Capítulo 2, Veinte Mil Poemas de Amor
Capítulo 2: Sin amores, ni rencores.
El afamado Barón Garmendia reunió una cohorte de soberbios magnates e influencias del mundo ignoto en su salón impoluto de telarañas luminosas y tabiques de cristal. Las notas acústicas de guitarras, arpas y laúdes tañían una melodía de rotunda pasividad... y las figuras vestidas con trajes y vestidos elegantes discutían sobre saberes ocultistas, dejándose llevar por el ingenio engreído en majaderías capaces de quebrantar la cortesía fingida. Los vestidos escotados de las brujas daban soltura a la lujuriosa imaginación... y los portentosos representantes de consensos franceses e ingleses, bebían del espumoso champán y los vinos tónicos que servían los mayordomos de aquel palacio nítido, en la costa oeste de Puerto La Cruz, en Barcelona de Venezuela.
El asentamiento lujoso del dignatario se erguía en la cima de un cerro grisáceo con vista al mar oleaginoso bañado por la candela plateada de la luna veraniega... derretida en el aguaje como el mercurio hirviendo. El anfitrión—del que corrían horribles rumores sobre pactos blasfemos con seres rumiantes procedentes del averno sideral—, reunió a los bohemios más avanzados en las ciencias ocultas y los taumaturgos de noble ascendencia para establecer un simposio, concertar matrimonios e inaugurar endemoniadas festividades de lo horroroso y lo fantástico. El Círculo de Zaratustra, emisarios del Convenio de Salem, diversos representantes de cultos menores y algunos invitados especiales... escucharon ensimismados las profecías estipuladas por los clarividentes más famosos y protestaron ante cláusulas dictadas por mandatarios. La guerra en el mundo islámico había socavado una brecha entre lo sobrenatural y lo verosímil, causando las revueltas de diferentes adoradores africanos, asiáticos y europeos en aquella Tierra Santa, glorificada por su historia judeocristiana y la teórica existencia de reliquias de poder divino.
Del barón revolotearon murmullos esporádicos sobre una sortija todopoderosa, capaz de doblegar entidades indecibles bajo conjuradas formulas y sigilos incognoscibles. La fiesta orgiástica era privada, de carácter exclusivo y confidencial. El consorcio latino más ambicioso jamás hollado, para establecer una alianza tripartita con tal de enfrentar una amenaza que se había impostado sobre las naciones de la Tierra. Las decisiones elegidas esa noche tendrían efecto unilateral sobre el orden mundial... Así, como otras asambleas donde se convocaban élites para inferir en los procesos del globo.
Pero no estaba allí para escuchar peroratas, mañas o inmiscuirse en regímenes de magos excelsos. Vestía un flameante traje bermellón a juego con los pantalones, camisa oscura, brillantes zapatos de gamuza negra y un broche de protector, que hizo las veces de burda contraseña. Mediante un proceso químico se tiñó el cabello rojizo de ceniza, y disimuló el fulgor sangriento de los ojos a un aguamarina opalino. Caldeó vinos picosos y fumó un poco de narguile para amortajar sus pensamientos... Hubo un dinámico baile donde participó subrepticiamente, haciéndose pasar por un hechicero misterioso que investigaba los monolitos autóctonos de los indígenas y sus rituales caribeños. Colaboró en una animada disputa junto al chaparro brujo Luisé Cedeño, de tez morena y risa fácil, sobre la vulneración de la hipnosis para la inducción de manifiesto mental. Cejaba grandemente con ciertos alquimistas sobre la escaldada futilidad de los elíxires de mutágeno insalubre y los métodos de hibridación en los homúnculos... Llegó a recibir invitaciones a un aquelarre para consumar la Víspera de Walpurgis mediante el sacrificio de cabritos e indecentes amoríos para auspiciar la fertilidad y la riqueza del culto. Las brujas acompañantes lo miraban de arriba a abajo, y se arreglaban el cabello para llamar su atención. Un mago francés cuestionó la fortaleza del Reflejo de los Cinco Elementos para resistir impactos de bala a quemarropa. Víctor López, fundador centenario del orgulloso Culto de la Serpiente Emplumada, cantó rancheras mexicanas con su potente voz de tenor y brindó por la unión americana del mundo ignoto.
