Capítulo 8. Sinfonía de los Espíritus

 Capítulo 8: Los Caminos de la Quintaesencia.

Jessica aceleró la motocicleta hasta que la palanca de cambios se partió. La carretera estaba cubierta con una patina de hielo quebradiza. Contuvo la respiración mientras se acercaba a la inmensa caja metálica del camión. 

Se levantó sobre el asiento de la moto, los pies pegados al cuero y las piernas tensas... y saltó con un crujido a través del vacío gélido.

Se aferró a la baranda del contenedor con las piernas en el aire. Hizo un esfuerzo exagerado con las manos congeladas y rodó sobre la superficie de metal... La brisa la empujó y estuvo a punto de salir despedida por el impetuoso movimiento. El contenedor se agitó bajo sus pies y las ruedas del inmenso camión se abrían paso a través de una carretera cubierta de nieve y hielo. El páramo despejado exhibía un cielo inmensamente azul y montañas cubiertas de un manto blanco inmaculado.

El aliento se le congeló con una exhalación. 

Olía con desagrado el hedor de los toneles de sangre extraídos de las granjas. El contenedor se estremeció en el paisaje níveo y vio emerger una sombra negra sobre la parte delantera del camión, al otro extremo del contenedor. Su voz era transportada por la brisa.

—¡Malditos Sonetistas de la Mano Derecha!—Anunció el hombre de prominente jersey negro y sombrero de copa. Sacó una pistola—. ¡Malditos hipócritas!

Jessica los había perseguido un largo trecho desde el desmantelamiento del laboratorio de extracción en aquella tierra remota. Intentaron huir con un gran cargamento de sangre destilada, lo primero que hizo fue coger su moto y acelerar todo lo que el motor le permitió para atravesar las carreteras congeladas.

Escuchó el gatillazo y un fogonazo. Jessica se agachó rápidamente y la bala pasó rozando sobre su cabeza... Tensó los músculos y abrió el flujo energético de sus piernas. Sintió un vigor y una fuerza impropia y corrió con sus piernas fortalecidas. La superficie metálica del contenedor se hundió con la fuerza de sus pisadas. Recortó la distancia rápidamente con aquellas zancadas vigorosas.

El hombre volvió a disparar y Jessica detuvo la bala con un pulso. 

«Una casa estalla en llamas a mitad de la noche» imaginó. La esencia en su sangre sufrió una ionización y recorrió su brazo con un latigazo de calor. Raspó el contenedor con los dedos y la quintaesencia se oxidó rápidamente en una combustión espontánea. El zarcillo de fuego rojo terminó de recorrer la distancia en un parpadeo y envolvió al hombre con un estallido húmedo. El camión que arrastraba el pesado contenedor se cubrió de fuego y explotó en una nube amarilla y naranja.

La caja metálica saltó y Jessica se aferró al metal atravesando la superficie con dedos encendidos al rojo vivo. Fue transportada un largo trecho a través de la nieve y el hielo hasta que se detuvo... Había dejado un sendero de metal derretido, aceite negro y llamas.

Abrió el contenedor y descubrió un centenar de galones cerrados herméticamente. Recordó con aflicción la redada en aquella granja humana: los niños vestidos todos iguales, pobremente alimentados y de ojos vacíos. Los dormitorios, baños y comedores estaban plagados de tristeza y soledad. Las cámaras de extracción atestadas de maquinas e instrumentos sacados de la fantasía erótica de un inquisidor sanguinario... Lo peor fueron las fosas de desperdicios: cadáveres resecos de niños impávidos, apilados y envueltos.

Algunos galones se habían derramado en el interior del contenedor: las paredes y el suelo estaban cubiertas de... ¿aceite translúcido? Esperaba encontrar la sangre de aquellos niños embarrada... pero solo había aceite de oliva. ¿A dónde fue a parar toda la sangre peculiar del laboratorio desmantelado? Se suponía que aquella mafia organizada llevaba cinco años trabajando con el tráfico de quintaesencia, pero... ¿realmente era una mafia?

