Capítulo 2. La Corte de los Degenerados
II.
«Gerardo Steinfeld»
—Un tío mío estaba completamente ido—Beatriz sorbió el caldo por el pitillo—. Lo encontraron muerto en su residencia rodeado de ahuyamas. Calabazas. Las compraba por camiones y las guardaba en su casa... ¿Por qué tenía tantas? No tiene sentido.
Jonás sirvió dos tragos del aguardiente en su petaca.
—Las ahuyamas son portales energéticos—bebió uno y lo volteó—. Pueden absorber malas energías. ¿Quieres?
—No—Beatriz Guzmán describió un círculo con los gruesos labios morados. Seguía en cuidados intensivos, pero finalmente había despertado tras la operación—. Estoy tan drogada con tantos medicamentos. ¿Es verdad lo que dicen?
—¿Qué te dispararon en una teta?
—No, loco—la morena apretó el puño—. El Vicepresidente Jorge fue asesinado.
Jonás bebió el segundo trago. El licor bajó, ardiente, por su garganta.
—Dicen que lo matamos—miró la cortina cerrada del ventanal en la habitación del hospital—. Los noticieros describen con morbo que lo quemamos vivo, vendiendo su alma al diablo. Subimos puestos en la jerarquía de la maldad... y posiblemente, los brujos del Sorte nos hayan montado altares de devoción.
—Suena mejor que ser canonizado como Santo Católico.
—Jonathan Jiménez, Patrono de los Degenerados—Jonás levantó su petaca metálica para brindar—. Los malandros y sicarios rezarán una oración a mi nombre antes de cometer asesinato, ¿poético, no? Mi profesor decía que venimos al mundo con un propósito.
Beatriz frunció el ceño, dubitativa.
—¿Cómo murió el Vicepresidente?
—Combustión espontánea—Jonás se encogió de hombros—. Se prendió por dentro y ardió hasta que solo quedaron cenizas. Fue horripilante. Asumo que el nuevo Presidente de la Asamblea Nacional y el Fiscal General estuvieron involucrados...
—¿Martín y Nicolás?
—He estado investigando a esos sujetos: Nicolás Fedor es un mago negro con más de doscientos años... que practicó la hechicería desde la Campaña Bolivariana.
—¿Un brujo?
—El Brujo—enarcó las cejas—. Y el otro es... difícil de investigar—se mordió el labio inferior—. El hombre que suplantó al usurero de Martín Bolívar podría tratarse del mago negro más terrorífico que haya engendrado este país de lunáticos y desquiciados. Su poder va más allá de lo que podamos cuantificar según los antecedentes... y los del departamento de análisis sostienen la hipótesis de su particular en el Incidente de Jazmín y la desaparición del exmandatario Rómulo Marcano.
—¿El pueblo que ardió hasta que no quedó una sola casa?
—Un testigo ocular dijo que dos poderosos hechiceros se disputaron el cielo con una lluvia de fuego y azufre bíblica que sepultó al pueblo y a su gente. Volaban como cometas y hacían temblar la tierra con sus maleficios—Jonás se inclinó sobre la cama de hospital. Las vendas y agujas metálicas que cubrían el brazo de la candidata eran un recordatorio de su error—. Uno de ellos debe ser Martín. Suficientemente poderoso como para prender fuego a una persona a kilómetros cumpliendo ciertas condiciones. He pensado en algunos candidatos para ocupar identificar a estos supuestos magos negros basándome en sus hazañas... pero ningún ser al que se le adjudicaron dichas facultades debería estar vivo en la actualidad. Todos son leyendas.
»Aún así... temo que esta cofradía planee otro golpe con el pronóstico de los próximos eventos cósmicos. Los científicos de la Fundación Trinidad están investigando los patrones estelares y las lecturas electromagnéticas buscando algún indicador de alteraciones energéticas... y los picos de desorden se han disparado con la última luna. Puede que estos oscuros personajes esten detrás de un diabólico complot que busque algo más allá que el poder electoral de una nación empobrecida. Sus conexiones se remontan a un pasado ignominioso de seres desconocidos que vaticinan devastadoras catástrofes.
Beatriz sorbió la sopa, mirándolo fijamente con sus grandes ojos marrones.
—¿Qué crees que sean?
Jonás volvió a levantar su petaca.
—¿Quieres? —Míster África le ofreció su rollo de marihuana encendido mientras se colocaba un guante quirúrgico y esterilizaba las pinzas.
Carlos negó, somnoliento, y se reclinó sobre la mesa de trabajo mientras Ciempiés Rojo se erguía en el banco para que el medico quitase los puntos. África apagó el cigarro en un cenicero y retiró los puntos de sutura de la herida cicatrizada en el hombro del mulato... El hombre se había dejado crecer una perilla castaña en el mentón y volvía a utilizar quevedos de montura gruesa.
—Odio este refugio de mierda—se quejó Ciempiés Rojo sin mudar el gesto. Era la primera vez que lo veía usar una prenda casual: camiseta púrpura, mientras vestía finos pantalones rayados de modesta confección y mocasines italianos. Su piel era color canela, manchada por pecas, lunares y provisto de numerosas cicatrices con forma de cruz—. No importa cuánto lo limpie... el aroma a moho parece emanar del subsuelo. Necesitamos perfumes cítricos para evitar perder la cabeza...
Míster África desinfectó la herida con un algodón mojado en alcohol absoluto, y aplicó una gasa como parche. Las heridas de Carlos eran superficiales: quemaduras circulares que dejaron lunares en la piel de sus brazos y cuello. El impacto energético que sufrió en el pecho solo generó un moretón hinchado y oscuro parecido al chupón de una sanguijuela gulesca. Se había salvado de milagro, pero... aún guardaba recuerdos pesadillescos y lúgubres imágenes de castigos inimaginables. Volvieron al refugio de la amiga del Padre Jiménez como ratas asustadas, y los pronósticos policíacos auguraban más persecuciones y detenciones con cualquier involucrado a los cinco hombres más buscados del país. En la radio no dejaban de repetir sus nombres y procedencias, y cada vez que escuchaba a los locutores discutir su paradero, pensaba en sus padres, y se odiaba.
—Las filas de Farmatodo son muy largas—Ariel Sananes regresó al refugio tras su breve visita al mundo exterior, y empezó a repartir el botín de su recolecta—. Un champú muy caro para la calva del Ciempiés y cremas para sus manos y pies delicados.
—Púdrete.
—Un lubricante íntimo para Míster África—lo colocó en la mesa y le guiñó un ojo al médico—. Esta noche pelará la mazorca como todo un campeón.
—Vete a la mierda.
—Unas mangas de Bob Esponja para Carlos. Procura cubrir esas costras del sol.
—¿No había otras?
Ariel se encogió de hombros.
—A Flegeton tampoco le gustaron, pero eran mejor que las de Hello Kitty.
—Gracias.
—Y para el sobreviviente del holocausto—extrajo una botella de aguardiente de la bolsa y la besó con premura. Su rostro seguía enrojecido a pesar de las cremas y tónicos—. El mejor Whisky de Venezuela: Cacique Guaicaipuro, dieciocho años.
Ariel se quitó la bufanda para revelar las quemaduras del cuello enjuto, abrió un poco la tapa del licor y dejó caer un pequeño hilo de ron caramelizado al suelo como ofrenda para sus camaradas fallecidos. Prosiguió a dar un profundo trago y exhaló de satisfacción con el aliento alcoholizado.
—El mejor analgésico.
Le pasó la botella a Míster África, que repitió la operación y los miró de súbito con los ojos castaños relucientes.
—¿Qué saben de la Cofradía de Nabucodonosor?
Ariel se mordió el labio y negó con la cabeza.
—¿El autor del Manifiesto para las Naciones? —Se sirvió un trago seco en la tapa del frasco y la engulló—. Parece la propuesta política de un psicópata ambicioso... firmado con el pseudónimo de un rey babilónico.
—Sus propuestas han despertado cierto fanatismo en la población—dijo Carlos Orsetti—. Nadie sabe quién lo escribió, solo apareció en un foro virtual y enseguida fue difundido en las redes como un Protocolo de los Sabios de Sion latinizado. En internet hay muchos vídeos que estudian sus ideas y se han simulado proyecciones geopolíticas basado en sus modelos... con horribles desenlaces.
Ariel bebió un profundo trago y frunció el ceño.
—¿Por qué todo debe terminar con bombas nucleares?
—El Vicepresidente Jorge y el Fiscal Martín nombraron a la Cofradía de Nabucodonosor y su conexión con el candidato Florentino Duarte—apuntó Míster África, y volvió a enrollar el porro de marihuana con un encendedor de Piolín—. Dijo que jamás les entregaría el país. Puede que estén involucrados directamente con el cabecilla, hayan eliminado a Jorge con una oscura hechicería y puesto al francotirador en el edificio contiguo a la avenida donde Beatriz daba su discurso de campaña. El Vicepresidente se mostraba contrario a la elección de Florentino... como si fuera un títere de Nabucodonosor.
Carlos se cruzó de brazos con escozor.
—Los internautas comparan las pautas políticas que propone Florentino a las reglas de una dictadura semejante a la de Rómulo Marcano para desacreditar su figura. Se sabe abiertamente que los aliados del Partido Nueva República formaron parte del gabinete ejecutivo del antiguo Dictador.
—Una vez en el poder—admitió Ciempiés Rojo—, se alinearán los poderes principales del país: el Presidente, la Asamblea, y el Tribunal de Justicia. ¿No es Nicolás Fedor el próximo presidente de la asamblea? Martín Bolivar es Fiscal General y por lo que sabemos, puede que Valentina Guzmán controle al Director del Tribunal Supremo. La coalición de Florentino Duarte tendrá poder absoluto y centralizado para hacer y deshacer la ley. Nabucodonosor busca convertirse en el rey de estas tierras con un propósito incierto...
—¡Sí! —Carlos se levantó de la silla con un crujido—. ¡El objetivo de Nabucodonosor! ¡Está claro en su manuscrito!
Pero no pudo seguir hablando porque Jonathan había regresado de su reunión con Beatriz en cuidados intensivos. Se lo veía radiante con el ojo ennegrecido y un corte sobre una ceja... Llevaba su gabardina, sotana negra con alzacuellos y el rosario con la cruz de madera rojiza... Así como el peculiar péndulo de cuarzo negro a modo de pulsera en su muñeca. Bajó por las escaleras de la entrada y les lanzó una colección de faldas ceremoniales, collares de Orishas y coronas de palma.