Cuando el discurso del Barón Garmendia llenó la espaciada estancia, todos los invitados se apostaron a la convincente escucha del monólogo prescrito por el fausto hombre de módulos arrogantes y disimuladas vestiduras desentonadas con las modas actuales. Habló parcialmente sobre el silencio de los Cambiantes, y rehuyó temas deplorables como la aparición del Libro de los Grillos y su supuesta destrucción... Sondeó tópicos sobre el tráfico de la quintaesencia y señaló al Nigromante Kausell Courbet como líder mafioso de la corrupción imperante en los mercados negros internacionales. El discurso se tornó repugnante ante la mención de diversas figuras de vestimenta oscura que irrumpían cabalmente en ceremoniales, y desaparecían científicos y taumaturgos que avanzaban sin reparo en el desconocido mundo de las leyes metafísicas. Mencionó que esta sociedad parasitaria vivía en un lujosísimo Olimpo de poder, y las familias más poderosas del mundo comían de su palma... Toda esta omnipotencia radicaba en una isla borrada intencionalmente de los mapas, y en ella se celebraban retrógrados rituales de lo más horrible, en conmemoración de mundanos panteones corrosivos que solicitaban horrendas ofrendas, cual designio abrumador. Habló de los Sonetistas y su isla de diablos...
Carlo Zabala era una figura que había precedido la reunión en el más remoto silencio, mientras bebía plausiblemente y rehuía de las miradas estudiando con vértigo la altura del palacio de marfil y pórfido volcánico. Su vestimenta formal indicaba una alta alcurnia, cuya indumentaria oscura de corbata jaquelada delató un enervado incordio. Las insignias de oro y plata lo decoraron con gratitud, y el perfume de naranja y bergamota le daba un aire seductor y peligroso. El tostado mercenario de rasposo mentón afeitado y cabello corto se desplazaba en el espacio con andar flotante, y sus ojos color hielo veían, estudiaban y analizaban.
El hombre de hombros robustos subió a la balaustrada, ante la ventisca sibilante de la marisma salitrosa, y contempló el cielo abovedado de gasas negras mientras buscaba un finísimo cigarrillo mentolado y lo encendía con la punta del pulgar. Fumó sumergido en sus más inteligibles cavilaciones, esperando el despuntar de la aurora... Un temporal marino arremetía en lo profundo del océano Pacífico, y el oleaje denotaba un augurio de brisas tormentosas y relámpagos violáceos. Su discontinuo aliento, agobiante, exilió el humo nacarado de sus pulmones... Su pecho se hinchaba y se reducía rítmicamente, ante la transparencia de los dislates pregonados en la asamblea.
Samuel Wesen se deslizó, indolente, y contempló la ancha espalda del mercenario.
—¿Y si mató a Isidoro Peñalver?
—No vas detrás de él—el timbre grave de su voz, la calma y el tono áspero detrás de sus palabras... lo sobrecogió con holgado encaprichamiento—. ¿Es menester llamar la atención? —Se giró con la barbilla levantada y lo señaló con la mano curtida que sostenía el cigarrillo—. Mago de los ojos rojos... Apestas a canela molida y rosas quemadas.
Sam aflojó el nudo del corbatín y parpadeó. El fulgor de sus ojos se tornó rojo como la sangre coagulada. Con cada parpadeo se volvía más intenso, hasta que el fuero extenuante encendió brasas ígneas. La razón de su disfraz, era la creciente fama que tenía en el mundo ignoto por sus llamativos ojos color sangre. Una ventolera acuática los azotó como un batir de plumas gigantescas, y el hedor a ozono llegó flotando hasta ellos desde aberturas cósmicas en lo recóndito del firmamento pincelado de carboncillo.
