Un martes de octubre de 2009, Eliana Guzmán desapareció
sin dejar rastro en el vecindario comunal donde su familia se habĂa
residenciado al llegar a una temprana y floreciente Ciudad Zamora. El misterio
detrás de su arrebato, y el de los otros habitantes de aquel conjunto de casas
modernas provocaron un éxodo que dejó el vecindario inhabitado en los márgenes
de la ciudad... siendo frecuentado por satanistas que convertĂan las casas
abandonadas en tugurios de adoración al Mal. Las luces extrañas y las apariciones
siguen sorprendiendo a las autoridades locales, aunado a la muerte del anciano
Solomeo que dejĂł un secreto cabal tras su horripilante muerte...
TĂmida
por naturaleza, la pequeña quinceañera no tenĂa amigos externos a los hijos de
los vecinos de aquel condominio de edificios subyacentes que rodeaban un
cĂrculo de pavimento, del que discurrĂan callejuelas menores. Era una franja
pacĂfica de casas construidas en los tiempos de abundancia que convirtieron la
nación en una eminencia petrolera. Los otros niños que sobrevivieron al terror
en el vecindario contarĂan muchos años despuĂ©s como la tranquila convivencia
fue interrumpida tras el hallazgo del anciano Ezequiel Solomeo en un avanzado
estado de descomposición, cuya reputación de brujo huraño acrecentó el
advenimiento de un horror ajeno a nuestra comprensiĂłn.
Los
padres de Eliana habĂan celebrado nupcias con el avanzado estado de embarazo
que traerĂa a la jovencita al mundo... construyendo su casa en un terreno
comunal cedido por el gobierno local. La colina donde se irguiĂł el vecindario
avistaba las carreteras que atravesaban Ciudad Zamora y el lejano rĂo que
discurrĂa como una franja oscura en el horizonte tachado de suciedad grisácea.
Los vecinos eran gentes agradables ajenos a las querellas, salvo por el viejo
Ezequiel Solomeo, cuya deteriorada casa era un reducto descascarillado e
incoloro. El anciano habĂa batallado un lustro en la frontera colombiana como
veterano de la guerrilla, y aquella casa cuadriculada de ladrillos y ventanas
cubiertas era su refugio senil... CorrĂan rumores de que el fuego de la metralla
lo trastornĂł al punto de repudiar los fuegos artificiales y ruidos sonoros, y
que conocĂa las artimañas relacionadas con la hechicerĂa negra que se practica
en las selvas fronterizas. Solo se lo veĂa salir de casa tras recibir su
pensión, en cuyo momento los niños insuflados por los prodigios de la
curiosidad espiaban sus ventanas y miraban a través de los agujeros en sus
paredes, avistando extrañas repisas colmadas de velas... asà como formas
retorcidas que conmovĂan sus infantiles mentes con terrores quimĂ©ricos.
El
problema recurrente con los fuegos artificiales o el escándalo de los niños era
motivo de queja para el anciano... viéndose murmurar como un gavilán al acecho
cada vez que llegaba navidad. Su flemático semblante era perentorio de
trifulcas vecinales... al punto de llegar a rabietas problemáticas. AdvertĂa
del horror que provocaba el exceso de ruido... temeroso de las sombras
proyectadas por el crepĂşsculo al atardecer.
Se
lo tomaba por brujo debido a su parafernalia religiosa de ostentosos rosarios y
amuletos diversos: Manos de la Hamsa dibujadas en sus ventanas, cruces de palma
en sus puertas y toda una colecciĂłn de sĂmbolos hermĂ©ticos pintados en las
esquinas de su choza. Era un hombre supersticioso de rostro derretido y escaso
cabello grisáceo... cuyos vecinos veĂan hablar con los muertos y persignarse
cada vez que encaraba el amanecer. Muchas veces presenciaron su enterramiento
de fetiches al anochecer, en la inmediatez de su hogar... susurrando oraciones
ininteligibles con un nerviosismo pueril. No recibĂa visitas, ni hablaba con
nadie salvo para regañarlo por el escándalo. Una vez al año, la última semana
de octubre... desaparecĂa hasta terminada la festividad del DĂa de Todos los
Santos. Los chismosos decĂan que Ezequiel subĂa la Montaña del Sorte durante
las peregrinaciones negras al EspĂritu de MarĂa Lionza, sin conocer la verdad
detrás de su fuero supersticioso.
