Capítulo 8. Balada del Anochecer

Capítulo 8: Estás orinando fuera del perol.

Luciano Ángelus se mostraba sereno. La varita de sauce en su mano destilaba pequeñas gotas de rocío dorado. Pero Mia estaba nerviosa, sentía que todas las miradas se clavaban en ella. Solo tenía quince años, cuatro años menos que su oponente y la altura del puente no la ayudaba a despejarse. Cada paso que daba le revolvía el estómago.

Contenía, sin esfuerzo, las ganas de vomitar.

Ambos llevaban ropa de otoño: botas gruesas de cuero, pantalones de lana y abrigos de piel. Luciano llevaba una bufanda azul en el cuello con ostentoso orgullo. Mia tenía un gorro de lana teñida de morado. 

El empotrado de duelo que los erigía a los dos era como un puente tambaleante. Y la dura caída a ambos lados parecía estar rodeada de espadas afiladas. Los Castellanos los miraban desde las mesas, revisando sus documentos junto con los profesores y el rector. El árbitro del enfrentamiento era Argel Cassio, un Mago Rojo que se convertiría en un Castellano de renombre.

Mia levantó su varita de roble, tensa. Luciano tenía experiencia en enfrentamientos, había entrado a la elección desde los quince años. Pero nunca lo habían escogido para una plaza en un Castillo. Este año venía con todo. Estuvo practicando hasta desfallecer. 

Mia tenía miedo de que fuera demasiado rudo con ella. Debía unirse a un Castillo, al mejor de todos, y aprender de los más hábiles para así encontrar a Acromantula antes que la maldición la matará. Tenía que hacerlo también por su hermano pequeño, Marcus permanecía en una albergue en la pequeña ciudad que rodeaba el instituto. Trabajaba el doble en el departamento de Preservación para cubrir sus gastos y los de su hermano. El cansancio le pasaba factura. 

Dedicó un estudio exhaustivo a la búsqueda de documentos que hablasen de maldiciones y brujos. Pero el material que encontraba era redundante y falso. La única manera de romper la maldición que enterraba a sus familiares antes de llegar a la veintena... Era encontrar a Acromantula. Pero su crecimiento como maga era lento, la única forma de acrecentar su aprendizaje era uniéndose a un Castillo de Magos Rojos.

Mia frunció el ceño, mostrando un temple decidido. No quería morir y no iba a decepcionar a Marcus. No después de que su abuelo los dejara escapar del sacrificio. Luciano podría ser un duelista experimentado, pero le faltaba determinación. El joven era más taciturno que indómito. Los dos querían probarle a los Castellanos que eran dignos de ser Magos Rojos.

Argel Cassio dio una orden y Luciano se apresuró al momento. Dio un latigazo con la varita... Mia sintió que le pegaron un tortazo en la frente. Vio luces ante sus ojos. El pulso la hizo tambalearse, floja, pero pisó fuerte y se mantuvo en pie. Respondió con otro pulso... Luciano lo deshizo ante si con un pulso propio, su varita vomitó pequeñas chispas doradas. El joven dio un paso, decidido y... Profirió una Evocación Elemental de Ionización Estática.

Mia saltó cuando aquel chorro de luz plateada se derritió los pies de Luciano convertida en electricidad, corriendo a través del puente como pequeños ratones azules formados por chispas centelleantes. La telaraña de energía se extendió. Mia los redujo a pulsos apresurados, pero falló. La corriente energética atravesó las gruesas botas, subiendo por sus pies hasta su cintura con espasmos. Dejó escapar un grito, más de sorpresa que de dolor... al sentir sus piernas entumecer. Sus músculos se adormecieron. Perdió el control y cayó sobre sus manos... con un hormigueo incómodo atormentando sus extremidades. 

Intentó mover sus piernas, pero no le respondían. Cerró los ojos, esperando que Luciano la derribará del escenario con un pulso. Sintió todos los pensamientos de los presentes, escudriñando en su cerebro. Las sensaciones volaban por los aires. Eran bultos de sonidos que se bambolean en el espacio. No podía identificarlos, pero ante ella estaba uno... bastante silencioso y sencillo. El pensamiento viajó hasta ella como una corriente de vibraciones.

«Una nube espesa se deshace ante una tempestad». Pero aquel pensamiento no era suyo. Era de Luciano. Olía a alcanfor. La brisa le enfrió las mejillas. Abrió los ojos y notó que el joven agitó la varita sobre su cabeza un par de veces. La brisa lo rodeó... Las corrientes giraban a su alrededor. Hambrientas de energía.

Fue cuando lo descubrió. Luciano quería lucirse ante los Castellanos: intentando derribarla con un pulso certero, luego... la dejó atacar y usó una Evocación Elemental de Ionización Estática. Ahora quería expulsarla del escenario con otra Evocación de distinta naturaleza elemental. Los Castellanos se habían vuelto exigentes con los años. Optaban por jóvenes sofisticados. Piedras en bruto para sus filas de Magos Rojos. Jóvenes con ímpetu en busca de grandeza. Luciano era un hábil mago de segundo nivel y su juventud solo aumentaba su valor. Iba a demostrar que dominaba dos ramas elementales.

Pero, Mia notó que su cúmulo de pensamientos era descuidada. El silencio era prominente y sus barreras eran intangibles como la niebla. Estiró su pensamiento, su mente y sus sentidos. La corriente la mecía, le erizaba el cabello y le humedecía la nariz. Su mente trazó un camino, avanzando hasta el agotamiento. Hasta los límites de lo que tenía permitido.

—Un cielo de zafiro se vuelve amarillo—Mia susurró la Proyección Luminosa. Apuntó con la varita a Luciano y emitió un destello luminoso de color oscuro. 

El joven deshizo la luz con un ademán y... su mente se abrió. Se paró en seco cuando la mente de Mia se deslizó a través del camino invisible. Adentrándose en aquel cúmulo de pensamientos, cerrando clavijas y obstruyendo canales. Asfixió aquella mente hasta que Luciano cayó dormido del empotrado. Sus piernas seguían entumecidas, pero logró levantarse con esfuerzo. Argel Cassio la proclamó vencedora, pero nadie dijo nada. Las exclamaciones de los observadores y participantes se detuvieron. Lo único que perpetuó era un angustiante silencio. Escuchó por lo bajo que la llamaban: bruja, mortificador, mentalista. 

