Capítulo 3. Veinte Mil Poemas de Amor
Capítulo 3: Sulfuro de Azufre.
—No te vayas...
—Te prometo que volveremos a estar juntos.
Ana lloró amargamente en su hombro, sentado en la banca del parque... Aquel fue el último día que estuvieron juntos, pues, Jonathan debía emprender su viaje de redención. Y era mentira, no volvería a Chivacoa, cuya montaña embrujada colinda con el hirsuto Montenegro... El amor era un tesoro condicionado para puritanos de buen corazón. Los peligros de su vida le impedirían llevar una relación, sin destruir a esa otra persona. No merecía ser amado, había causado mucho daño.
Extendió su muñeca y detalló el cuarzo negro atado a su pulsera. Aquella promesa sempiterna que rompió dos corazones de la forma más hermosa posible. Ese último beso, aunque fugaz, era el tesoro más precioso de sus recuerdos.
Jonathan extendió el reporte mecanografiado del diácono Ulises sobre los telegramas del padre Geber en Roma. El tubo metálico se deslizaba, levitando velozmente, sobre los raíles del área metropolitana. El ferrocarril atravesaba los túneles de la vía con asombroso estremecimiento, y el vagón vacío de traqueteo incesante se dirigía a cavidades subterráneas bajo Nueva Bolívar, distrito capital. La Catedral Madre de las Nieves se estableció como sede para la redivida Santa Inquisición Romana, regida por los axiomas católicos de persecución y segregación pagana, con tal de vaticinar e impedir catástrofes irrefrenable de pánico y sopor, ante las convulsiones impías del agonizante globo terráqueo. El andén se perdía en la oscilación de las seis líneas de transporte, atravesando la polis moderna con más de cincuenta estaciones y al menos cien kilómetros, con capacidad para movilizar un millón de pasajeros.
Debido a la mortecina realidad económica, solo un tercio del metro funcionaba, y una ingente estructura de tramos permanecía abandonada ante la ausencia de mantenimiento. Evitó meditar sobre los horrores que aquellas madrigueras inefables podrían albergar en la oscuridad y el aislamiento... Rumores de caníbales y satanistas pululaban con aprensión entre los merodeadores diurnos de la superficie.
Viraron por un enlace hacía una caída oblicua, y las luces mortecinas suscitaron una inusitada aprensión de indecible claustrofobia.
—Durante la pasada Navidad, despues de seis meses abatidos por el Talibán... Se retomaron las excursiones a las cavidades excavadas por los huracanes en el desierto de Jerusalén—releyó, anonadado—. La espeleóloga Viviana Gonzalez encontró una abertura cercana al Monte Calvario, de índole histórico, donde se afirma la hipotética crucifixión de Jesucristo. Más intranscendentes aún, es la especie de estructura que suscitó bajo tierra... Descubriendo una de muchas entradas a túneles laberínticos, construidos cuando la temprana Humanidad daba sus primeros pasos tímidos sobre el planeta. Las fotografías y los bocetos del archivo otorgan digno acopio sobre un tugurio de horrores ocultos, contrario al juicio y amparo de estructuras preconcebidas en edades pavorosas. Los vestigios de aquel horror pretérito que confinó a los pueblos autóctonos en cubiles nauseabundos, relataron la inminencia acerca de ciclos de persecución y martirios nocturnos que los obligaron a esconderse bajo tierra... cuando la luna gibosa alumbraba el país. Los susodichos relegaron testimonios en bajorrelieves macabros: la legión de engendros insaciables adoraban a un emperador nómada, un ídolo fétido al que le ofrecían hartos festines de sangre. Los arqueólogos descifraron que una de esta figura podría tratarse de Caín, el hombre marcado por Dios como primer homicida, maldito con la eternidad y el hambre por sangre. Asociaron otra de las frecuentes figuras a Lilith, la primera mujer demonizada...
