Capítulo 9. Cien Mil Días de Tinieblas
Capítulo 9: La Isla de los Monstruos.
«27 de junio, 2023».
Joel Arciniega derramó un par de palabras con su inusitado acento latino, y la estática del comunicador le transmitió una respuesta en código.
—¡Coño de la madre!—Borbotó y cortó la comunicación. Miró a Nelson con sus ojos de jade envueltos en llamas—. Cazaron a los Gonzalez. Se infiltraron en los puertos de las costas gabachas como barqueros de cabotaje, y los muelles bullían de extrañas mercancías chinas. Los transbordadores acarreaban contenedores reforzados y los trasladaban a almacenes secretos en las montañas francesas. Nuestros camaradas Cambiantes se infiltraron con los astilleros del puerto, mancillando un machacado dialecto en el furor cultural donde convergían distintos colores y procedencias. Las embarcaciones asiáticas llamaron la atención, por su extrema seguridad y fortificación. Durante varias semanas de travesía, los latinos frecuentaron los puertos, subsistiendo con mercancías de cabotaje abaratadas y pasando desapercibidos ante el ruido de las olas y las goletas. Los latinos, indios y asiáticos son abundantes en la calaña del muelle y los barrios del litoral ante la salmuera de la clasista sociedad europea... Se escucharon rumores de aullidos y jaurías de perros monstruos vagando en tropel por las avenidas desiertas del muelle durante las noches de luna gibosa. Una vieja caucásica aseguró que una manada de licántropos corrían por las noches en infestaciones diabólicas. Los nipones y asiáticos hablaron de un Bakemono con forma de gato demonio; y los indios morenos fueron más prosaicos al deducir la invasión especies exóticas que solo el diablo meridiano conocía su origen; durante muchas lunas: turcos, portugueses, chinos, iraníes y adustos árabes... temblaron ante los ruidos desconocidos que se removían en los muelles septentrionales.
»Carajo, Nelson. Nuestros camaradas llamaron la atención de las personas equivocadas, y estaban a una puerta de descubrir la verdad de los atracaderos... cuando las plagas de la Cumbre Escarlata los delató, y fueron acribillados a balazos a plena luz del día por los marinos desgraciados. La empresa Shengou está trabajando con el culto, y sus estratagemas provocaron un baño de sangre. Los Gonzalez se transformaron en linces salvajes cuando los magos del aquelarre, mezclados con los mestizos y los negros... se amotinaron, revelando sus verdaderas vestimentas rojizas con brujería. La policía está investigando el hecho, pero esas ocho muertes no serán silenciadas...
Nelson farfulló un par de rápidas frases en español, que no logró descifrar, y... asintió. Le hizo una seña a Kiara para que lo siguiera... La mujer se levantó del taburete y salió de la choza del líder de los Cambiantes de la isla baldía. El conjunto de casas de maderos y cañas parecía bastante pobre y desgraciado, pero estaban bien construidas para soportar las inclemencias a la que la isla era sometida en su tormentosa ubicación del Pacífico remoto; y sus moradores eran latinos amables de piel tostada y cabellos lisos. Todos eran Cambiantes de distintos géneros de pseudohombres: mamíferos, reptiles, emplumados y anfibios... Esta mescolanza de razas no era significativa, porque todos contribuían a la subsistencia de su pequeña sociedad artificial bajo el mandato del rubio Joel Arciniega, la Bestia Albina.
Una cincuentena de chozas se alzaba en seis calles empedradas a lo largo del litoral, frente a una playa de arenas blancas y un mar oleaginoso de agua verdosa y turbia. Los pescadores emergían del agua con un barcoluengo repleto de especies marinas, moluscos y algas; mientras sus pieles escamosas y grisáceas volvían a contener un color moreno y el cabello verdoso se convertía en negro o castaño oscuro. Uno de ellos era nipón, y sus alas draconianas volvían a formar parte de la estructura ósea de su espalda mientras las escamas doradas desaparecían. Los chiquillos corrían por la playa sin camiseta y las mujeres vestían zapatillas de madera y vestidos finos.