Sabemos
que en sus años mozos se alistó al Ejército Bolivariano y sirvió como guardia
fronterizo en el Amazonas, custodiando alcabalas por donde cruzaban grandes
camiones... resguardando la frontera de invasiones guerrilleras. Su pasado es
difuso y oscuro, hay constancia de sus permisos al interior de los pueblos
interregnos para unirse a las ceremonias ocultistas y anécdotas de camaradas
jubilados sobre los extraños rituales de cruzados y rezados al que se sometĂan
los militares para protegerse de las balas y las maldiciones selváticas. En
esos cuarteles, al ser promovidos a soldados distinguidos era costumbre de un
brujo chamánico del batallón oficiar una ceremonia de rezado en la que eran
apadrinados por un EspĂritu y se les clavaba una insignia bendita en el
pecho. En los cuarteles fronterizos de
las regiones remotas, las promociones de Cabo Segundo y Primero eran promovidos
con un rito mĂstico en el cual le implantaban bastoncillos de hueso en el brazo
y los juramentaban bajo la influencia de los EspĂritus del paĂs. Cada promociĂłn
en la armada venĂa coronada por un ritual mágico segĂşn la tradiciĂłn. La supersticiĂłn
y el panteĂsmo eran la regla en el ejĂ©rcito venezolano... con la veneraciĂłn de
altares consagrados a Orishas en los cuarteles, batallones y divisiones de
infanterĂa. AsĂ como las avionetas y embarcaciones militares eran benditas por
curas y oficializadas por brujos.
En
los archivos de las Fuerzas Armadas Bolivarianas se tiene constancia de un
suceso escalofriante ocurrido en lo profundo de la selva que involucrĂł al Cabo
Segundo Ezequiel Solomeo, delimitando su futuro en el ejército con una baja por
«colapso mental». HacĂa treinta años de aquella expediciĂłn al Amazonas que
terminĂł por cobrarse las vidas de soldados distinguidos bajo su cargo y la
inmolaciĂłn del Cabo Primero. Los indĂgenas adyacentes al cuartel de la zona
temĂan a una regiĂłn desconocida de la selva colombiana en la que helicĂłpteros
de reconocimiento avistaron formaciones piramidales enterradas por la espesa
foresta. Los habitantes de la reserva tenĂan prohibido viajar a aquella
extensiĂłn por un miedo irracional a los dioses transmitido por sus antepasados:
existĂan leyendas de criaturas sin forma y hombres sin cabeza con los estĂłmagos
abiertos. Las pirámides en cuestiĂłn resultarĂan un sorprendente hallazgo
arqueolĂłgico para la naciĂłn, comparable al descubrimiento de las ruinas mayas,
y el ejército decidió enviar un pelotón de soldados terrestres a las estepas
hĂşmedas con tal de abrir camino a los arqueĂłlogos de la Universidad Oriental de
Ciudad Zamora, que más tarde los acompañarĂan en el segundo viaje. La
expediciĂłn fue encabezada por el Cabo Primero JesĂşs MartĂnez... liderando a
veinte hombres en los que estaba incluido el Cabo Solomeo. El equipamiento era
precario, y los diez dĂas pautados... culminaron en un retraso de un mes. Una
división partió en busca del pelotón perdido, encontrándose con una tribu de
soldados enloquecidos y andrajosos intentando regresar al cuartel...
completamente desquiciados. Antes de presentar su informe, el Cabo Primero,
JesĂşs MartĂnez, se disparĂł en la cabeza con su fusil... y los soldados
sobrevivientes se negaron a hablar del horror selvático. Ezequiel confesó que
sà encontraron las pirámides, pero que no era un sitio que uno pudiera
imaginar...
siendo
dado de baja poco después de la crisis nerviosa, dejando un espacio en blanco
en su vida. Algunos dicen que viviĂł en la calle como un vagabundo pordiosero
hasta que el gobierno le asignó una pensión de jubilación y una pequeña casa
por su servicio militar. El horror que el Cabo Solomeo viviĂł en las estepas
temidas por los indĂgenas arraigo en su senil cerebro la supersticiĂłn y el
aislamiento... temeroso de salir a la amparo del anochecer. Los nombres de los
otros soldados involucrados en la expediciĂłn se perdieron de los archivos,
tachados como desertores de la patria... La vivencia de esos hombres alienados
forma un secreto conjunto y horripilante que se hubieran llevado a la tumba de
no ser por lo encontrado en la casa del anciano Solomeo. Su encuentro
misterioso con la fuerza desconocida era un perentorio de lo que desatarĂa un
horror inconcebible muchos años después...
