Capítulo 8. Veinte Mil Poemas de Amor

 Capítulo 8: Bicloruro de Mercurio.

Me despedí, pero te mentí no me quería alejar.

Disimulé, me aguanté… pero es que ya no puedo más.

Quise borrarte y olvidarte, pero te vuelvo a recordar.


Todos los días salgo a caminar, hago mil cosas para no pensar.

Me lleno de adornos, sufro de trastornos.

¡Siempre te quiero llamar!


No quiero nada, nada, nada…

¡Y es que soy tan complicada!


¡Ay de mí y de este amor!

¡Que se metió y que se dispara!

¡Se contagia y te reclama!


¡Ay de mí y de este amor!

¡Que se me incrusta como bala!

¡Que me ahorca y que me mata!


¡¡¡Todo sería diferente si tú me quisieras!!!


Debo frenar porque no puedo más.

Me duele todo…

Así me dijo el psiquiatra.

Yo sé que es mejor que me olvide de tu cara.


La cantante volvió a repetir el estribillo y la chica junto suyo rompió en vítores. Era diminuta y delgada, pero aplaudía más fuerte que nadie cantando a todo pulmón. Su rostro asiático era bello, pero sus ojos lucían una tristeza inimaginable… El cabello largo y negro le llegaba a la cintura. Vestía de negro y no llevaba joyas. Mantenía un perfil discreto, salvo cuando salía a conciertos o asistía por capricho a restaurantes glamorosos vistiendo sus más espléndidas costuras. Le llamaban la Dama de Negro por su atuendo particular, pero nadie conocía quién era… Su verdadero nombre era Kiara Fueguchi, y era el Mago de los Espejos de la Cumbre Escarlata. 

Hace muchos años, Eduardo Tunez invocó al Demonio de los Espejos para que la susodicha pudiera pactar un Contrato de Dominio… y aquella información no tardó en llegar a él cuando se dedicó averiguar la identidad del personaje que obsesiona y enloquece a Samuel Wesen.

—¡Es increíble! —Exclamó la mujer, sonriendo.

Jonathan sonrió, lobuno.

—Es mi cantante favorita.

—¡¿En serio?! —Gritó, boquiabierta—. Es la mujer de mis sueños. ¡Por ella dejaría a los hombres!

El hombre miró al escenario, donde se desenvolvía el concierto… rodeado de ruido y masas de personas. Se sentía reconfortado, flotando en sueños felices como si de un país fantástico se tratase. Los registros del Movimiento Revelaciones en la sede de Trinidad, documentaron los movimientos de la Cumbre Escarlata en los últimos cincuenta años, apareciendo el Mago de los Espejos, Murciélago de Plata; en singulares episodios horripilantes de la última década. De él—porque solo Jonathan sabía que era una mujer—, se conocía cierta conjuración para desplazarse a través del espacio mediante las superficies reflectantes; era un Mago de Primer Nivel, extremadamente peligroso e involucrado en el secuestro del Presidente Björk, y el Terremoto de Montenegro. El nombre Fueguchi era importante en la hegemonía mundial; hija del gigante farmacéutico Shengou, magnates de China y la familia más poderosa de Oriente.

Sabía que no estaba sola, la Cumbre Escarlata se movía en grupos o rastreaban a sus miembros activos. Kiara Fueguchi era su transportadora por excelencia, y por su perfil—aparentemente vacío desde que supuestamente murió en China a los quince años—,  no parecía ser una homicida psicópata. Lo que sea que haya ocurrido en Montenegro durante la búsqueda de la Puerta de Piedra, la involucraba únicamente como transportadora… no como asesina. Samuel posiblemente perseguía a la persona equivocada. Investigó nombres como Verónica Daumier y su hijo Finchester, ambos desaparecidos; el incidente de un hombre extraño que podía congelar todo lo que tocara; reportes de Sonetistas después del terremoto… y la aparente presencia de Joel Arciniega, cabecilla de los Cambiantes, trabajando para la Cumbre Escarlata. 

¿Qué ocurrió en 2013 y quién le arañó la mejilla a Samuel Wesen? Era bien sabido que a partir del 2012 se sucedieron infinidad de efectos Mandela, producidos por una alteración en la psique. Estudiosos de la Teoría de Cuerdas y la Mecánica Cuántica teorizaron que nuestro mundo, y toda la materia, pasa por alteraciones convulsivas a nivel atómico… y la consistencia del tiempo es capaz de fracturarse. La teoría afirma que el tiempo es inexistente: todo lo que es, ya fue y siempre será. Un fenómeno que imposibilita la existencia del futuro y el pasado, dando forma a un único presente que se expande y se encoge según la fuerza gravitacional. Estas convulsiones de la materia darían cabida a infinitas variables, por lo que el pasado percibido es solo una alucinación del cerebro al intentar interpretar el Universo; pero, el Todo impera en un estado latente de destrucción, creando un flujo energético indetenible que da cabida a la existencia simultánea de infinitas realidades. 

