Capítulo 6. Sinfonía de los Espíritus
Capítulo 6: Sin amores, ni rencores.
—Y fue cuando me di cuenta que ese hombre no era mi padre—Alan señaló su pulgar—. Mi padre tenía una cicatriz muy pequeña en el dorso de la mano. Pero ese hombre, a pesar de ser idéntico a él y saber todo sobre su vida: no era mi padre. Él mismo me lo dijo: si desaparezco por un tiempo, y regreso... es muy probable que no sea yo. Ese hombre no pareció darse cuenta que lo sabía, o sí lo hizo... y mintió con descaro. Estaba muy triste y apagado. No era él. El tipo que se suicidó cuando yo tenía diez años no era mi padre. ¡Era un impostor que ellos plantaron para encubrir!
Rebeca abrió los ojos como platos.
—¿Tu padre fue reemplazado por un clon?
—¡Sí!
Vera frunció el ceño. Estaba mareada por los cambios abruptos del camino a través de aquellas lomas enredadas. Siempre se enfermaba en los viajes y estar sentada detrás escuchando a Alan parlotear la irritaba.
—¿Ya le dijiste eso a un psicólogo?
Marie Fleur du Vallée sonrió, conteniendo una risita aniñada en el rostro inocente. Estaba sentada en el asiento del copiloto y la palidez de su cuerpo y cabello era tostada por el resplandor nítido de los nubarrones. Kiara conducía, impasible. Una mano en el volante y otra en la palanca de cambios.
—Mi padre fue silenciado por la élite—replicó Alan y rebuscó la bitácora de cubierta gastada que guardaba en su bolsillo—. Quisieron hacer ver que se suicidó. Sin embargo... su muerte fue demasiado misteriosa. Pueden investigar al respecto. Hasta quisieron hacer creer que él tenía una enfermedad mental, cosa que obviamente era falsa.
Fue asesinado por los líderes porque en sus canciones trataba de despertar a las personas: decía que dejáramos de ver la televisión, porque nos controla, que leyéramos y nos eduquemos para ver cómo era el mundo en realidad; anunció que lo que necesitábamos era amor. Hablaba en contra de los gobiernos. En varias canciones, hizo referencia a que lo estaban amenazando de muerte. Él no se dejó, y lamentablemente... ya no está aquí.
Kiara rompió su silencio con los ojos pegados a la calle zigzagueante. Un paisaje de lomas altas y pendientes viejas se abría paso a través de la niebla y los matorrales frondosos.
—¿Y quién era tu padre?
—Julián Castro.
Kiara se mordió el labio. Era la única asiática del grupo: largo cabello negro y ojos pequeños.
—¿El que se disparó en la boca?
—¡No, ese es otro!—Alan mostró los dientes en una mueca. Era delgado y de rostro tenso, moreno, usaba lentes, el cabello estilizado y tenía perforaciones.
Rebeca levantó las manos.
—¿Julián Castro mató a su mejor amigo y se lanzó de un edificio?
—¡No!—Alan frunció el ceño bajo los lentes cuadrados y sus orejas perforadas enrojecieron—. Mi padre fue encarcelado por una acusación indebida de trata de personas y, cuando estaba a un día de revelar los nombres de aquellos involucrados... apareció ahorcado en su celda. ¡Él conocía los secretos de los que están en la cúspide de la pirámide! ¡Por eso lo mataron!
—¿Pero tu padre no era un clon dócil?
—Con los años fue recuperando sus antiguas pulsiones y despertó del mundo que ellos crearon a nuestro alrededor.
Kiara asintió, movió la palanca para subir una loma. Rebeca se pasó una mano por el cabello castaño, pensativa.
—¿Y quiénes conforman la élite?
Vera se reclinó aún más con la nariz pegada a la ventanilla.
—Ay no, ¿por qué le diste más cuerda?
—Por supuesto, están los líderes políticos y religiosos—Alan señaló el primer escalón de una pirámide invisible—. Y sobre ellos: las sociedades secretas de masonería, ritualistas, magnates empresarios y finalmente en la cúspide de la pirámide: los Sonetistas.