»Los huesos descarnados de la espeleóloga fueron hallados junto a una tumba, deteriorada por los repetidos sismos. La piedra habría sufrido una erosión, y aunque parecía inamovible, una acción externa terminó por liberar aquel mal sepultado por milenios. Encontramos referencias a las doce tribus de Israel, y varios nombres disonantes... en lo que parecía ser la tumba del mismísimo Jesucristo. Se extienden los teóricos entre los eruditos, unos dicen que los apóstoles desterraron engendros recalcitrantes, y otros afirman que el Mesías tuvo por deber el sepultar los horrores vampíricos que estremecían al mundo desde los albores de la primera ciudad. Los lingüistas tradujeron aquella ópera del hebreo litúrgico y concluyeron que la única verdad yacía enterrada en los manuscritos apócrifos que ha confinado el Vaticano en sus bibliotecas privadas.
Sam carraspeó, cruzado de brazos sobre el asiento mientras el vagón se estremecía con un trepidar de chirridos y señales. El joven pelirrojo lucía un abrigo mostaza de mangas negras, y pantalones grises, sus ojos ejercieron una caldera de carbones al rojo, y los mechones aceitados despidieron reflejos sanguíneos... La palidez de su tez era lechosa, y la cicatriz de arañazo en su mejilla izquierda partía desde el lóbulo hasta el puente de la nariz con una línea rosácea. Sus cejas fruncieron una máscara de consternación, y su aroma afrutado de rosas carbonizadas y canela machacada causaron una inaudita agitación. El pelirrojo cruzó los dedos y sus labios dibujaron una línea trémula.
—Treinta y tres asesinatos de procedencia desconocida—contó Jonathan, apocado—. Sin coincidencias o patrones entre las víctimas. Estos desgraciados fueron sorbidos sin piedad, hasta que solo fueron sacos de piel y huesos. Los homicidios se sucedieron a lo largo del antiguo imperio romano, hasta que se detuvieron abruptamente y... Ante la Víspera de la Candelaria, una masacre sin precedentes tuvo lugar en un poblado andino de nuestro país. Las similitudes de la matanza con la detención de los asesinatos en ambos hemisferios del globo conectaron ambos casos. Antes del desastre, una serie de extrañas desapariciones en los poblados llenaron a los aledaños de un fuero aterrador; hasta que... al rayar el alba, un relámpago pulverizó un pueblo diminuto, y los restos humanos presentaron las mismas condiciones de mutilación que sus antecesores europeos. Están acá, no sabemos a dónde se dirigen o de dónde provienen.
Carlo Zabala sonrió, decrépito.
—¿Vampiros?
—Antediluvianos—Jonathan giró el anillo de inquisidor en su meñique—. No pertenecen a esta época. Puede que sean los Nefilim de las leyendas de Enoc... Los Lilim o los Adoradores del Ziz. Puede que sean los Primeros Apóstoles de Jesús, un tropel de hechiceros griegos y faraónicos que se consagraron en las artes místicas... y según el decimotercer apóstol, María Magdalena, esta cohorte de sabios antiguos profundizó en la taumaturgia y la khemia fabricando la inmortalidad y hallando el umbral de los milagros. Son numerosas las historias sobre estas figuras satanizadas. Durante su infancia, Jesús de Nazareth fue educado por estos magos convirtiéndose en la piedra angular de su religión. Pero, las nociones de estos versos presentaban incoherencias, y la caligrafía típica de viejos analfabetos malversó el enunciado texto... Jonathan tuvo que devanarse los sesos ante la extracción del lenguaje litúrgico, razonando y explayando el contenido en condiciones deplorables, hasta que la orden eclesiástica restringió la indagación. Ahora poseía más material, pero debía indagar a profundidad...
El hombre de mentón azulado iba envuelto en un abrigo azur, gorra de lana y ostentoso traje plomizo con botones de plata. Se negó a sentarse, y fumaba despacio, aferrado al tubo metálico del metro... Llevaba guantes de gamuza negra y zapatos lustrosos como un banquero de renombre. Su estatura prominente y sus dientes afilados eran sagaces. Sus ojos café esgrimían llamas de júbilo. El mercenario de ascendencia venezolana, cuyo acervo poseía típicos genes Furya por razones desconocidas... negoció duramente, pero consiguió su subordinación a cambio de la Caja de Espíritus de Edison, uno de sus más controvertidos inventos. Convencer al Padre Anaximandro de conceder aquel artilugio no sería sencillo, pero Jonás era el maldito Inquisidor del Vaticano, firmado por el Papa Vitelio. Su ungimiento sería benevolente y marcaría la historia.
