Capítulo 8. Canción de Medianoche de Courbet

Capítulo 8: Así debe ser el infierno.

El viento gritaba haciendo susurrar las hojas en las copas de los árboles... 

El mundo estaba inmerso en neblina, los envolvían en largos jirones blancos. El bosque aturdía los sentidos. Los hombres siguieron caminando, esa era la obligación de Niccolo. Caminaba hasta el anochecer, recogía montones de leña, vigilaba y... caminaba. Los pies nunca dejaban de dolerle, y cada vez que avanzaba, sentía que un par de clavos calientes incrustarse en sus talones. Sus zapatos de cuero viejo estaban tan rotos, que no podía caminar sin mojarse los pies. 

El viento frío y el aguanieve se le calaban hasta los huesos... No recordaba la última vez que se había cambiado de ropa. Aún llevaba la túnica verde oscura con el alicanto bordado en el pecho. Sucia y gastada, sus pantalones estaban cubiertos de agujeros, quizás tuviera pulgas en el cabello cobrizo, largo y sucio. Parecía un vagabundo. Hubiera preferido llevar una bolsa con algunas mudas, libros, una jarra para el agua, su yesquero de pedernal, el catalejo para guiarse y comida. Mucha comida caliente. Pero tuvieron que salir de la ciudad a toda prisa, por un túnel en las celdas del Fuerte de Ciervos que los condujo hasta las afueras del Bosque Espinoso. 

Los primeros días estuvo temblando durante horas, estaría muerto si Ralp no le hubiera regalado la capa morada que Niccolo le rasgó durante su pelea. La capa se había roto en el broche, pero se la ajustó con un pedazo de cordel que consiguió entre los bolsillos, junto con unas estrellas de bronce y algunos botones. El otoño era inclemente y Niccolo dejó de usar sus calcetines llenos de agujeros porque se empapaban, prefería usarlos durante las noches heladas para calentarse los pies. Se acostumbró a llevar los bolsillos repletos de bellotas, porque las racionadas provisiones que tenían, a penas les alcanzaban para comer dos veces al día. La botella de vino agrio que Vintas compartía, de vez en cuando... para mantener el calor. Se acabó el segundo día. 

Ralp, aquel hombrecito gordo y malhumorado que alguna vez fue su carcelero, los conducía por aquel bosque sombrío. Había otros tantos hombres desaliñados, pero Ralp los dominaba a todos con su lengua amarga y gritos de bestia... 

—¡Malnacido!—Le gritó a Vintas Patapalo, un hombre alto y desgarbado que se tambaleaba al caminar. El cojo quemó el conejo que cayó en la trampa de Ralp, al asarlo con la piel. 

Trapo era el miembro más dócil. Era de la edad de Niccolo, pero era tartamudo. Su cabello era largo y ralo, se vestía con harapos y caminaba como un vagabundo alegre.

—¿T-t-t-tú-tú-tú-tú...? —Nunca terminó de preguntarle, prefería no hablar. Aunque era muy obediente... 

Zapatos era un anciano sonriente que siempre iba descalzo. Ralp podía ser muy cruel con sus apodos, pero al anciano calvo no parecía importarle. Tenía unos pies duros como el cuero. 

Había un par de gemelos pelirrojos con los ojos azules, siempre iban juntos a todas partes... Uno de ellos era aprendiz de mago, se había quedado en la ciudad durante el festival cuando su maestro desapareció. Tenía una varita de sauce con el mango de plata. A veces cuando la leña estaba muy mojada y el yesquero de pedernal no funcionaba, él se las empeñaba en evocar al fuego. Aunque no era muy hábil y se quemaba las cejas. 

Los días pasaban desapercibidos, corrían como un río sobre la vastedad del tiempo. Niccolo no se interesaba en ninguno de ellos. Nunca se había llevado bien con las personas. No odiaba la compañía, pero a veces todos podían ser muy hirientes. Una de tantas noches, la única que no llovió y el cielo estuvo despejado, se quedó mirando las estrellas. Se veían tan cercanas, pero en realidad, eran muy solitarias. Las podías mirar una junto a la otra, pero una distancia irracional en ellas las mantenía distantes. Así como él, a pesar de estar rodeado de personas, se sentía terriblemente solo e incomprendido. Le gustaba recordar a Mia... viendo las estrellas Era como ver el pasado... lleno de hermosas luces y una sonrisa. Las constelaciones le revelaban secretos que en otros tiempos tendrían significados elocuentes.

—¿En qué piensas?—Zapatos se sentó junto a él, recostado en un roble... 

«En lo feliz que era». Un hilo de araña le cruzó el rostro y la araña que lo montaba, siguió volando... 

—¿Es una mujer?—El anciano insistía, se lo veía contento... Pero, era un mentiroso. 

—Sí—Por mucho que lo ansiaba, no lo conseguía. Ella seguía en su mente y tenía el presentimiento de que nunca se iría. 

—¿Una mujer especial?—Aquellos ojillos envejecidos lo escudriñaban.

