Capítulo 7. Soneto del Amanecer
Capítulo 7: Es lo más horrible del mundo.
Las celdas donde los curanderos cuidaban a los enfermos se convirtieron en el laboratorio de Giordano Bruno. El Templo de las Gracias era una gran construcción de piedra, erigida hace mil quinientos años después del Exilio, por los sacerdotes de la Iglesia del Sol al separarse de la corona. Desde la deportación a la Isla Esperanza, los Sisley y la iglesia gobernaban en la isla. Las familias de sangre peculiar cedían a sus vástagos a la iglesia para servir y proteger a la isla de magos negros. La época de los Magiares trajo consigo un petulante orden religioso, seguido de estrictas doctrinas que limitaban los placeres mundanos. El candidato a rey debía subir los escalones del templo con las rodillas para ser ungido en aceite de sándalo por el sumo pontífice Theon. Los Magiares religiosos conformaban la fuerza militar de la isla y en arrebato de voluntad divina, el Sumo Pontífice intentó tomar el poder. La sangrienta Batalla de los Perdedores, cubrió las calles de cuerpos y tiñó el puerto de sangre. Finalmente, ganaron los vasallos de los Sisley y disolvieron la Orden de los Magiares. La Iglesia del Sol quedó en manos de un nuevo Sumo Pontífice que acataba las normas de Vidal Sisley. Los Magiares reformaron su núcleo en el Jardín de Estrellas, desligados de la religión y centrados en el humanismo hasta que Sam Wesen fundó la Primera Orden, regidos por la corona. Tiempos turbulentos de monstruos, leyendas, demonios y héroes. El Templo de las Gracias se construyó hace quinientos años como un santuario de sanación y epicentro del Fuego Eterno. El destronado Theon se refugió en elixires de cinabrita durante cientos de años, junto al Sumo Pontífice Brent. Magos negros disfrazados de sacerdotes que parasitaban la sociedad, deseosos de redención. Hasta que Giordano Bruno los asesinó.
El templo de alto techo, sostenido por pilares, amplios salones, cámaras celdas y dormitorios; era usado por Damian Brunelleschi como guarida. Los homúnculos dormitaban en las celdas, esperando la comida. Cuando no estaban cazando personas en las incursiones de Damian se convertían en un verdadero problema. El pueblo de Puente Blanco estaba sumergido bajo una espesa neblina de silencio. Las personas temerosas intentaban seguir con sus vidas, arañando la tierra y alimentando el ganado. La casta de sacerdotes fue exterminada como plagas. Los nobles de Puente Blanco, que cobraban los impuestos de renta, fueron ahorcados y desmembrados por los homúnculos del alquimista loco. Sus tierras se repartieron entre los habitantes. Durante años tuvo que forzar a los pobladores como un recaudador de impuestos. Oprimidos por la nobleza, tenían que ceder tributos exagerados. Pero ahora, cada quien era dueño de su propia casa. Gobernaba sobre una tierra sin súbditos, cada quien se ocupaba de su labor y contribuía. El único deber de Damian era mediar los conflictos de su sociedad. Los granjeros cultivaban el campo aprovechando el verano para vender sus cosechas en Pozo Obscuro y el Paraje. Se sembraba lentejas, garbanzos, trigo, cebada y té.
El reino tomaba un respiro de paz con el fin de la guerra de sucesión. Con Seth Scrammer en el trono, pasaban por alto Puente Blanco y las tierras circundantes. Aunque, vendrían. Damian Brunelleschi estaba decidido a eliminar a los opresores. Como líder, se ganaba el pan ayudando a los heridos: cosía heridas, reparaba huesos y preparaba infusiones. Como el único curandero, tras el exterminio de los magos negros, tenía mucho trabajo. Cobraba un par de estrellas de cobre por persona. Se tomó la molestia de revisar las pésimas condiciones en que vivían los inquilinos.
Era una barbaridad: los niños crecían hambrientos y cubiertos de harapos remendados. Le conmovía el alma pensar que no todos comieron antes de dormir, por los altos costos que les imponían los arrendatarios. Mató a los nobles por una causa justa y entregó las casas a sus auténticos dueños: la gente que vivía y moría, miserablemente, pagando el alquiler y los tributos. Algunos lo alabaron, pero él no merecía ningún agradecimiento. El mundo era un lugar caótico, ellos necesitaban un poco de felicidad. Los dogmas de la iglesia los obligaban a comprar títulos para asegurar su entrada al paraíso, algunos les dejaban sus propiedades a los sacerdotes. Una empresa con buenas ganancias, que merecía aquel final horroroso. El Fuego Eterno ardió por quinientos años ante la figura de Bel: el sol de bronce. Sus últimas ascuas se extinguieron en el inmenso cenicero. Fue poético, ver como quinientos años de serbal y roble quemado desaparecían de la faz de la tierra. ¿Cuántas casas se hubieran calentado con aquella leña? ¿Cuántas personas murieron de frío en el invierno? ¿Cuánto dinero de ofrendas se gastó para traer el serbal desde el Paraje? ¿Cuanta injusticia prevalecía en el mundo?