La
soledad de Ezequiel traĂa consigo secuelas paranoicas como una maldiciĂłn
incognoscible. Su médico le recomendó la ingesta de antidepresivos y
ansiolĂticos para reprimir un estrĂ©s posterior a un trauma psicolĂłgico
significativo... Los familiares vivos de Ezequiel lo tomaron por lunático y lo
marginaron. Su estado únicamente mejoró tras muchos años de pastillas y fuertes
dosis de medicaciĂłn que lograron nublar su mente destrozada. Hasta que
finalmente consiguiĂł dopar su sistema con placebos religiosos tras inmiscuirse
en los cultos de la Montaña del Sorte en Montenegro. Un recordatorio de cómo
los efectos sugestivos de la superstición chamánica pueden influenciar en
beneficio del alivio anĂmico. Ezequiel Solomeo era un solitario desgajado de
una sociedad que lo repudiaba: un fracaso de hombre refugiado en las creencias
espiritistas.
Los
años de estricta convivencia vecinal deformaron su vejez en embrutecimiento...
desconociendo cabalmente los fenĂłmenos modernos de la televisiĂłn, electricidad,
el sistema telefĂłnico o los milagros de la medicina. VivĂa acuartelado en una
cuarentena autoimpuesta de soledad y desasosiego... Sus últimos años fueron de
una enajenación que vaticinaba un descenso a los rincones más precipitados de
desconexiĂłn mental.
En
sus Ăşltimos años reaparecieron los sĂntomas de locura: comenzĂł a susurrar al
atardecer y cubrir su casa con toda alegorĂa perniciosa de fetiches mágicos. El
Mal que intentaba repeler—o contener—, se manifestaba en esos estadios
ceremoniales de cánticos atemorizantes que esparcĂan el desconcierto y el sopor
entre los vecinos. El viejo Solomeo era un hombre taciturno y melancĂłlico, pero
durante esas horas macabras parecĂa discutir y batallar contra una legiĂłn en su
claustro: los sonidos, gritos y maldiciones brotaban de las ventanas selladas y
los marcos de las puertas como zumbidos de plagas bĂblicas. Los niños que
jugaban en las calles se paralizaban de terror y los adultos preocupados
cerraban con llave sus puertas... Los animales temĂan con desespero aquella
enajenación psicótica que culminaba con un estallido famélico de palabras
ininteligibles y golpes secos como de huesos chocando. El olor sulfĂşrico que
desprendĂa la casa impregnaba el vecindario con un lamento mefistofĂ©lico...
Esas noches presentĂan que el anciano esperaba en vela al ángel de la Muerte,
susurrando en la penumbra aniquilada por un cĂrculo de luz evocado por un
caudal de velas de cera.
«Eta
eta, seifina Odrareg». Lo imitaban los niños en la acera... temerosos y
envalentonados. Aquellas palabras se grabaron profundamente en sus infantiles
mentes... hasta llegar a convertirse en rugidos sardĂłnicos y guerrilleros.
Aquellas proclamaciones solitarias no parecĂan agravarse, eran difusas
convergencias de alucinación que desencadenaban ataques ansiosos. Un médico
residenciado en el vecindario habĂa dicho que el Señor Solomeo padecĂa
esquizofrenia en cierto grado, muy arraigada en los campos de supersticiĂłn, que
en fechas de expectativa general provocaban ese efecto sugestivo. Las fiestas
santas y los feriados mundanos surtĂan un cĂłctel psicĂłtico en su mente,
desencadenando una reacciĂłn espeluznante...
