El Extraño Manuscrito de Ariel Betancourt

«El Extraño Manuscrito de Ariel Betancourt»

La muerte de Ariel Betancourt en el Hospital Psiquiátrico de Ciudad Zamora es uno de los enigmas sin resolver más desconcertantes de nuestra historia, así como las desapariciones de esas fechas que fueron irremediablemente aisladas del asunto. Como médico del Hospital Rómulo Marcano me es imposible no sentir aflicción por uno de nuestros pacientes cuyo estado de alienación parecía mejorar con el tratamiento... La tragedia de la situación y las circunstancias que lo empujaron a tal conclusión son un recordatorio de los misterios insondables del alma humana. Quiero dejar constancia que Ariel Betancourt, antes de inmiscuirse en los misterios de la sierra, era un puritano pragmático... y que el horror póstumo que plasma en sus manuscritos exacerba revelaciones desconcertantes sobre una capitulación innominable ocurrida la Víspera del Viernes Santo tras una sucesión de inexplicables acontecimientos, que lo condujo al estado más absurdo de alienación con un inusual envejecimiento prematuro, que... tras una enconada sucesión de recaídas, tomó la decisión de terminar su sufrimiento.

El hombre en cuestión había ejercido una profesión filial que auxiliaba al municipio en cuestiones contables, asentado en uno de los barrios marginales aunado a la carretera que recortaba las sierras de espesa foresta. Se lo veía ir y venir por la carretera hasta su rancho pacífico rodeado de espesos matorrales en una comarca campesina. Ariel era un hombre solitario envuelto en la monotonía del trabajo rutinario, tomaba el transporte público todas las mañanas y regresaba al mediodía para cavilar entre los manojos de hiedra de su huerta peculiar de helechos y rumiar en el sopor de su casona. La máscara de desasosiego esculpida en su fisionomía lo convertía en un ser aislado y taciturno incapaz de intimar con sus semejantes. Provenía de la ciudad costera de Puerto Bello con la premisa de alcanzar el puesto de funcionario público que le permitiera estirar el dinero mensual sin desaprovechar los momentos de ocio a los que se arrojaba sin contemplaciones ajenas. El treintañero huraño poseía un pasatiempo que rayaba en lo obsceno: obsesionado con las criaturas híbridas, poseía gran cantidad de injertos cuya variedad en especies era quimérica. Los libros confiscados de sus estanterías exhibían tomos alquímicos aderezados por extraños manuales de arcanos oscuros referentes a artes sacrílegas. Su fascinación por lo ignoto era un contagio al que los jóvenes universitarios se veían arrastrados tras la disgregación de seminarios esotéricos y la difamación de manuscritos cabalísticos. Aquella euforia mística se contagiaba entre los jóvenes tan sutil y premonitoria como las enfermedades venéreas en fiestas nocturnas.

Antes de desaparecer entera, la colección zoológica de Ariel Betancourt era un hervidero de endriagos momificados y contravenciones naturales en frascos de alcohol. Él mismo llegó a explicarme en sus episodios de lucidez que el concepto de naturaleza era un bodrio ideado por estudiosos pusilánimes encargados de armar esquemas inexactos... sin tomar en cuenta las miles de ramas evolutivas pérdidas y los híbridos que se reproducían en las estepas inexploradas de las selvas indómita. Quería demostrar que las ciencias biológicas eran quimeras opresoras que reducían las creaciones divinas a organismos sin sentido...

El estado desordenado de su conciencia producido por el aislamiento autoimpuesto desembocó en la confección de opúsculos científicos relativos a las artes negras de la nigromancia y la taumaturgia empírica. El antes solitario investigador del mundo críptico comenzó a frecuentar círculos herméticos fundados por grupos fanáticos: durante mediodía era un miembro funcional de la sociedad que realizaba declaraciones de impuestos y redactaba ordenanzas de presupuestos, y... pasado el meridiano, se dedicaba a la peregrinación negra con la auscultación de libros sombríos escritos por autores difamados como el desquiciado Eliphas Levi del Culto del Dios de la Carne, o las enseñanzas desgajadas de médicos chinos que profundizaron en la nigromancia. Ariel era capaz de relatar con fascinación los controvertidos axiomas cabales para la profanación de cuerpos y determinar las facetas lunares para la exhumación y la trepanación de espíritus...

