El 13 de Marzo de 2019 ocurrió un incidente cuya trascendencia en la historia de la Fundación Trinidad demuestra la prevalencia de fuerzas oscuros que gobiernan el mundo bajo la ignorancia de los hombres vulgares. El horror que aconteció en la Sede de Puerto Bello continúa siendo un misterio insondable para las autoridades encargadas de investigar el origen del desastre: lo que parecía ser un apagón desencadenó una horripilante sucesión de acontecimientos con más de cuatrocientos empleados atrapados en los departamentos, aislados por horas, bajo medidas de estricta seguridad...

Después de muchos años de investigación, se ha buscado esclarecer la causa del horror contenido en las celdas del subsuelo y la posible intervención de seres desconocidos por la ciencia y razón. Muchos de los entrevistados ni siquiera conocían la verdadera función de su trabajo en la sede y sus testimonios, recopilados desde el punto de vista ignorante, son prueba fehaciente de que la Humanidad aún no está lista para enfrentar la existencia del Mal.




(Jorge Freire era vigilante de las cámaras de seguridad en la intersección de departamentos. Su oficina tenía monitores divididos en función de cada edificio con transmisión en tiempo real. Durante el incidente tuvo la fortuna—o la desgracia—, de quedar atrapado en el diminuto cubículo cinco por cinco de su oficina).




No sé a qué arquitecto descarado se le ocurrió colocar puertas blindadas conectadas al sistema de seguridad, pero se lo agradezco con mi alma. Nuestro programa de revisión periódica funciona con un vigilante de turno encargado de verificar cada hora a través de las cámaras para asegurar que nadie esté durmiendo, drogándose o fornicando en horario laboral. Cada departamento cuenta con más de seis plantas con baño propios, oficinas de administración, almacenes de inventario y ascensores que conducen a los contenedores de las plantas subterráneas. Estábamos conectados por radio y cada departamento tenía un supervisor en contacto, pero... Todo el sistema se cayó cuando se fueron las luces.

Tardé diez minutos en restablecer la energía a los ordenadores con una fuente de alimentación auxiliar... pero estaba completamente incomunicado—imitó el gesto de hablar por un comunicador en su chaleco—. Nos quedamos sin energía, repito, nos quedamos sin energía en la central. Y nada, solo suciedad estática. ¡Reporten su situación! —Su mirada se perdió en el suelo mientras negaba con la cabeza—. Las líneas de transmisión se habían perdido y estaba atrapado en una cámara insonorizada desde la que nadie podía escuchar mis gritos. Fue aterrador... pero, los que estaban en las plantas bajas y el subsuelo sufrieron una pesadilla peor. Las cámaras no venían incluidas con visión nocturna, así que me senté durante horas a sudar y cavilar mientras veía esas—dudó, y apretó los labios. Abrió y cerró los dedos de las manos mientras se relamía los labios—. Los edificios fueron construidos con componentes aislantes. Los ordenadores solo podían estar conectados a la red por cableado y los decodificadores de telecomunicaciones se apagaron dejando los dispositivos personales sin red.




(—¿Qué vio en las cámaras, señor Freire?)




Estaban corriendo y tropezando, intentando iluminar el laberinto de oficinas y pasillos con las linternas de sus teléfonos. Intentaban huir de... lo que sea que estuviera en la oscuridad. Intentaba no prestar atención a los monitores para no caer en el sofoco que me inspiraba el claustro. Sabía que había rendijas conectadas a la ventilación, y tenía agua para soportar... pero, estaba temblando de miedo. Quería hablarles por el comunicador, preguntarles de qué corrían... me devanaba los sesos escudriñando los pixeles negros y púrpuras de aquellas imágenes—sus labios temblaron con un ligero bigote de sudor—. No estoy seguro de lo que ví, puede que el miedo haya excitado mi imaginación al punto de ver cosas que realmente no pasaron. Las grabaciones se perdieron cuando el conjunto de edificios fue acordonado. Nunca sabré qué pasó realmente ese maldito día. Recuerdo vagamente ver a esas formas negras arrebatar a los oficinistas de logística, vi o creí ver en esos cuadros pixelados teñidos de negro, como el departamento de administración se convertía en una carnicería: cuerpos desmembrados fueron esparcidos por los escritorios destrozados. Habían luces como bolas de fuego que volaban por las cámaras y extrañas figuras cubiertas de—negó, dubitativo—... no recuerdo que era, solo que parecían unos espectros de sangre con máscaras de diablo. Recuerdo que ví, lo juro de verdad, a una de las mujeres de contabilidad elevarse en el aire como levitando mientras sus compañeros le iluminaban el rostro con los celulares... y, y—entrelazó las manos en su regazo con el rostro lívido—. Nunca volví a ver a todas esas personas. Estuve atrapado por más de siete horas en esa oficina, hasta que un escuadrón de funcionarios embutidos en Kevlar y armados con fusiles me sacó de ese edificio del horror. No pasamos por ninguno de los departamentos, gracias a Dios, pues habían limpiado una ruta para evitar que viéramos los cuerpos. Estuve fuera mientras intentaban controlar los incendios del interior, viendo como los bomberos y rescatistas sacaban a los sobrevivientes del desastre. Me quedé hasta el anochecer y vi los enormes contenedores repletos de pedazos humanos recogidos con palas.