El rey Seth destronó a Friedrich y cedió lotes de tierra a sus vasallos nobiliarios. Algunos administradores, emisarios de los nobles en Puente Blanco, llegaron a imponer su dominio y tributo. Llevados por la codicia mal sana de sus señores. Damian recibió a los recaudadores de impuestos en el Templo de las Gracias con un banquete no tan variado de verduras y vino aguado. La situación seguía precaria y se negaba a comer mejor que el más pobre de sus pueblerinos. Los recaudadores preguntaban, rabiosos, sobre los pagos de las tierras que ocupaban los plebeyos. Ante la respuesta de Damian sobre la expropiación que realizó, le llovieron blasfemias. No entendían que las personas eran libres de la maldición que los ataba a desprenderse de lo poco que obtenían para comer. En esta nueva tierra no existían tributos, ni privilegios. Solo trabajo, empresa libertad y unidad.
-No nos importa que esos pobres coman. Ese dinero es para nuestras familias. Deben pagar por los techos que nuestros ancestros construyeron para sus cabezas-rugió un hombre bastante mayor. Era el recaudador principal y los demás, su escolta armada-. Los Betania desaparecieron y estas tierras le pertenecen ahora a Melissa Leroy. ¡Con sus impuestos! ¡Ya no eres el señor de estas tierras! ¡¿Quién te crees?!
Damian tragó el vino aguado, sintió que le quemaba la garganta. Aún no se acostumbraba al sabor ardiente.
-Estas tierras le pertenecen a su gente. Nadie puede venir a cobrarles por nacer en este lugar.
El hombre saltó de la silla con un puñal en la mano. Sus ojos negros brillaban bajo dos cejas gruesas.
-¡¿Quién se cree qué es para arrebatarle lo suyo al rey Seth Scrammer?!
Los guardias saltaron desde las sillas con el acero desenvainado y las ballestas tensas. Damian esperó, pacientemente, en la silla... sorbiendo una sopa de cebolla gustosa.
-Puente Blanco no le pertenece a Seth-recalcó y el recaudador se enfureció aún más-. Esta isla y su gente no le pertenecen a nadie. ¡Nadie puede ponerle precio al suelo que labras con el sudor de tu frente!
Los soldados de Damian entraron al comedor y rodearon la mesa con las picas en alto. Eran campesinos hartos de las injusticias sociales, personas que nacieron arrastrándose en el suelo como sus antepasados. Endeudados, porquerizos, explotados, trabajadores. La escolta del recaudador era una docena y los campesinos medio centenar. Armados con picas, cuchillos amolados y herramientas de campo. Los arrestaron en las celdas del templo, en otros tiempos, para enfermos incurables. El Homúnculista se los dio de comer a sus creaciones. Los gritos desgarradores viajaron por todo el edificio de piedra a mitad de la noche.
Los campesinos apoyaban su causa y lo seguían en lo que podían. Las únicas leyes que manejaba Damian eran las mismas que la falsa religión que Bel imponía. Un código moral, absurdo, justo y congruente. Fue juez en las disputas cuando no estaba curando enfermos. Los asesinos, ladrones y violadores se los cedía a Giordano para sus experimentos. Era cruel, pero la muerte de una oveja enferma salva el rebaño. Bajo su mandato, estaba prohibida la prostitución y la trata de personas. Estaba considerando prohibir las bebidas adulteradas durante el día, pero eso desataría un caos.
Usaba su influencia para guiar a las personas a acercarse a la religión. Se enseñó a los sacerdotes una falsa doctrina. Un mensaje para todos aquellos que quisieran vivir en un paraíso. Los engañaba con la historia de que era el Emisario de Bel, un discípulo del altísimo para gobernar con justicia la isla. Al nuevo culto se unieron todo tipo de adoradores, las personas respetaban su autoridad. Aclamaron sus conocimientos de sanación y su mensaje de igualdad.
