La Bestia de Nueva Bolívar
«La Bestia de Nueva Bolívar»
En
1930 se descubrió una caverna en la cordillera andina, de largos túneles y
pinturas rupestres que exhibían símbolos extraños; aunado a la superstición de
las poblaciones cercanas sobre una raza subterránea de gigantes. Tras una
jornada de expedición y contingencias, amenazados por la inminencia de una
guerra civil entre los Gomecistas y los Caudillos Criollos, los exploradores
abandonaron su hallazgo solo para regresar para sellar la caverna, enterrando
los secretos sempiternos en el olvido; pero hay quienes aseveran—mediante
artículos periodísticos, documentos censurados y cartas comprometedoras—, que
los exploradores hallaron un horror saturnal, arrastrado a la capital en una
caja metálica. Las crónicas manuscritas muchos años después por los médicos de
Nueva Bolívar, referidos a los brotes de las esporas de talofito
bioluminiscente incinerados a expensas del juicio público… continúan causando
desconcierto. Así como los diarios escritos por el secretario y la servidumbre
del General José Antonio Baldó, presidente del estado Portuguesa: una figura
extraña colmada de fábulas horripilantes que según los relatos, no pertenecía al
mundo de los vivos, y durante ese año
aciago ejerció un papel decisivo que condenó nuestra nación.
Todos
estos documentos ignominiosos fueron recopilados por el doctor Ernesto Cruz
antes de desaparecer hace unos años en Montenegro, legando su investigación a
los medios fundacionales de nuestra organización con tal de aplacar el horror
infrahumano que pulula en las sierras de oriente, los casos de pueblos remotos
infestados por «habitantes noctámbulos» y la plaga abominable que se gesta en
los exiguos tugurios de nuestros principales suburbios y que podría
desencadenar una hecatombe sin precedentes.
Los
primeros volúmenes del doctor Cruz comprenden los antecedentes de la
exploración emprendida por el matrimonio Jaspe, encabezando a un nutrido grupo
de arqueólogos universitarios y geólogos a la cordillera andina que se extiende
como la espina dorsal de un dragón fosilizado en las altiplanicies de la región
septentrional del país. El documento contiene una lista de las leyendas
indígenas alusivas a estas tierras, concluyendo que los caníbales Caribes
abrieron sepulturas antiguas con tal de despertar monstruos antiguos para
combatir a los invasores españoles. Ezequiel Jaspe y su esposa María, habían
organizado la expedición para cartografiar las cavernas en busca de yacimientos
petroleros con fines de explotación estatal. Al noveno día de la expedición
hallaron aberturas en las picudas montañas y los templados valles poblados de
arbustos esqueléticos. Las exploraciones geológicas registraron vastos canales
subterráneos distribuidos uniformemente en las colinas, así como cámaras
cegadas con vetustos tabiques de mampostería que no tardaron en ceder para
revelar las remanencias de un imperio ancestral que floreció y decayó hace
milenios. Las fotografías y croquis del palimpsesto abyecto documentado en las
cavernas, así como las esculturas deterioradas y los sarcófagos pétreos…
delataron el holocausto de una civilización cuasi humana a merced de un horror
inexplicable.
Durante
tres semanas los exploradores recogieron datos y muestras para su posterior
análisis en la capital; pero, surgió la inquietud. Uno a uno, mientras el
descubrimiento de secciones cegadas impresionaba al público, empezaron a
desaparecer los exploradores. (La redacción del documento se torna confusa y la
censura política empieza a meter su mano). Temerosos de haber despertado a los
fantasmas de aquellas regiones plutónicas, se abandonó la expedición y se
sellaron las entradas de la caverna gracias al apoyo de los funcionarios
militares cercanos.