Nunca sabré qué ocurrió, pues me otorgaron una indemnización y un subsidio por daños que sigo recibiendo por no abrir la boca a nadie que no sea alguien en la fundación. Creía que era un edificio de directiva corriente con cientos de oficinistas trabajando para enumerar y contabilizar costos y gastos... o eso parecía en la superficie, pues muchos de los secretos permanecerán bajo tierra con las voces de los muertos. Tengo mis teorías sobre ese día, pero no dormiría en la noche si pensará todo el tiempo en ese incidente. Mi vida tiene que continuar...




(José Chirinos era de mantenimiento en el edificio y ahora trabaja para la Corporación Eléctrica de Venezuela. Su obsesión por lo oculto comenzó desde que sobrevivió al incidente y posee una colección impresionante de documentos alusivos e impresiones de artículos digitales intentando armar el rompecabezas del horror).




Era imposible quedarnos sin electricidad: teníamos tres generadores de larga duración que funcionaban cuando la corriente de las instalaciones fallaba. Pero, de una forma u otra... las luces de todos los edificios se apagaron. Mi primera reacción fue una advertencia de posible incendio en la central eléctrica donde funcionaban los generadores, ¿qué otra cosa podría ser? Incluso las comunicaciones se habían cortado y no tenía forma de saber lo que ocurría. No sé qué había en el sótano pues no le permitían al personal bajar al subsuelo y había muchos mecanismos de seguridad que impedían el acceso. Siempre traían cajas metálicas del tamaño de contenedores escoltados por las fuerzas de la fundación y los doctores de batas blancas. Vi en algunas ocasiones sujetos con armaduras biológicas saliendo con muestras... y, he formulado cientos de preguntas sobre el verdadero propósito de aquel edificio de paredes reforzadas y puertas blindadas. Sabía que guardamos algo valioso y aterrador bajo nuestros pies... podía sentir esa inherencia en el aire como una película de grasa y suciedad que cubría los plantas bajas. Era lúgubre y tétrico acercarse a las entradas selladas de esos accesos, y temía ese palpitar enfermizo capaz de atravesar los ochenta centímetros de concreto reforzado y perforar mis tímpanos.

Era esa sensación nauseabunda la causa de que los departamentos de personal fueran trasladados a plantas superiores, pero nunca fue suficiente, esa incomodidad mórbida calaba hasta los huesos como un cuchillo feérico que va contaminando la piel y regando el cerebro con su moho maligno. Los trabajadores más jóvenes sentían el aletargamiento como si un vampiro ingravido succionara la vida de sus poros... y en los turnos nocturnos estas fuerzas se volvían hostiles y negativas. He pensado mucho en esos días, leyendo las teorías metafísicas sobre los bajos astrales y las malas vibraciones... Incluso yo me sentía melancólico a veces, y pensamientos impropios asomaban mi consciencia como sombras taciturnas de espíritus macabros.

El día del incidente pensé que nos estaban atacando los extraterrestres—sonrió, y paseó la mirada por el salón repleto de fetiches mágicos en repisas: cuencos cerámica con huesos y sales consagradas, ídolos de madera barnizada, flautas indígenas, tapices coloridos y pulseras de semillas—. No todos recuerdan la irisdiscencia que brotó de las paredes, ¿sabes? Era un fulgor argentino y morboso que provocaba náuseas... Esas ondulaciones se quedaron grabadas detrás de mis ojos como crestas grasientas de un mar oleaginoso. Las puertas blindadas de los departamentos se cerraron con estrepito, aunque muchas de ellas se atascaron... y los trabajadores de mantenimiento nos reunimos en los corredores esperando instrucciones que nunca llegaron. Los jefes estaban tan desorientados como nosotros.

Estábamos atrapados en aquel laberinto penumbroso de material negro esmerilado, sofocados por el ruido de los pasos y el rumo lejano de gritos. Pero, yo no los escuché... Mis compañeros decían que los de contabilidad estaban gritando, pero esa maldita irisdiscencia no me dejaba entrever la situación. He investigado al respecto pero no fue una alucinación inducida por el estrés ya que otros corroboraron los elementos extraños en sus testimonios... y puede que los de mantenimiento hayamos estado excentos de atestiguar los horrores que durante esas horas caminaron con los hombres. Solo puedo decir que no soy un incrédulo como esos fanáticos religiosos que creen ciegamente... No vi ningún ser escalofriante como los que escaparon conmigo, o mucho menos entré en contacto suficiente para trastortar mis sentidos. El olor era a tufo repugnante y en mis oídos no dejaba de palpitar ese corazón gangrenoso y escalofriante desde las extrañas del complejo bombeando esa sangre corrupta por las aristas de las paredes y los ductos ponzoñosos. Los treinta minutos que caminé, guiado por las rutas de emergencia a través de puertas milagrosamente atascadas, me permitió salir a la luz antes que los demás. Fui uno de los pocos que consiguió salir al estacionamiento antes que las puertas de acceso cedieran, encerrando a todos esos trabajadores en su presidio de los horrores.

