcajadas hasta que saltaron lágrimas de sus ojos durante unos diez minutos. Escuchó el timbre de la puerta puntualmente.

—No soy un maldito taxi—le gritó el Señor Mostaza desde el porche de columnas jonicas—. La misa va a comenzar, vámonos.

El hombre guardó la pistola en su funda y se vistió con la gabardina negra repleta de bolsillos... antes de salir tomó un par de metras de cristal y el estilete anómalo que no podía ser encontrado en sus bolsillos por manos desconocidas. Tampoco olvidó la ficha de dominó explosiva ni el encendedor inagotable de flama roja. 

El Señor Mostaza lo esperaba ante su discreto Corolla negro de papel ahumado junto a un gigante de dos metros que solo podía ser Franteskein. El rubio de altura promedio iba trajeado con blazer, pantalón y corbata negros, debajo llevaba camisa blanca y pistolera, así como mocasines vacunos de punta redonda, sombrero de copa y gafas oscuras de montura redonda. El gigante de ancha espalda y cabello oscuro iba vestido como un motociclista ochentero: chaqueta de cuero sintético con púas, franela blanca, pantalones de mezclilla, guantes de conducción, botas altas de caucho y gafas de sol. Ambas presencias eran inquietantes, pero Jonás esbozó su mejor sonrisa.

—¿No ibas a venir con el Lamborghini?

—La gasolina está muy cara y a «Franteskein» no le gustan las filas. 

El hombre de gran tamaño y torso robusto era semejante al «Nuevo Prometeo» reanimado por el Doctor Frankestein en su laboratorio; salvo por la mandíbula cubierta de vello hirsuto y el cabello crispado y adherido al cráneo redondo. En su archivo fundacional, el Señor Mostaza aparecía clasificado como un «Mutante de Tercera Categoría, peculiar y peligroso» producto de la inhalación de partículas contaminadas con la estela del Cometa de Cinabrio hace más de veinte años cuando surcó el cielo vespertino como un rayo sanguíneo. Era un sicario confiable y discreto que prefería trabajar para la Fundación Trinidad y distintas entidades internacionales antes que para gobiernos corruptos y narcotraficantes. Pero, el alto y fornido Franteskein de rostro simiesco y ojos jurásicos era un completo misterio: sus datos en el servidor fueron relegados a usuarios de mayor rango, y la denominación en la que halló su expediente pertenecía al fichero secreto conocido como «Cambiantes». Jonás presentía con fundamentos bien establecidos, que aquellas dos presencias no eran completamente humanas. ¿En qué estaba pensando el Supervisor Nacional y al Alto Mando?

Frankestein manejó el vehículo mientras el rubio encendía la pantalla en el tablero y ubicaba el canal nacional de televisión para presenciar la cobertura del ritual chamánico celebrado en honor al Partido Nueva República por los dirigentes militares del Ejército Nacional, la Marina y la Aviación. Se apreció a brujos indígenas ataviados con plumas blancas y negras mientras rociaban con agua bendita al carismático candidato Florentino Duarte y los representantes de su gabinete mientras confería declaraciones para con las Fuerzas Armadas en sus promesas de campaña. Sobre el escenario coronado por palmeras y cajones acústicos se alzaba el joven candidato de cabellera rizada, barbita pulida y ojos árabes saludando al nutrido público de comunistas lameculos. El joven iba flanqueado por el Secretario del Consejo, Don Apolinar Campos: anciano encorvado e impecable de bastón macizo; el otro era Don Fermin Calderón, Presidente del Banco Central de Venezuela: un hombre canoso y aguerrido de ojos azules como un cielo despejado. Ambas figuras polémicas pertenecían a la magistral Corte de Chamarrera fundada por el gabinete de Rómulo Marcano, a cuyos privilegios solo podían acceder funcionarios y ministros de alto nivel.

Durante el ritual para engrandecer al futuro mandatario se le ungió con óleos benditos, cristales y pétalos ceremoniales ante el público nacional a través de la señal por cable más grande del país. Bueno, los que aún veían televisión y creían todo lo que decían los noticieros sobre los bloqueos extranjeros y las contingencias de los treinta y tres ministerios bajo potestad del ejecutivo.

—El Presidente del Banco Central me ofreció cien lingotes de oro por matar a Beatriz Guzmán—confesó el Señor Mostaza mirando por el retrovisor con sus gafas redondas—. Pensé en todo lo que podría hacer con ese dinero antes de rechazar la propuesta.

—¿Por qué? —Jonás iba detrás, estudiando la carretera por la ventanilla.

—Porque nunca había visto a este tan gobierno tan asustado—sonrió, y se acomodó las gafas al puente de la nariz con los ojos brillosos—. Desde que nací, ellos han estado gobernando. Crecí acá, comerciaba cocaína en tubos de bicarbonato para sobrevivir, y tenía encontronazos frecuentes con el Justiciero enmascarada... y nunca había visto a este régimen totalitario temblar tanto de pavor como en esta víspera electiva—su sonrisa se ensanchó—. Vamos a derrocar a esos hijos de puta.