Estas realidades superpuestas se contraen y chocan, y son capaces de unirse en una vorágine infinita de sinfonías espectrales. Los teóricos y ocultistas creen que en el 2012 el mundo llegó a su fin y la Tierra fue destruida, pero la Humanidad atravesó una singularidad y la realidad se cambió… continuando en una dimensión alterna. La cantidad de recuerdos perdidos, y anormalidades en el colectivo inconsciente arrojan pruebas aterradoras… ¿Qué pudo salvar a los hombres de su entera destrucción? ¿Dios y sus arcángeles? ¿Las entidades sin nombre que flotan en el vacío cósmico? ¿Una máquina latente en las entrañas del planeta? 

Las respuestas estaban ante sí, en el hombre envejecido de cabellera entrecana que vestía la túnica escarlata y cuyo yelmo de ruiseñor brillaba a sus pies. La cicatriz en su mejilla era indudable, el color sangriento en sus ojos erizaba la piel… y cada poro de su cuerpo gritaba a locura y caos indescriptible. Era alto y huesudo, recto como una lanza y pálido como un gusano… Su perfume de rosas chamuscadas, canela y bergamota era indudable; se trataba de una encarnación del tunante Samuel Wesen, que provenía de algún punto lejano. 

Courbet, la sombra oscura de cabello grasiento y túnica sanguínea, extendió sus largos dedos encrespados… El suelo a sus pies, gris y mustio, se elevó en montañas de polvo salitre, con el soplar un viento feérico. El mago negro aulló y dos serpientes pálidas, esculpidas de sal, del grueso de pilares, trazaron dos curvas en el aire hacía el hombre de la cicatriz. Se elevaron unos metros y descendieron súbitamente con las fauces atestadas de colmillos…

El hombre extraño barrió el aire con una mano, en un ademán de indiferencia y elegancia… y las serpientes de sal fueron disueltas en un muro de fuego cerúleo. La llamarada azul lo envolvió con un temporal y se elevó como un torrente, flotando en círculos concéntricos, hasta iluminar el techo de la caverna, plagado de murciélagos del tamaño de zorros alados. La marea cáustica lo abofeteó con oleadas de calor, y se sintió estremecer ante la magnitud de aquel fulgor añil… como si un trozo de cielo bajase a abrasar el mundo. 

Courbet contestó con un relámpago pálido que cruzó la distancia en un parpadeo, y el Wesen lo desvió con un movimiento del brazo… el chorro de energía ionizada fue a detonar una pared rocosa, con una explosión de piedra y polvo. Fue entonces cuando la silueta sangrienta, envuelta en candelas, reparó en Jonathan Jiménez, y lo apuntó con su mano tosca plagada de cicatrices… Sintió tambalear el suelo bajo sus pies, y el vórtice polar de fuegos fatuos se arremolinó en tentáculos grotescos. Escuchó un millar de cañonazos y las luces pálidas estallaron a su alrededor… El fuego lo abofeteó y cayó de culo ante el estallido.

Jonás gritó, abrasado por las flamas azules, se tocó el pecho de la camisa y detalló sus pliegues chamuscados y tibios. Estaba entero, hacía muchísimo calor y la tierra temblaba, pero seguía vivo… y las llamas lo rodeaban en un anillo infernal de desesperación. Distinguió una silueta obscura que se oponía al muro de fuego con las manos en alto, resistiendo, con un reflejo vaporoso. El Samuel Wesen que conocía lo defendía con su vida, soportando el calor sofocante con su reflejo protector… Los hilos saltaron de su gabardina chamuscada, y su piel se tornó rosácea… pero, aguantó la llamarada y respondió con un potente pulso que devolvió el ímpetu ígneo. 

—¡Si vas a matar a Jonás, tendrás que destruirme a mí primero!

Los once vampiros intercambiaban hechizos indescriptibles con los magos de la Cumbre Escarlata en una escaramuza fantástica plagada de incandescencias coloridas, relámpagos coloridos dibujando animales, sombras entretejidas, torbellinos, chorros de luces y esferas fulgurantes. La energía condensada pesaba en la atmósfera, y llenaba el espacio con magia y color cegador. Las once sombras enfrentaron la legión con gallardía, pese a que los superaban cien a uno, y cada uno resistió los embates como una muralla inexpugnable… siendo atacado por figuras oleaginosas y estrellas encendidas. Sus túnicas no tardaron en teñirse de hollín, y sus yelmos se derritieron y saltaron en pedazos… Los Hijos del Arconte Caín, vástagos antediluvianos de una era jamás hollada, y cuyo recuerdo sería olvidado eternamente; morían, sangrando flema negra por quemaduras y cortes, cantando canciones de guerras perdidas en el tiempo. 

