Capítulo 5. Veinte Mil Poemas de Amor

 Capítulo 5: Cloruro de Potasio.

—Mientras en mi pecho lata un corazón... puedo seguir enamorándome.

Sostuvo las manos de Ana y sonrió, melancólico. Los cinco mil atardeceres que vivió en aquella ciudad nunca habían sido tan tristes, como ahora... que se despedía, y tal vez, para siempre. El amor eterno duró solo cinco primaveras. La joven morena se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, y le acarició la mejilla con sus dedos pequeños.

—¿Y si te quedas? —Su voz se oía tan lejana, y un matiz de tristeza vibró en su laringe—. Podemos trabajar y crecer juntos... No quiero que te vayas. No tienes que subir a ese autobús y marcharte del pueblo.

—Ana, yo—sintió sus ojos humedecer, y contuvo un ardor en la garganta que le llegó hasta el pecho. El boleto en su bolsillo pesó más que nunca. Era una valencia metafórica... aquello marcaba el renacimiento de su vida—. Yo... no quiero perderte.

Extrajo el boleto del bus y el rosario de cuentas doradas con el crucifijo, bañado en la sangre de Jesucristo cuando atravesó el Calvario. Jonathan reflexionó sobre la carta de Fernando Escalona y la Junta del Tabernáculo... pensó en la locura demoníaca que exorcizó de Chivacoa con el sacrificio de su padre en la Montaña del Sorte. Un horror vertiginoso que pudo haber sepultado a la humanidad en una era de oscuridad gobernada por demonios morbosos. La vista del río oleaginoso al atardecer era ensordecedora y reluciente, moteada de guirnaldas doradas, afluencias y remolinos turbulentos... El sol anaranjado se fundía en la ribera como una joya ardiente, y el crepúsculo violáceo envolvía el pueblo con tentáculos somnolientos. 

Jonathan levantó el rosario, legado por su mentor, anormalmente pesado y caluroso... y lo lanzó con todas sus fuerzas. El objeto sacrosanto trazó un arco en el aire y salpicó agua dorada, antes de hundirse para siempre en el lecho fangoso del cauce. Acto seguido, el joven de mirada esquiva sostuvo el boleto, lo rompió en dos y luego en cuatro trozos de papel.

—Jonathan...

El joven estampó sus labios con los de Ana, y decidió que se quedaría con ella en Chivacoa, y crecerían juntos hasta comprometerse. Era entonces cuando el sueño se convertía en pesadilla, y el rumor de los labios húmedos y dulces sabían a sangre y cenizas. El cielo oscurecido se partía en una inmensa grieta inmaterial, y la luna veraniega se resquebrajaba en trozos catatónicos que caían en aludes sobre la faz de la tierra. El río hervía convertido en sangre podrida y el sol se diluía en una esfera horripilante e indescriptible que inspiraba una suprema perturbación de horror cósmico... Escudriñando el cosmos desde su esfera de pesadillas macabras. Aquel gigante de hidrógeno encendido servía de Puerta, y las quimeras aladas, cubiertas de llamas, bajaban del cielo para devorar a la humanidad. Las dimensiones del cielo se perdían en las cavidades del firmamento abovedado, y un temblor sin precedentes estremecía la corteza terrestre en un fuero escarmiento de placas tectónicas. Su ojo omnisciente escudriñó los planetas, lujurioso, impregnado de una gula caníbal sin precedentes. 

Ana gritó, y sus ojos se deshicieron en aceite bituminoso. Jonathan intentó protegerla de la luz rosácea que aniquilaba la integridad de la vida, pero al rozarla con sus dedos... la chica se redujo a un charco grasiento y sanguíneo. El halo de luminosidad mórbida cayó sobre las naciones, barriendo la estructura de los cuerpos hasta convertirse en un amasijo pulposo que tomó mente de colmena bajo la mantilla de Azzaroth. Los egipanes cornudos, náyades azuladas, incubos pérfidos y súcubos voluptuosas concertaron una sinfonía dionisíaca de fuerzas oscuras y tambores de cuero humano embestidos por largos fémures. La Legión usurpó las mentes bajo la ignominia de la luz... Las estrellas pálidas comenzaron a llover del horizonte. Era el caos pletórico de un universo agonizante. 