Franteskein asintió, con una sonrisa disimulada en el rostro velludo. Habían salido de Ciudad Zamora por la carretera perimetral y conducido durante veinte minutos hasta una refinería de gas licuado abandonada, rodeado de un vecindario desalojado hace cinco años tras el cierre de operaciones. Las instalaciones se alzaban como tubos metálicos tiránicos rodeados de vegetación y colinas escarpadas como senos picudos y lejanos bajo el embravecido sol. Las casas destartaladas se apretaban en las calles pavimentadas como enemigas declaradas, y dentro de ellas solo existían alimañas. El automóvil rodeó el vecindario comunal que brindó hogar y plenitud a más de treinta familias en los esplendorosos días de la compañía... implorando un páramo decrépito y futurista de abandono, desmenuzado ante los ojos de quienes observaron su gloria. Pasaron bajo el enrejado de la refinería y enfilaron por los departamentos y los almacenes desalojados de todo material reutilizado posible. Aquello era el esqueleto de una gran refinería de gas licuado... cuyos depósitos herrumbrosos eran azotados por la incondicional lluvia y el deshuesadero de los chatarreros. 

Desmontaron detrás de un almacén cuya larga sombra caía sobre una mujer vestida con el uniforme fundacional vinotinto, acompañada de un moreno ancho de traje ajustado, camisa desabrochada y sombrero llanero. Se trataba de Rebeca Rodríguez, Supervisora Regional de la Sede Ciudad Zamora; y Luis Cervantes, Jefe Fundacional de la Nación: el hombre al mando de la fundación en el país. Se acercaron a ellos bajo la sombra y esperaron pacientemente. Los cuatro francortiradores apostados en los edificios cercanos debían estudiar cada meticuloso cambio atmosférico con sus drones sensibles. Jonás se preguntó qué otras presencias inquietantes bajo amparo de la fundación permanecían fuera de sus sentidos.  

El Presidente de la Fundación era un hombre ancho de vientre, tez morena, rostro redondo y perilla negra... era silencioso y eficiente, y no dejaba de consultar el reloj y el auricular en su oreja. Miró a Jonás de arriba a abajo con meticuloso desdén y se dirigió a Rebeca con voz cansada.

—¿Dónde están los Supervisores de Puerto Bello y Montenegro? 

—El encargado de Montenegro está monitoreando de primera mano la evacuación de la región—aclaró la mujer de uniforme. El cabello corto flotaba sobre sus hombros como las serpientes voluptuosas de Medusa—. Y el Supervisor de Puerto Bello está organizando las Divisiones de Contingencia para hacer frente a la situación. Ambos hacen frente a los intereses de la fundación con todo su esfuerzo. 

—¿Piensas que soy estúpido?

—¿Señor? —Rebeca tartamudeo.

El Señor Mostaza y Franteskein intercambiaron una mirada burlona.

—¿Crees que no sé que el Agente Salvador García se ha convertido en un gato gordo y malhumorado? —Luis miró fijamente a la mujer con una imponencia desmesurada—. No crees que mis informantes están al tanto de las borracheras del Supervisor de Puerto Bello... y cada día me taladran al oído todos esos aspirantes incompetentes deseando ocupar sus puestos—señaló a la pálida mujer sin mutar su templanza hosca—. No hablaré de los secretos que guardas en los cajones de tu escritorio por respeto a tu posición.

Les mostró la espalda mientras los chorros de sudor corrían por su nuca, manchando el cuello de la camisa. En las solapas relucían dos broches de oro: una bandera y el Fuego de Prometeo, símbolo de la Fundación Trinidad. Volvió a consultar el reloj, impaciente, y miró por encima del hombro a Jonás y espabiló.

Ante ellos, como víboras silenciosas que se elevan en las noches noctámbulas, se alzaron de las sombras cual jirones vertiginosos de fuegos fatuos. Caminaron repentinamente, como levantando la cortina de realidad que cubre todas las cosas, y atravesando el umbral... Sus presencias 

irreales surgieron de la penumbra y los encararon como emisarios antropofagos de la Tierra de los Muertos. Jonás reconoció el sombrero de paja y el rostro macilento del llanero Don Toribio de la Peña Montañez, y su discernimiento comprendió que aquella Transportación se debió al Contrato con el Demonio de las Sombras.