Marie frunció el ceño al escuchar esa palabra e intercambió miradas con Vera y Kiara a través del retrovisor.
Rebeca Santa Cruz abrió la boca, sorprendida.
—¿Los Sonetistas son reales?
—Sí, se han infiltrado en nuestra sociedad y lideran los hilos del mundo desde su isla secreta—Alan buscó en las notas de su padre—. Su líder es secreto, pero detrás de ellos se esconde una cabeza en un frasco. Esta élite oscura es muy inteligente. Se ha posicionado realmente en todo: música, redes sociales, medios de comunicación y entretenimiento. Los mensajes y simbología presentes en todo eso suele ser sutil y descarado, y es muy evidente notarlo una vez que ya has «despertado». La gente por medio de la ignorancia ayuda a promover todos los planes de forma inconsciente, es por ello... que no captan los mensajes subliminales, pero su mente sí y gracias a ello es que pueden alimentarse los planes del dominio mundial. Muchas veces hay tonos de burla contra las teorías de mi padre, porque son verdad... pero se desacreditan tachándolo de loco. Se pueden dar cuenta de cuando la gente es silenciada por hablar de más; bien sea que continúen vivos y sean distintos o... hayan desaparecido.
Vera se pasó la lengua por los labios con una sonrisa. Había conocido locos de todas las clases en sus trabajos.
—¿Si sabes todo esto por qué te unes a un grupo de magos negros?
—Soy un perseguidor de la verdad, y no descansaré hasta que se muestre al mundo.
—¿Incluso si te matan por pertenecer a la Cumbre Escarlata?
Alan frunció los labios.
—Desde que salió a la luz el enigma de los Cambiantes se han removido las aguas—Alan buscó las anotaciones de su padre y leyó—: Hay algo que se llama disidencia controlada: es la utilización de elementos tales como películas, noticias, artistas, protestas o en sí... cualquier cosa que pueda servir como impulso para que nosotros tengamos una opinión que nos ponga en duda de si lo que vemos es real o falso. Pasa con las noticias todo el tiempo cuando está sucediendo algo que no les conviene a la élite. En el caso de los Cambiantes, se aprovechan de la ignorancia de las personas y se exagera absolutamente todo lo que sucede en los actuales disturbios que hay en los países.
»Al final, la brecha entre razas solo se hizo más grande porque eso es lo que querían: que la gente se peleara entre sí para desatender lo que ellos manejan tras bambalinas. Nadie quiere revelar realmente la verdad. Solo nos presentan distintas cosas para que tengamos esperanzas de un cambio positivo, pero por el otro lado... nos siguen envenenando por medio de aire, mar y tierra. Se siguen depravando las mentes de los niños, se siguen secuestrando y desapareciendo infantes, adultos, mujeres; y se va a seguir con todo lo malo en el mundo. Sigan creyendo que el mayor problema concerniente son los Cambiantes. Ni siquiera les interesa el dinero, el diez porciento de la población acapara el noventa porciento del dinero en este mundo. Sufrimos por ello. Pero, ¿rebelarse de verdad? No, todos tienen algún apego terrenal por el cual no serían capaces de dar la vida... Sigamos mirando hacia otro lado mientras los utilizan, los envenenan en cuerpo y alma, mientras se vuelven amos y nuestros hijos sus esclavos. ¿Por qué dar la vida... si mañana tengo que trabajar? ¿No?
—Al carajo—Vera se acomodó el largo cabello negro—. Tu padre tomaba mucho café, y cocaína. Escribía bastante bien, pero no dejaba de ser la fantasía de un loco bajo los efectos de los antidepresivos. Te niegas a creer que se suicidó y te abandonó en esa fantasía de conspiraciones.
Alan llegó hasta la última página de la pequeña libreta y la escudriñó con melancolía. Debían ser las últimas palabras de su padre.
