Capítulo 10. Balada del Anochecer
Capítulo 10: Adiós, tengo una orgía a la que asistir.
El abismo negro formaba un agujero arenoso en el oscuro recinto. Los pilares erosionados se perdían en el techo alto. Un polvo fino cubría las losas de piedra que rodeaban al pozo.
Damian se acercó y miró al abismo... El pozo tenía dos metros de profundidad y el fondo era tapizado por una película de arenisca cristalina. El borde del pozo circular contenía tallados de jeroglíficos nunca antes descritos.
Beret se detuvo a su lado y se frotó las manos manchadas.
—¿Y qué le parece?
—No tengo idea de qué es.
La corona se le hacía muy grande. Al mirar el pozo se le resbalaba hasta la frente. Era la misma corona de plata que Friedrich Verrochio forjó durante su reinado con zafiros en forma de lágrimas y el oleaje del mar pulcramente cincelado en su superficie.
Aquel lugar albergaba una inusitada energía cósmica. Era como si un banquete fantasmal se celebrase eternamente en aquel recinto secreto de sueños de piedra. Había tanta energía que los vellos se le erizaban y los metales liberaban pequeñas descargas eléctricas al tacto.
—Bueno—Beret miró a los alquimistas que descubrían figuras en las paredes con sus lámparas—. Este lugar perteneció a los Magiares antes de su separación de la Iglesia del Sol. Muchos lugares quedaron abandonados. Sobre todo, este punto de energía donde convergen todos los caminos de la isla. Dentro de esta cueva se encontraron dólmenes de una antigua civilización perdida de seres reptiles. Fue un punto energético aprovechado por una extinta raza primitiva para fines desconocidos.
—¿Y qué es?
Beret sonrió, misterioso.
—Un puente.
—Un puente debe tener dos lados.
—Este es el Puente que conecta todos los puntos. Un canal magnético para aquellos que puedan desgarrar el velo del espacio. En teoría, una franja energética puede abrirse con suficiente energía. Existen estos puntos en toda la isla. Aunque, estos canales siempre cambian... son como puertas entre mundos. Rupturas energéticas lo suficientemente intensas para aprovecharse. Podría rasgarse la tela de la realidad y atravesar distancia inimaginables—Beret asintió, enérgico—. La Biblioteca de Julián Sisley sigue revelando sus secretos.
Damian se rascó la cabeza. La corona de plata le irritaba las sienes. De pie, al borde de aquel abismo... se sintió extrañamente conmovido. El anciano astrólogo de ojos cambiantes lo estudió largo rato con su mirada agobiante. Cuando la lámpara de litio se reflejaba en su rostro sus ojos se tornaban de un azul pálido sin brillo, pero en la penumbra sus iris se fundían en un violáceo pantanoso.
Giordano mató a los magos negros del Templo de las Gracias, pero... ¿Quién era Beret? No sabía nada de aquella figura negra que asumía el rol del Sumo Pontífice de la Iglesia del Sol. El Homúnculista trató con Beret desde hace mucho tiempo. No conocía sus planes de dominación. El Rey Sangriento lavaba los pecados de los magos negros. Los sacerdotes se vestían con pomposas túnicas negras y usaban un sol de bronce en su pecho. Beret poseía en su mano una redecilla de pelo con un glifo. Los sacerdotes, alquimistas y Magos de la Integridad estaban desguazando aquella cámara escondida en los túneles de la ciudad.
Un par de magos de gruesas túnicas escarlatas y máscaras de animal cargaron una tabla de oro repleta inscripciones.
Beret iluminó un muro ruinoso con caracteres tallados en la piedra.
—Del caos surge el orden—leyó Damian con la lengua pegada al paladar.
—Los Magiares en sus primeros días fueron una organización religiosa—Beret miró al pozo oscuro y sus ojos se oscurecieron. Los glifos que rodeaban la estructura estaban gastados y las piedras que alguna vez completaron el circuito energético habían desaparecido—. Fundaron la Iglesia del Sol para impartir las enseñanzas de Bel. Creían en la filosofía de una sociedad unificada. Pero, su poderío creció tanto que la monarquía, amenazada... Les cortó sus alas de fuego con tijeras de plomo oxidadas.
