Capítulo 6. Balada del Anochecer

Capítulo 6: ¿Cómo aprender a cagar oro leyendo runas en hojas de plátano?

—¡¿Cómo se les pudo escapar el mismísimo Gerard Courbet?!—Los reprendió Mia hecha una furia. Sus bucles negros se estremecían.

Felicia van Deen la miraba cabizbaja. La mujer pelinegra no quería dar su brazo a torcer. Su máscara dorada tenía una sonrisa lobuna.

—Lo lamento, señora Escamilla—se inclinó y sus ojos marrones desaparecieron—. La petición fue atendida por un grupo que se encontraba cerca del edificio. Cuando la noticia llegó a mí era muy tarde. Lo buscamos bajo las piedras, pero había desaparecido.

Mia levantó los brazos y las mangas de su túnica bajaron con estrépito a sus hombros. Annie río por lo bajo, la máscara de ruiseñor ocultaba perfectamente sus facciones.

—¡No tenemos una noticia del maldito Asesino de Magos en ciclos y mi hermano sigue desaparecido!—Parecía que Mia le soltaría una cachetada a la mujer en cualquier momento—. ¡Y ustedes pierden a Gerard Courbet! ¡Por los Dioses! ¡Recapacita! ¡Eres la legítima Castellano del Primer Castillo! ¡¡¡El maldito Primer Castillo!!! ¡No hay título más digno! ¡Seth y Cedric Scrammer se cagarían en sus tumbas al escuchar las tonterías que dejas que pasen!

Felicia contuvo un sollozo y sus hombros temblaron. Haciendo que el busto oculto bajo la holgada túnica escarlata vibrara. Annie enarcó una ceja, divertida. Mia estaba muy estresada, y lo pagaría con aquella pobre diabla.

—Lo siento. Es decir, di lo mejor de mí. Yo... no estudié en ningún Instituto. 

—¡Me importa un carajo que hayas aprendido a cagar oro leyendo runas en hojas de plátano!—Mia agarró a la mujer por los hombros y la zarandeó. Annie estuvo a punto de separarlas—. ¡Fuera de aquí!—La mujer se libró de su agarre, tímida. Giró sobre su eje mirando la puerta del auditorio vacío—. ¡¿Adónde vas?! ¡Ven aquí! ¡Nunca te dije que te fueras!—La mujer se giró, confusa, y dio pasitos ante la inentendible Mia—. ¡Escúchame bien, maldita zorra! ¡Todos sabemos que lo único que haces en el Primer Castillo es tirarte en la cama todo el día con los fuertes y musculosos guerreros que escogiste bajo tu mando! 

Annie soltó una carcajada. Pudo adivinar las mejillas encendidas de Felicia bajo la máscara. Mia continuó con su sarta de puñaladas. Felicia debía aguantar toda aquella mierda, ya lo justificaba su botín y estatus. 

—¡Tú solo quieres follar todo el día! ¡Bien, hazlo! ¡Pero, por favor... Encuentra a Gerard Courbet para poder sacarle toda la sopa!

Felicia asintió, tan roja que su cuello ardía visiblemente y sus orejas echaban humo. Mia la observó cuando salió del auditorio de alfombra morada y pilares revestidos con pinturas. Comenzó a dar vueltas, preocupada. Annie se acercó y puso una mano sobre sus hombros tensos. Mia se quitó la máscara de duende, había estado llorando durante todo su griterío. 

—No es bueno burlarse de los problemas de cama de una mujer—Annie la abrazó y Mia soltó un sollozo—. Tu hermano es el maldito terrateniente del sur. Por supuesto que lo encontrarán. 

—Es lo único que me queda—sintió como las lágrimas mojaban su túnica—. Annie... Los he perdido a todos. He vivido con miedo desde que supe lo de la maldición. Y, cuando finalmente puedo librarme de ella. Es cuando todo conspira para hacerme sentir peor... como si tuviera la culpa de seguir viviendo. Marcus hizo cosas indebidas por nosotros... por mí, para librarme de la muerte. 

—Pero Gerard Courbet no sabe nada sobre el Asesino de Magos—reiteró Annie y la ayudó a sentarse en uno de los taburetes—. Él solo quería alejarse de todo. Estaba cansado de ser perseguido y, cuando al fin encontró un poco de tranquilidad... Vuelve a revivir todo ese infierno.

