Capítulo 7. Veinte Mil Poemas de Amor

 Capítulo 7: Tiopental Sódico.


Los ojos de Ana formaron dos anatemas, de cuyo claustro brotaron llamas que incineraron su alma a quemarropa.

—¿Qué soy para ti, Jonás?

—Tú... eres—se puso lívido y detalló el vendaval que se arremolinaba sobre la techumbre. Vientos fuertes y tempestuosos asediaban su vida y su futuro—. Voy a ser sincero contigo, Ana. Nunca le he dicho esto a nadie... pero cuando era niño—se cortó de súbito y sintió el nudo en su garganta—... mi madre me golpeaba. Creía que los padres que se querían y se abrazaban estaban solo en televisión, porque los míos nunca estaban juntos. Cuando mi hermana murió... ella comenzó a maltratarme. Yo no sé como sostener una relación o cómo interpretar estas emociones que estallan en mi interior como fuegos artificiales. Me alejo de las personas que me quieren porque... me asusta. Siento que no lo merezco. Y para mí... todo esto es tan confuso. Es posible que esta sea la última vez que nos veamos, olvídame, y yo haré lo mismo. Borremos nuestros recuerdos por toda la eternidad, construimos este sueño con los trozos rotos de nuestros corazones... fue muy hermoso, pero antes de la tragedia debemos terminar y prometer no arrepentirnos. Esta es mi carta de despedida. No quiero hacerte daño... Sobre mí cae todo el desagravio del mundo y deberé caminar solo por ese valle de espinas hasta mi crucifixión.

Ana reposó el mentón sobre su puño, y lo miró fijamente con los ojos enrojecidos.

—Podemos esperar y ver si funciona...

—Puedo amarte por siempre...

—Puedo amarte por siempre también...

—Jonás—la voz de Sena Fonseca detrás del auricular sonaba metálica y distante—. Hemos descifrado el lenguaje del Antediluviano, y nos ha contado una historia aterradora. ¡Dónde sea que estés... por los Dioses Muertos! ¡Aléjate! ¡Tú, Jonathan Jiménez! ¡Te han arrebatado de nuestra esfera de dominio con su hechicería antigua! ¡Es imposible encontrarte! ¡Un horror cósmico acecha tu espíritu, y podría comprometer toda nuestra realidad! ¡Escapa de esa trampa, Jonás! ¡Van a invocar el Círculo de la Sal y te usarán como...!

El teléfono chisporroteo antes que sus sistemas se fundieran con un cortocircuito... La oscuridad era pesada y translúcida, cierto fulgor purpúreo arrojaba profundidad y sustancia a las formas de aquella caverna tapiada de ladrillos derruidos y troneras cegadas por escombros. Una melodía extraña reverberó desde un lugar lejano y les puso la piel de gallina... Se escuchaba como una lira de hueso con cuerdas de músculo, resonando en la oscuridad. Podían ver por un fulgor desconocido, pero las dimensiones físicas de las paredes alteraban las superficies, de forma que se veían distantes, curvadas o estrechas en algunos puntos.

Después de afinado el instrumento... La melodía los cobijó con una sensación de infinita melancolía. Sam se dio media vuelta y lo miró con expresión triste...

—¿Quién es Ana?

Jonathan tembló al escuchar ese nombre.

—Eso no importa.

—Viví dos años contigo en Roma, Jonás—la expresión del pelirrojo se enterneció, parecía a una palabra de romper a llorar—. A veces lloras dormido y la llamas en la oscuridad. Cuando no tienes cigarrillos, sacas una extraña carta de tu bolsillo y la lees... Vas a un cuarto oscuro y se escucha un sollozo. Nunca rezas, no crees que Dios sea piadoso. Te he visto salir del sepulcro con la sangre manchando tus zapatillas... Te flagelas con un látigo cuando estás deprimido, ¿verdad? Repetiste esa miseria al menos dos veces por año... Siempre llevas la carta contigo, es tan importante como ese ridículo péndulo que perdiste. ¿Quién es Ana y por qué te importa tanto? 