—Verán, el ser humano es muy limitado... desde pequeños somos hechos para no pensar en nada más que en lo que enseñan en la televisión y en la escuela; para la mayoría es imposible la existencia de algo que no le hayan enseñado. Nos condicionan para que estemos dormidos, pero de vez en cuando... nacen despiertos. Los que empiecen a cuestionar y a preguntar todo, y la mayoría son tratados como locos. Pero, esos locos están más cuerdos que el resto del rebaño. Así que «despierten»... porque de seguir así, ya no se podrá hacer nada.
—Hay asesinatos todos los días en muchos países—contó Rebeca. Ella y Alan eran los nuevos veladores que enviaron los altos mandos. Conocía a Kiara de otro trabajo en las montañas, y Marie Fleur du Vallée era reconocida en el culto por su crueldad—. Disturbios, matanzas, acribillados por ser Cambiantes, encarcelamientos y desplazamientos. América está encendida en un cinturón de fuego, porque estos... semihumanos se esconden entre nosotros.
—Y la mayoría desconoce esto porque el mundo se mueve a a su alrededor y están embobados con tecnología y pantomimas. ¡Ellos son maestros del engaño y usarán el caos para imponer su supremacía!
—¡Maldita sea, cállense!—Les ordenó Vera—. No has dejado de contar locuras desde que aterrizamos en la capital. ¡Nadie soporta a los locos como tú que le echan la culpa de su miserable vida a enemigos imaginarios!
Alan frunció los labios y enrojeció, una vena palpitó en su cuello.
—Usted no sabe nada.
—Niño, soy la maldita Verónica Daumier y dejaron tu vida en mis manos—bajó la ventanilla y escupió la pinturilla del labial—. Puedo tirarte de estos barrancos si me apetece. Estamos a punto de llegar a uno de los pueblos más peligrosos de este país. ¡Cállate, obedece y volverás vivo a casa!
—No tengo casa.
—Con lo que nos pague la Cumbre Escarlata por este trabajo te comprarás diez casas—Vera frunció el ceño—. ¡Compra diez, vive en uno y alquila nueve! ¡Tengo un condenado hijo que mantener y estoy pensando en cómo desaparecerte!
La camioneta se estremeció ante la bajada recta por aquella loma y el pueblito se hizo visible a través de la maraña de nubes. Las casas cubrían la superficie de tres montañas empinadas como hongos después de la lluvia. Se veían callejuelas, barrios, capillas y edificios. Kiara condujo en silencio mientras descendían en círculos.
Vera no había visto aquel pueblito olvidado en años. Debía comunicarse con sus superiores a través del teléfono irastreable, le llegó un mensaje encriptado y lo guardó. Marie y Kiara sostenían una conversación superficial de porqué guardarse las emociones causaba cáncer. Ya se conocían de anteriores trabajos y hablaban en francés fluido y mandarín. Ninguno podía conocer demasiado del otro, y después del trabajo... aquella compañía se desvanecerá. Las calles de asfalto barato se abrieron paso a través líneas gastadas, grietas, casas pegadas unas a otras y aceras mojadas. Le dio indicaciones a Kiara para llegar hasta el conjunto barrial de aquella torre olvidada.
Le picó la palma de la mano izquierda cuando pasaron bajo la sombra tenebrosa. Recordó el zarzal negro de frutos amarillos y la espina que se enterró profundamente en su carne...
El barrio era desolado, de calles agrietadas y casas desprolijas cubiertas de pinturilla pastel. Alan era el más alto y delgado del grupo, Marie era alta y pálida; Kiara, Rebeca y Vera eran mujeres pequeñas. Recorrieron aquella calle desolada bajo un cielo nublado. Llevaban ropa negra y abrigos para el frío.
Kausell los esperaba en la entrada de un edificio azul de ventanas negras.
—Verónica—levantó sus manos. Un par de anillos de plata brillaron en sus dedos. Era alto, maduro como el vino dorado, sereno, taciturno e italiano. Llevaba zapatillas negras, pantalones grises, camisa de rayas y un sombrero elegante. Su perfume eran frutas cítricas y cuero viejo—. ¿Qué se siente volver a tu casa?