Los principios de su alineación se mostraron con la perdida de claridad en su temple silencioso, la profundidad en sus ojeras y el rigor con que fruncía los labios mustios durante sus largas jornadas de concentración frente al computador. Sus compañeros de oficina lo habían sorprendido durmiendo sobre el escritorio... o, rememorando en murmullos distintos pasajes místicos y recetarios ignominiosos. Contaba los crepúsculos y las lunas del mes, esperando ansioso el comienzo de ciclos estelares propicios y la aparición de cuerpos celestes que el concebía como Planetas Elementales...

En algunas vísperas se había ausentado del trabajo y llegado con retraso. El impecable funcionario se sentía distraído y remoto, mirando fijamente algún punto en el firmamento más allá del techo del despacho. Durante las Fiestas de las Candelarias se vio ansioso, y los vecinos que lindaban su rancho habían escuchado ruidos extraños parecidos a gritos provenientes de la casona de fachada maciza. Había mencionado a su jefe que se uniría a una procesión en las montañas para celebrar un rito religioso y tras las vacaciones de Carnaval notaron que su aspecto estaba descuidado y de su cuerpo manaba un hedor indescriptible a humo salitre y pelo quemado. El Miércoles de Cenizas se ausentó por primera vez y no regresó más al trabajo. En esas semanas, los vecinos del barrio avistaron a un Ariel Betancourt andrajoso que deambulaba por las sierras como un ánima en pena... regresando a su rancho al amanecer y perdiéndose cuando el sol enfilaba a su sepelio entre las montañas frondosas. Se lo escuchaba rondar a la medianoche como una aparición lunar, pregonando conjuraciones desconocidas y llamando figuras misteriosas que provocaban consternación entre los pobladores. Los perros ladraban a ciegas en la negrura infinita de aquellas noches inciertas de terror. Se habían encontrado gallineros deshuesados y animales heridos... pero, fue la desaparición de una jovencita lo que despertó las alarmas de las autoridades asegurando que un animal peligroso rondaba el barrio. Aquel martirio incognoscible continuó hasta principios de Semana Santa, donde una aparente calma se hacinó sobre la comarca mientras las calles pedregosas eran obituario de silencios piadosos y los ríos eran visitados por los citadinos risueños. La Víspera del Viernes Santo se avistaron fuegos en las sierras cercanas al rancho de Ariel Betancourt... y la aparición de columnas fantasmales de brujos en lo que parecía conformar una procesión nocturna. No había nubes de tormenta, pero un inexplicable relámpago batió las ventanas del barrio con un fulgor nítido. Hacía las tres de la mañana, la maligna Hora del Diablo, un clamor despertó al vecindario con la proclamación de un horror sin precedentes: el hombre había enloquecido y se precipitaba calle abajo esparciendo una ola de gritos desgarradores.

Ariel Betancourt fue encontrado delirando en una plaza de secuoyas con la ropa ensangrentada y repitiendo palabras sin sentido en una especie de «idioma horripilante». Su internación en el psiquiatra fue obligatoria luego de revisar el alterado estado en que se encontraba... Los sedantes consiguieron calmar su alineación y las cuatro semanas que permaneció bajo supervisión fueron caóticas: pesadillas recurrentes que se negó a revelar, neurosis y aislamiento. Evitaba la oscuridad y se mostró airado con el personal augurando que lo estaban persiguiendo... Su comportamiento violento se resignó tras dos semanas de aislamiento, comenzando a narrar sus alucinaciones y recuerdos reprimidos sobre el horror que sobrevino la madrugada del Viernes Santo. Las lagunas mentales eran plausibles y presentía que no terminaba de contarme una verdad absoluta. La sangre encontrada en su ropa no era suya. Aquella enajenación vino acompañada de recaídas depresivas y episodios de silencio mortuorio hasta que, cumpliendo un mes internado en el psiquiatra y sufriendo un accidente cardíaco tras un ataque vespertino... se atrevió a deglutir una modesta cantidad de cloro que derritió los tejidos de su esófago y los vasos capilares de los pulmones provocando una muerte espantosa y dolorosa muerte. Ariel Betancourt dejó tras su suicidio un extraño manuscrito póstumo que, junto con la recopilación de las alucinaciones documentadas y las fábulas desconcertantes que relató... conforman un entramado tenebroso cuya causa es imposible de desmentir como provocación de una enfermedad mental hereditaria o un trastorno de inestabilidad. Me he encargado de transcribir todo el documento con la mayor fidelidad posible a la memoria del difunto... La composición evoca un sentimiento extraño que nos hace preguntarnos sobre la existencia incierta de convenciones cósmicas y las reminiscencias de un horror plasmado en las profundidades de la conciencia.