La
Ăşltima vez que se lo vio vivo presentaba un aura taciturna y conservadora, de
mirada pacĂfica más que ceñuda y una depreciaciĂłn en su rostro tan visible como
un espanto. La muerte se cernĂa sobre Ezequiel, y un ambiente pesado se respirĂł
esa extraña semana, pues se avecinaba la VĂspera del Walpurgis; una festividad
asociada a las brujas. El estruendo comenzĂł con una vociferaciĂłn de barĂtono
que durĂł hasta el anochecer, los vecinos más cercanos creĂan escuchar otras
voces mezcladas con la garganta afligida del anciano... y uno de ellos avistĂł
una masa blanca e iridiscentes de burbujas que descendiĂł del cielo y se metiĂł
bajo la rendija del portal. Una exclamaciĂłn inenarrable sucediĂł a la salmodia
infrahumana... que sorprendió tanto a los niños más sensibles que comenzaron a
llorar. Los perros ladraron desesperados, y los gatos se habĂan escondido bajo
las camas... todo parecĂa desembocar a una culminaciĂłn horripilante. Los
objetos en el interior de las viviendas circundantes volaron de los estantes y
las mesas. Los rezos a la Virgen y los Padrenuestro acompañaron las palabras
extrañas desatadas en la casa del lunático... Aquel clamor se prolongó entrada
la noche hasta que rompió a llover una tormenta vesánica que escondió en su
torrente la manifestaciĂłn de un horror. Nadie quiso hablar del estruendo que
rompió la calma de la tormenta a la medianoche, ni del pequeño sismo que
sacudiĂł las ventanas o de la sombra que brotĂł debajo de la puerta de la casa
del anciano. Aquello era tabĂş. El grito final de un hombre loco es un sonido
aberrante que causa desconcierto.
El
cadáver de Ezequiel Solomeo no apestó hasta una semana después, cuando un hedor
dulzĂłn inundĂł el vecindario causando malestar. El policĂa Enrique GĂłmez tuvo
que forzar la puerta de su rudimentario tugurio, acompañado de la comunidad que
se precipitaba en desbandada a escudriñar los oropeles que el anciano habĂa
ocultado por dos décadas. Su austera cabaña era un reducto miserable y oscuro,
poco menos que una habitaciĂłn con una colcha desvencijada y una cocina
elĂ©ctrica que despedĂa un humo insĂpido. Las condiciones de vida en que
Ezequiel Solomeo sobreviviĂł, conmoviĂł el corazĂłn de sus vecinos... Su alacena
consistĂa en mendrugos de harina, escasas legumbres y deprimentes enseres. Su
agua provenĂa de la tuberĂa principal en cuentagotas que debĂa acumular antes
de ingerir. La falta de ventilaciĂłn en su claustro sofocĂł a los curiosos y
conmoviĂł a los vecinos que habĂan visto a aquel hombre desnutrido y enloquecido
emerger a la realidad tras rumiar en la más deplorable miseria. Las velas de
sebo eran su principal fuente de luz, y los fetiches de huesos cubrĂan
completamente la superficie de las mesitas podridas. TenĂa curiosos libros
confeccionados por su propia mano que narran, en caligrafĂa temblorosa y con
abundantes errores ortográficos, las vivencias de su juventud como militante y
el advenimiento de un horror inimaginable tras su muerte.
Los
fetiches de huesos tallados eran una colecciĂłn horripilante de diminutas
representaciones de animales y dioses indĂgenas. Se hallaron atrapasueños
cubiertos de telarañas y sendos casquetes de bala con un polvillo azulado que
asociaron con lapislázuli molido. Las paredes del interior presentaban un
avanzado deterioro: cubiertas por horrendos grabados de figuras antropomorfas y
dibujos geomĂ©tricos que recordaban los «Sigilos» de los brujos. Cada secciĂłn de
las paredes era tapizada por el nombre de un dios, una oraciĂłn o un sĂmbolo
capaz de contener poder. «Thor, YahvĂ©h... AmĂłn». Pentagramas y letras de
idiomas cosmopolitas. Runas, fĂłrmulas mágicas, serpientes, jeroglĂficos y
cĂłdices indĂgenas. Su espĂritu habĂa perecido en agonĂa, con una mueca
imborrable de supremo horror que deformĂł su boca en un rictus amargo y sus
manos en garras entumecidas. Lo que más despertĂł fascinaciĂłn—y sigue
alimentando el mito—, fue el pentagrama dibujado en el suelo de la Ăşnica
habitaciĂłn, donde viviĂł sus momentos finales tras una violenta caĂda,
triturando los huesos agujereados de su cadera y provocando un paro cardĂaco.
