Capítulo 9. Sinfonía de los Espíritus
Capítulo 9: Tus labios sabor canela.
Sam terminó de vomitar y ayudó a Nelson a vestirse después del baño. El joven moreno estaba lívido por la embriaguez y caminaba errático con la toalla enroscada en la cintura.
Finch fumaba con las piernas cruzadas sobre el sofá. Una sonrisa cordial estaba dibujada en su cara.
—Débiles—dijo exhalando el humo de su nariz—. No aguantan nada.
Sam volvía a tener el estómago revuelto. Creyó vomitar todo su ácido estomacal junto con trozos de sus órganos internos licuados en una pasta grasienta. Nelson había bebido bastante de aquel licor blanco, dulce y repleto de éxtasis moribundo.
—¡Nunca más vuelvo a tomar anís!
—¡Pero si estaba rico!
Nelson abrió la boca para decir algo y un chorro de vómito amarillento salió despedida de su garganta. Finch saltó del sillón.
—¡Vomita en el balde, maricon!
El joven se derrumbó en horcadas y vómito. Parecía a punto de morirse.. acurrucando el balde entre las piernas desnudas y cubiertas de espeso vello negro.
Finch soltó una carcajada con el cigarrillo en los dedos.
—¿Vamos a comprar la otra botella de anís?
Nelson escupió en el barril.
—Yo no llegó muchachos.
—Yo sí—terció Finch con una sonrisa.
—¿Cómo puedes beber tanta de esa gasolina?
—Yo nunca vómito, caballeros.
Finch volvió a vomitar cuando Nelson dejó de hacer presión en la herida de su cuello y se sumergió en una embriaguez onírica de debilidad. La sangre lo salpicó, su rostro palideció y se vino abajo dejando salir un agua verdosa. Sam sostuvo el pañuelo con presión sobre le herida del cuello y apretó los dientes.
—¡Mierda!—Replicó, nervioso—. ¡Parece que te arrancaron un trozo del cuello!
Nelson estaba bañado en sangre y respiraba débilmente. Los arañazos profundos, mordidas y contusiones de una jauría maquiavélica lo dejaron como un trozo de carne zarandeado. Al antebrazo derecho le faltaba un pedazo de carne y las tiras de músculo deshilachado colgaban... como telarañas de sangre. Le arrancaron uno de sus muslos a dentelladas y veía asomar el hueso blanco. El moreno exhaló y la sangre salió de su boca en gotitas con un resoplido.
Finch se levantó con el rostro libidinoso y... el puente sobre sus cabezas pareció estremecerse. Un autobús pasó sobre la construcción y sintieron las vibraciones en lo profundo de sus entrañas.
—¡Ya no nos están persiguiendo esos... monstruos!
Sam notó que la hemorragia en el cuello del moreno se detuvo. Retiró el pañuelo y notó que la vía sanguínea había vuelto soldarse... Los fibras de carne regresaban a su lugar débilmente, como gusanos rojos acomodándose con una parsimonia meditativa. La mordida en su pierna estaba sanando con pliegues de músculo y los arañazos se volvían más pequeños.
Nelson abrió los ojos negros con un poco más claridad en sus cuencas acuosas.
—¿Nelson?—Sam le limpió la sangre de los ojos—. ¿Qué eres?
—Van a volver—susurró el moreno—. Van a... volver.
Finch encendió otro cigarrillo.
—¿Quiénes van a volver?
—Los monstruos.
Comenzó a lloviznar sobre el puente, y a los minutos... un aguacero se precipitó sobre Montenegro. Los charcos crecieron hasta convertirse en una afluencia prepotente que inundó las calles circundantes y llenó completamente las alcantarillas atestadas de desperdicios. Un millar de hojas marchitas, cacharros y basura flotaban en el agua plomiza que discurría entre sus piernas con una potente corriente espumosa. Las casas y las calles desaparecían dentro de aquella precipitación desmesurada.