—Mató a cinco Magos Rojos —Mia soltó otro sollozo y rompió a llorar con el rostro congestionado—. ¡Y yo le eché toda la culpa a la pobre Felicia! ¡Todo es mi culpa! Debí arrestar a Gerard o matarlo esa misma noche. No quiso unirse a la Orden de la Integridad.

Annie negó con la cabeza.

—Gerard está mal de la cabeza—le acarició la mejilla a Mia y sus dedos se llenaron de lágrimas—. Vive en negación. Huyendo de sí mismo. Es malo que ande suelto por allí... pero—no terminó la frase. Le costaba pensar en viejos conocidos como enemigos.

Estuvo aguantando los quejidos de Mia hasta que, la mujer vuelta un erial de lágrimas y mocos decidió encerrarse en su habitación. Últimamente tenía aquella manía... Era extraño de parte de ella. Siempre se quedaba hablando y hablando de su hermano, de la Orden, de lo que esperaban de ella y sus problemas. Pero ahora permanecía encerrada en su habitación hablando sola por horas. Era como si... 

No debía meterse en los secretos de Mia. Mucho menos si ella estaba en tan mal estado.

Annie salió del auditorio. Más allá de ser la asistente de Mia, no tenía un papel rentable en el Fuerte de Ciervos. Lo único que hacía era recorrer los pasadizos del castillo y ayudar en la toma de decisiones importantes. Los magos la miraban desde sus máscaras denigrantes de materiales sin valor. El estatus de la Orden se regía por el material de la máscara. Desde el más alto lugar ocupado por las máscaras de oro hasta las gastadas máscaras de madera pintada.

Annie se quitó la máscara de ruiseñor de un oro macizo con un diseño fino. La túnica le quedaba pesada y el calor era cada vez peor.... Se acercaba el incesante verano. El largo cabello rubio se le oscureció con un tono miel y sus ojos aguamarina, como los de su padre, portaban un matiz nublado. Su vida pasada parecía un cuento de hadas: una niña perfecta que aprendía los misterios de la vida junto a su hormonal amiga Louis Leroy, el bueno de Niccolo Brosse y su amor no correspondido Mia Escamilla. Personajes como el insípido Sam Wesen, el arrogante Camielle Daumier y el inusitado Gerard... parecían formar parte de otro capítulo. Un pasaje tenebroso de su vida que la cambió completamente. Aquella niña sin amor... que había crecido en las sombras de un padre frío se convirtió en la Annie Verrochio que iba contra todos. 

Valle del Rey aburría en su rotunda paz. La Orden de la Integridad influjo un exasperante terror en los habitantes del norte. El crimen se había reducido bajo la mirada tétrica de los magos. Aquellos que se alzaban inspirados por prácticas prohibidas se unían a la Orden en busca de redención. Las puertas abiertas que Mia prestó a los perseguidos, doblaron las filas con adeptos bajo el mando del Rey Sangriento y su junta de consejeros tenebrosos. 

La Sociedad de Magos que los Echevarría formaron como un refugio para la buena práctica del Misticismo renaciente en la Isla Esperanza... parecía un absurdo festival ante la idea de una Orden de la Integridad dispuesta para todas aquellas pobres almas que añoraban formar parte de algo más. Aquellos rechazados, martirizados, rotos, heridos y locos... Todos bajo una misma sede que rivalizaba en variedad, poder y conocimiento con cualquier otro círculo de magos jamás creado. La visión del Culto del Gran Devorador, ahora resguardaba la isla de sus más efímeros terrores.

Annie bajó los peldaños, pérdida. Aún no conocía el castillo lo suficiente... le parecía un inmenso cuartel de piedra con pasillos infinitos y puertas misteriosas al doblar la esquina. Su habitación quedaba bajo la torre de Mia. Pero, había despotricado en silencio contra su superior, perdiéndose en pensamientos anonadados por una irrefrenable necesidad de desahogo. No tenía a nadie con quién hablar. Los magos de aquel lugar eran hombres y mujeres amargados que tenían un pavor sensato por la señora Miackola... y por lo tanto, a ella también: la misteriosa, callada y rebelde Annie Verrochio.