Eran edificios herméticos, sin ventanas o aberturas, así que al principio no supe qué ocurría en las instalaciones mientras veía a otros correr despavoridos. Unos cuatrocientos trabajadores quedaron atrapados en los bloques departamentales, y solo podré especular sobre lo que esos desgraciados sobrevivientes presenciaron durante esas seis horas de claustrofobia y locura. La policía y los bomberos no tardaron en llegar, pero las autoridades de la fundación no les permitían simplemente entrar por causas confidenciales. ¿Quién sabe cuántos pudieron haber muerto si aquel Mal escapaba? En esos pasillos se removía un horror, alimentándose de los trabajadores, atormentando en sueños a los más lúcidos y esperando su momento para abrir los cerrojos del infierno.

Solo treinta minutos en esa oscuridad platinada que hacía borbotear las paredes y agrandar el techo a dimensiones que creía perder la cabeza. Muchas de esas puertas blindadas traicionaron a los que intentaron pasar bajo su guillotina... y esos supuestos seres que todos vieron, menos yo, seguirán siendo un recuerdo de los misterios insondables a los que hombres vulgares como yo no tenemos derecho a conocer. Esta obsesión me ha llevado a preguntarme sobre la naturaleza del mundo, y la posibilidad de otros mundos superpuestos... He continuado con mi vida gracias a esa conveniente ceguera, pues mientras corríamos todos gritaban: ¿Los ves? ¿También los puedes ver? Yo simplemente fijé mi rumbo instintivo a la salida. Puede que me haya adelantado los segundos claves para pasar bajo las trampas, pero en ocasiones me pregunto qué hubiera pasado en caso de haber visto más allá de lo que cualquier hombre tiene permitido. ¿Seguiría obsesionado con ángeles y demonios? ¿Habría leído tantos libros de ocultismo y coleccionado todos esos testimonios y recortes? ¿Podría dormir sin la necedad de imaginar sus incontables formas terroríficas? ¿Estaría aún entre los vivos o sepultado junto a los que ese día no lo lograron?




(En el portal de la casa de Bárbara Gómez se pueden apreciar cruces de palma bendecidas el Domingo de Ramos y suele llevar varios rosarios en el cuello. Suele prestar sus servicios a las fundaciones católicas para ayudar a los desamparados que requieren atención médica en comunidades vulnerables. Es una solterona que ha ganado peso y arrugas con los años... y a pesar de todo el horror que vivió durante y después del incidente, sigue sonriendo con amabilidad).




La sede de Puerto Bello no era un conjunto de edificios corrientes: podías respirar el sopor del Mal. A la enfermería asistían una docena de empleados al día con malestares estomacales, migrañas y somnolencia. Las pastillas salutiferas se agotaban tan rápido que uno creía estar trabajando en un hospital de verdad. Había algunos más propensos que otros a padecer cierta abulia y depresión... Teníamos expedientes con pacientes tratados por antidepresivos y ansiolíticos en los departamentos de logística. La Fundación ha intentado ocultar los hechos, pero uno de nuestros empleados se suicidó meses antes del incidente.

Victor Sarmiento era su nombre y tomaba somníferos desde hace más de diez años. Se encontraba más deprimido de lo usual, porque su novia lo había engañado... y terminó colgándose en el almacén de papelería. El hecho fue aislado rápidamente, y como era un pusilánime nadie notó su ausencia. No era un mal tipo, solo que los tiempos han cambiado y nosotros no nos conformamos con cualquiera. Tanto hombres como mujeres, ahora somos simples opciones y no prioridades... porque nadie quiere perderse de conocer a alguien «mejor». En esta era de frialdad, sentir y amar es para débiles.

El deterioro en la salud mental de los empleados era plausible. Teníamos conflictos internos, viejas rencillas e histriónicos... Durante una celebración del día del trabajador, hubo una pelea en los baños y tuve que tratar muchos moretones y coser puntos. Las mujeres eran propensas a la voluptuosidad y los hombres a la competencia nociva. No teníamos un jardín de angelitos, y puede que en esos arrebatos de oscuridad hayan cedido a la histeria colectiva de alienación homicida. Tuve que ayudar a los rescatistas y paramédicos que lograban sacar a los heridos del edificio envuelto en llamas. Era horrible, habían usado los bolígrafos como puñales... El cuerpo del jefe de departamento tenía clavados treinta y seis lápices. Ese día ví tanta sangre que pensé que podíamos pintar todos los edificios de rojo...

No tuve ningún encuentro cercano, pero escuché sonidos guturales a través de las paredes como chasquidos de labios y lengua. Era repugnante... Desconozco lo que se escondía en las plantas inferiores del edificio, pues el ajetreo me impidió divagar en esos derroteros. Pero sí vislumbre un extraño suceso que aún suele perturbar mi serenidad—tocó la cruz del rosario—. Enseguida se fueron las luces escuché los gritos en las oficinas y supe que tenía que salir de allí. Conocía las salidas de emergencias por los simulacros y enseguida corrí por los pasillos con el mundo en las manos. No podía ver mucho pues todo se teñía de rojo, y no miraba a los lados salvo para cambiar de ruta a través de esos pasillos largos y estrechos cuando... observé ante la luz mortecina filtrada por las rendijas de la ventilación una figura humanoide, encorvada y esquelética. Era tan alto que debía agachar su cabeza para caminar por el pasillo, y no se parecía a nada que hubiese visto antes... La impresión que sentí al contemplar aquel ser maligno aún me sigue atormentando. Doblé por la esquina contraria y salí del edificio antes que las puertas encerraran a todos.