Nelson estaba tan débil que no podía moverse por si solo. Sam y Finch lo arrastraron en medio de la tormenta. Los rayos caían sobre las lomas y los truenos retumbaron en lo profundo de sus cerebros. Estaban bañados en agua fría y metidos hasta las rodillas en aquella crecida oscura y sucia. A través de la niebla y los fogonazos pálidos eran capaces de divisar siluetas inhumanas con el pelaje erizado.
La lluvia no los dejaba ver. Nelson resopló y pareció perder la lucidez con una palidez impropia en su tez morena.
—¡No te mueras!—Sam lo zarandeó. Estaba temblando de frío, mojado hasta los huesos—. ¡No te quedes dormido!
Un relámpago cortó el cielo oscurecido y el retumbar los sobresaltó con una jauría de sombras salvajes. Nelson estaba frío como un muerto y sus labios adquirieron una tonalidad azulada. Tembló, la lluvia que caía sobre él se teñía de rojo...
—¡Nelson!—Finch estaba hundido hasta las rodillas—. ¡Sigue respirando! ¡Concéntrate en seguir respirando! ¡Concéntrate en mi voz! ¡Te voy a contar una historia!
Nelson despegó los labios ennegrecidos.
—Prefiero morir.
—Había una vez un hombre triste y loco—caminaron a toda prisa con los brazos adoloridos por cargar el peso del moreno. Aquella calle desolada mostraba casas monstruosas y luces misteriosas en las tinieblas vertiginosas de la película acuosa—. El hombre vivía en una casa de madera gastada, sin puertas, el piso estaba podrido y se bañaba con la fría agua de lluvia que recogía. Trabajaba todo el día en una fábrica, y cuando llegaba a casa... nadie lo recibía. Lo poco que ganaba se lo tenía que enviar a su familia por la crisis de su país natal. No tenía ganas de seguir viviendo, pero no tenía el valor para quitarse la vida. El hombre se levantaba todos los días a trabajar hasta el cansancio y abatimiento, y contemplaba la posibilidad de desaparecer. Estaba muy triste, solo y nadie lo entendía. Nadie podía ayudarlo porque era hombre y su deber es servir en su obligación de proveer. Ninguna mujer quería acercarse mucho porque no tenía nada valioso como otros hombres de éxito. Se volvió loco porque solo seguía trabajando y esperaba el día que su vida cambiaría, pero... murió de abatimiento después de muchos años de soledad—Finch trastabilló y se hundió hasta la cintura en un lodazal. Sam cargó con todo el peso de Nelson y se mordió el labio—. ¡Mierda!—Salió del charco cubierto de barro negro que rápidamente fue disuelto por la tormenta—. ¡Es una historia sin sentido y muy triste!—Bajó el tono de voz cuando una de las sombras se acercó a través de la lluvia—. Pero, pasa todos los días sin que nos demos cuenta.
Una voz tenebrosa los espantó.
—¿Qué es este olor?—Vieron un lince plomizo de rayas negras con los brillantes ojos amarillos clavados en Nelson—. El pequeño lobizón se nos escapó...
Las sombras los rodearon bajo la cortina de lluvia. Eran ocho bestias de rasgos felinos con los colmillos ensangrentados y el lomo erizado. Sam sintió a Nelson deslizarse de su hombro y caer en el agua como un saco de carne. Ni siquiera así pudo salir de aquel trance hipnótico de temor y dolor mezclados. Sus voces tenebrosas se fundieron con el ruido de la lluvia.
—Ese olor.
—Que delicia.
—Debe ser la sangre que busca la puta de escarlata.
Finch se puso ante ellos. Sam pensó que no tardarían en abalanzarse sobre el joven para despedazarlo a dentelladas. Estaban rodeados de agua... Podría manipular la lluvia con Evocación Elemental, pero estaba tan nervioso que sus canales energéticos estaban cerrados. Recordó las palabras de Gini y temió explotar junto a sus amigos y borrar todo lo que alguna vez significó algo valioso para él.
