Capítulo 8. Cien Mil Días de Tinieblas

Capítulo 8: El Pacto de la Muerte Fría.

«1 de enero, 2025».

Geraldine Louvre enloqueció tras presenciar los secretos terrenales de un mundo incognoscible, y permanecía recluido en un manicomio alemán. 
Era año nuevo, y Marcel Corne d'Or aguantó la respiración en las sábanas sudorosas, el cuerpo de Melissa se estremecía en sueños feligreses de espasmos pletóricos. Los seres sombríos tejían pesadillas de venenos y maldiciones y... el solo recordar la consumación del acto lo envolvió en un insomnio crónico. El tacto cálido de su piel, y la respiración exacerbada de otro ser humano, nunca habían sido tan agradables y placenteras. 
Habían pasado las festividades del holocausto en una taberna atestada de jubilados alemanes de rostros arrugados y cabellos cenicientos. Los ancianos bailaron al compás de espectros de sueños efímeros y tiempos mejores, entonando cánticos soeces y bebiendo tragos de peligrosa ingesta. Melissa lo acompañó en su viaje al país anglosajón de níveo esplendor y se alojaron en una posada que hizo las veces de taberna, con mesas revestidas de manteles rojos, sillas acolchadas y candelabros de crisoles llameantes con un posadero alegre y su esposa de manos gentiles.
Melissa bebía abundante jerez y miraba de hito en hito los ancianos bailando en círculos ante la música rimbombante compuesta por tambores, panderetas, flautas y gaitas; festivales rituales que habían desaparecido inmisericorde, y solo sobrevivían en las poblaciones remotas reverberantes de ancianos vivarachos. 
Los viejos de abrigos toscos y ojos azules tomaron a Melissa de los brazos y la levantaron de la barra para hacerla girar al compás de los tambores y los saltos. Un círculo de bailarines la rodeó, y... Marcel pudo encontrar un rastro de felicidad en las comisuras de los labios de la mujer. Se alegró por ello, y se sorprendió cuando unas ancianas alemanas de brazos rollizos lo levantaron del asiento. Su primera impresión fue una parálisis corporal, pero el alcohol y la música despertaron en él una euforia extraña, y sonrió mientras intentaba imitar los saltos y los floreos de la elegancia germana. En un momento de la fiesta, volvió a encontrarse con una sonrosada Melissa y se encontró por primera vez con sus oscuros ojos serenos; no era particularmente hermosa, solo morena, de labios suaves y pestañas parecidas a mariposas oscuras, su piel era de un canela claro y los hoyuelos en sus mejillas se hundían cuando sonreía disimuladamente. 
Ambos unieron sus manos en la danza ancestral de aquella orgía dionisíaca y no pudo evitar reír al ver su expresión de felicidad. Melissa era, después de todo, un ser humano herido y retraído en pensamientos... El jerez, la música y la masa de emociones que los rodeaban, envolvían e influían, causó un deterioro en sus recalcitrantes caparazones. Bailó con Melissa, a pesar que le dolían los pies... y se unieron a los gritos cuando reventó el año de las parias. Los ancianos bailaron ante las luces tenues en parejas, y los que habían perdido a la suya lloraban en esquinas desoladas. La música fue menos estruendosa y más melancólica, y una vieja prusiana se sentó en un piano antiquísimo para tañir melodías solemnes. 
Melissa le tendió las manos, sin mirarlo, y Marcel entendió. Tomó sus dedos cálidos y la acercó a su pecho, ella posó la cabeza en el hueco de su cuello y sintió la respiración candente en su pecho. Una de sus manos, nerviosa, se deslizó por la cintura de Melissa y ella le pasó un brazo por el hombro en una caricia. Era lo más parecido a un abrazo, pero sin dejar de moverse con la música y la voz de la veterana prusiana, y los susurros gentiles de los puritanos.

Debajo del nogal, de ramas extendidas.
Yo te vendí, y tú me vendiste...

Comprometidos por el destino, sus almas frágiles componían un soneto hermoso. No lo entendía, nunca descifró las canciones de Courbet hasta ese momento, y recordó los versos que entonaba Ale ante la cerca eléctrica y el edificio ciclópeo de ángulos retorcidos. 