(Javier Saavedra se ha retirado del mundo y vive en una cabaña campestre a cuatro horas de la ciudad más cercana. Siembra pimentones y verduras, cría gallinas y bobinos y disfruta leyendo libros de ocultismo. Dice que fracasó al intentar volver a la civilización, y que solo renuncia a su vida solitaria cuando asiste a las montañas de Montenegro para congraciarse con los brujos tabaqueros.

Estamos en su patio disfrutando de un jugo de papelón artesanal con limón de su jardín. Enrolla una hoja de tabaco seco y lo enciende mientras se reclina en una mesedora, pasea su mirada por los gallineros y las cercas del rebaño).




Renata tenía siete años con su novio, y esa tarde estábamos besándonos en el baño tras concluir nuestro turno. Éramos amantes silenciosos en la trinchera de la oficina. Eran tiempos crueles: todo mundo se metía con todo mundo y algunos abusaban de sustancias en los sanitarios; necesitábamos rendir unas ochenta horas a la semana y el ambiente siempre era pesado. Ella era una morenaza cinco años menor que yo, y nos apoyabamos para llegar a fin de mes.

El día del incidente estábamos... en lo nuestro, en un cubículo del baño de mujeres cuando se esfumaron las luces. Creímos que debía ser un fallo y esperamos diez minutos... hasta que escuchamos los gritos que provenían de la oficina y Renata vio que alguien entró al baño. Era una de esas mujeres que presentía cosas, y la escuché temblar de miedo en mis brazos. No puedo describir la sensación que me estremeció en aquel momento... pues escuchaba el chasquido asqueroso de pinzas sobre la cerámica del suelo. Un insecto espeluznante del tamaño de una persona estaba rascando el suelo con su nauseabunda presencia en la penumbra inescrutable... Contuvimos la respiración sintiendo el movimiento de aquel insectoide a coraza bituminisa y alas cristalinas. Los gritos de la oficina eran lejanos y ominosos como un viejo cantico de horror... Estuvimos casi una hora encerrados en ese cubil, incapaces de pronunciar una palabra...

Al salir del baño encontramos la oficina deshecha: escritorios volcados, tabiques destrozados y ordenadores rotos en una desastre indescriptible. Los cuerpos de nuestros compañeros formaban un espiral horripilante de brazos y piernas desmembrados... En la penumbra la sangre es negra como tinta, pero su olor ferroso es indistinguible: se mete en tus fosas nasales como una flecha al cerebro. Y los vimos, aún siento la carne ponerse de gallina en mis brazos, eran los que habían cedido a «las fuerzas externas»; se arrastraban por el techo y las paredes como cucarachas, posesos de terrores incomprensibles en formas cuadrúpedas con los tendones rotos y la espina desviada. Parecía una madriguera de seres degenerados abandonados a la sanguinaria enajenación...

Los brujos de la Montaña de Sorte en Montenegro cuentan que en ciertos propicios nuestros cuerpos se convierten en receptáculos de visitantes que bajan de un reino onírico y ominoso ajeno a nuestras concepciones de tiempo y espacio... estos seres renunciaron a su humanidad hace incontables eones, pues entre ellos hay cortes de espíritus adorados desde el albor de la civilización. Existen concepciones ajenas a nuestro vulgar entendimiento de las Cosas, y entes que hacen temblar la tierra con su mera presencia. Los que reciben a estos Visitantes en sus cuerpos se comportan como entes inhumanos, se mutilan, caminan sobre fuego e ingieren sustancias mortales... pero, existen límites en lo que el templo puede soportar; ese día entre nosotros se movieron seres que sin permiso para visitar nuestro mundo.

Los metafísicos sostienen la existencia de una Ley que impide a estos entes externos cometer transgresión en nuestro mundo... llamadlo Voluntad de Dios o Autoridad del Demiurgo. Pero circunstancias precisas quebrantan estos axiomas, dando paso a atrocidades bajo la potestad de demonios... Seres anteriores a la formación de los cúmulos estelares y dioses alienígenas que representan el holocausto de las estrellas y los planetas.

Ese día se transgredieron leyes inquebrantables y flotaron ante mis ojos fuerzas incognoscibles que mi cerebro no consiguió procesar. Vi criaturas, algunas de ellas invisibles e incórporeas, de procedencia desconocida. Mientras huía por los pasillos y me escondía en los almacenes me pareció escuchar un recital de flautas macabras al ritmo de los gritos y persecuciones. Renata no lo logró... Solo diré que hice lo necesario para sobrevivir en esas demoníacas horas de absoluto terror.




(Gilberto Muñoz actualmente trabaja en los programas de desarrollo tecnológico de la Fundación Trinidad. Su aspecto es el de un hombre pulcro de cabellera reluciente y lentes gruesos... pero según su perfil psicológico es propenso a los arrebatos bipolares de megalomanía y depresión; aún así, su excentricidad no difiere del genio mortífero capaz de hacer funcionar prototipos de armas futuristas con su peculiar ingenio.