Buscó una salida de aquel pasaje desconocido. Estaba harta de aguantar todo el día los disparates de Mia. Quería llegar a su habitación, darse un baño, tirarse desnuda a la cama y jugar con sus partes íntimas hasta que el fiero orgasmo le permitiese contemplar el sueño. No entendía el tabú que sentían otras jóvenes al masturbarse, aquello era tan relajante y hermoso... No necesitabas de ningún hombre estúpido para hacerte llegar hasta los rincones más altos del placer. Tocándose había sentido cosas que ningún hombre le había enseñado. Podía conocerse y descubrir con sus dedos una infinidad de posibilidades. 

Tenía hambre. Mia no cenaba, por lo que la arrastraba hasta sus preocupadas dietas. Pero Annie tenía un apetito voraz, y por mucho que comiera, no engordaba ni una libra de más. Seguía teniendo un cuerpo delgado y piernas flacas como palos. Sus senos parecían dos sacos gastados y vacíos. Nada que ver con las grandes manzanas que Mia llevaba escondidas en su túnica. Lo único femenino que Annie tenía era el cabello largo, porque hasta sus caderas tenían protuberancias huesudas poco estéticas y estrías tan marcadas como las grietas de una vieja muñeca de porcelana.

¿Cómo llegaría a la cocina? Afinó su olfato buscando alguna especialidad en el aire. Pero solo encontró trazos de amoníaco y otras sustancias peculiares en el aire viciado y frío del pasadizo. Caminó por aquel recodo hasta perderse en la oscuridad. Encontró un pequeño pasadizo sin luz en el que tuvo que ajustar sus ojos a la oscuridad... Era estrecho y caminó con la cabeza baja hasta llegar a una salida abrupta. Olía a químicos y sangre en una dirección.  Abrió una puerta gastada y entró en un pequeño laboratorio con dos personas. Eran un anciano de ojos grises y túnica negra, y un hombre rubio de ojos dorados. El anciano parecía concentrado en su labor. El cuerpo muerto de una mujer yacía sobre una mesa con varias sustancias apiladas a su alrededor. La mujer llevaba un embudo metido en la boca y el anciano, con dos gruesos guantes que le llegaban a los codos y un grueso pañuelo en torno a la boca... vaciaba un recipiente de un líquido plateado brillante en la abertura.

Junto a ellos había una mesa con cristales, cordeles con agujas, frascos con sustancias químicas de olores penetrantes y toda clase de instrumentos ensangrentados. El rubio se quedó mirándola fijamente, se veía sereno ante el anciano, como si estuviera viendo un entretenido juego de marionetas. Annie mostró una mueca de asco. La mujer usaba una túnica escarlata, sus cabellos morados estaban salpicados de sangre y su frente abierta rezumaba pequeños trozos de materia gris. Ella era...

—La profesora Anabella van Maslow.

Annie se cubrió la boca con una mano. Los dos sujetos notaron su presencia. El rubio alto de vestimenta negra la miró con severidad, estudió su rostro y sus labios dibujaron una línea fina. El anciano detuvo su macabra labor.

—¿Giordano? 

—Tenemos a un pequeño pajarito atrapado en la tormenta—sonrió, lobuno, el alquimista.

—Pero si es Annie Verrochio—El anciano la miró, se bajó el pañuelo revelando una sonrisa frívola con todos los dientes blancos—. Es igual al viejo Friedrich.

—¿Conoce a mi padre?

—Lo conocí bastante bien—musitó, entusiasmado—. Era un hombre fantástico con ideas extravagantes. Con frecuencia, se me aparece en sueños. Me pide consejos para cruzar... Le cuesta trabajo dejar cosas atrás. Y le respondo que no tengo idea de qué me hablas. ¡Tiene una eternidad para averiguarlo!

—Beret—el hombre de ojos dorados la miró, estudiando su rostro—. ¿Esta es la pequeña princesa Verrochio?

—Ha crecido bastante, ¿no? Miackola la tiene bajo su mando porque quiere cederle el puesto de comandancia. Friedrich estaría feliz de ver lo alta y hermosa qué es. Quédate, pequeña, le estoy enseñando a Giordano los secretos de la nigromancia. 