Samuel Wesen fue mucho más difícil de convencer por su apatía inherente, su fidelidad con el Vaticano era incorruptible, y aún así... su única solicitud fue requisar los registros que Revelaciones guardó del Mago de los Espejos en sus archivos criminalísticos. Permitir a un individuo husmear en el banco de información más grande del mundo era un crimen internacional...
El vagón se estremeció sobre los raíles y un chirrido agudo flotó hasta ellos, forcejeando con engreída torpeza. Jonathan se aseguró que su equipaje estuviera impoluto: tres maletas a rebosar de indumentaria para su nueva residencia bajo la capilla más grande del país. Sabía que aquellos dos leones rabiosos no podían estar juntos, no con la reputación de asesino de magos que se labró el pelirrojo los últimos dos años que renunció al Vaticano, dedicados a perseguir magos negros... y, Zabala era un mercenario de renombre en el mundo ignoto, de pronunciada recurrencia en los círculos más oscuros de los cultos herméticos.
—Puede que seamos familia, Wesen—sonrió el hombre—. Nunca conocí a mi padre, pero mi madre me contó... antes de morir, que el malnacido tenía los ojos rojos—lo señaló con el cigarrillo consumido—. Como los tuyos. Allá afuera hay muchos clones con sangre Wesen y Scrammer—se encogió de hombros—. Melanina bermellón. Los he visto haciendo fila y encabezando las listas de tráfico. Tus hermanitos se venden en el mercado negro como borregos... ¿Tu madre es una hembra vivípara o un vientre artificial?
Sam saltó, flameante, sus orejas enrojecieron y las venas de su cuello se tensaron, temblando de estupor.
—¡Tú no tienes madre, malnacido!
Jonathan se interpuso, y por poco se cayó ante la inercia del ferrocarril.
—¡Wesen!
Carlo rompió en carcajadas, bufón.
—¿Quieres morir, Wesen?
—¡No juegues con mi madre!
—¡Señores!
Sam cortó la distancia con zancadas furiosas, y Jonathan se colocó frente a él como una muralla. Carlo rompió a reír, y apagó el cigarrillo. El vagón volvió a traquetear, y esta vez una de las ventanillas se rompió... Los fragmentos vítreos llenaron el cubil y una ráfaga de aire agravó el desorden. Un ser, infinitamente repulsivo y blancuzco, entró al ferrocarril envuelto en telares oscuros... y se irguió espantosamente, retrato fantasmagórico de Nosferatu enfermizo, de exuberante cabellera canosa. Abrió su boca voraz para enseñar una sarta de colmillos amarillentos y ofidios, insertados en negras encías podridas. Levantó sus manazas de largos dedos blancuzcos, rematados en zarpas negras de cinco centímetros... y, flotó, tirado por hiladores invisibles, se deslizó libremente por el espacio con una perversidad malsana, ajena a leyes naturales de desplazamiento tridimensional.
Sam lo empujó suavemente.
—¡Un cielo blanco se vuelve naranja con el atardecer!
Conjuró el pelirrojo y el rumor de ramas consumidas por las llamas se esparció con una crepitación, regando el hedor a canela en brasas. El pelirrojo aventó una incandescencia rojiza con un movimiento del brazo, la sustancia plasmática chisporroteo y alcanzó al engendro en el pecho con un restallido sublime. El telar saltó en jirones calcinados y el engendro se hundió con una humareda azufrada. Tres de las ventanillas saltaron en pedazos, las puertas corredizas crujieron y fueron forzadas por garras... Un chillido demencial que provenía de dimensiones siderales los atormentó con represión, y más de diez figuras altas, encorvadas y esqueléticas, de tez pálida y rostros lobunos, perpetraron en el incesante vagón que se movía a máxima velocidad.
El engendro herido se levantó, chillando, y los jirones del telar mostraron costillas chamuscadas y piel quemada... que volvía a encarnarse con repulsiva flacidez. Los rodearon desde todas las salidas, como gárgolas impías, inmóviles y silenciosas. Sus rostros muertos eran de mucosas ennegrecidas, ojos amarillentos y colmillos prominentes... las arrugas de aquellos innombrables eran paulatinamente ausentes, y lo que parecía ser una reverberante vitalidad poseía sus iris profundamente negras.