Tres
meses después, Ezequiel Jaspe aparece en la capital de Nueva Bolívar, dispuesto
a presentar ante los ojos del mundo el descubrimiento más grande de la
historia; encerrado en una caja metálica de cuatro metros por seis de grosor,
prendido con grilletes y transportado a caballo… Una criatura desconocida se
retorcía entre gritos y sacudidas que sorprendían y espantaban a los
observadores. Antes de revelar su cometido fue prendido por las autoridades, y
la criatura desapareció sin dejar rastro… Durante esos días, con la
intervención del extraño General José Antonio Baldó, se persiguió a los
seguidores de Ezequiel y se expropiaron incontables manuscritos y evidencia del
caso... que terminó en la pira con la noche de terror del 20 de Marzo, en la
que fueron amedrentados médicos, oficiales y ministros… y murieron tres
personas bajo circunstancias que aún son motivo de debate y consternación entre
los investigadores del horror. La verdad de aquellos días ha salido a la luz
con los testimonios y las pruebas que sobrevivieron a la purga política y la
persecución encabezada por el General Baldó en nombre del gobierno de Juan
Vicente Gómez; y que pondrá en juicio nuestros conceptos de lo que significa
ser humano, la pervivencia de plagas ancestrales y el horror que nos espera
después de la muerte. Dado los recientes acontecimientos que sacuden este país
desde sus cimientos, gestado desde hace décadas con la apertura de sepelios
antediluvianos y el nombramiento de ritos proscritos… temo que se ha acabado el
tiempo para aclarar el misterio. Estamos condenados…
María
Jaspe fue una mujer pequeña y morena, escritora y editora de tratados sobre la
arqueología Sudamérica y las antiguas civilizaciones precolombinas esparcidas
por el territorio. Fue la primera en proponer la teoría de una estirpe indígena
capaz de construir pirámides y emplear la escritura asentada en la región de
Canaima, y durante toda su vida ejerció el oficio de espeleología con tal de
visitar e identificar cavernas artificiales. Muchos de sus libros fueron
censurados por la polémica que despertaban sus teorías de pseudo hombres que
cayeron en la degeneración evolutiva hace miles de años por el aislamiento y
las hostilidades del entorno… Los ataques contra su prestigio fueron unánimes y
frecuentes hasta que desistió ante la comunidad. La señora Jaspe y su esposo
habían propuesto la expedición a las cavernas andinas ante la Universidad
Oriental de Ciudad Zamora, disfrazando su misión gracias a la esperanza
colectiva de obtener beneficios de la explotación petrolera del área.
El
relato de la mujer presenta similitudes con los artículos anteriores sobre las
leyendas indígenas de aquellas montañas asociadas con las tierras de los
muertos, el pináculo de los dioses y las moradas de indios proscritos que se
convirtieron en monstruos gigantes por la ingesta de alimento contaminado.
Relata con verosimilitud las contingencias del viaje y la descripción de las
cavernas, así como aporta datos significativos sobre los bosquejos rupestres en
los murales rocosos y arroja indicios sobre bajorrelieves espeluznantes
asociados a un evento planetario que aún estudiamos y que posiblemente
desencadenó el acuartelamiento de esta civilización homínida, cuyos retratos
escaparon de nuestro tiempo: la inversión de los polos magnéticos. Sabemos que
el planeta está protegido por un escudo magnético producido por el centro de
niquel y hierro fundido del planeta. Estas crestas de fuerza repelen las
llamaradas solares, protegiendo la biósfera y nuestros equipos electrónicos;
pero cada cierto tiempo, los polos magnéticos se invierten dejando el planeta a
merced de las descargas plasmáticas provenientes del viento solar. María
sostuvo las primeras pruebas de que una civilización pretérita se protegió en
cuevas y cámaras subterráneas durante cierto período para sobrevivir al
infierno solar. Dedicó la mayor parte de su estancia a copiar los bajorrelieves
y descifrar los bosquejos que narraban tan tétrico confinamiento.