—Ana era mi novia—soltó y bajó la mirada. Parecía estar reprimiendo tremendamente un sollozo—. La amo como un hombre ama a una mujer... Que no toca, solo le escribe, y guarda pequeñas fotos de ella. Cuando mi padre se disparó en la cabeza, mi destino quedó marcado por el lado oscuro... y mi deber con la Junta del Tabernáculo había comenzado. Mi mentor, Fernando Escalona, me advirtió que sería un camino arduo, y que no estaba obligado a marcharme... pero la Montaña del Sorte me enseñó las tinieblas que se ciernen sobre el mundo. Debía irme de Chivacoa y dejar a Ana para proteger a la Humanidad; ella no quería que yo estuviera solo, me escribió un par de cartas que no respondí. Mi intención nunca fue sacarla de mi vida, pero... estaba asustado. Creo que le rompí el corazón—Jonathan se estremeció por un segundo y sus dedos buscaron un sobre envuelto en plástico que guardaba en el agujero de su gabardina. Aquella era una copia, la auténtica estaba resguardada en la Biblioteca Privada del Vaticano... Sustituida por una profecía del apóstol Ofiusco—. Escribí esta carta hace años, para dársela cuando regrese a mi pueblo. Cuando toda esta locura haya terminado...

Sam desplegó la carta y la leyó en silencio, y cada palabra lo lastimó.


Sé que me marché y te dejé...

Seré lo más sincero contigo, no te dije nada de la daga envenenada en mi pecho y todo lo que sentí cuando estuve atrapado en ese mundo cruel... El daño está hecho, pero quiero volver a estar contigo. Sé que no merezco tu perdón, que lastimé tu corazón y hoy náufrago en este mar de tu abandono. Estoy trabajando bastante para ser mejor persona, porque me estaba ahogando en un océano de fuego. Una marea de cemento que me arrastraba, y yo pensaba en ti mientras intentaba nadar.

Dime si quieres estar conmigo o si mejor me voy, no soportaría ser solo tu amigo. Quisiera contarte muchas cosas que llevo escondidas muy adentro... Circunstancias que viví de niño, y de las cuales no quiero que nadie vuelva a sufrir... y creo que las viviste. Me fui cuando tu mundo colapsó, y ambos fuimos arremetidos por la marea Estigia de las dificultades. Enloquecido por la ansiedad en la mañana, gritos en mi cabeza por la noche... Las voces vivas del recuerdo se disfrazan de intuición, y en una voz... tu voz se esconde.

La vida se me esconde, detrás de una promesa sin cumplir. No quiero borrar nuestros momentos juntos, aunque pueda desaparecer y olvidarte... Eres lo más hermoso que llevo siempre. Tú me amaste y yo te adoré, te mantuve en mis pensamientos aunque ya no estuviéramos en las mismas ciudades. Prometí buscarte y darte el amor que perdimos en este mundo sin esperanza. Podríamos construir un sueño de redención con los trozos de nuestros corazones rotos, será muy hermoso y aunque tenga un final trágico... ¡Te prometo que no me arrepentiré! Y siempre que suene esa balada del anochecer que escribí para nosotros, estaremos allí, en un momento, y en la eternidad. Será lo único que quede de este amor, y el millón de primaveras que vendrán sin que estemos juntos.


—Estás loco, Jonás—Sam le devolvió la copia de la carta y siguió caminando, dándole la espalda al Inquisidor; para que no viera sus lágrimas rodar—. Cuando todo esto terminé, iremos juntos a Chivacoa y te ayudaré a encontrar a Ana. 

—¿Y por qué harías eso?