—¡El Baile de la Candela! —Anunció, sonriente. Los hombres lo miraron, consternados—. ¡¿Por qué las caras?! ¡Nos vamos a Montenegro! Cada doce de octubre se celebra en la Montaña del Sorte el Baile de la Candela donde cientos de Materias bailan sobre brasas. ¡Tenemos invitaciones en primera fila para estrechar la mano momificada del General Baldó! ¡¿Ley del hielo?! —Carlos le mostró la espalda, Ariel bebió un profundo trago de Whisky y pasó la botella a Míster África. Ciempiés le enseñó el dedo corazón al diácono—. ¡Váyanse a la mierda, malditos! ¡Robaron la espada de Simón Bolívar del Panteón Nacional! Empaquen sus pantaletas y condones, porque en siete días estaremos en la Montaña del Sorte, disfrutando del aroma tropical del tabaco y los guamazos de caña. Se pronostican actividades peligrosas durante la Luna Sangrienta como rapel, montañismo y Ritos al Maligno. Conviviremos con las Cortes de la Montaña y terminaremos con la persecución. ¡Comienza la Operación: Anastacio!
—Eso del sexo tántrico es pura mierda—Jonathan encendió un cigarrillo en el asiento del copiloto del camión—. Estuve catorce meses conviviendo con un Yogui indio, intentando convertirme en una máquina sexual capaz de coger en la cuarta dimensión... y lo único que aprendí fue a apretar los músculos del ano para subir las bolas.
El conductor era un hombre joven de cabello negro y tez colorada: Pablo Alvarez, Agente de Segundo Grado en la División de Neutralización de la Fundación Trinidad. Era un zamorano afable de carácter taciturno, pero risa fácil... Se carcajeó visiblemente mientras conducía el camión blindado por la autopista esculpida sobre el escarpado macizo de montañas. Los hombres iban en la cabina trasera sobre muebles reclinables. Ciempiés Rojo iba al frente con cara de amargado, mientras un desfallecido Ariel Sananes dormía a su lado, completamente dopado por las pastillas para el mareo. Míster África permanecía en su asiento con los audífonos a todo volumen... parecía dormirse por momentos gracias al efecto de una calcomanía de los Backyardigans que se colocó en el paladar. El hombre se colocó unos lentes oscurecidos de corte redondo, y murmuró entre dientes la estrofa de una canción:
¿Por qué todo lo que llego a amar se va?
Sabes que yo nunca te quise dañar...
Todavía sigo soñando que viajamos al mar
Carlos frunció el ceño, dubitativo. La conversación de Jonathan y Pablo describía obscenos derroteros sobre mujerzuelas y casos paranoicos en pueblos remotos. Le pareció escuchar la seriedad del caso asiático sobre un bacilo de fiebre negra... y las querellas a las que se enfrentaba el Panarabismo en su cruzada de Oriente Medio tras alterar la geopolítica mundial.
—¿Cuál era tu nombre? —Le preguntó Salvador, a su lado.
Salvador García era el otro hombre de la cabina: Diácono de la Iglesia Maldita de San Lucas en Montenegro, y Supervisor Regional del Estado Yaracuy en la Fundación Trinidad. Era un hombre joven de cabello y ojos castaños, rostro somnoliento y vestimenta sacerdotal católica aderezada con botas militares, guantes de gamuza y gabardina negra.
—Carlos Orsetti—se cruzó de brazos ante la ráfaga de viento helado. Usaba un suéter amarillo a rayas verdes.
Salvador arrugó la nariz, asqueado.
—¿Tú eres el muchacho de los vídeos?
El joven ladeó la cabeza.
—Sí...
—¿Por qué?
—¿Por qué hago vídeos con temática mística? —Se encogió de hombros—. También hacía de cortos de cocina y videojuegos, pero...
—No, estúpido—Salvador clavó sus ojos almendrados en los suyos con escozor—. ¿Por qué estás con ellos?
Carlos suspiró, nervioso.
—No lo sé... Querían que trajera a la candidata Beatriz a una entrevista para mayor visibilidad—se palmeó los muslos—. En mi canal entrevisté psíquicos, brujos famosos y otras figuras influyentes. He participado en muchos conversatorios virtuales y mis seguidores querían...
—No deberías estar aquí—fue todo lo que dijo y se dejó caer en el asiento—. Nunca encajarás en este grupo porque... no te odias a ti mismo—los señaló con desdén—. ¿Has visto al Padre Jiménez sin sótana? Está cubierto de cicatrices hasta el cuello... Solo son rumores, pero los miembros del Colegio Cardenalicio dicen que en cierta fecha del año, se encierra en su habitación y se fustiga hasta que las paredes se cubren de sangre. Nadie sabe por qué lo hace, pero los indicios nos muestran que suele visitar prostitutas y les paga por hora para que lo abracen. Además, el único voto de abstinencia que respeta es el de Celibato.
»A Ciempiés Rojo no lo quiere nadie por su aptitud de mierda... dicen que viene de una familia complicada en la isla de Margarita. ¡Antonio Gonzalez Rossetti! ¡Se cree un Frankfurt, a pesar de ser color humildad! ¡Residenciado en Tobago! Lo contratamos personalmente para ayudarnos a investigar el secreto maléfico detrás de las estatuas de Rómulo Marcano, y quedó atrapado en el país cuando lo declararon anarquista. Bajo su delegación hay más de treinta Paleros y Santeros, montando Trabajos para clientes multimillonarios alrededor del mundo. ¡Ha hecho de la brujería su empresa, pero aún así... no puede superar sus problemas de conducta déspota y obsesión compulsiva!
»También, has notado el problema que tienen Ariel y Míster África con las sustancias y el alcohol. Encontramos al judío, por recomendación de Okeanos, en un gueto de mala muerte... con una jeringa de heroína clavada en el brazo y convirtiéndose en Materia para complacer a los adictos. Su talento era incuestionable, pero sus maestros lo quemaron demasiado: pudo haber sido el mejor hechicero de su generación, pero se quebró como un niño y desertó—miró largamente a un Ariel descompensado que rumiaba en sueños fugaces inducidos por los psicotrópicos—. La mente es extraña, ayuda pero a veces daña.
»José Miguel Urdaneta—señaló con los labios a Míster África, que parecía estar tarareando Rayando el Sol de Maná—. Revocaron su licencia médica por actividades ilícitas tras ser detenido en un cementerio practicando la profanación de tumbas y mutilación de cadáveres. Era un practicante ilegal de las artes ignotas, movía grandes sumas de dinero sucio en los círculos oscuros de la capital hasta que... simplemente se entregó a la policía. Nunca otorgó explicación, solo asumió la responsabilidad de sus acciones. Las autoridades fundacionales lo apodaron el Nigromante de Puerto Bello, y fue transferido a un centro penitenciario especial junto a otras joyitas del bajo mundo. Ojalá se hubiera podrido allí, había decidido suicidarse por inanición, pero la fundación decidió aprovechar sus talentos para orientar nuestras investigaciones a otras perspectivas. Es un políglota nato y sabe cómo se mueven los líderes hampistas y magos negros narcotraficantes
»Estos no son hombres: son perros de la calle que no soportan sus existencias solitarias y atormentadas, demasiado cobardes para suicidarse como Dios manda. Venderían a su familia si tuvieran, y nadie nunca los querrá en sus vidas por su conducta trastornada...
—Escuche todo lo que dijiste—dijo Ciempiés Rojo, despectivo—. Todos los católicos son unos imbéciles presuntuosos.
Salvador puso los ojos en blanco.
—¿Lo ves?
La Iglesia Maldita de San Lucas era un monumento cuadrícula similar a una crípta inmemorial de majestuosa piedra negra, pilares góticos y campanario custodiado por gárgolas petrificadas. Los ventanucos parecían troneras de carabineros espectrales, ribeteado por un único alféizar enhomecido que atravesaba el edificio diametralmente. Las malevolentes amenazas de castillos siniestros y monasterios embrujados parecían acrecentar la magnífica obra sobre la colina en la que se erguía, altiva, ante un Montenegro montañoso de avenidas empinadas y vecindarios atravesados por callejuelas serpenteantes. Al otro lado de la colina, donde se extendía el camposanto cristiano del pueblo delimitado por un muro que representaba el margen, y daba paso a una espesa foresta sembrada de riachuelos y cavernas. Aquella espesura era particular, porque allí se removían extrañas criaturas engendradas de la altiva Montaña del Sorte. Estos entes provenían de territorios desconocidos allende la comprensión secular... y eran clasificados por su peligrosidad durante el contacto humano.
La serie de cadenas montañosas poseía cuerpos de agua ramificados en arroyos y boscosas altiplanicies nubladas, pobladas de secretos y excentricidades como hogar de la diosa María Lionza y las Cortes Espirituales, y demás blasfemias cometidas contra el cristianismo ortodoxo. En los peregrinajes a los caminos de la montaña pululaban brujos en busca de superación y progreso, intentando contactar a sus Patronos mediante las Materias o enderezando sus caminos con el tabaco artesanal. La Santería y Yoruba se podía palpar con la abundancia de esculturas dedicadas a Santos no canonizados y Dioses Africanos; en los rincones más oscuros de la montaña se podían hallar los altares concebidos en honor al Palo Mayombé y el Vudú, practicado por magos negros.
Ariel se rascó la cabeza, el seño fruncido ante el resplandor pálido del cielo encapotado.
—Nunca me permitieron entrar a este lugar.
Jonás chupó el cigarro, retrayendo las mejillas y lo apagó bajo su bota.
—Te encantará—señaló la fachada petrea y la campana de bronce mientras subían los empinados escalones tallados en la colina—. El Mago Hebreo Lucas desafió a un demonio muy poderoso, y los allegados en su circulo comenzaron a fallecer... Temiendo el oscuro desenlace, decidió apostar su alma contra el Diablo con un desafío herculeo: construir una iglesia en una noche. Desde el atardecer hasta entrada la madrugada, los habitantes de Montenegro oían el retumbar de miles de trabajadores en lo alto de la colina... a pesar de que el mago estaba solo. Al clarear el cielo, con los primeros rayos del amanecer, el imponente edificio se alzaba donde antes no había nada... pero Lucas perdió la batalla porque solo le faltó un único ladrillo para culminar su obra. Su alma fue condenada al infierno y sus seguidores se dispersaron—estudió la arquitectura con ojos húmedos—. El bueno del clero nombró a San Lucas como Patrono de Montenegro y santificó los terrenos circundantes para combatir la plaga de la brujería, y se adueñó del edificio como si fuera la versión económica del Templo de Salomón.