—¿Una sociedad unificada?
Beret asintió, pensativo.
—Han pasado muchos años desde aquello—levantó la lámpara y sus ojos esclarecieron—. Muchos... Unos mil seiscientos años o más—le sonrió, impasible—. Giordano vio en usted un gobernante justo. Es un buen hombre, Damian. No sea insensato.
El Sumo Pontífice caminó hasta el fondo del recinto seguido de sus adeptos. Las palabras grabadas en el muro de piedra lo presidieron: Del Caos Surge El Orden. La lámpara de litio lanzó destellos pálidos a las paredes desmoronadizas: figuras humanas, espirales, animales extraños, círculos y glifos indescifrables. Detalló una estatua con los brazos rotos y el semblante descompuesto. Le arrancaron las gemas de los ojos y... su piel era escamosa como una serpiente.
—Una sociedad unificada—murmuró Damian y subió las escaleras de aquel empinado laberinto subterráneo.
Un par de magos escarlata lo escoltaron hasta la superficie donde el rector Ronnie lo esperó junto a su séquito de alquimistas. El hombre alto y delgado lucía una capa inmaculada de un negro azabache. El carruaje lo esperaba pacientemente sobre el sendero de mármol de las puertas de la Casa de Negro. Aquel conjunto de edificios negros olía a esencias y químicos.
—Rey—Ronnie se afeitó su gruesa barba oscura—. ¿Para qué lo llevó el Sumo Pontífice allí abajo?
—Quería mostrarme un agujero.
—¡¿Cómo?!
Damian subió al carruaje con una mediana sonrisa en los labios. La caja de madera era bastante grande y lujosa: muebles acolchados y una despensa de bebidas y quesos. Ronnie se sentó junto a él y miró por la ventana el camino circundante. La caja se puso en movimiento impulsada por caballos robustos.
—No obstante—se removió sobre el mueble y su cuello crujió—. Parece que me llevó abajo para ponerme un alto.
—Beret nunca ha sido de confiar.
—Y tiene razones—Damian se miró las manos velludas—. Todo ha pasado muy rápido. Hace un par de años era un administrador, y ahora... soy el rey de esta isla sin esperanza. Un Rey Sangriento que confabula con magos negros. Creí que podría cambiar esta sociedad desigual al ceder derechos, en vez de privilegios.
—Lo estás haciendo, Damian—el rector se pasó la lengua por los labios resecos—. El gobierno está funcionando. La Casa de Negro es una fábrica de progreso. Este verano ha sido fructífero gracias a los conocimientos implementados por los alquimistas. Eres afortunado, Damian. Estás cosechando los triunfos de Friedrich Verrochio y Seth Scrammer. Incluso, la Orden de la Integridad imparte la justicia en cada rincón de la isla. Todo es posible gracias al Rey Sangriento y su Cumbre Escarlata.
—¿Y qué me dices de la enfermedad que se ha esparcido en la mayoría de la población?—Damian cruzó los dedos sobre su vientre y recordó el rostro lívido de Frida—. ¿Crees que sea justo perder la capacidad de procrear por capricho de los poderosos? Es doloroso anhelar un milagro con todas tus fuerzas y lo único que obtienes... es vacío.
—Amigo—Ronnie palmeó su hombro—. Deja de hacerte esas preguntas—miró por la ventanilla. La caja de madera pasó por la calle Estrella y vieron el pozo público administrado por un mago con máscara de buey. Una estrella de cobre el barril de agua envenenada—. La fé por el Dios Sol se ha multiplicado. Los círculos de creyente han crecido. El Sumo Pontífice Beret ha hecho crecer la religión y con ella su poder e influencia. Usa su imperio de la mano con la Orden de la Integridad para realizar su plan de erradicación. Una forma de exterminio indolora y persuasiva.
Damksn se quitó la corona de la cabeza.
—¿Y el pueblo no sufre?