Según su testimonio, durante sus años académicos discrepó enormemente con las convenciones naturales influenciado por un grupo de vertiente pseudo científica que estudiaba los conocimientos agonizantes de la astrología y la alquimia... integrándose a un séquito de fanáticos adoradores de dioses alienígenas que especulaban sobre exegesis metafísicas y la prevalencia de antiguas criaturas mitológicas en un plano distante de nuestra concepción tridimensional. Se distanció un lustro de la secta hasta completar sus estudios universitarios y recibir una vacante en el municipio oriental de Ciudad Zamora... acumulando en los años venideros manuscritos relativos a las ciencias negras, experimentando con la hechicería cabalística y la proyección de arcanos simbólicos en pentagramas de minerales bajo la influencia de metales planetarios. Ariel era un pragmático analista que desgajaba las leyes universales en minuciosos tratados sobre la ambivalencia de la vida, haciendo énfasis en los procesos de metamorfosis química y sustitución psíquica. Los primeros síntomas de su vesánica alienación se presentaron en creencias absurdas como la sugestión sobre el intercambio de mentes y la posibilidad de integrar diversos animales en un pentagrama formulado adecuadamente... para la creación de un ser quimérico con los dones evolutivos de las especies sacrificadas. Llegó a jurar durante las entrevistas médicas, que en su despacho se hallaban los restos momificados de estos híbridos nacidos de la conjuración metafísica bajo condiciones estelares propicias con la intersección de una «fuerza exterior». Había confeccionado un extenso opúsculo científico con las fórmulas, medidas y circunstancias adecuadas para la preparación de estos rituales... y compartió indebidamente su conocimiento con una ramificación de un culto extraño que adoraba a una deidad abominable y etérea conocida como «Odrareg». Esta secta conformada por personas corrientes que ejercían sus libertades individuales a plena luz solar, se congregaban en aquelarres nocturnos cada cierto tiempo en un escondrijo remoto de la sierra... para adorar con cánticos y sacrificios al dios innominable, habitante de una región desconocida del firmamento. Los relatos de diablos arracimados en las altiplanicies montañosas no eran del todo falsas... y el estudioso Ariel halló refugio en aquella secta para sus ideas desconcertantes sobre el destino incierto de la humanidad, las metodologías arcanas sobre la evocación de entidades infrahumanas y la metempsicosis como mecanismo de purificación espiritual.

Durante meses realizó empíricamente los ceremoniales y estudió las interpretaciones de las Tablillas Invisibles, confeccionadas por las manos de posesos durante el Primer Ritual de Descenso que convocó a Odrareg a nuestro plano material. La entidad era descrita como un pólipo cartilaginoso de membrana fétida habitante de un espacio liminal donde no existían restricciones espaciales... en una ablución de la alevosía pecaminosa que intercedía en la voluntad humana como un reflejo de su misma naturaleza. Se presentaba en los sueños de sus «Elegidos», manifestándose bajo mil formas temibles... e insuflando pensamientos y dones místicos como armas de doble filo. Sus adoradores lo consideraban una fuerza caótica en el tejido de la realidad... con la que se servían para alterar conceptos preestablecidos y alcanzar premisas que otros dioses ciegos e impotentes eran incapaces de proveer a sus adeptos.