—Los niños iban a ser enviados a la Isla Esperanza como soldaditos, pero todos resultaron ser clones de una muestra pobre y tuve que vaporizarlos. Los toneles de sangre junto con la instrumentaria serán confiscados—Douglas Corn d'Or encendió un cigarrillo. Tenía una gruesa cicatriz en la comisura izquierda del labio que lo hacía mostrar una sonrisa torcida. Una mano de Fátima dorada relucía en el lado izquierdo de su pecho. Llevaba gabardina negra y su nariz y orejas estaban enrojecidas por el frío—. Para ser clones, los vi bastante humanos y todos se abrazaron como hermanos... llorando de miedo—exhaló la nube de humo y sonrió, malicioso—. Bien hecho, Fonseca: asesinaste a los prófugos. La «limpieza» en Siberia se terminó.

—Se han desmantelado tres laboratorios este año—replicó Jessica. Los policías iban y venían manejando camiones repletos de maquinas—. No lo sé, Douglas. El siguiente laboratorio aparece tan rápidamente como el anterior es desmantelado. Desaparecen millones de niños cada años en todo el mundo, y aún así... ocurre un escándalo en un país vistoso y la Corte de Magiares manda sin discreción a sus Sonetistas. El personal muere sin saber quiénes eran sus jefes. Creo que un grupo de élite se esconde detrás de estas redes de misterio y desapareciones.

Douglas fumó el cigarrillo con tranquilidad y le ofreció uno. Lo rechazó amablemente.

—¿Jessica Fonseca, verdad?—Dejó escapar una risita, parecía a punto de soltar una verdad a medias—. La quintaesencia es un buen negocio para los corruptos, pero... ¿Qué prefieres tú? ¿Dinero o poder? ¿Sabes cuál es la diferencia? ¿Cuál de los dos desaparece más rápido?

—¿Por qué llevar a cabo tan semejante atrocidad?

Douglas se llevó el cigarrillo a los labios.

—¿Quién sabe?—Sus ojos negros eran inescrutables—. Estos niños son usados como armas, esclavos, semillas o vientres para irrigar los dones de su sangre en familias poderosas. La quintaesencia... ese misterioso compuesto genético; también es usado en elixires para frenar el decaimiento del humano—abrió mucho los ojos y el cigarrillo se le resbaló de los labios. Cayó en la nieve con un silbido áspero. Negó con la cabeza y se pasó una mano por la barbita negra—. Olvida lo que dije, niña. Algo muy valioso que aprendí sobre las profecías oscuras: para qué preocuparse por cosas que no está en nuestras manos solucionar. No te involucres mucho, Fonseca. Recuerda esto: eres un perro obediente que mata en nombre de la Corte de Magiares. ¿Cuál es la diferencia entre el dinero y el poder? Es muy sencillo: a diferencia del dinero, el poder te hace indestructible. Los hombres de este laboratorio eligieron el dinero antes que el poder. Grave error con funestas consecuencias. 

Douglas tenía razón, quizás por eso bebió hasta el aturdimiento, pagó por una puta bastante cara, una navaja para afeitar y un tarro de espuma... y se abrió las muñecas en la ducha. Vivió bastante, demasiado... y conoció los secretos de la sociedad de arañas. La verdad detrás de todo, lo horrorizó y se quitó la vida... o tal vez la Corte de Magiares les hizo creer a todos que se suicidó. Otro perro asesino que decidieron sacrificar por bondad al mundo. Sonetista era un bonito nombre para asesino.

Jessica fue entrenada desde muy pequeña para ser una asesina despiadada. Una heroína a ojos de la Corte de Magiares y un orgullo para la familia Fonseca. Cuando estalló el conflicto con los Cambiantes en Europa, los medios tuvieron que suprimir toda la información. Muchas personas fueron desaparecidas a manos de los Sonetistas y familias enteras de Cambiantes fueron llevadas bajo el bisturí en la isla. Lo supo con solo escuchar las noticias de protestas que encubrieron lo que verdaderamente estaba pasando.

Jessica tuvo que asesinar a el viejo dueño de una lavandería que se convertía en lagarto. Un empleado lo había visto comiendo bistecs sanguíneos y varias prostitutas reportaron ver cambios en sus ojos cuando acababa. Antes de morir le reveló su verdadera cara: era escamoso, grasiento, pálido, de ojos reptiles y colmillos amarillentos... Lo quemó vivo y en las noticias leyó que murió por una fuga de gas.