Era el refugio de los marginados Cambiantes tras su derrota y exterminio durante las revueltas. En todo el mundo, se erigió una pantalla con una supuesta pandemia para aislar las grandes poblaciones de estas cruentas manifestaciones de bestias y seres que se creían desconocidos. En numerosos países corrieron falsas noticias de terremotos, accidentes industriales y propaganda amarillista para esconder los millones de muertos que aquella guerra ocasionó.
La Corte de Magiares dictó las primeras leyes de deportación y disección contra los Cambiantes en 2016, y Joel se alzó en nombre de los pseudohombres de todo el mundo hasta su apoteosis bélica en 2020, involucrando a la mitad de los países y revolucionando las opresiones postuladas para restringir a los que podían cambiar de forma. América Latina se encendió en llamas de conflictos y las grandes ciudades se ofuscaron a rebosar en revueltas lideradas por los descendientes de las serpientes aladas, naguales y demás razas de chamanes Cambiantes. En Europa, se suprimió la licantropía, el sirenismo y los reptilianos más eficazmente; y los Sonetistas libraron una guerra de poderes hasta neutralizar los cultos de magos negros y grupos que apoyaban las causas de Joel Arciniega.
El precio en el mundo ignoto, de la cabeza de la Bestia Albina... fue de cuatrocientos millones de dólares... y los Cambiantes fueron masacrados en millares por mafias extorsionistas y codiciosos magos negros para revelar el paradero de su líder. Las huestes dispersas se dividieron y no soportaron el exterminio en masa de la guerra de guerrillas cuando la Corte de Magiares, con todo su poder, contrató miles de mercenarios para dar hacha a estos «engendros escondidos». En las plazas públicas se quemaron cientos de cuerpos para estirpar la peste, y muchas familias fueron mutiladas cruelmente. Cinco años duró este movimiento, y fue sepultado en cinco meses... El precio de la cabeza había descendido, pero seguía siendo altísimo, y los pocos fieles solo permanecían junto a Joel Arciniega por protección.
Los Cambiantes estaban dispersos, ocultos y marginados en el mundo... Muchos eran explotados por miserias, y otros solo podían vagabundear o huir de la maldad de las mafias y los cultos negros que se aficionaron a su tortura ritualista. No existía esperanza, más que continuar la lucha en el mundo ignoto contra el Caoísmo y los que sometían a sus cosmopolitas congéneres.
Kiara vivía en una choza comunitaria en su condición de refugiada y las mil tormentas del mar sin viento. La mayoría de habitantes eran mujeres desplazadas, cuyos esposos fueron terratenientes acribillados en heroicas batallas que no valía la pena rememorar. Los pocos hombres que habían en la isla ayudaban con la pesca y la construcción con sus habilidades sobrehumanas. Tenían algunos doctores y enfermeros en un hospital comunitario, una máquina desalinizadora, un generador eólico y otro generador a base de desechos sólidos. Las embarcaciones que tenían les traían mercancías compradas con contribuyentes a su causa, y Joel seguía ejerciendo cierto control sobre influencias en el mundo de los Cambiantes. Se escondía, herido y perseguido; ante las monstruosidades que emergían, retorciéndose, de los abismos acuosos del océano... y lamía sus heridas con saliva venenosa mientras se preparaba para otra revolución.
La isla era desconocida, y no tenía ningún nombre. No aparecía en los mapas, y para su conveniencia, era invisible a los satélites de la élite por una anomalía magnética. Todos los días, Joel Arciniega preparaba sus discursos sobre las desigualdades de las personas y las estratagemas de la élite, y vociferaba a grandes voces sobre sus incógnitas bursátiles y sociales por la radio, en una frecuencia extraña, para que los mensajeros pudieran esparcir su mensaje de rebelión sin que el millar de oídos de los Sonetistas los hallase. La inusual formación del arrecife protegía la geología de aquella zona de la magia ortodoxa. Los antiguos hechizos que forjaron los primeros habitantes de aquel refugio, los escondían de las garras mugrosas de los magos negros. Tales habitantes originales habían muerto hace muchos evos, pero sus monolitos arcaicos y estatuas de basalto... yacían enterradas en la arena y la jungla.
