Capítulo 9. Balada del Anochecer
Capítulo 9: Cómete mi pene.
Agnes miró la repisa repleta de frascos en conserva. En ellos permanecían criaturas endebles de la más variada colección mortuoria: serpientes de colores brillantes, lagartos pálidos, víboras de varias cabezas y animales de muchos ojos. La exhibición de rarezas le erizaba el vello de los brazos.
—¿Qué es eso?
Señaló una botella con un líquido espeso. La criatura en su interior estaba muerta y su piel rojiza brillaba tenue. De todas las criaturas embotelladas en la colección... Era la más extraña. El reptil de seis patas tenía ojos vidriosos y refulgentes.
—Es una salamandra de fuego—dijo Avelino—. Es la última de la isla. Hace trescientos años un sacerdote la mató al mojarla. La salamandra permaneció escondida en un barril de ron durante la Purga hasta que los Echevarría la compraron—el profesor se secó la calva con un pañuelo. Hacía mucho calor—. Eran criaturas fascinantes que comían carbones y cristales. Solo se las veía en veranos calurosos cuando salían de sus cuevas. Es una lastima que la mayoría de las criaturas que admiramos en sueños se hayan extinguido. Nunca veremos a los majestuosos alicantos volar con sus jinetes. Ni a los dragones o los peludos unicornios. El tigre serpiente también está desapareciendo. Muy pronto solo serán dibujos en los libros de historia.
Agnes echó un último vistazo a la salamandra y salió del salón. En el zoológico existía una diversa variedad de animales. El tigre serpiente dormitaba impasible en su jaula, era un animal alargado de boca demencial. Parecía un demonio solitario, aislado de su infierno en una prisión de conciencia.
Junto al Herbolario se erguía la estatua de plomo de un alicanto. El ave medía dos varas de alto, pico prominente y plumas largas como sables. La réplica original fue hecha con plumas y restos reales. El espécimen dorado relleno de algodón y naftalina fue una orgullosa obra del zoológico por muchos años hasta que fue robado, y nadie conocía su paradero... al igual que otras criaturas diseccionadas en el laboratorio.
Agnes contempló la jaula del animal.
—¿Hay más tigres en el bosque?
—Benjamín Farreror solicitó más especímenes a cambio de mucha plata—Avelino se limpió el sudor del mentón—. Pero, probablemente esté sea el último espécimen de la isla. Quizás... del mundo.
El tigre serpiente estiró las patas delanteras de manera que su espalda se arqueó. Bostezó mientras miraba a Agnes. Desfiló con un andar felino muy desgarbado y bebió de un charco de agua antes de volverse a dormir. Era lo único que podía hacer: dormir un poco más para olvidarse de esa locura.
Agnes miró el charco de agua. Estaba oscuro y cristalino. Cuando la brisa pasaba sobre la superficie, el agua se agitaba.
—¿Qué significa el charco de agua?
—¿Luciano te aburre con sus complicadas lecciones de Fundamentos?
—No es eso.
Avelino se detuvo a pensar. El traje verde oliva lo hacía parecer un anciano sabiondo. Tenía el pañuelo envuelto en el puño derecho. Miró sus zapatos con una sonrisa.
—Estos ejercicios—se mordió los labios—. En mi época nos encerraban en un cuarto oscuro con una vela. Sin mechero. Recuerdo que pasé toda una noche allí. Otros buscaron piedras en un arroyo. Y ahora... ustedes tienen que encontrar la verdad en un charco—se pasó el pañuelo por la frente—. Muy divino.
—Pero no lo entiendo—Agnes se agachó para mirar a un ejército de hormigas despedazando a una oruga pisoteada—. El charco está allí y no se seca. Huele raro.
—No es el charco al que debes mirar, niña.
—¿Qué debo encontrar en el charco?
Avelino Pinto la señaló con una sonrisa. Agnes iba a protestar cuando se cruzaron con Pedro en un busto. El joven estaba recuperado y exigía un semblante risueño. Se inclinó para mirar los ojos del profesor.
—Señor.
—¿Sí?—Miró a Agnes—. Me tengo que ir, preciosa.
—Yo quiero ir.
—No puedes estar allí, solo los adultos.
—Pero soy adulta.
—Cuando seas más alta que mi cintura te dejaré entrar—Avelino le revolvió el cabello—. Pero... para eso, debes comerte la sopa.
—Pero no me gusta la sopa.
Avelino cambió su semblante y se dirigió a Pedro. Le daba miedo cuando sus ojos perdían brillo. Tenía que dar clases de Maeglafia, pero primero... debía encontrarse con Rosymar y los otros insurgentes. Agnes no era tonta. Avelino conspiraba contra la Orden de la Integridad.
El tigre serpiente se asomó por las rejas con el semblante lastimero. Sus ojos de jade estaban vacíos. Agnes le sonrió y se despidió. Debía asistir a las aburridas clases de Fundamentos con el insoportable Luciano Ángelus. Recortó por los edificios. El departamento de Alquimia era un recinto de piedra de numerosas chimeneas y ventanas oscuras. De una de ellas salía un humo acre con un olor peculiar. Siempre veía filas de personas famélicas entrar en ese edificio de piedra. Estaban enfermas, asustadas, perdidas. Se sentían como el tigre serpiente, que no tenía un lugar al que regresar. Solo una cama eterna donde permanecer.
No la dejaron pasar por el camino del departamento de Alquimia y el edificio Amarillo. El departamento de Preservación estaba repleto de Magos de la Integridad; sus túnicas escarlata estaban cubiertas de sudor y desteñidas por la sal. Debían ser bastante incómodas con estas temperaturas.
Los Magos de la Integridad parecían espectros altos con máscaras de demonios. Agnes subió por la enredadera de la pared y trepó por el alféizar. Existía un espacio estrecho entre los edificios que conducía hasta el edificio Rojo. Recorrió ese sendero vacío a través de un montón de ruidos desconocidos. Una de las ventanas despedía un humo oscuro y azufrado. Se agachó para pasar por debajo y escuchó voces.
—Que fea cara tenía este.
—Si en vida era bastante feo—le respondió otra voz—. Se irá de este mundo como un monstruo. Que vanidad.
—Oh, no.
—¿Qué te pasa ahora?
—Tengo ganas de vomitar.
—Pues vomita para otro lado.