Disfruta del aislamiento en su taller repleto de artilugios mecánicos, computadores y demás aparatos de ensamble. Disfruta descansar cada par de horas de trabajo viendo películas en su proyector y tomando notas de sus ideas. Puede parecer un hombre corriente de rostro y mirada afable tranquila... pero después de media hora de hablar con él se pueden apreciar los síntomas de su locura. Una de sus manos llama mi atención: es una prótesis compuesta por motores y engranajes adheridos al hueso de su muñeca).




¿Qué teníamos en la celda 224? No, la pregunta es por qué esa celda estaba resguardada con un escudo de ondas de microondas tan potentes como para freír los órganos internos. Su sistema incluía barrido láser de xenón, baterías de pulso superconcentrado de radiación electromagnética y una película de pintura diamagnetica capaz de repeler la electricidad estática. Cada celda bajo el complejo de edificios era un cubículo de seis metros cuadrados recubierto por paredes de ochenta centímetros de concreto reforzado y compuerta blindada capaz de resistir una tonelada de trinitrotolueno. Pero, ¿qué escondían los funcionarios en estos niveles subterráneos excavados en las extrañas del macizo guayanés? Recuerdo acompañar a Rebeca, un alto funcionario de Ciudad Zamora, escoltada por una veintena de unidades embutidos en esos uniformes de plexiglás y kevlar... para transportar una caja metálica de gruesos remaches. Algo había en esa caja que me provocaba náuseas: un miasma invisible manaba del cuadrado de wolgframio e impregnaba el corredor iluminado con una purulencia enervante capaz de empañar las relucientes paredes plásticas y reducir la intensidad de las bombillas fluorescentes. Llegamos a la celda 104, a tres niveles de profundidad, como unos cincuenta metros bajo tierra, y depositamos la caja en una celda... pero antes de sellar la compuerta miré en su interior y toda mi concepción de la seguridad me pareció burda y absurda: en cada centímetro cúbico del interior había dibujado un símbolo. Mágicos, rúnicos, cristianos, paganos o cualquier alfabeto primitivo...

Teníamos trescientas celdas, algunas más estrictas, la mitad de ellas ocupadas por secretos de alta confidencialidad. Había celdas que requerían sistemas perpetuos de congelamiento usando abundante nitrógeno y otras sumergidas como ampollas de ácido muriatico. Mi taller estaba ubicado lejos de todas esas cámaras, y tengo buenas razones para creer que en muchas de ellas estaban encerrados entes inhumanos. Nunca fui creyente del Mal, mi forma de pensar rechaza todo modelo creacionista... pero esa incertidumbre a lo desconocido me mantenía alerta: había labrado esquemas mentales para justificar la existencia de otras formas de conciencia. Los físicos han intentado unificar una teoría del todo donde se muestre una estructura universal que encaje con la mecánica cuántica y los grandes teoremas de energía oscura...

Puede que los medidores de desorden y los otros artilugios sensibles en mis detectores hayan captado cúmulos de negatividad en diferentes cantidades. No sabemos cómo el cuerpo y la mente humanas pueda reaccionar ante la exposición a estos vectores, así como los primeros radiólogos desconocían la mortalidad de sus aparatos. Los medidores captaban estas altas dosis, y mi estudio ignoto me ayudó a descubrir formas de absorber y repeler estas energías negativas... Así como buscar fórmulas de inversión para replicar estas emisiones de polaridad positiva.

Sobre mi verdadero trabajo no puedo hablar mucho: me enviaban vía computador los planos de prototipos y mi deber era refutar o facilitar su funcionamiento. Veía a diario montones de proyectos que parecían sacados de películas de descarada ficción: motores iónicos, posibles máquinas de movimiento perpetuo, dispositivos alienígenas que creía fueron ideados por chinos, y un gran etcétera. Solía brindar con cada proyecto concluido. Tenía un problema con la bebida durante esa época de mi vida. La impresora de material y los equipos de alta tecnología me permitían ensamblar cacharros como si Da Vinci hubiera reencarnado en una computadora con pinzas y soldador de electrones.

Horas antes del apagón los detectores de entropia enloquecieron con lecturas sin precedentes. Sabía que se aproximaba una catástrofe pues, aunque sea difícil de explicar, una corriente cósmica era registrada por los detectores... y fue absolutamente aterrador. A través de mis huesos, y en las paredes y el suelo... sentía ese río de negatividad calando mis células con sentimiento de tristeza y sopor que intenté rechazar desde lo más íntimo de mi ser. Las luces parpadearon, y aquel gigante gaseoso e indivisible pasó como una nube... dejando atrás un silencio aterrador. ¿Qué fue aquello que pasó por el subsuelo a través de mi laboratorio? Los medidores siguieron reportando la fuente de la negatividad en el interior del complejo, hasta que súbitamente se detuvieron con un pitido... y la electricidad falló obturando la ventilación con un ronquido fantasmagórico. La oscuridad cayó como un telón de terciopelo, y permanecí inmóvil, con los sentidos agudizados capaces de captar los aullidos del lejano caos sideral.