Estaban impregnados del tiempo, de aflicción. Quizás envejecer significaba despedirse. Las personas valiosas morían muy pronto, demasiado, antes de perder su brillo. Niccolo titubeó, nunca le había hablado de lo que sentía a nadie. Nunca a nadie le importó... 

—La más especial—recordó aquella... noche hace cien años. Cuando llegó a su puerta llorando—. Era mi mejor amiga. Hace mucho que no la veo, quizás ya conoció a alguien más... o murió. Lo único que sé... es que no la veré otra vez. 

Zapatos lo miró largo rato con aquellos ojos ausentes. 

—Uno piensa que tiene todo el tiempo del mundo—dijo al fin—. La verdad es que nunca hay tiempo. A mí no me queda tiempo para amar. Pero me siento muy feliz de haberlo hecho... Ella era magia pura y condensada que bailaba alrededor de mí. En realidad, no sé qué vio en mí... Yo no era especial. 

»Nuestro amor fue fuerte hasta el final. Voy descalzo desde que la perdí, solíamos correr sin zapatos por la hierba, le encantaba. La extraño como no te lo puedes imaginar... Estar solo no es tan malo, pero enamorarte es lo mejor que te puede pasar.

El anciano se fue a dormir palmeándole los hombros. Niccolo lo siguió con la mirada. Allí era donde debía estar, lo sabía... Por la mañana encontraron un riachuelo. Los gemelos les trajeron melocotones a todos... Niccolo se lo comió mientras se bañaba lejos con el agua fría. Ralp le regaló una camisa de lana marrón y la usaba mientras se secaba su túnica gastada. Intentó lavar sus calcetines, pero estaban muy gastados y hacía mucho frío como para esperar que se secara la única ropa que tenía. Un poco de jabón no estaría mal, pero tampoco tenía. 

—¿Cuánto más tenemos que avanzar?— Gruñó Patapalo, enfurruñado, mientras llenaba las jarras de agua.

La perspectiva de avanzar y nunca llegar le resultaba remotamente sobrecogedora. Tras una quincena viajando, había encontrado tranquilidad en las cosas más sencillas y monótonas como lavarse el cabello en un arroyo, madrugar, escuchar los relatos de Patapalo sobre cómo perdió la pierna; siempre contaba una versión diferente para entretenerlos. 

Ralp se guiaba por Sirio, la estrella más brillante en el cielo. Se dirigían al sur, al campamento del Rey Dragón. Pero el cielo nublado rara vez dejaba ver las estrellas y el hombrecito se guiaba por otros métodos como la dirección del viento, el musgo o las aves. Aunque parecía que estuvieran perdidos. El mundo podía ser muy hermoso si uno prestaba atención: los pajarillos tenían toda la música que necesitabas, había comida si sabías buscar y uno podía cambiar el mundo mientras caminaba por la alfombra de hojas marchitas en el bosque, bajo la incesante llovizna... Podías regresar al pasado, abrazar y besar a esa chica. Una oportunidad para despedirse o una... para hacer las cosas mejores, diferentes. Bueno, así se volvió la vida para Niccolo. No... siempre había sido así. Vivía a través de fantasías. Estar con personas no significa tener compañía. 

Una lechuza se posó en medio del camino, sus ojos demenciales los escudriñaban. Ese día avanzaron bastante, era muy tarde y estaba anocheciendo. 

—¡Por Bel!—Aulló Zapatos. 

El ave sacudió las alas. Trapo parecía asustado, pero Niccolo no entendía que sucedía. La lechuza voló hasta la cima de un roble y desapareció en el túnel de vegetación que los encerraba. Siguieron avanzando por un estrecho sendero, durante la mañana cayó una lluvia estrepitosa y el lodo se le metía entre los dedos de los pies a Niccolo, sus zapatos estaban dañados. La lechuza los esperó sobre la rama de un fresno. 

Ralp escupió y maldijo entre dientes. Trapo abrió la boca e intentó decir algo, pero se trabó y no pudo... Zapatos levantó las manos al cielo y clamó a su dios. El dios más antiguo. 

—¡Bel, protégenos! 

Los gemelos se miraron, confusos... Nadie estaba más confundido que Niccolo. Se estaba comenzando a asustar, de pronto, recordó que los demonios poseían a los animales... Su cabeza se llenó de historias. De niño escuchó relatos sobre animales que enloquecen y se comen a los hombres. 

—Menuda idiotez—Vintas tenía una piedra en la mano—. Solo es un pájaro. 

—Estamos en el hogar de los dioses antiguos—dijo uno de los gemelos. El que era aprendiz de mago—. No debemos perturbar su presencia. 

La lechuza levantó un ala en una dirección, frente a ellos. 

—¡Maldita sea!—Bramó Ralp y caminó en esa dirección. 

Todos lo siguieron, pálidos de miedo. El ave volaba despacio frente al hombretón. Caminaron un largo tramo, mientras bajaban por una empinada montaña resbalosa. Finalmente, llegaron hasta una gran roca de granito que reposaba sobre otras más pequeñas, perfectamente equilibrada. Sobre la gran roca había comenzado a crecer un roble. Una anciana muy pequeña de larga trenza blanca los esperaba junto a la roca equilibrada. La lechuza se posó en su hombro.