—Hay mucho entretenimiento como para pensar en el sufrimiento—Ronnie extrajo una botella de vino y dos copas de plata. Las sirvió con cuidado de no manchar la alfombra con el movimiento—. Fueron dos años de guerras y muertes devastadoras. La sociedad ha sufrido demasiado: se han levantado héroes, monstruos, han sucumbido revueltas y se enterraron viejos rencores. La Orden de la Integridad empotró una tarima donde convergen diferentes espectáculos cada noche. Se trabaja hasta el mediodía en las fábricas y el mercado. Y una vez cada tanto... se celebran fiestas orgíasticas en la vieja mansión de los Scrammer. El pueblo se ha entregado a los placeres del libertinaje permisivo.
—¿Y qué pasará cuándo el placer no sea suficiente?
—Beret habla de tiempos difíciles y un pueblo escogido—el rector se encogió de hombros y bebió de la copa—. Plegarias, adoraciones, milagros, ungimiento, nombramientos y sepulturas. Cuando ese tiempo llegue habrá suficiente dios para todos. Serán tiempos de expiación y pecados desenfrenados para augurar la tierra prometida después del Fin de los Tiempos. La Sociedad de Magos cayó y sabrá el destino los que caerán ante estos poderosos—sonrió, torcido—. Para ser el Emisario de Dios eres bastante crédulo. Espero... que exista una copa envenenada para mí cuando los magos negros empiecen a escoger a su pueblo predilecto. Y descansaré en paz junto a los estériles descartados.
Damian probó el vino; añejo, afrutado, dulce y ardiente. Ya no era aquel hombre religioso. Una oveja ciega más que seguía, felizmente, al rebaño de la sociedad. Pensando en la existencia de un dios verdadero que juzga a los errados. Ojalá... hubiera permanecido en aquel dulce rebaño protegido por los pastores desconocidos y sus perros guardianes. Todo la vida le temió a los lobos hambrientos, pero era el pastor quien las llevaba a su diestra hasta el matadero.
—Pero ellos nos necesitan—el vino le quemó la garganta—. No, no pueden deshacerse de las piezas más importantes de la sociedad: los pobres y marginados. Ellos son los que trabajan en las fábricas, cultivan el campo y crían el ganado. Los poderosos no son nadie sin ellos. No existe una sociedad unificada sin explotados. ¡El mundo no funciona así!
—¡Silencio, insensato!—Ronnie se levantó y el carruaje se detuvo. Abrió la puerta corrediza con el gesto severo—. No soy un hombre religioso y nunca lo he sido. Pero... dios sabrá. Los secretos de los magos negros permanecen bajo nuestros pies. Solo los inmortales saben cómo será este paraíso de gloria eterna donde pueblo escogido encontrará la salvación. El sueño de redención de los Celtas se encuentra en el horizonte. Lo lamento, querido amigo... La vida me ha golpeado demasiado y tengo algunos sesos molidos. No creo que existan baladas para mí del otro lado—cerró la puerta corrediza—. Adiós, tengo una orgía a la que asistir.
El salón del trono estaba a rebosar de desamparados. Esperaban audiencias formados en las butacas de madera junto a la escolta de Magos de la Integridad. Pero, ellos no estaban allí para proteger al Rey Sangriento... No, estaban allí para proteger los secretos. Damian no dejó de pensar en lo que el rector le contó. Desde que ascendió al poder no había vuelto a tratar con el Homúnculista o la Cumbre Escarlata. Su deber era regir las políticas de los nobles y mercaderes.
Miguel Leroy llevaba de forma impecable la gestión como Tesorero del Reino y Contador de la Corte. El flujo de mercaderías no dejaba de generar ingresos a la corona. Los impuestos eran adecuadamente regulados por los oficiales de la Orden de la Integridad. Las arcas de la corona estaban en manos de los poderosos, y con ellas se lograba reabastecer las guarniciones de los Castillos abandonados de la Sociedad de Magos, y los controles que llevaba a cabo la Cumbre Escarlata. Por lo que sabía, en el Jardín de Estrellas se estaban realizando experimentos. Aunque lo más aterrador estaba debajo de sus pies. El Homúnculista hizo de los túneles subterráneos de la ciudadela su laboratorio. Con las insignias de alquimista otra vez en su poder no tenía límites. La Orden de la Integridad escondía oscuros secretos en sus bóvedas y, en las cámaras secretas de la Iglesia del Sol... Nadie sabía que se escondía en esos aislados márgenes del mundo.