Martín Bolívar se materializó con las manos a la espalda, mostrando el vientre abultado que los botones del saco combatían por retener; junto al fiscal, iban el Mayor General Osmel Acuña, cuyo uniforme militar relleno de condecoraciones constataba su mentón altivo, y el huraño Nicolás Fedor, cuyo conjunto añil de legislador y cabello engominado le restaba edad al rostro cruel de frente amplia y nariz aguileña. Aquellos representantes surgieron escoltados por importantes activos de la Corte de Chamarrera: el reemplazo de Don Nicanor Ochoa, la rubicunda Doña Gabriela Matos, el susodicho Don Toribio Montañez, el rudimentario Negro Macario y la silicona viviente de Carolina Uzcategui; esta última, cuando no estaba ejerciendo su papel de dominatrix sobre jovencitos, era el Avatar de Natividad Mendoza, a quiénes conocían en el Llano como el Ánima del Naranjal.

Estas figuras engalardonadas con chamarras lujosas y parafernalia costosa pertenecían al estrado de la peculiar Corte de Chamarrera fundada por el antiguo dictador Pérez Jiménez hace más de sesenta años: encabezada por jocosos políticos y arrogantes funcionarios que disponían de joyas y prendas parisinas para sus espectaculares presentaciones públicas. Desde la huída de Pérez Jiménez, aquella cohorte de ministros petimetres fue barajada entre los políticos de turno hasta la consolidación del Partido Comunista de Rómulo Marcano... cuando los puestos de honor en los ministerios fueron ocupados por los brujos y militares más cercanos a su círculo. 

Aquel era el sitio elegido por Salvador para mediar las posibles negociaciones ante el conflicto inminente. El Presidente Nacional de la Fundación Trinidad había asistido en persona para escuchar las pautas que proponían los representantes de la Cofradía de Nabucodonosor. Por lo que sabía, aquella refinería abandonada fue escenario de sacrificios humanos en una temprana nación que buscaba incrementar sus ingresos para lograr el superávit fiscal por medios poco ortodoxos: excavaron una cantera para instalar las mangueras al pozo de gas natural y cuando los trabajadores hubieran terminado la obra, los premiaron con una sepultura en concreto para cimentar las bases de una corporación que triunfó en el mercado durante una década... hasta que la materia prima se acabó y la empresa quebró.

—Martín Bolívar—dijo Luis—. ¿Es el mago negro denominado como Pajarón por los Brujos del Llano?

Martín se inclinó con modestia.

—Espero desempeñar un papel trascendental como futuro Vicepresidente de esta nación.

—¡Pues eres tremendo come mierda! —Estalló el gordo—. ¡Este país nunca cambiará si no son destituidos la bola de narcotraficantes que gobierna cada institución!

Jonás iba a replicar una pulla ingeniosa, pero las palabras se atragantaron en su garganta.

Martín asintió, sereno.

—Tenemos una partida de dominó pendiente después de esta reunión—dijo, y miró a el Señor Mostaza y Jonás—. Pienso que no hace falta aclarar nuestros objetivos: la soberanía del país; pero agradezco que se hayan adelantado con la evacuación de Montenegro y los pueblos cercanos. Porque dentro de treinta días, el Viernes de Semana Santa, vamos a apoderarnos del Espíritu de la Montaña. Después de ese día, la elección de Florentino Duarte será irrevocable.

—¿Quién es Nabucodonosor? —Preguntó el Señor Mostaza—. Porque seguramente el pusilánime de Florentino es el pasivo de la relación.

—¿Dónde está Carlos? —Preguntó Jonás.

Nicolás Fedor se acomodó la pajarita de la camisa celeste.

—La sangre del macho es un recurso preciado en la Palería—mostró los dientes feuchos de su sonrisa cruel—. Y el espíritu del Malamén necesita su ofrenda para intervenir en los pecados del mundo bajo la jurisdicción del Altísimo de los Mil Nombres.

Luis Cervantes se acomodó la corbata.

—¿Y si convertimos la Montaña del Sorte en polvo con una bomba atómica?

—¿Y arriesgarse a que el General en Jefe del Ejército Bolivariano lo tome como una declaración de guerra? —Replicó el Mayor Osmel Acuña—. Las tensiones con Colombia y Brasil se acentúan a medida que las elecciones se aproximan... ¿Quieren propiciar el comienzo de una guerra tripartita en la frontera amazónica?

El gordo presidente no mudó su sonrisa de autosuficiencia.

—El arsenal nuclear no es el único armamento de destrucción masiva en nuestro inventario.

—Nunca destruirán un punto energético tan importante como lo es la Montaña del Sorte para el equilibrio del mundo—concluyó Don Toribio Montañez acomodando su sombrero de paja de listones coloridos—. Aquel monumento cumple una vital función, siendo un canal energético producido por la encrucijada de dos líneas del planeta. Si este gigantesco catalizador de negatividad desaparece... las consecuencias se sentirán en todos los continentes.

Martín se acercó un paso a Luis con semblante severo.

—Si quieren guerra... no habrá piedad para los que se opongan a la gloriosa patria. Si la muerte de los renegados contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo mismo excavaré sus sepulcros. 


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La Corte de los Degenerados

Gerardo Steinfeld

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