Kausell Courbet nunca le inspiró confianza.
El hombre la abrazó por los hombros y sus ojos grises lanzaron destellos al mirar a los nuevos veladores. Vera le dedicó una sonrisa cordial. Los condujo a través del edificio y llegaron a un patio secreto con estatuas de bronce y bancos de piedra. Florecían pequeñas rosas negras en zarzales sobre los robustos faroles. Alan era el último en la fila y no dejaba de mirar en todas direcciones, preocupado. Las sombras escarlatas los escudriñaban desde los ventanales.
Marie Fleur du Vallée sonrió, sin emociones... y le dedicó una mirada inexpresiva al joven.
—¿Es tu primer trabajo con ellos?
—Sí...
—No te preocupes—le aseguró. Notó que ella no emitía ningún sonido al caminar, era un fantasma pálido de cabello cenizo y uniforme negro—. Los que están arriba no te hubieran elegido si no fueras capaz. Eres todo lo que buscan.
—¿Y qué busca este culto?
Marie sonrió y un sesgo de emoción apareció en sus hoyuelos. La carencia de emociones en sus ojos la aterró.
—Caos.
Atravesaron el jardín de bronce por un camino de losas blancas. Un mago cubierto de pies a cabeza con una túnica escarlata y una máscara de serpiente plateada los llevó hasta un salón de espejos adornados con marcos de oro. Del techo colgaban telarañas de cristal que brillaban como crisoles de luz y bañaban el ostentoso salón con un resplandor amarillento. Las cortinas de satén cerraban los sendos ventanales.
Vera se vio reflejada en el mármol pulido. Su reflejo tenía el cabello negro muy largo, la nariz rota y los párpados suaves como malvaviscos. No tenía ojos. Se asustó.
La Serpiente de Plata guardó silencio y los contempló. Kausell hizo pasar un desfile de magos escarlatas con máscaras de madera sin rasgos distintivos. La fila portaba cajas de madera negra. Su andar desgarbado y pesaroso la confundió: se movían con pasos erráticos y pausados; como si sus piernas se hubiesen atrofiado.
La fila se posó frente a ellos y dejó las cajas en el suelo. Vera miró los agujeros en las máscaras: los ojos fueron reemplazados por joyas azules de un fulgor indescriptible y la piel lechosa colgaba en carnes flojas. Apestaban a mercurio, madera vieja, huesos molidos y venenos. Eran cadáveres manipulados con magia negra.
Había escuchado historias de sus superiores: Kausell Courbet, el Nigromante. Tenía casas en distintos países y una mafia organizada que traficaba objetos misteriosos, criaturas, personas, cadáveres y reliquias. Era un hombre rico, poderoso, sombrío y manchado de terrores. Los seis cadáveres dieron tres pasos atrás con parsimonia mecánica.
Kausell encendió un cigarrillo rojo. Uno de sus anillos de plata tenía una piedra de sangre.
—Mi jefa solicitó que les preste una de mis mansiones—exhaló el humo—. Aunque le debo muchos favores a la Cumbre Escarlata soy un hombre de negocios. Quise conocer la verdad del misterio de Montenegro y enviaron a la Serpiente, pero es un hombre obstinado y no ha querido confesar sus secretos.
Los cadáveres retrocedieron y se dispersaron en direcciones opuestas hasta encontrarse en los rincones del salón como estatuas majestuosas. Vera entornó los ojos y las túnicas escarlatas se volvieron traslúcidas, bajo las costillas amarillentas y la carne negra... existía un corazón de cristal que latía con calor.
La Serpiente dio un paso y habló con voz pronunciada.
—En esa caja encontrarán una túnica del culto y una máscara—contó el mago, su voz portó matices de altanería—. El animal que les toque será su título, así se llamarán, y si mueren... será el último rostro que lleven.
Vera abrió la caja y vio una máscara de plata con un rostro canino y solemne: un chacal. Kiara y Marie también tenían máscaras de plata: un murciélago y un gato. Rebeca levantó su máscara de bronce con el ceño fruncido.