Mia bajó del escenario, miró por última vez a los Castellanos y se marchó con la poca dignidad que le quedaba. 

Esa tarde se sintió muy sola en el jardín. En las bancas de piedra no estaba nadie. Era la hora de descanso, pero sus compañeras cerraron la habitación con llave y no la dejaron entrar. Creían que podía meterse en sus pensamientos a voluntad... Que era una invasora. Hacía frío, pero podía tolerarlo hasta la siguiente clase. Fue una tonta al demostrar sus poderes mentales. Siempre que los usaba las personas le tenían miedo. A veces, cuando dormía... escuchaba los pensamientos de sus vecinos de habitación. Podía sentir las emociones fuertes. Incluso había intentado influir en las aptitudes de las personas... penetrando en el brumoso cúmulo de conexiones psíquicas, sin conseguir nada. Pero, fue la primera vez que se adentró en una mente ajena a la fuerza.

Había suscitado los pensamientos de Luciano para que se detuvieran bruscamente. Quizás los demás la consideraban una bruja por eso. El Misticismo de la Mente era una rama malsana de brujos y magos negros, aplicada a la perversidad.

—Niña.

Un hombre demasiado alto y robusto apareció ante ella, tenía el cabello y los ojos rojos. La capa del Primer Castillo reveló que era el mismísimo Sir Cedric. A su lado estaba el profesor Pierre de Febres, mucho más joven de lo que lo recordaba y diminuto ante el gigante a su lado. Mia se sintió indefensa ante aquellos hombres. Bajó la mirada a sus botas lustrosas.

—Lo siento.

—Señorita Escamilla—la llamó el profesor Pierre—. Levántese, esa banca esta mojada y ante usted está el Castellano del Primer Castillo.

Mia se levantó de golpe, temblando, pero no de frío. Sir Cedric soltó una risa estruendosa al verla, era el doble de su tamaño y su grueso torso parecía albergar el doble de órganos.

—Quiero que vayas conmigo al castillo —le dijo con una sonrisa calurosa—. La otra chica llamada Lucca me rogó que fuera también. Fue muy tonto y tierno. Así que pensé que podría llevarte. En la guarnición tenemos muchas clases de magos: elementales, rastreadores, corporistas, escultores, nahuales... pero no tenemos a un mortificador. Es la naturaleza más rara del Misticismo.

—Miackola—Pierre se sentó a su lado—. Contando a algunos magos negros. Creí que era el único estudioso de aquella rama. El Misticismo de la Mente se considera banal y abyecto. Pero, eres el primer caso de una persona que lo dominó por naturaleza. Tienes un don, eres una genio. ¿Hay alguien en tu familia que tenga el don? ¿Un ancestro?—Mia recordó a su familia. Ninguno tenía un don predilecto para los poderes mentales. No... Eran magos escultores—. Bueno, el señor Cedric va a llevarte con su guarnición a enseñarte cómo debe ser un Mago Rojo. Pero, cuando regreses a la institución. Me gustaría trabajar contigo.

Cedric emitía mucho ruido: sus pensamientos desbordaban ímpetu y calor. Era un incendio. Mientras que Pierre era una masa de pensamientos robustos. Impenetrables. Era un mortificador que aprendió aquella rama con los profesores de los primeros días. Años de descubrimientos y grandezas.

—¿Alguna vez... has sentido que te asfixias?

—Algunas veces.

Tenía un agujero en el pecho. La cascada ronroneaba precipitadamente, como un gigantesco felino demoníaco. El pequeño Marcus se abrazaba las rodillas despellejadas con los pies sumergidos a la orilla de la quebrada. El agua de la cascada caía sobre la cabeza de Mia, susurrando con burbujas de espuma en la profundidad de sus pensamientos. Los pensamientos de Marcus eran cerrados, nublados.

—Mia...

—¿Sí?

—Por favor—las costillas de Marcus se marcaban en su pecho pálido. Tenía arañazos y moretones por meterse en problemas con niños más grandes—. No me abandones.

Mia frunció el ceño. Las piedras relucían sobre la corriente del río. Miró las ondulaciones del agua oscura, se podían ver las piedras erosionadas y los cangrejos. La arena grisácea se mezcló con la arcilla del fondo. La corriente llevó restos de hojas marchitas de árboles a leguas de distancia. Los peces diminutos le comían la piel muerta de los pies.

—No me preguntes eso—chapoteó, hundiendo un pie hasta el fondo. Los peces salieron disparados en cientos de direcciones opuestas—. ¿Por qué lo haría?

—Es que... algún día te vas a enamorar y me vas a dejar para irte con esa persona.

—Siempre estaré contigo—le aseguró—. Yo voy a cuidarte hasta que encontremos al viejo Acromantula. Vamos a romper la maldición de nuestra familia. Vamos a casarnos con quién queramos, a envejecer y a tener hijos para continuar el legado familiar. Viviremos largas vidas. Te lo prometo, Marcus. Vamos a envejecer juntos. 

Marcus murió antes de cumplir la veintena. Su cuerpo permanecía impávido en el ataúd, lo maquillaron de forma que la carne chamuscada de las mejillas no luciera tan depravada. Sus ojos cerrados reflejaban un abatimiento desmesurado. Mia lo contempló exhorta, en el féretro... como si descansara de un malestar febril. Los moretones en el rostro lívido deformaron sus facciones. Luchaba consigo misma para no derrumbarse en frente de todos los líderes de la Orden.

Se ciñó la máscara de oro de forma que sus lágrimas no se notasen. El calor abrasivo del verano despedía un olor despreciable. La hilera de cajas de madera exhibía los restos carbonizados de los desgraciados que enfrentaron al Asesino de Magos.