Los velones se consumieron regando cera en charcos sanguĂneos, y los grabados
en las paredes concibieron teorĂas indescriptibles de satanismo y brujerĂa.
Su
muerte trajo revelaciones trascendentales del otro mundo, con el descubrimiento
de un testamento con las narraciones del horror que sufriĂł la expediciĂłn
militar a las mesetas selváticas temidas por los indĂgenas. El folio llenaba
más de doscientas páginas de textos sueltos, descripciones redundantes,
leyendas indĂgenas sobre la Tierra de los Muertos, informes detallados de la
cantidad de suministros y avances en cartografĂa. DebiĂł pasar incontables horas
recopilando informaciĂłn de las regiĂłn amazĂłnica y organizando metĂłdicamente sus
memorias dispersas. Se trataba después de todo, de un hombre chiflado, que
solĂa escribir pasajes para recorrer las cicatrices del horror grabadas en su
cabeza.
La
expediciĂłn encabezada por el Cabo Primero JesĂşs MartĂnez partiĂł del Cuartel
fronterizo con una veintena de soldados en la que figuraban distinguidos y el
superior Cabo Segundo Ezequiel Solomeo. Partieron con buen rumbo siguiendo las
indicaciones del Cacique Miguel y las advertencias de los Yanomamis sobre
aquella cadena montañosa, destino de la expedición, que albergaba
construcciones hechas por los demonios de la Tierra de los Muertos. Las
leyendas eran como el queroseno de leña que alimentaba las noches sin luz
eléctrica... Cientos de ellas eran deformadas en el cuartel por los militares
que recorrĂan las delimitaciones terrestres y convivĂan con los indĂgenas. El
Cabo MartĂnez no se preocupaba por las atrocidades que los hombres sin cabeza
cometieron con los indios o... las horribles presencias demonĂacas que
custodiaban la franja de espesa pelambre boscosa en la que se encontraban las
pirámides que custodiaban una puerta intraterrana. Los arqueólogos
universitarios teorizaban la existencia de una civilizaciĂłn avanzada en el
Amazonas que fue barrida por las epidemias traĂdas por los españoles mucho
antes del auge de la civilizaciĂłn moderna, y aquella serĂa la prueba
contundente.
Las
diferentes interpretaciones de lo sucedido solo podĂan delatar el miedo vivido
por los soldados durante su descenso a las regiones plutĂłnicas en aquel follaje
indĂłmito jamás hollado por seres humanos... Diez dĂas transcurrieron,
batallando con la espesura que amenazaba con cerrarse a su espalda y
asfixiarlos en una tumba vegetal. Las serpientes, tarántulas y alacranes
pululaban en las estepas con la agresividad perentoria de una natura
enardecida, rabiando con expulsarlos de sus verdes dominios. En aquellas
regiones olvidadas las leyendas de los perezosos, armadillos y anacondas
gigantes no parecĂan fábulas insufladas. TemĂan el ulular misterioso de la
brisa al azotar la espesa enramada de la que colgaban enredaderas... Los
zarzales espinosos los mordĂan con espuelas carnĂvoras, y los bananos ofrecĂan
plátanos envenenados de semillas vigorosas. La ponzoña, la enfermedad y la
soledad los consumĂan... pero como buenos soldados obedecĂan convertidos en
autĂłmatas infrahumanos.
Desde
una altiplanicie abrupta avistaron las formas irregulares del valle hirsuto:
picachos de vergel y colinas cortadas limpiamente en pasarelas frondosas. El
descubrimiento de aquellas construcciones ciclĂłpeas acrecentĂł la incomodidad de
los soldados. La estructura cĂłnica de las bĂłvedas era comparable a la
arquitectura del renacimiento, y los bajorrelieves erosionados narraban
epopeyas en un lenguaje indescriptible que recorrĂa las cámaras pĂ©treas de su
interior. Las ruinas de aquella civilizaciĂłn desconocida permanecĂan inmutables
en la meseta selvática... rumiantes durante miles de años de desolación. Las
rampas salientes de las pirámides conducĂan a guaridas subterráneas y tĂşneles
inundados de aguas hediondas... despertando malestar entre los presentes. Aquel
extraño conjunto de edificaciones debió construirse con fines ajenos al
asentamiento, porque su habitabilidad era nula, empujando al batallĂłn a acampar
sobre una pasarela basáltica despejada de impurezas vegetales por los machetes
romos. El sol se fundiĂł en el horizonte con un beso moribundo que regaba fulgor
aurĂfero sobre las superficies rocosas de las inmensas edificaciones.