Annie tragó saliva. El anciano se acercó a la mesa y tomó uno de los cristales pálidos que brillaba sutilmente ante la lámpara de litio que colgaba del techo. Con los dedos, introdujo el trozo de cuarzo en el cerebro abierto de Anabella. Cogió una aguja del tamaño de un dedo con un grueso hilo negro, y cosió aquella herida, penetrando en el hueso y los sesos del cadáver hasta cerrarla. Las suturas, hábilmente anudadas, llegaban hasta el puente de la nariz. El anciano cogió otro cuarzo y lo introdujo en el pecho abierto del cadáver. Le quitó el embudo de la boca.

Annie detectó electricidad flotando por la habitación. Los guantes manchados de Beret desprendían finas corrientes energéticas. Cuando tocó las sienes del cadáver, los dedos de las extremidades de Anabella se movieron... Abrió unos ojos oscuros y aterciopelados. Sin vida. El rostro pálido de la mujer no mostró emoción, sus mejillas hundidas y sus labios oscuros no se movían. Lo único imberbe eran sus ojos oscuros, que poseían cierto brillo antinatural.

Beret los miró con una sonrisa divertida.

—Es sutil, mucho más que los métodos del Chacal—se quitó los guantes, revelando manos arrugadas y manchadas—. El mercurio responde a las señales energéticas que el cuarzo proporciona a través de un puente de conexión—se señaló la frente—. La energía responde a la energía. Todo es vibración.

Giordano se encogió de hombros.

—No es diferente de la Conversión Energética de Manipulación—sonrió, viendo a Annie—. Un títere y un titiritero.

—Que difícil eres.

Giordano estudió los ojos de Beret.

—Lo que el Chacal logra con sus conjuros—su sonrisa se borró—. Va más allá del Misticismo Ortodoxo. Tratas de imitar con Alquimia a un... ser trascendental. ¿Qué es el Chacal? ¿No es humano? Beret, tienes tantos años y no lo entiendes... Es un alma pérdida que sacrificó todas sus piezas.

Beret le sonrió, burlón.

—¿Tú sabes lo que quiere?

Giordano asintió con la cabeza.

—Lo consiguió—giró sobre su eje y miró a Annie—. A tu padre no le hizo mucho bien hacerle caso. Beret puede meterte ideas en la cabeza que te doblegaran.

El anciano sonrió y aplaudió, sereno.

—Que amable eres, Giordano.

Giordano salió de la habitación y Annie fue detrás de él. Era una cabeza más alto que ella. Usaba la capa negra de los alquimistas, guantes y botas altas. Annie lo siguió, pegándose a su capa de oscuridad con la máscara en la mano. Atravesaron aquellas habitaciones secretas. Esperaba que le llevará a una salida. Giraron por una escalera hasta un nivel inferior y... el frío le atravesó la túnica sin piedad. Comenzó a temblar. Giordano la miró y soltó una carcajada.

—¿Tienes frío?

—¿Por qué me trajiste aquí?—Se abrazó a sí misma.

Giordano la llevó hasta una cámara adornada con lámparas rellenas de piedras brillantes de color azul que desprendían nubes de vapor. Parecían absorber todo el calor de los cientos de frascos apilados en conservas de formol. Había cabezas de todos los tamaños, miembros amputados, ojos, rarezas, fetos, gusanos de tamaño anormal que se removían en frascos. Otras tantas mesas con libros, papeles viejos e instrumentos de metal. En una mesa sobresalía una plancha de oro con grabados superfluos y un montón de anotaciones en papeles.

—Si tienes frío, acércate—la llamó el alquimista. De pie, frente a un aro de luz cálida que caía de una lámpara de litio. Annie se acercó para ver, encontrando una jaula de vidrio con toda clase de huevos curados con cinta, yaciendo en acerrín. Una burbuja de vidrio colgaba sobre ellas, con una llama diminuta suspendida al vacío. Era muy cálido. Tenía huevos de todas las clases: de gallina, de reptiles, de pájaros y otros gigantescos que no podía reconocer. 

—¿Qué son?

Giordano se metió las manos enguantadas en los bolsillos. Su cabello lanzaba destellos de oro.