Agnes levantó la cabeza y sus ojos vieron más allá del alféizar. Dos hombres enmascarados con delantales estaban desmembrando un cuerpo. La carne se separaba del hueso y los restos óseos eran depositados en una caja metálica. Uno de los hombres estaba agachado con la cabeza metida en un cubo. El otro estaba usando una sierra para abrir el pecho y extirpar los órganos.
—¡No vomité nada!—El hombre sacó la cabeza del barril y se acomodó la máscara de serpiente.
—Hace poco acabas de vomitar hasta tu primera leche—se mofó el otro. Tenía máscara de cuervo.
—¿Por qué tenemos que hacer esto con todos los cuerpos?—Se quejó la serpiente—. Es insoportable.
—Él va a venir—inquirió el hombre—. El rector quiere mantener todo impecable.
Usaban vapores para insuflar la carne del cadáver, de manera que la piel y los músculos pudieran desprenderse con facilidad. Agnes no sintió repulsión al contemplar aquello. El olor de la sangre... le pareció delicioso.
La serpiente abrió la mandíbula del cadáver con un bisturí y comenzó a retirar la piel del rostro como una costra sanguinolenta. Agnes se retiró de aquella ventana y gateo.
—¿Crees que les hagan esto a nuestros cuerpos si morimos?
No escuchó la respuesta. Se alejó de aquella encrucijada y atravesó un pasadizo caluroso. Atravesó la muralla de calor con los ojos cerrados y bajó por una escalera de metal hasta una reja. Trepó por ella y una voz la paralizó.
—Niña.
Agnes bajó de la reja, sentía un dedo congelado en su espalda. Se dio vuelta y descubrió una figura alta y sangrienta. Una máscara plateada de pico prominente y ojos vacíos. El mago se acercó a la reja, descubrió el pasador que la cerraba y la abrió.
—Ten cuidado—era la voz de Jorell de Cortone. El joven olía a cerezo, a ginebra y fermento de uvas—. Este no es sitio para niñas pequeñas.
Agnes salió del pasadizo y atravesó un corredor de arcos de piedra. Llegó al aula de prácticas y se paró en seco al ver que Luciano estaba explicando los Principios del Misticismo. El profesor la regañó y tuvo que sentarse al frente de las sillas junto a un niño que se comía los mocos y una niña que no dejaba de dibujar flores. El profesor les explicó por octava vez las diferentes ramas del Misticismo y sus controversias. Luego, los sacó al patio a mirar una charca. Habían tres grandes charcos con agua apestosa. ¿Qué se supone que debían encontrar?
Augusto, Jenner Fonseca y Asleep Bruzual estaban hablando y riendo junto a su charco sin darle importancia. Agnes miró al niño rubio y a la niña tonta: estaban dibujando en el charco con los dedos pegoteados de barro. ¿Cómo se supone que se busque a si misma en un charco fangoso?
Se miró fijamente. Sus ojos se mostraron oscuros en el agua estancada. Eran dos cuencas de sangre coagulada. Su cabello era una melena castaña rojiza que relucía con el sol. Estaba creciendo. Aunque, aún seguía siendo pequeña para su edad. Su hermana fue alta. Su hermana... se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar a Balaam.
—Gerard Courbet asesinó a tu hermana—le dijo Benjamín durante el registro—. Mató a todos los nobles en el Valle de Gigantes.
«Mi hermana».
Se mordió el labio y su boca se llenó de sangre. La silueta en el agua se retorció... Era una laguna llameante. Sus cabellos estaban encendidos como zarcillos candentes. Nunca había visto a Gerard Courbet, pero debía ser un tipo horroroso con una sonrisa maquiavélica y nariz ganchuda. Su reflejo se convirtió en aquella figura malévola y lo miró, con el ceño fruncido. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y se lastimó el diente que tenía flojo.
Por un momento, imaginó al alto y oscuro Gerard Courbet estrangulando a su hermana hasta matarla. Se estaba riendo. Apretó los puños mientras se limpiaba las lágrimas. Gerard arrastró el cadáver de Balaam por los corredores de la mente de Agnes. Se reía de los cuadros. De su padre difuso. Se mordió el labio y se arrancó una tira de piel.
—Maldito Gerard Courbet—todo se volvió rojo oscuro. Era escarlata como las túnicas de los magos. Roja como la capa de su padre—. Te voy a matar, Gerard.
Escuchó un burbujeo. Olió metal derretido y el perfume de su hermana. Abrió los ojos enrojecidos y el charco hirvió. Su reflejo desaparecía en las burbujas sulfurosas.
Luciano se acercó con una sonrisa.
—La pequeña Agnes se encontró a si misma—aplaudió—. Muy bien. Es la primera en hacerlo—los niños levantaron la mirada desde sus charcos—. El ejercicio del charco es una técnica de autoconocimiento. Debes encontrarte para conectar con tu esencia. Es el primer paso para convertirse en un mago—miró a Agnes—. ¿Qué recuerdo activó la quintaesencia?
Agnes imaginó a Gerard y se llenó de rabia.
—Mi hermana.
Luciano asintió, enérgico.
—Los magos se sirven de Imágenes Elementales para recrear olores y sensaciones. Estos son recuerdos que han trascendido más allá de la muerte.
Agnes se levantó y se dirigió a uno de los bancos de piedra. Estaba mareada. Cada vez que pensaba en ello, un sentimiento de rabia nacía en su estómago. Sentía la garganta caliente. Jenner Fonseca se levantó del charco con el ceño fruncido.
—¿Por qué tenemos que hacer esto?
—¿A qué te refieres?
—Mi hermano no tuvo que hacer estas tonterías de niño—se cruzó de brazos—. Estos ejercicios no son para niños.
Luciano estuvo pensando en cómo responder.
—Niños, por favor—se escuchó preocupado—. Prepárense lo mejor que puedan. La clase terminó.
El profesor se retiró del patio. Los niños se levantaron con las piernas cubiertas de polvo. Augusto se acercó a ella con una sonrisa, tenía los dedos cubiertos de barro.
—Vas a ser una maga estupenda, Agnes.
—¿A qué se refería con prepararse?
—No sé—se encogió de hombros—. Luciano esta un poco loco.
Se dirigieron a la cantina para el almuerzo. Los alumnos de tercero llevaban túnicas escarlatas cubiertas de agujeros. Pedro Corne d'Or tenía la máscara de duende en su mano porque le sangraba la nariz y comía despacio en un rincón. Agnes y Augusto lo siguieron hasta el comedor y se sirvieron junto a él. Les gustaba el joven porque sabía cantar. Siempre estaba golpeado y solo, su compañía lo animaba.