—Porque hasta un enfermo mental como yo, sabe lo mucho que duele tener roto el corazón—el pelirrojo bajó su mirada de fuego, y las ascuas parecieron enfriarse tiernamente—. Ha pasado mucho... desde que el Mago de los Espejos asesinó a mi familia. Creo que... al que he estado persiguiendo todos estos años es a mí mismo. Es tiempo de renunciar a ese reflejo sinuoso en el agua turbia y empezar a vivir la vida. Una vez me crucé con uno de mis clones, creía que era el real, como todos; pero solo yo tengo la cicatriz en la mejilla. Se había vuelto a enamorar, Jonás. El clon trabajó para mi padrino Courbet y fue a perderse en el espacio exterior... Era exacto a mí, incluso la memoria grabada en sus neuronas era la última copia extraída de mi cerebro a los quince años. Ese Samuel Wesen había renunciado a la venganza y se dedicó a vender baratijas y aprender sastrería. Era muy bueno, y me habló de su relación con la difunta líder del Culto del Cadejo Negro. Un clon me enseñó la clave de la felicidad: nunca se trató de la abundancia de dinero. Todo lo que necesitamos es amor... Aprender a amar y sanar, comenzando desde adentro. Somos unos miserables, Jonás... Nunca hemos amado hasta desfallecer, y creo que no hay nada más triste.

Las notas fúnebres resonaron a su alrededor como partículas enloquecidas, atravesando las paredes rocosas de aquella caverna. Una música macabra retumbó en sus tímpanos, reverberando a través de las paredes de vieja mampostería y las losas desprolijas del suelo. Las vibraciones los estremecieron haciendo retumbar sus corazones con sensaciones horripilantes... La luz violácea en las superficies se tornó pálida, como si pasarán por un prisma, y desfiguró las sombras en quimeras grotescas y engendros híbridos. Siguieron andando ante la débil luminosidad. Esculturas malsanas se desdibujaron como un desfile diabólico... arrojando siluetas furtivas de cadáveres cincelados en ónice. 

La melodía tenebrosa incrementó su lozanía y fueron engullidos por el espectro de una voz escalofriante. Que heló sus huesos cual aguacero de granizo.


Pude sobrevivir, a un mar sin viento.

Pues supe conquistar tu piel.

Y encontré un segundo aliento.


Me hiciste un favor...

Me devolviste el miedo.

Por fin tengo algo que perder.

Si te vas y yo me quedo.


Existía un donaire en su timbre inhumano, una especie de himeneo antinatural que impregnaba aquella garganta. Podrían estar escuchando el Soneto de la Muerte, interpretado por Satanás en su trono de piedra. El llanto ensangrentado de miles de demonios sufridores, confabuló para convertir aquella sonata lúgubre en una sinfonía espeluznante.


Y todavía me arrepiento.

De que no oyeras primero esta canción.

Antes de armar tu argumento.

Del que no pude escapar...


Una nota aguda les erizó el vello de todo el cuerpo, y se petrificaron ante un umbral de locura que auguraba un caprichoso éxtasis detrás del último verso. 


¡Sabes bien que yo!

¡Yo te salvé de mil tormentas!

¡Pueden ser más perdí la cuenta!

¡Pues mi propósito fue estar contigo!


La impresión de un rey infernal, rasgando las cuerdas de un arpa con sus garras afiladas... se desvaneció con un apagón. Aquella extraña forma del crepúsculo debía tratarse de un ser lastimero y terrible, que cantaba baladas románticas sumido en la más absoluta ausencia de amor. Pues, no existe miserable más odioso en este mundo, que aquellos que renunciaron al amor. Un hechizo inmortal de invierno, y una luna de sangre partida a la mitad. 

Una sucesión de peldaños tallados en la roca virgen apareció ante ellos, y un portal a sepulcros malsanos les mostró el panteón de los Dioses Muertos. Aquellas estatuas eran impregnadas por un vago desatino que reconoció al momento, y pensó en las esculturas desenterradas por Ronny de su claustro de olvido. Los caracteres correspondían un símil con aquel pasado mesozoico y terrible... y la reunión de dioses locos confiscadas por la Cumbre Escarlata arrojó un velo de infinita muerte y noche a la oscuridad del pasado prehumano. ¿Por qué se esforzaban en retrasar los descubrimientos arqueológicos? Los panteones de dioses malignos correspondían un ejército de mármol y granito horripilante, extraído de profundidades inenarrables de horror cósmico y contravenciones a las esferas de comprensión humana. Jonathan temblaba, pero no era de horror: era su corazón, encogiéndose ante el hecho de volver a encontrarse con Ana. Lo había pensado muchas veces, pero no creía posible el volver a verla. No sabía si la amaba con toda su alma o tenía el corazón roto... y en ese estado demoníaco de corrupción se ahogaba en las llamas del desamor. Quería que lo amará o le rompiera el corazón, no soportaba la indiferencia de un triste adiós...