Jonathan había despertado bañado en sudor frío, y el tatuaje de tinta bermellón que trazó la fórmula del Rey Rojo en su pecho, picaba y ardía de forma insoportable. El rosario estaba muy caliente, y el crucifijo teñido con la sangre del Mesías despedía un vapor imperceptible. Le picaron las incisiones con forma de cruz que trazó el brujo con el escalpelo de hueso para protegerlo de maldiciones... y una remota sensación de infinita soledad lo asediaba desde la víspera. El Walpurgis aconteció, y cientos de aquelarres fueron concertados en todo el mundo para celebrar la magia de los Wiccanos y el Misticismo Celta. Presentía que sus sueños eran el prólogo a un horror sin antecedentes en la historia hollada por los confesores de la era cristiana, y los compiladores antiguos del pontificio romano. Aunque sus pesadillas eran latentes y viscerales, venían pronosticadas por un febril insomnio seguido de episodios de sonambulismo y alienación psicótica. Intentó atarse los tobillos antes de acostarse, y cerrar la puerta con llave. El monaguillo Pablo aseguró que solía levantarse y mirar a un punto determinado del techo, como vislumbrando un espacio invisible del cielo donde convergían extrañas fuerzas siderales en lo profundo de la existencia, y más allá del tiempo. Durante las semanas subsiguientes a la deserción de Samuel Wesen, su consumo de contenido esotérico y la deformación de realidad producto del cansancio, se agravaron gradualmente... hasta que su ciclo circadiano y metabolismo se vio alterado por el trajín. Dormía de día, y de noche devoraba ingentes manuscritos y concertaba entusiastas conversaciones con figuras sobresalientes del mundo ignoto. 

La investigación de los Doce Reyes Magos de Israel se vio truncada por el silencio de Eduardo Túnez respecto a su ritual durante el ceremonial y la resiliente ausencia de casos vampíricos. Se concentró en estudiar los sacrílegos tratados que escribieron los Vedas sobre el alba carmesí, y la vorágine de genios concebidos en evos inconcebibles. Estudió con Paulina los diversos efectos de drogas terapéuticas para su malestar. A mediados del año, Ronny había desenterrado más de trescientos bloques de granito, hormigón y arenisca; remontando el accidentado paisaje paleozoico, plagado de gigantescos macizos recortados limpiamente en su coronilla por inusuales azotes del viento que provenían de fronteras pretéritas imposibles de determinar. Con cada excavación, sentía que rayaba superficialmente en el misterio de Dios. Una estatua de pórfido sepultada por seis metros de barro y gravilla, despertó la curiosidad del mundo arqueológico cuando quebrantó los esquemas concebidos por los eruditos de la materia, e hizo cuestionar la prevalencia humana como única y efímera raza inteligente, supuesto sempiterno gobernante de la jerarquía planetaria. Pues, se trataba de una figura antropoide de nueve codos de alto, rematada por largos cuernos retorcidos y una corona flameante de agujas puntiagudas. Su rostro chotuno albergó dos ojos oblicuos de párpados caídos y un tercer ojo protuberante de carácter ofidio. En su espalda sobresalían unas decrépitas alas de murciélago, y sus brazos gomosos eran embutidos en brazaletes desprovistos de las hermosas piedras que llenaron sus huecos ornamentales. Sus piernas eran velludas blasfemias de la biología, siendo cubiertas de escamas amarillentas y espeso pelaje hirsuto... Sus pies eran extrañas patas de ovíparo rematadas en garras de rapiña, y su semblante iracundo exhibía una venerable adoración—o infundado temor—, hacía senderos infrahumanos de estirpes degradadas y religiones milagrosamente olvidadas por las tempestades. La marca blasfema en su pecho causó revuelo en la comunidad científica, por su atroz símil con la esvástica emblemática del imperio nazi, y diferentes leyendas análogas a la interpretación de este símbolo arcano. En su brazo izquierdo sostenía un cetro con cabezal de escarabajo, y a su izquierda... empuñaba un artefacto anómalo que desconcertó la consistencia del tiempo orquestada por los historiadores. Pues, tras demostrar que el material no había sido erosionado o mutilado en un pasado incierto... se instó como artefacto mortífero y moderno que revolucionó el mundo con sangre y pólvora: una pistola controvertida, de extraña envergadura y precisa de contornos futurísticos. 