—Pedro—Agnes lo abrazó por el cuello.
El joven sonrió y le revolvió el cabello. Su máscara de madera estaba chamuscada. Juntos se sirvieron gachas, pan caliente, sopa de lentejas y verdolaga asada. Augusto le estaba contando como Agnes resolvió el acertijo del charco cuando entraron los Magos de la Integridad. Eran una hilera intimidante de alumnos que eligieron engrosar las filas de la orden. Obviamente, tenían privilegios de autoridad sobre el resto de alumnos. Se sentaron en la mesa alargada con vista al comedor y se sirvieron de forma abundante, sin pagar. Se quitaron las máscaras de cuervo: Jorell de Cortone, Amanda Flambée, Matilda von Mouton y Melquíades Grosseur.
El único que permaneció con la máscara era Alexis Brone. No se quitaba nunca la máscara plateada. Los otros decían que el lobo terrible del Asesino de Magos le arrancó la nariz. No parecía el mismo desde entonces; sus ojos pacíficos siempre estaban rabiosos. Su cabello enmarañado y descuidado.
Pedro era el único que imponía resistencia a los altercados de aquellos jóvenes altaneros. Se comió la sopa de lentejas sin despegar los ojos de la mesa.
—¿Es verdad que viene el líder de la Orden?—Preguntó Augusto.
Agnes frunció el ceño.
—¿Miackola?
—No—negó el niño—. Esa mujer traicionó al rey Damian e intentó robar las arcas reales. La vieron conspirando con... ¡Niccolo Brosse! Para vaciar las arcas de oro y plata. Pero, Felicia van Deen, la Castellano del Primer Castillo... la mató mientras escapaban por los túneles. La atravesaron desnuda con una estaca y cuelga de la muralla del Castillo de la Corte. El nuevo terrateniente de la orden es Pablo Draper, el hijo de la Cabra.
—¿Y cómo sabes tú eso?
—En el edificio que vivo se alojan Magos de la Integridad que no paran de hablar.
—Entonces sabes que él viene—sugirió Pedro. La hinchazón de su ojo había disminuido.
—Eso dijeron—asintió—. El Chacal vendrá al instituto. Ninguno sabe para qué vendrá. Incluso el rector está preocupado.
—En el departamento de Preservación están preparando un salón—Pedro mordió el pan—. Pero, no están permitidos los alumnos. Tampoco se puede acceder desde otro lugar. Es un sitio cerrado junto al edificio Azul y el departamento de Investigación. Los que han pasado por allí dicen oír voces y gritos.
Estuvieron en silencio un largo rato. Una cuestión no dejaba tranquila a Agnes.
—¿Quién es el Chacal?
—Nadie lo sabe—Pedro se limpió la nariz sangrante—. Solo usa esa máscara de oro y así lo conocen. Es temido hasta por sus propios subordinados.
—Muchos creen que es Gerard Courbet—apuntó Augusto Fonseca—. Tiene lógica, ¿no? Después de matar a todos los nobles se disfrazó de esta figura para imponerse.
Al escuchar ese nombre, Agnes dio un respingo. No quiso hablar más.
Encontró a Avelino en su despacho. Estaba de brazos cruzados, mirando las paredes con el semblante desencajado. Cuando se acercó a la mesa, notó que estaba bebiendo. La botella de vino estaba vacía sobre su escritorio.
El hombre se veía más viejo que nunca.
—¿Agnes?—La miró acercarse—. ¿Has ido a Pozo Obscuro?
—No.
—¿Te gustaría pasar un tiempo en los Viñedos de los Fonseca?
—Avelino...
—Vas a estar segura.
—No quiero estar sola.
—Sé que has perdido a muchas personas en tu vida—las motitas en los ojos verdes del hombre se apagaron—. Perdiste a tu padre, a tu madre, tu hermana y tu hogar. Pierdes y pierdes personas. Pero... quiero que estés bien.
Agnes lo abrazó, olía a alcanfor.
—No quiero perderte a ti también.
Avelino le acarició el cabello. Su esencia estaba dispersa, adormecida, débil... Triste.
—Pero...
—¿Tiene que el Chacal?
Avelino apretó los labios.
—¿Quién te dijo?
—Todos hablan de eso—se mordió el labio—. Me da... miedo.
—Aferrate a quién eres y nunca tendrás miedo—el hombre la miró largo rato, pensativo—. Voy a dejar que te quedes aquí. Pero debes prometerme que nunca tendrás miedo. Aunque, a veces... el miedo sea lo único que nos quede.
—¿Avelino?
—¿Caperuza?
—¿Cómo era el antiguo continente?
El profesor se pasó una mano por la mandíbula. Los cañones pálidos de su barbita afeitada eran ásperos.
—Era muy grande—tragó saliva, imaginando—. El antiguo continente era inmenso y rico en llanuras, bosques, ríos, montañas... Nuestro Imperio fue su maravilla. Era una ciudadela del tamaño de esta isla, resguardada por cuatro murallas sucesivas... La principal tan grande como una montaña. Esa coraza inexpugnable guardó una hermosa ciudad: rica en cultura y convergencia. Los mejores astrólogos, magos y artesanos residían en este paraíso de calles soleadas. Todo fue construido en mármol y piedra: edificios monumentales, mercados, fuentes luminosas, populosos, plazas abiertas, templos del saber, observatorios, estatuas y altares a cientos de dioses. El Imperio Celta en el Corazón del Mundo: La Ciudad Eterna.
»En el centro, se elevaba la Torre del Sol, poderosa. El portentoso edificio que inspiró leyendas en el mundo antiguo: siete pisos escalonados de colores distintos. En su cúspide, residía un templo del conocimiento que refulgía en lo alto del cielo. Se conservan dibujos y documentos de esta ciudad. Los Sisley unificaron a las tribus de los bosques. De no ser por su voluntad, seguiríamos dispersos en el antiguo continente. Porque juntos, los humanos... podemos crear maravillas que cambien al mundo.
—¿Cómo acabó La Ciudad Eterna?
El hombre cerró los ojos y se palmeó el muslo.
—Ardió hasta desaparecer—sonrió, cínico—. Los libros de historia son confusos. Hablan de diferencias ideológicas, religiosas, conflictos, epidemias o desigualdad social. Pero lo cierto es que llegan a un punto: surgió un movimiento impulsado por Daumier el Terrorífico y su Secta del Gran Devorador para erradicar la aristocracia de los Sisley, y la plutocracia característica de este mundo de caos. Las divisiones devastaron la ciudad y... fuimos invadidos por enemigos extranjeros. La Ciudad Eterna de nuestros sueños ardió sin compasión. Nos sentamos, llorando... a mirar como desaparecía.