Los peldaños los condujeron hasta un salón iluminado por lámparas de hierro. Una colección de horrores procedentes de episodios obscuros, llenó aquella estancia con los cuadros más enloquecedores, concebidos por la mente humana; y figuras quiméricas adornaban anaqueles rebasados de telarañas. Los óleos arrojaron reflejos iridiscentes moteados de hilos plateados, siendo monstruosidades extraídas de pesadillas como el Demonio Meridiano Azzaroth, habitante de un sol negro sempiterno. Figurillas de duendes esculpidas en pórfido volcánico y prismas verdosos... Y retratos carcomidos que exhibían paisajes pesadillescos y cumbres ignominiosas. La estancia de arte maldito, hurtado a través de las épocas, los condujo a una cámara de tortura a rebosar de instrumentos herrumbrosos y grilletes oxidados. Después, ascendieron por un túnel curvado que dio paso a un salón abovedado tapizado de jaulas vacías, que en su apogeo contuvieron abominaciones, abortadas por las mentes desquiciadas que estudiaron la alquimia a profundidad... resbalando en el borde de la locura y la ciencia negra.

—La Cumbre Escarlata robó los opúsculos prohibidos de Giordano Bruno, el terrorífico Homúnculista... que doblegó a la Isla Esperanza en su época más oscura—Sam repasó las jaulas amontonadas con sus ojos sanguíneos—. Hace diez años intentaron replicar aquella profanación de la ley natural, pero las armas biológicas que crearon eran impredecibles e indomables. El proyecto fue cancelado y los animales fueron rematados o vendidos. El método para criar homúnculos es horrible, y su aspecto deforme escandaliza hasta a los demonios. Épocas oscuras crean héroes y monstruos; a su vez, la Epopeya de los Muertos en la Isla Esperanza levantó a Gerard Courbet como el famoso héroe reivindicado, y a Giordano Bruno como el tirano homicida que fue. En el Valle de Sales se honran a tan distantes y opuestas caras de una guerra sangrienta contra el Ejército Negro del Demonio Thoth.

—Sabes mucho de los Sonetistas...

—Son mi gente—se encogió de hombros—. Mi padre no me enseñó gran cosa... Aprendí de ellos a través de los magos negros, como si hablasen de una tierra encantada plagada de mitos. Puede que mis genes se hayan esparcido en esa isla más que acá fuera... Son glotones de acerbos genéticos nuevos, y darían a sus hijos por nuevas cadenas de ácidos nucleicos. Desconozco su sistema político y su estructura social... Viven en una utopía revolucionaria donde todo se ha automatizado, y la geopolítica mundial come de su mano como perros castrados. 

—Deben ser muy felices.

—¿Qué es ser feliz?

—Buena pregunta—respondió, antipático—. Un beso, un abrazo o un consuelo. La felicidad puede venir de cualquier lado. A veces abunda tanto que quema, y otras... es tan escaso que se sufre en silencio. He tenido muchos días felices, pero también he tenido años tristes y grises... Cuando no sabía si un abrazo o una soga al cuello aliviaría mi dolor.

—Podríamos ir al infierno juntos y seríamos muy felices.

—Conoceremos personas interesantes.

Los dos se sobresaltaron ante el pronunciamiento de aquella oración. La voz sonó grave y profunda, casi espectral... y dos ojos llameantes saltaron desde la oscuridad hasta posarse entre sus piernas como una sombra viviente. La cola del gato atigrado formó un signo de interrogación y sus ojos vivarachos sostenían una jarana. Su lomo era amarillo y su vientre blanco, y estaba surcado de lunas oscuras que le ofrecían un aspecto austero y hermoso. Se movía como si fuera el único ser importante en la Tierra, insuflado de un narcisismo obstinado.

Samuel saltó con la mano extendida, podría reducir al animal a un reducto de pelo con una conjuración.

—¿Qué eres?

—Soy un gato, ¿qué no ves?

Jonathan, más sensato, se mostró comprensivo y estiró la mano al gato.

—¿Por qué hablas?