El Homúnculista, su partidario de armas tomar, atacó Valle del Sigilo y asesinó a todos los Betania. Antiguos señores del este, exterminados por los homúnculos, excepto por Daniel Betania, el miembro más joven; que permanecía cautivo. Durante esa batalla perdió a muchos de sus homúnculos, pero destruyó el legado ambicioso de una familia opresora en tan solo una noche. Golpeó de tal manera las fuerzas de los Verrochio que la batalla favoreció a los Scrammer. Convencer al más joven de aquellos señores a seguirlo, era sencillo. Todas las mañanas lo visitaba un sacerdote con voz de abuelo, vestido de blanco y un opulento sol de bronce colgado del cuello. Le enseñaba el camino de Damian Brunelleschi como el Emisario del Dios Sol y su misión en la isla, de liberar a los miserables de las cadenas que los ancestros de los nobles ataron en su corazón. Todos eran bienvenidos, sin distinciones, ni excepciones. La religión pregonaba un mensaje de amor y esperanza. Cada día, estaba más prestó a escuchar las palabrerías del anciano. Las profecías de los últimos días y la salvación que ofrecía el Emisario del Cielo.
La misión de Damian era sencilla.
Quería expropiar todas las tierras de la isla, para entregárselas a sus habitantes e imponer su ideología a los pueblos de Gobaith. Gobernar con libertad y progreso. Giordano se imponía con poder y muerte. Sentía que caminaba sobre un río de sangre, pero ver la sonrisa de las madres al cocinarles a sus hijos flacuchos, le llenaba el corazón de paz. El pueblo se congregaba en el Templo de las Gracias cada siete días, para escuchar la prédica del sacerdote Arnoldo y ser bendecidos por el sol.
Desde que la peste desapareció, la tierra regalaba las cosechas del verano mientras esperaban las lluvias. Un astrólogo del Paraje anunciaba un verano caluroso, seguido de lluvias igual de impresionantes que las del año pasado. Sepultar los cadáveres en los campos nutrió el suelo, aunque el hedor a podrido permaneció por varias semanas.
-Conchas de mar-le enseñó Giordano mientras comían en los aposentos de Damian.
-¿Cómo dijo?
El alquimista comía poco y bastante rápido, casi nunca hablaba, porque se la pasaba escribiendo en la mesa con los dedos manchados de tinta.
-Conchas de mar molidas para nutrir la tierra, también el estiércol de vaca o... los desechos de las personas. Podrías construir letrinas con ductos que aprovechen los desechos. Construye pozos acuíferos bastante lejos de las letrinas. No queremos otra epidemia.
Solucionar los problemas con la tierra infértil fue crucial, pero seguían siendo un pueblo pequeño con un centenar de personas desprotegidas, viviendo en casas de madera destartalada. El templo era la única construcción fortificada. Si el rey Seth los atacaba, estaban indefensos. Los homúnculos seguían enjaulados y Giordano guardaba silencio en cuánto a la fabricación de los mismos. Solo Damian sabía que ocurría en las celdas del templo.
Creció un pequeño mercado fuera del templo. Los comerciantes del pueblo se apilaban en puestos de verduras, crías de ganado y artesanías. Al pueblo llegaban toda clase de vendedores con mercancías de lo más variada: pescado, tela, aceite, azúcar de uva, vino y herramientas.
Un mercader llamado Albert Herrera llegó dispuesto a negociar con una docena de carramotos y compró gran parte de los cultivos del pueblo para revender en Pozo Obscuro y el norte. Con el dinero se pagó otra siembra de trigo, avena y patatas que estarían listas para el final del verano. Se organizó una empresa y se construyeron tres invernaderos para cosechar especias, pues el mercado pagaba muy bien por ellas. Se iba a construir una empalizada de madera alrededor del pueblo. La mitad de los hombres se puso a trabajar, asustados por una profecía que contó el sacerdote Arnoldo sobre un ejército de muertos que llegaba del norte. Se estableció un pequeño tributo para la construcción. Cada noche, Damian Brunelleschi bebía un copa de buen vino, dulce y añejo antes de dormir, complacido.
El verano se hacía cada vez más caluroso y los hombres trabajaban arduamente en la empalizada. Damian les pagaba una moneda de cobre en la mañana y otra en la tarde a una veintena de hombres. Se estaba quedando sin recursos y faltaba mucho para recoger las cosechas. Durante varias semanas de trabajo extenuante, su único ingreso consistió en el tributo del sacerdocio.