Agnes se mordió el labio. Intentó buscar la verdad en los ojos del profesor.
—A veces sueño que estoy en esa Ciudad Eterna—Avelino asintió, mudo—. Hay un hombre. Un astrólogo, que observa las estrellas desde sus pulidos espéculos. Es un miembro muy viejo que le advierte a la monarquía sobre una calamidad. Existe un cometa que cae sobre la Ciudad Eterna y la destruye. Cada amanecer, el mago astrólogo testifica en las calles y al caer la noche... Ve como los palacios arden.
—¿Quién es ese hombre?
—No sé quién es—se detuvo a pensar—. Pero tiene ojos extraños. En un momento son azules y cristalinos, pero en la oscuridad se tornan violáceos.
—Fascinante—proclamó el erudito—. Agnes, te pido que escribas todo lo que sueñas por la mañana. Esa es mi única condición para que permanezcas en la institución.
Avelino se durmió, borracho, sobre el escritorio. Agnes se comió los restos de empanada que dejó el erudito y se fue a dormir. Tenía una pequeña habitación iluminada con una lámpara de litio, una cama con dos caballos tallados en los bordes y una mesa con un reloj desmontable. En el armario guardaba la ropa que su hermana le dejó y sus manuscritos.
Esa noche soñó que corría por un túnel hacía una luz, estaba persiguiendo a su hermana Balaam y detrás de ella veía una figura siniestra.
«Gerard Courbet». La sombra sangrienta olía a sal y tinta podrida.
Corrió con todas sus fuerzas tras los gritos de su hermana hasta que salió por aquel túnel. Estaba en una plaza concurrida donde convergían varias calles y edificios. Podía ver a escribas, secretarios, mercaderes, magos, astrólogos, médicos y mendigos. Los edificios de piedra se alzaban sobre la calle pavimentada. El sol relucía de forma diferente... escondido detrás de una torre gigantesca que llegaba hasta el cielo. Cada escalón de la torre estaba pintado de un color distinto en alusión a alguna deidad. Una caravana llevaba escoltado a un hombre cargado de cadenas doradas. Detrás, marchaba una conjunción de guardias vestidos con lino y incrustaciones de joyas.
El hombre que encabeza la procesión tenía los ojos y el cabello dorados. El prisionero levantó la mirada para verla y sus ojos cambiaron del azul pálido al violáceo. Su túnica estaba ensangrentada y sucia. La muchedumbre lo condujo a través de aquella calle hasta la torre central.
Agnes los siguió a través de un portón amurallado con leones tallados. Aquella muralla era muchísimo más alta que la de Valle del Rey.
La caminata los llevó hasta el primer escalón de la torre. Allí residían los gobernantes en un senado ocupado por doce tronos, arañas de luces, paredes tapizadas y ventanas llamativas. En el palacio existían doce tronos en honor a las tribus primigenias que se unieron a la monarquía de los Sisley. Los patíbulos en el salón eran ocupados por los miembros del parlamento.
Agnes esperó en la entrada hasta que el hombre dorado entró en el salón. Vestía de un lino blanco inmaculado, llevaba un manto morado con un lobo bordado en hilo de plata y tenía un sombrero con una pluma colorida. Se parecía a un famoso bardo de la calle Obscura.
Se inclinó ante los doce tronos. En el central residía un hombre de cabello y ojos violáceos con una corona de oro ornamentada con diversas joyas. En el resto de los tronos de materiales diversos permanecían hombres y mujeres representantes de sus familias. La mitad estaban vacíos.
La formación de soldados trajo al prisionero cargado de cadenas al palacio y lo arrodilló frente al rey. El astrólogo se veía muy viejo y los golpes en su rostro lo hacían parecer un mendigo.
—Daumier, el Terrorífico—el rey Sisley levantó la voz y el parlamento enmudeció—. Antes llamado el Sabio. Has organizado revueltas en las calles de nuestra Ciudad tras tu expulsión de la Torre del Cielo. Proclamas una rebelión, astrólogo, porque crees haber visto señales en el cielo.
—Rey Asdrúbal—Daumier despegó sus labios resecos—. Le supliqué que debía fomentar una alianza con las otras familias, y usted me expulsó. Estoy en mi deber de proteger esta tierra.
—¿De qué?
—Babilonia y Mesopotamia han caído—sonrió el astrólogo—. Si continuamos estas guerras sin sentido y nos hundimos en el libertinaje... También seremos exterminados.
—¿Es esa razón para ceder ante las reclamaciones de viejos obstinados?—El rey vestía una túnica rosa y pulseras de marfil. En su lóbulo derecho colgaba un rubí con forma de lágrima—. Los insurrectos piden que renunciemos a la monarquía que ha mantenido en alto nuestra civilización. Pregonan república para introducir su vanidad en el poder. Ha fundado una secta sacrílega a espaldas de las instituciones, que difunda un mensaje controversial sobre nuestras decisiones.
—Con todo respeto—el hombre intentó abrir uno de sus ojos, pero la hinchazón en su párpado no lo dejaba. Su ojo visible era una parodia que se desdibujaba de un azul pálido a un violáceo oscuro—. Nuestra sociedad ha decaído con los años. Si no limpiamos los canales, la ciudad terminará hundida en miseria.
—Señor Daumier—rectificó Asdrúbal con firmeza—. Hemos agradecido su servicio a la Ciudad Eterna, pero su movimiento pone en tela de juicio nuestra integridad como gobernantes. No podemos seguir tolerando sus desvaríos que van en contra de la ideología de los Celtas. Ha organizado revueltas difíciles de opacar y su mensaje es contradictorio. Lo condenó a una decapitación pública a manos de Della Robbia—miró al hombre dorado y asintió—. Que los dioses tengan piedad de su alma.
El rey se levantó de su trono con los labios cubiertos de sudor.
—¡Asdrúbal, muchacho!—Gritó Daumier mientras lo arrastraban—. ¡Los invasores vendrán! ¡La sociedad está pérdida! ¡Debemos buscar cualquier medio para...!