El Presbítero Boris los esperaba en la entrada de la capilla junto a un monaguillo paliducho de ojos jaspeados que se presentó como Cristerson Pérez; flaco, alto y de lentes cuadrados. Lo escoltaba una joven agente fundacional de rostro moreno, pelo rizado y cuerpo esbelto... que Jonathan identificó como la prima de Salvador.
—Que preciosa estás, Jericó—se acercó con una sonrisa socarrona—. ¿Creí que te habían asignado a Ciudad Zamora para perseguir al Justiciero tras su reaparición?
—Nunca pensé que podría existir una persona más frustrante que tú.
El sacerdote balanceó la cadera.
—Tengo medalla olímpica en ser un mamaguevo.
—Sebastián Landaeta resultó ser un individuo extremadamente difícil de comprender—la joven se cruzó de brazos. Usaba abrigo abombado para el frío—. Es un necio y arrogante hombrecillo que cree saberlo todo solo porque es antibalas. No conoce de obediencia jerárquica y sus cambios de humor ponen de cabeza al departamento.
Jonathan se encogió de hombros.
—Por eso es el Justiciero de Ciudad Zamora—dijo, mudó su expresión burlona, y se inclinó ante el Presbítero de la diócesis—. Buenos días, Padre Boris.
El anciano sonrió con una ternura desmesurada: sus mejillas rollizas se tensaron y los músculos en sus ojos se entornaron, cruzados de arrugas. El cabello corto y entrecano del fraile iba a juego con un rosario desvencijado que colgaba de su cuello. Vestía túnica franciscana anudada con un cordón dorado, y calzaba alpargatas llaneras.
—En la comarca de Quibayo y los asentamientos campesinos de la vecindad... han avistado al Taita, sobrevolando el cielo nocturno como una masa gigantesca de invisible terror—dijo Boris, mutando su expresión bonachona—. Los grandes queseros y llaneros agropecuarios escuchan las jaurías de perros salvajes llorar cuando la cohorte maligna de su Presencia deambula al anochecer... Tiempo en el que puede moverse por el cielo.
—Por Yahvéh—Ariel abrió la boca con asombro—. ¿Cuándo regresó a nuestro mundo?
Jericó desplazó el peso de su cuerpo a una pierna. Los hombres entraron en la amplia nave de techo alto coronada por faroles colgantes. La estatua de la Crucifixión en el altar iba flanqueada por yesos de la Virgen María y José Gregorio Hernández. Las butacas barnizadas estaban vacías.
—Creemos que el Receptáculo es un homúnculo de sangre peculiar, creado por un círculo de magos negros para un ritual que buscaba convocar a un espíritu destinado al cuerpo mediante una resurrección imperfecta.
Carlos frunció el ceño, dubitativo. Ciempiés Rojo contenía el aliento a su lado y Míster África suspiró profundamente... Los católicos se dirigieron a un salón comunal más reducido, amueblado con sillones y mesas colmadas de documentos y ordenadores. En las paredes se apretaban repisas empolvadas de artilugios mágicos y estanterías repletas de libros referentes a temáticas estrafalarias.
—¿Quién es el Taita? —Se atrevió a preguntar.
—El Rey del Inframundo—apuntó Mister África y enarcó las cejas—. Un demonio rojo que aterroriza los llanos, sediento de sangre y venganza.
—El Comandante de la Legión Infernal—exclamó Ciempiés Rojo, fascinado—. Un fantasma de la guerrilla realista que se levantó contra la naciente república independentista hace doscientos años.
—Llevamos semanas investigando la procedencia del asturiano José Tomás Millán de Boves—Jericó señaló una pila de documentos históricos—.
Algunos historiadores consideran al León de los Llanos como el primer luchador por la defensa de los pobres y clases marginadas de Venezuela. Tras su exilio del Viejo Mundo, fue rechazado por la aristocracia criolla y prefirió intimar con el pueblo llanero... a los que consideró sus iguales, ganándose en apodo de Taita, que vulgarmente significa «papá». Montó una pulpería, contrajo nupcias con una mulata y tuvo un hijo mestizo... pero estos fallecieron en una revuelta como víctimas del ejército republicano de Bolívar.
»Decidió tomar parte en la guerra, convirtiéndose en el sanguinario y carismático Taita Boves con una feroz ofensiva contra los ejércitos independentistas de Simón y Mariño... al mando de indios, negros, mulatos y mestizos en su camino de destrucción... hasta que perdió la vida liderando a los realistas en la decisiva batalla de Urica. Pero su cuerpo, reclamado por la gente del llano que lo veneraba, fue sujeto a un misterioso ritual que lo convirtió en un espectro vengativo que augura la tragedia contra los que escribieron la sangrienta historia de este país.
Jonathan acarició la astilla de madera rojiza en su rosario.
—Ese hijo de perra fue visto antes de la Matanza de Coro y la Tragedia de Vargas—sentenció, severo—. Los satélites de la fundación capturaron imágenes suyas rondando las cercanías de Jazmín, antes que el pueblo desapareciera en una conflagración. Es una entidad caótica que antecede la destrucción...
—Es una señal—Jericó se dirigió a la puerta de un pasillo—. El Mayor General Osmel Acuña ha partido de Portuguesa, del antiguo castillo que perteneció al vampírico General Baldó, para encontrarse con Valentina Guzmán y su séquito de magos negros adoradores al Demonio del Meridiano, en un sector privado de la Montaña Sorte.
—Los Encantamientos de la Luna Sangrienta—Ciempiés Rojo se agarró el mentón—. La reciente desaparición de la espada de Bolívar en su cripta del Panteón Nacional podría estar relacionada con este eclipse lunar próximo a una víspera de terror...
—Por eso lo hemos traído a él—Salvador señaló la puerta a la que se dirigía Jericó—. Es un codicioso mercenario de un millón de bolívares... y el único brujo en todo el país que podría inclinar la balanza a nuestro favor. Será él quien oficie el Baile de la Candela.
—Entonces la monja levantó su hábito y me mostró la piel pálida de sus muslos desnudos—explicó Jonás a Ciempiés Rojo mientras bajaban a pie por la avenida—. ¿Sabías que las monjas no usan ropa interior? Bueno, la jovencita Johana quería hacer el amor con tantas ganas que me volvía loco. Su carne virginal me deseaba con insistencia desmesurada.
—¿Por qué tengo que acompañarte? —El mulato frunció el ceño y se ajustó los lentes oscuros. Iba vestido de traje vinotinto con guantes de gamuza, sombrilla negra y mocasines pardos. En su corbata rayada relucía un broche de oro con forma de ciempiés, ribeteado por diminutos granates parecidos a gotas de sangre—. Ya tengo suficiente castigo con visitar Montenegro. Los dioses son crueles.
—Escucha—continuó Jonás—. La hermana Johana esperó que la abadesa se durmiera y entró en mi habitación. Pero, cuando intentó besarme... no se lo permití. Se había quitado todas las prendas y metido bajo la cobija como Dios la trajo al mundo. Pasamos la noche juntos, pero no hablamos... solo compartimos caricias hasta que se durmió. Al amanecer, me había ido del monasterio.
—¿Le gustabas a una monja? —El mulato parecía divertido.
—Pobre chica—Jonás bajó la mirada y encendió un cigarrillo—. Todo lo que amo muere.
—¿Nunca has estado con una mujer?
Jonás levantó la mirada al cielo encapotado.
—En mi temprana juventud tuve una novia—fumó, y exhaló el vaho en forma de anillo—. Pero, mi destino era otro—estudió el cigarrillo consumido, y señaló el alzacuellos de plástico—. Odio esa nauseabunda parte de mí que aún desea que una de esas cosas mentirosas de pelo largo lo abrace.
—Eres un hombre encantador—doblaron una esquina a un restaurante de pollos asados en el que estaban parqueados varias camionetas sin placas de identificación—. ¿Con quién nos reunimos?
Jonás sonrió, bufón. Lanzó la colilla a la acera y miró los ojos castaños y envejecidos del mulato.
—El gallo de oro tiene unos cojones del tamaño de cocos.
Ciempiés frunció el ceño con los ojos abiertos en una expresión de absoluto desconcierto.
—¿Qué?
El Padre Jiménez entró en el restaurante. El aroma tropical de un perfume cítrico se mezcló perfectamente con el almizcle aceitoso de los pollos crujientes embadurnados de pimientos y cocinados lentamente sobre ascuas... Los comensales reunidos en las mesas plásticas eran en su mayoría hombres uniformados con chaquetas negras, lentes oscuros, sombreros del llano y botas rancheras. Habían indios de raza pura, mestizos de piel aceituna y negroides tan oscuros como el carbón; altos y macizos, y bellacos delgados dispuestos a matar. Todos los ojos se dirigieron a ellos como víboras sanguinarias deseados de morder... Jonás se dirigió al único hombre de la esquina y estrechó su mano. Un silencio execrable había acontecido en el local.
—Enrico Reyes—lo saludó Jonás y tomó asiento seguido de Ciempiés Rojo—. ¿Cómo está el narcotráfico en la Finca Negra?
Enrico era un mulato alto de corto cabello canoso y semblante sereno. Vestía camisa blanca con saco y pajarita añil, decorado con una insignia dorada en forma de Búho, emblema de sus estudios místicos relacionados a la Metafísica. Era el único de todos los hombres que no estaba comiendo o bebiendo. A su lado reposaba un maletín de cuero con armazón de bronce. El señor Reyes era su negociante particular del mercado negro.