—Vamos a capturarlo, señora—masculló Alexis Brone. La máscara de lobo plateado ocultaba los restos de la nariz destrozada que el lobo terrible del Asesino le arrancó a dentelladas.

Felicia se quitó la máscara, tenía la pintura de los párpados corrida por las lágrimas.

—Es mi culpa. Yo los conduje hasta aquella trampa. El Asesino de Magos los esperaba en su guarida.

Zarraga Draper recorrió la caja de Marcus con los dedos cubiertos de ampollas. Las vendas dentro de la túnica lo hacían parecer más robusto de lo que era. 

—Desde que empezó la primavera están diciendo eso—los reprendió Mia. Los pensamientos de todos la asediaban, eran cúmulos ruidosos que penetraban en la corteza de su cabeza. Felicia, Zarraga, Alexis, Jonás, Miev, Zacarías y Francis. Eran fuentes de ruido insoportable. Tiemblan, temerosos, desde sus escondrijos en los valles crepusculares. Sombras inocuas con síntomas de locura.

—Mi señora—Jonás dio un paso. La máscara plateada lanzaba destellos—. Han avistado a Niccolo Brosse, el fantasma de la canción de Courbet.

Annie apareció ante ellos. Llevaba la máscara de ruiseñor en las manos y sus ojos azules lanzaban motitas verdes.

—¿Niccolo Brosse?

—Está muerto—reiteró Mia, despectiva—. Murió en el Valle de Rocca Helena hace años.

—En Obscura lo conocen bastante bien—prosiguió Jonás, imbatible—. Se volvió muy famoso desde que Gerard Courbet cantó su canción. Es decir, no podrían confundirlo. El cabello y los ojos cobrizos de los Curie. Han visto a Niccolo Brosse. El Alicanto de Bronce.

—¿Estás diciendo que regresó de la muerte?

—Eso es imposible—Annie frunció el ceño—. Gerard y yo lo quemamos después de la batalla. Su cuerpo se redujo a cenizas.

—Jonás—Mia se cruzó de brazos, irritada—. ¿Un fantasma? De eso me estás hablando. 

—Podría ser el Asesino de Magos—apuntó Zacarías—. Podría hacerse pasar por Niccolo como un disfraz. Debe ser un mago renegado de la antigua Sociedad de Magos. 

—Un opositor de la Orden de la Integridad—asintió Mia—. Pero, todos los antiguos magos de la Institución están bajo custodia. Los magos errantes ahora son miembros de la orden. Tampoco han sabido nada de Gerard Courbet. Solo nos queda especular sobre posibles... candidatos. ¿Se tiene registro de las desapariciones del año pasado?

—En los archivos del rector Echeverría—afirmó Felicia—. Hay un listado de alumnos. La Orden de la Integridad usó aquella información para capturar a las familias de sangre peculiar que se oponían. Muchos alumnos desaparecidos eran escondidos por sus familias. 

—Podría ser un mago negro—admitió Zarrapa—. Estamos buscando a Acromantula en las lomas. Creemos que el mago negro que se hizo llamar Sam Wesen tiene pista de su paradero. Sin mencionar que Johann Daumier desapareció durante las batallas de los Verrochio y su hermano Samael lo busca en el sur.

Mia miró la caja que contenía a Marcus.

—¡No me importa quién carajos sea el Asesino de Magos!—Las lágrimas rodaron por sus mejillas—. ¡No me importa si es un anciano o un joven! ¡No me importa si lo conozco o es un completo desconocido! Voy a encontrarlo y lo mataré con mis manos. ¡Le demostraré todo el dolor que ha causado con la montaña de personas que asesinó!

Mia le dio la espalda a los féretros. Miró por última vez, dio un paso... Luego otro. Se alejó del patio del castillo, reprimiendo los sollozos. Marcus estaba muerto. El Asesino de Magos lo mató antes de la maldición. Ella era la única que quedaba con vida de los Escamilla. La maldición rezaba que ningún miembro viviría más de dos décadas. Marcus bebió del Elixir de Cinabrio, pero fue asesinado cruelmente. Todo por lo que luchó se convirtió en cenizas al respirar. 

—¿Mia?—La voz de Annie llegó hasta ella desde un espacio desdeñable. La abrazó por la espalda—. Vamos a encontrarlo.

—¿Y después? Eso no le devolverá la vida a Marcus—su voz era un hilo—. La esperanza de mi familia era que viviéramos. Creí que podía protegerlo llegando a esta posición. Pero, lo mandé a la tumba. Soy una persona horrible.

—No digas eso.

Se separó de Annie.

—Tú no sabes lo que dices—le reprochó—. Te juntas con ese loco. Esperas lo mejor de las peores personas. Esperas lo mejor de mí, cuando no tengo nada.

—Te lo perdono, porque eres mi amiga.

—Necesito estar sola.

—Pero, Mia...

—¡Déjame sola!

Mia subió por las escaleras de la torre. Miró a Annie, su única amiga, entristecida. Siguió subiendo hasta llegar a una puerta. Sacó la llave y la encajó en la cerradura. La habitación olía a tierra mojada, menta, duraznos, lavanda, huesos viejos y cenizas. El joven estaba al borde de la cama, cociendo sulfato en un caldero. El fuego celeste de la higuera denotaba un resplandor cobrizo en sus cabellos. Tenía la piel fina cubierta de cicatrices y dos heridas punzantes en su costado sanaron con brusquedad. Los agujeros en su estómago parecían las abolladuras de un tiroteo. Por dentro, estaba hecho de sulfato. 

Los ojos cobrizos de Niccolo lanzaron destellos dorados. Con un cucharón removió el sulfato cocido del caldero.

—Mia—pronunció al mirarla.

La mujer se quitó la máscara y se sentó en la cama. Miró la espalda lacerada del joven, la recorrió con los dedos y estaba fría como una estatua. Los agujeros lo atravesaban. Una de sus piernas estaba destrozada.

—¿No te duele?—Preguntó Mia. Acarició su cabello, era duro y terroso.