Fue
entonces cuando el horror se desencadenĂł de las tumbas milenarias para ascender
por los escalones vetustos del interior de la necrĂłpolis. Una oscuridad
perpetua cayó como un telón sobre la expedición y ni el fuego más bravo
consiguiĂł despejar las inquietudes de los hombres. Las horas pasaban lentamente
en la perturbable agonĂa de su vigilia... incapaces de descansar. Silencio,
incluso los mosquitos habĂan desaparecido aquella noche sin luna. La Tierra de
los Muertos... habĂan dicho los indĂgenas sin disimulo, y aquel asfixiante
panorama se precipitĂł sobre sus precarias vidas como una maldiciĂłn. El Cabo
MartĂnez mantenĂa su fusil en el regazo, tallado como una gárgola sobre la
roca.... escuchando el chapoteo del agua estancada que provenĂa, enervante, del
interior de los tĂşneles. El joven Solomeo debiĂł imaginar mil horrores
indescriptibles brotando de las fosas abisales de aquel cementerio... cerrando
los ojos a deshoras y parpadeando con el corazĂłn desbocado cuando un movimiento
repentino o un alboroto subterráneo quebrantaba su desconexión.
Estaba
dormido cuando la forma blancuzca se precipitĂł al cĂrculo luminoso del fuego
con un grito inhumano parecido a un quejido... Ezequiel Solomeo con manos
temblorosas escribiĂł y reescribiĂł el aspecto siniestro de aquella monstruosidad
bĂpeda: sin cabeza, de brazos y piernas largas... y con la barriga abierta
mostrando una deforme hendidura de incisivos purulentos, esparciendo el hedor
putrefacto del agua infecta... al lanzarse con bestialidad sobre un soldado y
engullir su cabeza con su vientre abierto. Nunca olvidarĂa el crujido del
cráneo al romperse y el chasquido húmedo del cerebro al convertirse en pulpa
sanguĂnea cuando el morro purulento destrozĂł el hombre. El Cabo MartĂnez liberĂł
una ráfaga de disparos que iluminó la noche con fogonazos ensordecedores...
Solomeo avistĂł incontables formas descabezadas surgir de las grutas
subterráneas, y sus relatos se confunden con ignominiosas descripciones de
sombras reptantes que emergĂan de las fosas y las grietas como emanaciones
negras del abismo.
Los
soldados sobrevivientes al infinito horror de aquella pesadilla dejaron atrás
una esencia mucho más significativa que su cordura... cuando el equipo de
rescate consiguiĂł recuperar los elementos sobrevivientes, arrastraron a nuestro
mundo un Mal imperecedero que seguirĂa eternamente a los desgraciados. El Cabo
JesĂşs MartĂnez se liberĂł prematuramente del martirio, y no tengo razones para
negar que el resto del batallĂłn terminĂł por seguir sus pasos cuando el tormento
se volviĂł insoportable.
Ezequiel
Solomeo se sintiĂł perseguido. La locura habĂa separado la razĂłn de la realidad
con una estridente paranoia... abandonando su mente a las pesadillas y las elucubraciones
más descabelladas. Fue dado de baja del ejército y repudiado por sus congéneres
civiles ante la demencia paranoica que lo hacĂa saltar de los sitios oscuros,
desconfiar de sus cercanos y guarecerse hasta el amanecer en un estado
atemorizado e indescriptible que terminĂł por causar temor. Ezequiel Solomeo
veĂa y hablaba con criaturas inexistentes que lo perseguĂan en las tinieblas.
Se habĂa convertido en uno de los «Elegidos» de un dios loco disgustado en su
letargo prehistĂłrico con los seres repulsivos que pululaban en la superficie
terrestre, formando colonias inefables.