«Estamos construyendo este sueño de redención, con los trozos rotos de nuestros corazones... Es muy hermoso, pero tendrá un final trágico y te prometo que no me arrepentiré». 

—Melissa.
El salón de la taberna se fue vaciando conforme se retiraban los ancianos. Marcel sintió el peso del cansancio sobre el jersey negro y la bufanda espesa. Tomó a Melissa de la mano, y la condujo hasta la habitación que compartían, solo tenían una cama. El alcohol lo mareaba, y no pensaba con claridad cuando abrazó a la mujer, y la besó... Tocó sus labios con los suyos y se sintió, muy suave y húmedo. El tacto fue fuerte, y crecía en oleadas como las brasas encendidas de la tormenta. 
—Lo siento...
Marcel reprimió el sollozo y se limpió las lágrimas. El nudo en la garganta no lo dejaba respirar... No podía continuar, se estaba rompiendo, y Melissa fundía sus piezas. La mujer negó con la cabeza, lo abrazó, dio un par de pasos a la cama, y lo empujó, de manera que cayó sentado en el colchón. Ella también estaba llorando. 
—No...
Melissa le echó los brazos al cuello y se sentó en sus piernas para poder besarlo. El calor se agolpaba en su rostro, y ardía... El amor quema más que el aceite hirviendo. Le dolía el corazón mientras las manos de la chica le quitaban la ropa: le acarició el cabello, recorrió sus orejas y repartió muchos besos por su cuello y mejillas mientras le quitaba la bufanda y le desabotonaba el jersey. Marcel se separó para tomar aliento, y la buscó instintivamente... El deseo lo carcomía por dentro y lo destruía, fundiendo sus órganos en lagunas de caramelo hirviendo. Sus labios eran tiernos, y sus besos húmedos abrieron paso a una lengua ávida y un pequeño mordisco candente. 
—Melissa...
La mujer era un revoltijo de cabello, piel y deseo... Se quitó el jersey, las camisas y los pantalones. Solo permanecía en calcetas y ropa interior por el frío mientras lo besaba, y derramaba sus senos. Se respiración era agitada y vibraba como un felino... Marcel la abrazó por la cintura y separó sus labios.
—No me siento listo para hacerlo...
—Sí...
—No...
—Olvida todo lo que has vivido antes de mí, y cierra conmigo los ojos en un salto de fe.
—No lo entiendes, Melissa—frunció los labios y recordó los coágulos sanguíneos y el sabor ferroso, y repugnante—. Tus besos saben a sangre. Tengo un horrible secreto, un trauma que pervive sin consentimiento en mi carcomido cerebro neurodivergente. 
Melissa se levantó, con los senos expuestos y erizados ante el rubor que, disminuía... Marcel bajó la mirada y se llevó las manos al estómago. Sus brazos estaban calientes al contacto con la piel desnuda de su torso esbelto.
—Cuando era niño—contempló las sombras inclinarse en contorsión desfigurada. En las esquinas poblaron gritos, y la grasa purulenta de un universo caótico más aterrador se hizo presente en las mentes, y en los sueños de los hombres. Una cabeza en un pedestal de ónice, y una sonrisa demacrada repleta de sangre espesa y negra—. Me enamoré de un clon. Es probable, que en mi perfil se muestre mi condición neurodivergente: trastorno esquizoide y fragmentación. Los síntomas son... pérdida de la realidad, alucinaciones, pérdida de concentración, apatía, aislamiento y... depresión. Pero, no es una condición mental, es algo más... Nací con una mutación cromosómica que afecta mi percepción de la realidad: soy capaz de encontrar patrones en las corrientes energéticas. Incluso... he podido captar las emanaciones del alma, y escuchar voces en espectros invisibles. Esto, causó que fuera retraído, y sufrí abuso de parte del resto de niños en la demencial academia. Pero, en medio de la oscuridad amarga de mi soledad de mis escapadas... conocí a una niña detrás de un cerco eléctrico. Cabello rojo y corto, ojos oscuros y risa suave... No conocía el significado