—¿Quién dijo que los animales no pueden hablar? —El felino apartó la mano con un delicado zarpazo—. ¿Dios? ¿Los Profetas del Cinabrio? No hablamos... porque somos más inteligentes que ustedes, y no queremos ser explotados. Ya han sometido a vuestros hermanos, ¿qué no harían con nosotros?

—¿Entonces por qué nos hablas?

—Porque ustedes van a morir...

—¿Cómo salimos de acá?

—Buscando una puerta, por supuesto—entornó los ojos, como si sonriera con malicia—. Todo el mundo lo sabe: las puertas son entradas y salidas. 

Sam rechinó los dientes, intentando soportar la egolatría del animal.

—¿Y cómo encontramos esa puerta?

El gato emitió un ronroneo, pensativo, y levantó las orejas.

—Buscando—se dio medio vuelta con la cola erizada—... Así.

Y echó a correr en la oscuridad, fundiéndose en la penumbra. Samuel soltó un juramento y divisó una puerta que solo se veía en la más negra tiniebla, buscaron el cerrojo con aprensión hasta que pudieron destapar aquella trampilla y continuar por un estrecho corredor... No podía ver nada, hasta que el pelirrojo le ofreció su luz: quemó su quintaesencia para formar una esfera de energía ionizada, cuál luciérnaga, y arrojó forma a las tinieblas. El pasillo era más un túnel que un corredor, y su techo bajó a solo centímetros de su cabeza mientras se deslizaron con pisadas suaves por los adoquines mugrientos. Un miasma pestilente flotaba en aquel castillo de los horrores, y procedía de cámaras herméticamente separadas por tabiques. El túnel se ensanchó, y un veintena de puertas toscas se alzó en una estancia circular como portales... y en el centro destelló un obelisco ribeteado de jeroglíficos indescriptibles. 

Los portales miraban el obelisco, y sus puertas desiguales—fabricadas todas de ébano con refuerzos metálicos—, eran cerradas por millares de manos invisibles. En una de las puertas se arremolinó una montaña de arenisca rojiza... y en otra brilló un charco de agua fría. Intentaron abrir las puertas, pero solo una cedió... y ante ellos se mostró una oscuridad impenetrable que les infundió un instintivo miedo. Intentaron volverla a cerrar, pero les fue imposible... y aquel portal al vacío sideral quedó abierta sin cuidado. Decidieron abandonar aquella habitación circular por un túnel curvado que terminó en una escalera de caracol, y subieron a lo que parecía ser una caverna anexada al castillo: las paredes rocosas, estalactitas y humedad típicas remplazaron la mampostería... pero, en aquella caverna sobresalían mesas de piedra antigua y pilares esculpidos por manos extrañas. La mesa central era circular y despedía un olor sulfuroso, rodeada por siete pilares cónicos, bañados por una luz mortecina que provenía de fragmentos de roca cristalina. En el altar pétreo brillaron piedras esparcidas, sin orden; brillantes fulgores rojizos que se abrían como flores de sangre... Tanto Samuel Wesen como Jonathan Jiménez reconoció la identidad y procedencia de aquel abismo estelar, y su mutágeno insalubre que propagó la epidemia sobre la naturaleza como un necrófago caído del espacio exterior. El latido de las rocas era horrendo, y que hubiera tantas reunidas era mal presagio para la humanidad. 

—Joel Arciniega fue traído acá abajo por la Cumbre Escarlata—murmuró Sam, pálido—. Implantaron un fragmento del Cometa de Sangre en su cuerpo... y su sangre Cambiante lo asimiló como un veneno ofidio. Tenía los colmillos y la rabia... y ellos lo bendijeron con ponzoña. Todo su cuerpo sufrió una mutación...

Jonathan buscó el crucifijo en su pecho.

—Han aparecido muchos mutantes desde que el Cometa de Sangre cayó en la Antártica y regó sus lágrimas sobre los continentes—lo besó—. Dios salve a los hombres de sus hijos... Pero, que los ángeles bajen a defendernos de la Serpiente que yace dormida en el hielo.