El lince plomizo se acercó a Finch con las zarpas preparadas. Un felino rojizo tanteó su costado mostrando los colmillos. Sam tomó una decisión: debía hacerlo por ellos. Intentó rememorar una evocación y... su cabeza dolió. En lo profundo de su mente escuchó un arroyo lejano y la densidad negra de sus pensamientos dieron forma a una Imagen Elemental.
Finch estaba recogió sus mangas y le pareció notar profundas cicatrices en sus muñecas. Vio marcas de tinta negra y...
«La corriente de un río deshaciendo una gran piedra».
Percibió en su nariz el salitre del mar.
La bestia plomiza arrugó su hocico oscuro en un gesto de desagrado. Los linces gimieron de espanto.
—¡Ajenjo y cianuro!
El agua silbó y se deshizo con un estallido. Sam fue mecido por una brisa calurosa y la humedad de su ropa desapareció. Escuchó el silbido de las gotas al evaporarse y cada gramo de su cuerpo emitió energía en una envoltura. Gritó y la nube de vapor los envolvió con un aullido. Finch tiró de él y Nelson y los linces se lanzaron. Vio una silueta alta de cuatro metros y un saco de huesos. Un perro negro se deslizó en la nebulosa y enterró sus colmillos en el lomo de un lince pardo... Sus ojos rojos brillaron como lámparas volcánicas. Escuchó chillidos, gritos y golpes en aquella niebla vaporosa. Corrieron en las sombras y desaparecieron por un callejón encharcado a través de una espesa neblina con olor a humo. Parecía un milagro que no resbalaron al bajar casi corriendo por una empinada loma. El silbido del vapor los cubrió con tentáculos grumosos tan espesos como algodón crudo. El río de agua arrastró hojas y desperdicios en aquella calle hundida. Finch los guío hasta un almacén abandonado de portón oxidado.
Se escondieron bajo aquella techumbre de láminas podridas, goteras, vigas oxidadas y paredes cubiertas de grafitos. Un corazón envenenado mostraba lineas verdes en una de las paredes. Aquel depósito abandonado olía a ropa podrida, sudor y... drogas. Era uno de sus escondites para escapar de su realidad y sumergirse en el profundo descenso calmante de los narcóticos alucinantes.
Finch encendió un cigarrillo para calentarse después de dejar a Nelson sobre una pila de cajas. Sam esperó junto al moreno famélico y detalló... las heridas de su cuerpo: los zarpazos se redujeron a líneas rojizas superficiales, el mordisco en su pierna era una costra terrible y el profundo corte en su cuello se cerraba como los labios de una vagina mas pequeña cada segundo. Los moretones desaparecieron dejando manchas oscuras y... sus uñas rosadas se convirtieron un gruesas garras de tono azul oscuro.
Nelson pareció despertar de un trance posesivo, sus colmillos crecieron y tragó con esfuerzo el exceso de saliva en su boca. El cabello negro, grasiento y húmedo pegado al rostro.
—Nelson Arciniega—Sam se sentó sobre las cajas, expectante—. ¿Qué eres?
El moreno recobró la vitalidad en su rostro descolorido y se irguió con la camisa desgarrada. El vello en su labio superior y cejas era más espeso y prominente.
—Tú sabes quién soy—replicó, descompuesto—. Soy tu amigo, pero también puedo cambiar de forma. Los Arciniega, al igual que otras familias de Montenegro—miró a Finch—. Somos un linaje de Cambiantes que se remonta a épocas prehistóricas. La leyenda de los Arciniega cuenta que llegamos a este mundo a través de una cueva de jaspe. Soy su amigo; Sam, Finch... pero él está detrás de ti—le lanzó una mirada furibunda al pelirrojo—. Se ha hecho con la mente de los Gonzalez mediante magnetismo animal y te mandó a buscar por orden de su culto de magos negros. Te buscan, Sam Wesen... y vendrán por ti sin importar qué.
—¿Quién me busca?