Fue entonces que pensé que aquello era imposible. ¿Podría un PEM aniquilar la electrónica de un conjunto subterráneo construido precisamente para cualquier eventualidad? Los generadores estaban protegidos por mecanismos inviolables... La única razón plausible provenía de aquella masa etérea de negatividad pasando a través de las moléculas como una descarga de neutrinos invisibles al ojo. Fue en esos minutos sumergido en las tinieblas que la existencia de demonios se volvió una realidad... y tomé las linternas de calor corporal para iluminar mi situación, calculando mentalmente cuánto oxígeno quedaría en mi laboratorio. Tenía presente que estaba a tres niveles bajo tierra, en una prisión vulnerada donde las peores encarnaciones del Mal se habían librado de sus grilletes. Ante mi reducido taller apretujado había todo un laberinto peligroso e inexpugnable, sin ascensores o atajos, treinta metros repletos de abominaciones inimaginables que habían cruzado el umbral a nuestro mundo.

Si quería sobrevivir debía aislar mi cuerpo, y tenía precisamente un traje de máxima protección ante el frecuente riesgo de exposición radioactiva de los otros laboratorios: un traje estanco capaz de aislar mi piel de químicos industriales, agentes biológicos, tóxicos corrosivos, explosivos, sustancias criogénicas; y microorganismos genéticamente modificados y cultivos endoparásitos. Cinco capas de robusto elastómero flexible, una capa interna de plomo para proteger los órganos internos y una capa adicional de barrera resistente capaz de soportar los menos ochenta grados bajo cero. Con aquel traje hermético ninguna exposición podría perjudicar mi salud mientras huía a la superficie, pero pensé... gracias al lubricante cerebral del ron: ¿carajo, cómo reaccionarán mis tejidos ante las altas dosis de negatividad? ¿Desarrollaría algún melanoma o un agresivo osteosarcoma? ¿Me afectará un nuevo síndrome de irradiación? Fuera de mi laboratorio hermético se removían seres compuestos de negatividad pura... ¿Cómo afectaría a mi mente? ¿Tendría pensamientos suicidas o paranoicos? Ese tipo de preguntas uno debe plantearse si quiere sobrevivir a lo desconocido...

Reuní los materiales para la pasta diamagnetica en la que llevaba meses pensando. Podría enumerar su fórmula, «cuarenta porciento de sulfato de bario, un cuarto de acetato de polivinilo, una décima de sulfuro de zinc y solución de benceno». Mientras la pasta cuajaba a mi cabeza sobrevino la imagen del interior de esa celda con cada pulgada cubierta por símbolos religiosos, y antes de aplicar la pasta cual barniz... pinté con laca roja diversas cruces: hombros, piernas, espalda, casco y una grande en el pecho. Apliqué la pasta y esperé la evaporación del benceno ocupando mi mente con asuntos trascendentales: estaba desarmado. Prioricé el reciclador de oxígeno con el manómetro de medición para la presión de fluidos en el traje... y un detector de radiación tipo Geiger-Muller. Debía prepararme para un ambiente hostil, irresponsable y repleto de radiación alfa, beta, gamma y rayos X.

Sobre la mesa de trabajo ensamble un magnetron de nueve gigahercios, con mirilla láser y bocina amplificadora de ochenta decibelios, capaz de generar un pulso de treinta gigavatios con una descarga de positrones. Había ingerido media botella y las ideas fluían... ¿Y si allí afuera no todo era incorporeo o invisible? Tomé un cilindro y construí un bastón puntiagudo con una poderosa pistola paralizante y una linterna enceguecedora conectada a una fuente en mi traje creando una corriente eléctrica en la parte superior con un chasquido de electrochoque de diez mil voltios capaz de aturdir un elefante.

El cuerpo humano es un generador de energía, y usando el mismo sistema de la linterna de calor conseguí instalar baterías en mi ingle, axilas, tobillos y pecho. Embutido en el traje y con una visera de polímero tomé las píldoras de proteínas y un sucedáneo salutifero de cafeína. Miré la botella de aguardiente por última vez y abrí la puerta blindada para adentrarme en la oscuridad inescrutable de aquellos corredores de plástico reforzado... con el arcabuz de positrones, el bastón eléctrico y la voluntad incierta.

Tenía razón: fallaron los sistemas de seguridad y se abrieron las celdas. Algunos portales no pudieron retener la acometida desde el interior y yacían abiertas como boca de lobo. Tampoco me equivoqué sobre la negatividad—meditó durante un par de minutos, cabizbajo—. Había muchos soldados muertos, pero por su propia mano... Era un paisaje aterrador y desolador. Las voces de los muertos irradiaban de las paredes como una cantico fantasmal que atravesaba cualquier protección física y regaba los sesos con tus mayores arrepentimientos... Subí escalones huyendo y escondiendo mi presencia de los terrores que deambularon por los corredores hasta que me encontré con uno, que aún sigo pensando si pertenecía al presidio o era el golpista, porque provenía de la celda 224...

Era un fantasma de sangre: envuelto en una túnica escarlata que refulgía en las tinieblas con jirones surrealismo. Su cabeza era un yelmo de oro macizo con la forma del Moloch: un rostro de macho cabrio con retorcidos cuernos puntiagudos. Su aparición esquelética causó en mí un pronunciado estupor que pensé moriría por el shock con el corazón paralizado... y aunque era imposible, percibí el aroma del salitre y la tinta podrida. Levanté el arcabuz de positrones con ambas manos y presione el interruptor para que la batería cargara... y esperé los diez segundos con el corazón acelerado hasta que el magnetrón disparó una ráfaga de positrones ionizados. Pero la aparición se había desvanecido...