—Los alquimistas dedican su vida a descubrir las verdades de la existencia—parloteó, con una sonrisa—. Descubren sustancias y las aplican. Dedican años a la búsqueda de la piedra de los filósofos. Aprenden. Enseñan. Van contra las leyes de la naturaleza. Se arrastran por el suelo intentando ser dioses. Crean... vida. 

Annie palideció. De repente, recordó aquella figura de ojos dorados que apareció desde las sombras durante el armisticio. El hombre de negro y ojos dorados. El Homúnculista. Lo miró a los ojos... No parecía diferente de otros hombres. De niña, creció escuchando historias de monstruos creados por el Homúnculista que vagaban por el Bosque Espinoso. Monstruos reales. Le recordó a Camielle y su inherente necesidad por demostrar su maldad. Sabía que todos los malvados guardaban cuantiosas cantidades de dolor.

—Giordano Bruno—susurró...

—No saliste corriendo—el hombre se iluminó—. ¿No me tienes miedo? 

Annie negó con la cabeza.

—No me importa quién eres. He vivido demasiadas tragedias como para asustarme con simples personas: guerras, batallas, masacres y pestes. La muerte es siempre la misma. Hubo épocas que inspiraste terror.

—Épocas de reyes grandiosos y monstruos como yo.

—Pero ahora solo me causas lastima—dijo, duramente. Giordano le dedicó una mirada severa—. No avanzas... Sigues estancado en el mismo lugar. Eres un rechazado que se niega a aceptarse.

Giordano dio zancadas violentas hasta ella. Pero no le tuvo miedo, solo era un hombre indefenso, pretencioso y ególatra. Había matado a peores que él. Si se atrevía a pegarle, le destrozaría el corazón en mil pedazos con solo estirar la mano. El hombre se detuvo ante ella, con una mirada suplicante. Cuando habló, su voz no fue de reproche... solo de tristeza

—¿Nunca le has preguntado a un rechazado como se sentía?—Sus ojos se cristalizaron y Annie se sintió muy vulnerable—. ¿Cómo fue que te rompiste? ¿Qué piensas? ¿Cómo estás? No. Nunca te has imaginado lo que sería ser uno de esos rechazados. Un tipo cuyo grupo aleja. ¿Tendrá sentimientos? Por supuesto que no. No le importas a nadie. No eres nadie especial. Solo eres el sujeto que camina por los bordes, mirando al abismo de la soledad y esperando que alguien te sonría. Es... tan abrumador. Odio sentirme así, pero no puedo hacer nada. Todos me rechazan. Ninguno se detiene a pensar que también puedo sentir mucho dolor. El dolor de los rechazados es mayor, pero más silencioso. Yo... sufro mucho porque en el fondo, siempre albergo esperanzas de ser aceptado. Todos creyeron esos rumores de mí, y... terminé haciéndolos realidad.

Un nudo en su garganta la hizo sentirse terrible. Nunca esperó sacar aquello de un personaje tan terrible. Pero solo era un hombre... O más bien, un niño que solo hacía cosas para no aburrirse. Annie extendió los brazos y envolvió su torso en un abrazo. Respiró un aroma a químicos, y jabón. Giordano dejó caer el mentón sobre su cabeza y la dejó abrazarlo.

—Lo siento—restregó su cara contra su pecho—. Todos te tratan mal. Nadie te ha querido.

Escuchó que algo se rompía. Dio un respingo. Giordano miró uno de los huevos. El más grande crujía y pequeñas grietas aparecían en su superficie. El alquimista tomó unas pinzas y levantó el grueso cristal. Cogió una botella del tamaño de una cabeza y... abrió aquel huevo. Annie sintió una repulsión terrible... sus piernas temblaron. Pero, aquello logró hipnotizarla. Giordano extrajo un gusano alargado y negro del huevo y lo depositó  en el frasco. El animal comenzó a golpear el frasco intentando escapar.

—¿Eso... son los homúnculos?