El hombre rubio se llevó a Daumier. Agnes intentó alcanzarlo, pero ya no estaba en el palacio de la Torre del Cielo. Yacía en una cueva cubierta de cristales, al mirarlas con detención, las formas brillantes se convirtieron en frascos de formol. En ellos nadaban seres de diversas formas. Descubrió un rostro sumergido en la conserva, y... era la cabeza decapitada de su hermana. Sus ojos verdes estaban apagados y aquel líquido amarillento tenía un tono más rojizo que los otros.
Agnes soltó un grito de espanto cuando Gerard, aquel hombre alto y de gabardina oscura, salió de la oscuridad para perseguirla. Cuando corrió, tropezó con un anaquel y las botellas se rompieron. Por el suelo rodaron cabezas rojas y vidrios afilados.
—Agnes—gimió la cabeza de su padre Cedric Scrammer—. Estás sola, hija.
La cabeza de su madre llegó a sus pies. Tenía una boca cruel y el cabello ennegrecido.
—Eres una niña tonta.
—Hermana—la cabeza de Balaam estaba cubierta de cabello negro y todavía sangraba—. Me dejaste sola.
Gerard se inclinó con un puñal en la mano, tiró de su cabello rojizo para descubrir su cuello blancuzco. Agnes sintió un mordisco frío en la garganta y un chorro de sangre salió de su herida. Gerard le sonreía con sus dientes afilados mientras se revolcaba en el suelo.
—Hija—Avelino le tocó la frente—. Despierta, estás llorando dormida.
Agnes se levantó y se limpió las lágrimas. Los fragmentos desiguales del sueño eran como imágenes revueltas en su mente.
Avelino le apartó los mechones pegados al rostro con sus dulces manos.
—¿Has soñado cosas feas?
Agnes asintió, adormecida.
—¿Por qué soñamos?
—Para recordar quiénes somos.
—¿Y si no quiero recordar quién soy?
—Recordar quienes somos es necesario para avanzar—Avelino tenía puesto el mismo traje verde que anoche, solo que estaba más limpio. Tenía un lemur como broche en su pecho—. Pequeña dragona, es necesario estar consciente de nosotros mismos para seguir por el camino. Puede que la vida traiga consigo mucho dolor y algunos recuerdos sean difíciles de rememorar. Pero es nuestro deber estar orgullosos de nuestras derrotas—Agnes asintió, jurando que no debía tener miedo—. ¿Me podrías decir que soñaste?
Inhaló profundamente y se mordió el labio.
—Desde que supe que murió mi hermana—los ojos se le llenaron de lágrimas—. Tengo pesadillas con Gerard Courbet.
—Extrañas a la hermosa Balaam—asintió Avelino—. No fue tu culpa. Tu hermana decidió confiar en ese monstruo y algún día lo vamos a atrapar.
Agnes desfiló por el pasillo después de desayunar. Estaba buscando el aula de Fundamentos que tocaba temprano por la mañana. Avelino la ayudó con matemáticas antes de irse a dar clases de Maeglafia. Entró en un aula vacía y descubrió a Felipe Cerrure y a la castaña Matilda jugando a los besos en un rincón. La castaña la miró y palideció. Se levantó del suelo, se alisó la túnica escarlata y se colocó la máscara de cuervo.
Felipe no llevaba ningún atuendo particular, se acercó a Agnes y se mordió el labio.
—No le digas a Avelino—dijo antes de marcharse detrás de Amanda—. Nos prohibió relacionarnos con los alumnos que se unieron a la Orden de la Integridad... Pero yo quiero a Matilda.
El aula se fue llenando de alumnos. Augusto y Jenner se sentaron junto a ella. Asleep Bruzual estaba copiando los apuntes de Ramiro Aureolus sobre leyendas del Antiguo Continente. Agnes recordó que tenía que entregarle a Avelino un escrito sobre sus sueños, pero no pudo describirlos. Cannbell de Cortone llegó junto al niño rubio que se comía los mocos. Se llamaba Angelo Cerrure pero todos le decían Abejorro porque cuando lo picó una abeja se hinchó mucho. No había muchos niños.
Luciano Ángelus llegó con los brazos cubiertos de papeles. Los depositó en su escritorio y se puso a escribir en el pizarrón con un pedazo de tiza polvorienta. Todos sacaron sus cuadernos y el profesor expuso sobre los niveles que un mago puede aspirar en vida. El Camino del Mago. La mayoría de las clases de Luciano eran aburridas y redundantes, pero esta vez le pareció interesante.
—El estudio del Misticismo comprende tres niveles con los cuales se identifica las cualidades de un mago—el joven profesor dibujó con una gracia excepcional la silueta de una persona y las corrientes que corresponden al flujo energético—. El Primer Nivel corresponde a la Proyección Energética. Un mago capaz de controlar el flujo energético de quintaesencia en su cuerpo puede ionizar su flujo para proyectar distintas transformaciones de la energía. Es el nivel más básico y al que aspiran ustedes cuando terminen Fundamentos. Se les llaman Proyectores aunque... también podrían dedicarse a otras ramas del Misticismo.
Jenner levantó la mano.
—¿Usted es de primer nivel?
—No, allí se corresponden la mayoría de magos errantes y negros—explicó. El profesor dibujó otra silueta humana, seguido de extraños glifos a su alrededor y una llama en su torso—. El Segundo Nivel lo comprenden los magos capaces de transmutar la quintaesencia en forma de Evocación Elemental—los glifos eran los símbolos de las fuerzas de la naturaleza: fuego, agua, viento, tierra y electricidad—. Generalmente estos individuos se especializan en una o varias ramas secundarias del Misticismo Ortodoxo. Es decir, convirtiéndose en Rastreadores, Mortificadores, Elementales o Corporistas.
—¿Entonces todos los de la institución son de segundo nivel?—Preguntó Abejorro sin levantar la mano.
—Exactamente.
—¿Incluso Sir Cedric?—Jenner la miró de reojo.
—Naturalmente—rectificó el profesor—. Nuestro estimado caballero llegó a la cúspide del segundo nivel como un Mago Elemental de Combustión. Así como Mariann Louvre se especializó en la Manipulación de los Gases hasta convertirse en Castellano. O... en su historia: Anastasio de la leyenda del Héroe Rojo; era un Mago Elemental de Evocación de Líquidos capaz de manipular la temperatura. Todos los personajes que fueron más allá del Misticismo conocido... adquieren el título de Archímago.
Agnes levantó la mano, emocionada.
—¿Avelino es de tercer nivel?
Luciano soltó una risita discreta.