La isla era diminuta, en comparación con otras islas habitables... pero poseía una intrincada formación de cavernas subterráneas que conducían a los confines del litoral y las entrañas del mar, como los intestinos de algún Leviatán fosilizado por la muerte. Las cavernas estaban abandonadas, y llegaba un punto en que era imposible sumergirse por la oscuridad; no tenían profundidad, y las estructuras de argamasa esmaltada de líquenes arrojaban imágenes de huecos a una tierra desconocida, y de océanos hirvientes bajo la capa rocosa del fondo oceánico. Estas fosas conducían a misteriosas aberturas, y túneles a distintos puntos del planeta que aún no habían sido investigados.
Un par de sirenas y tritones se zambulleron al agua negra con una soga... y después de un par de horas, emergieron, gritando sobre seres oscuros, niveles de agua dulce, volcanes hirviendo y burbujas de aire viciado en cavernas ignotas. Uno de ellos se había perdido en la negrura a pesar de que sus ojos de pescado podían atisbar las sombras de las tinieblas. Este tritón regresó, herido por una criatura demoníaca que arrastró su cuerpo azulado hasta su escondrijo acuática, creyó que sería devorado cruelmente... hasta que le clavó la lanza de hueso en uno de los órganos abultados, de lo que parecía ser su cabeza de cefalópodo, y la sarta de tentaculos lo dejó escapar a través de niveles profundos. Las criaturas que avistó formaban una orgia dionisíaca de tentaculos, colmillos, espolones y agujas envenenadas... en una cálida agua pestilente sembrada de burbujas, medusas reverberantes y algas fosforescentes.
El tritón murió minutos después de relatar a gritos su pletórica anécdota en raudales de desesperación. Su piel cerúlea había ennegrecido, cubierta de heridas de ventosas y colmillos que difícilmente aflojaron su piel. En la oscuridad del agua existían monstruosidades blasfemas que escapaban a la comprensión del mundo. La doctora Xiomara dictó que aquellos tentáculos plagados de ventosidades contenían colmillos retráctiles que inyectaban toxinas desastrosas. Acacia, bióloga marina y madre, una de las sirenas de la expedición... teorizó que un tubo de lava, sellado herméticamente durante la época primigenia del planeta, se abrió en algún momento y esas criaturas aisladas durante millones de años, infestaron las aguas en su febril bullicio. Más allá de los monolitos erigidos por nayades antiguas, y tritones de la era primordial... no encontraron nada coherente en las cavernas inundadas. Quizás arrojaron un poco de luz al misterio de la isla, solo por la insistencia obsesiva de un tritón acerca de un monolito con rasgos de obelisco lamido por las aguas que representaba un tributo a una planeta extrañamente familiar: Júpiter. El resto del monolito estaba impregnado por arabescos tan antiguos y gastados, que resultaba imposible descifrarlos. Se llegó a una conclusión desconcertante: toda la formación geológica circundante no pertenecía a este mundo. Así como las criaturas de aquel nicho submarino, y la formación euclidiana que rodeaba la isla remota e invisible. Incluso, las rocas de extraños materiales que tanto abundaban en la circunscripción... Eran escasos en el resto del planeta.
Los ídolos encontrados en las cavernas excavadas por gusanos extintos no formaban parte de ninguna cultura precristiana o antediluviana. La leyenda de las náyades fantasmales arrojaba pistas de un pasado recóndito, rumiante de cometas que atravesaban el cosmos y lunas congeladas habitadas por verdaderos leviatánes acorazados y pólipos luminosos del grueso de montañas grasientas.