del tatuaje en su cuello. Yo... solía escaparme de las prácticas de Proyección para verla y hablar. En mi bendita inocencia, no sabía que ella era un experimento de sangre Wesen, y que a diario, era sometida a insoportables experimentos cuya única concepción solo podría desvelarse en las fantasías asiduas de los alquimistas dementes. Me daban verdaderas palizas en los profesorados y la familia Corne d'Or estaba decepcionada de mí. Hasta que el problema explotó, porque... nos dimos un pequeño beso a través del enrejado electrizado. Los Corne d'Or descubrieron la causa de mis aventuras... y—Marcel apretó los dientes y tragó para aclararse la garganta—. Ella desapareció, Ale ya no estaba, y temí que la febrilidad de su rostro fuera patente de un malestar grave. Ese día hubo práctica de defensa personal, una mezcla de distintas disciplinas marciales, y el entrenador decidió que debía pelear contra niños más grandes que yo para forjarme un carácter. Me molieron, y llegué golpeado a la mansión Corne d'Or, en uno de los barrios empedrados más antiguos de Saignée. Mi madre, Elissa, me esperaba en el salón comunal con una reprimenda y un castigo horrible en una bandeja de latón. Dijo que no viviría más con la familia, dejándome en manos del incorregible Corrodo Gini... y, me mostró el platillo escondido en la bandeja. —Reprimió las horcadas de la bilis ácida recorriendo su tubo digestivo con escozor y ascendiendo por su garganta—. Le cortaron la cabeza a la niña, y la sirvieron en una bandeja... Mi madre, me hizo besar sus labios muertos, saboreando el regusto amargo de su sangre coagulada y me azotó la espalda desnuda con una fusta. Besé los fríos labios muertos de Ale... mientras la sangre corría por mi espalda y la carne se desprendía. Desde ese trauma, no me relacioné otra vez con ninguna mujer... hasta que nos obligaron a casarnos. Los besos me saben a sangre, y los abrazos se sienten como fuego en mi espalda. No soporto que me toquen...
Melissa se recostó en el hueco de su brazo, desnuda y se durmió apaciblemente. La humedad de su sexo le mojaba el muslo, la deseaba... y no podía evitarlo. Esa noche durmió poco, e intermitente. Se levantó de madrugada atormentado por pesadillas de sátiros esgrimiendo flautas, y súcubos soplando trompetas de trino en una orquesta demoníaca bajo un abrasador sol sangriento. Los ríos de gelatina pulposa corrían, infestadas de alimañas y seres pestilentes de viscosidad blasfema que saltaban, retorciéndose, del pólipo acuoso y enjambres de seres alados. Debajo de una escalera de huesos, permanecía el desgreñado y febril Jonathan Jiménez ataviado en un jersey negro deshilachado, poseído por un pánico plausible... mientras la luz rosácea le derretía el rostro ceroso y carcomía sus huesos. Desde la interminable escalinata sepulcral de ornamentos óseos, descendió... monstruoso, la figura bípeda de un ser alargado y desproporcionado, con brazos alargados y dedos fantasmales. Una túnica oscura lo envolvía, difusa, a través del crisol de la realidad. La cabeza del ser antropomorfo era un insectoide formado por caparazones rojizos y gomosos, las patitas negras se retorcían con asquerosos chasquidos y los antenas estudiaban, con horrible decrepitud, la estructura verídica de las realidades superpuestas. Lo más horroroso del sueño, era la presencia purulenta de un mal supremo escondido bajo el brazo de la entidad de ropas antiguas y grasientas: un robusto, ictericiado y gastado libro encuadernado en piel rojiza... con una pareidólica parodia de rostro humano grabado en su cubierta. El opúsculo maldito era más aterrador que la entidad que lo poseía, y el rumor de un millar de blasfemos grillos, y legiones de cigarras, langostinos y especies indescriptibles... conformaron un coro de ruidos penetrantes y horribles. 