Ariel Betancourt se había fundido en la Secta de Odrareg como el engranaje necesario que hacía funcionar una máquina colosal... enseñando los Grandes Misterios y aprendiendo de las Fuerzas Exteriores que dominaban esferas lejanas a la comprensión puritana. Pero el horror se avecinaba en su territorio como una pústula que extendía su gangrena infecciosa de forma irremediable... Sus experimentos alquímicos de metamorfosis híbrida progresaban con la supervivencia de criaturas inenarrables, pues en un principio las estructuras orgánicas fusionadas sufrían un rápido efecto deletéreo que arrastraba los organismos a una muerte prematura; los estudios biológicos para la transmutación de criaturas híbridas fueron reformulados y los compuestos añadidos fueron medidos en incontables hipótesis hasta dar con las proporciones correctas de azufre, carbón, calcio y hierro imprescindibles para la unión de seres.

Durante la Víspera de la Candelaria, los ocultistas se prepararon para llevar a cabo el experimento más ingenioso de la mano de Ariel: trazando un eneagrama durante el plenilunio ante la presencia de fórmulas panteístas como evocación de rituales ancestrales. En el centro de la estrella de nueve puntas se juntaron tres corderos atados con hebras de cabello humano, servidas como ofrendas se hallaban cuencos rellenos de sangre, sal, azufre y carbón molido. Esperaron que el fulgor lunar bañara la foresta de altos cipreses y comenzaron el rito. Ariel transcribió la fórmula en su manuscrito póstumo junto con el símbolo de un triángulo relleno con tres llamas...

«Odrareg nevasor toson, elpmuc sartse unsedad niuqzem».

La brisa se detuvo en lo alto de aquella loma septentrional, y una niebla rojiza descendió—aunque el mismo Ariel fue incapaz de verla—, mientras la temperatura bajaba... Los chillidos de los animales se volvieron insoportables mientras el contenido de los cuencos se consumía en jirones vaporosos y el círculo dibujado desprendía incandescencia mortecina con el ulular de un viento feérico. Ariel pujó un esfuerzo hercúleo para no cerrar los ojos ante la impresión de los animales convirtiéndose en masas cárnicas en un amasijo indescriptible de huesos, vísceras y pulpa sanguínea... hasta adquirir la silueta escultural de un antropomorfo tricéfalo y reculo cubierto por una pelambre espesa y fétida; cuya locomoción bípeda se veía obstaculizada por sendas pezuñas deformes y varias patas que sobresalían del lomo, retorciéndose con vida propia como gusanos. Las cabezas escudriñaban el mundo con un suspiro de inteligencia macabro...

Aquella figura mefistofélica se irguió como un endriago del Averno, y su impresión horripilante en Ariel consiguió trastornar todas sus ideas preconcebidas de seres perfectos y cuerpos inmortales. La Secta de Odrareg se sintió inmensamente fascinada por el cuerpo voluminoso de caracteres humanoides... mientras que el creador repudió su Opus Magnus como una encarnación lujuriosa de las contravenciones naturales. Ariel repudió los ideales de la secta y rabioso como un demonio iracundo, recogió un puñado de azufre y lo arrojó a la quimera horripilante en un arrebato colérico...

—¡Marte! —Bañó a la criatura velluda de patas protuberantes con el polvo amarillento—. ¡Conmina al Gran Devorador!

El azufre chisporroteo con una exhalación de ascuas estallando en una conflagración ígnea con un torbellino amarillo y naranja... El endriago se retorció con un grito cuasi humano que describió como un llamado de ultratumba, consumiendo el vello hirsuto, la carne y el hueso en un estrépito voraz que esparció el hedor insoportable del pelo chamuscado. Ardió hasta que solo quedaron cenizas ardientes en un montículo de carne pestilente y huesos ennegrecidos. Ariel confesó que tras aquel suicidio social fue expulsado de la secta. Ignorantes de sus advertencias, los adeptos añoraban un propósito horroroso cuyo único sendero era plausible gracias a los procedimientos escritos por Ariel Betancourt. Aquel fue el detonante de su locura, pues al día siguiente se presentó al trabajo con un aspecto andrajoso y un hedor indescriptible que sus compañeros asociaron con el pelo quemado. Dejó de asistir a su puesto el Miércoles de Cenizas para quedarse en casa, pues creía que los sectarios planeaban robar sus opúsculos y dedicarse a engendrar estos demonios quiméricos.