Kiara dio toda la información que recopiló de la Cumbre Escarlata y la corporación Shengou a Joel, y prestó labores junto a las otras mujeres. Joel la encomendó junto suyo por su magia de espejos. Ordenó comprar numerosos espejos de diversos materiales y le cedió una choza con una habitación secreta para que le permitiese moverse libremente a través de los continentes y desaparecer como un fantasma. Nelson se las arregló para recuperar el espejo maldito envuelto en telares, y junto a ella lo enterraron en una playa indómita junto a un despeñadero. Se aseguraron de envolver el espejo de plata y encerrarlo en un cofre de metal reforzado para nunca ser encontrado.
Joel se movía con holgura por los portales cristalinos. Tenía que ser sus ojos a través de los reflejos para asegurarse de no ser perseguido, y en tal caso, abrir las puertas para que regrese a salvo. El rubio se reunía con conventos de magos negros, traficantes de sangre en granjas de quintaesencia y grupos de Cambiantes; en negociaciones complejas y amenazas despiadadas. Con frecuencia, asistía a reuniones de las elites mundiales disfrazado de magnate y salía, a veces ensangrentado y huyendo del ruido de disparos, y otras veces, sombrío y pensativo... Esas últimas ocasiones eran las peores, porque su rostro reflejaba los horrores discutidos en aquellos simposios. Nelson también se movía a través de los espejos, y hablaba con ella en códigos a través de la radio para que abriese o cerrase portales. No conocía las verdades intenciones de los Arciniega.
A veces hacían apariciones con figuras célebres del mundo ignoto como el oscuro Culto del Cadejo Negro, el visceral barón Garmendia, la bruja Bouvet Le Pompeu... o la difamada Jessica Fonseca. En circunstancias, los acompañaban Cambiantes de la isla o de grupos rebeldes en distintas partes del mundo. Muchas veces regresaron solos, o se tardaban horas antes de volver completamente desnudos y cubiertos de cicatrices que desaparecían a los días.
Durante tres días esperó la señal de Nelson tras su desaparición en una redada en Marruecos. Intentó seguirlo a través del caos, y una tormenta de arena interrumpió la conexión durante horas... No pudo ver nada, salvo relámpagos purpúreos y aullidos depravados. Dormía a ratos por los nervios, y no comía mariscos porque los vomitaba... Joel se encerró en su despacho a intercambiar llamadas mientras levantaba pesas o entrenaba con las barras. Kiara lloró, tembló y esperó, esperó, esperó... Las mujeres la abrazaron y lloraron con ella al verla temblar esperando al moreno achaparrado. Nelson Arciniega siempre regresa, les decía...
—Siempre regresa conmigo.
Las horas se volvían eternas mientras emitía mensajes a su comunicador, y el usual aullido de las balas la despertaba de su melancolía. Nelson no aparecía en los espejos, y su rastro se perdía en los tejados arenosos tostados por el sol y los tendederos poblados por motocicletas y carruajes enjutos. Sabía que no podría moverse a través de los espejos, ni en cuerpo físico o forma astral, porque sería detectada por los radares de la Cumbre Escarlata. No podía destruir el paraíso de los Cambiantes, y el sueño de los Arciniega por su egoísmo de encontrar al moreno.
Kiara posó sus manos de pequeños dedos sobre el espejo de latón y dejó escapar un sollozo. La radio había dejado de emitir estática, y el sonido barítono de la muerte era lo único que la envolvía en sombras. Las esquinas de la habitación iluminada por lámparas amarillentas se apretaba a su alrededor como el estómago de un monstruo horripilante. Amaba a Nelson, maldita sea... y ese era el amor auténtico que Suyu envidiaba.
Los espejos brumosos solo transmitían imágenes de tejados, maleantes, árabes sudorosos, indios oscuros con turbantes coloridos, gitanos en procesiones estrafalarias, mercados comunales atestados de malandrines y sus jaulas de excentricidades. Incluso, el mercado negro de Marruecos, lúgubre y misterioso, estaba desprovisto de la maldad supurante y los recurrentes visitantes ignotos de la magia y la alquimia del Caoísmo.