La entidad, envuelta en un sudario grasiento y membranoso parecido a una mantilla de recién nacido... descendió hasta los últimos peldaños de la escalera de huesos, y se antepuso al horrorizado Jonathan, antes de estirar una mano a él... y deshacer toda su forma física en un líquido aceitoso. Marcel contempló el caótico encuentro entre las fuerzas disuasorias a través de la niebla, y una visión empañada de crisoles llameantes de fuegos fatuos y enfermizos. La sensación de embotamiento, y de luces artificiales, arrojó verdades más allá de los dioses invisibles, egregores, seres desfigurados de naturaleza miasmática y astros incorpóreos que conforman constelaciones irreconocibles en el confín de lo causal. La sinfonía de la vida y la muerte en el licuado primordial de las almas, y los fragmentos de las esencias de creaturas precursoras a las encarnaciones físicas de sustancias alquímicas creadas en soles fallecidos. Cuentos de planetas lejanos, lunas y firmamentos con canciones, sonetos y epopeyas de civilizaciones muertas... Y un conflicto tripartito por la fertilidad de uno de los últimos planetas habitables. Marcel reflexionó sobre todo esto mientras se adentraba en los blancos pasillos de cerámicas pulidas, hediondas de cloro y químicos... en su búsqueda del ala psiquiátrica donde residía, recluido y marginado, el enloquecido metafísico que conocía las verdades detrás de la humanidad y el nacimiento de una civilización en las cenizas de bastiones tormentosos. La demencia en la que cayó el anciano Geraldine Louvre y su persecución de parte de los Sonetistas, era prueba irrefutable de una estratagema que iba más allá de las élites del mundo ignoto y una catástrofe inminente.
Marcel sostuvo la puerta metálica, fría ante el pecado de los diez mil cadáveres enterrados y las tumbas de dioses del hielo. Las bisagras cedieron con la presión del aire y logró traspasar a la habitación acolchada donde residía, embotado por los sedantes y amordazado con la camisa de fuerza; el calvo, áspero y amarillento Geraldine Louvre, de ojos oscuros y pensativos, y rostro taciturno y demacrado. El anciano permanecía sentado en la cama, con un tobillo envuelto en una correa. Las impolutas paredes acolchadas eran prueba de su tendencia a la mutilación.
—Señor Louvre—Marcel extrajo de su jersey negro el último documento manchada de tinta nudosa. Las notas que plasmó el Metafísico acerca de lo encontrado en la gruta de piedras calizas conocida como Cueva del Guácharo—. Este manuscrito fue redactado por usted, en correspondencia con un hombre llamado Jonathan—la respuesta del anciano fue inmediata, y respondió con un fulgor aterrado en sus ojos recónditos—. El texto es bastante difícil de leer, salvo que se haya estudiado material anterior de su investigación. Se trata de su última incursión, antes de desaparecer del registro de Sonetistas y darse de fuga. Lo encontraron, años después, con otro nombre, al otro lado del mundo: en un pueblito montañés donde gritaba angustiado que lo perseguían los espíritus execrables, y... fue internado en este manicomio tras las réplicas de los inquilinos contiguos del departamento. Se quejaban de sus gritos, golpes, voces y visitas de extrañas personas... La policía encontró símbolos arcaicos: pictogramas de hombres y seres desconocidos. He estado revisando este documento, requisado junto al resto de materiales incautados de su departamento. Quizás la policía no haya encontrado más que las divagaciones de un viejo histérico o... los horrores cósmicos de un fantasioso escritor en su descenso a la perdición. Pero... yo conozco la verdad, y puedo afirmar, tras unir todos los hilos del mundo onírico, qué: nuestra civilización es una gran mentira, y una telaraña espesa que nos obliga alejarnos del supremo caos y el terror.
»Puede que el mundo, y la existencia que conocemos como universo... solo pueda apreciarse en un fragmento milimétrico, por nuestros empobrecidos sentidos de percepción, diluidos en la cadena evolutiva, incapaces de percibir la totalidad del Todo... como arguyó su contribuyente Jonathan. Quizás, es probable que la desquiciada Teoría de los Mundos Posibles, del susodicho, no sea tan descabellada al vislumbrar el abismo insondable que se muestra en este manuscrito que, sin duda, será destruido por el Departamento de Preservación. Me permití traicionar la Corte de Magiares, y adentrarme en los mares oleaginosos del opúsculo y... quise encontrarlo cara a cara, antes que mi superior lo hallase. Dada su enmudecida condición y el deprimente estado de su espíritu... Será imposible entablar una conversación.