—Mi tío—Nelson se rascó la cabeza—. Joel Arciniega ha confabulado con la Cumbre Escarlata. Estas heridas me las hicieron los Gonzalez al caer bajo su hipnótico poder. Vendrán acá, muchachos. Estamos en peligro.
Sam contuvo el aliento. Escuchó pisadas y los ojos oscuros de Nelson se tornaron de un amarillo maligno con la dilatación de sus pupilas. Por los síntomas de contracción, no podía moverse sin retorcerse de dolor. Sam se levantó sin hacer ruido y se deslizó por la pared cercana hasta una de las entradas... Un zombi vestido con traje corbata estaba pintarrajeado en la pared lisa y tenía una pistola en la cabeza a punto de borrar su sesgo de vida inhumana. En sus oídos agudizados, bajo el espectro disonante de las gotas de lluvia sobre la techumbre de láminas... escuchó las pisadas de un hombre robusto. Finch contuvo el aliento y... el gatillo metálico.
Vio una pistola plateada entrar por el portal. Sam saltó con una rodilla en alto y con la otra pierna descargó una patada en un rostro de nariz ganchuda. Escuchó un disparo y el arma descendió... Sam se las arregló para tomar aquella mano con la suya en una pelea por la pistola y aferró su otra mano al hombro del desconocido. Casi como un movimiento mecánico: deslizó su pierna contraria hacia afuera y giró con todo el cuerpo barriendo al hombre por el suelo. Descargó un puñetazo de súbito en su cara. Le quitó la pistola y la lanzó lo más lejos que pudo... Se debatió en el suelo, el hombre tenía más fuerza que Sam y se estaba zafando de la llave de sometimiento.
El hombre extendió sus garras, se volteó y dio un zarpazo. Sam se echó para atrás al sentir aquellas garras clavarse en su pecho. Le faltó el aire y hundió su mano en la cara del hombre para alejarlo. Perdió la concentración en un momento y... los ojos del hombre se derritieron. Una energía ionizada se desprendió de su cuerpo con un estupor y el rostro derretido se le quedó pegado entre los dedos.
El Cambiante gritó con la cara convertida en una máscara roja, su cuerpo silbó y se desinfló como una bolsa al reventar. Todo el líquido de su cuerpo se evaporó en un instante, dejando un esqueleto cubierto de piel hinchada y ropa deshecha.
Sam fue consciente del miedo que sentía. Cayó de rodillas, temblando y ensangrentado. Una de las sombras saltó y un lince cobrizo entró al almacén con las fauces plagadas de colmillos. Los habían descubierto...
—¡Samuel!—Una voz conocida lo llamó desde la oscuridad.
Se giró y vio a Donna ayudando a Finch con Nelson. Sam corrió a ellos saltando sobre las pilas de cajas. No quería ver atrás porque sentía los ojos amarillos de tres linces clavados en su cuello. Finch disparó con el revólver robado y su brazo se desplazó por la fuerza del cañón. Llegó hasta donde sus amigos con un salto y Donna cerró aquella puerta. El sonido de las garras lo aterrorizó... Habían entrado a un depósito de espejos polvorientos.
Donna se lanzó a sus brazos con los ojos llenos de lágrimas.
—Mi abuela me borrará de su testamento... pero yo te elijo a ti, Samuel Wesen.
—¿Tu abuela?
—Diana Blanco—Donna no quería dejar de abrazar su pecho. Las garras lo rozaron rasgando su camisa y un poco de su piel—. Soy Donna Blanco, puedo convertirme en gata al igual que todas las mujeres de mi familia. Mi abuela me ordenó vigilar al hijo del Mediador y engatusarlo para traer la semilla de la quintaesencia a la familia Blanco—bajó la voz, apenada—. Te seguía a muchos lugares en mi forma de gata... y, a veces tú me acariciabas en la calle—la chica enrojeció—. Pero... me enamoré de ti, Samuel. ¡Y no voy a dejar que mi familia te mate!
Nelson se irguió, la ropa que llevaba estaba rasgada y ensangrentada. La puerta se estremeció con un crujido.