Escucharon un murmullo de pasos y abandonaron la caverna por un portal y un corredor de mampostería adornado con arcos de piedra. El tono con el que Sena Fonseca se refirió al peligro que enfrentaba Jonathan era aterrador, la Sonetista había descubierto una verdad espantosa... y un horror los acechaba. Subieron pues, varias docenas de escalones pétreos hasta la fatiga y llegaron a una habitación cristalina... cuyas paredes eran espejos y en ellos, se veían reflejos distantes y empañados. 

Sam logró mirarse al espejo cristalino, empañado por el frío... y distinguió tres formas sinuosas y oscuras. Eran tres jóvenes estudiantes, uniformados con los camisas celestes y los pantalones azules... que sonrían con sinceridad: un moreno achaparrado, un pálido delgado de rostro triste y el pelirrojo diminuto, atrapado en la edad de la eterna inocencia. 

Sam acarició el espejo con sus dedos ensangrentados.

Jonathan intentó hablar, y la voz se le deshizo cuando encontró los ojos infinitos de Ana contemplando su fisionomía... con aquella sonrisa pícara. De pronto, la habitación había desaparecido... y la gabardina oscura fue reemplazada por el uniforme escolar del último curso. Muchas de sus cicatrices desaparecieron con un soplo, y al darse cuenta, unos diez centímetros de su estatura se desvanecieron. Los recuerdos se fragmentaron... y todo regresó en una vorágine de tempestad y música. El sol carcomido por las tinieblas se evaporó en una nube de perfume. Volvía a estar en el viejo Malecón del río... tomando a su novia de la mano mientras el atardecer se escurría en el fango turbulento. Miró en derredor, y olvidó su partida y su empresa, que lo llevó a recorrer lugares pesadillescos y frecuentar grupos ocultistas. ¿Samuel Wesen? ¿El Padre Anaximandro? ¿El Papa Vitelio restaurando la Santa Inquisición Romana? Sentía que despertaba de un largo sueño...

Jonathan, el joven de dieciséis años, negó con la cabeza abrumado. Se deshizo del abrazo de Ana...

—¿Jonás?

—Una vez me torturaron—sonrió y acarició el crucifijo santificado en su pecho. Estaba caliente y vibraba como un abejorro—. Me atraparon los miembros vengativos de una abadía negra. Me ataron los pies y las manos en una cama sin colchón... y dejaron un pequeño dispensador sobre mi pecho. Cada hora, una gota de ácido caía del cuentagotas a mi pecho... Sentía el olor del cuero saltar, y la tela fundiéndose. Querían matarme por capturar a los adeptos de su organización... y planearon un método tortuoso y maligno. Cada hora escuchaba el sonido del ácido disolviendo mi piel, pronto llegaría al esternón y abriría mi corazón. Sabía que iba a morir, pero el horror del dolor y el presentimiento de la eterna agonía eran indescriptibles. ¿Puedes imaginarte aquello? —Ana posó las manos en su pecho y suspiró—... Pues, eso no se compara con el dolor que siento ahora. De que te amé no hay duda, de que me amaste... solo un recuerdo.

—Démosle sentido a este sueño, y que sea eterno.

—Te amaré hasta que los mares se sequen...

Ana sonrió, lastimera.

—Y yo te amaré hasta que el sol deje de latir.

Jonathan la tomó por el cuello y la estranguló, escuchó un crujido y un estertor mientras oponía resistencia. La chica cayó desfallecida, pero antes de tocar el suelo se desvaneció en niebla. El sol se convirtió en una mancha violácea y el río en una marea bituminosa. Los espejos se cruzaron de grietas antes de resquebrajarse en miles de trozos diminutos... inclusive, las esquirlas eran copos de nieve inmaculada. Sam continuó cautivo en la ensoñación, pero lo zarandeó y murmuró por lo bajo:

—Prometimos ser amigos por siempre...