»En el año 2020, mientras las revueltas de los Cambiantes estremecían el mundo ignoto y una pandemia virulenta servía de pantalla, para que las dragas que revolvían el caótico conflicto... se estremecieran ante las masacres y los bombardeos, sin cesar. Usted huyó, al encontrar una cámara secreta de piedra cíclopea en la gruta del Cerro Negro, en Venezuela. Este manuscrito revela que siguió las pistas de un hallazgo arqueológico en la Isla Esperanza, acontecido hace casi trescientos años, al profanar las túneles que la conectaban con el litoral y las ciudadelas. En la Isla Esperanza, encontraron un pictograma inusual que narró una historia ininteligible: un ser humano ofreciendo un corazón ardiente a una figura el doble de alta, huesuda, espectral como la neblina mórbida y coronada con astas. Estos seres míticos llamados «Demonios del Frío», aparecen a lo largo de la historia celta como entidades semicórporeas en leyendas del Antiguo Continente; desde la Época de los Espíritus hasta la Caída de la Ciudad Eterna, y el Exilio a la Isla Esperanza. Son relatados en tormentas cruentas con tétricas historias plagadas de muertes, escalofríos y temblores repentinos: apariciones en pueblitos agrícolas con sartas de muertes por congelamiento y arrebatos de personas al olvido de los terrores desconocidos. Los patriarcas han enterrado el profano secreto a sus súbditos, y viven aterrorizados con cada aparición por motivos que serían suficientes para enloquecer a las masas, o causar... suicidios colectivos.
»Exploró las cordilleras andinas con indicios del pasado prehistórico en las leyendas indígenas del surgimiento plutónico. Creyó percibir los atisbos de existencia de estos seres misteriosos en los relámpagos purpúreos del Lago de Maracaibo y la cima del Aconcagua en encuentros con los indebidamente llamados dioses antiguos. Pero, encontró la horrorosa realidad del pacto en la Caverna del Guácharo al encontrar, maliciosamente, una gruta sellada con ladrillos de piedra remota, más antiguos que cualquier civilización humana anterior al cataclismo conocido como la Muerte Fría. El pasaje hermético contenía los secretos de esos Primeros Hombres en comunión con las distintas razas que se disputaron la gobernanza del planeta, en una carrera contra la extinción. La historia del universo es muy vieja, y somos vestigios de un pasado inmemorial que proviene de las estrellas; dedujo aquello de los monolitos esculpidos por esas manos febriles, los pictogramas de cinabrio y las tablillas cuneiformes. La arqueología temblaría al contemplar el paisaje inmortal que sus ojos vieron, y destruyeron para borrar aquello de los sueños del hombre. Pero, lo escribió para dejar huella y prueba de la maldad y el egoísmo de los seres humanos.
»Lo primero que concluyó, fue que los Primeros Hombres fueron creados como esclavos para estos «Primordiales»: seres altos, pálidos y de ojos oscuros, que poseían la quintaesencia en su sangre dorada. Éramos sus incubadoras para procrear especímenes aptos para la supervivencia en este planeta extraño... y no fuimos la única raza alienígena que buscó con desesperación un sueño de redención tras devastar los recursos de su planeta progenitor. La semilla de la vida es abundante, y la inteligencia raras veces sobrevive a la aniquilación del delirio. Las distintas especies de pseudohombres libraron guerras sangrientas en un conglomerado estelar, aliados a entidades desconocidas traídas de otros mundos, ídolos y dioses foráneos... Aquella Guerra Primordial forjó ríos de quintaesencia e impregnó nuestro planeta con secretos que aún yacen enterrado bajo el hielo y la roca. Los Primordiales eran la raza más antigua del universo conocido, y su expansión imploró los avances necesarios de la ciencia, la magia y la alquimia. Crearon ejércitos de armas biológicas llamadas Demonios de la Tierra, superdepredadores adaptables, y los trajeron desde sus ruinosos mundos conquistados a través de las Puertas de Piedra. Estos monstruos diezmaron a las otras razas en una extinción masiva: enjambres nublando el cielo con terror, los océanos hirviendo en una reproducción virulenta y la tierra retorciéndose ante la carnicería. Muchas Puertas fueron destruidas, pero existen algunas que anteceden a nuestros días en mazmorras recónditas y cuevas pérdidas. La humanidad, fieles a su posición, temiendo ser descartados tras la conquista... pactaron con una raza extraña de entidades sobrenaturales, habitantes originales de este planeta antes de la terraformación artificial de los colonos... y estos seres de gases nubosos, congelaron todo el planeta. Los Demonios del Frío causaron una glaciación sin precedentes conocida como la Muerte Fría, que enterró a los Primordiales inadaptados al clima y por poco... extinguió a la humanidad. Acá, en esta parte del manuscrito, procede lo más aterrador: el pacto de la humanidad, y esos habitantes originales de las océanos infértiles y el vacío caótico. 