La Orden de la Integridad reclutó a un millar de magos errantes para doblar sus filas, y los entrenaba en extraños rituales. Se estaban preparando para una guerra... Y Damian no sabía contra quiénes. Estaba harto de ser manipulado por aquellas figuras sangrientas que cubrían su imagen de pecados. El Emisario de Dios era una fachada. Todo se trataba de misterios y conspiraciones al caer la noche.
—Rey—la mujer propuso una denuncia—. Las niñas de trece años se prostituyen en el mercado desde que usted cerró los lupanares. Dicen que una mujer gorda con un sombrero rojo las obliga a venderse. Y los oficiales no hacen nada, algunos son convencidos de ignorar el crimen con los favores de estas jóvenes. Rey Damian, tiene que hacer algo.
—Rey Sangriento—el joven enmudeció, nervioso. No le gustaba que le dijeran así—. Disculpe... rey Damian. Tenía una hermana que pertenecía, bueno... no era una maga de método; solo hacía espectáculos con fuegos artificiales para ganarse la vida. Los Zorros... Digo, los Magos de la Integridad se la llevaron durante el invierno. La he buscado por todas partes, y no la encuentro. Por favor—el joven estaba pálido—. Mi hermana tiene un broche con forma de alicanto en el cabello, su héroe es Niccolo Brosse, y juntos interpretamos su canción en la calle Obscura. Mi hermana...
—Rey Damian—aquel fontanero se estaba quedando calvo—. Estaba limpiando los acueductos con un colega y... No sé qué ocurrió. Estábamos limpiando y hablando en medio del círculo de luz de una lámpara de litio. El hombre estaba distraído destapando un canal cuando unas manos negras se lo llevaron. Escuché un ruido de succión y desapareció. No... sabemos qué se lo llevó. Nadie se atreve a entrar en los acueductos. Un mago con máscara de buitre nos dijo que se lo llevaron las almas de los condenados.
—Señor Damian, enaltecido rey—un hombre hincó la rodilla. Era de barbita puntiaguda y rasgos finos—. El otro día un grupo de Salamandras se metió en mi taberna, pidió un festín, se bebió un barril de cerveza y se negó a pagar. Mis hijas estaban muy asustadas por los que esos hombres les decían. Aseguran que están para protegernos... pero se están sobrepasando con nosotros.
—Las tumbas de mis familiares fueron profanadas—la mujer tenía un vestido oscuro y llevaba el cabello revuelto—. Sus huesos fueron desenterrados para hacer sortilegios. Desde que esas brujas se mudaron al Fuerte de Ciervos no dejan de pasar cosas raras. Se llevaron los huesos de mis ancestros y lograron engatusar al señor de la Calle Estrella para gastarse los impuestos en celebraciones... Incluso se llevaron a mi esposo. ¡Esas brujas se pasean desnudas por las calles llevándose a nuestros hombres a fiestas depravadas!
—Rey—el mago se quitó la máscara de serpiente. Tenía profundas ojeras en el rostro cansado. Su túnica escarlata estaba cubierta de sudor rancio—. Estábamos cavando un túnel bajo los canales de la calle Mercurio para desviar una afluencia invasora. Habíamos desenterrado extraños artefactos y estatuillas de piedra de dioses desconocidos. Sí, escuchamos gemidos y cadenas, pero seguimos excavando ya que el río se estaba secando. Un día abrimos un agujero al infierno y vimos salir seres alados y gusanos tan grandes como mis brazos. Creo que abrimos una cámara aislada que debía permanecer sellada hasta el Fin de los Tiempos.
—Un mago con máscara de búho mató a mi esposo y me violó.
—Rey Damian—una mujer de cabello canoso y túnica zarrapastrosa entró al salón seguida de un hedor pestilente—. He tenido visiones de una catástrofe fumando el tabaco: la luna no brillaba, no había estrellas y un hombre dorado peleaba contra un ejército demoníaco que intentaba llegar a nuestra isla a través de una Puerta de Piedra.
—Han visto el carruaje de Acromantula en el Paraje secuestrando niños. Hace treinta años que no se veía, ahora las personas están inquietas. Se rumorea que Azazel el Loco también ha salido de su escondite y planea unirse a la Orden de la Integridad.