—Druida—replicó Trapo. Todos lo miraron. 

—Todos los druidas desaparecieron—le reprochó Patapalo. 

—Lamento decirles que así será—la anciana los miró con unos marchitos ojos marrones—. Mi nombre es Nirvana... Acérquense. 

—¿Es una druida?—Preguntó uno de los gemelos. 

—Ese título no te lo da la Gran Madre. Soy lo que crees que soy. Lo que ves a través de tus ojos. 

Ralp escupió. 

—¿Para qué nos trajo aquí? 

—Los llevo al camino correcto. Llevan días intentando rodear un accidentado camino inevitable. Sigan la puesta del sol. Irán al pueblo rodeado de montañas, junto a un gran lago. Allí está el dragón, aquel que no puede volar pero gobierna como uno. Acérquense a la piedra. 

Todos se acercaron al monumento. Aquella roca era inmensa, estaba sostenida por seis rocas mucho más pequeñas. Parecía obra de una civilización antigua. Quizás los primeros hombres que llegaron a la isla, huyendo de las invasiones, o quizás mucho más ancestral... Un refugio de dioses muertos construido por una tribu inmemorial.

—Hasta ahora, lo que han visto solo ha sido la parte de este bosque que no ha muerto—Nirvana se agachó bajo la roca y empezó a coger semillas, las guardaba en un saquito de cuero—. Todo lo cercano al dólmen es protegido por los dioses que lo habitan—la anciana salió de debajo de la roca y les tendió el saquito lleno de semillas—. Tomen, viajeros. Un regalo... 

Ninguno se movió. Niccolo, atraído por una fuerza magnética dio un paso y se acercó con cuidado a la anciana. Estaba cerca del dólmen y sentía electricidad en el aire. Se apoyó sobre la roca para tomar lo que Nirvana iba a darle... colocó la mano una fracción de segundo y el brazo se le durmió. La energía salió de la piedra con un hormigueo y entró en él con una punzada caliente. Sus pulmones se calentaron. Quitó la mano de la roca con el cuerpo entumecido.

Niccolo cogió el saquito, disimulando el dolor. 

—Es un regalo para que estén bien mientras atraviesan el valle sombrío—la anciana lo sostuvo del hombro—. Pero te pediré un favor. No soy quién para pedirle esto a un rey. Hablo con la voluntad de todos los druidas, porque soy la última. Por favor... salven esta isla. Necesitamos a este dragón, aunque no pueda volar. Por favor, la Gran Madre agoniza. Las fuerzas disuasorias no deben despertar. No queda tiempo. Ustedes... deben detener las fuerzas oscuras que destruyen la integridad de la isla. Los Dioses Muertos deben ser aplacados antes de... 

Nirvana se tambaleó y cayó en los brazos de Niccolo. Cuando la levantó... Tenía un manto sucio, mugriento de cenizas en las manos. Volaron un millar de luciérnagas hasta las estrellas. Los olores del bosque se abrieron ante él. Siguieron avanzando hasta que los árboles comenzaron a escasear. La luz desapareció...

Atravesar aquel valle montañoso desprovisto de vida debió costarles al menos diez días... pero llevaban vagando unos treinta. Los árboles muertos poblaban aquel valle sombrío, todo estaba marchito. Todo lo que pisaban estaba muerto. Eran los restos de un devastador incendio forestal. 

«Así debe ser el infierno» reflexionó Niccolo... Todo estaba siempre oscuro debido a las tormentas inclementes, habían visto el sol en pocas ocasiones. La primera tormenta, los azotó durante cinco días después de entrar al valle. Las lluvias fueron constantes y estar seco se consideraba un recuerdo de otra época. Durante tres días, inmersos en aquellas tinieblas, cayeron relámpagos y torrentes sobre sus cabezas... Un cauce creció a sus pies y tuvieron que buscar terreno elevado. 

Al final de la tormenta, estuvieron calados hasta los huesos y Zapatos pescó una peste horrible que lo hacía estremecer. El anciano avanzaba débil y se desmayó en varias ocasiones. Tenían que cargarlo. Llevaban tres días sin comer inmersos en aquella tormenta, cuando salió el sol. Niccolo plantó unas judías del saquito de la druida, cerca del improvisado campamento montaron para secar la ropa. Ralp lo maldijo por hacer tal cosa, pero cuando despertaron... todo un campo de judías en las lindes de la montaña los rodeaba. Recogieron cuanto podían cargar y continuaron la marcha bajo las lloviznas heladas. Avanzando cuesta arriba y cuesta abajo, por un erial encharcado donde los pies se les hundían hasta las espinillas. Reinaba un silencio abismal, porque temían atraer a las siluetas altas que los seguían a la distancia, escudriñando desde los árboles desnudos. Durante las noches se escuchaban ruidos animalescos... desde las lejanías del campamento. La mente de Niccolo se llenaba de formas horrendas y bestias mientras intentaba dormir. Por las noches sentía latigazos eléctricos y percibía olores que no estaban allí. A veces escuchaba susurros de fantasmas.

Zapatos no paraba de toser. 