En
sus textos sueltos encontramos estudios de suelo ricos en coprolitos, residuos
de orina y otras tantas sustancias que se identificaron como variedades de
hongos comestibles, así como huesos triturados apilados en cámaras mortuorias.
El estado deteriorado de la osamenta impedía su estudio, pero todos arrojaban
indicios de cremación, así como insuficiencias minerales durante el crecimiento
óseo. Los mapas publicados en el artículo excluyeron los datos presentados por
María Jaspe sobre salones dedicados al cultivo de hongos y aljibes que
conducían agua por acueductos de argamasa calcárea. Las cámaras más profundas
excavadas en la cordillera tras décadas de aislamiento, presentaban un
escenario lamentable y sombrío: la decadencia de estas pobres criaturas que
degeneraron en tamaño y facultades hasta arrastrarlos al borde de la extinción.
El aspecto clave que convierte la investigación de María Jaspe en controversia
y tabú, son los textos finales de su acta: armó un discurso sobre las cámaras
más profundas tan inverosímil, que fue desacreditado por la comunidad como «las
fantasías de una lunática».
La
apertura de los tabiques de mampostería que habían sellado los túneles más
profundos durante miles o «quizá millones de años de aislamiento»… principiaron
las desapariciones en el grupo—tachadas como accidentes—, y quebrantó los
grilletes de un horror sepultado en la necrópolis antediluviana.
María
teorizó que el hambre y la decadencia arrastraron a los habitantes subterráneos
a un estado enloquecido de supervivencia irracional. Los bajorrelieves cuentan
que en las cámaras húmedas e insalubres se engendró una epidemia que diezmó la
agonizante población… provocando la inminencia de las fosas inundadas por
huesos carbonizados y los túneles irremediablemente aislados. Sobre la
naturaleza de esta pestilencia, la mujer no arrojó detalles contundentes, solo
que «se trató de una enfermedad espeluznante que convirtió esta ciudadela en un
infierno». Con la muerte de la última de las criaturas, las cámaras más
profundas fueron inundadas por un fango grisáceo que sepultó para siempre los
secretos y horrores de aquella civilización extinta.
Hubo
detalles que María Jaspe no incluyó en su investigación, y que tampoco
figuraron en el artículo definitivo: los numerosos líquenes luminosos que los
otros exploradores encontraron, cómo ocurrieron las desapariciones tras la
profanación de las cámaras selladas y qué era la criatura que su esposo
Ezequiel condujo a Nueva Bolívar en una caja metálica para ofrecer de
espectáculo. En su tiempo, este documento junto con las muestras rocosas y los
«líquenes» fueron resguardados en la universidad por ordenanza del gobernador.
María Jaspe coincidió en que la caverna debía ser sellada para siempre con una
demolición, antes de ser restituida de su cargo y desaparecer del ojo público…
Los
rumores que rodean la muerte de Ezequiel Jaspe son los más desconcertantes del
caso. Tras su regreso a la capital fue entrevistado en privado por grupos
militares que apoyaban el gobierno Gomecista y, aunque su posición en la
comunidad científica del país ganó cierta relevancia con el descubrimiento
arqueológico, su prestigio y credibilidad se vio perjudicada. Durante meses se
lo vio en reuniones con políticos y militares, hasta que el General José
Antonio Baldó aprobó su solicitud y financió una segunda expedición a las
montañas de la que no se tiene constancia escrita… Solo nos queda imaginar qué
horrores lo arrastraron de vuelta a esa madriguera de tinieblas. Ezequiel Jaspe
reapareció en Nueva Bolívar tras telegrafiar al profesor Guillermo Hernández,
prestigioso biólogo, y solicitar una auditoría junto a los mejores científicos
del país porque había descubierto una nueva especie. El asunto no escaló porque
la prensa mediática fue silenciada en nombre del gobierno. Sabemos que el señor
Jaspe trajo consigo una enorme caja metálica que hacía las veces de jaula de
contención, y de que ningún oficial se atrevió a echar vistazo por temor a los
ruidos procedentes del interior. Entró por la carretera principal de la capital
y se trasladó al Hospital Virgen de Coromoto. Hasta allí tenemos datos
verificados por las autoridades sobre los antecedentes a la noche de terror del
20 de marzo de 1930, en Nueva Bolívar.