Ese día cometí muchos errores y murieron muchas personas en el subsuelo intentando contener el Mal. La fundación pagó un alto precio de sangre—miró la prótesis adherida al muñón de su brazo—. ¿Por qué los Adivinos de los Andes permiten que bajen estos seres a nuestra dimensión? Los hechiceros llaman a los dioses del exterior y lo que atraviesa el Portal es un carroñero...

No me equivoqué cuando pensé en los efectos deletéreos de la negatividad en los tejidos. Fui el único que sobrevivió a esa profundidad, otros que anduvieron cerca de la superficie sufrieron enfermedades por exposición. Había horrores inimaginables en esa bóveda—levantó su mano robótica—. Es una prótesis fijada al esqueleto mediante osteointegración, un proceso que conecta el tejido óseo con el titanio, creando una fuerte conexión mecánica. La cirugía reconstructiva, los electrodos implantados y la IA han permitido restaurar la función motriz de mi extremidad. También me he implantado chips en el cerebro para incrementar la eficacia de mis manos y reducir las limitaciones en el cuerpo que ese día me ocasionaron graves problemas.

Ahora trabajo en el motor de plasma, utilizando radioondas y campos magnéticos para calentar hidrógeno hasta un millón de grados centígrados. Este plasma supercaliente es entonces eyectado por el extremo de un cohete de magnetoplasma con futuras aplicaciones en la aeronáutica. Puede que aún siga teniendo recaídas con el alcohol o me sumerja en la melancolía, pero tengo proyectos con que distraer la mente. Intentaré alcanzar la inmortalidad, pero no será algo tan vulgar como mudar de cuerpo o mutar mi genoma... Mi objetivo es alcanzar la prolongada autonomía con un organismo biomecánico.

No podía pasarme toda la vida encerrado, sobreviví, decidí quedarme y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Es difícil estar afuera, esta semana ha sido dura, pero no bebí...




(Gabriel Amador es un juez muy importante en su circunscripción, y viaja anualmente a la Montaña del Sorte para asistir al Ritual de Purificación que uno de los sacerdotes locales realiza convertido en «Materia», interpretando a un chamán haitiano de alto nivel. Gabriel es creyente de la Santería, y él mismo se convierte en Materia para recibir el espíritu de un hombre que murió durante el incidente. Estuve meditando sobre incluir este relato en el manuscrito por su presunta veracidad, pero los detalles que proporciona enriquecen esta recopilación desde un enfoque completamente extraño.

Al anochecer los sacerdotes semidesnudos se tumban formando un paisaje de cuerpos consagrados con sales ceremoniales ante el fulgor cálido de las velas perfumadas. Los ritos de purificación requieren limpiezas espirituales con el tabaco, sahumerios y baños en los arroyos y cascadas. Los sacerdotes cantan salmodias de fuerza y aguante con el repicar de los tambores que evocan el sentimiento primitivo de espesas sábanas. El sacerdote que recibe al chamán haitiano se contorsiona y habla en otras lenguas, vocalizando y saltando mientras los homólogos repiten su ancestral nombre.

Tras los ritos de purificación comienza el baile de la candela donde estas Materias danzan sobre brasas ardientes y se cortan con navajas. El hombre que he venido a entrevistar ha caído bajo la posesión del espíritu con los ojos torcidos, hasta ahora se ha bebido tres botellas de anís y habla con voz melodiosa).