—Sí—selló el contenedor con un tapón y volvió a colocar la jaula de vidrio sobre los huevos—. Estoy estudiando la alquimia antigua—se acercó a la plancha de oro. Annie detalló Maeglafia desconocida en su superficie y dibujos ininteligibles de criaturas—. La Alquimia de la Vida. Es una rama que pocos adeptos estudian por sus complejos módulos. Una rama prohibida, hasta que el rector Comodoro me dejó estudiar a los homúnculos. A la vida fragmentada. Pero, no es solo eso... Esta vez iré más allá. Crearé seres inmortales que doblegaran naciones. Se trata de crear especímenes con diferentes partes de animales. Forjar criaturas de la talla de dioses impíos.

Annie repasó sus dedos por los dibujos de gusanos gigantescos.

—Los engendros del rey Julián Sisley—susurró.

—Exacto—Giordano comparó el frasco con otros, pero los gusanos en ellos estaban muertos o tenían dos cabezas—. Siervos capaces de doblegarse. 

Annie levantó una mano, y sus dedos buscaron instintivamente una capa negra que una figura alta y oscura portaba con orgullo. Se aferró a ella con un sentimiento de calidez. Respiró el aroma de los químicos alquímicos, las heridas y las preocupaciones. Una calma se apoderó de ella enervando sentimientos que había enterrado. 

—¡Estás loca!—Los ojos de Mia estuvieron a punto de salirse por los agujeros de la máscara.

Los magos que los acompañaban movieron sus cabezas a ellas.

—Baja la voz—la reprendió Annie por lo bajo. La caja de madera rechinaba, se giró a Mia. 

Los Magos Rojos del Primer Castillo dirigidos por Felicia van Deen deambulaban fuera del carruaje como autómatas solemnes. Mia quiso ir a pie, pero el calor del verano era insoportable y las calles desoladas de la hora muerta podrían ser impredecibles. Felicia las miraba con los ojos vivaces detrás de la máscara dorada de lobo risueño.

—¡Estás viéndote con el Homúnculista!

—Cállate—la chistó. Annie se quitó la máscara. Mia hizo lo mismo y sus bucles negros cayeron sobre sus senos—. Giordano es muy amable e inteligente. 

—Es peligroso...

—Él es mucho más que los rumores que cuentan—sonrió, esperanzada—. ¿Sabías que le gusta mucho la música y las historias?

—Annie...

—Ya sé.

—¡No!—Mia la tomó de los hombros y la giró—. No... quiero que te haga daño. Te estás viendo a escondidas con un loco impredecible. 

—Voy a estar bien. 

Mia le dio un beso en la mejilla que le hizo cosquillas.

—No quiero que te confíes.

—Ya sé.

—Además—Mia le apartó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Es muy grande para ti.

—¿A qué viene eso?—Annie frunció el ceño.

—Ya sabes lo que prometidos.

—Sí—Annie resopló—. Si las dos seguimos solteras a los treinta, nos casamos. 

Mia sonrió y se mordió el labio.

—Así me gusta.

—¿Cómo es el Homúnculista?

Las dos habían olvidado que Felicia estaba en el carruaje mordiéndose las uñas. Se había quitado la máscara y su rostro sereno tenía una sonrisa pícara.

—Pues—Annie miró al techo del carruaje. Comenzó a jugar con un mechón dorado—. Es muy callado y se distrae con facilidad. Es muy frío, pero tiene una risa muy cálido. Le gusta escucharme hablar sobre todo lo que he vivido. Pero no me da muchos detalles de su vida. Debió haber sido muy dolorosa. No creo que sea peligroso, es decir... Nunca ha intentado hacerme daño, pero...

No quiso seguir hablando de aquello. Le prometió a Giordano que no se lo contaría a nadie. Las dos mujeres se quedaron mirándola... esperando que siguiera contando detalles de él. Pero tampoco lo conocía. Solía encontrarlo en su laboratorio trabajando en un nuevo espécimen. Lo ayudaba con sus habilidades energéticas y le ofrecía su esencia. A él no le parecía molestar su presencia y Annie disfrutaba pasar tiempo con alguien que no fuera Mia.

Llegaron al almacén y se bajaron del carruaje. Estaban en la calle Estrella junto a la montaña Vidal con vista a la Iglesia del Sol, que portaba diferentes blasones de dioses en apogeo. Allí la calle era de tierra y los edificios se apretujaban, luchando por el espacio. Habían bodegas, almacenes, posadas destartaladas y cantinas de mala muerte. Era uno de los barrios feos de la ciudad y los bandoleros se paseaban armados con semblantes curtidos por el sol. 