—¿Qué es esto?—Preguntó Alan. Bajo la máscara de madera encontró una varita de espino y una joya blanca del tamaño de un huevo de reptil.
La Serpiente levantó una mano de dedos extendidos.
—Es un cristal alquímico de esencialina—explicó—. Cómetelo, y en tu cuerpo nacerá un pequeño flujo energético parasitario. Para usar la quintaesencia en tu sangre imagina un interruptor.
Alan miró la esfera pálida, brillaba con un fulgor incandescente.
—¿Cuál es el precio?
—Tu vida se reducirá a la mitad.
El joven sonrió, como si hubiera descubierto el chiste detrás de un complicado misterio. Abrió la boca y se tragó la joya. Recorrió la varita con los dedos; era negra, flexible y el mango de marfil tenía ribetes de oro.
—Es posible que tengas pesadillas recurrentes, alucinaciones y cambios de humor—la Serpiente levantó un dedo. Bajo las cuencas de la máscara brillaron un par de ojos aguamarina—. Una vez dentro de tu cuerpo es imposible expulsarla sin dañar tu sistema nervioso. Y si nos traicionas, morirás. Hay mucha quintaesencia comprimida en esa esfera. Es probable... que seas una bomba.
Kausell parecía ansioso, encendió otro cigarrillo rojo.
—¿Cuánto más tendré que esperar?
La Serpiente asintió, extendió sus brazos y las arañas de crisoles disminuyeron su luz hasta apagarse. Las tinieblas los rodearon desde los ventanales pálidos y las sombras crecieron. Vera pensó que se trataba de un mago de oscuridad... Había escuchado historias de asesinos domadores de sombras. Pero también dejó de escuchar y oler... En lo profundo de su cabeza escuchó la voz de la Serpiente. Sus pensamientos se habían reducido.
La Serpiente era un Mortificador: un mago de los sueños y las mentes.
La oscuridad los envolvió con una cortina negra. Estaban parados sobre un océano de aceite negro y sobre ellos brillaba un cielo sin lunas ni estrellas. Incluso los cadáveres sin pensamientos habían desaparecido.
—En las cavernas de Montenegro existe una Puerta de Piedra—una pequeña montaña negra se alzó y se convirtió en un portón formado por dos gruesas losas de piedra con una luna, un sol y varios planetas tallados en la superficie pétrea. La inscripción fue escrita en glifos de un idioma antiguo—. Una leyenda oculta narra la llegada de viajeros de las estrellas a nuestro planeta. Dioses creadores que construyeron estas Puertas de Piedra en puntos energéticos para conectar con otros rincones del universo. Estas Puertas fueron destruidas hace millones de años en una guerra con los verdaderos habitantes de este mundo. Nosotros, los humanos y Cambiantes... fuimos creados como armas de guerra por estos dioses; hasta que finalmente nos rebelamos y construimos nuestra propia sociedad. La última Puerta de Piedra yace enterrada en estas montañas y se abrirá cuando ocurra el eclipse. El misterio del origen del hombre y los cimientos de la civilización se esconde en esas cuevas.
Rebeca estaba pálida. Vio como el sol era cubierto por la luna negra en un baño de sangre.
—¿Y dónde está esa puerta?
—Aún no la encontramos. Ha sido buscada por años y son pocos los que logran encontrar el camino porque siempre está cambiando de lugar. El salón existe, es el lugar al que conducen todos los caminos y las personas sensibles son capaces de llegar allí en sueños.
—¿Y por qué la Cumbre Escarlata quiere encontrar esa puerta?—Vera se cruzó de brazos, desconfiada. Este era su último trabajo y no arriesgaría su vida injustamente—. Algunas puertas deberían permanecer cerradas por siempre.
—Eso es un secreto que no les incumbe—la Serpiente negó con la cabeza—. Su trabajo será encontrar la Puerta de Piedra antes que ocurra el eclipse, o... serán eliminados.
Kausell exhaló una nube de nicotina.