—¡Maldita traidora!—Rugió una voz chillona detrás de la puerta seguido de un estallido de garras—. ¡Te vamos a matar, traidora de mierda!
—Tenemos que llegar con mi padre—Sam abrazó a Donna más fuerte, era su intento de protegerla—. Él nos salvará.
Avanzaron por el laberinto de espejos, escuchando chasquidos y música lejana. Debían estar en un almacén antiguo de la feria. Los cuatro se adentraron en la mazmorra polvorienta, algunos espejos estaban descubiertos y se asustaban al ver sus reflejos con formas grotescas. Del techo colgaban guirnaldas apagadas de una efervescencia efímera tan errada como la realidad. La oscuridad saltaba a su alrededor, en surcos sinuosos y aullaba con gotas de lluvia torrencial.
Finch colocó el cañón de la pistola en su cabeza y se miró fijamente en un espejo alargado.
—Hubo noches en las que me hizo falta una de estas... Noches de gritos en mi cabeza en las que solo necesité una pistola y una bala.
Nelson caminaba adelante, ileso. Sus heridas se evaporaron como la lluvia. Sam sostenía a Donna fuertemente de la mano, intentando olvidar la sensación del rostro del hombre al derretirse y el chasquido húmedo de aquel cuerpo al desinflarse. Sintió horcadas y vio una sombra fugaz a través de los espejos. Creyó avistar su propio reflejo moviéndose en la dirección opuesta con una sonrisa cínica.
—¿Cuántas familias de Cambiantes hay en Montenegro?
—Cinco—los ojos de Nelson se adaptaron a la penumbra—. Las peleas por territorio han mutado a dilemas políticos, económicos y sociales. Ha habido otras guerras civiles, pero desde que el mundo descubrió la existencia de los Cambiantes... nuestra integridad se ha puesto en juego. Muchas familias no aprueban las regulaciones de los Sonetistas y se han unido a cultos de magos negros a cambio de protección. Las restricciones aún no llegan a las Américas.
Finch reflexionó fumándose un cigarrillo.
—Si llegamos a un punto donde podríamos morir—apagó el cigarrillo—. Abandonen a este loco enamorado y salven sus vidas.
Nelson se volteó en aquel corredor atestado de espejos brillantes.
—Nunca te vamos abandonar.
Sam escuchó un zumbido y vio un espectro sangriento en el reflejo de un espejo. El rostro de un murciélago demoníaco extendió sus manos negras y arrancó a Donna de su agarre. Sam gritó y la chica desapareció en el reflejo del espejo succionada por aquel demonio de túnica escarlata. Lo último que vio fue su mirada aterrada antes de que el espejo líquido terminara de tragarse a la chica.
—¡Donna!
Se lanzó a aquel espejo. Donna lo atravesó como si fuera una superficie líquida, pero ante sus manos era frío y duro. Escuchó un silbido aterrador y sintió que los vellos de sus brazos se erizaron ante la inminencia de un peligro. La presencia de un depredador furibundo de sangre envenenada pareció enternecer la atmósfera viciada del laberinto de espejos.
—En cuestiones de amores me he vuelto un poco loco—un hombre alto, musculoso y rubio apareció en el fondo de aquel corredor como un espanto—. Todos tenemos un poco de cantantes, poetas y locos. Eso decía mi hermano—levantó una mano de gruesas garras negras—. Pero yo me quedé junto a ti, porque mi egoísmo no quería perderte. Tus labios sabor canela—dio un paso con la camisa blanca desabotonada—. Me gusta llevar ese pensamiento cuando viajo—una sombra de cabello rojo y gabardina le cerró el paso a Finch—. Te escribo para advertirte que debes coger al mundo con largas pinzas y guantes—Nelson se erizó con los hombros tensos y los puños apretados—. Agárralo muy fuerte y no lo dejes ir por mucho que dudes y el sudor te haga llorar—Sam miró en todas direcciones esperando ver a Donna y no la encontró—. Nunca lo sueltes, ni te rindas... Porque si lo haces te arrepentirás cuando seas anciana—Nelson retrocedió, asustado y tropezó con la espalda de Sam—. Sé que ya no respondes mis cartas, pero si ves esta—Finch levantó el revolver—. Gracias por todos los recuerdos, aunque ahora estemos en caminos distantes y sostengamos mundos diferentes.