—Mi hijo desapareció en el Fuerte de Ciervos—la madre lloraba, desconsolada—. Dijo que aquello lo cambiaría todo. Que no volvería a ser como los demás... Pero no regresó.
—Los bandidos están metiéndose en las granjas del Paraje—el mago tenía una máscara de ciervo y una cadena con un sol reluciente en su pecho—. Hemos enviado a los nuestros detrás de ellos para prestar batalla. Se cree que es un movimiento de insurgencia de antiguos miembros de la Sociedad de Magos.
—Una copia del Libro de los Grillos ha enloquecido a un círculo de magos negros... Se han cortado los testículos con tijeras y los han quemado en plazas.
—La ciudadela está protegida—aseguró Felicia van Den. La Castellano del Primer Castillo tenía una máscara de oro digna de su cargo—. Estos insurgentes serán perseguidos y eliminados. El Asesino de Magos y Gerard Courbet no volverán a escaparse de nosotros, rey Damian. Mariann Louvre también desapareció de su celda. Se cree que este movimiento se desplaza desde el sur y el centro reclutando personal para una rebelión. Nosotros tenemos bajo nuestras órdenes a todos los magos errantes que perseguía la institución. Dudo que puedan hacernos frente.
—Se excavó un pozo en Puente Blanco gracias a las aportaciones del rey—el mago con máscara de plata hizo una reverencia. Damian Brunelleschi bostezó y la corona se le deslizó hasta la nariz. Le dolía el culo de tanto estar sentado—. Proseguimos con el plan de selección de familias tal y como nos ordenó nuestro superior para proseguir con la eutanasia. Todo será en nombre de Bel.
—En el Jardín de Estrellas transcurrió un atentado contra el Chacal—el rector Ronnie tensó la mandíbula cubierta de vello disparejo—. Un grupo de estudiantes y profesores intentó confrontarlo. Estalló un conflicto, muchos perdieron la vida y hay desaparecidos. Los experimentos con personas continúan en la sede y las familias renegadas con sangre peculiar yacen en los edificios cautivos—lo miró a la cara con amargura—. Te ves cansado, Damian.
—¿Yo, cansado?—Sonrió, y bebió una copa de vino. El mareo lo hizo sentir en las nubes—. Debe ser el calor del verano. Se dice que va a ser uno de lo más largos de la historia, y... que después acontecerá un invierno muy corto. ¡Una maravilla!
Ronnie se pasó una mano por la cabeza.
—Todo esto es caótico.
Damian Brunelleschi levantó la copa, ebrio.
—¡Del caos surge el orden!
—Están construyendo un secreto bajo nuestros pies—el rector se mostró inquieto—. Estás todo el día en el auditorio, así que no puedes ver lo que ocurre. Los Magos de la Integridad llevan toneles de sulfato a los túneles subterráneos. Nadie sabe qué hacen con tanto material. Es un secreto que el Sumo Pontífice cubre con mentiras de la salvación y los dioses. Y los acueductos, Damian, huelen... desagradable; apestan a químicos putrefactos. La esterilización en el Norte se ha completado. Para el centro, este, oeste y sur... solo es cuestión de tiempo, pero estimamos que para el invierno se habrán esterilizados nueve de cada diez personas sin sangre peculiar.
El rey rellenó su copa con vino afrutado.
—Es un buen hombre, Damian Brunelleschi—la bruja de ojos luminosos y labios azules veía su futuro en aquella taza de agua con tinta negra—. Ya sabe lo que le pasa a las buenas personas en este mundo. No sea insensato. No busque la muerte, ya que sobre usted... permanece la sombra del diablo.
—Mi tierno esposo—el cuerpo desnudo de Frida se desvanecía en las sábanas mojadas—. Me dolió más verte perder ese brillo incandescente.
—Vi la sombra de un hombre en un callejón que se estaba comiendo a otra persona. Parecía un... monstruo de grueso pelaje gris y un morro colmilludo que volvió a convertirse en hombre tras saciar su hambre.
—El Rey Sangriento y su Cumbre Escarlata.