Escuchó un grito, y abrió el portal del espejo sin dudar. Un disparo cruzó la habitación y un torrente de balas asaltó las paredes de maderos con gritos y maldiciones en idiomas extranjeros... Nelson emergió del agujero, ensangrentado y sosteniendo un ramo de flores rojizas... Se desvaneció en el suelo ante un resplandor purpúreo y cerró el portal ante un estallido de cristales de vidrio y polvo macilento. Kiara se lanzó al suelo y abrazó al moreno ensangrentado y desnudo. Lo besó, uniendo sus labios con el sabor carnoso de la sangre y se sintió complacida de sentir la presión de los labios morados de Nelson sobre los suyos.
—Kiara...
—¡Eres un imbécil!—Se lanzó a llorar y lo abrazó con todas sus fuerzas ante las protestas. Se manchó las ropas finas de sangre y se acurrucó en el hueco de su pecho—. ¡No vuelvas a desaparecer! ¡Me vas a matar!
—¿Me estabas esperando?
Nelson sonrió y un chorro de sangre brotó de su boca. En su mano no sostenía un ramo de rosas... eran sus intestinos desparramados. Estaba cercenado a la mitad, y sus entrañas se esparcían por el suelo chorreando sangre a borbotones; las balas emergían de sus heridas como larvas y saltaban al suelo con tintineos metálicos; su brazo derecho y parte de su rostro fueron quemados por una descarga de partículas hipercargadas y sus piernas estaban deformes de tantos balazos.
Joel entró escopetado en la choza seguido de gran parte de la comunidad y la doctora Xiomara. Levantó a su sobrino en brazos y lo arrancó de Kiara ante los gritos y los llantos de los habitantes. La mujer gritó y corrió detrás de ellos, pero no la dejaron pasar cuando internaron a Nelson en el improvisado hospital de la isla y sus escasos insumos. Aquella sala era un caos... La doctora Xiomara preparando toda clase de instrumentos para la reconstrucción, y el enfermero James inyectaba suero en las vías sanguíneas del moreno y varias drogas estabilizantes. Las puertas del quirófano esterilizado se cerraron y Kiara tuvo que esperar durante seis largas horas junto a un tropel de chismosas náyades y naguales, hasta que el alto y robusto Joel salió de la operación, pálido y salpicado de sangre.
—Fueguchi—nombró y todos la miraron. En sus ojos no existía el fulgor verdoso habitual: un deje de mortificación y dolor, atisbó sus pupilas iridiscentes—. Venga conmigo...
Kiara lo siguió, temiendo lo peor... y muchos habitantes rompieron en llanto al verlos alejarse. No quería llorar, cubierta de sangre seca, y con los labios manchados... Se alejaron por el camino empedrado y entraron en la choza de los espejos para que nadie los molestase. Joel medía un metro ochenta, era rubio, un poco enrojecido por el sol, y de músculos prominentes.
—Nelson es la única familia que me queda—dijo el rubio, y miró los agujeros de bala en las paredes—. Mi hermano, su padre... murió por mi culpa. He arrastrado a mis tíos y primos a muertes sin sentido por un ideal de redención. Ellos creyeron en mí y yo... —No podía ver el rostro de Joel de espaldas a ella, pero... parecía que estaba llorando—. Los conduje a espantosas muertes. Creía que podíamos tener un lugar en este mundo. No existe... nunca existirá la verdadera justicia porque somos seres egoístas. La élite ostenta el poder para perpetuar su existencia, y nuestra esclavitud... para el año 2030 seremos zombies idiotas y podrán seguir destruyendo y mutilando la sociedad a su antojo con todos los experimentos que se les ocurran. Abandonaría mi humanidad por proteger a mi gente, pero... daría mi vida por Nelson. Las personas que siempre nos han rodeado son lo más importante que construimos. Quiero que hagas algo por mí, Fueguechi... Abre un portal al lugar que yo te indique, y espera que salga junto a una persona horrible. Cuando esa persona se haya marchado de la isla, destroza todos los espejos.