Su
estado psicĂłtico intentĂł ser suavizado con medicamentos, pero el bolsillo vacĂo
y el abandono fraterno convirtiĂł lentamente al alienado en un paria. No supo
cuándo se halló en la indigencia, pidiendo en los semáforos para calmar su
estĂłmago y gritando durante las noches tormentosas en que era perseguido por
engendros pesadillescos limitados por los vectores de su mente.
Fue
en esa miseria que encontrĂł el consuelo psicotrĂłpico de la brujerĂa; para Ă©l,
sus demonios reales requerĂan de mĂ©todos «veraces» para ahuyentar su presencia.
El contacto con brujos lo relegĂł a las artes empĂricas de los hechiceros de la
Montaña del Sorte, famosos por convertirse en Materia de espĂritus durante los
Rituales de Descenso y por sus limpias energĂ©ticas en los altares panteĂstas.
Aquel individuo trastornado regresaba lentamente a la sociedad mientras sus
conocimientos mágicos iban en aumento... rodeando su cuerpo con amuletos de
hueso y estudiando las ciencias negras que encadenaban su alma como narcĂłticos.
Durante años estuvo preparándose para un Acto de Liberación: las fórmulas
mágicas y los preparativos para una gran ceremonia fueron plasmadas en sus
papeles con anticipación al Walpurgis que terminó con la vida del decrépito
anciano. Los manuscritos fueron requisados por la policĂa y la casa se sellĂł
para evitar exploraciones indebidas... mientras que el horror que sobrevino
despuĂ©s marcarĂa eternamente al vecindario.
El
viejo Solomeo era temido por los niños con su satĂrica forma infantil de
desdibujar el mundo. Desde su muerte, las antiguas burlas transmutaron en un
digno respeto, quizás influenciado por la miseria del difunto... Los
acontecimientos que transcurrieron los meses posteriores al infortunio son un
recordatorio de los misterios del mundo. Al atardecer, sobre las sombras
magenta del claroscuro matizado por los colores del crepĂşsculo, se proyectaban
extrañas impresiones que hicieron de aquella hora un tabú para los juegos y las
reuniones. El vecindario se habĂa permeado de todo evento inexplicable al punto
de que sus habitantes estaban familiarizados con la actividad inexplicable: los
platos saltaban de sus lugares, los animales enloquecĂan al anochecer y los
avistamientos de visitantes nocturnos se hicieron frecuentes. Aquella
incomodidad se habĂa enterrado profundamente en las mentes de los vecinos...
como una presencia maligna que impera en un sendero invisible a nuestras
convenciones.
Eliana
Guzmán era propensa a las parálisis vespertinas, hallándose completamente
inmĂłvil sobre la cama tras despertar de una pesadilla febril. Los minutos de
rigidez eran realmente espeluznantes, pues el cerebro evocaba imágenes y
sonidos perturbadores que se confundĂan con cacofonĂas espeluznantes. Aquella
mañana, la joven señorita se habĂa despertado repentinamente en un cuerpo que
no le pertenecĂa, incapaz de soportar su propio peso. Un ruido llamĂł su
atención, y los ojos despiertos buscaron la fuente de aquel arañazo seco...
encontrando una muesca perpendicular que rasgaba el concreto de la pared
contigua a su cama. Intentó gritar y arrebatar sus miembros flácidos,
prisionera de su cascarĂłn de carne. El sonido era repetitivo y desesperado,
comparable al arañar de la puerta de un perro que intenta desesperadamente
entrar al hogar para guarecerse de las explosiones artificiales. MirĂł aquel
punto negro que sobresalĂa como una tumoraciĂłn, rasgando y escarbando el
concreto... Un rostro indescriptible asomó de aquella membrana plasmática y una
mueca purulenta terminĂł por provocar un depravado alarido que despertĂł a sus
padres.