Damian se levantó del trono con las piernas entumecidas y salió del auditorio. El salón estaba vacío y las butacas relucían una mancha de sudor oscuro. El rey bajó por las escaleras de la torre circular y llegó hasta los aposentos de los siervos. En el comedor estaban preparando un almuerzo abundante regado con especias aromáticas.
Bajó a las galerías del castillo por un pasadizo en caída que estaba muy frío. La oscuridad lo envolvió y comenzó a avanzar sin ver nada con una mano pegada a una pared de piedra. Olía a sulfato y a mercurio. Dio paso tras paso en aquel túnel misterioso. El mundo sobre su cabeza había desaparecido. Estaba inquieto, se sentía observado por ojos invisibles. Damian desfiló, lúgubre, por aquel pasadizo negro. Era estrecho y cada paso que daba era una ilusión. El techo caía sobre su cabeza. Y... sintió la necesidad por correr de regreso. Algo se acercaba, desenfrenado, rechinando en la distancia.
—No te detengas—gimió una voz en la espesura—. Corre... Allí viene.
Damian gritó, asustado. Sus piernas se pusieron en movimiento y corrió. Algo lo perseguía, no podía detenerse o lo atraparía en aquella incertidumbre espacial. Estaba solo y sobre su cabeza corría un río misterioso. Se detuvo tras correr una hora... cubierto de sudor. Bajo sus pies escuchó un gemido. Un lamento largo y prolongado seguido de un arrastre de cadenas. Se agachó y pegó la oreja al suelo frío y polvoriento. Los lamentos de los condenados eran un rumor de vibraciones. La placa tectónica se estaba desprendiendo.
Un ser de tinieblas emergió del corazón del mundo y se deslizó, como un gusano, en la oscuridad del túnel. Estaba escuchando al infierno.
El túnel abrupto descendió y volvió a ascender. Vio una luz azulada al fondo y se dirigió a ella con la cabeza gacha. Una rampa surgió ante él y cada paso fue dificultoso. Finalmente, llegó a la fuente de aquella luz desconocida: era un portón de bronce con refuerzos. Los glifos cubrían el portón con un misterioso poder.
Damian golpeó aquella superficie metálica con los nudillos. Esperó, impaciente. Escuchó como golpearon aquel portón de vuelta. La luz provenía de los agujeros de aquel portón fortificado. Posó las manos sobre el portón.
—¿Hay alguien allí?
—Alguien... allí.
Bajó por un corredor empinado hasta un punto de convergencia donde varios caminos se cruzaron. Las bocas negras de aquel laberinto oscuro se abrían, invitándolo a un festín. Damian eligió la que estaba más a la derecha y se sumergió en la penumbra con la mano pegada a la pared. El camino era ovalado y discurría alrededor de aquella galería. Buscó una abertura y descubrió un agujero en una pared. Saltó y trepó hasta meterse en aquel dificultoso agujero. Se arrastró oliendo el mercurio y los químicos.
Seguía el rumor de la luz. El agujero se volvía cada palmo más estrecho y bajaba por una pendiente cubierta de mugre. Llegó a la fuente del resplandor y salió de aquel claustro con el cabello cubierto de polvo.
Damian llegó a una amplia galería de estatuas humanas sin rasgos distintivos. En el centro brillaba un reverendo trozo cristalino de galeno efervescente de un profundo azul piedra. El frío de aquella bóveda era prominente y todos los corredores que conducían a salidas estaban sellados por portones de bronce. Aquellas estatuas humanas se veían muy reales, vestidas con túnicas oscuras y...
Pero, las estatuas no tenían cabello. Se acercó a una mujer de túnica escarlata y se horrorizó de la carne floja de su rostro tras retirar una máscara de madera oscura. Un broche de alicanto sobresalía en su melena castaña. «Mi hermana tiene un broche con forma de alicanto en el cabello, su héroe es Niccolo Brosse, y juntos interpretamos su canción en la calle Obscura» recordó Damian. Era la hermana de aquel joven preocupado.
El cadáver permanecía de pie con un rictus lamentable.
Damian tocó aquel rostro macilento. Estaba muy fría y sus ojos abiertos no poseían vida. Aquellos cadáveres se agitaban como péndulos, pero inanimados en su espera de sueños redentores. Eran un centenar de cadáveres. Un ejército compuesto por Magos de la Orden muertos y personas desaparecidas. ¿Qué ocurría en aquella bóveda del infierno? Damian esperó, mirando los cadáveres con incomodidad. Escuchó uno de los portones abrirse y se escondió rodeando la galería de piedra.