Pocos días después, cayó sobre ellos una tormenta furiosa... La peor de todas. Intentaron subir a un terreno más elevado mientras una ventisca intentaba arrancarlos del suelo y el agua los cegaba con su torrencial muralla de precipitación. A su alrededor, caían centellas, iluminando el mundo por instantes, retumbando dentro de sus cabezas como un millar de cañones. Un río crecía bajo sus pies... intentando llevárselos. Aquella corriente creció, arrastrando ramas y árboles muertos... Se aferraron a los troncos, pero estos, podridos, se despegaban del suelo blando. A uno de los gemelos un árbol gigantesco lo derribó y lo arrastró corriente abajo. Lo dieron por muerto, pero el pelirrojo nadó medio aturdido y se aferró a un grueso árbol. Todos se aferraron a los oscilantes troncos chamuscados. 

Un rayo partió un árbol cercano, y la tormenta se cubrió de humo negro. El bosque de árboles marchitos comenzó a arder, mientras la tormenta cesaba. Cuando la corriente perdió fuerzas y el agua les llegó a las rodillas, el fuego comenzó a hacerla hervir. El calor les golpeaba el rostro y sentía como la piel se le llenaba de ampollas. No podían respirar, porque el aire les quemaba el pecho. A su alrededor las llamas hacían estallar las ramas. Habían cruzado al mismísimo infierno. Zapatos aferrado al mismo árbol que él, rezaba encolerizado y Patapalo no sabía si imitarlo o escapar. Los gemelos se abrazaron llorando. Niccolo se reclinó sobre el árbol muerto, esperando que ardiera. 

«Acá no hay dioses que escuchen nuestras plegarias», pensó mientras sufría un acceso de tos y los ojos se le llenaban de lágrimas. «Si es que las escuchan en algún lugar». 

—¡Muévanse, tarados!—Ralp los golpeó a todos con una rama y los hizo avanzar entre las llamas y el agua hirviendo—. ¡¿Están cagados de miedo?! 

Los obligó a avanzar entre muros de llamas mientras las ropas se les encendían. Atravesaron una muralla de troncos ardientes. Las llamas quedaron atrás, pero se abrían paso con furia. Subieron por una ladera y salieron del agua caliente. Zapatos tenía los pies llenos de ampollas, pero exclamó bailes y alabanzas al dios sol Bel por insuflar valor en sus corazones. Niccolo tenía las ropas mojadas, cubiertas de carbón y chamuscadas. Su piel estaba roja y ardía. 

Montaron el campamento sobre una montaña, alejada del incendio, debían hacer guardias para evitar que el fuego llegase a ellos mientras dormían. Hirvieron judías y raíces para cenar con una hoguera que encendió Renoir, el aprendiz de mago. Con la varita pinchó una pira de ramas húmedas, murmuró unas palabras, se concentró y la madera humeante estalló en llamas chamuscando sus cejas y pestañas. Niccolo se interesó por saber qué magia utilizaba el pelirrojo. Debía ser Evocación Elemental de Combustión, aunque también podría ser Proyección o Conversión... por como lo había visto tiritar de frío frente a la hoguera, al extraer el calor de su cuerpo. El anciano sufrió un ataque de tos y el rostro se le ennegreció. Niccolo se acercó a las pieles que envolvían a Zapatos junto al fuego, le tocaba la primera guardia. 

—Muy mal—comentó en susurros para que las sombras en la oscuridad no lo oyeran—. Me refiero a esa peste. 

Zapatos tosió con fuerza, parecía asfixiarse por momentos. Estaba temblando... 

—Es que estoy viejo para las aventuras—tosió y escupió una flema sanguinolenta—. No te sorprendas si no logro atravesar este valle de la muerte. 

—No diga eso, señor—Niccolo negó con la cabeza—. Esperé que lleguemos al campamento. 

El anciano se cubrió la boca para toser. Le castañeaban los dientes. 

—Niccolo. 

—¿Si?

—¿Responderías una pregunta para este viejo? 

Niccolo asintió. 

—¿Niccolo?—Zapatos entrecerró sus ojos tristes—. ¿Por qué no puedes expresar el amor?—Se quedó sin palabras y el anciano arrugó los labios en una famélica sonrisa—. Quizás terminaste aquí por culpa de tú incapacidad para decir lo que sientes... ¿Heriste a alguien especial?—Reprimió una tos—. ¿No pudiste amar? Todos—carraspeó—. Niccolo... Todos aquí demuestran lo que sienten. Trapo no habla, pero tararea y sonríe todo el tiempo. Patapalo se quiere demasiado a si mismo como para querer a otros. Los gemelos se cuidan mucho el uno al otro... Hasta el patán de Ralp se preocupa por todos. Pero a Niccolo. Se ve tu soledad. Estás con nosotros, pero se puede sentir tú ausencia. Te ríes en silencio por cortesía... No quieres a nadie y tampoco te quieres a ti mismo. 

—Deje de delirar, anciano—le palpó la frente y notó que estaba hirviendo en fiebres—. Tiene que descansar. 

Zapatos le dedicó una última mirada melancólica. 

—Solo hay una cura para ese veneno que tienes en el pecho. Yo también era como tú... 

—¿Cuál es? 