Uno de ellos clavó sus ojos en Jonathan y pregonó una sarta de palabras en un idioma desconocido. Su voz resonó, rasposa y dolorosa, como si una resequedad en su garganta obstruyera sus cuerdas vocales. No reconoció la lengua, el horror seccionó patentemente sus pensamientos, y la pestilencia necrófaga lo envolvía con puñaladas de advenimiento.
El redivido mostró los dientes en una sonrisa vampírica. La vorágine de locura que ocurrió después contrajo histéricos accesos de horror cardíaco, y violentas conjeturas. Las sombras se elevaron con su pueril manera de desplazarse en el espacio, con los colmillos inyectados de gula en muecas horripilantes... Escuchó pulsos de vibraciones sonoras, y el entrechocar de cuerpos contra superficies metálicas. Su esfera de percepción se redujo notablemente, y ante la perspectiva de un ser extraído de las pesadillas ancestrales a terrores cósmicos impensables, sus sentidos cerraron el flujo. Jonathan aceleró y se deslizó por el suelo frío, mientras el vampiro se elevaba por el aire, violando las leyes newtonianas de gravedad y probabilidad. Rápidamente, se levantó y vislumbró un ser pálido cayendo en picada hasta su presencia, con las fauces abiertas. Saltó atrás para evitar los zarpazos, se encogió a un lado dando un giro y descargó un potente puntapié en el estómago del engendro. Lo proyectó hasta la pared cercana del vagón, y sintió una pesada respiración que caía sobre su nuca... Giró y protegió su cabeza, los colmillos ofidios se enterraron profundamente en su brazo, miró con horror la mordida atravesando la tela y hundiéndose en el acero macizo del brazalete. Los ojos negros lo escudriñaron, y las arrugas del rostro se tensaron ante el corrimiento de la sangre ponzoñosa.
Jonathan extrajo el cartucho y presionó el botón para desplegar la cuchilla, acto seguido, hundió el puñal en el ojo del engendro. Se agachó, tirando de la cabeza aferrada con la mordida, y de un derribe, tiró al suelo al vampiro. Vio tres engendros monstruosos sobrevolando en rapiña aniquiladora sobre su cabeza, rompió los dientes de un tirón y rodó sobre su propia espalda... Escuchó el aterrizaje devastador de los monstruos quiméricos, y una nube de fuego envolviendo la techumbre metálica con una ola de calor. Vio su equipaje desperdigado, y rasgó una de las maletas lo más rápido que pudo... Entonces vio surgir dos sombras vampíricas, y desenvainó la espada japonesa en un arco de acero afilado. Saltó atrás y vio dos vientres rajarse, con intestinos podridos saliendo del corte como lombrices asquerosas.
Los monstruos se lanzaron, ignominiosos, y Jonathan se movió con fluidez para rebanar un brazo y seccionar un gaznate con dos movimientos. Escuchó un resoplido, y el vagón colapsó estrepitosamente con una llamarada que le abofeteó el rostro... Una tempestad excavó la mitad del vagón, deshaciendo parte del suelo, arrancando todo el techo y la pared contigua. Seis engendros fueron envueltos en la nube carmesí de zarcillos de fuego, y desaparecieron en la insignificancia del túnel mientras el tren corría a toda pezuña.
De un movimiento, Jonathan apuñaló a un vampiro blancuzco en el corazón, y lo empujó con toda su fuerza para empalar a otro pasmoso ser... y los arrojó por la abertura, exhausto. Estaba bañado en sudor, y... dos garras se cerraron en torno a sus hombros. Una respiración gélida le erizó los vellos de la espalda cuando unos dientes acariciaron su yugular. Jonathan se encogió con una fuerza impropia, aferrando los brazos de aquel ser antropoide, su hombro se encontró con un vientre frío, desprovisto de calor, y sus piernas crujieron cuando volteó al retazo de hombre contra el suelo. Endureció sus dedos y los clavó en aquella garganta, como un tigre, y arrancó una tráquea ennegrecida y carcomida por una cancerígena descomposición. El engendro chilló horriblemente, y se retorció agonizante hasta desfallecer en la rotunda inconsciencia.