Mi nombre es José Manuel López González y trabajé durante dos años como supervisor de personal en el Complejo Subterráneo de la Sede Fundacional de Puerto Bello—tomó una pausa para ingerir al menos media botella de anís en dos tragos—. ¿Y por qué no bebes conmigo? ¿Eres Varón de Dios? Manejaba una cuadrilla de hombres y mujeres designados por el alto mando para resguardar los artefactos confiscados por la Fundación Trinidad por su potencial como objetos peligrosos. Teníamos resguardado al menos una docena de objetos tan poderosos que en manos equivocadas podrían desatar un armagedón. Las trescientas celdas contenían objetos, criaturas y entidades cuya circulación por el mundo ocasionaba catástrofes... algunas de ellas peores que otras; pero a los guardianes no nos daban acceso a esa información, solo nos indicaban cuáles eran los niveles de seguridad correspondiente para cada celda. Cada una cumplía con protocolos claves: paredes de concreto reforzado, puertas blindadas y cámaras de vigilancia en los corredores. El equipo tenía bosquejos sobre algunos contenedores: libros malditos que sobrevivieron a bombas nucleares y entidades encerradas en jarrones milenarios. Era un sitio extraño, los antiguos decían que fue construido sobre un cementerio y que se lanzaron niños en la colada del cemento. Estábamos armados con equipo moderno para lidiar con ataques terroristas, pero ese día no estábamos seguros de lo que irrumpió en la sede... pues no había boquete o infiltración: simplemente los generadores dejaron de funcionar y las puertas blindadas se abrieron dejando escapar las pesadillas del claustro. Nuestra prioridad era evacuar los laboratorios del interior y sellar los conductos de la superficie. El pelotón se armó con los uniformes negros de kevlar, cascos de plexiglás y fusiles semiautomáticos de mirilla láser en formación; tomamos bengalas, granadas cegadoras, bastones eléctricos y demás equipamiento. Los corredores de la central habían colapsado y la oscuridad tomaba forma en gases espectrales como un ectoplasma supurado por las paredes plásticas y el suelo... Nunca antes se había creado niebla en túneles herméticos, y las paredes hexagonales eran lamidas por estos tentáculos glaciares. La visión nocturna me mostraba un panorama gris que engañaba la vista con alucinaciones espeluznantes de seres cambiantes compuestos de líquidos cambiantes que escapan a cualquier descripción. Los tres laboratorios principales contenían una cincuenta de estudiosos de ramas controvertidas... y nuestros ojos nos engañaron al encontrar un paisaje decrépito bajo el auspicio del silencio. El mórbido salón era recubierto por un fango primordial de vísceras en el que se removían extraños seres viperinos de melenas pálidas y escamas grasientas. No sabía si aquello que veían mis ojos eran espectros extraterrestres nacidos en las extrañas de planetas muertos o contravenciones naturales engendradas en estanques evolutivos ajenos a nuestra concepción del darwinismo. Habían enormes batracios de espaldas arqueadas bullentes de pústulas y enormes centípedos de antenas zumbantes que subían por las paredes al alto techo girando sobre sus anillos pardos de afiladas patas amarillentas. La masa oscura e iridiscente era un cuajo de las peores plagas engendradas por la humanidad y las razas anteriores a nuestra aparición en los continentes... Los bastardos babilónicos del océano primordial y las quimeras invocadas durante las orgíasticos celebraciones de Sodoma. Los seres cantaban con voces etéreas que recordaban el chirrido de los miriapodos y las sinfonías de los grillos durante la estación del calor... entrelazado en una crápula espantosa que atravesaba los huesos. El estruendo de las balas era engullido por aquel cantar ensordecedor e ignominioso de espíritus tenebrosos convocados de la noche de los tiempos... y sobre nuestros cuerpos abultados se cernía un pleroma de constelaciones extrañas y primitivas.

Las tenazas de los centípedos abrían la carne, inyectando sus jugos digestivos con un ardor indescriptible. El Demonio reía sobre su estrado con mugidos musicales ante el estribillo de los insectos nocturnos... Las formas viscosas estallaban ante los alaridos polares de la oxidación en los metales pirofóricos. Los miriapodos titánicos del mar cambrico borbotearon bajo el estupor del percutor... y el fulgor mefítico de las bengalas rojizas esparció un haz de chispas mostrando las innombrables aberraciones aferradas al techo como crustáceos enfermizos. Aquellos Otros provenían del exterior, habían revenido las fauces del Cadejo Negro y atravesado las Puertas de Piedra desde regiones incognoscibles... y sus horrendas siluetas eran sombras esquivas que en nuestro mundo solo pueden manifestarse en los círculos de piedra con la intervención del que mora a la sombra del Altísimo. Las sombras de los que dejaron sus huellas en este mundo, y los que habitan en la fantasía surrealista de los planos oníricos... son meras impresiones que intentan constatar el absoluto horror del coágulo infecto que flota más allá de las estrellas. Sus torres de piedra negra se alzan en las cavidades de los eones conteniendo las sustancias del interior de las estrellas oscuras... y seguirán esperando detrás del umbral de la existencia mucho después que nos hayamos esparcido por la espiral galáctica, nuestro sol enfermo se hinche y este planeta se convierta en una pirita de roca fundida.




El Incidente del 13 de Marzo de 2019 significó el cierre de operaciones en las instalaciones fundacionales de Puerto Bello con la clausura de los departamentos. El terrible acontecimiento dejó atrás más de doscientas defunciones y desapariciones, y sigue siendo motivo de investigación para las autoridades. Los sobrevivientes del desastre relatan sus testimonios llenos de pesar, a sabiendas de que existen secretos ancestrales que para la gran mayoría de nosotros resultan hechos inverosímiles... pero ese día hicieron acto de presencia en nuestro mundo, arrastrando víctimas a muertes indescriptibles. Aún quedan misterios por resolver sobre la naturaleza del mundo, y espero que en un futuro los funcionarios involucrados en la evacuación y confinamiento del área puedan esclarecer la causa de la hecatombe. Después de cuatro años, las instalaciones selladas aún son custodiadas por un perímetro frecuentado por autoridades eclesiásticas y gubernamentales que precisan mantener encerrado el Mal en aquel complejo subterráneo. A pesar de las revelaciones de la Fundación Trinidad, nunca conoceremos a profundidad el secreto de la Sede de Puerto Bello y demás concepciones que hacen parecer a nuestros modelos pensamiento como absurdos y reduccionistas... ¿Existirán otras dimensiones más allá de las propuestas por las autoridades científicas? ¿Serán habitadas por consciencias similares a las nuestras o será una forma de manifestación más allá de lo que podamos imaginar? Creo que las respuestas están en nuestro mundo, en accidentes como el ocurrido en las instalaciones de Puerto Bello y otros desastres mortales donde se han visto seres que no deberían existir. Las respuestas son más aterradoras de lo que pensamos...

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