La
figura del General José Antonio Baldó, presidente del estado portuguesa y
allegado al Presidente de la República Juan Vicente Gómez, es un misterio aún
para sus sargentos cercanos y servidumbre. Desde que venció a los opositores
del Gomecismo, su nombre sobresalió entre los aliados al dictador, pero su
pasado misterioso y su presencia siempre fueron motivo de desconcierto. Los
testimonios y los diarios—de sus cercanos que no fueron analfabetos—, muestran
evidencia de cuan reales eran estos rumores y por qué sus efectos han llegado
hasta nuestros días.
La
figura de José Antonio Baldó es un enigma tenebroso. El único retrato que se
tiene de él se ha perdido, pues provenía de una familia esclavista turca que
hizo fortuna durante el apogeo de las plantaciones de café. En tiempos de la
Revolución Bolivariana, el Imperio Otomano sufría una espantosa oleada de
histeria que en épocas estacionarias había azotado Estiria, Moravia, Silesia y
la Serbia turca… con frecuentes contagios invernales en Polonia y los páramos
de Rusia; la superstición, llamémosla así, del vampirismo… y que los Baldó
trajeron del antiguo continente como una antigua maldición. La similitud del
General con el antepasado fundador—de cuyo susodicho retrato mencionamos—, era
inefable… y muchos de sus antiguos obreros afirmaron que siempre se trató del
mismo personaje lúgubre tras su desaparición en 1989. En su torreón solariego
se hallaban tapices carcomidos por las polillas y habitaciones repletas de
instrumentos polvorientos usados en la olvidada ciencia de la alquimia.
Los
habitantes de la comarca en su profusa superstición aseguraban que su
gobernante era un «Reviniente», nombre otorgado a los upiros chupasangre que se
levantaban de sus tumbas para alimentarse de la sangre de sus seres queridos.
Sus terratenientes subordinados veían al fantasma de su antepasado encarnado en
un hombre enjuto de porte señorial y rostro gris cuajado de profundas arrugas
cuya presencia hacía temblar; cierto es que los extraños hábitos del hombre
asentaron la leyenda: nunca se lo veía consumir alimento o dormir, poseía
fuerza hercúlea suficiente para torcer el pescuezo de un caballo, desaparecía
en las noches y repudiaba los signos eclesiásticos. Los mitos de la región
portuguesa guardan recelo y antiguas querellas con sus gobernantes, y el nombre
del General Baldó es tabú entre los gentiles más ignorantes. Aún, los raptos de
niños pequeños por perros descomunales y los avistamientos de brujas voladoras
siguen insuflando la fábula y el terror en aquellas tierras atrasadas.
El
General Baldó era un Caudillo leal al gobierno Gomecista que reprimió a otros
militares menores y unificó las provincias en una sola nación. Se creía que era
un hechicero que ofrecía sacrificios de sangre a los Planetas y era capaz de
conjurar la combustión espontánea en sus enemigos. Cuando le preguntaron de
quién era devoto, él anunció que solo creía en los espíritus de esta tierra,
viéndose como devoto de María Lionza; y tenemos constancia de sus frecuentes
peregrinaciones a la Montaña del Sorte en Montenegro. En portuguesa, aún se
siguen atribuyendo la desaparición de doncellas y la muerte de bebés en sus
cunas al General Baldó… pero nuestro relato no intenta indagar en los misterios
del antiguo gobernador que se encerró en su torreón y desapareció de la
sociedad. Puede que los casos de pueblitos aislados cuyos habitantes se han
convertido completamente en revinientes muertos pertenezcan a la mitología de
este personaje. Nunca sabremos quién fue el General Baldó o qué métodos lo
trajeron de regreso al mundo de los vivos… Los pocos que registraron sus
visitas al torreón, respiraron el aire viciado de la muerte y atestiguaron la
abundancia de túneles secretos.