La situación psicótica del paciente se vio afectada enormemente en esos meses de claustro. Sus alucinaciones con persecuciones cada vez que intentaba salir y los traumáticos insomnios inducidos por la deformación de extraños ruidos foráneos en su rancho... pudieron haber sido tratados con medicamentos si no hubiera permanecido en el absoluto aislamiento. Ariel era un paciente con conceptos religiosos arraigados profundamente en su psique, los hechizos que los campesinos malinterpretaron debieron servir como placebos para su enajenación... permitiendo su deambular por las sierras a altas horas de la noche y recorriendo las callejuelas durante el alba. Una mente trastornada cree firmemente en su propia concepción de lo que es real... sin importar lo absurdo que nos parezca como agentes externos. Ariel creía que sus antiguos compañeros de secta lo espiaban, y que mandaban «fuerzas espirituales» para amedrentar su convicción. Puede que en esa enajenación psicótica halla quemado todos sus manuscritos y destrozado su colección de especímenes híbridos. Las laceraciones y los mordiscos en su cuerpo debieron ser provocados por encuentros desafortunados con animales salvajes durante sus excursiones nocturnas...

La joven que desapareció en aquellos días en el barrio y las otras desapariciones externas al caso que solo conminan en las fechas, puede que no involucren directamente el propio caso de Arial, pero... se han comprometido con las revelaciones que el hombre dejó en su legajo de textos. ¿Quién sabe qué secretos fue incapaz de revelarnos, siquiera en los estados más febriles provocados por los sedantes? La alienación del hombre progresó a medida que iba acercándose su holocausto... Los casos de gallineros destrozados y perros heridos resultan inexplicables si no tomamos en cuenta lo que Arial encontró en lo profundo de la sierra durante la noche del aquelarre. Es cierto que esa región es patíbulo de leyendas referentes a extrañas procesiones de brujos con túnicas negras... pero siempre ha sido fantasía mezclada con rumores campesinos.

Ariel temía que la Víspera del Viernes Santo fuera festividad de un Ritual en las lomas negras de la sierra silenciosa... así que exploró con antelación en busca de indicios guiado por los «espíritus chocarreros» que pululaban las estepas silvestres en forma de duendecillos feúchos. Para ese entonces la superstición esotérica había consumido al contador pragmático que registraba ordenanzas municipales y aconsejaba con recortes presupuestarios al consejo dirigido por el alcalde. Ariel Betancourt se había perdido en regiones siderales habitadas por fantasías gnósticas y criaturas encantadas; ataviado en una túnica de pordiosero y un collar de falanges que se perdió en las montañas arcillosas... La barba desgreñada, el rostro ampuloso y las entradas de una calvicie insufrible habían sumado décadas a su rostro huraño y taciturno. Los vecinos decían que la locura lo impulsaba a conversar con las serpientes y más de un borracho lo había confundido con un perro salvaje cuando imitaba grotescamente su trote cuadrúpedo al perderse en el follaje... Una semana antes de la tragedia, unos ganaderos espantados avistaron un animal extraño que escaló a lo alto de un cocotero como una cucaracha de horrible proporción, y se columpió de las palmeras como un murciélago escalofriante. El mismo Ariel no aclaró estos comportamientos excéntricos ni en sus memorias póstumas...

Las últimas páginas de su manuscrito póstumo fueron escritas en desorden vesánico, como si su autor fuera infinitamente aterrorizado por aquellos recuerdos espectrales. Las palabras extrañas conforman un texto ininteligible, y algunas oraciones pierden todo sentido... Aún así, no pude evitar sudar de sopor mientras leía aquel pasaje que para mí, es el más horripilante de toda su historia.

La noche del Jueves Santo, Ariel Betancourt había ingerido una cantidad notable de analgésicos para aliviar el escozor de las contusiones producidas por sus persecuciones nocturnas. Presentía que el Culto de Odrareg planeaba un Rito aquella Víspera durante la Hora del Diablo: aquel momento en que se disolvía la frontera entre los mundos y los seres allende al espacio posaban sus tentáculos viscosos en las puertas ignominiosas del «Pleroma»—investigué aquella palabra sin hallar respuestas coherentes—, solamente retenidos por las Leyes Universales de Adonai.