La investigación tuvo que interrumpirse por el descubrimiento de una veta de monedas de oro sepultadas en una galería de piedra a veinte metros de profundidad. El acaudalado hallazgo erupcionó una guerrilla entre el ejército nacional por parte del ambicioso gobierno del estado, y los codiciosos cárteles regidos por los aguerridos indios y los mineros pretenciosos. La expedición universitaria se suspendió, para pesadumbre del cabecera, el cónclave de catedráticos y la comunidad científica del país. Aquella necia guerrilla por el preciado metal, removerá las montañas del panorama guayanés; ocasionando contaminación, deforestación y atraso en el desvelo arqueológico... Sino, la destrucción de reliquias irrecuperables que podrían arrojar pistas al pasado gobernado por esas extrañas razas prehumanas de arácnidos conformados por cartílago, serpentinos homínidos, saurios antropoides y emplumados críptidos.

—Todo por la cochina plata—Ronny se deprimió como nunca al perder la búsqueda que tanto entusiasmo insufló a su espíritu—. No les importa destruir su habitad... Su mundo. Con tal de saciar su libido de vanidades.

Nunca había visto al gigantesco herbologo llorar por nada en presencia de otra persona, pero aquella decepción... le arrancó un par de lágrimas. Para colmo, los casos de posesos aumentaron en la región andina como nunca antes en los últimos diez años... y las llamadas del obispo no cesaban. Chismorreos de brujas y extrañas formas grasientas que espiaban a las mujeres en sus alcobas despertaron síntomas de paranoia en la población... y con la desaparición de un menor se dictó un toque de queda. Para sorpresa del vulgo, después de una congregación espantosa en un páramo remoto... se encontró el cadáver del niño desaparecido, degollado y desangrado, flotando en un riachuelo. Dado el elevado número de casos, Jonathan tuvo que anteponer sus deberes de exorcista y condujo una cohorte de estudiosos para inculcar el misterio del exorcismo; era su deber la enseñanza, así como Jesucristo dictó que los Hijos de Dios tenían potestad para expulsar demonios. 

Pablo era un joven pálido, de numerosos lunares y ojos verdosos, que aprendía enérgicamente; aunque no toleraba la presión... Vomitó en una bolsa cuando el demonio se manifestó en la máscara de la joven afectada por sortilegios oscuros. Su aspecto decrépito y la delgaduz enfermiza de su postura conformaron una película aterradora. Jonathan descubrió por las habladurías de su angustiada madre, que la joven jugó con artes oscuras junto a sus amigos del colegio, y que indagó sin cautela en las regiones peligrosas de las estrellas alineadas y los llamados a moradores de las tinieblas. Se sentó frente a la muchacha postrada en cama, de labios resecos, y encendió la grabadora de costumbre... Hizo girar el anillo de oro en su meñique y pregonó el padrenuestro en un desentonado latín.

La posesa contuvo las ansias de gritar por un minuto infernal, temblando visiblemente entre las sábanas sudorosas... hasta que finalmente rompió a reír con voz ronca y rasposa. Sus ojos se impregnaron de una maldad supurante que provenía de abismos insondables de vacío infinito. Fue entonces cuando Pablo, sosteniendo firmemente un crucifijo de plata, se dobló por la cintura y vomitó en la bolsa de papel... corriendo al baño de la casa.