Estacionó la motocicleta en un callejón y guardó la llave en su pantalón de mezclilla. Se quitó los guantes y los guardó en su chaqueta. Desde la cima de aquella loma podía avistar los edificios y las casas. Podía ver la afluencia del río y el malecón que se preparaba para la festividad. Bajó a orillas del río, las crecidas tornaron el agua de un gris plomizo y las barandas fueron pintadas de azul. Habían novios paseando de la mano, perros callejeros y vendedores de baratijas. Las lanchas motorizadas desfilaban por el río lanzando redes a la turbia corriente. 

El sol se escondía en la angostura del río derritiéndose en las agua como una moneda de cobre. El naranja lanzaba destellos de oro a través de la corriente fangosa. Se preguntó acerca de la afluencia del río, sus misterios y contemplaciones. Una revelación de las profundidades de la conciencia.

La varita de sauce con mango de plata permanecía escondida en su bolsillo.

Las cavernas la recibieron con vehemencia. Allí la atmósfera extraña la cobijó con una inusitada sinfonía de sombras. El paisaje rocoso la envolvía con formas erosionadas, deprimentes paredes derruidas y orgías de hongos grises. Le pareció distinguir una silueta humana que formaba parte de la pared rocosa; una estatua apenas visible, atrapada en sueños de piedra olvidados. Miró con detención sus rasgos afilados y se asustó: en su piel relucía un relieve de escamas y sus ojos eran viseras serpentinas. 

Jessica se deslizó en la oscuridad escuchando un martilleo rítmico ante la débil luz rojiza que impregnaba de vida la caverna. Aguzó sus sentidos para abarcar cada espacio del túnel oscuro y sus ojos se adaptaron a la penumbra. Olía a lluvia, piedra gastada y madera podrida. Escuchó un río subterráneo bajo sus pies en uno de los niveles profundos de la caverna.

Una silueta se acercó corriendo a través la oscuridad. Sus ojos amarillos fulgurantes como estrellas jóvenes.

La sombra se lanzó a ella con un rugido. Jessica sintió un chispazo mientras la corriente energética endurecía los músculos de sus piernas. Saltó con fuerza hacía atrás... unos seis metros y aterrizó sobre arena grisácea. 

Su atacante era un hombre mestizo de rostro velludo y colmillos prominentes. Vestía camisa y pantalón desgarrados, iba descalzo y... sus uñas eran largas, negras y afiladas. Un Cambiante que no mostraba la plenitud de su transformación. 

—Tu olor es... dulce—sus ojos eran tan brillantes como lunas de verano—. ¡Que delicia!—Un hilo de saliva cayó por su mandíbula dilatada... Sus colmillos eran demasiado grandes para su boca—. ¡Debes ser un maldito Sonetista!

El Cambiante se puso a cuatro patas con los miembros tensos. Sus ojos adquirieron una bestialidad demencial. Se lanzó a ella con el morro abierto. Jessica tensó la energía en su torso y dio un giro, propinando una potente patada en la mandíbula al mestizo. Escuchó un crujido cuando el Cambiante se encontró con la pared de la cueva y se cubrió de tierra y rocas. No obstante, se irguió sin abandonar su voraz empresa y se lanzó con las garras extendidas.

Jessica desenfundó la varita y emitió un pulso.

El Cambiante fue lanzado por un millar de manos invisibles hasta la pared rocosa y escuchó sus huesos romperse al impacto. La tierra cubrió su rostro y boca ensangrentada. El cabello, las uñas y los colmillos se retrajeron hasta sus dedos. Los ojos amarillos perdieron brillo hasta oscurecerse como aceite negro. Un hilo de sangre brotó de su nariz.

Jessica le levantó el mentón con la punta de la varita.

—¿Dónde está la Puerta de Piedra?

El Cambiante abrió la boca ensangrentada.

—¿Por qué hay tantos de ustedes?

—¿Hay más Sonetistas en las cavernas de Montenegro?