Los cadáveres cobraron una inusual vida y abrieron espacio para que aquellos magos con vida pudieran avanzar seguidos de una fila de extrañas figuras de andar errático y flojo. Damian se deslizó por aquel portón abierto y corrió por el túnel sin mirar atrás. El hedor a carne podrida y mercurio era más prominente en los túneles. Desapareció en la oscuridad y llegó a una cámara mortuoria con varias mesas de piedra.
Los sacerdotes del Sol transportaban cajas de madera con cadáveres sin preparar. Un mago con máscara de buitre desmontó los cajas en los mesones de piedra. Los sacerdotes sacaron el cuerpo de la caja y se les cayó la cabeza.
—¡No puede ser!—El buitre la recogió—. Otro cuerpo desmembrado.
—A este hombre lo descuartizó un monstruo—replicó un sacerdote con la nariz cubierta por un trapo negro—. Era su compañero de bebida, fueron al callejón a orinar y... dicen que su acompañante se convirtió en una bestia peluda de dos varas de alto y le arrancó la cabeza.
Recogieron los brazos, las piernas y la cabeza. Tenían un carro con implementos de lo más variados artilugios: botellas de químicos, huesos de repuesto, barras de acero, cristales de energía, agujas, pinzas y un extraño hilo cristalino. Así como en aquel mesón... habían varios cuerpos precididos por nigromantes que los preparaban para traerlos a la vida con magia. Algunos eran rellenados con sulfato en la caja torácica o sus miembros perdidos eran remplazados con modelos.
Damian salió de aquella cámara como otra sombra más y desapareció. ¿Dónde estaba? Subió por unos escalones de piedra hasta un corredor iluminado con lámparas de aceite perfumado. Al fin un sitio familiar. Conocía aquel lugar. Subió ascendiendo por corredores adornados con soles y ocupados por sacerdotes y enfermos. No debía tener un aspecto muy limpio. Se sentía sucio, asqueroso y cubierto de desperdicios. Manchado de sangre y maldad.
Damian llegó hasta un recinto de mármol con elegantes crisoles y diseños de soles y lunas en el piso. La cúpula dejaba entrar un círculo de luz que caía en el centro de la iglesia. Las estatuas abandonadas de dioses muertos no se comparaban con la alta estatua de bronce de la figura simiesca que sostenía un sol de bronce pintado de oro con sus manos. Las velas encendidas brillaban como pequeñas estrellas a sus pies. Los dioses menores tenían menos velas. Todos eran dioses menores de panteones extintos.
El anciano tenía un pesado sol de oro colgando de su cuello y una túnica negra con estrellas bordadas. En su cabeza llevaba un ostentoso sombrero en punta con soles, lunas y planetas.
—Damian.
—Sumo Pontífice—se sacudió el polvo de la cabeza—. ¿Qué carajos están haciendo?
—Todo es parte del nuevo orden—Beret se frotó las manos manchadas—. Solo unos pocos escogidos podrán heredar el mundo que estamos construyendo.
—¡¿Qué carajos pasa aquí?!
—Damian...
—¡No!—El rey se quitó la corona y la arrojó a los pies del sacerdote—. ¡Me engañaron para ser su lavadero de inmundicias! ¡Me dijeron que fuera el rey porque creían en mí! ¡En mis ideales! ¡¿Y adónde me llevo eso?! ¡Ahora estoy atrapado en sus redes de mentiras! ¡No seré el títere de unos inmundos magos negros que planean un exterminio!
Beret se alejó hasta el fondo de la estancia. Damian lo siguió echando chispas y gritando cosas sin sentido. El anciano bajó una escalera circular hasta un aposento con efigies singulares y cortinas purpúreas. Entró en un aposento con amplias mesas de acero. Comodoro permanecía al fondo revisando un cuerpo de proporciones extrañas. Allí estaba el hombre de cabello rubio y ojos dorados, junto a una jovencita de ojos azules.