El invernadero funcionaba de maravilla, se cultivaba clavo, pimienta, pasiflora, manzanilla y otras implementos. Con una botella de pimienta pagaba una semana de trabajo en la empalizada. Con las ofrendas del templo les daba de comer al menos dos veces a los constructores. Mandó a fabricar armas con un par de viejos herreros en el pueblo. Las hachas, las espadas, los puñales y las armaduras para la defensa del paraíso. El calor era terrible y empeoraba cada día con la llegada de los estrellas. Un viejo astrólogo se alojó junto al templo y sus lecturas eran solicitadas. Eran un anciano de ojos color hielo. Le ofreció una lectura gratuita de los astros a Damian en su tienda.
El anciano se vestía de negro y su sonrisa era perfecta: bien cuidada, blanca la nieve y todos sus dientes. Insólito, aunque... de los magos negros se rumoreaba una pulcritud de la dentadura. Brent y Theon, los magos negros que liberaron la peste con sus ritos y permanecieron ocultos durante centurias, portaban todos sus dientes. El astrólogo tenía un catalejo rudimentario, notas, mapas de estrellas, dibujos e insignias. Llevaba todo en un carromato tirado por un mulo.
-Señor Damian-le sonrió con suspicacia. Sus ojos color hielo se tornaban violáceos cuando estaba en la oscuridad. Un collar de péndulo colgaba de su cuello. Se sentaron en una mesa, le preguntó su nacimiento, el año, cosas sobre su vida y sus interrogantes. Extrajo un mazo de cartas vulgares y las barajó con sus manos manchadas y cubiertas de anillos con piedras preciosas. Llevaba pulseras de oro y plata. Una lágrima color sangre en un zarcillos collares. Colocó una carta sobre la mesa: un sátiro de cuatro cuernos con piel azulada-. El diablo-el aroma a incienso lo mareó-. Marte. Júpiter. Mercurio. Te persiguen fuerzas más allá de tu comprensión. Existe un mal dentro de cada hombre. La confianza te cortará la cabeza. Existen dioses malignos. Tú, Damian Brunelleschi, hijo de los seres de luz. Recuerda, viajero, aquellos que conocen su futuro están condenados a cumplirlo.
Salió de la tienda, perplejo.
Giordano se estaba tardando demasiado y el calor del verano confundía a los hombres en su oficio, creían que les pagaban muy poco. Inclusive, las cosechas se estaban perdiendo por una sequía. El pueblo tenía cinco pozos y tres estaban secos. Se disputaban la pertenencia de aquellos pozos, antes de cada noble. En una trifulca mataron a un hombre de seis puñaladas. Era una situación alarmante, la empalizada estaba a medio terminar. Una peste mucho más peligrosa se abría paso entre los habitantes de Puente Blanco. Esta no se podía curar y ninguno podía escapar de ella: era una ola de calor.
Algunos de los constructores sudaban como cerdos, antes de desmayarse o sufrían un terrible accidente al levantar los pesados troncos. Detuvo la construcción de la empalizada cuando murieron dos y la mitad terminaron heridos en un accidente con un pesado tronco. El tercer pozo se quedó sin agua. Un quinto de las cosechas se secaron, perdió todas las patatas y la mitad de los campos de trigo se incendiaron.
El vino dulce que le regaló Albert Herrera se terminó. Ya no bebía una copa antes de dormir, ahora solía beberse media botella de vino agrio, antes de acabar inconsciente sobre la mesa. No tenía recursos con la baja en el comercio en su compañía de especias. En Pozo Obscuro lo que más aumentó de precio fue el agua, mientras que las especias se estancaron en el mercado. Uno de los dos pozos que quedaban se estaba secando. Se extraía un agua amarillenta que enfermaba. Las sedientas personas formaban largas filas ante el único pozo disponible, algunos morían bajo el asfixiante sol.
La lluvia parecía un sueño de otoño. Un recuerdo antiguo. Un incendio quemó casi toda la avena y un par de graneros de cebada en una devastadora tarde, donde muchas familias se vieron comprometidas ante la llamarada indetenible. El hambre comenzó a golpear Puente Blanco con los graneros de la última cosecha vacíos. El mercado quedó despoblado. Empezaron a sacrificar el ganado con la subida de los precios de los alimentos y la falta de líquido.
La sequía parecía nunca terminar y las ofrendas del templo desaparecieron. La construcción quedó suspendida. El sacerdote Arnoldo colapsó a mitad de una predicación sobre las pruebas que Dios pone a sus más fieles guerreros, murió sofocado, horrorizando a los campesinos con profecías del fin de los tiempos y el sol quemando el mundo.
Eran tiempos miserables para todos. Damian estaba bebiendo vino aguado con sabor a vinagre, los labios resecos y el estómago rugiendo. Una idea terrible surgió en su cabeza. Vació la copa y después, bebió otra. Cada vez sabía mejor. Era una idea siniestra sin precedentes, corrió hasta las celdas del Templo de las Gracias, medio borracho. Se golpeó con un par de pilares y abrió muchas puertas de habitaciones vacías. Bajó unas escaleras en la oscuridad y el aire se enfrió. Con cada paso que daba, un frío le cortaba la piel como un cuchillo a través de la ropa.