—Sí, mierda—el hombre se lamió la sangre de los labios—. Esa maldita enredadera de espinas es una plaga. Joel Arciniega vino acompañado de esos magos enmascarados de túnicas escarlatas y sus... cadáveres. ¡Mierda! ¡Están invadiendo nuestro hogar! El mago del hielo y ustedes...

—¿El mago del hielo?

El hombre miró las tinieblas y señaló.

—Ha matado a varios de mi familia y a otros... Es un loco que busca esa puerta misteriosa. ¡No existe! ¡Ya la he buscado y muchos otros antes de mí! ¡Sí, hemos soñado con la Puerta de Piedra y las cavernas! ¡Pero no existen, maldita sea! 

Jessica se alejó del Cambiante con vista hacía la cueva. Escuchó como se erguía y cambiaba de forma con el pelaje erizado. 

—Somos los verdaderos habitantes de estas tierras, mujer—rugió el mestizo con voz de fiera—. ¡Vamos a defender nuestro mundo hasta la muerte!

El Cambiante se transformó en un lince pálido de rayas negras y saltó, inusitado, sobre Jessica. La maga levantó la varita y el muro de fuego envolvió al monstruo. Escuchó un grito que se deshizo en un aullido grotesco. El animal se retorció por la arena grisácea siendo consumido por las llamas y huyó, cubierto de fuego rojo, dorado y blanco. Desapareció en las profundidades de piedra tras un grito agonizante que hizo eco en las paredes angulosas.

Jessica se adentró en el pasadizo retorcido a través de un canal de arena grisácea. Veía losas sueltas y trozos de vidrio calcinado sobresalientes en la viscosidad. En las paredes relucían membranas de zarzales aceitosos cubiertos de espinas negras. Levantó la varita con un tentáculo de fuego rojo y las enredaderas retrocedieron... Parecían serpientes asustadizas. Veía frutos amarillos nacer en las profundidades membranosas del zarzal.  Aquella plaga purulenta se le asemejó a la gangrena en las entrañas de un monstruo grotesco de gelatinosa procedencia. La caverna latía, reverberante de vida insustancial... Recorría el estómago enfermo de un leviatán moribundo. Mantuvo la varita en alto para espantar aquellas membranas agresivas con las llamas. Las paredes y el techo convexo de aquella bóveda de piedra fueron invadidas por el desconocido zarzal negro... rezumante de miasmas aceitosas que deformaban el espacio en ángulos retorcidos. Aquello solo podía habitar en pesadillas. 

Un cuerpo se retorció en aquella membrana espinosa. Era una mestiza cubierta de mucosidad aceitosa... Las enredaderas la envolvían perforando su piel con un millar de espinas. Su sangre negra caía en gotas sobre la arena grisácea y respiraba, débilmente... El hedor de su cuerpo vaporoso era fétido.

—Están...—dijo con voz débil, muy baja—... creciendo dentro de mis intestinos.

La mujer abrió la boca y dejó escapar chorro de sangre negra. Un zarzal emergió de su boca como un gusano y sus ojos se derritieron en grumos sanguinolentos. Escuchó otro gemido y descubrió a un hombre joven envuelto en el zarzal, yacía acostado y estiraba el brazo... En un intento de pedir ayuda. Las garras negras salían de sus dedos y arañaban el suelo en un intento de desprenderse de las enredaderas de pesadilla que traspasaban su piel y se abrían paso a través de sus órganos. 

Aquellas espinas negras de frutos amarillos parecía alimentarse de la sangre como parásitos y crecer, sin consentimiento... sobre cualquier superficie húmeda.

Una cabeza asomaba de la arena con una máscara. Vio trozos de carne y huesos desmembrados envueltos en jirones de tela escarlata. Los restos de una batalla librada en las profundidades de la caverna permanecían, agonizantes, testigos de una encarnizada disputa. Una silueta animalesca se desdibujó en la oscuridad y se arrastró moribundo: era un poco más grande que un perro gris. Su pelaje estaba chamuscado y costras de sangre seca lo envolvían. Había heridas en su costado y una espuma sanguínea salía de su boca. El animal gimió, tosió y vomitó una brebaje espumoso de gusanos negros mezclados con sangre. Dijo algo, pareció desinflarse y cayó de costado a media transformación; un engendro híbrido producto del aborto entre un hombre de cabello oscuro y un perro deformado. Sus costillas se removieron y emergió de ellos un gusano negro soltando gases hediendos. El gusano creció y se dividió alimentado por la sangre. Una baya amarilla nació junto con una enredadera de espinas.