—Jonathan Jiménez y Antonio Rossetti—reparó en Ciempiés Rojo con voz suave y pausada—. Tuve que mediar con su anterior comprador por una desorbitada cantidad, pero se llegó a una negociación—abrió el maletín y extrajo un puñal de madera rojiza con empuñadura de cordel—. El Cuchillo de Madera de Nicolás Curbano. Una de las reliquias más poderosas del Brujo... capaz de separar quebrantar cualquier Dominio. Como saben, caballeros, su actual dueño es el italiano Kausell Courbet... quien ha desarrollado la afición de coleccionar las esquivas traducciones del Libro de los Grillos. No ha pedido dinero por la reliquia, únicamente desea el fragmento de la Vera Cruz que pertenece al Padre Jiménez, ya que... como bien sabrán, no se puede leer el libro maldito sin perder la cordura.
Jonás soltó una carcajada sonora.
—El manuscrito original fue destruido por la Fundación Trinidad para evitar que hombres como Kausell y seguidores de la Cumbre Escarlata lo leyeran.
—El señor Kausell está tomando precauciones antes de contemplar la totalidad de su remienda de textos. Piensa que un amuleto tan divino como aquella astilla bañada en sangre mesiánica es suficiente para proteger su mente de los estragos quiméricos del alfabeto horripilante y arcano del Maléfico.
Jonás apretó las muelas.
—Magos capaces han muerto al intentar descifrar aquellas páginas malditas...
—No lo está entendiendo, Padre—Enrico torció el gesto y depositó el puñal tallado de un único trozo de madera en la mesa—. Esto es un intercambio sin consideraciones.
Escuchó el restallido de las pastillas al cargar las balas, y se encontró con una veintena de pistolas apuntando a su cabeza. Los gestos hoscos de aquellos hombres variopintos lo escudriñaron con bravura.... y el silencio fulminante de la propuesta se estiró como un cable tenso a punto de romperse y ocasionar una catástrofe. Jonás suspiró, y clavó sus ojos en los pozos insondables del negociador.
—Perderás a uno de tus mejores clientes—acarició el juramento de cuarzo negro en su muñeca—. ¿No recuerdas quién te presentó a la mejor cocinera de cocaína rosa del país? ¿Quién te obsequiará los objetos anómalos que la fundación pretende destruir?
—Estoy plenamente agradecido—sonrió el negociante—. Pero, el narcotraficante Kausell es uno de los mayores proveedores del mercado. Las balas de oro y plata que suministramos a las organizaciones fundacionales para contrarrestar los brotes de vampirismo y licantropismo son fabricadas con las cruces santificadas y las osamentas de estos carteles hampistas. Pero, dada la situación política del país... estamos ante la expectativa de un gran cambio—sacó un pañuelo y se limpió el sudor de la frente y el mentón—. ¿Podrá la Cofradía de Nabucodonosor estar a la altura de nuestros intereses mercantiles o será Beatriz Guzmán un nuevo faro de esperanza ante los cambios geopolíticos de las potencias mundiales?
»La Finca Negra, a pesar de la discriminación mediática como sede del narcotráfico, es una importante fuente de ingresos para la región. Los distribuidores latinoamericanos esperan diariamente las toneladas que parten de nuestras carreteras sin pavimentar... y nuestro agitado vecindario se muestra interesado en cuáles serán las nuevas políticas promulgadas tras las elecciones presidenciales. Hemos heredado la estructura social que predominó durante la dictadura de Rómulo Marcano... y, indiferentemente de quién asuma la presidencia, seguirá existiendo y ejerciendo su dominio.
»Ahora bien—cruzó los dedos—. El espíritu del Taita Boves ha sido visto deambulando la comarca; así que se espera que el Mayor General Acuña, hechicero de alto nivel que ha asumido otros nombres en el pasado... espera reunirse con la entidad que posee el avatar de Valentina Guzmán, para rendir culto al Malamen—un hombre robusto como un toro se acercó a la mesa y depositó una carpeta repleta de fichas biográficas—. He aquí mi obsequio como compensación. Pues, no hay mayor tesoro que la información.
Ciempiés Rojo hizo caso omiso de la Glock que le apuntaba la cabeza.
—¿Conoce el secreto detrás de Valentina Guzmán y el Mayor Acuña?
Enrico le otorgó una sonrisa insidiosa.
—Los secretos tienen precio—miró fijamente el fragmento con forma de cruz en el rosario de Jonás—. Y la casa que tengo que edificar, ha de ser grande; porque el Dios nuestro es grande sobre todos los dioses.
Jonás bajó la mirada y acarició el fragmento con las yemas de los dedos. La madera rojiza era cálida al tacto... El mayor regalo que había recibido en la vida de parte del Profesor Fernando Escalona durante sus días como laico.
—Dichosos todos los que temen al Señor, los que van por sus caminos—dijo, y le dirigió una mirada gélida al negociante—. Pero, tú puedes irte al infierno, luterano de mierda—con un rápido manotazo, de su manga brotó una ficha de dominó y la tomó entre el pulgar y el índice. Era un doble tres, pero la ficha de marfil estaba chamuscada como si hubiera sobrevivido a un incendio—. ¿Te suena este objeto anómalo?
Los hombres levantaron las armas de fuego, pero Enrico los detuvo con un ademán. El negociante no mudó su expresión serena, pero un bigote de sudor cubrió su labio superior.
—Podría matarlos antes.
—Tú no matas a tus clientes—Jonás sonrió, lobuno, y agitó la ficha quemada—. Arruinaría tu impoluta reputación comercial.
—¿Qué es eso? —Ciempiés Rojo frunció el ceño.
—Una bomba—Jonás enarcó las cejas—. Esta ficha de dominó es un objeto anómalo requisado por la fundación, explota como una granada si lo estampas contra una superficie dura. Quise venderlo en el mercado negro, pero nunca encontró comprador.
—¿Robas los objetos peligrosos de la fundación?
Jonás se encogió de hombros.
—Solo los encomendados a destrucción que pueden ser útiles.
—Estás loco, Padre Jiménez.
—Sí—Jonás se dirigió al negociante—. Estás son mis condiciones: me darás el Cuchillo de Madera y esos expedientes... y Kausell tendrá un abono de diez millones de bolívares por el préstamo de su reliquia. Lo devolveremos más pronto que nunca... y recibirás tu diezmo del catorce porciento.
Enrico Reyes suspiró y le sostuvo la mirada al diácono sin parpadear.
—¿Y si la ficha es falsa y no explota cuando caiga de tus manos porque la materia gris de tu cabeza está decorando la pared?
—¿Tomarás ese riesgo? —Jonás se mordió el labio—. Creía que eras un buen comerciante.
—¿Morirías por la aptitud de un hombre indeciso? —Enrico sonrió, enseñando los dientes nacarados—. Idólatra romano.
—Ya tomé mi Comunión, pastor—Jonás vació su rostro de cualquier expresión—. Espero que haya recaudado los diezmos necesarios para pagar las cuotas de su camioneta.
—Dios es grande—Enrico tamborileo la mesa con sus uñas oscuras y cerró los ojos.
—Sí...
Jonás también cerró los ojos y aflojó el agarre de la ficha. Escuchó un grito y Ciempiés Rojo se levantó de un salto... miró fijamente a Enrico y se pasó la lengua por los labios morados. Los matones apuntaron sus cañones al mulato de vestimenta petimetre y modos refinados.
—No moriré acá—se ajustó el nudo de la corbata y carraspeó—. Pero, podemos llegar a un acuerdo. Negocios Rossetti posee activos invaluables en las islas de Tobago y Margarita, así como la colección de huesos más grande del mundo. Tenemos especímenes de cualquier aflicción y condena para Matar y montar Trabajos cual sea su naturaleza. Incluso tenemos los restos de importantes Santos.
El negociante se dirigió a él, implacable.
—¿De qué me sirve la basura de un Palero?
—Los Muertos tienen poder—Ciempiés Rojo metió la mano en su saco ante la hostilidad de los matones y sacó un fragmento de hueso amarillento embolletado en una cápsula. Eran las falanges de un dedo... y Enrico lo reconoció al instante, con los ojos refulgentes—. Este es el tesoro más valioso de la empresa. Su poder es incalculable. Perteneció al mago negro más terrorífico que haya existido en este país: el Negromante, el Señor de la Hechicería Oscura.
—Creemos que el Mayor General Acuña podría tratarse de un hechicero de alto nivel—dijo la voz de Pablo Alvarez en el micrófono de su oído—. En estos expedientes militares se menciona su anterior identidad como el General Baldó que gobernó Portuguesa durante los tiempos del Generalísimo Juan Vicente Gómez... pero, al parecer es un hombre mucho más viejo que abandonó su humanidad en los tiempos de la Campaña Bolivariana de los Independentistas contra la Corona Española. ¿De quién podrá tratarse? Al parecer era un oficial importante en la aristocracia de la nación.
Carlos se dirigió al claro recortado que coronaba la cima de la colina limpia con sillares de piedra y mesas arcanas donde otrora se alzó un templo inmemorial del que solo quedaron retazos. Si apreciaba con detenimiento el suelo podía hallar las losas disparejas y las rendijas de un vetusto salón bañado por el fulgor argentino de un firmamento nebuloso... profundo y hueco que parecía reverberar con antiguedad de millares de estrellas y millares de planetas. Las columnas cíclopeas se alzaban derruidas en torno a un altar de piedra negra que parecía arrebatado de un círculo infernal... y las secuoyas se arracimaban donde hace eones se elevaron gruesos murales grabados de palimpsestos que contaban las epopeyas dionisiacas de la Noche de los Tiempos. En aquella colina hace millones de años debió alzarse un templo de adoración, esculpido por razas ajenas a nuestros mares primigenios... donde celebraron satánicas orgías y festines sanguinarios.
Esa noche volvía a usar las ropas de Urano, salvo por su pecho desnudo y pies descalzos... al compás de una letanía primitiva de portentos tambores que latían casi tan rápido como los embites de su corazón. Flegeton se convertía en Materia frente a los invitados de honor y engullía litros de anís por decenas. Las Reinas Materias bailaban, poseídos por los espíritus de la humanidad, profiriendo misterios a grandes voces en lenguajes horripilantes que asemejaban gruñidos demoníacos y blasfemias espectrales. Carlos succionó la botella con los labios hasta que el aromático y candente licor infló sus mejillas... y lo escupió sobre la piel desnuda y tatuada de Flegeton como un rocío blanquecino.
—¡Fuerza! —Gritó el negro y diminuto Eduardo Túnez, quien dirigía aquel Baile privado—. ¡Fuerza!