—Tío Joel.
—Dios te bendiga.
—Gracias, ya tomé mi decisión—Nelson sonrió—. Voy a vengar a mi padre.
Sam escudriñó al moreno de cabello cobrizo y gabardina que le cerró el paso. Escuchó a otros Cambiantes rodear los espejos.
—Yo no maté a tu padre—Joel se adelantó y de un manotazo estampó la cara de Nelson contra un espejo. Escuchó una explosión de vidrios—. ¡Pero tú no pudiste proteger al mío!
Sam saltó rabioso y descargó una patada en las costillas del moreno. El hombre retrocedió y cedió ante otra patada que lo alcanzó en el cuello. Vio un zarpazo de garras negras ante sus ojos y el joven se encogió con una línea de calor cruzando su rostro. Sam se irguió, giró en un movimiento y alcanzó la cabeza del hombre con su pie... descargando toda su velocidad en el golpe. El moreno cayó de costado y se hinchó con los ojos iluminados; el morro ensartado de colmillos y un pelaje cobrizo y espeso que cubrió su piel tostada.
Finch gritó y disparó, una lluvia de vidrios cayó sobre su cabello.
Joel pateó la cara de Nelson y lo levantó con el impulso. El joven se arrastró con los colmillos ensangrentados y sacó sus garras en un aullido. Sam silbó y corrió a él, giró sobre Nelson, espalda contra espalda y se encontró de frente contra Joel. Nelson saltó a la vez que el lince cobrizo y se enzarzaron en un baile salvaje de dentelladas y zarpazos. El moreno se convirtió en un robusto lobizón pardo, giró sobre el lince con el morro cerrado en su cuello y arrancó una arteria con los colmillos. La sangre negra brotó a borbotones y llenó la boca del lobizón. Dos sombras salvajes se lanzaron a Nelson.
Sam lanzó dos puñetazos al rostro de Joel, el hombre alto retrocedió ágilmente. El pelirrojo saltó, apoyó un pie en un espejo y se lanzó con una patada circular. Joel agarró su pierna en el aire y tiró de él. Sam respondió con una fiera patada a su cara y sintió el hueso de una nariz estallar en pedazos. Su pie se liberó del agarre y cayó en el suelo cubierto de vidrios esparcidos.
Joel se encogió con una risa espontánea. La sangre de su nariz manchaba sus labios.
—¡Tú eres el que me siguió en las cavernas!—Se lamió la sangre con una sonrisa—. ¡Es una mierda que no pueda comerte!—Lo señaló con una garra verdosa y Sam recordó los síntomas de envenenamiento en el rictus de aquella joven paralizada de cintura para abajo—. ¡Que maldita delicia encuentro en el olor de tu sangre! Soy chef, ¿sabes? Estudié cocina en París y he preparado platos que harían eyacular a cualquier cerdo capitalista. ¡Pero nunca he probado la carne de un hijo de Gobaith! ¡Quizás pueda cocinarte después que la Cumbre Escarlata te haya utilizado, Wesen!
Sam estiró la mano e Imaginó la sensación del color rojo saliendo de su brazo. Sintió que los músculos de su antebrazo se desgarraron y el agua brotó de sus dedos con un chasquido lejano. Imaginó el sonido de una catarata y dibujó una línea de agua. La serpiente cristalina se enroscó y saltó al rubio cerrando las fauces en su garganta con un mordisco poderoso. Sam se sintió pesado y somnoliento.