Eran los últimos Primordiales, envejecidos y mutados, y estaban llorando. Se tocaba su última canción, aunque su poder era irremisible, y lograban devolver los hechizos con el doble de potencia… Sus estragos en las filas enemigas eran mitigados sagazmente por el poderío humano: hábil, sanguinario, punzante; meticulosamente refinado por eones de estudios de prueba y error, y perfeccionado por genialidades del pasado para transmitirle enseñanzas a las generaciones futuras. Era la Humanidad contra el recuerdo de los Dioses; eran los hombres y las mujeres del mundo contra los panteones del cielo, los infiernos; alteres y abismos. La humanidad aprendía de sus errores, y se arrastraba hasta replicar los sortilegios de los oriundos en lo profundo del firmamento, y esta misma fuerza que los separaba, también los volvía una criatura indetenible. Atropelladamente, el centenar de varitas, báculos, artefactos catalizadores y hechizos energéticos… fue capaz de intimidar a los todopoderosos Reyes Magos; en un caos de escombros y polvorera, y los asedió con proyecciones de todos los colores y esencias. Los artefactos que coleccionó el culto negro por décadas los empujó a la victoria: se desempolvaron cañones galvánicos, cristales de esencialina, pistolas de cationes y rifles de plasma hirviente. Los Hijos de Caín, el último Primordial tras la Muerte Fría, frutos del parasito Lilith… en cuyas venas corrió alguna vez la sangre dorada de la primera Gran Raza del Cosmos; cerraron un círculo ceremonial, llenos de heridas y vistiendo harapos adheridos a la piel… pegaron espaldas, llorando por su derrota, y se inmolaron en una nube carmesí que implosionó la caverna. 

El polvo se levantó, y un temblor se apoderó del castillo… La techumbre comenzó a caerse en pedazos y los murciélagos se descontrolaron.

Sam se interpuso entre Jonathan y el verdugo.

—Niño—exigió a gritos el hombre del futuro—. ¡Debes entender! ¡Ese hombre se convertirá en el Demonio del Meridiano y traerá la destrucción a esta dimensión! Puede que no ocurra hasta el 2100, pero fue pronosticado por el Cadejo Blanco. ¡Él conducirá a su predecesor a nuestro mundo y devorará la realidad! ¡Es una entidad de caos incontrolable! —La caverna retumbó desde abismos insondables y se elevó un polvo sulfuroso—. ¡En mi mundo la Corte de Magiares invocó al Demonio del Meridiano mediante el Libro de los Grillos y devastó la Tierra! ¡El Jonathan de ese futuro me envió a detenerlo! ¡Él lo ha visto y sabe que la única forma de detener la paradoja es que Jonathan Jiménez nunca exista! ¡Yo lo asesiné, pero la singularidad reparó su presencia en este mundo!

Jonás se levantó, aterrado.

—¡Yo destruí el Libro de los Grillos!

El Wesen del futuro negó con la cabeza, y las llamas se erizaron en un temporal parecido a serpientes nauseabundas.

—Lo siento, pero mientras sigas pisando este mundo… Mejor dicho, mientras sigas habitando en el Todo y los Mundos Posibles que lo conforman. ¡Azzaroth, el Demonio del Meridiano! ¡Seguirá consumiendo realidades hasta que las Fuerzas Disuasorias no puedan detenerlo! 

Samuel levantó sus manos, severo.

—¡Jonás jamás se convertirá en ese monstruo! ¡Yo sé cuál es la única forma de salvarlo!

La caverna tembló, agitada por convulsiones violentas ante el desprendimiento de las paredes y las rocas de la mampostería antigua. El hombre del futuro señaló con un dedo a Jonás, y un relámpago violáceo se desprendió al punto, cortando la distancia como una flecha candente. Jonás levantó los brazos instintivamente para protegerse los ojos, y escuchó el trino de un pájaro que se resistía asiduamente a morir… Era Samuel que se interponía ante el relámpago, atrapando el rayo entre sus manos. Los magos de la Cumbre Escarlata se precisaban a la escapatoria mediante hechizos de desplazamiento y artefactos transportadores. 

La electricidad saltaba en chispas, mientras las piedritas caían sobre su cabeza en forma de lágrimas. Sam reprimió un grito a medida que el relámpago lo envolvía y lo empujaba, quería reventar en pedazos. Lo miró, con sus ojos rojizos refulgentes, sonriendo, bañado en sudor frío.

—¡Jonás!

—¡¿Qué?!

—¡Prométeme!

—¡No!

—¡Prométeme que le llevarás esas cartas a Ana!

Jonás se enjugó el llanto.

—¡Te lo juro por mi vida!

Sam retuvo el relámpago por un momento con sus manos, pero solo fue por un momento; puesto que lo miró, y le dedicó una sonrisa famélica… parecía que quería decir algo, pero lo único que consiguió pronunciar fue un:

—Bien…

Y recibió el impacto fulminante en el pecho, un haz de luz mortecina se desprendió de su torso y cayó al suelo con el semblante descompuesto. Había expirado al momento. Una sombra se precipitó sobre la otra y Courbet retomó su hechicería lanzando relámpagos blancos con los dedos, y el hombre del futuro respondió con chorros de incandescencia rojiza. 

El techo terminó de colapsar, y todo se desvaneció en una nube de pólvora negra.


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