Jessica detalló los cadáveres mutilados por la enredadera y los cuerpos despedazados cubiertos de harapos rojizos. Giró un torso envuelto en tela escarlata y una raíz negra emergió del tejido putrefacto... El hedor del mercurio le hizo arrugar la nariz y la enredadera se marchitó. Era un cadáver animado con nigromancia, pero la conexión debió haberse perdido.

Desde que comenzó el viaje... Nunca pudo sopesar aquella Puerta de Piedra esmaltada de jeroglíficos desconocidos en las profundidades de sus sueños efímeros. Gini concluyó que solo las personas sensibles eran capaces de llegar hasta la Puerta de Piedra en sus sueños extracorpóreos. ¿Hasta dónde llegarían para cruzar esa puerta? Veía el pináculo de una locura efervescente en los cadáveres desmembrados tras una masacre sin sentido. En sus sueños recorría pasadizos de piedra laberínticos cubiertos de viejas losas y personas pálidas de elegantes vestiduras. Pero no parecían sueños... sentía que eran recuerdos de otras vidas escondidos en su sangre. Aquellos seres altos, pálidos y rubios... hablaban en lenguas desconocidas y recorrían los pasadizos de piedra que brillaban con un inexistente resplandor blanco.

Había escuchado acerca de los recuerdos enterrados en los secretos de la sangre que se transmitía. Los Caminos de la Quintaesencia que los eruditos estudiaban en su postergada vida gracias al Elixir de Cinabrio. Solo una vez fue capaz de avistar el umbral de la Puerta de Piedra enmarcada en un dintel y columnas recubiertas de jeroglíficos desconocidos. Un sol y una luna en cada puerta rodeados de estrellas y planetas distantes. Pero la vio a la lejanía detrás de un crisol translúcido.

Escuchó un susurro de frío y un crujido congelado. Se adentró en aquella bifurcación cuesta abajo a través de un camino empedrado y descendió hasta una cámara abovedada de paredes erosionadas. El techo alto desaparecía en los confines de la oscuridad y las paredes estaban compuestas por los inmensos bloques de piedra de una estructura ciclópea. Los pilares del grueso de árboles gigantes estaban erosionados y cubiertos de glifos inteligibles. Una capa de arena grisácea cubría el suelo y cuando la barrió con el zapato... descubrió losas antiguas. Había visto aquel lugar en sus sueños recurrentes. Era un espacio liminal al que su mente viajaba desde que llegó a Montenegro. No veía ninguna puerta... Las paredes eran lisas y vacías.

Escuchó un crujido y avistó un gigante de cuatro metros de alto formado por trozos de hielo desiguales: piernas cortas, torso prominente y brazos gruesos como casquetes. No tenía cabeza y un Maeglifo de Conducción Energética brillaba, azul, en su pecho. La estatua pareció notar su presencia y se dirigió a ella con un andar perezoso.

Jessica levantó la varita y la agitó con vértigo.

—¡Nubes negras tocadas por la luz ámbar!

Imaginó el sabor de la fruta agria y de la varita brotó una flor de fuego. Un fogonazo seguido de una esfera de fuego cruzó la distancia hasta la estatua y la envolvió con un estallido de vapor. El hielo emitió un silbido como el de muchas serpientes embravecidas y el gigante retrocedió. 

Jessica volvió a disparar la esfera de fuego y la estatua se deshizo con un quejido de brazos y piernas desmembrados. Sintió una ventisca helada y su cabello se erizó... Pensó en un círculo de arcilla, viento, agua y una pared de llamas y elevó la varita. El reflejo de vibraciones la protegió cuando el muro de hielo se alzó, devorando todo a su paso. El frío la golpeó con una ventisca tambaleante.