Por
su particularidad de no asistir sin invitación, se demoró su llegada a Nueva
Bolívar. El General Baldó y sus sargentos declararon un toque de queda a
petición del Secretario General y la fuerza armada truncó las calles al
anochecer de aquella vigilia de terror. Los disparos, gritos y contiendas aún
son debatidas; pero la razón principal de su trascendencia en la historia fue
el horror que se encontró en las calles al amanecer: tres cadáveres que
perecieron por las llamas. Uno de ellos era Ezequiel Jaspe, cuyo cadáver quedó
irreconocible y se trasladó a una fosa común… los otros dos fueron médicos
arrastrados fuera del hospital por las autoridades e incinerados en la vía
pública. La jaula metálica se halló descompuesta y vacía: lo que estaba en el
interior rompió los cerrojos y se abrió paso al exterior para perderse en las
lomas que rodean la capital. Los mirones asistieron a la prensa para testificar
el avistamiento de una criatura gigantesca cuya piel «resplandecía en la
oscuridad», pero se prohibió hablar de aquello.
El
General Baldó esperó que la situación se calmara antes de languidecer—como
sufría siempre que se alejaba de su torreón—, regresando a su provincia. Sobre
la muerte de Ezequiel Jaspe y los otros dos médicos… no se tiene constancia,
salvo un manuscrito de autopsia redactado por uno de los asesinados que se
salvó de la depuración a la que fue sometido el hospital. Si damos fe a los
horrores plasmados en tan terrible documento ictérico, podríamos anticipar una
catástrofe endémica… pues el cadáver estudiado pertenecía a Ezequiel Jaspe,
horas antes de su incineración a manos de los oficiales.
El
hombre se presentó en el hospital al regresar a la capital con un pequeño corte
en la mano que se realizó al manipular la jaula de contención. La herida
presentaba una agresiva gangrena provocada por un patógeno desconocido.
Rápidamente su estado se complicó: el deterioro de su cuerpo era renuente a los
innovadores antibióticos y se optó por la amputación. Pero esto no consiguió
aplacar la infección, puesto que el cuerpo del hombre se estaba descomponiendo
a ojos de los médicos con la proliferación cutánea de un hongo bioluminiscente
de coloración verde. Las muestras recolectadas del talofito parásito no se
parecían a ninguna otra espora conocida, creciendo en los órganos vitales de
Ezequiel y cubriendo de pústulas su cuerpo. A las horas de internación, sus
funciones vitales se detuvieron junto con la degradación de su cuerpo. Para
asombro de los doctores el cadáver, tras varios días de análisis… el cadáver no
se descomponía, generando teorías sobre mutaciones virales o fenómenos
sobrenaturales… pero los detalles nunca se revelaron, presto que los
acontecimientos se sucedieron en la ola de censura y destrucción de documentos
y muestras. El cadáver petrificado por las setas fosforescentes fue
desintegrado, y los médicos principales involucrados en la autopsia murieron a
manos de los sargentos…
Esta es la culminación de mi investigación en un intento de descifrar qué encontró Ezequiel Jaspe en sus viajes a las cavernas de la cordillera andina. Los reportes de tumbas profanadas cuyos moradores reaparecen semanas después ante sus familias para chuparles la sangre se han intensificado con los años, así como los avistamientos de extrañas criaturas de piel verdosa que se reproducen en las sierras como una infestación. Temo que nuestro gobierno, ya ha censurado los primeros casos de estos brotes de hongos virulentos. La evidencia se encuentra en los suburbios y temo por la certeza de la raza humana, porque… cuando la mayoría hallamos sido diezmados por los hongos, ¿quién peleará contra ellos?