Eliana
fue encontrada sollozando en su cuarto, demasiado asustada para explicar lo que
sus ojos habĂan visto en la confusiĂłn mental de la parálisis. Su madre
descubriĂł la grieta larga y desigual que surgĂa de la pared como un perentorio
del horror al que estaban condenados y que intentĂł con desesperaciĂłn brotar de
la pared. Cuando la marea de terror parecĂa calmarse, una proclamaciĂłn de
pánico despertĂł al vecindario: un hombre solitario que vivĂa en un anexo a la
casa de los Guzmán emergió sobresaltado y gritando de su recinto. El hombre se
despertĂł a medianoche para contemplar una sombra negra brotando como lĂquido
bituminoso debajo de su cama... La forma de oscuridad absoluta se arrastrĂł por
el suelo y se levantó como una masa etérea. El estado en que quedó el hombre se
contagiĂł entre los adultos como una emanaciĂłn del Mal. No tardaron en revisar
el tugurio de Ezequiel Solomeo, y desenterrar los extraños secretos que plantó
en su jardĂn estĂ©ril. Tras unas horas de excavaciĂłn, encontraron sembrada una
zarpa de hueso envuelta en tela naranja, saquitos repletos con semillas secas
de distintas plantas y figuras de barro desgastadas similares a las imágenes
Yoruba del panteĂłn bendito y una estatuilla de MarĂa Lionza sobre un chigĂĽiro.
Concluyeron que Ezequiel Solomeo fue un satanista y que todas sus
manifestaciones serĂan absueltas con la intervenciĂłn de un sacerdote.
La
primera impresiĂłn del Padre Antonio fue la de una InfestaciĂłn DemonĂaca,
proclamando un «Dimicatio» clerical donde participĂł la mayorĂa creyente del
vecindario. Durante la ceremonia se tomaron de las manos, oraron, encendieron
velas y expulsaron el Mal con rezos catĂłlicos. El portal referido por el
sacerdote se cerrĂł con la culminaciĂłn del discurso, y el vecindario fue
bendecido con una aparente calma. Las familias volvieron a retomar sus vidas
con prudencia durante semanas enteras de inactividad... hasta que la
desapariciĂłn de un perro provocĂł el desconcierto y la incertidumbre. El animal
parecĂa haberse esfumado tras una noche de inquietud que mantuvo al resto de
canes sollozando. La conjuraciĂłn del anciano Solomeo no podĂa cerrarse por
canales ortodoxos de religiĂłn universal. Los adultos de aquella Ă©poca creĂan en
las teorĂas más disparatadas acerca de un horror innominable invocado por aquel
brujo... sin tener la más remota certeza de que el pusilánime y decrépito
anciano habĂa intentado proteger a los niños del Mal que lo arrastrĂł a una
muerte lamentable.
La
madre de Eliana estaba encinta, esperando a un retoño que crecĂa en su vientre
con la misericordia de los ángeles. Quizás el avistamiento del horror concebido
en el espejo de la cocina logrĂł colmar todas sus dudas... HabĂa decidido
mudarse del vecindario, quizás fue la depresión del embarazo tras diez años de
intentos frustrados, más estaba dispuesta a huir del Mal que aterrorizaba el
vecindario. Pero, aquella madre no estaba preparada para la desapariciĂłn de su
Ăşnica hija tras una violenta noche de tormenta en la que sus gritos fueron
escondidos por el fragor de la lluvia y los relámpagos. Los Ăşltimos dĂas en que
Eliana Guzmán fue vista se la vio preocupada, ansiosa y perdida. Amaneció, y no
fue encontrada en casa... Las ventanas tenĂan protectores metálicos y la puerta
era inaccesible para ella sin la llave que su madre guardaba al anochecer en su
habitaciĂłn cerrada con seguro. Lo Ăşnico plausible era la grieta que se extendĂa
en la pared contigua a su cama, y que tras la mudanza y el abandono no tardĂł en
desmoronar la pared. La mancha negra de aquel horror trastornĂł en gran manera a
la embarazada que estuvo a punto de perder al bebĂ©, y que no volviĂł a sonreĂr
por el resto de sus dĂas...
La
desaparición de Eliana Guzmán provocó el éxodo masivo de los moradores de aquel
vecindario alguna vez habitado. Las casas se fueron deteriorando con el
abandono, y transcurridos los años, se han convertido en madrigueras de
alimañas humanas que celebran orgĂas de sangre y conmemoran la reminiscencia de
un horror inconmensurable que ni siquiera la hechicerĂa del loco Ezequiel
Solomeo y los esfuerzos del clero pudieron contener, y que arrastró a una niña
hasta el infierno infinito escondido entre las paredes de la Tierra de los
Muertos.
Las Brujas de Ciudad Zamora
«Gerardo Steinfeld, 2025»
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