Una luna glaciar alumbró los senderos traicioneros plagados de matorrales y depresiones erosionadas. Como temió, escuchó el barullo de los cánticos y el salitre del Rito con un candor indescriptible que fue in crescendo a medida que urdía en los zarzales espinosos y los cipreses frondosos que conformaban un ejército rugoso sobre la alfombra de hojas marchitas. Los fuegos fatuos de una hoguera alimentada por maderos ceremoniales iluminaban las superficies con inquietantes formas retorcidas... y la salmodia etérea de aquella letanía lo envolvía como una usurpación de gusanos cadavéricos. Ariel evocó la presencia de arcángeles para guarecerse de los terrores que revoloteaban en la penumbra... asomando su rostro entre la espesa foresta para descubrir un claro iluminado por el espectáculo ámbar de unas llamas soeces. La Secta de Odrareg se había congregado para celebrar el Rito durante el plenilunio... con el eneagrama pulido en el suelo con tiza blancuzca, y los glifos rúnicos que escudaban el círculo mágico en sartas maléficas que rememoraban epifanías pretéritas y arcanos inmemoriales cantados por batracios antediluvianos. El festival dionisíaco había comenzado con la conjuración metafísica y el ralear de las velas rutilantes como estrellas suspendidas... Ariel constató que la joven desaparecida yacía desnuda en una especie de trance, ofrecida en el ritual junto a una larga serpiente moteada enroscada en su pierna y una cabra blanca de cuernos torcidos degollada en su regazo. Los experimentos con seres humanos eran territorio inmoral aunado al sacrilegio y la blasfemia de los llamados Magos Negros. Se ofrecían copiosas cantidades de azufre, carbón, calcita y otros minerales ajenos a la fórmula predilecta. Uno de los sectarios más oscuros se adelantó al eneagrama acompasado por el vibrato enervante de las gargantas... y por primera vez, Ariel fue capaz de ver la niebla roja que descendía de la enramada mezclándose con el fuero feérico de la naturaleza. Sintió un vendaval escalofriante transportando un cúmulo de pensamientos y...

«Odrareg nevasor toson, elpmuc sartse unsedad niuqzem». Escribió con letra apresurada...

Aquellas palabras cripticas ejercieron un poder sobrenatural en el círculo mágico, evaporando el contenido de los recipientes en jirones tentaculares y envolviendo con parsimonia la metamorfosis en un sudario escarlata. Durante unos minutos terribles contempló el horror... hasta que del vapor nacarado y sanguíneo emergió una Gorgona indescriptible. Una quimera inenarrable cuajada por límites innominables: era prominente y maciza, de joroba velluda y torso antropomorfo adherido a una estructura ofidia alargada y manchada. La cabeza era un amasijo horripilante con cuernos retorcidos, rostro hundido y chotuno de ojos enfermizos... y desprovista de labios con los colmillos rezumantes. Sus brazos nervudos eran peludos, rematados en zarpas. Olía a estiércol y putrefacción... rectando sobre su vientre con un repulsivo movimiento. Ariel había perdido la cordura, y su imaginación vaticinaba que estos ocultistas añoraban alcanzar un cuerpo perfecto para migrar su conciencia ante la espera del resurgimiento de los dioses que ocurriría millones de años tras la extinción humana y su reemplazo por arácnidos cartilaginosos. El lunático creía en la migración de la conciencia como un medio para alcanzar la inmortalidad... así como los sabios babilónicos que se convirtieron en vampiros para continuar estudiando las ciencias más allá de la vida mortal.

Aquella escena debió representar la apoteosis de la locura de Ariel Betancourt. Perdido en las sierras y gritando como un desquiciado enfrentado a un horror híbrido que se retorcía en cumbres siniestras... El texto subsiguiente es ininteligible, salpicado de conjuraciones a los Planetas y los extraños seres metafísicos que pululaban su gnosis psíquica. El reporte meteorológico de aquella noche era pacífico y despejado, habitual para el verano oriental... pero los testimonios de nubes tormentosas y el estallido del relámpago que despertó al vecindario representaron un hecho inexplicable. Los perros aullaron con aflicción mientras soplaba una brisa mefítica y los remolinos negros estremecieron las copas de los árboles y batieron las techumbres de los ranchos. El resplandor cegador que cayó del cielo es otro elemento extraño en este esquema... El delirante hombre había plasmado en el papel fórmulas matemáticas con un enigmático códice de puntos, círculos y glifos rúnicos; dibujando estrellas puntiagudas y garabatos geométricos. El fogonazo ensordecedor fue la culminación del horror en aquella noche santa... Ariel escribió que fue perseguido por un horror antes de caer a un riachuelo que lo arrastró hasta una laguna. Incontables horas se halló corriendo y gritando en la foresta hasta que fue encontrado delirando en la plaza...