El hombre rubio no dejó de escudriñar su cuerpo con voracidad y un matiz de lujuria en sus caleidoscopicos ojos esmeralda. La sangre manó de su boca con un exhalación, levantó una mano robusta y de un manotazo destrozó a la serpiente... Las arterias de su cuello fueron rasgadas por los colmillos y lo bañaron de sangre oscura con un reguero.
Joel carraspeó y los agujeros desaparecieron junto con la hemorragia. Se pasó una mano por las arterias destrozadas y vio como las heridas se cerraron sin dejar cicatriz. La única marca que tenía el rubio era un mordisco en su hombro izquierdo repleto de cicatrices oscuras.
—¿Tienes algún gusto particular?—Dio un paso y Sam se arrastró, despellejándose los brazos—. Con mi refinado sentido del olfato puedo oler tu sangre: no hay drogas, ni enfermedades o exceso de azúcares. Incluso eres virgen. Hueles a canela, champiñones frescos, levadura, melocotones azucarados y...
«Vas a morir de la peor forma posible» le dijo el lobo espiritual de aquella cueva infinita.
Finch estaba temblando en el suelo. Nelson era rodeado por tres linces que lo mordían, lo arañaban y lo zarandeaban como un muñeco. El lobizón era más grande que los linces; giró con las fauces abiertas, emitió un gruñido y se lanzó al lince plomizo. Las zarpas felinas se hundieron en su pelaje y desgarraron su carne con líneas negras... Nelson cerró las mandíbulas con un crujido y la garganta del lince se rompió emitiendo un gorgoteo. El animal se retorció, temblando y... murió con una exhalación de vaho.
Nelson se retiró, perdiendo la transformación. Estaba cubierto de arañazos profundos, le faltaba una oreja y cojeaba con una pierna despedazada en jirones de carne sobre un hueso maltrecho. Estaba llorando de dolor...
Los linces rodearon los cadáveres de los animales plomizo y cobrizo, que recuperaron vagamente su forma humana en un charco de sangre. Vio como mostraban los dientes y maldecían.
—Podría cocinarte entero—Joel se sujetó el mentón—. No, eso sería gula. No soy un animal, dios mío—Sam se levantó de golpe y el rubio le encajó una patada en el pecho que lo desplazó dos metros por el suelo. Algo dentro suyo estalló y un sabor ferroso inundó el fondo de su garganta—. ¡Samuel Wesen! ¡Ya sé! Voy a comerte en todas tus presentaciones: crudo, hervido, hornado, frito, asado y ahumado. ¡Serás mi plato de cinco estrellas!
Sam tosió y escupió una flema sanguinolenta. Finch estaba en un rincón, agachado y llorando. El pelirrojo miró a Joel, desafiando con sus ojos a pesar del dolor alojado en su pecho.
—¿Dónde está Donna?
—¿La gata puta?—Rió, burlón—. ¡Kiara!
Escuchó un golpeteo detrás de los espejos y una montaña de carne fue lanzada a través del reflejo: dos brazos, dos piernas, un torso ensangrentado y una cabeza que rodó hasta sus piernas. Bajo el cabello pegoteado de sangre descubrió el rostro de Donna con una mueca de tristeza.
Sam sonrió, palideció, tembló y gritó... Gritó con todas sus fuerzas y los espejos reventaron en una lluvia de cristales. Fue silenciado con un disparo... pero no sintió dolor alguno. La cabeza de Donna se le resbaló de las manos para buscar el agujero en su pecho... No había nada.
Miró a Nelson y este cayó de rodillas con un agujero sangrante en su espalda baja. El moreno gritó de dolor y cayó de cara al suelo con una mueca de espanto. Sus piernas estaban descompuestas en ángulos horrorosos. Sam se pasó una mano por el rostro y notó la sangre fluyendo del rasguño en su mejilla que le llegaba hasta las nariz. Vio la cabeza de decapitada de Donna y gritó, asustado.
—Finchester—Joel se apartó los cristales del cabello dorado. Sus ojos verdosos echaban chispas—. ¿Creés que tu madre me deje el cuerpo de tu amigo?
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