—No. Avelino Pinto es el único profesor que continúa con el título de Proyector. Su estudio de la Maeglafia es importante para el Departamento de Investigación. Es un mago de primer nivel, pero como erudito es igual de impresionante.
—¿Entonces no existe un tercer nivel?—Preguntó Abejorro.
—Sí, existe—Agnes prestó su oído—. Pero no hay documentos que validen la existencia de estas personas.
—¿Por qué?—Abejorro se cruzó de brazos, tenía dientes prominentes que no entraban en su boca.
Luciano dibujó un cuerpo y lo rellenó por completo de tiza blanca. Sobre su cabeza dibujó flechas de energía que lo atravesaban y giraban.
—El Tercer Nivel comprende un estado avanzando del estudio de la Conversión Energética. Los magos que han llegado a este nivel son una rareza, y no hay ningún caso registrado de alguien que haya logrado traspasar los límites del control de la energía. Dichas personas serían capaces de extraerla del universo. Todo está hecho de energía y vibraciones, y estos magos aprovecharán esa energía para la transmutación: teniendo un cuerpo capaz de detener el envejecimiento, un control de la materia absoluto y una capacidad energética infranqueable—el profesor reposó las nalgas sobre el escritorio y se cruzó de brazos—. Pero llegar a tal nivel es imposible. Hay un límite para los humanos. Por mucho estudio o genialidad obtenida... Llegar a tal nivel de compresión cósmica pertenece al pináculo de los dioses.
Luciano se levantó cuando las siluetas escarlatas entraron al aula de clases. Eran los cuervos del instituto: un lobo plateado seguido de otros magos de la Orden y, una figura alta e intimidante. La máscara dorada de Chacal ocultaba su cabeza. Luciano abrió la boca para protestar, pero se intimidó.
Las figuras sangrientas caminaron por las sillas y mesas. El Chacal pasó frente a Abejorro y lo miró fijamente, el niño tenía cara de llanto. Se acercó a Cannbell de Cortone y... parecía que se esfumaba. Siguió de largo mientras miraba los dibujos de Luciano. Ramiro cerró los ojos cuando pasó frente a él. Se acercó a la mesa de Agnes.
La niña contuvo la respiración cuando se colocó frente a ella.
«Es Gerard Courbet—pensó, mordiéndose el labio—. El asesino de tu hermana».
Sintió que unos dedos levantaron su mentón. Se encontró de frente con el Chacal, mirando fijamente sus ojos color sangre. En los pozos negros de los agujeros de la máscara no podía descifrar ningún color a parte de un tono rojizo. Le pareció oler... una brisa salitre, tinta podrida y sangre. Apestaba a muerte. El Chacal soltó su mentón. Agnes bajó la mirada cuando la figura señaló a Augusto. Los Cuervos lo levantaron de la silla tomado de piernas y manos.
—¿Qué está pasando?—El niño estaba pálido y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡No me quiero ir, profesor! ¡¿Adónde me llevan?! ¡Profesor Luciano!
Luciano Ángelus apretó la mandíbula mientras sacaban al niño del aula. Los gritos desesperados de Augusto la asustaron, fueron desapareciendo a medida que se alejaba por el corredor. Agnes lo escuchó patalear y quejarse. Jenner se echó a llorar.
Luciano esperó largo rato en la puerta, se acercó al pizarrón y... en un arrebato de ira pateó el escritorio. Una de las patas se rompió.
—Vayan a sus dormitorios—exigió antes de irse.
Asleep saltó de su asiento para abrazar a Jenner. La niña no dejaba de resollar porque se llevaron a su primo. Agnes guardó sus libros y salió del aula. El pasillo estaba vacío.
Corrió hasta el Departamento de Alquimia y subió por la reja cerrada. Recortó por el sendero estrecho entre los edificios y se asomó por la ventana de los muertos. No había nadie. Vio una mesa ensangrentada y un montón de instrumentos.
Afinó el oído, pero no pudo asistir los gritos de Augusto. Escuchó que se lo llevaron en esa dirección. Estiró su olfato hasta sentir la pestilencia salitre de Gerard.
Sí, es Gerard Courbet. Entró en el departamento de Alquimia, estaba vacío. Los corredores estaban cubiertos por losas de mármol y lámparas de litio. Las puertas estaban cerradas y el olor se perdía. Dio un par de vueltas al lugar antes de encontrar unas escaleras a un piso subterráneo. Allí los olores se mezclaban. Una tubería estaba rota.
Augusto no tenía un olor particular. El salitre se mezclaba con los químicos de los laboratorios. Entró en el almacén; no había nadie. Bajó por un corredor empinado hasta una sala donde convergían varios caminos. El corazón se le detuvo cuando vio una máscara de lobo plateada.
Alexis corrió tras ella y Agnes se escabulló en la oscuridad. Huyó por un corredor poblado de puertas y se metió en una abertura. Escuchó como Alexis pasaba de largo. Aquella estrecha abertura parecía un canal. Escuchó un llanto perdido y comenzó a trepar hasta que subió por un ducto. Debía de ser un viejo conducto para refrescar el edificio. Habían muchos túneles polvorientos. Agnes siguió buscando aquel aroma salitre imaginando a Gerard Courbet. El olor se intensificó y mezcló con otras sustancias. Llegó a un estrecho con una compuerta rota. Desde allí pudo apreciar una cámara oscura con Maeglifos pintados en las paredes. El Chacal entró seguido de un puñado de magos de alta categoría y dejaron al niño sobre un círculo de sal roja.
Augusto lloró, palideció y...
El niño fue poseído por una oscuridad que surgió de las sombras que proyectaban las llamas. Agnes se asomó por la abertura para mirar con asombro. La silueta del Chacal se veía borroso mientras murmuraba en un lenguaje que desconocía. Escuchaba voces, silbidos, aullidos. Veía sombras tomar forma en las paredes. El calor profanó el ducto. El vapor le golpeó el rostro. Las clavijas de la compuerta se deshicieron y... aquel agujero se la tragó.
Agnes cayó por un abismo insondable y se estrelló contra una piedra dura. Las extremidades se le adormecieron y los ojos se le cubrieron de lágrimas cuando sus rodillas chocaron con el suelo.
Augusto se ahogaba en un charco de brea negra. El Chacal la miró como un centinela rojo.