Tocó una gruesa puerta con los nudillos blancos, tiritando. Una luz azulada se filtraba por el umbral de la puerta.
Esperó un buen rato hasta que, del otro lado, escuchó el ruido de las cadenas y los cerrojos. Giordano abrió la puerta, no era el espectro huesudo y desaliñado que encontró en las celdas bajo tierra.
No... Aquellos ojos dorados cargados de oscuridad lo escudriñaron, clavados en un rostro atractivo, pero descuidado. Se cortó el largo cabello rubio, oscuro y desgreñado. Sus dientes estaban más pulidos y blancos por los elixires alquímicos. Sin duda, comer le ayudó a recuperar aquella presencia señorial que portaban los alquimistas de renombre. Se vestía con una túnica ceñida y capa negra, tenía gruesos guantes y botas altas. Se parecía, de forma extraña, a Friedrich Verrochio.
-Damian-abrió la puerta envolviéndolo con una nube de frío que le hizo castañear las muelas-. Los huevos fecundados están naciendo. Viniste en el mejor momento.
Entró en el laboratorio iluminado, calentándose las manos con las axilas. Se sorprendió, porque no vio ninguna lámpara. Tenía un laboratorio extraño, con especímenes desconocidos en diversas botellas de conserva. Mesas repletas de papeles, tubos herméticos y en una esquina tenía un caldero con un cristal brillante. Toda la sala era iluminada por ese cristal azulado, humeante y vaporoso, como si se estuviera consumiendo. Cada vez que se acercaba, el frío era más inclemente.
-No lo toque, Lord Brunelleschi-sugirió el alquimista-. Se le desprendería la piel de las manos al contacto. Está muy caliente.
-¿Qué es esa sustancia?
Giordano sonrió con moderación. Sus ojos lanzaban destellos dorados y misteriosos.
-Galeno, mi lord-respondió-. Mezclado con otras sustancias químicas que le cedieron la consistencia sólida de la cristalización. La absorción de calor es una de las propiedades del galeno, al ser sometida a una corriente de esencialina. Aunque, este suele derretirse después de cierto punto.
Damian pensó en los usos que ese cristal tendría para remediar la ola de calor que estaba matando al pueblo. Podrían arrojar una caja de esos cristales en un pozo para evitar que se seque durante el verano y podría usarse para conversar los alimentos.
-¿Por qué los alquimistas no venden el galeno en este estado?-Se le ocurrió que un mineral así, sería muy costoso y provechoso.
Giordano soltó una alegre carcajada, se palmeó el muslo como si fuera el mejor chiste del mundo. Damian frunció el ceño, confundido.
-Es altamente venenoso, mi Lord-sorbió por la nariz-. Yo lo usó para preservar mis creaciones, protegidas en frascos herméticos. Los alimentos serían contaminados, al igual que el agua. El galeno es corrosivo, destruye las paredes del estómago y la garganta. Una muerte indigna y dolorosa.
Damian tragó saliva. Podría envenenar un pozo con aquel cristal y matar a todo un pueblo, pasando desapercibido. Se espantó. Un alquimista loco era muchísima más peligroso que un mago negro.
El laboratorio constaba de una larga habitación repleta de mesas con herramientas y frascos. Había retortas y alambiques, botellas llenas de líquido, tubos de vidrio etiquetado con extrañas lombrices negras. Una mujer inconsciente, reposaba en una plancha de acero con las manos y los pies atados a grilletes. Estaba completamente desnuda. No la conocía.
En el fondo, había dos mesas, sobre una de ellas colgaba una lámpara de litio dentro de una caja de grueso vidrio, calentaba grandes huevos cubiertos de vendas sobre una superficie de terciopelo. La otra mesa tenía extraños artefactos, tubos vacíos con etiquetas de símbolos y números incomprensibles. Se acercó a aquellas mesas con nerviosismo
-¿Conoce la leyenda del basilisco?-Preguntó Giordano Bruno. Extrajo la lámpara de litio y quitó con cuidado la caja de grueso cristal que encerraba los huevos.
-No-la mente de Damian se cubrió de terrores, historias de monstruos y locos-. De niño, no me gustaban las historias de terror que le contaba mi papá a mis hermanos. Me iba a dormir con mamá.
Giordano asintió, comprensivo.