El almacén se alzaba con el techo cayéndose a pedazos. Las paredes de madera fueron lamidas por las llamas de un viejo incendio y de las ventanas solo quedaban marcos podridos. 

Felicia se puso la máscara y llamó a su desfile de magos de máscaras plateadas: un perro, un zorro y una serpiente. Una búho de madera los acompañaba como rastreadora. Aquella pequeña maga tenía una percepción sensible de las energías cuantiosas. 

La búho se inclinó ante la entrada del edificio con las yemas de los dedos pegadas al suelo. Habían personas particularmente sensibles a los cambios iónicos en su campo estático. Estos eran los rastreadores; personas con caracteres únicos para la detección de fluctuaciones anómalas.

—Aquí están, señora—la búho tenía una larga trenza castaño rojizo. Tenía la estatura y edad de Annie, pero no recordaba haberla visto en el Jardín de Estrellas.

—Miev encontró su escondrijo—contó Felicia, decidida—. Hemos estado persiguiendo a alborotadores durante semanas—se dirigió al perro por el nombre de Zacarías.

El mago alto se dirigió a la entrada obstruida por tablas y remango su túnica... mostrando antebrazos delgaduchos cubiertas de glifos indescifrables. Era esbelto como una lanza y sus extremidades largas. Pronunció una Imagen Elemental por lo bajo y la corriente del aire se descontroló... La túnica se le levantó hasta las rodillas y en sus oídos zumbaron mil huracanes. Apestaba a pelo quemado. 

El portón sellado se deshizo en cientos de pedazos cuando un relámpago purpúreo brotó, con estrépito, de las manos de Zacarías. Dentro, el almacén era mucho más grande lo que aparentaba; tenía puertas clavadas, pilares derruidos y secciones vueltas abajo. En el lugar reinaba un desorden catastrófico de cajas y destrozos. 

Miev tocó las paredes en busca de trazos de esencia, pero no encontró nada.

Annie vigiló los alrededores en busca de algún indicio. Estaban buscando un aquelarre de magos negros que secuestraba personas desde el invierno pasado. El informe reportó a seis desaparecidos... Siempre alegando que se trataba de magos negros que se fundían con las sombras. Dos de los desaparecidos aparecieron desmembrados y deshuesado... Eran pieles podridas. No eran simples conjuradores de maldiciones. Estos, debían ser ritualistas que invadían el umbral donde el Misticismo se convertía en herejía. Una frontera que solo se atravesaba con el sacrificio de la humanidad. 

Mia se estaba arriesgando al exponerse a tan peligrosos enemigos, pero era la Terrateniente del Norte y tenía que velar por la Orden de la Integridad. Organizó un grupo pequeño con los mejores magos a su disposición. Una buena parte de los activos estaba buscando a Gerard Courbet: subiendo lomas, revisando granjas, cuevas y encontrando una red de túneles desconocida que atravesaba la Ciudadela. 

La Orden se dividía en sedes por toda la isla. La mayoría se concentró en el Instituto que llevaba a cabo la experimentación el experimento de sangre en el pueblito construido. Mia tenía alrededor de cincuenta magos entrenados, distruibos en el Primer Castillo y el Fuerte de Ciervos. Todos buscando, cazando y persiguiendo a un hombre que desaparecía en las sombras del mar.

Annie levantó un retrato con la pintura estropeada No entendía aquella imagen. Eran un hombre y una mujer... con las piernas entrelazadas en su cintura y ambos tenían rostros deshechos en placer. Sus mejillas se encendieron y lo dejó caer en el suelo cuando Felicia los llamó. 

Annie se acercó, escondiendo el sonrojo detrás de la máscara... Últimamente se sonrojaba con cada imagen erótica que veía. Sentía aquel calor envolviendo sus mejillas, senos y piernas. Ser una joven hormonal era terrible para el sentido común.