»Cada ciclo de tiempo, la humanidad deberá poblar la tierra en su florecimiento, y los Demonios del Frío brotarán de sus abismos tras su letárgico encierro... y devorarán a todos los humanos que requiera su gula enfermiza. Algunos demonios no obedecerán este período, pero serán escasos en comparación con la fecha prevista... Solo un tercio de la humanidad sobrevivirá al sanguinario festín para repoblar la tierra copiosamente hasta el próximo ciclo. Hace cuatro mil años transcurrió el último ciclo en la llamada Época de los Espíritus. Una era de oscuridad, entidades desconocidas, pactos con seres inhumanos y el surgimiento de los primeros pseudohombres... El caos de aquella era trajo consigo el surgimiento de las tribus Celtas y la quintaesencia. Y el próximo ciclo, esta a solo cincuenta años de ocurrir... Quizás menos, si la paciencia de tales horrores escapa con antelación de sus aposentos de piedra en tropel, hasta nuestras ciudades más pobladas en devastaciones climáticas. Todo esto, fue plasmado en su manuscrito y ha sido el causante de su enloquecido estado. El precio de la vida, es la muerte... ¿Verdad?
Geraldine Louvre levantó sus ojos cansados y fue invadido por temblores. 
—No dejaremos que ocurra aquello.
Marcel dio un respingo, saltó con los vellos erizados y desenfundó la varita. Corrodo Gini, alto y vestido de verde oliva con insignias de oro, esperaba en el dintel de la puerta. A pesar de tener casi ochenta años, el Elixir del Cinabrio conservó la madurez de su cuerpo y sus miembros esbeltos esgrimían imponencia. Llevaba un sombrero de copa sobre la calva y su rostro curtido contenía una áspera barbita canosa y unos adustos ojos verdes oleaginosos tan prosaicos como envejecidos. Gini llevaba la insignia de la Mano Izquierda en su pecho... El aura sardónica de su semblante lo intimidó.
—El Libro de los Grillos nos librará de la consumición.
Al escuchar aquello, Geraldine gritó y emitió un gorgoteo depravado con la garganta mientras negaba desenfrenadamente. No podía hablar, pero el horror en sus ojos eran innegable. Jonathan Jiménez también vislumbró el terror detrás de aquel Libro Maldito de la Creación, y la pesadilla contenida en sus diabólicos pasajes. Marcel levantó la varita y se irguió, intentando disimular su pésima postura con las piernas temblorosas. Fue testigo de los acontecimientos que ocurrirían al liberar los males escondidos del Libro de los Grillos, en las visiones oníricas mostradas por el loco Jonathan sobre la entidad desconocida que habita en el espacio liminal de las dimensiones. El Sol Rojo y los ríos de sangre plagados de náyades y súcubos en orgiásticas orquestas blasfemas de lo abyecto.
—No...
Marcel agitó la varita y una ráfaga de aire comprimido se desprendió de la punta con un silbido. Las cuchillas de aire pasaron ante Gini, y se bifurcaron rasgando las paredes acolchadas con cortes largos y profundos. Las líneas invisibles alrededor del mago formaron un conducto, y una pared de aire...