Agnes se paralizó y sintió que su vejiga liberó su contenido líquido por el susto. Augusto se retorcía en el aceite negro con los ojos desenfocados. Las sombras escarlatas la rodearon con sus máscaras de plata. Intentó levantarse y las piernas le fallaron. Cerró los ojos, escuchó un crujido y la sala se cubrió de disparos. Las velas saltaron, la sal del círculo se deshizo.
Las luces flotaron en toda la habitación como avispas de fuego. Se arrastró hasta Augusto y se manchó de tinta maloliente.
Una mano fuerte la agarró del hombro.
—¡Agnes!—Era Avelino. El profesor estaba escudado detrás de un reflejo mientras las luces reventaban en la sala—. ¡Vámonos!
—¡Augusto!
—¡Está muerto!—El erudito desvió un chorro de luz violeta y la pared cerca se cubrió de fuego colorido con una telaraña de flamas—. ¡Lo siento, hemos fallado!
Luciano Ángelus confrontó a los magos escarlata en la entrada. Pierre de Febres y Camila Moulin agitaron las varitas y reventaron proyecciones alrededor del Chacal. Avelino Pinto la ayudó a levantarse y a salir de aquella cámara secreta. Augusto vomitó una última regurgitación de brea y dejó de moverse con los ojos completamente negros. Corrieron tras la puerta gruesa y los Cuervos batallaron contra Pedro Corne d'Or y Simon Fonseca. Avelino la protegió durante el intercambio de disparos. Las luces de la escaramuza de hechizos estallaban volando sobre sus cabezas.
El Chacal derribó a Pierre con un pulso que lo estampó a la pared. Camila giró la varita tres veces sobre su cabeza y lanzó un chorro de fuego violáceo al mago. El Chacal atrapó la llamarada con su varita de espino, formó una bolsa de fuego que se tornó de un gris pálido y la lanzó a la mujer.
Agnes vio una sombra desde el corredor y Rosymar se lanzó al Chacal. Desenvainó su espada y lo apuñaló en el torso. El metal se convirtió en en sal antes de tocar al mago. Ross sostuvo una empuñadura de herrumbre cuando Chacal la tomó por el cuello y... ¿le partió la cabeza? No, se convirtió en una estatua de sal tan pálida como el yeso.
Felipe Cerrure llegó corriendo detrás de Avelino. El erudito la tendió el brazo de Agnes pidiendo que se la llevará. El joven accedió, temblando de miedo.
Agnes se dejó llevar mientras veía como Luciano contenía a los magos que intentaban atacar desde el otro extremo del corredor. Avelino y Pierre disparaban al Chacal. Camila Moulin estaba cubierta por un manto de llamas. Los jóvenes Pedro y Simon defendían y el profesor Luciano les ordenó que se fueran.
Felipe sostuvo la mano de Agnes mientras Pedro y Simon los seguían por un corredor débilmente iluminado. Luciano se quedó atrás para detener a los magos que los hacían retroceder. Simon estaba llorando, Pedro respiraba con dificultad y Felipe estaba temblando. Los cuatro se deslizaron por aquel corredor destartalado del edificio de Alquimia. Encontraron a Víctor Boucher en la intersección: yacía moribundo en un charco de sangre. Una proyección le perforó el cuello y cada vez que respiraba un chorro de sangre salía de su vena abierta.
Agnes escuchó una voz.
Del otro lado llegaron los Cuervos del Instituto. Ambos grupos se pararon en seco al encontrarse. Pedro empuñó su varita y dio un paso, tenía el ceño fruncido. Lo siguió Simon con los labios apretados. Agnes se puso detrás de Felipe.
Entre los cuervos se distinguía Alexis Brone por su máscara de plata. A lo lejos se escuchaban los estallidos de la batalla que se llevaba a cabo en las entrañas del departamento.
—Pedro—la voz de Jorell resonó detrás de la máscara—. Los dejaremos ir, solo déjanos pasar.
—Ni hablar—Pedro dio otro paso con la mandíbula tensa—. ¡Los profesores están atrás de nosotros peleando la institución! ¡Nuestra batalla!
—Pedro—Jorell bajó la varita—. No quiero pelear contigo.
—¡No los dejaré pasar!
Jorell dio un paso esgrimiendo su varita. Pedro lo imitó con las rodillas temblando. El primero en disparar fue Jorell y Pedro desvió la proyección reventando una lámpara de litio. Una tenue capa de oscuridad cayó sobre ellos y las proyecciones se sucedieron en un instante. Un millar de fogonazos en las tinieblas.
Agnes se escondió detrás de Felipe, asustada. Sentía que las proyecciones calientes la rozaban. Su cabeza olía a pelo quemado. Escuchó un cuerpo caer al suelo y un par de estallidos simultáneos.
La lámpara soltó un chispazo y se encendió.
Pedro permanecía en el piso con una herida abierta en el pecho. Jorell dejó de disparar y la varita se le cayó de las manos. Se quitó la máscara con los ojos adoloridos y se acercó a su amigo. Su túnica escarlata lucía inmaculada. Los Cuervos retrocedieron con las varitas brillosas.
—¿Pedro?—Se inclinó para presionar la herida sangrante en su pecho—. ¡Pedro!
—¿Jorell, estás bien?—Pedro levantó la varita—. Un árbol negro cargado de frutos rojos.
Las facciones de Jorell se contrajeron cuando la tapa de su cabeza se abrió con un estallido que entró por su garganta y salió por su cabeza regando el techo con sesos, sangre y huesos. Uno de los Cuervos disparó y Felipe a la vez. Los chorros de luz chocaron en el aire y se contrajeron. El Cuervo se desplomó fulminado, su pecho se abrió con un estallido exponiendo las costillas. Una cabellera castaña se agitó en la oscuridad.
Felipe deshizo la proyección candente con un pulso de la varita. Los otros dos cuervos: Amanda y Melquíades; fueron derribados por los pulsos de Alexis.
Simon Fonseca ayudó a Pedro a levantarse. Felipe avanzó por el corredor y le dio vuelta al Cuervo que mató... con el rostro lívido.
—Por favor, yo no—le quitó la máscara y apartó los mechones castaños del rostro—. ¡Matilda, yo no..!—. El joven se arrodilló con el rostro congestionado—. Yo no... ¡Yo no quise!—El charco de sangre crecía alrededor de la chica muerta. Su rostro era una máscara desprovista de inteligencia—. ¡Matilda!—Miró a Pedro, llorando a mares—. Mátame, por favor... Ella no merecía eso—Cogió a la chica entre sus brazos y le apartó el pelo ensangrentado. Se despidió con un beso en su frente—. ¡Lo siento mucho!