Jonathan puso los ojos en blanco, y esperó que la risa estridente de la entidad dejase de abarcar los postigos de las ventanas y las vigas herrumbrosas de la techumbre, de láminas metálicas afectadas por el sol inclemente y los diluvios torrenciales.

—No eres un demonio mudo—dijo, y esperó la respuesta violenta del ser que habitaba detrás del umbral de aquellos ojos malsanos... Lo escuchó revolverse entre un idioma litúrgico olvidado, trazos de griego y una oración en latín deplorable. Acarició el rosario en su cuello, y mostró el crucifijo santificado con aquel poder inmaculado que provino del séptimo cielo. Esto perturbó al demonio—. Podría encerrarte en un frasco y poner cintas bíblicas en su idioma original para torturarte eternamente... o, podrías decirme quiénes son los Doce Reyes Magos de Israel y quién los está gobernando.

La posesa negó con la cabeza tan fuerte, que creyó que se rompería el cuello... por lo que Jonathan saltó de la silla descubriendo su antebrazo izquierdo.

—¡¿Sabéis lo qué significa este nombre?! —La formula tatuada en su brazo causó parálisis en las expresiones del demonio—. Es el nombre auténtico de Yahve... ¡ADONAI! ¡JIRETH!

Los gritos dolorosos de la entidad retumbaron en los ventanales roscos y en las habitaciones subyacentes con malestar histriónico. Se cubrió las orejas con las manos y lloró, azogado. Dejó escapar de su boca corrupta una sarta de palabras ininteligibles, que cobraron ciertas connotaciones con el hebreo y el arameo... mezclados con chasquidos y gorgoteos. 

—Pobre fragmento—Jonathan recogió la grabadora—. Debiste haber sido exiliado del ciclo de vida y muerte cuando habitaste un cuerpo en la época babilónica. Tu última encarnación te vetó de la sinfonía de los espíritus... En la actualidad, no creo que nadie pueda hablar tus lenguas de forma fluida. Así es la purificación almica, algunos fragmentos deben ser desechados y, flotando como recuerdos, adquieren conciencia...

Jonathan finalizó el padrenuestro en latín, y repitió tres avemarías hasta que el espíritu, martirizado por el recuerdo de su Creador inhallable, cedió y se esfumó a lugares secos sin reposo en lo profundo del Hades. El poder de la cruz era fidedigno y honorable... diez mil caerían a su diestra si tenía fe. Pablo finalizó los protocolos del exorcismo y condujo el automóvil moderno hasta la posada donde se alojaban. Jonathan escuchó varias veces la grabación, y escribió los fragmentos que pudo comprender para su posterior traducción y análisis. Era el tercer exorcismo de la semana, conjeturó que podría tratarse de una infestación de demonios antiguos por contacto con vestigios del pasado. La mayoría de posesos resultaron ser mudos o haber perdido las facultades pensantes, este demonio babilónico era el primero que hablaba. Las leyendas locales referían estos episodios recurrentes de infestación demoníaca cada ciertos ciclos de tiempo, y que acontecían cada vez que los sabios del Castillo Mucuchíes dejaban libres a sus cuervos, que a la medianoche se convertían en doncellas hermosas de larga cabellera que recolectaban el semen de los hombres.

La mayoría de posesos de la región estaban conectados directa o indirectamente con la brujería típica, y con cierta información que llegó a la zona rural en forma de manuscritos ictericios y quebradizos. Los avistamientos de brujas eran recurrentes, y los aquelarres celebrados en los profundo del bosque templado raras veces afectaban a los montañeses; al contrario, la presencia de extranjeros era grata y sus limosnas compensaban los déficits del sitio. Los pueblitos gemelos amontonados en la circunferencia del Castillo Mucuchíes eran abastecidos de riquezas cuestionables y las más excéntricas creencias de lo sobrenatural... Jonathan compensó la escasa locomoción con las habladurías, y descubrió muchos más secretos que cualquier explorador. Buscó un cigarrillo en su gabardina y miró por el retrovisor el reflejo lívido del joven...