-El basilisco no es una historia de terror-comentó. Cogió unas pinzas y un huevo grande como su puño. Quitó la venda, descubriendo una herida en el huevo que sanó con una cáscara blanda-. Imagina que un sapo encuentra un huevo de gallina y decide que lo va a empollar. Cuando el huevo se rompe, nace una peculiaridad. Una serpiente que nunca deja de crecer. Con una mirada capaz de matar a cualquiera y un veneno que mataría a un caballo-Giordano pensó por un momento-. Bueno, sí es una historia de terror.
Damian dio un paso atrás con las manos temblorosas, tragó saliva mientras veía aquellos huevos gigantes cubiertos de vendas.
-¿Creó un basilisco?
El alquimista lo miró con el ceño fruncido.
-No sea estúpido, los basiliscos no existen-replicó con una sonrisa. Dio unos golpecitos en el huevo con la pinza y la cáscara crujió-. Esto es algo mucho peor.
Giordano dejó el huevo en la manta de terciopelo junto a los otros. Cogió un tubo etiquetado, el huevo crujió y algo negro asomó por la cáscara. Damian sintió un escalofrío. El alquimista tomó aquella larga lombriz negra con las pinzas.
-Este es un homúnculo-sonrió Giordano. El gusano negro se estremecía, violento-. Este es el fruto de la Alquimia de la Vida. Años de estudio clausurado y secreto.
Damian contuvo las náuseas, sintió aquel animal retorcerse en sus intestinos.
-¿Qué animal puso esos huevos?
-Son huevos de gallina-replicó Giordano mientras depositaba el parásito en el tubo. Lo selló. Fue a guardarlo junto a los otros tubos de vidrio-. Pero, les inyecte un menstruo con las semillas de diversos animales. Incuban artificialmente aquí por noventa días.
El alquimista tomó otro huevo y lo golpeó, pero el homúnculo no respondió. Dejó el huevo en la mesa de terciopelo con los labios apretados, buscó con la mirada una pluma y un libro abierto donde anotó algo, sin saber que el huevo rodó y se destrozó en el piso. El gusano muerto nadaba en un pequeño charco rojo. Se agitó y serpenteo a toda velocidad hasta los pies de Damian. El hombre soltó un grito, lo aplastó con la bota con una sensación de estallido húmedo y grotesco. Se le revolvió el estómago.
-Es lo más horrible del mundo.
-Sí, tenga cuidado, Lord-asintió Giordano, tragando saliva-. Ellos necesitan de un huésped para alimentarse y crecer. Buscan, instintivamente, el calor de los cuerpos y se adentran por cualquier orificio que consigan.
Damian palideció, la mujer desnuda murmuró en sueños y se agitó. Pensar lo que pasaría con ella le llenó la mente de miedo y lastima. Pero algo lo incomodaba
-¿Usted usa su semilla para crear a estos híbridos?-Preguntó Damian, temiendo la respuesta.
Giordano frunció el ceño, cubierto de sombras.
-Una vez-cortó-. Uso semillas de animales fuertes en una sopa-cogió uno de los tubos de vidrio y extrajo al homúnculo con la pinza. Se acercó a la mujer para el horror de Damian-. No se preocupe, ella está bajo una fuerte dosis de alucinógenos y anestésicos-el gusano se retorció en la piel de la mujer y se insertó en la vagina, desapareciendo en un instante-. Los homúnculos crecen muy rápido, pero su período de vida es muy corto. En tres días saldrá de su vientre una criatura, entre la sangre y la carne. Se alimentará de esta mujer.
-¿Cómo controla a esos monstruos?-Vociferó Damian. Había visto al alquimista usar una flauta de pan para darles órdenes.
-Sencillo-Giordano levantó un dedo-. Ellos desarrollan un fuerte lazo con la primera cosa que ven después de saciar su hambre. Como lo primero que comen son las entrañas de su huésped, les apetecen las entrañas de otros seres vivos.
»Yo sopló la flauta de pan en una escala aguda para que me asocié con lo que debe obedecer. Voy desglosando otras órdenes con escalas cada vez más bajas-Giordano buscó una flauta de pan en la mesa y se la colgó del cuello-. No son monstruos, son mis creaciones. Son lo más cercano al perfeccionamiento de la guerra.
»Alguna vez, existió un hombre que no quería que sus hijos murieran en las guerras sangrientas de los reyes. Este hombre estudió la alquimia con el fin de crear soldados artificiales. Se adentró al abismo, en búsqueda del descubrimiento, cuando regresó con los frutos de su estudio, el mundo no estuvo preparado. La Primera Orden confiscó su trabajo y lo tacharon de mago negro. Este hombre se llenó de oscuridad, perdió a su familia por su investigación y se volvió loco.