Los guantes de Carlo se redujeron a cenizas, y su abrigo estaba manchado de tinta podrida. Sam estaba perturbado, azogado por la evidencia de tales horrores vagando en las ciudades humanas. Su vestimenta estaba rasgada, y el lupanar de terrores desplegados a su merced turbaron su conciencia. La brisa los estremecía y las chispas saltaban en briznas cáusticas.
—Iban detrás de ti—señaló el pelirrojo—. Te rodearon, querían llevarte consigo. Hablaron...
Jonathan, horrorizado, estudió al perplejo ser que gorgoteaba con la garganta desgarrada. Le parecía que decía un nombre, dicho con anterioridad en innumerables opúsculos prohibidos, escritos por tratadistas enloquecidos. Sus ojos inyectados de sangre anunciaron una muerte histriónica, y dio cuenta de la suprema futilidad del cosmos al comprender tal conjuración. Aquel nombre, bautizo de la entidad caótica que extendía sus tentáculos grotescos desde la Constelación del Dragón. El nombre que gritaban los posesos antes que los entes que perturbaban sus caparazones fueron expulsados a dimensiones baldías, exteriores al Origen Divino del Todo. El caos absoluto que impera detrás de los umbrales y las cancelas de portales subyacentes a tinieblas de vacío existencial y dimensiones etéreas, alumbradas por soles negros... El demonio sempiterno, morador de la sombría estrella Vega, adorado por un culto pesadillesco. Un dios impío con cuerpo antropoide y cabeza de ciempiés.
En el mundo ignoto eran vendidos por un precio desorbitado los retratos del Hombre con Cabeza de Ciempiés, deidad cuyo nombre era tabú. Se decía que algunos artistas eran atormentados en pesadillas por esta entidad que accedía a nuestra existencia por medio de un poder maligno... y, plantaba influencias en mentes atraídas por la ciencia ocultista. Brotes artísticos surgían en numerosas épocas y culturas: pinturas horripilantes, esculturas y libros... La similitud profana de veneración a este ser anómalo por sociedades aisladas por el espacio y el tiempo... era aterradora.
El Movimiento Revelaciones perseguía los indicios de este Ente, y la Fundación Trinidad lo clasificó como «Desconocido», antes de confiscar gran parte de las obras. Tenía cientos de nombres, pero la Iglesia Católica lo reconoció como el Demonio del Meridiano... Aunque, su verdadero nombre era un sonido tan horrible que provocaba alucinaciones, desmayos y convulsiones. Algunos demonólogos afirmaron que en numerosos testimonios de exorcismos los demonios confesaban que Meridiano no era un Caído perturbado, o un egregor... Era un ser terrible y desconocido de «otra realidad bidimensional».
La existencia de un conocimiento maldito en poder de esta deidad fue descubierta por Jonathan, durante la redada en Kyoto a un culto de brujos poseídos por egregores Bakemono... Confiscó traducciones de uno de los Libros Malditos de la Creación, el más perverso de todos: el Libro de los Grillos de la Medianoche. Estos hombres perturbados por maldiciones realizaron sacrificios rituales a este Demonio, y soñaron con abrir portales a sus sirvientes para doblegar las leyes del mundo según las convenciones de Meridiano para que sus elegidos pudieran gobernar y matar. El episodio oscuro terminó con una confrontación ante seres inhumanos, y giró desagradablemente en torno al manuscrito capaz de alterar el flujo de la realidad. Los interrogados afirmaron que el Demonio del Meridiano utilizó poderes oscuros a través de las palabras de aquellos textos para usurpar sus mentes.
Hace tres años que Jonathan destruyó el libro original, escrito por el Culto de la Ciudad de los Huesos. El libro maldito en posesión de la entidad ya no existía en nuestro mundo, a menos que lo poseyera en un pasado remoto mutado a una dimensión atemporal. Una paradoja en el tiempo...
—Azzaroth—gorgoteó el vampiro con su garganta rajada. Su voz era un amasijo asqueroso y metálico, señaló con una garra al siniestro Jonathan Jiménez—. Tú... Meridiano...
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