—¿Y esa cara de estreñimiento?

—Que chiste—terció el pálido de cabello corto—. Un sacerdote que le tiene miedo a los demonios. ¿Vomitarse en medio de un exorcismo?

—¡Ja! —Jonás encendió el cigarrillo y lo apretó en sus labios—. Al menos, no te dio un infarto—el nerviosismo del joven no disminuyó con la pulla y suspiró—. El padre Anaximandro me contó que estudias para ser médico y construir un sanatorio en tu localidad remota... Eso es muy noble de tu parte, otros jóvenes simplemente evaden sus responsabilidades y dejan que el mundo hedonista los abrume. Pero las personas como tú, muchacho. Son las que hacen que un adulto tonto como yo, que no logró nada en su vida, le encuentre sentido a las cosas... A estar acá en este jardín de los lamentos.

—¿Cómo puedo ser valiente como usted? —Pablo era un hábil conductor y las carreteras dibujaban un paisaje de sueños nubosos y cumbres borrosas plagadas de vegetación y niebla almidonada—. Siempre es tan lanzado y sin reservas. Unos podrían llamarlo imprudente...

—Eso trae problemas—replicó y exhaló el humo acre—. ¿Dices que no tengo miedo? Te equivocas rotundamente, he encarado seres abominables que habitan en las pesadillas de los gentiles y pertenecen a esferas de la comprensión que no deberían manifestarse en nuestro mundo. He sentido un terror indescriptible, y únicamente por ese miedo cáustico que me consume las entrañas... soy capaz de mostrarme valeroso. Una persona solo puede ser valiente si se enfrenta aquello que más le inspira temor.

El humor del joven mejoró visiblemente, y la tensión con que manejaba el volante desapareció. Jonathan fumó despacio mientras el automóvil remontaba una carretera descuidada, cuesta arriba, por lo que el motor tuvo que esforzarse. Por un momento, creyó que la máquina fallaría y se verían proyectados a una estrepitosa caída, pero las ruedas cumplieron su labor y ascendieron por un camino escarpado; tallado en las costillas de una montaña dormida. 

—¿Por qué hiciste los votos eclesiásticos? —Jonathan lanzó la colilla consumida por la ventana y entornó los ojos ante la ventisca fría—. ¿No te gustan las mujeres?

Pablo dejó escapar una carcajada.

—Sí me gustan las mujeres, pero prefiero evitarlas.

—¿Parafilias extrañas?

—No señor, estoy... un poco decepcionado con ellas. Mi pueblo es del tamaño de un par de calles y si caminas en línea recta por treinta minutos se termina en una carretera industrial... Crecí y estudié con los mismos chicos y chicas de siempre. Hasta que un fin de semana decidimos escaparnos al suburbio, era muy joven, y estaba enamorado de una de mis amigas de la infancia. Pueblo pequeño e historias pequeñas, sí; mis padres tenían un abasto de enseres y víveres, y conseguí ahorrar un poco para pasarla bien. Eran cuatro chicas y yo, solos, un fin de semana en la gran ciudad a cuatro horas del pueblo. Era mi oportunidad de declarar mi amor cómo lo veía en las irreales telenovelas del cable hogar—el joven ajustó el retrovisor y sus ojos oliva despidieron un fulgor amarillento... Antecedente de una inacabable tristeza—. Fuimos a una disco, muy brillante y ruidosa. Pobres vestidos como ricos, mujeres aparentando ser reinas de belleza, perfumes baratos y caros... Y entonces mis cuatro amigas empezaron a beber, y las botellas se acumularon. Bailaban, reían, hablaban y me ignoraban... Intenté bailar con la chica que me gustaba, pero prefirió bailar con otro. No te voy a negar que mis ropas no eran muy caras, pero lo intenté. Fue entonces cuando las fotos que subieron a sus redes sociales llamaron la atención de un futbolista famoso que se quedaba en la ciudad... y ellas se fueron sin avisarme, sin preguntar, al departamento de ese tipo... y yo quedé solo, viendo las botellas apiladas en la mesa y la cuenta del mesero. El dinero de un año de trabajo desperdiciado en tonterías que me rompieron el corazón. 