El brujo de piel oscura vestía un ropaje abultado de túnica blanca al estilo griego, ceñida con un cinturón de cuero. En su cabeza se enrolló un turbante y en su pecho, muñecas y tobillos se agitaban cientos de cuentas y semillas santificadas. En el lóbulo derecho de su oreja pendía un arete con forma de cruz. Sus bailes eran armónicos, y los asistentes bajo su jurisdicción azotaban el cuero de los tambores con golpes potentes y sucesivos.
El Mayor General Osmel Acuña era un hombre blanco sumamente viejo de porte militar y bigotes poblados con puntas rizadas cual caudillo revolucionario. Se mantenía firme y recto con el sable ornamental de Simón Bolívar en las manos como un rifle. Vestía de camuflaje selvático con el uniforme militar completo: tocado, guerrera, pantalón y botas negras pulidas; y en su cabeza canosa brillaba una boina roja con el escudo del país. Sus ojos oscuros brillaban con un fuego maligno inmemorial... y un augurio en su constitución inquietaba, como si fuera un cascarón humanoide habitado por una criatura incognoscible e infinitamente espantosa.
Valentina Guzmán a la diestra del militar sostenía el cáliz de oro sobre su vientre con los ojos entornados ante el vaivén de la letanía. Era una morena de mediana estatura, rostro en forma de corazón, labios carnosos de un violeta oscuro y ojos redondos como esferas pálidas de iris tan negras como el vacío absoluto de las constelaciones. Vestía abrigo negro de botones dorados, vaqueros oscuros, botas de montaña y bufanda roja.
—Los seres humanos tenemos prohibido usar el negro durante los cultos—dijo el micrófono. Reconoció la voz grave de Míster África—. Valentina Guzmán fue agente de la Fundación Trinidad y... tuvo alguna relación con nuestro diácono Salvador hace unos cinco años—el susodicho murmuró algo entre dientes—. ¿Entonces a los sacerdotes sí les gustan las mujeres? Pero, su relación era imposible. Bueno, tras una breve estadía en Montenegro bajo el cuidado del diácono fue dada de baja por el deterioro de su salud mental. ¿A qué vino? ¿Investigar los cultos de la montaña? El registro médico dice que ingresó en el manicomio presentando un cuadro de alineación sin precedentes en su historial. Los doctores que estudiaron su aislamiento llegaron a conclusiones desconcertantes sobre otras personalidades encerradas en su mente. Pero, la mujer desapareció sin dejar rastro... dejándole una carta de amor a nuestro Salvador.
—Uuuuuyyyy—escuchó el aullido de Jonathan coreado por Pablo, África y Ariel—. Al diácono Salvador le gustan las entidades de otras dimensiones.
—Amé a Valentina como un hombre ama a una mujer que no puede tocar—dijo Salvador, severo—. Pero, esa aberración que posee su cuerpo no es ella.
Carlos habló bajo...
—¿Quién es el demonio que posee a la mujer?
—Los doctores identificaron a «Odrareg» como la entidad predominante en su psique—dictó Míster África a través del audífono—. La mayor parte del tiempo se muestra la consciencia de Valentina Guzmán, pero es solo una mascarada porque abajo subyace este ser desconocido, nacido de las profundidades abismales de los cúmulos estelares. También se presentaron una decena de seres demoníacos como los sirvientes de esta suprema deidad cáustica.
—¿Han investigado a Odrareg?
—Sí—respondió Jonathan robando el micrófono—. Es mejor que no lo sepas.
—¿Qué?
Las Materias poseídas se alinearon en fila con sendos cuchillos en sus manos, y los clavaron en sus costados... manando sangre escarlata de sus vientres abultados por la cerveza. Un poseso se arrodilló ante él y, introduciendo un escalpelo en su boca, procedió a cortar... convirtiendo en pocos segundos su rostro moreno en una máscara roja. Las llamas de los braseros se alzaron con un crepitar aromático y salvaje de cientos de lamentos entrelazados sobre un bosque de cipreses infestados de hongos fosforescentes. Las Materias se alzaron con voces nítidas en zarzales de conjuros obscenos que condujeron a una permutación atmosférica que le atravesó la piel como una aguja de hielo... y lo arrastró a pensamientos oscuros con imágenes especulares de escaleras compuestas por huesos humanos y lagunas de ácido bullentes de gases mefiticos. Carlos empujó a un azogado Flegeton, y el diminuto judío realizó una pirueta, girando su cuerpo horizontal y aterrizando como una cucaracha desquiciada de ojos blancos. El joven espabiló cuando lacayos tatuados con calaveras y máscaras de diablos trajeron a una jovencita vestida de blanco a rastras, la levantaron por el cogote y colocaron sobre el altar de piedra.
—Cálmate, muchacho—escuchó la voz de Jonathan—. Solo la van a sacrificar. No tienes porque mirar...
Carlos tembló, y contuvo la náusea. El peso del cuchillo de madera en su cinturón parecía incrementar con el transcurso de los segundos... El plenilunio se cubrió de rojo cuando comenzó el eclipse: la gigantesca llamarada polar se tiñó de un rojo iridiscente de sueños caóticos y mares sanguíneos efervescentes de demoníacas encarnaciones de lo impío. El mortecino fulgor bermellón infundió un hálito mortuorio al paisaje derruido de aquella colina ancestral donde otrora se alzó el maldecido Templo de los Muertos Transparentes... y se festejaron cofradías de seres draconianos procedentes de los cometas de cinabrio y tenebrosos hombres escamosos de ojos rasgados. Las presencias abismales de un séquito prehistórico bailaban en las sombras turbulentas de aquel ojo sanguíneo que escudriñaba al mundo desde su podio marfileño de soles negros y cráteres abominables junto a miles de millones de cortes degeneradas y criaturas innombrables ajenas a nuestras concepciones cósmicas.
—Es un sacrificio virginal—explicó Míster África—. Mira la luna: roja como un tomate. Los Encantamientos de la Luna de Sangre requieren ofrendas puras... Libres de malos pensamientos y perversiones. Esta noche rendirán culto a su dios maligno con un Pacto.
Las Materias, receptáculos de espíritus más allá de las constelaciones, se arrodillaron ante la mesa de piedra. Los lacayos aferraron los miembros de la jovencita mientras sus gritos tortuosos levantaban una visceral oleada de negatividad: negra y electrizante como un vapor estático. Eduardo Túnez levantó el sable curvo de empuñadura dorada mientras Valentina a su derecha, y el Mayor Acuña a su izquierda, levantaban el cuello de la enrojecida muchacha. Las arterias de la víctima se tensaron en una expresión aterrada y sofocada, y la hoja afilada de la espada rasgó la delicada piel como un papel: trazando una sonrisa roja. La carne se abrió con un grito majestuoso... y el tenso músculo del gaznate se abrió cuando el brujo aplicó presión. La sangre oscura manó con un silbido y los espíritus se estremecieron con aullidos bestiales y voces indescriptibles. Las presencias inquietantes tomaban forma en jirones fantasmagóricos, haciéndose cuestiones trascendentales sobre la naturaleza incierta del universo... y la posibilidad de que el Dios Cristiano no sea más que una mota de polvo en comparación a las deidades maléficas llamadas desde otras realidades: portentos grasientos de tamaños descomunales y apéndices tubulares injertos de ojos. La garganta se abrió con un grito desafinado que cedió a un gorgojeo húmedo escalofriante... derramando el preciado elixir sobre la copa dorada hasta que rebosó con hilos sanguíneos.
—Odrareg nevesor toson—proclamó la criatura que se hacía pasar por el Mayor Acuña—. Salve el Demonio Innombrable que espera más allá del Meridiano.
Levantó la copa en ofrenda a las deidades impías reunidas en la faz del templo inmemorial... bañado por la luz rojiza derramada sobre el planeta. Alzó el cáliz a lo alto mientras la vida del sacrificio se diluía en espasmos catatonicos y susurros ahogados... Valentina a su diestra lo miró con ojos fríos y muertos, proyectando una sombra maligna que se retorcía por el suelo con una forma indescriptible de ajeno terror. El militar se inclinó en señal de pleitesía ante la cohorte de abominaciones, e hincó rodilla ante el Emisario... bebiendo la sangre en su honor.
Valentina habló con voz de trueno: un estremecimiento inefable lo atravesó al escuchar la sarta de conjuras de aquella garganta. Era un lenguaje originado del vacío cósmico, anterior a la formación de los planetas y las estrellas...
—Aguanta, muchacho—susurró Jonás.
El frío suelo de la colina atravesaba la tela de su suéter y calaba hasta el pecho, arañando su corazón con gélidas auscultaciones. Desde aquella colina vecina se podía ajustar el claro cortada de aquel monte antiguo, donde otrora se erguía el vetusto y carbonizado Trono del Diablo: una ancestral construcción de pilares negros, dispuestos alrededor de un mesón circular, donde los aborígenes caníbales celebraron sacrificios y degustaciones a un dios ciempiés. Durante la Campaña Bolivariana aquel trono inmemorial fue usado para concierto de invocaciones y conjuras por los oficiales independentistas, hasta que por orden de Andrés Bello, los pilares de material vidrioso fueron embarcados en sendos navíos con destino a Inglaterra... hundiéndose en las profundidades del mar Caribe.
Jonás escudriñó por la mirilla de su Catatumbo el recital de blasfemias a un kilómetro de distancia. El fusil de precisión pintado de negro yacía apoyado sobre un trípode mientras el tirador estudiaba a sus víctimas: Carlos se mantenía impasible mientras el Mayor General Osmel Acuña degustaba la sangre y se sumergía en una horrenda comunión. Los tambores redoblaron y las Materias saltaron con voces diáfanas, volteando los braseros al rojo con las manos desnudas y saltando sobre las ascuas derramadas. El avatar femenino parecía flotar a milímetros del suelo con los ojos abnegados por abismos insondables de tiempo y sopor... Jonás estaba seguro de que el ser que poseía el cuerpo de Valentina Guzmán era ajeno a toda concepción del Hombre por su naturaleza ajena a los dictámenes del Demiurgo: esquivo a las leyes metafísicas fundamentales que debían obedecer todos los demonios y egregores originados por el género humano. Había realizado cientos de exorcismos como para identificar con certeza a los espíritus inmundos fabricados por el inconsciente colectivo... y a algunos de los emisarios infernales en su cruzada sobrenatural por Europa, África y Asia cuando fue activo del Colegio Cardenalicio Romano. Pero, aunque se había teorizado su existencia... le resultaba desconcertante la presencia de un avatar del maléfico dios Odrareg; descrito en los archivos de la Fundación Trinidad como un pólipo titánico y membranoso de tentáculos rosáceos que flota, desde el fin del cosmos ajeno al tiempo, en un mar de vacío inescrutable...