Damian ni siquiera pudo sostener la mirada de Giordano, era un hombre extraño y hacía cosas horribles. Pero lo necesitaba, no podía defenderse ni atacar con un centenar de personas hambrientas. La clave de su éxito era el Homúnculista y sus creaciones. Debía hacer cosas horribles y llenarse las manos de sangre. Acabaría con la miseria de la sociedad desigual en la que vivía. Giordano juró servirlo en su propósito.
-¿Cuántos tiene?-Preguntó, decidido.
Giordano se encogió de hombros y se mordió los labios.
-Los Betania mataron seis de la decena que tenía-levantó una ceja, pensativo-. Los restantes están envejecimiento muy rápido. Los homúnculos conforman un ejército poderoso y numeroso, pero debe utilizarse mucho material. Con esta mujer, tengo dos docenas de homúnculos hambrientos, esperando una batalla.
-Muy bien-asintió Damian-. Porque vamos a invadir Rocca Helena con esa veintena de demonios. Marchará todo el pueblo hasta el lago Aguamiel y tomaremos la ciudad.
La empalizada se extendía irregular alrededor del pueblo, conformada por un centenar de gruesos troncos apilados. Rocca Helena quedaba al este, el pueblo se movilizó, llevando agua, provisiones y armas para la guerra. Un centenar de hombres partieron, dejando el cuidado de Puente Blanco en manos de sus esposas y sus hijos. La Tierra Prometida para los creyentes esperaba. La larga columna avanzaba bajo un calor agobiante. Recogieron la poca avena que sobrevivió a los incendios para el forraje de las monturas.
El carruaje de Damian rechinaba y crujía sobre el suelo seco y duro del valle. Giordano leía, reclinado en el asiento y junto a él, Daniel Betania le lanzaba miradas. Los homúnculos crecían en grandes cajas de madera tiradas por mulas asustadas. Caballos y carros retumbaban a lo largo de aquel valle, sofocados por el calor, debían parar de vez en cuando para dar de beber a los caballos. En el camino dejaban sepultados a los que colapsaban por el viaje. Durante tres días, el implacable sol los atormentó con augurios de muerte. La promesa de lagos de abundante agua parecía un sueño lejano. Como sus esperanzas de tierras pacíficas y libres.
El carruaje olía a sudor rancio y sus campesinos parecían remojados en vinagre. Giordano trajo uno de los cristales de galeno, pero este se deshizo al quinto día, dejándolos a merced del asesino que se paseaba por la isla. El décimo día no tenían agua y los hombres empezaron a matarse entre ellos. Perdieron a diez en una trifulca y otros seis se derrumbaron con las lenguas afuera. Inclusive Daniel Betania se mostraba amargo y no dejaba de sudar.
Se detuvieron a descansar en un bosque de sombras gigantescas. La tierra se sacudía levemente. Damian salió del claustro y recorrió la columna. Los campesinos lo miraron con gesto hosco mientras sacrificaban a un caballo para reponer energías y beber su sangre. Una de las cajas se agitó y escuchó el sonido de unas garras, seguido de un chillido.
-Lord-Daniel Betania se acercó con una botella vacía en las manos. Había dado vueltas por la formación. Damian lo nombró comandante de la incursión. Los campesinos no confiaban en él-. No hay agua y los hombres están desesperados. Envié jinetes a buscar riachuelos, pero ninguno regreso. Estamos perdidos, si no llegamos al lago Aguamiel para mañana, moriremos de sed.
Un campesino se acercó a ellos con la pica en las manos Tenía los labios resecos y la mirada ensombrecida.
-Una mierda-apuntó la pica a ellos- Esta ha sido la peor prueba que hemos afrontando por un falso Emisario de Dios.
-¡Déjelo!-Replicó otro campesino con el ceño fruncido. Tenía la espada en las manos. En su pecho brillaba un sol de bronce pintado de oro-. ¡Es el Emisario de Bel! ¡Si lo matas yo te mataré a ti en nombre de Dios!
-¡Estoy empezando a creer que es una mentira!-Farfulló el hombre de la pica-. ¡Él solo nos utilizó con su herejía!
Daniel frunció el ceño.
-¡¿Se atreven a traicionar a nuestro Lord Brunelleschi?!-Gritó a los hombres con la mano en el puño de la espada-. ¡¿Él mismo que les concedió las tierras que les pertenecían?!
Escuchó el ruido del acero al raspar el cuero. Los campesinos los rodearon con las expresiones sombrías, se gritaban blasfemias entre ellos. La muchedumbre se dividió.