El anciano sufrió un acceso de tos y al final pareció quedarse dormido... Niccolo se levantó para dejarlo dormir. 

—Enamórate. 

—¿Cómo dice?—Sí, lo había escuchado, pero no entendía. 

—Si haces feliz a otra persona, entonces tu vida no resultó inútil. Ya escuchaste—tosió—. Enamórate de alguien que te quiera, eso sana cualquier herida. Escoge a la indicada, hijo. No vale la pena estar loco por alguien... que no está loco por ti. No entregues tu corazón tan fácil. 

Recordó a aquella joven de rizos negros, largos... Ella valía la pena. Se dijo una y mil veces. Los recuerdos de la biblioteca comenzaron a escocer detrás de sus ojos. Un pentagrama de sal roto. Dos amantes ensangrentados. Una bruja de ojos luminosos que penetraba en lo profundo de su alma. Escondiendo recuerdos, transformándolos.

—Lo haré señor, gracias. 

—Que hermosas están las estrellas esta noche—Zapatos miraba fijamente el cielo negro, nublado... Veía estrellas que no existían—. ¿Puedes verlas, Niccolo? Las estuve esperando desde que partimos. Me gusta ver las estrellas... porque puedo ver al pasado, mi corazón está con ellas. Puedo verlas una vez más, Niccolo. ¿Puedes verlas... mi adolorido amigo? 

—Sí—mintió. El cielo negro se partió por un rayo púrpura—. Puedo verlas, los astros, tiritan, azules... A lo lejos.

—Viendo las estrellas me acuerdo de ella—Zapatos rio por lo bajo—. Es un mal hábito. A veces cuando las veo, siento que vuelvo a ser un niño... Un joven que se subía a los manzanos, porque no podía dormir... por el hambre. En busca de consuelo. Me siento feliz, incapaz de tener miedo. Imagínate nadar en ellas. Así me sentía cuando estábamos juntos, no importaba la necesidad. Los días sin comer... El trabajo agotador. No importaba que no pudiéramos tener hijos. Siento que la veré esta noche Niccolo, fuimos muy felices. Le voy a contar sobre ti y nos reiremos otra vez... Tiene la risa más hermosa. ¿Crees que exista un lugar para nosotros del otro lado?—No respondió. Lo pensó largo rato, pero nunca le habían formulado aquella pregunta—. De niño soñaba con vivir en otro lugar... Lejos de esta isla olvidada llena de escasez. Pienso en una tierra fértil, donde no hay hambre ni enfermedad. Un lugar oculto entre las montañas más allá del mar. Sí, eso suena bien... 

Zapatos se quedó dormido y una lágrima rodó por su nariz mustia.

Cuando todos despertaron, recogieron el campamento, comieron judías hervidas con la poca sal que le quedaba a Ralp y Niccolo se sentó junto a los restos de la hoguera, entre las brasas muertas. Tomó unos carboncillos y se limpió los dientes. Fue en ese momento, que todos notaron que Zapatos no había despertado. Hicieron una pira y lo quemaron mecánicamente. Ninguno habló o lloró... 

Niccolo no pudo dejar de pensar en las palabras de Zapatos. «No puedes decir lo que sientes...». Era verdad, un desconocido lo había conocido más que él mismo. Despierto pensaba en ello y dormido soñaba con una cascada de rizos negros sobre su pecho, una respiración cálida, un rostro pálido con ojos inmensos que se acercaban... Los ojos indiferentes de la mujer maravillosa a la que nunca pudo amar. 

«Si me pudiera mentir». Los recuerdos regresaron en dolorosas oleadas... Poco a poco lo recordó todo. El hechizo de la bruja se rompió. «Me diría que todo siempre ha estado bien». 

Pero no era así... 

Durante años... Recordó a su madre como su agresora, de niño lo golpeaba y lo insultaba como a un animal. Pero en realidad lo amaba. Sus padres sucumbieron ante la locura de la magia negra. La bruja no podía borrar sus recuerdos, así que los cambio. No comprendía el misterio del amor, herido y humillado, amado y destrozado... ¿Cómo iba un niño saber que era querer si todos sus recuerdos estaban rotos? Rodeado de libros. En busca de emociones que desconocía. Estuvo por mucho tiempo solo y eso lo envenenó. 

Niccolo ocupó el oficio de su padre... Así que las personas venían a que les leyera y les escribiera cartas. No sabía que decir o cómo actuar. Sus brazos se quedaban rígidos cuando otros buscaban abrazarlo... No sabía cómo dar el paso con las jóvenes que le gustaron y al final, descubrió que estaba roto. No quería que una persona sufriera a su lado, que fuera parte de su veneno. 

Con el tiempo dio clases, y con el tiempo su incapacidad para amar y odiar lo corrompió.  Hecho pedazos y sin esperanzas de salvación, absorto en un sueño de redención que nunca se haría realidad. 

Mientras atravesaba el valle sombrío, donde todo estaba muerto, como él. Pensó mucho en Mia, y de esa manera... descubrió que aquella llama en su corazón seguía encendida. Si podía encontrarla, podría sanar su dañado corazón. «Enamórate», le dijo el anciano. Mia, quizás... tan vaga en sus recuerdos. Ella pudo haberlo conseguido, pero él no la consoló cuando más lo necesitaba y se marchó. El hechizo estaba roto y un nuevo poder crecía en su interior.