Escuchó un relámpago.

Imaginó que sus piernas estallaban en llamas y la energía la invadió con un calor. Saltó con todas sus fuerzas cuando el relámpago azul estalló a sus pies cubriendo todo con aguanieve y hielo en una pesadilla glaciar. Jessica aterrizó a diez metros de la explosión criogenica y rodó en una pirueta maltrecha con la varita escurridiza en su mano.

—¡Los magos de esta época me han sorprendido!—Proclamó una voz impetuosa—. ¡Utilizan la quintaesencia en cada fibra de músculo de su cuerpo pesé a la posibilidad de que estos se despedacen!

Un pilar que se perdía en el techo inmenso fue bañado completamente con hielo... convirtiéndose en una especie de torre de marfil vaporosa. No podía creer que estaba ante aquel hombre, del cual nacieron un centenar de leyendas. Los rumores de su tumba de hielo en las profundidades del Aguamiel parecían infundadas... hasta que se encontró cara a cara con el hombre, el espectro y la leyenda. Anastasio era bastante pálido, de cabellos cenicientos y ojos grises tan opacos como el hielo. Su piel poseía una tonalidad azul enfermiza al igual que sus labios y... una gruesa cicatriz plateada le abría el pecho. Allí donde Samael Wesen le atravesó el corazón según la canción. 

Allí estaba, emitiendo vapores fríos desde su cuerpo congelado. Lo único que vestía eran un par de pantalones oscuros porque la camisa se le hizo jirones deshilachados. Sus pies y manos eran más azules y sus dedos estaban negros como el carbón. Olía a tormenta, aguanieve y... terror.

Jessica retrocedió con la varita fuertemente apretada en su mano.  Anastasio era un Archímago del Tercer Nivel del Misticismo. Sería una locura enfrentarse a él; solo mirarlo y sentir su esencia le congeló la sangre. ¿Por qué temblaba? Fue criada desde pequeña por los mejores Maestros de Proyección, Evocación y Conversión Energética. Había participado en un centenar de enfrentamientos y matado a terrores de los que solo habitaron alguna vez en las pesadillas de los hombres bajo las estrellas pulsantes. No podía moverse y sus rodillas... parecía que iba a explotar de pánico.

Anastasio clavó sus ojos congelados en ella.

—Eres solo un niña.

Jessica cometió la estupidez de apuntarlo con la varita. El frío la traspasó como un cuchillo y le hizo jirones la piel enfermiza. La voz le salió chillona y cobarde:

—¿Estás... con la Cumbre Escarlata?

Anastasio soltó una carcajada infernal.

—¡Niña!—Rió y levantó una mano ennegrecida—. ¡Yo maté a Buer el Penitente! ¡El maldito fundador de la Cumbre Escarlata! ¡¿Y qué obtuve a cambio de liberar a nuestra isla de esa plaga?! ¡Una irreverente y cómica acusación de causar un invierno perpetuo!—La señaló con un dedo congelado—. ¡Dos millares de muertes difamatorias se me acusaron, y...!—Pareció recordar algo y se mordió el labio inferior—. ¡Maldita sea! ¡No me interesan sus riñas políticas ni ambiciones desmesuradas! ¡¿Dónde está esa maldita Puerta de Piedra?!

Jessica negó con la cabeza y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Estaba temblando de frío...

—¡Nunca la voy a encontrar!—Maldijo el mago de hielo pasándose una mano por el cabello ceniciento, dejando entrever su frustración—. ¡Ese viejo brujo me mintió! ¡Estoy empezando a creer que no existe, o...!— Se pasó una mano por la mandíbula cubierta de vello pálido—. Puede que deba encontrarlo.

Anastasio abrió los ojos como platos y sonrió, diabólico. Miró a Jessica e hizo un movimiento de revés con el dorso de la mano. Una ventisca de invierno resopló en la bóveda y un camino de trozos de hielo se levantó: una empalizada de carámbanos congelados se alzó rápidamente envolviendo al hombre. Desapareciendo ante aquella muralla de colmillos afilados tan altos como pilares.

Jessica cayó sobre sus rodillas y vomitó de pánico.


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