Kiara vio desaparecer a Joel por el reflejo oleaginoso del espejo, y sus brumas desaparecieron durante un tiempo impensable: recorrió la habitación, se paralizó y se desesperó con el portal abierto... sin saber qué o quiénes emergerán en torrente por su reflejo de humo oscuro. El otro lado del puente era cubierto por un hechizo protector y no podía vislumbrar lo que se removía... Hasta que Joel Arciniega caminó fuera del portal seguido del peor hombre que la podredumbre del mundo pudiera engendrar: el italiano y blasfemo Kausell Courbet. Hijo de un mago negro renegado y la hija de un mafioso italiano... El terrorífico e incuestionable nigromante de las faenas venezolanas y el tráfico de las Américas; con su traje gris, camisa blanca, zapatillas de cuero y sombrero de copa a juego con el chaleco negro y el pantalón caqui.
—Fueguchi—sonrió al verla, y sus ojos grises lanzaron destellos cerúleos. Era rosáceo, canoso y guapo como el diablo enmascarado—. Ha pasado mucho tiempo... Creí que la Cumbre Escarlata te asesinó. Es un placer...
Del portal emergió una línea de cadáveres envueltos en túnicas escarlatas con máscaras de madera. Estos cuerpos animados con nigromancia apestaban a mercurio y su putrefacción, detenida, era prominente y aterradora. Los seis cadáveres que conformaban la escolta se cerraron cuando un joven diminuto y moreno de gruesas lentillas, vestido con esmoquin negro... salió del espejo. Llevaba el cabello negro pulcro y perfumado, de rasgos afilados y tez chocolate con leche; tenía un zarcillo con una cruz pequeña en el lóbulo de la oreja y un rosario de cuentas sobre un collar de piedras negras.
Lo reconoció, fue el mismo brujo contratado por la Cumbre Escarlata para realizar rituales de invocación. Él invocó al Demonio de los Espejos y le entregó sus poderes hace más de diez años...
—Eduardo Túnez, es mi brujo personal y mano derecha—los presentó el italiano. El pequeño moreno asintió, sardónico—. ¿Dónde está el joven Nelson? Seré un poco tosco porque usualmente trabajo con cadáveres, pero salvaré la vida del mejor amigo de mi ahijado.
Eduardo pasó junto suyo, la miró, sonrió y se retiró detrás de los cadáveres con las manos en la espalda. Kiara sabía que estaba pérdida, y esperó pacientemente en la sala de espera mientras el Nigromante ejercía sus profundos conocimientos de cirugía, anatomía, y magia negra en el cuerpo de Nelson. Después de cuatro horas de cirugía, el italiano terminó la reconstrucción y se quitó los guantes ensangrentados. Con la misma parsimonia, estrechó la mano de Joel Arciniega y desapareció por el portal con una sonrisa cínica. Kiara intuyó la mirada grasienta que le clavó de soslayo. Joel los despidió, y cuando el portal estuvo cerrado... lo destrozó con sus puños ante explosiones de cristales y metales.
—¡Maldita sea!—Sus nudillos se cubrieron de sangre y trozos de vidrio—. ¡Nunca hagas tratos con malditos magos negros!
Kiara tembló al escuchar aquello.
—¿Cuál fue el precio?
Joel le dedicó una mirada fría, y por primera vez... sintió el terror inscrito en sus hermosos ojos verdes.
Nelson salió del quirófano con la mitad del cuerpo vendado, del brazo de su tío, se apoyaba en una muleta para no sobrecargar sus consternadas piernas. Kiara corrió a estrecharlo, y no pudo contener las lágrimas de satisfacción cuando el moreno le sonrió con los ojos cansados. La multitud de personas los aplaudió ante la conmoción y los vítores... Los niños bronceados sin camiseta saltaban y los hombres meneaban la cabeza. Notó que no habían jóvenes en aquel refugio: todos habían muerto en las guerras, o en las incursiones.
Con paso cuidado, atravesaron las calles empedradas y la arena caliente bajo un atardecer rojizo y despejado... con un cielo anaranjado y destellos de sol reflejados en las aguas cristalinas como volutas de oro fundido.