—Me convenciste—señaló a la Serpiente con el cigarrillo encendido—. Pero, quiero saber más. Voy a disponer recursos para encontrar esa maldita puerta. Quiero saberlo todo. Sus superiores tienen que soltar la sopa sobre este misterio—apretó los labios y ladeó la cabeza—. Sé que no lo hacen por amor al arte y el descubrimiento. Ya conoces el dicho: «Nunca hagas tratos con magos negro».
Vera sintió picor en la palma. Allí donde estaba incrustada la espina maldita. Las sombras negras del suelo volvieron a las paredes como seres vivientes y salieron del embotamiento de sus sentidos.
Alan sangraba por la nariz, se limpió la sangre con el dorso de la mano y sonrió con el rostro famélico.
—¡Lo sabía!—Tocó la libreta en su bolsillo—. ¡Mi padre lo escribió! ¡Está todo aquí! Descubrió los planes de los Sonetistas y lo silenciaron. Todas esas leyendas de dioses que diseminaron su semilla por la humanidad... ¡Eran ciertas! ¡Él lo anotó todo en su libreta! Los anunakis no eran dioses míticos. Los primeros humanos fueron diseminados por ellos, y estuvieron en guerra con los reptilianos y otras razas por el control de la humanidad. Se dice que Quetzalcóatl—los miró a todos con el rostro lívido—. Así como otros dioses de apariencia de serpiente... fueron precisamente reptilianos que se acercaron a la humanidad en distintos momentos de su historia.
»Las razas humanas y sus diferencias son dependiendo de los seres de dónde procedemos. Las razas de piel oscura son descendientes de Lyrianos. Así como los nórdicos de los Veganos. ¡Hay mucha información que creí era falsa!
Kausell soltó una carcajada y el humo se le escapó de la garganta.
—¿Los veganos no son los que no comen carne?
Alan se pasó la lengua amoratada por los labios mustios. Estaba sudando profusamente a pesar de la ausencia de calor.
—Veganos, que vienen del sistema planetario de la Estrella Vega. O... el cinturón de Orión—sacó su libreta gastada—. Los Sonetistas no quieren que esto se sepa. Han tomado el control de un mundo de caos y...
—¡Mierda!—Replicó Vera—. ¡Estás tan equivocado que da miedo!
Alan frunció el ceño.
—¿Y qué sabes tú de la verdad?
—¡Porque soy una maldita arqueóloga graduada en México!—Vera levantó la voz. Podría parecer joven, pero tenía treinta y cinco años—. Tu padre copió textos de mitología sumeria mientras tomaba psicodélicos y antidepresivos. ¡Vives en un sueño, maldita sea! ¡Te niegas a creer que tu padre te abandonó!
La Serpiente negó con la cabeza. Su máscara lanzaba destellos plateados.
—¿Cómo sabes todo esto, niño?
—Porque... soy un investigador de la verdad.
—¿Y por qué persigues con tanto anhelo la verdad?
—Porque... sin la verdad, solo tenemos oscuridad.
La Serpiente asintió con la cabeza y chasqueó los dedos. Alan asintió, enérgico... frunció el ceño para concentrarse y explotó. Cubrió de sangre, entrañas y pedazos de hueso a Rebeca y Vera. La joven gritó, horrorizada, con el cabello rizado salpicado de sangre. Donde estuvo parado Alan solo quedaron sus zapatos enterrados en una montaña de carne roja.
Vera se dobló por la cintura y vomitó todo lo que había desayunado.
—¡Mierda, Serpiente!—A Kausell se le cayó el cigarrillo—. ¡Ese pulido costó mucho dinero!
Vera tembló, salpicada de sangre. Uno de los ojos de Alan golpeó sus zapatos llenos de vómito verdoso.
—Te acercaste demasiado, y te caíste. Sin amores, ni rencores. Quizá tuviste razón, niño; existen los tejedores en este mundo de sueños. Aunque, sometido o no... cada quien decide vivir su propio sueño y morir. Y las arañas se alimentan de sueños.
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