-¡No toquen al Emisario de Bel!
-¡Vamos a colgar a ese mentiroso y regresaremos al pueblo!
-No podemos regresar al pueblo-vociferó un joven de rostro pecoso-. No tenemos provisiones, ni agua.
-¡Vamos a saquear Rocca Helena!-Gritó un hombre barbudo meneando una afilada hacha-. ¡Llegó la hora de decidir! ¿Son ellos o nosotros?
-¡Sí, es una prueba de Bel!
Los campesinos levantaron las armas con las voces roncas. Los soles de bronce brillaban en sus pechos. Damian sentía que los árboles se tambaleaban con el griterío. La tierra susurraba, pero nadie estaba dispuesto a escuchar.
-¡Rocca Helena tiene un gran lago!-Anunció el hombre barbudo. Tenía una gruesa espalda y brazos de herrero-. ¡Será nuestro y nunca más tendremos sed!-Apuntó con el hacha a Daniel Betania y escupió-. ¡Maldita nobleza! Los Betania nos atormentaron desde que nací. No necesitamos a ningún comandante de aquel linaje de sucios opresores. Maten a los dos y a sus demonios enjaulados.
Los gritos se levantaron y las tripas se le revolvieron. Los campesinos murmuraban entre ellos, rodeándolos en un círculo de rostros pétreos.
-Si matan al Emisario de Dios-Daniel lo cubrió con la espada temblorosa en las manos. Sus ojos verdes estaban asustados-. Bel los castigará.
-Ya fuimos castigados.
El hombre robusto lanzó un hachazo y ambos retrocedieron. Los hombres comenzaron a pelearse. Damian estaba desarmado y las piernas le temblaban. La trifulca se armó a su alrededor y los creyentes lo rodearon en un círculo de protección. Daniel detuvo el hacha con su espada y lanzó una serie de tajos que no acertaron. El hombre retrocedió encolerizado, tenía los ojos inyectados de sangre.
-¡Mátalo!-Gritó el hombre de la pica.
El hombre del hacha se lanzó con ferocidad sobre Daniel. El joven con la espada en alto lo protegió, lanzaba tajos al aire en defensa. No era muy hábil. El barbudo saltó sobre ellos, descendiendo el hacha sobre el hombro del joven. El filo atravesó el cuero, la carne y el hueso; se incrustó en su cuello. Daniel cayó sobre las rodillas con los ojos saltones y la mitad del cuerpo chorreando sangre. El hombre robusto arrancó el hacha en su hombro de un tirón y se la clavó en la cabeza con un crujido. Uno de sus ojos verdes saltó de su cara.
Las hojas susurraron, agitadas por el viento y la tierra comenzó a temblar. Los árboles se agitaban como si fueran a desprenderse, los caballos enloquecieron y corrieron entre los campesinos. Uno de ellos arrolló al barbudo. Daniel cayó inerte al suelo con la tapa de los sesos abierta. Una de las cajas se tambaleó y cayó de costado, liberando una maraña de garras y dientes. El homúnculo peludo saltó sobre uno de los campesinos y le deshizo la cabeza en un instante. Saltó sobre otro. La multitud se dispersaba durante el temblor. Un caballo pasó junto a él, arrastrando un jinete atado a la silla mientras este se golpeaba la cabeza sangrante con el suelo. Los hombres seguían matándose.
El círculo se desarmó mientras la tierra temblaba y se abría bajo sus pies. Una grieta negra que llevaba hasta las extrañas de la tierra cortó el suelo. En gusano blanco y descomunal emergía cubierto de polvo, sobre la copa de la vegetación. Un árbol silbó detrás suyo mientras se desplomaba, aplastó a un caballo y al hombre de la pica con un crujido.
El cabello se le llenó de tierra mientras corría entre los árboles. A lo lejos escuchaba los gritos de sus hombres seguido de crujidos espantosos. Los árboles se desplomaron. La tierra rugía, hambrienta. Tropezó con una raíz y cayó rodando por el suelo seco. El polvo se le metió a los ojos como una neblina de dedos mugrientos. Miró en dirección a la columna y el gusano blanco se levantó, como un gigante delgado, sobre la copa de los árboles. Una estatua de sal impía. Abrió las fauces llenas de dientes y se arrastró a la tierra. Se levantó un barullo de gritos y estruendos. Damian corrió, hasta perderse en la profundidad del Bosque Espinoso, sin retorno, desolado, extinto.
El mundo desapareció dentro de aquella boca negra y cayó a un inframundo de mil cuerpos destrozados... putrefactos.
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