Una noche sin estrellas, como todas. Niccolo soñó que volaba por aquellas montañas muertas... Extendió las alas pálidas y voló alto, lejos. La brisa era una suave caricia y el aire caliente era el aliento de un amante. Se vio a si mismo dormitando sobre una sucia capa, tan descolorida, que no se distinguía su verdadero color... Voló hasta la próxima montaña, después a la otra y a la otra. 

La tierra desértica dio paso a una cadena de montañas fértiles, cubiertas de verdor. Distinguió humo a lo lejos. No lo comprendía, una parte de su mente seguía dormida, era... ¿siempre había sido un pájaro? 

Bajó hasta los árboles frondosos. La voz del viento cambio, era diferente allí: un grito... Veía siluetas moverse entre las sombras, bajó mucho más y se posó en las ramas de un roble pintado de rojo. Los árboles estaban coloreados con sangre, allí donde la tierra árida comenzaba a retoñar... Los árboles volvían a la vida, y... Una silueta negra se lanzó sobre él con un graznido. 

Niccolo despertó y con él, el resto de su mente... Ralp le dio otro puntapié con la bota. 

—Despierta, rey Niccolo. 

Habían desarmado el campamento, solo faltaba él. El grupo se veía bastante harapiento, muchos de ellos descoloridos y flacos por la dieta de judías hervidas. 

—¿Adónde vamos?—Preguntó Niccolo. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba recordar todo lo que había soñado. 

—Serás idiota—Ralp escupió—. Tenemos montañas que cruzar y no te levantas—señaló una dirección—. Te íbamos a dejar como ofrenda a los demonios, pero... 

—No—Se levantó... Buscaba la dirección en la que voló durante la noche—. Por allí no es... 

—¿Cómo dijo?—Vintas Patapalo frunció el ceño. 

Los gemelos pelirrojos se miraron... 

—Por allá no es, señor—se abrochó la capa descolorida y levantó una mano hacía las montañas ennegrecidas—. Es por allí. Una cadena de montañas pobladas de árboles y... 

Ralp se echó a reír. No estaba tan gordo, y tenía las mejillas hundidas. Sus ojos grasientos estaban cansados. 

—¿Cómo sabes? 

—Anoche soñé que era un pájaro blanco y volé hasta el campamento del ejército. 

Ralp y Vintas se miraron, el hombrecillo se puso colorado y se acercó a Niccolo. 

—No estoy para bromas estúpidas—le hincó un dedo en el pecho a Niccolo. Sus dientes estaban careados y sus ojos amarillentos—. Cállate, Niccolo. No seas sapo. Estuvieras muerto, si hubiera dejado que te llevaron con los alquimistas.

Niccolo se sentía ridículo, pero no era momento de retroceder.

—Era un pájaro blanco, como el del druida. 

Ralp maldijo y tomó a Niccolo de la capa con brusquedad, escuchó como se rompía la tela envejecida.

—¡Por los dioses cierra la boca!—levantó una manaza para abofetear a Niccolo. La electricidad salió de su cuerpo. Ralp se encogió, sosteniendo su mano entumecida. Retrocedió asustado, estaba pálido—. ¡Por Bel! 

Trapo soltó un grito ahogado. 

Niccolo sintió un hormigueo en la nuca, se dio vuelta y sus ojos se encontraron con los animalescos de la lechuza, sobre las ramas de un fresno desnudo y chamuscado... como un fantasma penitente. La lechuza cantó y batió las alas. Niccolo avanzó hacía la dirección donde estaba el pájaro y Ralp escupiendo obscenidades lo siguió. Encabezó la fila de hombres. Cruzaron un par de montañas despobladas y vieron al sol tras una gruesa cortina de nubes negras. Mientras caminaban la tierra se cubría de vida, hierbajos salían del barro y los árboles comenzaban a acarrear hojas. Regresaban misteriosamente a las tierras del verano eterno... 

Los gemelos murmuraban cosas sobre Niccolo, el que era aprendiz de mago dijo una palabra. Los escuchó, pero él tampoco entendía si podía ser o no... un nahual. En su familia no existía sangre Daumier. Eso lo asustaba. La electricidad que sentía en sus vías sanguíneas también lo desconcertaba... Sus sentidos se fueron desarrollando a medida que atravesaban el valle sombrío. No tenía ancestros magos. O sí... ¿Su madre no pertenecía a una familia de magos? No los conocía... Por lo que sabía, su padre estaba obsesionado con los conocimientos oscuros. Y si se casó con Francis Brosse, entonces ella no debía tener la quintaesencia en la sangre. Una deshonra para una familia tradicional de magos. Estaba confundido... de niño nunca experimentó nada inusual.

«Había un roble pintado de rojo». Recordó, dubitativo... ¿Era sangre?