—Trabajaste para la Cumbre Escarlata—dijo Sam. Dejó las manos libres a los costados y flexionó las rodillas—. ¿Sabes quién es el Mago de los Espejos? Se esconde detrás de un yelmo de plata con rostro de Murciélago.
Carlo dejó escapar una risotada, mofándose de sus poses hostiles y calando el cigarrillo en sus labios babeantes.
—Que belicoso eres—le otorgó una mirada grasienta y operaron en su mente extrañas maquinaciones—. Existe una cuantiosa oferta por tu cabeza... ¿A cuántas personas has asesinado, Wesen? Las suficientes para lucrar una fortuna y vivir sin preocupaciones, sin morirte de hambre... ¿Qué más puede soñar un hombre perturbado?
—Habla, Zabala—Sintió la bilis en la garganta y apretó los puños, encrespado—. Has trabajado para Revelaciones y para la Cumbre Escarlata como un perro rabioso... La basura como tú solo piensa en dinero para saciar sus caprichos. ¡Yo solo quiero un nombre y tú lo sabes! ¡Trabajaste con el Murciélago en Moscú... cuando extrajeron aquellas lápidas del subsuelo!
Carlo posó dos dedos en su cien.
—¿Estás bien de la cabeza? —Preguntó. Apuntó a Sam con el cigarrillo, el papel silbó y estalló con un chisporroteo antes de convertirse en una flameante esfera de fuego escarlata—. ¿Quieres perderla por incineración? No conozco ningún Murciélago con túnica escarlata, o quizás sí... ¿Cien mil dólares por cada ojo rojo, no?
El joven no tembló ante el despliegue de la peculiaridad genética de Carlo Zabala. El pirómano era un desatado Evocador de Combustión Energética... y su conocimiento del Misticismo era de Segundo Nivel. Sabía de antemano que se enfrentaba a un sicario descorazonado que calcinó a magos negros por capricho, Cambiantes por dinero y víctimas inocentes... por el placer de escuchar sus alaridos. El despilfarrador y despiadado asesino respaldaba al maquiavélico alquimista Isidoro Peñalver, que convertía a las personas en baterías y ensamblaba monstruos quiméricos para subastar máquinas de guerra.
Sam apretó las muelas, vaciló... pero no retrocedió sobre aquella azotea, asediada por fantasmas marinos de irritantes homenajes a odas piratas y feligreses corsarios. Estiró un brazo, el expreso de la escapatoria partió hacía espacios liminales que subyacían a patrias mundanas de delirios maníacos. Rozó su mejilla izquierda con las yemas de los dedos, y la cicatriz del rasguño reapareció con luminosidad. Los mechones oscurecidos sufrieron una cuantiosa mutación a un claroscuro iracundo... y las raíces capilares diferían en su grosor y pigmento, hasta ralear a una controvertida mata de cabellos rojos, cuyo reflejo ante la lucidez lunar eran neones azur...
—¿Dónde se encuentra la guarida de la Cumbre Escarlata?
—Niño—la esfera ígnea que bailaba en la palma del antípoda, destelló fulgurante de ironía flamígera. Su quintaesencia en proceso de oxidación despedía un aroma perfumado a bergamota y pelo chamuscado—. Mi reputación no me permite revelar información. ¡Maldito interrogatorio! —Lo apuntó con la esfera de candileja, cual senador conscripto romano levantando la antorcha olímpica —. ¡Madura, Wesen! Tú y yo, sabemos que vuestra rigurosa persecución del Mago de los Espejos... Es solo un pretexto obsesivo que impide tu autodestrucción. ¡Déjalo ir, muchacho! He conocido suficientes personas obsesionadas con la venganza que persiguieron por décadas a sus victimarios. Finalmente, cuando se encuentran cara a cara con el asesino que les arrebató su felicidad... son incapaces de jalar el gatillo. La sangre se les congela en el cerebro cuando el momento que tanto han anhelado se ha vuelto realidad. Se les hace imposible aniquilar a la persona más importante de sus vidas... ¡Es triste y lamentable!