—No siento nada—Niccolo comprobó la consistencia del sulfato y comenzó a reconstruir su pierna—. Este cuerpo se repara solo. No puedo morir. Pero la quintaesencia interrumpe el flujo y mientras más lejos estoy de la fuente, más difícil es mantener la forma. Una puñalada no me haría daño, pero una proyección puede herirme. Ustedes utilizan la quintaesencia de la peor manera: la usan para matarse como bárbaros. Es una herramienta para la realización de hazañas y descubrimientos. Para unir las almas e intercambiar pensamientos sin la barrera de la incomprensión—miró a la chica de ojos oscuros. Sus rizos eran bucles de oscuridad—. No soy quien tú piensas que soy. Soy el recipiente, pero el alma que conocías se perdió. Tengo sus recuerdos, pero no soy el mismo. Lo siento, Mía Escamilla.

Mia negó con la cabeza.

—Creí que nunca volvería a verte.

—Sí... guardo sus más profundos pensamientos—el sulfato se fusionó con su pierna desnuda. Se mezcló con el color de su carne—. Niccolo... yo podría ser esa persona. Es decir, puedo mirarte con sus ojos. Siento lo mismo que él. 

Niccolo metió la mano en el caldero hirviente y untó sus agujeros con el sulfato. Mia estiró los brazos y lo abrazó, atrayéndolo. Suspiró... cansada. Solo quería que un abrazo. 

—Mia.

—¿Adónde perteneces?

—¿Qué adónde pertenezco yo?—Niccolo se recostó en sus senos, sintiendo su calor en la cama—. Al fondo... lejos del margen. Pertenezco a esa mayoría que los dioses no terminaron de armar durante la creación. Cuando se aburrieron de esculpir a aquellos seres excepcionales, y decidieron hacer criaturas incompletas y deformes para deleitarse con nuestro sufrimiento. Podría ser verdad. Lo cierto... es que cogí las piezas que sobraron del resto y terminé de hacerme. Solo para molestarlos. Realmente hice un desastre, pero... ¿a quién le importa? A nadie le interesa lo roto e inútil que seas. Eres el único que puede amar tus imperfecciones, entender tus errores y creer en tus decisiones. Puede que seas un reguero de piezas sobrantes y te falten otras tantas. Puede que dé asco hasta verte. Pero, tú eres la única que decide cuando rendirse.

—Me estás diciendo cosas bonitas porque quieres seducirme.

—No... Tú estás pensando en darte por vencida.

—¿Ahora puedes leer las mentes, Niccolo?

Niccolo negó con la cabeza.

—Yo... siempre supe como leerte.

El joven se incorporó, mirándola con melancolía.

—Nunca podremos estar juntos—se pasó una mano por la cabeza—. Este cuerpo no es real. No sé si sea real. Escucho voces. No puedo sentir nada. No podré tenerte como mujer. No podré besarte, ni hacerte el amor. 

Mia acarició su espalda desnuda. ¿No podía sentir sus dedos? La espalda de Niccolo estaba arañada y lastimada. Pero cada vez que tocaba sus cicatrices no sentía su forma. Eran una ilusión. 

—No sabes la tristeza que siento—el joven se aferró a las rodillas—. Cuando veo a las familias jóvenes llevar a sus hijos de la mano. Son cosas que yo, un agente destinado a la soledad... Nunca podremos tener. Nunca podré besar tus labios o sentir tu piel. Estoy aquí, pero en realidad no pertenezco a ningún lugar. Yo... quien fue condenado al rechazo... y vaga, para siempre en soledad; por los caminos que me toca vivir. Sin saber lo que es el amor.

—No seas bobo—le acarició la mejilla. No quería hacerle aquella pregunta—. Nunca te lo dije. Pero... te quiero. Siempre te quise, pero nunca me atreví a sentirlo. No sabía que te amaba hasta que te perdí.

Mia cerró los ojos y sintió que su cuerpo se alejaba. La mente de Niccolo seguía allí, aferrada al receptáculo de sulfato. Estiró sus pensamientos y lo sintió en su desnudez. Cobrando vida cada momento. Estaba dentro de la mente de Niccolo. Sentía su amor, su miedo, su ira, su tristeza y su desolación. Abrazó sus penas y cobijó su alegría. El cúmulo de pensamientos escondidos volvía a ella. Lo sintió con cada gramo de su cuerpo. Eran uno solo.

—Niccolo—gimió su nombre. Su cuerpo se retorcía de placer.

La respiración de la estatua era caliente. Su mente se deleitaba con un placer similar. Estaban besándose a pesar del tiempo. Ambos fueron subiendo hasta que... cayeron en una espiral. Sus pensamientos conversaban en un canal. Mia se aferró al cuerpo frío del joven y se retorció. Abrieron los ojos y se miraron. Niccolo le apartó un mechón de la oreja con una sonrisa.

—He vivido aislado por mucho tiempo. No soy como las demás personas. Todo lo que amé... lo hice en silencio.

—¿Estás allí?

Mia podía sentir las sensaciones que despertaba en Niccolo. Su alma no estaba perdida.

—Dicen que nuestros espíritus se convierten en estrellas cuando morimos—dijo—. Así que... cuando sea mi hora. Quiero que nuestras estrellas se fundan para toda la eternidad. Solo así... podré amarte hasta que la última estrella del cielo desaparezca. Como nunca pude tenerte en vida... en esta isla de los sueños rotos.

—Estaremos juntos para siempre.

—Seremos uno solo.

—Niccolo—Mia tragó saliva—. Esa noche... Cuando fuiste al banquete en el Séptimo Castillo. Yo te estaba esperando afuera. Estaba celosa de Balaam Scrammer por invitarte. Por eso, fui yo quien te recibió.

—Vaya.

—¿Niccolo?

—¿Sí?

Mia reunió valor para confesar. Estaba dispuesta a renunciar a todo.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos?

La puerta se abrió. El corazón se le cayó a los pies... cuando una silueta escarlata apareció junto a un resplandor. Annie se quitó la máscara de oro. Estaba llorando. Cerró la puerta y se acercó a la cama. Sus ojos pasaron del llanto a la ira cuando arrugó el entrecejo.