La mujer los acompañó en silencio hasta que Joel ayudó a su sobrino llegando a la choza principal y... entró con ellos a la penumbra debilitada del salón de comunicaciones del líder. Kiara gritó ante las presencias que se recortaron en las tinieblas al encender las luces del despacho. Joel saltó y se interpuso ante ellos con las garras inyectadas de los dedos encrespados... El hedor ponzoñoso de las frutas agrias le enrojeció los ojos.
El rubio saltó a las sombras, con las garras verdosas envenenadas y los colmillos creciendo en su boca. Una nube líquida de luz translúcida bañó a Joel con un silbido parecido al temple del acero en la fragua... y el hombre cayó sobre una rodilla con un crujido de madera. Fue presa de un penetrante olor a mercurio, y un par de risas se elevaron antes de desaparecer solapadamente... Los demonios bullían en las esquinas como duendes curiosos y invasores feéricos. El rubio temblaba, paralizado por una fuerza todopoderosa...
Kiara volvió a gritar, pero su voz desapareció ante los Maeglifos dibujados en las paredes... Todo el sonido era sofocado dentro de aquellas cuatro paredes.
—¡Malditos Sonetistas!—Joel intentó ponerse de pie, arrodillado y... delató la impotencia de sus miembros ante un peso abismal que caía sobre su espalda. Sus costillas soltaron chirridos aterradores. Sus codos crujieron cuando cayó a cuatro patas y se resistió... con la boca llena de espuma. El peso de su cuerpo se volvió insoportable, incluso para su fuerza sobrehumana, no podía resistirlo y comenzó a hundirse en las tablas destrozadas. A pesar de ello, logró incorporarse... con los huesos mutilados y las articulaciones crujiendo. Las venas de su cuello palpitaron y enrojeció para mantenerse en pie... Y sus zapatos se hundieron en el suelo y la arena. El grito que profirió fue tan potente, que si los dibujos mágicos no hubiesen insonorizado herméticamente la sala... Lo habrían escuchado desde el otro lado del Pacífico—. ¡VÁYANSE DE MI ISLA!
Sena Fonseca bajó su varita y dejó escapar una risita. La rubia de ojos azules vestía un jersey negro de botas altas, y los otros Sonetistas que la acompañaban llevaban atuendos similares y catalizadores de esencia. Nelson tembló y se antepuso a Kiara con el cuerpo vendado y los ojos oscuros, brillando en un amarillo enfermizo de aceite hirviendo. La mujer reconoció sus rostros terribles y apacibles desprovistos de emociones: Brian Corne d'Or, joven y moreno, encarnación de la tormenta; Verónica Flambée, la mujer más alta y cruel del mundo, famosa por rivalizar con la Serpiente como Mortificador; y Gregorio Fonseca, Castellano del Tercer Castillo de Magos Rojos, y Demonio de la Combustión.
—Joel Arciniega—sonrió la malévola Sena—. Te mantienes en pie, pesé a sufrir una Proyección de Flujo de Masa; y tu cuerpo... seguramente pesa lo mismo que un camión.
Joel apretó los dientes, enrojecido por el desmesurado esfuerzo... dio un paso a los magos y sus huesos crujieron, de súbito, el fémur de su pierna brotó de la piel con un estallido de carne y se mostró como un gusano óseo. No cedió ante la lucha y clavó otro pie en las tablas. Levantó una mano con los dedos encrespados y... Sena emitió un pulso con su varita, que derribó al hechizado Cambiante al suelo con un estallido de astillas y arena. El impactó fue tan estridente que sus costillas crujieron y ahogó un grito en la arena.
Sena volvió a arremeter con un pulso y Nelson se tambaleó lejos de ella. Kiara lo buscó con los brazos y un par de manos invisibles la izaron hacía adelante. La maga realizó un movimiento de atracción con la varita y Kiara se postró. Nelson hizo ademán de transformarse, pero Brian Corne d'Or agitó un brazo y los tentáculos de electricidad cerúlea emergieron de las paredes como zarcillos del más allá.
—El Mago de los Espejos... resultó ser una china raquítica.
Kiara Fueguechi encaró a los Sonetistas con los ojos llameantes.
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