El policía que lo detuvo vio sangre en su túnica deshilachada, impregnada por una pestilencia de carne chamuscada y azufre. La revisión médica descubrió que la mayoría de sangre en sus ropas no era suya... encontrando rasguños profundos en sus costillas y secciones del cuero cabelludo quemadas. Así como una aparente condición de envejecimiento prematuro producido por un extenuante estrés, decolorando su pelo castaño en una mata blanca y quebradiza. Su rostro era enfermizo y catatónico, gritando asustado sobre una «cosa» que había aparecido el Viernes Santo y desaparecido en las profundidades de la sierra. El documento sobre el interrogatorio relativo a la joven desaparecida provocó reacciones incontrolables de sopor en Ariel que determinaron su diagnóstico de alienado...

Tras ser procesado en el Psiquiátrico intentó advertir a los doctores hasta darse por vencido como relata en las anotaciones finales de su manuscrito. Los sedantes no podían escindir completamente su terror y desesperación... La neurosis se agravó enormemente y desconfiaba de cada persona en el asilo. Las recurrentes pesadillas y alucinaciones con los «horrores invisibles» enviados por la Secta de Odrareg eran secuelas irreparables del trauma.

Aquella psicosis era contagiosa entre las enfermeras supersticiosas, como suele ocurrir en los sanatorios que ocupan trastornados videntes o médiums enloquecidos. Había que tener pensamiento crítico para no sucumbir ante las certezas de los locos que convencían a las enfermeras de tener poderes psíquicos. Ariel Betancourt solía sentarse a meditar en una esquina de su habitación, perdiéndose por horas en un espacio imaginario que se negaba a detallar con los doctores... En los turnos de vigilancia nocturna comenzaron a ocurrir sucesos desconocidos que los guardianes achacaron al insomnio y la sugestión. Es cierto que los ataques ansiosos parecían agravarse durante noches abundantes de manifestaciones extrañas... Las cámaras de seguridad grabaron puertas abrirse sin corrientes de aire posibles y luces difuminadas volando en la periferia. Una enfermera llegó a encontrarse con un ser diminuto y espeluznante en los baños, pero al revisar las cámaras no encontraron nada. Atender a Ariel Betancourt se convirtió en tabú por sus susurros aterradores y sus conversaciones referentes a temas místicos que desembocaban en proclamaciones de idiomas desconocidos... pidiendo que lo soltaran, exclamando que nunca volvería a la civilización tras terminar su deber. Su propia salud se vio comprometida con el ataque vespertino que complicó el bombeo de su corazón...

La sugestión jugó en su contra, martirizado por un maleficio de magia negra que la secta conjuró para matarlo. Advirtió en la última línea que los extraños seres vendrían para torturar su espíritu, si no era liberado por los Elementos... y que debían sumergir su cuerpo en ácido para evitar que volviera a levantarse. No sabemos cómo consiguió el recipiente de cloro, o si sus últimos momentos fueron tan horripilantes como determinaron los forenses encargados de su autopsia. El extraño manuscrito de Ariel Betancourt es un enigma incognoscible de la naturaleza humana y las creencias incomprensibles... Puede que toda esa fábula de dioses monstruosos y cultos dedicados a las ramas negras de la ciencia sean producto de su locura. Espero que algún día podamos explicar las desapariciones personales en la sierra y los casos de ganado descuartizado por animales extraños. Los campesinos saben cosas que los agentes ignoran y, a veces los camioneros en las carreteras atropellan seres anormales que violan las leyes naturales. Espero que lo que haya aparecido en la sierra durante la Víspera del Viernes Santo muriera con la imaginación enloquecida de Ariel Betancourt... y que los médicos de este sanatorio no hayamos cometido un grave error al ignorar las advertencias de uno más de estos desdichados reclusos.


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