—¡Giordano!—Damian se acercó a zancadas al alquimista y la joven rubia de túnica escarlata—. ¡Nos han engañado estos magos negros! ¡Han profanado los cadáveres de los Magos de la Integridad! ¡He descubierto un ejército de cadáveres en las catacumbas! ¡Beret el Nigromante planea destruir la isla con un ejército de muertos!
—Damian, deja de ser tan insensato—Giordano se adelantó—. No entiendes lo que el Culto del Gran Devorador quiere lograr.
—¡¿Yo?!
Comodoro dio un paso. Sobre la mesa ensangrentada se revolvía una criatura armada con diferentes partes de homúnculos. Un híbrido monstruoso. Beret se adelantó con una sonrisa muy blanca, imperturbable.
—No entiendo de qué ejército nos hablas.
Damian levantó un dedo acusador.
—¡Vas en contra de Dios, falso sacerdote!
—Por favor, Damian—el anciano asintió como un padre severo—... Te dijimos que los dioses no existen.
—¡Pero... Tú!
—Deja de ser tan insensato y regresa al trono, Rey Sangriento.
Damian estaba temblando de rabia.
—¡Ustedes magos negros causaron la guerra al manipular al viejo Joel Sisley!—Apretó la mandíbula—. ¡La Cumbre Escarlata usó a los Scrammer y los traicionaron cruelmente! ¡Son unos sucios, manipuladores y falsos! ¡Planean seguir instigando a nuestro pueblo!—Respiró, congestionado—. ¡No puedo! No... puedo seguir limpiando la mierda. Mintiendo. Creyendo mis mentiras. No quiero volver a ser manipulado. ¡Están equivocados! ¡Se preparaban para un guerra contra nosotros mismos! ¡Nuestro deber era unificar a las personas de la isla y ustedes solo están masacrando a sus habitantes! ¡Vivimos en un caos, pero ustedes no se sientan en ese trono!
—Daumier el Terrorífico también se encontró con personas como tú—Comodoro se limpió las manos con un pañuelo grasiento—. Personas de mente cerrada que se negaron al cambio en la sociedad. Lamentablemente, todos esas personas perecieron ante el estancamiento de la Ciudad Eterna. Vivimos en un sistema agonizante.
—¡¿Y un exterminio salvará la isla?!
—Un cambio salvará el mundo—Beret levantó una mano arrugada—. Aunque la gente deberá ceder su lugar. La civilización prosperará cuando la sangre fertilice los campos del mañana. Y esos campos serán labrados por manos de piedra. El mundo será más abundante cuando la faz de la tierra sea limpiada de aquellos que se aferran a la injusticia y el pueril egoísmo del viejo mundo desigual. Será cruel, sí... pero no se puede continuar viviendo sin consumir vidas. Los alquimistas buscan la materia perfecta al deshacerse de las imperfecciones. La isla Esperanza arderá hasta que desaparezcan todas las impurezas. ¡Llamalo genocidio o... revolución!
—Te hemos engañado, Damian—sonrió Giordano, inocente—. Fuiste escogido con el propósito de gobernar. Un perro guardián del rebaño puede persuadirse para seguir al pastor creyendo que es igual que él. Acerca de la torre de clases sociales que te conté... Me equivoqué. La torre no se puede cambiar porque está corrupta. Por eso, vamos a destruir la torre y crear una nueva con los mejores ladrillos.
—¡Yo confíe en ustedes!
—Eres un rey justo y benévolo, Damian.
Damian Brunelleschi se limpió las lágrimas. No entendía nada. Corrió lejos de aquel laboratorio con todas sus fuerzas, decidido. Escuchó un relámpago. La puerta estaba tan cerca y saldría de aquella locura. Estaba pensando en huir con Ronnie cuando la habitación se puso de cabeza. ¡¿Había saltado al techo?!
La habitación giró como un trompo. Miró a las figuras difusas desde arriba dando vueltas. Estaba girando en el aire cuando vio su cuerpo decapitado caer al suelo con un zumbido pesado. Abrió la boca para tomar aire y besó el suelo con un suspiro.
«Capítulo anterior × Capítulo Siguiente»
—Balada del Anochecer en Wattpad
Facebook: Gerardo Steinfeld
Instagram: @gerardosteinfeld10