—Ustedes.

—Annie.

—¡No digas nada!—La joven los señaló, acusadora—. ¡Yo creí que era imposible! ¡Estabas muerto! ¡Pensaba que todo esto era parte de una conspiración! Pero, estás aquí... Niccolo Brosse.

—No soy la persona que ves, Annie Verrochio.

—¡¿Entonces por qué estás recostado junto al amor de tu vida?!

Mia se levantó de la cama.

—Annie...

—¡Eres una mentirosa!—Las llamas de la higuera saltaron, tornándose doradas—. ¡Yo también quería verlo! ¡¿No fui una persona importante para él?!

Niccolo se levantó de la cama. No llevaba mucha ropa y las cicatrices plateadas se ceñían a su piel como arañas. Annie guardó silencio al mirarlo. El joven la miró largo rato con sus ojos cobrizos plagados de solemnidad. Tomó una de las túnicas escarlata del armario y se la puso por la cabeza. Le puso una mano en el hombro a Annie. Niccolo señaló el fuego y este se apagó. 

—Lo lamento—su mano acarició la mejilla de la joven. No podía descifrar sus pensamientos—. El más grande remordimiento de Niccolo fue no poder proteger a sus seres queridos. Mia, Annie... me alegra que sigan viviendo.

Annie tocó el torso del joven.

—¿Cómo regresaste de la muerte?

Niccolo se dirigió a Mia y sus pensamientos vibraron. Una parte escondida volvió a emerger después de mucho tiempo. Sus ojos cobrizos denotaron notas doradas cuando aquella consciencia tomó el poder del cuerpo.

—Mia—la llamó y su voz sonó adolorida—. ¿Recuerdas mi promesa? La voy a cumplir esta noche. Lamento, si... no logré entenderte en mi otra vida. Pero, aún me quedan fuerzas para una última promesa. Te prometo, Mia. Una luna cubierta de sangre... donde podamos descansar eternamente.

Niccolo miró a Annie. Sus ojos perdieron brillo, eran cuencas oscuras de herrumbre. La mano en su mejilla se cerró en la garganta de la joven. Mia saltó para detenerlo y tropezó con un reflejo que le impedía tocarlo. Annie gimió, las venas de su cuello se hincharon. La levantó del suelo mientras la asfixiaba, sus piernas se agitaban desesperadas.

—¡Niccolo!

El gesto del joven era inescrutable. No podía penetrar en su cúmulo de pensamientos, ni acercar las manos sin ser repelida. Pero, Niccolo... Su otra mano tomó la muñeca del brazo que asfixiaba a Annie. Estaba luchando consigo mismo. El rostro de la joven se congestionó antes de ponerse negro. Y la soltó. Niccolo pulverizó su propia mano de sulfato con un estallido terroso. Annie cayó al suelo y se desparramó respirando con dificultad. El reflejo también desapareció y Mia se lanzó a ayudar a la joven.

—¿¡Niccolo!?—Gritó Mia. Annie no paraba de toser—. ¡¿Por qué hiciste eso?!

—Ella está con ellos.

—¿Con quiénes?

—El Sol Negro—la mano pulverizada tomó forma, recobrando la estructura de los dedos y su tonalidad—. Debo... Mia. 

—Será mejor que te vayas.

—Prométeme que dejarás este lugar.

—Vete, Niccolo—Mia apretó los labios. Los ojos de Annie estaban cubiertos de lágrimas—. Nunca podremos estar juntos.

—Estas paredes te ocultan secretos, Miackola—los ojos de la estatua se endurecieron—. Para alguien que posee la visión, debería ser obvio. Estás ciega. Ningún elixir te va a salvar si permaneces junto a las puerta de la muerte. 

Niccolo salió de la habitación. 

Annie escupió una flema sanguinolenta. Tenía el cuello cubierto de raspones. Mia la ayudó a levantarse y le sirvió un trago de agua. Por un momento, pensó que regresaría.

—¿A qué se refería con secretos en las paredes?—Mia se quitó la túnica escarlata por la cabeza y deshizo los nudos de las sandalias—. Y el Sol Negro...

El Sol Negro desapareció. Había leído ese registro en el departamento de Preservación. Hace trescientos años aquella secta fue exterminada durante la Purga. No sabía qué creer. Niccolo regresó de la muerte y buscaba a una secta disuelta. 

—Debemos detenerlo—replicó Annie con la voz pastosa—. Ese no es Niccolo. Ese cuerpo no es de carne y hueso. 

—Déjalo, Annie.

—Pero... es peligroso.

—¡Déjalo!—Tiró las sandalias al armario—. ¡Él se irá cuando cumpla su propósito! ¡No te metas en su camino o... te matará!

Annie frunció el ceño y se levantó de la cama. La túnica escarlata se estremeció. Estaba rabiosa y sus pensamientos eran nítidos. Quería estrangularla. Mia se abrazó las rodillas.

—Estás orinando fuera del perol—Annie se puso la máscara de ruiseñor—. Creí que era tu amiga. Pero tú solo piensas en ti misma.

Cerró la puerta de un portazo. Los fantasmas en las esquinas se susurraban disculpas. En cada rincón de la habitación habitaba un monstruo diferente y los escuchaba estremecerse con cada respiración. Encendió una vela perfumada en un frasco y las sombras se escondieron en las rendijas de los ladrillos. No tenía una habitación muy grande en la Torre del Arrojado. Los armarios atestados de ropa, gabinetes con utensilios, perfumes, velas, jabones y un gran espejo de latón. Todo ocultaba un secreto.

Mia se cepilló el cabello, usó unas cuantas gotas de perfume dulce, se puso unos pantalones de algodón y se calzó un par de botas limpias. Se puso la túnica escarlata y buscó la máscara de duende.

«Estúpida Annie».

La máscara de oro delgado estaba escondida en un cajón junto al frasco de Elixir de Cinabrio. El líquido rojo oscuro se removía en el interior de la botella como sangre. Un trago cada luna llena, le dijo el Chacal. Pero aquella figura misteriosa le dio el mismo elixir insípido a Marcus y nunca se liberó de la maldición. Cada uno de ellos estaba condenado para siempre...