El pelirrojo abrió sus ojos y dos lágrimas rodaron por sus retinas. No había tiempo para llorar, los había rodeado una docena de siluetas sangrientas con cabezas de oro... y los encerraban en un círculo de sal. Rompieron el presidio para caer en garras de sus captores. Reconoció al Moloch de oro, azuzado del hedor a salitre; al Ruiseñor imponente de yelmo dorado y larga túnica escarlata; a la Serpiente de yelmo plateado, Devorador de Mentes; pero los once restantes, disfrazados con túnicas escarlatas y yelmos quiméricos, no eran otros que los Reyes Magos de Israel. Recuperado sus facultades, nadie podía dominar sus mentes y su hechicería volvió a su apogeo. El conglomerado de magos negros más poderoso de la historia se reunió para concretar un aquelarre dionisíaco.

Ambos permanecían dentro de una estrella de nueve puntas dibujada con sal junto a símbolos horripilante. El techo no se podía divisar de lo inmenso y oscuro que era, salvo que se veía agitar un batir de alas escamosas en su inmensidad. Las paredes de mampostería ofrecían el aspecto de una madriguera repleta de agujeros. Era grande y espacioso, y los braseros quemaban sendas ramas de roble esparciendo un aroma afrutado y noble al abominable escenario donde se desenvolvía tan inefable teatro.

—La última reencarnación de Samael Wesen y el Vástago de Meridiano—pronunció el Moloch. La voz que brotaba del interior del yelmo demoníaco, era la misma del cantautor que los deleitó con la sonata horripilante: profunda, pedante, penetrante y fría—. Queríamos ser piadosos, el cordero no debe ver el cuchillo antes del sacrificio. Les ofrecimos un vistazo de las personas que más amaron... Puede que los viejos amigos ya no sean lo mismo que un día fueron, y que los amores se hayan evaporado en desilusión—palpó su yelmo de oro, y este se resquebrajó en trozos salitres para mostrar al mundo un rostro venerable, arrugado y pálido, coronado por dos matas de cabello blanco peinado a cada lado y unos ojos rojos como carboncillos—. Os presento, es menester que sepáis que Courbet, el Mago de la Sal, ha sobrevivido desde hace doscientos años para reivindicar la muerte de su hijo. Quién, no debió perecer durante la Epopeya de los Muertos y cuyo mensaje se ha deformado por la Corte de Magiares para infundir temor y sumisión al mundo. Mi hijo primogénito, Gerard Courbet, famoso bardo y gallardo guerrero, fue acribillado por sus propios Sonetistas en un motín, y no; como dice la sagrada ley, enfrentó un ejército de demonios presidido por Thoth, Señor de la Oscuridad. Aquello son diabluras para sembrar la discordia... Él nunca quiso una sede que contuviera todos los poderes estadales en su bolsa, ni una filosofía eugenésica; más bien, se opuso con ahínco ante tales estratagemas sociales. Mi hijo, un mártir y un pecador, fue víctima del destino y los Sonetistas son un insulto a su tumba. Gerard Courbet no es ni la sombra mesiánica que obraron para concertar su ley entre los hombres... y mucho menos un Sonetista que mataría por obediencia sin medir las consecuencias. Ustedes, los gentiles del otro lado del mar, han arrasado su mundo... y nosotros, los habitantes de la Isla Esperanza, hemos sido parte de su miseria. Es por eso que la Cumbre Escarlata ha decidido pactar con el omnipotente Demonio del Meridiano para alterar la realidad, así como vos, Wesen, habéis hecho en el pasado... o mejor dicho, en el futuro posible.

Sam arrugó el entrecejo...

—¿Futuro posible?

—Habéis alterado el orden cósmico con una paradoja—pregonó Courbet—. Vosotros, tú, y el tú de otra singularidad... habéis manipulado la realidad para abrir una zanja. El mundo había terminado por un Cataclismo producido por la maldad contenida en el Libro de los Grillos, y vosotros, importunado, viajaste al pasado y cambiaste un aspecto: asesinaste a Jonathan Jiménez. Es precisamente el asesinado quien había encontrado el Libro de los Grillos en las Catacumbas de Ciudad Zamora, y el flujo del destino se vio alterado por este intruso en el éter. Preguntáis, ¿cómo es posible que Jiménez siga vivo si fue asesinado? Vivimos en una anomalía, vestigio de dragón. 