Si el Cuchillo de Madera de Nicolás Curbano no podía separar al demonio del cuerpo de la mujer... habría que intentar el exorcismo por otros métodos. Jonás acarició el gatillo del fusil con la yema del índice mientras alineaba la mira a la cabeza de la mujer. Exhaló, y la corriente pasó a través de sus células como un zumbido... La luna roja se disipó en una bruma gelatinosa de nubes polares, y el claroscuro argentino pareció decaer con la reminiscencia de una edad primordial de infinitas tinieblas y bestias descomunales ceñidas de grilletes herrumbrosos. Un caos pretérito al armónico orden sustancial que mantiene adherido los átomos del universo... en un soplo catatonico de formas iridiscentes y sombras ignominiosas.
La silueta antropomorfa de máscara escarlata se difuminó tras descender de los astros en una ventisca susurrante conducida por un carrusel espectral tirado por palafrenes putrefactos de crines ceñidas por alambres de púas. Su fisionomía antropomorfa era la de un Ángel de la Muerte ataviado en casaca oscura con solapas anchas de algodón, corbata negra y sombrero bicornio de una sola pluma roja. La máscara escarlata de demonio sonreía inescrutable con los ojos de iris sanguíneas brillantes en la penumbra... y un aura irrespirable de profundo terror forjada en el fragor de campos humeantes repletos de caballos desbocados, soldados moribundos y el estruendo de los proyectiles. Olía a pólvora negra y coágulos sanguíneos.
Jonás se levantó del suelo lentamente, separando el Catatumbo del trípode, y apuntando a la figura maligna en su periferia. Amartilló el cuerno de chivo y la bala subió a recámara con un chasquido metálico.
—Taita Boves.
—Meridiano ha presenciado su ritual—habló con voz cavernosa—. Pero la ofrenda lo ha horrorizado...
—¿Has tenido sexo tántrico?
—¿Por qué ellos osaron intervenir en los asuntos mundanos de esta especie... cuando existen cientos de razas agonizando en la inmensidad cósmica? ¿Por qué una raza destinada a la aniquilación es atestiguada por su magnificencia? ¿Qué hace del género humano distinto al resto de seres degenerados que pululan como gérmenes en la vasta excrecencias cósmica del origen?
Jonás alineó la mira con el cañón del fusil Catatumbo.
—No estoy seguro del todo—colocó el dedo en el gatillo—. Pero, creo que los humanos somos las criaturas más eróticas del universo.
La recámara vibró y el casquillo de bala salió despedido con un chasquido hueco, pero del cañón del fusil únicamente brotó una decena de mariposas negras, moteadas y de anchas alas parecidas a plumas de cuervo.
—Cuando derroté a Bolívar en la Puerta—el Taita Boves se quitó la máscara diabólica, revelando una templanza austriaca de profundos ojos castaño claro ribeteado de un fulgor rojizo, cabello color canela, mentón afilado, mejillas endurecidas, nariz aguileña y párpados oscuros—. Los Independentistas decretaron la Guerra a Muerte, ordenando la matanza de más de mil oficiales monárquicos que se encontraban en las cárceles de la capital. Las ejecuciones duraron desde el amanecer hasta el atardecer en las plazas públicas con un violento baño de sangre: prisioneros apuñalados o macheteados en largas agonías... para ahorrar municiones mientras putas locales bailaban borrachas sobre sus cadáveres.
—¿Y a mí qué? —Los labios le temblaron—. Cuando Valencia se rindió, juraste perdonar a los oficiales independentistas por sus atrocidades. Pero, los invitaste a un festín donde uno a uno fueron degollados mientras tus soldados obligaban a sus esposas e hijos a bailar el Piripiri... y después mataste a los músicos.
—Pude haber tomado mejores decisiones—dijo Boves, y se acomodó las solapas de la casaca—. Pero no me arrepiento. La Aristocracia Criolla nunca me aceptó... pero, amé al pueblito llanero que me siguió hasta mi inminente destrucción con la frente en alto y el corazón en la mano.
Jonás bajó el fusil, y clavó sus ojos negros en el espíritu del Llano encarnado en aquel homúnculo fabricado con la cimiente de un sujeto de sangre peculiar. Los rasgos propios del asturiano habían sustituido la fisionomía del donador, pero las similitudes genéticas eran innegables.
—¿A qué has venido, Taita?
El espíritu volvió a ocultar su rostro tras la máscara diabólica.
—Voy a terminar lo que empecé—se volvió a la montaña cercana donde se celebraba el Ritual bajo la Luna Roja—. Esta noche me llevaré la cabeza del Centauro de los Llanos—señaló el Altar de Piedra coronado por el cadáver ensangrentado del sacrificio—. Mi espíritu no descansará hasta que todos los mantuanos encuentren el mismo final que mi esposa e hijo, asesinados porque su padre fue acusado de perjurio injustamente. Quemaré todas sus plantaciones de cacao como ellos quemaron mi pulpería, y destruiré su República Bananera fundada sobre los cimientos de un patético y altanero hombrecito...
El Taita barrió el aire con la mano y las enramadas de los robles se estremecieron con un embite, retorciendo los troncos como a punto de arrancar sus raíces del duelo húmedo. Jonás extrajo el cartucho del bolsillo en su gabardina y desplegó la hoja del estilete pulsando un botón... dejando el fusil Catatumbo en el suelo. Las dos sombras saltaron a los costados, empuñando el pesado armamento de aniones y positrones. Los agentes Pablo Alvarez y Salvador García rodearon al humanoide de vestimenta señorial con sendos cañones metálicos repletos de bombillas y manillas.
El agente pelinegro levantó el amplio y pesado Cañón de Positrones de mira láser, y el contador de carga marcó rojo al encender. Era un cañón largo de culata plástica y protectores de plexiglás... capaz de disparar una ráfaga de partículas plasmáticas cargada de iones positivos.
—¿Crees que ese arcabuz me dañará? —El Taita lo encaró, volviendo su cuerpo al dubitativo Pablo.
—Probablemente no—respondió Salvador empuñando un subfusil compacto de aniones: un arma liviana con cañón cilíndrico de carga negativa y condensador electromagnético—. Pero te dolerá como el carajo.
Jonás señaló al humanoide con su estilete afilado.
—El dildo de las consecuencias muy rara vez viene con lubricante.
El Mayor General Osmel Acuña era mucho más viejo de lo que su cuerpo robusto de ancho vientre y hombros portentosos exhibía. La palidez de su cutis y cabello era enfermiza como el papel de un pergamino ictericio... y la frialdad en sus ojos revelaba saberes oscuros fraguados por innumerables estaciones. Ariel estudió su fisionomía por el computador, buscando indicios de alguna posible similitud con otros sujetos sometidos a la plaga del upirismo: uno de los males más antiguos de la Humanidad.
—No puede ser—dijo Míster África por el micrófono mientras escudriñaba los documentos en el escritorio—. Acá aparece una copia del retrato del General Páez, del Ejército Independentista... Es similar a la descripción del General Baldó del Gomecismo y el actual Mayor Acuña. Mira está fotografía en blanco y negro de este antiguo gobernador—le mostró a Ariel la foto gastada—. Salvo por el mostacho, es igualito.
—Depiló su mejor atributo—Ariel entornó los ojos—. ¿Cómo pudo haber vivido tanto? ¿Será un Reviniente?
—La Aristocracia Criolla de esa época ocultaba secretos oscuros... ¿Quién sabe realmente qué personajes gobernaron la Tercera República? Los políticos modernos no son diferentes de los corruptos mantuanos que se rebelaron contra la Corona Española en su derecho al poder.
—Nada es lo que parece—Ariel se volvió a la pantalla compartida de Carlos y Jonathan—. Tengo la certeza de que los representantes del Partido Nueva República no son quiénes dicen ser. Han pactado con oscuros engendros de Inframundos Superiores a cambio de poderes inimaginables... Al Fiscal General le dispararon en la cabeza y se levantó como si nada. Deben existir Potestades relegadas a Círculos Herméticos capaces de obrar hechicerías de sangre sin restricciones...
—Ningún hombre sobrevive a la decapitación—dictó África y levantó la pila de ficheros como un tesoro precioso—. Deberías estudiar este contenido: es una lista completa de apariciones públicas, capacidades y debilidades. Estudia a fondo cada miembro del partido y sus posibles conexiones a la desaparición de Rómulo Marcano bajo órdenes de Nabucodonosor.
—Ya sabes que no sé leer.
El hombre frunció el ceño.
—¿Pero sí sabes leer Hebreo y Jeroglíficos Egipcios?
—Señores—Ciempiés Rojo regresó a la amplia cabina del camión blindado. Vestía un inmaculado saco añil de líneas rojas a juego con el pantalón, corbata verde de lunares morados, camisa parda y mocasines con espuelas. El broche de ciempiés brillaba en su pecho junto a un pañuelo de seda—. Deberían prestar más atención a las cámaras. Pronto será nuestro turno de intervenir—se acercó al pequeño Ariel con los lentes de montura redonda empañados—. Tú tendrás que quedarte en el camión, necesitaremos a Flegeton para nuestra gran entrada durante la Hora Loca.
Míster África se levantó de su silla y abrió el estuche abultado bajo el escritorio para extraer un muñeco de paja del tamaño de un hombre.
Carlos tomó el cáliz que le pasó Eduardo Túnez, mojó los dedos y le dibujó una estrella de nueve puntas en la frente a cada uno de los líderes militares bajo el mando del Mayor General Acuña.
—Odrareg nevesor toson—dijo a todos con los dedos pegoteados de sangre—. Salve Meridiano, salve Satán, salve Lilith y la Evolución.