Delante de ellos aparecieron árboles verdosos. Un bosque los envolvió, los troncos apretados peleaban por la luz. Niccolo se sentía confundido, había visto una línea de sangre en sus sueños... No solo era eso. El viento aullaba de una forma... lujuriosa. Bajo el aroma a hojas podridas descubrió matices de herrumbre... sangre ferrosa. Sentía que lo observaban. Miradas clavadas en su cabeza desde los árboles distantes. Lo más extraño era el bosque. Era muy verde, se supone que estaban en la estación helada. ¿Y... hacía calor? 

Miró a los otros intuyendo sus pensamientos. Pero estaban demasiado maravillados, como para darse cuenta. Aunque el aprendiz de mago arrugaba la nariz de forma grotesca. Una polvareda llegó desde las profundidades del bosque. Les llegó el relincho de un caballo... Un jinete se acercó al trote al grupo zarrapastroso sobre un palafrén bayo. 

—¿Quiénes sois?—Era un hombre alto y rubio. Llevaba un trapo cubriendo su boca, vestía un jubón de cuero duro y viejo y una capa verde. Estaba armado con una larga espada en su vaina. 

Ralp se adelantó al grupo. 

—Venimos de muy lejos, señor—Parecía ridículamente nervioso. 

—¡Ja!—El jinete se quitó el trapo del rostro—. Eso dicen todos—los juzgó a todos con unos audaces ojos aguamarina—. Vengan fugitivos, siempre necesitamos más manos para trabajar en el régimen del rey Seth Scrammer, podrán unirse a nuestras filas en el ejército. Son un grupo pintoresco.

Dirigió al caballo con las riendas. Niccolo se acercó un poco y vio que no era rubio, su cabello era una mata larga de rizos color arena. Tenía un aire señorial. Lo recordaba de algún lugar... Sí, tenía su figura tallada en madera. Era un recuerdo de sus padres.

—¿Es Lord Argel Cassio?—Preguntó. 

El jinete soltó una carcajada. 

—Solo Argel. 

Vintas se acercó cojeante y tomó a Niccolo del hombro. 

—¿Lord Cassio?—Profirió crédulo—. ¿El castellano del Septiemè Château? 

Niccolo asintió. 

—Que va—se rio Argel—. De castellano no me queda nada. Renuncié al Château y partí en la búsqueda del verdadero rey de esta isla. 

Uno de los gemelos se acercó, encendido, se veía bastante emocionado. Tenía una mano en el bolsillo donde sobresalía su varita de marfil y sauce. 

—¿Por qué, señor? 

Argel viró el cabello, tomando un camino plagado de zarzales. ¿Estaba evitando que vieran la línea roja que estaba más adelante? A lo lejos se escuchaba el rumor del agua... Anduvieron entre los zarzales con cuidado de no llenarse los pies de espinas.

—Muy bien—dijo de repente Argel—. ¿Atravesaron el valle muerto durante su viaje?—Todos asintieron—. Estábamos persiguiendo a esos engendros monstruosos, que llevan consigo las plagas que matan nuestra tierra. Los magicians del Septième Château quemamos todo el valle, árboles y animales. Todos muertos por mi orden. Matamos al engendro y creímos que el bosque renacería... No lo hizo. Todos mis magicians murieron en aquella batalla despiadada. Renuncié al vacío Château y decidí dejar de pelear con un enemigo imaginario. Peleando de este lado. Vamos a derrocar a los Sisley de una vez por todas.

«Enemigo imaginario». Así llamaba Lord Argel Cassio, castellano del Septiemè Château. Un verdadero magician. A los enemigos que nos expulsaron de nuestras tierras más allá del mar, hace dos mil años. Arrinconados en una isla que se deteriora... Y las fuerzas oscuras que salieron de la tierra con el temblor. El poder para cambiar a la isla, para impartir tus pensamientos. Todo eso lo decidía quien se sentara en el trono, si después de la batalla existía un trono y un reino... Por supuesto. 

—Al final nos damos cuenta—prosiguió Argel —. Que los títulos y las tierras no dicen la clase de hombre que eres—miró a Niccolo, aquel hombre olía a cenizas. Sus ojos aguamarina destellaron con verlo—. ¿Cómo sabes, quién soy? 

—Lo vi desde el ventanal de mi biblioteca en la calle Obscura—respondió—. Regresaba junto a otros magicians de capa roja de una expedición al Paraje. Llevaban el ángel Uriel espléndidamente bordado con hilo de oro. Se veía mucho peor que ahora, aunque caminaba entre la gente como un verdadero señor. Tenía la misma expresión que sir Cedric. La de un hombre que demuestra su valor.

Argel lo escudriñó de pies a cabeza, sus ojos acuosos chispeaban. Niccolo no debía tener muy bien aspecto, pero sintió una fuerza invisible.

—Tienes un aire de sabiduría—admitió. Escupió a un lado—. Eso te traerá problemas. 

Desde lejos se acercó, al trote, un corcel blanco con una mujer rubia envuelta en un jubón de piel. Estaba vestida con botas altas de cuero con espuelas. 

—¡Argel!—Galopó hasta quedar frente a todos—. Vaya grupo—los miró a todos y detuvo sus ojos verdes y brillosos en Niccolo—. A ti te conozco, venga. Saluda a tu compañera. 