»Existe una realidad donde Jiménez nunca abandona su pueblo natal y otro desdichado encuentra el Libro de los Grillos, desatando el baño de sangre de los cien mil días de tinieblas. Las posibilidades son infinitas, pues, del mundo donde proviene monseñor Wesen, Jiménez perdió el Libro de los Grillos a manos de la Corte de Magiares; pero... ganó un poder divino inconmensurable. Las bifurcaciones del tiempo son un misterio, pero existe una concordancia en el flujo que, cuando se interrumpe, ocasiona infinitas desgracias. Jonathan Jiménez tiene que convertirse en Azzaroth, el Demonio del Meridiano.

Jonathan rió a sonoras carcajadas.

—¡Yo destruí el Libro de los Grillos!

—El flujo del destino se ha interrumpido. Azzaroth es una fuerza impropia, una anomalía que nació desde el Origen, y que contamina el río de la quintaesencia que transforma la sinfonía de los espíritus a materia. Samuel Wesen creó a Azzaroth en el futuro oscuro con la paradoja que le dio forma a su vez a esta entidad parasitaria. El destino está roto, pues, se han abierto incontables puertas y de ellas nacen abominaciones que ensucian las otras. 

»En unos mundos posibles la maldad nace por amor, en otros... por corrupción; pero siempre es el mismo destino: Jonathan debe ser poseído por el Libro de los Grillos para convertirse en el Demonio con Cabeza de Ciempiés—lo señaló con una mano envejecida y blancuzca—. Serás el alimento que conducirá esta utopía desigual a la reconstrucción... Borraré los últimos doscientos años hasta volver a encontrar a mi hijo, y lo salvaré de convertirse en el mártir equivocado que traerá desolación al mundo. Pues, mi estimado Meridiano, vivimos en el más ruinoso caos: la desigualdad social, la negligencia y el nepotismo imperante que hace funcionar el mundo y lo destruye. Pronto los Cambiantes desatarán una guerra, y esto agravará la geopolítica mundial... Y si el mundo no llega ha consumirme en las llamas del juego de poderes, vendrán calamidades peores. Porque los políticos se pelean los tronos, mientras los verdaderos hiladores traman el dominio mundial... ¡Que caos!

Courbet juntó sus manos y una fuerza invisible mutó la atmósfera del salón... y la estrella de sal se encendió, como se encienden los carbones cuando son soplados. El calor les golpeó el rostro y una ventisca de locura los asedió... Un grito acabó con un estremecimiento cuando sombras escarlatas brotaron de las tinieblas. Dioses impuros con cabezas de animales y túnicas sangrientas... Un centenar de manos se elevaron y una tormenta de fuegos artificiales y relámpagos coloridos vibró en el aire. Sam sintió que el suelo se desprendía de sus pies, y perdió de vista a Jonathan en medio del pandemónium. Aterrizó fuera de la estrella, magullado y con la gabardina chamuscada.

Courbet levantó su voz de trueno.

—¡¿Qué significa esto?!

El Ruiseñor se alzó y se opuso a su mandato, se quitó el yelmo de oro y lo dejó caer a sus pies. El centenar de magos brotó de las madrigueras y encerró en un círculo legionario a los magos negros, heraldos de Courbet. Los apuntó con severas varitas y báculos. Se sentía una energía eléctrica y descomunal al reunir las fuerzas de la Cumbre Escarlata en un solo punto... 

El líder de la orden oscura miró a Courbet con sus afligidos ojos color sangre, y el cabello sangriento cayendo en cascada por su cabeza. Era una imagen vivificada de Samuel Wesen, pero no era un clon: portaba la cicatriz del auténtico en la mejilla; envejecido, sometido a elixires alquímicos para alargar la vida, descolorido y vil, sin arrugas... pero por su rostro pasaron incontables décadas, centurias incluso. Sus ojos viles eran impregnados de una solemnidad infinita, parecía inmerso en cavilaciones profundas, a punto de hallar una lucidez estrafalaria. ¿Era un clon? 

Sam tembló al contemplar este hombre, y desconfió de su existencia propia.

—Me opongo, Courbet—dictó el pelirrojo, cuyo cabello empezaba a volverse cano. El mentón endurecido por la barba grisácea le confirió una templanza excéntrica—. Sin amores ni rencores...


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