«Ningún elixir te va a salvar, si permaneces junto a las puerta de la muerte».

¿Qué iba a saber ese fantasma de su maldición?

El único que podía detener el sortilegio era Acromantula. El espectro escarlata se mofó de ella a través del espejo de latón. Mia le lanzó la botella y el espectro se deshizo en un estallido de cristales sangrientos. Guardó la máscara en el cajón y salió de su habitación. Debía ser un poco más del mediodía y no tenía hambre. Los restos de los Magos de la Orden debieron ser transportados a un fosa. El cuerpo de su hermano debía estar siendo convertido en un festín de gusanos mientras las llamas lo devoraban. Sus cenizas serían confeccionadas en una vasija con su nombre y el emblema de su familia. Aquel recipiente se esconderá en una cripta común según la tradición. Hasta que el Día del Juicio llegue y las cenizas de todos los hombres prevalezcan en la tierra.

Algunas familias guardaban las cenizas de sus ancestros en criptas familiares. Otras preferían deshacerse de ellas en un ritual de despedida, devolviéndole a la tierra su sal o mezclando las cenizas con la espuma del mar. Otros consumían las cenizas de sus ancestros para preservar su legado.

Los Escamilla tenían un altar con las cenizas de la familia principal en el sótano de la mansión en las Tierras del Silencio. Debían conservar cada gramo porque la leyenda decía que renaceremos de las cenizas como el fénix. El emblema de la familia era aquel pájaro de fuego. En el pasado, los miembros de la tribu se tatuaron con saliva de salamandra durante los rituales de transformación, para demostrar valor o para formar una familia. Eran guerreros innatos y sus magos alababan a algunos de los llamados Dioses Muertos. Desde hace miles de años conservaron las cenizas de sus ancestros esperando el renacimiento. 

Mia sonrió, bajando las escaleras. Una familia Inmortal condenada a la muerte.

El salón del trono era ocupado por Damian Brunelleschi. El Rey Sangriento atendía las solicitudes de sus nobles. Miguel estaba discutiendo con el rey sobre unas faenas de los Leroy. Los oficiales discutían los impuestos con los comerciantes. Uno de ellos era un alquimista de paso que le mostraba las facturas a un mediador.

Jonás vigilaba de pie junto a la entrada. La máscara de plata relucía con elegancia. Hizo una reverencia al descubrir su presencia. 

—¿Ya se fue la Cabra?—Mia tenía la capucha puesta.

—Sí, señora. Zarraga Draper partió al Templo de las Gracias.

—¿Jonás?—Mia se acercó a él—. ¿Crees que me están escondiendo algún secreto?

—¿Quién podría? Usted es la Líder de la Orden. No hay otro terrateniente que ocupe su posición. 

—Podría ser la líder de la Orden de la Integridad, pero... ¿Quién dirige la orden realmente?—Mia frunció el ceño. El salón estaba a rebosar de comerciantes. Cada discusión tenía su intermediario, su escriba y su contador—. Los que se esconden en las paredes no quieren que yo sepa sus secretos. ¿Has visto a Giordano Bruno en estos días? 

—No. La guardia es estricta en la protección del rey Damian. Pero, con el Homúnculista...

—Paso de ser perseguido a volverse un protegido del rey.

—Con todo respeto, señora Miackola—carraspeó Jonás. Miró a Damian y su intercambio de saludos con el contador Miguel—. Giordano Bruno, el Homúnculista... ayudó al rey Damian a unificar la isla. Así como la Cumbre Escarlata del Chacal fundó la Orden de la Integridad para servirle. Sus métodos para llegar al poder son cuestionables. No obstante, considero que Damian es un hombre con visión que logró entablar una soberanía en toda la isla. 

—¿Eso es todo? ¿No crees que alguien se esconde detrás de Damian Brunelleschi?

—No hay guerra—Jonás se encogió de hombros—. No hay peste. Hay comida en las mesas de todos. La isla puede prosperar. Todos estamos haciendo un gran trabajo.

Mia se cruzó de brazos. Hablar con Jonás era intentar persuadir a un charlatán que solo repetía las buenas nuevas.

—¿Quién dirige la guardia durante esta importante asamblea? 

—La señora Felicia.

—¿Y dónde está el Castellano del Primer Castillo?

—Debe estar en la guardia. 

Mia salió del salón, tropezó con Francis y bajó hasta el jardín de estatuas. Aquel lugar le trajo nostalgia y contó una historia lamentable: la estatua del alicanto estaba cubierta de musgo, la ninfa fue reconstruida: su nuevo brazo era de un color disparejo, el dragón desapareció de su altar, al igual que el fauno y el peludo unicornio. Se preguntó cuántas familias habrían perecido durante las guerras de los últimos años. ¿La estatua del fénix permanecería allí o la cambiarían? Casi todas las estatuas fueron cambiadas. Una en particular llamó su atención: un niño de mármol blanco. Estaba sobre un altar, olía a tinta podrida y... sal. ¿Era una estatua de sal? 

El olor de la estatua era similar al del Chacal. Captó un pensamiento en el aire y se desvaneció. ¿Qué era aquello? Olía a químicos. Pero, existían muchas barreras para lograr encontrar la fuente de aquellos pensamientos. Estiró sus sentidos de forma que el olor a químicos se reveló. Provenían de unas rendijas 

Mia rodeó la Torre del Arrojado y entró en el pequeño espacio que existía entre las torres. No era muy robusta, así que se deslizó con facilidad. Olía el moho, la humedad y el mercurio. Siguió avanzando entre las paredes hasta que encontró la trampilla de un animal muy grande. Se agachó, sirviéndose del flujo energético en sus ojos para ver. El túnel se estrechó, piso huesos y excrementos de ratas con sus botas. Llegó hasta un pasadizo en las profundidades del castillo donde no existía luz. Solo piedra fría y un camino alargado. No podía concentrarse. Los pensamientos estaban difusos. 