Las Materias arrodilladas ante el altar regresaban a sus cuerpos con suspiros y caían exhaustos en un pesado sueño sobre el mar de cera derretida y llamas flotantes. Carlos aferró el puñal de madera ocultó en su pantalón ensangrentado mientras un frío sepulcral despellejaba la piel de sus talones desnudos. Ante sí tenía al imponente Mayor General Osmel Acuña con los labios pintados de rojo; a Valentina Guzmán que parecía envuelta en trance con los ojos en blanco, susurrando un monologo ininteligible; y a Eduardo Túnez, que ofrecía el sable pintado de sangre a los últimos hilos de una luna gibosa e hinchada teñida de escarlata. El cadáver de la quinceañera temblaba sobre el altar de piedra, azuzado por dedos fantasmales de seres convocados de los abismos de la Peregrinación Negra.
—Nicolás Curbano fue el Brujo Blanco más importante de nuestras tierras—dijo Ariel con alevosía en su audífono—. En la Montaña Sorte lo veneramos por su Herencia: el repertorio más importante de conocimientos místicos sobre las hierbas, el tabaco y las estrellas. Su Cuchillo de Madera podía cortar los Caminos que ataban nuestro plano al mundo espiritual. No hay arma más eficaz para terminar con el vínculo de un avatar del Demonio Odrareg.
—Valentina es una mujer inocente—replicó Míster África compartiendo el micrófono—. La Entidad que posee su cuerpo merece ser desterrada a abismos secos sin reposo. La única forma de salvar su espíritu está en tus manos... Solo haz lo tuyo, y te sacaremos rápidamente.
Carlos dudó, sus piernas temblaban y no podía respirar. El tamtam de los tambores latía dentro de su pecho y la luz mortecina de un rojo pardo infundió un sentimiento nauseabundo en su semblanza... El pequeño brujo Eduardo Túnez le dirigió una mirada de alarma mientras Carlos metía mano en su pantalón y caía sobre Valentina con un suspiro de aliento. El joven desenvainó el arma con una estocada y el Cuchillo de Madera de Nicolás Curbano se hundió dos centímetros en la cintura de la mujer, atravesando la tela y la carne con un crujido.
Carlos escuchó un zumbido estático en su audífono y una manaza lo sostuvo del cogote. Izado como un muñeco de paja, su cuerpo se desprendió del suelo mientras pataleaba y giró en el aire... Lo último que vio fueron los ojos refulgentes del Mayor Acuña mientras su fuerza sobrehumana lo proyectaba al cielo. Escuchó un disparo cercano y una bala zumbó cerca de su cuerpo como una avispa. Vio fugazmente a los acólitos arrodillados, sobrevoló sus cabezas y aterrizó en un negro estanque de oscuridad. Lo último que vio fue un hombre en llamas descendiendo de la luna, convertido en un bailarín naranja de sedas amarillentas y rostros de calavera...
Míster África zapateó mientras pronunciaba la conjuración del «Fon» para influir sobre el Guardian de la Noche que poseía al Zangbetos: el muñeco de paja humanoide de dos metros de altura bailaba con los miembros lamidos por las llamas. Sus contorsiones eran grotescas y aterradoras, cual bailarín maléfico adornado de caos flamígero, únicamente identificado con una máscara negra de labios y párpados protuberantes.
—¡Mawu! —Míster África se dirigió al regente del Mundo Sobrenatural, a través de su Loa—. ¡Damballa! —Realizó un giro pronunciado con un floreo y dió un pequeño salto—. ¡Ade due Damballa! ¡Dame el poder, te lo pido!
El encantamiento mágico provocó un relámpago púrpura que cortó el cielo con un resplandor impoluto. Damballa era su principal Loa, de la religión vudú: representante del principio masculino de la naturaleza como una serpiente. El muñeco de paja de portentosas extremidades corrió, trotando con pronunciados saltos, atravesando aquella colina de paredes derruidas y superficies aplanadas, para embestir al vampírico Mayor General Osmel Acuña.
Ambos se abrazaron, ejerciendo una presión desmesurada sobre el otro... hasta que las llamas consumieron los nudos que mantenían apretujada la paja. El imponente militar de gruesas extremidades y vientre robusto, rodeó al Zangbeto con sus brazos y lo derribó usando la fuerza herculea de sus piernas.
Míster África desenfundó la Beretta nueve milímetros y disparó dos veces a la espalda del Mayor: los agujeros negros aparecieron en su vestimenta militar, pero no causaron daño. Era un Reviniente: un espectro no muerto que se alimentaba de sangre para postergar sus días en la Tierra. Creía que se habían extinto con el esfuerzo de la Fundación Trinidad, pero aún existían unos pocos en las sombras de la sociedad.
Los brujos que sirvieron de Materia comenzaron a dispersarse en medio del caos mientras los retorcidos árboles que bordeaban el claro se agitaban con susurros antiguos de profundo sopor. Los gritos y los truenos caían sobre el antiguo círculo de pilares alrededor del Altar de Piedra inmemorial como presagio de una condena satánica impregnada de negatividad... y el avatar femenino, Receptáculo del Demonio, se elevó varios centímetros en el aire, tirado por cables invisibles de infinito terror.
—¡José Miguel Urdaneta! —Gritó Valentina Guzmán con los ojos completamente negros. Su voz era un trueno distorsionado—. ¡Hijo de la Reina Vudú del Orínoco! ¡Impostor, maldito farsante! ¡Tu hija se pudre en el Infierno!
Míster África apretó los dientes y sintió calambres en las plantas de los pies. Levantó la pistola y vació el cartucho ante el todopoderoso Rey Demoníaco que flotaba ante sus ojos... El cabello de la mujer se erizó como las serpientes ponzoñosas de una Gorgona, y sopló una ventisca titánica barriendo la alfombra rústica de hojas marchitas y ramas muertas. El Mayor Acuña y el Zangbeto se embestían, giraban y empujaban en una danza draconiana de gigantes impíos... consumiendo sus cuerpos frágiles hasta la Muerte.
Un relámpago blanco cayó en una montaña cercana con un estallido ensordecedor, y el cuerpo de Valentina apareció ante él con un parpadeo... Míster África olvidó la hechicería y se lanzó con los puños en alto dispuesto a matar. Escuchó un latigazo, y sintió que su cuerpo pasaba por una succión gomosa... hasta que cayó, desorientado, junto al negro y chaparro Eduardo Túnez, a cien metros de distancia.
—¿Qué...?
—¡No hables! —Le ordenó el brujo—. ¡Vomitarás!
Míster África sufrió las arcadas, pero contó hasta veinte en reversa y se serenó... Se había levantado un temporal revoltoso que cubrió el cielo con un grueso telón almidonado, surcado de relámpagos repentinos relativos al martilleo de dioses iracundos sobre fraguas divinas. Eduardo era el infiltrado, el Hombre del Millón de Bolívares, desaliñado y con el turbante cubierto de cenizas. Los coágulos en su rostro y vestimenta le daban un aspecto huraño y violento...
Míster África midió mentalmente la distancia a la que se había transportado y contuvo el aliento. Los únicos que habían sobre la colina eran ellos y los enemigos... y los ventarrones que despertaban siniestros ecos cósmicos, despertando espantosos infundios.
—¡El Cuchillo de Madera no funcionó! —Gritó Eduardo.
—¡El cuchillo debía cortar cualquier Atadura Espiritual!
—¡No! —Negó el negro con la cabeza, temeroso—. ¡Eso significa que el Demonio Odrareg es ajeno a las Leyes Inquebrantables de Adonai!
José Miguel Urdaneta entornó los ojos al intentar hilvanar la conjetura del brujo: Odrareg era una entidad esquiva a la Creación del Origen Divino, por lo tanto, no era regido por las mismas leyes universales que impedían a los demonios convencionales y espíritus inmundos dañar físicamente a sus víctimas. Las entidades intermediarias del Vudú llamadas por los Sacerdotes Honko y Mambo, podían interactuar con nuestro mundo pidiendo permiso al Altísimo—debido al sincretismo colonial del Cristianismo—, pero jamás podían transgredir Leyes Divinas sin consecuencias plausibles. «El conglomerado de la Brujería es un inmemorial Árbol Maldito—le había enseñado la Reina Vudú del Orínoco, su difunta progenitora—. Sus ramas antiguas y oscuras han internalizado las formas de manipulación de la realidad para contravenir los axiomas del Creador Universal... con tal de replicar un soplo de su absoluta divinidad en nuestra impotente cotidianidad. Desde que el ser humano es consciente sabe, o sospecha, de la existencia de fuerzas superiores que le fueron arrebatadas en un pasado. El significado de su vida es la búsqueda de esa fuente de saber y fe infinita que le negaron».
Eduardo Túnez desplegó una correa de cuero trenzado... y la amarró sobre su mano derecha mientras el chisporroteo estático le erizaba el cabello. Míster África sintió sus poros abrirse con el cambio atmosférico de presión ante la proliferación de iones negativos... y los relámpagos en el cielo resonaron con voces inmaculadas, cayendo como perdigones adamantinos sobre el cuerpo de Valentina Guzmán. Pero, aquella descarga de electrones cargados se sumó al Receptáculo como una batería... encendiendo sus ojos como bombillas y lustrando su piel de un color nacarado. La energía brotó a raudales como la encarnación celestial de Júpiter... y mientras, flotando en una eufórica fantasía, el Demonio mostraba sus horrendas palmas. La concentración de energía negativa fue plausible y le puso de puntas todos los vellos del cuerpo... Valentina apuntó a ellos como un inquisidor infernal, y un resplandor cegador se aproximó a ellos. Míster África sintió la bofetada de calor y una vibración irradiando sus vísceras ante aquel arpón plasmático de partículas sobrecargadas... apretó las muelas, y vio al Brujo de un Millón desaparecer de su lado como un espectro de cenizas incandescentes. Se había transportado usando quién sabe qué arcanos quiméricos. Soltó una grosería para maldecir al cobarde mientras aquella descarga vikinga y galvánica recortaba la distancia como una flecha de luz cuajada de prismáticos...
Míster África hincó una rodilla y plantó las manos en el suelo.
—¡Ser Supremo Bondye, Monsieur de los Luáses! —Conjuró ante sí con las retinas cegadas por el resplandor. Había olvidado todas sus lenguas, únicamente podía expresarse en su lengua materna: el francés—. ¡Protégeme con su barrera protectora de los Malignos!