Jonathan asintió, cabizbajo. Y reprodujo la grabación del aparato, fue entonces que captó el nombre «Azzaroth» en algunos fragmentos. Tendría que transladar la psicofonía, pero estaba al borde de un abismo de horrores. Con el estómago vacío, Pablo consiguió presenciar y apoyar activamente durante los exorcismos consecutivos... No hubo pistas, solo más demonios mudos y unas cuantas entidades que respondían a lenguas muertas. Recibió una llamada de Ronny, que le informó sobre ciertas desbandadas de pájaros negros que regresaban al clarear el alba sobre el Castillo Mucuchíes, y el padre Anaximandro interrogó a un vidente, practicante de la cartomancia, que relató pistas sobre un anticuado manuscrito encuadernado en piel lustrosa, descubierto en una capilla abandonada. El brote de fiebre amarilla asociado a tal hallazgo desconcertó a las autoridades, y una sucesión de muertes ante los portadores de tal tratado llamó la atención de un convento protestante de la localidad. El vidente cuenta que los cristianos reprendieron los secretos malditos del pequeño librito hasta que fuerzas oscuras obraron en un capítulo de enajenación colectiva y posterior horror. 

Ronny lo contactó otra vez al atardecer, respecto al testimonio de una niña que atestiguó masas de humo negro sobrevolando la noche en dirección a las cumbres montañosas y el desfiladero donde se yergue el ancestral castillo. La historia fue corroborada una docena de veces por testigos heterogéneos, y un campesino negro que criaba ganado vacuno reveló que una misteriosa figura encapuchada con una espantosa máscara de murciélago, le compraba ingentes cabezas de res y las llevaba al bosque. Mencionó que hace un par de meses varias de sus vacas fueron raptadas o atacadas por una extraña criatura que creyeron era un chupacabras... pero, desde que la figura envuelta en el manto rojo bajó de las montañas, esta atrocidad no volvió a repetirse. 

Pararon en la posada envejecida para pernoctar, de dos pisos y numerosas habitaciones estrechas. El posadero era una mujer regordeta con cara de sapo que parecía acostumbrada a recibir inquilinos extraños, y no les preguntó mucho antes de cerderles las llaves. No confiaban en aquel pueblito lóbrego de calles adoquinadas y aldeanos fríos de ademanes pulcros, que vestían indumentaria oscura y portaban sombreros y bastones pasados de moda. Pablo se recostó en una colchoneta, y Jonathan se sentó en la cama para telefonear a los distintos agentes que se movían por la región andina, con tal de averiguar cada secreto que el castillo escondía intramuros. 

El padre Anaximandro en la pequeña capilla asignó diferentes grupos de sacerdotes jóvenes para hacerse pasar por misioneros con tal de investigar el caldero vampírico que hervía en las raíces podridas de aquellas montañas nubosas, frecuentadas por la nieve y los relámpagos. Recibió algunos telegramas de los exorcistas novicios y sus avances en el caso de infestación, y Ronny recopiló suficiente material sin ningún impedimento, haciéndose pasar por un confesor romano que venía de visita a los cantones. La redundancia de los mitos, intrínsecamente deformados por el folclore mundano, confirieron los más dislocados relatos... desde historias de brujas chupasangre que batían sus alas de pájaro, hasta horribles ofidios que vagabundeaban en las cavernas subterráneas. El Castillo Mucuchíes era un elemento clave en el disruptivo almanaque de confesiones... y se juzgó como escenario de antiguas ceremonias religiosas, mucho antes de su construcción en la colina asediada por las tormentas y las leyendas indígenas de águilas gigantes. Había documentación, de que anterior a su construcción, estructuras precolombinas formaban círculos de piedra y tronos para los espíritus del Averno... Una historia horrible en particular, cuenta como un ser abominable descendió de la luna y se sentó durante siete noches en una mesa de piedra para conceder deseos a cambio del sacrificio ritual de niños. Décadas de escarnio por querellas con las extrañas autoridades del castillo conformaron un aura polémica de malignidad.