—Marcel—Gini se acomodó el sombrero—. No seas impertinente, yo fui quien te enseñó los secretos de la Evocación Elemental de Corrientes Energéticas—dio un paso y Marcel retrocedió. Gini se encamino a la habitación—. La Mano Derecha hace hincapié en mantenernos firmes hasta la Agenda 2030, y proseguir con la Eutanasia de Sangre... pero, nosotros queremos utilizar el poder inmaculado del Primer Libro Maldito de la Creación para poner en marcha los cien mil días de tinieblas. Es la única esperanza de la humanidad...
Marcel trazó una línea con la varita y la camisa de fuerza del Metafísico se desgarró junto con la correa y las sábanas. El sentido común debía apoyarlo, y Geraldine tenía conocimientos de Proyección básicos.
—Marcel...
«La espada de los dioses invisibles es mi guadaña».
El joven agitó su varita, escudriñando las corrientes cambiantes de la habitación en una danza disonante de música estival. La Ventisca Muerta del Invierno formó cientos de espadas del diablo, y los sables de aire comprimido se lanzaron al hombre verde... Gini juntó sus manos y giró las palmas. De manera que la corriente tomó voluntad y lo rodeó con líneas finas en círculos concéntricos... Las cerámicas del suelo volaron en trozos y el relleno de los colchones impregnó el aire con volutas perladas. Gini dio un pisotón y todas las corrientes cambiaron de dirección en un remolino. Marcel apretó los dientes ante la ventisca que lo golpeó, y se deslizó unos centímetros por el suelo con los pies apretados. Barrió el aire con la varita, dio una vuelta completa mientras ejercía la voluntad y las líneas formaron un torbellino a su alrededor, que desapareció en un segundo.
Geraldine se ocultó a su espalda. Marcel levantó la varita y trazó espadas del diablo, cortando el aire con silbidos de sables translúcidos y chocando con chillidos gélidos ante las espadas conjuradas por el propio Gini. Las corrientes de aire formaban cúmulos, que chocaban y creaban más líneas: rectas, circulares, oblicuas... Llenaban el espacio y abrían las paredes . Marcel tenía el jersey repleto de cortes y una herida en su hombro sangraba abundantemente... 
«El viento me obedece como su amo, ejerzo mi dominio sobre las fuerzas naturales».
Emitió numerosos pulsos con la varita para captar las emisiones de corrientes en el aire, y logré embutir las líneas más largas en espirales concéntricos que cortaron el resto de perturbaciones y robaron su impulso en un torbellino, encerrado dentro de la habitación. El ruido era grotesco, como el trino de un millar de pájaros carroñeros... La Ventisca Veleidosa del Verano se elevó con un resoplido de dioses aulladores y duendes carbonizados.
Ante la imposibilidad de generar corrientes en el vacío del ojo del torbellino, Gini movió los brazos, inútilmente... y su sombrero salió despedido hasta el techo. Sus pies tambalearon ante el arrebato de fuerzas de aire en la corriente, y no pudo mantenerse en pie cuando comenzó a desprenderse unos centímetros del suelo. Marcel se concentró en evocar las corrientes para acelerar el torbellino y la inercia generada por el rápido movimiento de las líneas. Unió las manos con los dedos apretujados para formar un mudra mágico de poder.
El oxígeno estaba desapareciendo en el ojo del torbellino y Gini se llevó las manos a la garganta. Su rostro enrojeció y perdió color...
Vio fugazmente el rostro moreno de Melissa y dudó... Un destello de fuego y la fosforescencia de un fulgor violeta. 
Gini cayó de rodillas, tosiendo ante el estallido del viento y el silencio que cayó sobre ellos. Las líneas de viento desaparecieron abruptamente. Marcel estiró un brazo con los dedos extendidos a Melissa, con la varita apuntándole... La chica lloraba con la varita humeante. El anciano se levantó, aclarando su garganta y se sacudió el polvo de las rodillas.
Marcel tocó el agujero carbonizado en su pecho y sintió la humedad enrojeciendo su camisa y su jersey. Exhaló y una bocanada de humo salió de su boca... junto con un hilo de sangre.
Melissa se limpió las lágrimas y sorbió.
—Lo siento...
Marcel dio un paso a ella, se tambaleó y cayó hacía adelante, viendo por última vez los ojos aguamarina de Gini. Cayó de cara al suelo frío escuchando las últimas palabras del anciano:
—Sin amores, ni rencores...

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