Volvió a detectar el aroma de los químicos y bajó por un corredor en descenso. Llegó hasta... un lugar muy frío. El polvo cubría las grietas del suelo. Un portón cubierto con cadenas desaparecía al fondo de un corredor y más escaleras al otro lado. Se acercó al portón, era una gruesa plancha de madera con pesadas cadenas. Olía a podrido y arsénico. ¿Qué se escondía detrás de aquella puerta? No podía mirar.

Bajó por una bifurcación y le dio la vuelta a lo que parecía ser una sala enorme. Persiguió el aroma de las sustancias corrosivas a través de una serie de túneles. Muchas de las puertas estaban bloquedas y no quería descubrir lo que se escondía detrás. Entró a una sala abovedada con lámparas de litio a través de un arco de piedra. Habían mesones de piedra con cadáveres momificados. Se acercó a ellos, olían a sangre y pelo quemado. Tenían la túnica chamuscada y horrorosas perforaciones. Eran los magos asesinados por el Asesino de Magos. 

Escuchó un chirrido y se escondió en uno de los rincones oscuros del salón. Una silueta escarlata con máscara de buitre empujó un pequeño carro con cristales y herramientas. Se detuvo junto a un cadáver, le abrió el pecho con un bisturí y metió un cristal translúcido. Colocó un embudo en su boca y vació un frasco de mercurio. Otro buitre con guantes cerró la herida del cuerpo con un grueso hilo cristalino.

Mia se deslizó en la oscuridad, escondiéndose bajo los mesones. Todos ellos debían ser incinerados en fosas y enviados a sus familias. Pero... ¿Qué estaban haciendo? Los buitres proseguían con su macabra labor. Al parecer, tenían un apuesta e intentaban encontrar la mayor cantidad de monedas en los bolsillos de los cadáveres. Estaba a punto de salir de aquel salón cuando un cuerpo familiar llamó su atención: era Marcus.

El rictus de su boca parecía estar sonriendo. Estaba desgastado y tenía las ropas rasgadas. En su pecho existía una costura pésima que cerraba sus costillas. Insuflaron arsénico, mercurio y galeno en su cuerpo. Los cristales brillantes olían a azufre.

Mia siguió de largo y salió del salón abovedado, en el techo existían rendijas para que el olor no se estanque. Eso fue lo que la atrajo. Su corazón latió velocidad cuando apareció en un corredor. Vio a Francis, su máscara de serpiente era inconfundible. Mia se escondió detrás de una pared y esperó... cuando la mujer pasó delante de ella. Tocó su nuca y cerró su cúmulo de pensamientos. La mujer se desplomó tras la desconexión. 

Mia la arrastró hasta su escondrijo como un abominable reclamando su presa. Debían existir más un pasadizos en el castillo, porque ella estaba en otro nivel hace un momento. Le quitó la máscara de serpiente y la varita de fresno.

Se dirigió al fondo del corredor y descubrió una luz azulada proveniente de una puerta. La abrió y entró en un... laboratorio: mesas inundadas de papeles y utensilios, dibujos en pizarrones y estantes repletos de especímenes en conserva. No había duda. Las figuras oscuras se voltearon para mirarla. 

—¿Francis?—Felicia custodiaba la puerta junto a Zacarías—. Te dije que vigiles por si aparece...

Mia se quitó la máscara y apuntó a la pelinegra de máscara sonriente con su varita. Zacarías sacó la suya.

—¿Miackola?

—¿Qué es todo esto?

Mia se acercó a los alquimistas. Annie estaba con ellos. Beret, Comodoro y Giordano Bruno rodeaban una mesa donde un amasijo de carne se retorcía. Annie retrocedió, asustada. Mia los apuntó a cada uno con un susurro en sus labios. Beret tenía una túnica gris similar al color de sus ojos. Giordano vestía como un alquimista y sus ojos dorados eran hermosos. Comodoro parecía un muñeco de cera dejado junto a una chimenea. Annie no quería mirarla, no tenía puesta su máscara. Felicia tenía las manos en alto. Zacarías estaba esculpido en piedra, imperturbable.

—¿Nadie va a hablar?—Mia apuntó al amasijo de carne y costuras que reposaba en el mesón—. ¿O comenzarán a hacerlo cuando empiece a matar gente?

—Querida Miackola—sonrió Beret con dulzura.

—Cállate, viejo feo—Mia señaló a Giordano—. Tú vas a hablar.

El Homúnculista soltó una carcajada.

El amasijo de carne se retorció. Tenía una cabeza de cabra, otra de perro, piernas y brazos de hombre, un torso compuesto de tiras de carne y cristales. Todo estaba unido con un hilo brillante que parecía de cristal tejido. La quimera se removía en el mesón, sus ojos muertos se movían con una... intrincada vitalidad.

—¿Qué es eso?

—Nuestro futuro—inculcó el Homúnculista—. Nosotros no pelearemos las próximas guerras. Lo harán nuestras creaciones. Ninguno de los nuestros tiene que morir en tierras extranjeras.

—Creía que solo podías engendrar homúnculos.

—La Alquimia de la Vida es mi paradigma—terció el hombre, sonriente—. Soy un creador, pero también puedo ser un artista. Puedo unir piezas y crear criaturas deslumbrante.

—Entonces tu muerte pondrá fin a esta locura.

—Miackola—Beret se colocó frente a Giordano—. Debes pensar en lo que estás haciendo. Nuestro futuro yace más allá de esta isla. Pensamos tomar otras islas cuando la nuestra no sea suficiente. Pero, para eso necesitamos poder.

—¿No sabe lo que las personas de esta isla hacen con el poder? Se destruyen así mismos. ¿Todo esto es una ilusión? ¿El rey Damian? ¿La paz? Todo... son mentiras que les dijeron a los desesperados.

—Las personas viven felices en su ilusión—replicó el anciano Comodoro—. Tenemos todo el tiempo del mundo.