Jonathan telefoneó a Ronny, pero el hombre no contestó y un inusitado escalofrío le recorrió el cuerpo con tentáculos grotescos. Intentó contactar al resto de agentes distribuidos por toda la región... y ninguno correspondió su aullido de desesperación. Fue entonces cuando la puerta crujió ante un golpeteo nervioso, y saltó de la cama aferrando el revólver en su funda.

Pablo era el más cercano al portal, y se acercó con el semblante descompuesto.

—¿Quién es?

—La cena ya está lista, señores—respondió la posadera con cara de sapo y perfume avinagrado.

Pablo abrió la puerta girando la oxidada perilla, y un cañonazo barrió el silencio de la habitación. El joven se derrumbó en el suelo ante el disparo, y Jonathan dejó escapar dos disparos de su arma. El rostro de la gorda se deformó en una expresión pusilánime cuando el par de agujeros negros nacieron en su pecho abultado, y se derrumbó como un saco de harina. El hombre corrió y arrastró al joven para atrancar la puerta de madera.

—¡Muchacho! —Gritó y sacudió el rostro lívido de Pablo, ceniciento y sudoroso—. ¡Aún no puedes morir! ¡Tienes que fundar ese hospital con mi nombre! 

Pablo exhaló con dificultad y palpó el agujero en su traje de monaguillo. Se descubrió la camisa fusilada y reparó en la superficie rugosa de plástico que recubría su esternón.

—Creo que tengo una costilla rota—replicó, amortajado por el martillazo de la bala—. Olvidé quitarme el chaleco antibalas para dormir...

—Si existe un dios, muchacho... Te acaba de salvar—Jonathan lo ayudó a incorporarse—. El resto no responde... Deben haber sido rastreados por ellos.

—¿Por quiénes?

No reparó en el peso de sus palabras.

—La Cumbre Escarlata—miró por la ventana única. Era una caída de dos metros a una calle desolada... Y el rumor violento de pasos estremecía los segundos detrás de la puerta. Se quitó el anillo de oro y se le dio a Pablo—. Muchacho, tienes que saltar por la ventana y correr hasta alcanzar el carro. ¡Eres buen conductor! ¡Quiero que te apresures, a máxima velocidad, y salgas de estos poblados hasta llegar a la ciudad más cercana! ¡Ve con el Padre Anaximandro y ruega que contacten a Sena Fonseca!

—¿Y usted, señor? —El joven se irguió, apretando sus costillas aporreadas—. No puedo dejarlo botado como un perro.

Jonathan bajó la mirada y sonrió...

—Eres un buen muchacho, y tienes toda una vida por delante. ¿Te puedo pedir un último favor?

Las lágrimas rodaron por sus ojos.

—¿Qué?

—Pablo, cuando mi nombre aparezca en los periódicos y mis pulmones hayan dejado de respirar, pídele al escritor encargado de mi biografía que redacte los momentos más felices de mi vida... que de dolor y tristeza me he hastiado. Si llego a fallecer y mi cuerpo aparece sin mucho daño... quiero que donen todos mis órganos: mi cerebro contaminado de amor, mis huesos aguerridos, mis riñones sedientos y mi hígado martirizado... Para que, aunque no esté, mi corazón siga enamorándose, y mis ojos cansados puedan seguir detallando la belleza del mundo. En un lugar lejano, donde sea que mi alma vaya a parar, me alegraré de que otro ser humano viva plenamente gracias a este cuerpo flagelado por las penurias.

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