Pedro lo apuntó con lágrimas en los ojos. La quemadura en su pecho dejó de sangrar.
—Felipe...
—¡Es mi culpa!
Felipe Cerrure levantó sus ojos una última vez y esperó... Pedro cerró los ojos y descargó un potente disparo en el pecho del joven. Un agujero negro enrojeció al instante y cayó muerto. Alexis los recostó juntos, abrazados eternamente. Se escucharon los pasos próximos desde el fondo del corredor. Las sombras escarlatas surgieron, disparando sin contemplaciones.
Alexis levantó su reflejo para protegerlos. Agnes cerró los ojos cuando un calor le recorrió la parte trasera de la cabeza y todo se oscureció. El corredor y los disparos se desvanecieron.
La Ciudad Eterna ardía. El fuego devoraba las casas y ennegrecía las plazas. Sobre la colina miraba como la Torre del Cielo era demolida; una bola de fuego impactó en medio de la torre y esta se tambaleó. Aquel hombre de cabello plateado lloraba de rodillas junto al rey Asdrúbal Sisley montado un corcel sucio. Sus lágrimas caían como gotas de plomo fundido sobre la hierba pisoteada.
—Lo lamento—replicó el rey de cabello y ojos violáceos. Miraba indómito las llamas lamiendo la civilización—. Es mi culpa. Destruí nuestro mundo y condene a nuestro pueblo. Fui un arrogante y un estúpido.
—Asdrúbal, muchacho—el astrólogo se levantó con los ojos cubiertos de hielo—. Fallemos, creemos, nos caemos y aprenderemos a levantarnos. Tú pueblo te necesita. Se sentirán dispersos, equivocados y errantes. Tropezarán y serán mejores. Morirán y renacerán... para conquistar el mundo. Todavía existe la esperanza más allá de este mundo efímero. Existe un sueño de redención en una isla habitada por seres antiguos con piel de serpiente.
Agnes despertó en una cama limpia con la cabeza cubierta de vendas. Sentía los pensamientos licuados y el cabello pegoteado de sangre seca. Estuvo a punto de caerse cuando Jared Brosse la sostuvo. El curandero le cambió las vendas y le limpió la herida.
Una proyección le alcanzó en la cabeza y le destrozó la oreja. Pedro y Simon habían desaparecido. Luciano Ángelus fue despedazado por los Magos de la Integridad... de él no quedó más que un irreconocible trozo de carne roja. Los profesores que se rebelaron iban a ser fusilados en el patio. Muchos magos de la Orden estaban heridos, así que Jared la dejó marcharse.
Agnes se retiró al patio. Una multitud de estudiantes y profesores rodeaban en semicírculo a los tres condenados a muerte: Pierre, Avelino y Camila estaban cubiertos por ropas chamuscadas, las manos quemadas y el semblante lastimero.
Una fila de Magos de la Orden de máscaras y túnicas solemnes los apuntó con las varitas. El Chacal estaba de pie, inmerso en silencio. El rector Michael Encausse portaba una máscara dorada de serpiente y la túnica escarlata manchada de sudor.
—Estos profesores se rebelaron contra el mandato de la Orden—dictaminó el rector—. Su intento frustrado de homicidio los condena a ser fusilados públicamente—se acercó a Pierre—. Fue un gusto, profesor.
Pierre de Febres escupió una flema roja a sus pies.
—Cómete mi pene.
—¡Que gallardía!—Exigió Michael y miró a Avelino—. Tú eras el orgullo de esta institución.
Avelino sonrió, tenía un ojo morado y el labio roto. Le rompieron un brazo y su pierna sangraba, manchando su zapato de rojo. El espléndido atuendo verde que usaba para dar clases estaba cubierto de polvo, sangre seca y jolín.
—¿Te gustan las adivinanzas?
—No—inquirió el rector—. Pero, adelante. Nada osado o muy sexual, hay niños presentes.
El hombre miró la multitud. Agnes esperó que él la notará pero nunca levantó la vista del suelo. Quizás no quería que lo vieran llorar.
—Una última adivinanza—sonrió el erudito—. Puede ser difícil: te hace sentir lleno cuando tienes mucha hambre, caliente cuando el frío te hace temblar y feliz cuando estás vacío.
—No sé—Michael se encogió de hombros—. Tengo una memoria fatal. ¿Dinero? ¿Oro?
Avelino negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Las lágrimas brillaron por sus mejillas curtidas.
—Es la esperanza. Nunca se desvanece.
Michael se dirigió a Camila.
—¿Tú?
—Una canción.
—Depende—el rector soltó una risita—. Me gustan las de Gerard Courbet y las de Allen della Robbia. Aunque tengo entendido que son la misma persona.
Camilla carraspeó, tenía el vestido y el cabello cubiertos de cenizas. Miró a la muchedumbre y entonó una voz melodiosa.
Le doy gracias al señor por haberte conocido.
Pues los años que vivimos fueron...
De dicha y amor.
Pero una sombra cubrió, nuestro amor y en un momento.
De ese bello sentimiento, además de sufrimientos...
Desilusión me dejó.
¡Y así siempre ha de pasar que cada vez que escuches un soneto llorareis!
¡Porque en mi cara pensar!
¡Con bellas prosas que a ti te harán recordar!
¡Todas esas lindas cosas que no pudimos lograr!
Michael dio la orden y los magos dispararon. Pierre se derrumbó con tres agujeros negros en su pecho que enrojecieron soltando burbujas. Avelino se tambaleó cuando la mitad de su rostro desapareció en un estallido sanguinolento, dio un paso hacía la muchedumbre y cayó de costado. Agnes soltó un grito y se derrumbó en el suelo con la cabeza licuada.
Camila siguió cantando con los ojos cerrados.
Recuerdas aquellos días.
Que te adore con locura.
Fuiste esperanza, hermosura, mi pasión y mi alegría.
Eras la luz que alumbraba en mi alma y mi entendimiento.
Por eso no me arrepiento, de adorarte hasta el tormento.
De perderme en tu mirada.
¡Y así siempre ha de pasar que cada vez que escuches una soneto llorareis!
¡Porque en mi cara pensar!
¡Con bellas prosas que a ti te harán recordar!
¡Todas esas lindas cosas que no pudimos lograr!
Cuando Camila abrió los ojos. Se palpó el agujero que tenía en el vientre y se desplomó hacía adelante con una sonrisa famélica.
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