No lo podía creer, con lo delgada que se veía sin todo aquel acero en el cuerpo... por poco no reconoció a Lucca. 

—Señora—hizo una reverencia. Lucca se veía espléndida con los cabellos de oro oscuro recogidos en una larga trenza. Sus ojos avispados eran esmeraldas vivientes—. Como olvidarme de usted. 

Lucca se rio. 

—¡Aja!—Le sonrió a Argel y señaló a Niccolo—. No tiene buen aspecto. Pero a este le dan una espada y será imparable como un cerdo colérico. 

Todos lo miraron, sorprendidos. 

—No—se sonrojó—. No es para tanto. 

La mujer lo miró con complicidad. 

—¡Argel!—El hombre se revolvió en la silla—. Dejemos la guardia. Miackola regresó del Paraje. 

«Miackola». El corazón estuvo a punto de salirse de su pecho, se volcó, le latió a mil por segundo y se le detuvo en un instante. Sintió como, poco a poco, le volvía a funcionar. 

—Buenas noticias—terció Argel con una sonrisa. 

Avanzaron durante horas que parecieron días, mientras iba por su amada en aquel bosquecillo. Lucca les contó la magistral victoria del Rey Dragón en el Deuxiemè Château. El hijo menor de Lord Ralld Archer, Brent, fingió estar de guardia y los dejó trepar las murallas durante la noche. Luego de abrir las puertas durante el ataque, pasaron por la espada al castillo antes del amanecer. Lucca sacó su espada pulida y afilada e hizo elegantes floreos contando como Seth Scrammer acabó con Lord Archer con su espada llameante mientras su hijo mayor Bell, corría cagado encima. La aldea al pie del Château, Rocca Helena, había sido sometida por los magicians, demandantes de tributos que no podían costear. Se llevaban a las mujeres que querían, el ganado y las escasas cosechas. Tiempos de hambre y necesidad. Los del pueblo participaron en la contienda: los aldeanos atraparon a todos los que intentaban huir y le cosieron piernas de chivo al cadáver de Lord Archer, el fauno, antes de pasearlo por la aldea. 

Llegaron a Rocca Helena al mediodía. El conjunto de casas de madera y barro fue construida al pie de la montaña, donde se erigía el Deuxiemè Château extendiéndose a las orillas del lago Aguamiel. Levantaron murallas de tierra alrededor del poblado y unas cuantas torres de madera. Fuera de las murallas de tierra se amontonaban tiendas y pabellones de diferentes colores. El gentío recorría el lugar lleno de bullicio. Campos verdes y fértiles en pleno otoño se extendían por las llanuras... Era un lugar extraño. Olía a mierda de caballo, asado y cerveza. Se dirigieron a un toldo gigantesco, bajo el cual había tres mesas alargadas ocupadas por al menos cincuenta personas. Los perros corrían entre sus piernas. Había comida por todos lados, pero no sentía hambre... En medio de aquel centenar de personas. Allí estaba, sobresaliente... entre la multitud al fondo de la sala.

Estaba más espectacular de lo que recordaba: los rizos negros, aquella nariz pequeña, su piel clara, sus ojos infinitos... Era perfecta y lo sabía. Se movía con elegancia, como una fiera felina en una capa morada. Niccolo quería gritarle, decirle que había sido valiente y peleado, que lo apresaron y casi matado, que cruzó la isla para ir a verla... y abrazarla, probar el sabor de su boca. Quizás así podría sanar su agrietado corazón y ser feliz en aquel pueblo extraño, con personas que no conocía. 

La música envolvía el espacio. Un bardo vestido de blanco y morada tocaba la lira y otro tocaba la flauta, pero no lo hacía tan bien... Era una voz familiar y atrapante. 


Cuántas personas tienen que irse...

Para aprender a decir adiós.

Cuántos fallos hacen falta para pedir perdón.


Carcajadas, el olor dulzón del licor, la comida caliente y allí estaba la mujer de su vida. Fue a verla, atravesó el comedor a zancadas decididas, tenía que abrazarla, sentía mucha fuerza en su corazón retumbante y...


Lucho por vivir estable.

Pero de nada me vale.

Si todo parece estable.

Pero nunca yo.


Mia reía y se ruborizaba, en sus ojos leía el amor tan bien como las letras de un libro. Bailaba con un hombre robusto y alto, con brazos como barras de hierro, tenía el cabello largo y negro, una barba voluminosa y una auténtica risa de héroe. Sus brazos estaban en torno al grueso cuello del hombre y las manazas d hombre en su cintura. Ella se puso de puntas y lo besó en los labios.


Cuando lo mejor que pasará...

Ya te pasó.

Y si a lo mejor pregunta.

Le dije que no.


Ella profundizó el beso, con pasión pegada a su cuerpo. Se veía feliz. Era magia condensada y eléctrica de enamorados... El bardo dejó de cantar. Niccolo se detuvo en seco... ¿No latía su corazón? Sintió como algo en su pecho se rompía, estaba incompleto. Perdió su razón de vivir... una vez más, no pudo llorar. Se dio la vuelta y se marchó... 

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