—Es nuestra salvación, Mia—Beret se acercó a ella—. Nuestro destino. Esta isla está condenada. Quizás no ocurra en los próximos diez años. Pero, dentro de cien o más... la civilización volverá a colapsar. Somos los últimos Celtas que quedan en un mundo desconocido. Así sea por un pequeño chispazo de vida, debemos tomar las decisiones difíciles para que la mayoría pueda crecer. 

La quimera se levantó, sin emitir sonido. La lengua de la cabra era de un color azul pardo. Sus cuatro ojos la miraban, pero su mente era otra. Era alto como ningún hombre y su andar desgarbado exhibía una pésima conexión de sus miembros. Mia examinó a la criatura, asqueada. La cabeza de perro respiraba débilmente. Su pecho subía y bajaba.

—Ustedes son el Culto del Sol Negro—Mia bajó la varita.

—Bien hecho, niña—Beret aplaudió con una sonrisa—. No queremos vivir en un mundo perfecto, pero sí en uno mejor. Más justo y avanzado.

Mia empuñó la varita.

—Un árbol negro deshojado, delante de un rojo amanecer—respiró el aroma a rosas.

Mia disparó la Proyección a la quimera. El chorro de luz se hundió en el torso de la criatura y todas sus extremidades se deshicieron con un chasquido. Escuchó un grito. La quimera reventó en cientos de pedazos, salpicando mercurio y otros químicos por el laboratorio. Mia se dirigió a Beret y... un haz de centellas la lanzó por los aires. Privada de aire, cayó sobre una de las mesas y se rompió. Su cuerpo se entumeció.

Zacarías le disparó a Comodoro en el pecho y lo derribó. El mago continuó disparando a los magos negros hasta que Felicia le lanzó un chorro de plasma. La máscara de zorro se derritió, dejando ver el rostro de Niccolo. 

Mia saltó de la mesa con las piernas adormecidas, apuntó a Felicia y la lanzó al suelo con un pulso. Corrió, ridícula, y saltó sobre la mujer para escapar por la puerta.

Niccolo desvió los fogonazos de luz con la varita mientras daba pasos hacía atrás. Le costó desviar una centella y pareció que la varita se le iba a despedazar, logró lanzarla contra la pared abriendo un agujero en la piedra ennegrecida. Terminó por acaparar las proyecciones de los magos negros con su reflejo. Algunas rebotaban en las paredes. Una pasó rozándola y el olor a pelo quemado la mareó.

Mia destruyó la puerta del laboratorio con un movimiento de la varita. Niccolo llegó junto a ella con el reflejo a punto de reventar. Felicia tenía la frente cubierta de sangre, murmuró una Evocación Elemental y su varita expulsó una vibración.

Niccolo correspondió el conjuro con su reflejo, pero... la varita se disolvió. Su mano se convirtió en polvo con un estallido. Mia tiró de Niccolo y corrieron por el pasadizo oscuro. Escuchaba como las bolas de luz cortaban el aire sulfuroso. La mujer se agachó mientras corría y raspó la punta de la varita en el suelo.

«Un leño se parte en una hoguera». Imaginó el olor a carbón encendido. 

El fuego se levantó a su espalda, creando una muralla infranqueable y espesa de flamas violáceas. Niccolo corrió a su lado con la túnica escarlata deshilachada y la mano deshecha. Mia estaba bañada en sudor. Sintió un escalofrío. Recorrieron un par de bifurcaciones, rodeando aquella sala mortuoria... antes de detenerse para escuchar. El rumor del fuego era lejano y no se oían gritos. Los magos de Felicia debían buscarlos. Podrían atravesar los túneles hasta encontrar una salida. 

—Niccolo.

Mia se encogió, cansada. Le faltaba el aire. Tenía las botas mojadas. Vio luces ante sus ojos y se vino abajo con un mareo.

El joven la atrapó en sus brazos. Mia intentó respirar, pero no pudo tomar aire. Sentía un ardor en el estómago, palpó su vientre y se manchó las manos de sangre. Una Proyección Punzante la atravesó, destrozando sus órganos. Le faltaba el aire y tenía mucho frío. Estaba temblando. Los miembros se le entumecieron.

—Voy a llevarte lejos de aquí.

—Niccolo—Mia buscó sus ojos cobrizos, quería decirle la verdad antes de morir—. Gracias por quedarte conmigo... cuando no había nadie más. Sé que terminaste pensando que esa noche te odié. Pero... aquella medianoche, besándonos—tosió y la boca le supo a sangre—. Nosotros dos solos en la biblioteca. Fue el momento más maravilloso de mi vida porque me hiciste sentir especial. Adiós, Niccolo Brosse. Perdóname, no quería romperte el corazón y... Te amo.

—Por favor, Mia—Niccolo la abrazó. Le apartó los mechones pegados al rostro—. No quiero que seas una estrella. No quiero esperarte al otro lado. No debería sentir nada... estoy vacío. No entiendo... yo. No quiero que mueras. No podré verte del otro lado. Te quiero aquí... conmigo. Yo... no soy nada sin ti.

El calor abandonó su cuerpo. Su voz se escuchó remota. No pudo sentir ningún pensamiento. No olía nada. Solo quería quedarse junto a Niccolo mientras el mundo se derrumbaba.

—¿Por qué no volviste?—Preguntó ella con la voz entrecortada. Sus dedos débiles buscaron su rostro en sueños—. ¿Por qué renunciaste tan fácilmente a mí? ¿Por qué... no seguiste insistiendo conmigo? Tal vez te hubiera dicho que sí. Yo... no quería que te fueras—lloró porque se despedía. La boca le sabía a sangre—. Si tan solo esa noche. Nos hubiéramos quedado en esa biblioteca por siempre.

Niccolo pensó su respuesta. No quería hablar. No de esa forma. Sosteniendo a Mia, mientras desfallecía, desangrada, en sus brazos.

—Perdóname por no ser atrevido... como los otros chicos—dijo. Mia temblaba, débilmente—. Ojalá te hubieras enamorado de mí.

—Te amo, bobo. Siempre.

No pudo escuchar lo que Niccolo le dijo y su mente cayó por un abismo. Sus ojos se oscurecieron y... se quedó dormida.

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