Mostró las palmas desnudas para detener el relámpago y la energía estalló a diez centímetros de sus dedos... chocando contra la fuerza invisible del universo en un pulso irrevocable de energías opuestas. El mitigado amperaje pasaba por su cuerpo a punto de reventar sus vías sanguíneas: su cabello y perilla apestaron a quemado y los hilos de su camisa saltaron chamuscados. No podía gritar porque tenía la lengua soldada al paladar mientras sus músculos ardían... Sabía que al ceder aquel relámpago destructivo reventaría su cuerpo. Abrió la boca para gritar de desesperación mientras la corriente lo embestía como un toro, y... la energía disminuyó con un suspiro ígneo. Un estallido plateado aniquiló el ímpetu del relámpago con un ciseo templado. José cayó de bruces sobre las manos despellejadas con el rostro cubierto de ampollas y jadeando por la extenuación con la vestimenta ahumada como un jamón. El corazón convertido en una locomotora de vapor con las válvulas a punto de reventar...
—Hey, pajuo—Flegetón había aparecido justo a tiempo con el pecho desnudo, revelando la imponencia de sus tatuajes cabalísticos. Sus brazos largos y menudos eran surcados de lunas y soles de tinta negra en contraste con su piel pálida tapizada de cicatrices rosáceas—. No morirás primero que yo, maldito franchute.
Míster África escupió el exceso de saliva amarga en su boca hinchada.
—No me digas pajuo, cara de verga.
Salvador presionó el gatillo y el Subfusil de Aniones resplandeció mientras el contador liberaba la carga: una ráfaga de pulsaciones agudas que zumbaron, como crestas de luz, hasta alcanzar al Taita Boves; el espíritu vengativo ni se inmutó, erguido, mientras las partículas negativas rebotaban en una película translúcida que cubría su fisionomía.
Pablo Alvarez gritó y abrió fuego con su Cañón de Positrones: la carga fue breve y de la boquilla fluyó un descarga de partículas plasmáticas. El Taita respondió con un ademán y un pulso se desprendió de su mano, embistiendo la sustancia candente y regresándola a su tirador. Los protones ionizados bañaron su cuerpo con un bombardeo cáustico hasta que... del agente solo quedó una piltrafa muerta de carne chamuscada. Salvador cayó sobre el espectro con un grito, y se desvaneció en un parpadeo: el subfusil cayó al suelo junto con su ropa tras evaporarse su cuerpo.
Jonás contempló el espectáculo horripilante con el estilete aferrado en la mano. El Taita era una aparición espeluznante de inconmensurable poder, más allá del entendimiento... Sin ninguna debilidad conocida que pudiera explotar. Creyó que moriría en aquella colina frente a la encarnación del Terror, pero el Taita Boves se limitó a inclinarse con una reverencia y maldecir en un arcano ininteligible que despertó ena ventarrón sublime producido por cientos de miles de trompetas demoníacas... La presencia lo miró por última vez, y se desvaneció con el huracán.
La furgoneta se volcó al ser embestida por un árbol arrancado del suelo por el huracán. Ciempiés Rojo sintió el mundo desvanecer a su alrededor mientras los escritorios, televisores y papeles volaban en una vorágine de locura... hasta que el vehículo encalló en una depresión hundida. Ciempies Rojo emergió, recién nacido, con el Caldero Hexagonal de piedra volcánica bajo el brazo; sangrando por un corte en la cabeza y el cuerpo adolorido por múltiples moretones.
Afuera se había levantado un violento temporal que hacía estremecer los árboles y sacudir las montañas con arrebatos de enajenación... tirando de su cuerpo como al enredarse en hilos fantasmagóricos, intentando arrancarlo del suelo. La lluvia caía a raudales, rociando su meticuloso traje con gotas frías de absolución... El «Aché» era caótico y negativo como un maremoto de pecados derramados sobre los países oníricos de la fantasía surrealista.
Antonio González Rossetti caminó apresuradamente por el desfiladero hasta la colina adyacente mientras era bañado por ráfagas de agua fría y caliente en una intermitencia ambivalente. El aire lo empujaba y provocaba tropiezos con latigazos indescriptibles ejercidos por diablos risueños. Los Susurros del Viento Oscuro era uno de los sortilegios más poderosos de la brujería, capaz de invocar fenómenos meteorológicos que podían hundir naciones... irradiando tempestades hasta que las ciudades desaparecían.
No podía ver a través de la cortina vaporosa de torrenciales barométricos que hacían saltar los peñascos y acarrear deslaves sobre las montañas... levantando riachuelos en arañas cristalinas de vapor mefitico. Jonathan gritaba sobre el Altar de Piedra que coronaba aquella horrible montaña de osamenta carbonizada mientras un maltrecho Míster África conjuraba un Hechizo Inverso junto a un semidesnudo Ariel manchado de jolín.
—¡EL CIELO SE CAE! —Proclamó el sacerdote con la sotana negra desaliñada. Sostenía en sus brazos un bulto de su gabardina envuelta alrededor de un gato pardo de rayas rojizas y ojos castaños—. ¡Montenegro y Quibayo están en peligro!
El huracán parecía crecer con cada embate mientras se elevaba el polvo del suelo y los riachuelos se convertían en columnas ascendentes de nubosidad. Las voces de Míster África y Ariel se unían a dueto, entonando «Mi niña bonita» de Chino y Nacho, modulando la felicidad y el romanticismo de la canción a capella; para invertir la polaridad del conjuro climático de raíz negativa. Ambos, calados hasta las greñas de aguanieve, temblorosos y exhaustos, cantaban a todo pulmón... sumergidos en un aro de torbellinos en el que se desprendían hirsutos cristales y gélidos soplos polares bajo un anegado sol de Medianoche. Las fuerzas opuestas entraban en caos, generando silbidos agudos y chirridos candentes... envolviendo a ambos hombres en jirones catatonicos hasta el desfallo. Naturalmente, su Hechizo Inverso era demasiado débil a comparación del caudal de energía negativa que desbordaba en el caótico sortilegio de los Susurros del Viento Oscuro.
Míster África interrumpió la canción cuando un trozo de granizo del tamaño de una pelota de béisbol lo golpeó en la oreja: cayó al suelo con el rostro enrojecido y el anillo energético se rompió con un deslave de elementos. Ariel no pudo sostenerse en pie y fue arrastrado por la brisa un par de metros como una tortuga desbocada hasta que Jonathan lo agarró del tobillo.
Ciempiés Rojo colocó el Recipiente Hexagonal sobre el Altar de Piedra, y extrajo la quijada del bolsillo interno de su saco junto con un cuchillo ceremonial de hoja curva y mango marfileño adornado con trenzas de cartílago. El Hexágono Maldito podía concentrar la energía caótica de las tormentas mediante la Transmutación del Aché, y el material de aquel «Nganga»: cenizas volcánicas mezcladas con sangre de macho viril y veneno ofidio; representaba la máxima expresión de la Transformación.
En la Palería, Sambia era el Supremo Creador, capaz de intervenir en las querellas humanas mediante el Nganga: un caldero en el que se introducen huesos y palos para esclavizar a un Muerto, y que este interceda por el Palero en sus ritos oscuros, alimentado con la sangre de machos sacrificados. Los espíritus de los difuntos eran el fundamento de su magia negra, y estos permanecían en la osamenta saqueada de una tumba.
—¡Zarabanda!— Conminó Ciempiés Rojo y proclamó los cuatro elementos en Mayombé—. ¡Lucero Kabanquiriryó, que habita en las tinieblas! —Pasó el filo del cuchillo por su palma con un mordisco frío y doloroso que le arrancó sendas lágrimas—. ¡Ezequiel Filemón! —Nombró al poderoso hechicero haitiano de quien había saqueado sus restos y ofreció su propia sangre oscura y tibia—. ¡Revoca esta Maldición con tus oscuros y antiguos poderes!
El Nganga chisporroteo cuando las gotas oscuras cayeron sobre el palosanto ceremonial y la quijada del vetusto e ignominioso Ezequiel Filemón, que murió en gran tragedia, y el humo pardo color malva se elevó en tentáculos crispados... hasta que estalló en forma de flama escarlata con llamas soeces. El huracán se estremeció con un lamento estremecedor que lo horrorizó... y se avivó con un Malamén indescriptible de gritos sardónicos mientras una jauría invisible de endriagos e infaustos incubos descendía en tropel de los astros para atravesar la corteza terrestre hasta el núcleo impío del planeta. Antonio sintió el peso del mundo sobre sus hombros por un par de segundos mientras caía, fatigado, y los espíritus soltaban escupitajos gaseosos sobre su tez morena... en un voluptuoso desenfreno que causó deslaves y arrancó numerosos árboles del suelo. El huracán silbó, menguando su ferocidad, hasta ser cortado por un relámpago púrpura... finalizando con una llovizna etérea de vientos cósmicos enervantes. Ciempiés Rojo soltó el cuchillo y miró el profundo corte en su palma: manaba sangre como un géiser a punto de eyectar sus fluidos.
—Déjame revisar esa mano—un maltrecho Míster África de rostro quemado lo ayudó a sostenerse en pie—. Está vez usaré grapas y te recetaré un litro de Cacique al día para el dolor.
El mulato levantó sus ojos cansados y el rostro tosco del pálido médico apareció ante él como un Santo. Sonrió, lastimero, y se incorporó para arreglar su traje empapado...
—Púdrete, maldito francés—miró a Jonathan y Ariel—. ¿Dónde está el muchacho?
El sacerdote apretó los dientes.
—Se lo llevaron—bajó su mirada con los ojos oscuros apagados—. También mataron a Pablo y—levantó el gato rojizo envuelto en la gabardina—... Salvador no volverá a ser el mismo.
El felino atigrado de ojos castaños parecía enfadado y los miró con los bigotes mojados.
—Váyanse al carajo todos—dijo con voz grave—. Sigo siendo más guapo que ustedes—maulló y sus pupilas empequeñecieron—. Espero que Dios tenga un plan, porque nosotros iremos camino a la guerra.
La Corte de los Degenerados
Gerardo Steinfeld
Sígueme en redes como:
Facebook: Gerardo Steinfeld
Instagram: @gerardosteinfeld10
Wattpad: @GerardoSteinfeld10