El pelirrojo extendió los dedos pálidos, los músculos del brazo contraídos. Su flujo energético ionizó las partículas piroeléctricas en sus vías sanguíneas, con énfasis a la veta protoplasmática aglutinada en las mitocondrias de las células.
—Tú no sabes nada.
—Soy un asesino nato... y tú no tienes ojos de asesino.
Sam carraspeó, y entre ellos, fantasmal, hubo una impostación de barítono, y el procaz silbido del pelinegro de gabardina oscura lindó un tránsito de estructuras espaciales y materiales... Mediante un divorcio evanescente de la ecuación matemática de superposición cuántica, el paralelismo de lo creíble trazó manifiesto ante la aparición repentina de un cuerpo intangible esculpido por fotones del más variado espectro iridiscente. El fulgor del rosario delató la identidad de aquel espectro aparentemente fantasmagórico... Su voz era metálica y distante, y su vestimenta obscura se deshacía obnubilada en jirones nebulosos. Los bloqueos del pentagrama que envolvía el palacio impedían la profanación de entidades y soñadores intrusos... pero, los zarcillos brumosos lo envolvían con agresividad.
—El Verdugo del Vaticano—advirtió Carlo Zabala, estoico—. Sin amores, ni rencores...
—Déjalo, Samuel—la sombra se deshacía en tentáculos de niebla—. Te estás convirtiendo en una persona que no eres... ¡Deja ir todo ese dolor antes que te consuma! Quiero ayudarte... No tienes que estar solo.
—No sabía que eras psicólogo.
—Déjame ayudarte, tienes muchas heridas que sanar.
—¡No tienes que cargar con todo el peso del mundo!
Sam bajó la mirada, apretó los puños, y recordó con aflicción los cadáveres apilados en las calles de Montenegro, forrando el suelo con sangre podrida y zumbidos de moscas. La Puerta de Piedra deshecha en escombros, y el Demonio de la Tierra emergiendo de fosas espectrales para dar muerte a las naciones... Los secretos de los Wesen, y el Nigromante manipulando el cuerpo de su padre con magia negra. El Mago de los Espejos escudriñando a través de la superficie líquida del reflejo con su máscara de murciélago demoníaco, arrebatando a Donna de un zarpazo y lanzando sus partes desmembradas por el cristal. El cadáver de Finch convertido en una estatua de hielo, y la bazofia de Joel Arciniega convertido en lobizón albino... siendo atormentado por un hambre voraz y caníbal.
—¿Cómo te sentirías si hubieses perdido a todas las personas importantes de tu vida? —Resopló y sorbió para contener el nudo en la garganta. Aquella tristeza llevaba años enterrada en su pecho, y dejarla salir era doloroso—. Que de un día para otro... Los vieras morir frente a tus ojos, sin poder evitarlo por tu debilidad. Amigos, familia, tu pareja... ¡Todo se desmoronó por mi culpa!
El espectro de Jonathan sufría interferencia de parte de los sellos repulsivos que bloqueaban las ondas mentales y las proyecciones astrales de los intrusos al auditorio. Su voz se interrumpía, y la yuxtaposición se distorsionaba con fluctuaciones corrosivas. El sacerdote acarició su muñeca y paseó sus ojos brumosos por la altiplanicie titánica que avistaba el litoral de arenas pálidas, edificios altos y callejuelas oscuras. La marea se estremecía al compás de las respiraciones de un ser abismal y gigantesco que moraba en las profundidades del fondo marino.
—Si yo perdiera a todas las personas que quiero—Jonás acarició el diminuto cristal negro que relucía en el juramento de su muñeca izquierda—. ¿Cómo me sentiría? Es una buena pregunta, Wesen. Pero, creo que es tarde para preguntar... porque..., todas esas personas ya se fueron de mi vida.
«Capítulo anterior × Capítulo siguiente»
Veinte Mil Poemas de Amor en Wattpad
Sígueme en redes como:
Gerardo Steinfeld
@gerardosteinfeld10