—Es falsa—alegó Felicia golpeando una pared de tablas de madera con sus nudillos blancos manchados de hollín. Estaba hueca—. Debería estar rellena de ladrillos cocidos... Pero no—se acercó aún más, tocando con firmeza la superficie delgada—. Hay una pared de barro adentro. El relleno es diferente. Además, debe haber un vacío entre esta pared y un pasadizo—explicó, la loba. La mujer se detuvo y colocó las manos en la pared, se concentró, y—... Una estatua se deshace, llevada por el viento—evocó en un susurro. Las tablas rezumaron polvo oscuro desde sus rendijas y la pared se deshizo en un fino material ferroso a los pies de Felicia. Arena grisácea.

Aquella pared falsa conducía hasta una escalera de caracol. Todos descendieron por aquella abertura circular hasta las entrañas de un obscuro e intrincado corredor con olor a humedad. Felicia encabezó la formación con una Proyección Luminosa color malva suspendida su mano derecha para iluminar las tinieblas. La seguía Miev con los hombros tensos. El zorro de nombre Jonás que no dejaba de mirar atrás. Francis, una rubia que llevaba la máscara de serpiente y la varita inquieta. Mia jugueteó con sus dedos, turbia. Annie inmersa en sus pensamientos y Zacarías, que iba el último, dejaba pequeños símbolos grabados en las paredes con trazos de esencia ionizada para no perder el camino.


Annie nunca había visto la Evocación Elemental de Distorsión de Sólidos. Benjamín Farrerfor, el profesor de Evocación... explicó que aquella era una de las ramas más complejas del Misticismo de Segundo Nivel. Implicaba la transformación y división de la materia a un nivel minúsculo. La disolución de sólidos correspondía en separar cada gramo de una sustancia mediante una potente frecuencia energética. Los estudiosos que dominaban esa modalidad podían transformar, dividir, pulverizador, fijar y unir la materia sólida. 

Felicia no solo era una ninfómana incontrolable, también era uno de los pocos magos que dominaba la constitución de la materia. Era una mujer peligrosa. Por eso, reconoció Annie, fue nombrada Castellano del Primer Castillo. Pero, no podía sacarse una duda de la cabeza.

—No recuerdo haber escuchado de Felicia van Den en el instituto—le dijo a Zacarías.

—Es porque ella no estudió con los hijos de los nobles—le reprochó el alto.

—¿Pero... cómo es posible que dominar un arte tan complejo?

—Es autodidacta—Zacarías se pasó una mano por la espesa mata de rizos castaños—. Su padre era un mago errante y comerciante de libros ocultistas... Provienen de una familia de magos arruinados. Todo lo que aprendió fue de ellos, hasta... que la Sociedad de Magos los eliminó por robó de manuscritos. 

—Tampoco recuerdo haber visto a Miev.

Zacarías se encogió de hombros.

—Es una de las niñas que secuestraron las brujas del Bosque Espinoso. No sé mucho de ella porque casi no habla. Sé que no posee el flujo energético propio de un mago. Aunque, es una rastreadora hábil que se escabulló por el bosque. 

Annie guardó silencio. Sabía que la Orden de la Integridad estaba conformado por brujas, magos errantes y negros en busca de protección. No quería seguir indagando, no con Zacarías, había visto los tatuajes en sus manos. Debió ser un mago negro o un asesino. 

El hombre se acercó a una pared, posó una mano y un destello plateado dejó un glifo cincelado con partículas ionizadas. La máscara de ruiseñor comenzó a incomodarle... respiraba un aire pesado y vaporoso. Annie vio una luz y un espacioso recinto se abrió paso ante ellos. El techo alto se perdía en la oscuridad del espacio. Las lámparas de aceite rancio lanzaban destellos de un macabro hallazgo. Un altar de huesos: largos humeros, pequeñas tibias y cráneos húmedos formando una figura humana de muchos brazos y cabezas. Hogueras ardían en platos de acero. Figuras envueltas en prendas de huesos los advirtieron. En el suelo se apilaban trozos de huesos, cabello y grasa. Encontraron la secta.

Mia se adelantó, echando chispas y asqueada. El tumulto de hombres vestidos con huesos pareció ensombrecerse. Escuchó como armaba


—¿Qué carajos significa esto? 

El gigante de hueso tenía una calavera tan grande como una calabaza. Más grande que la de cualquier persona y... dos piedras rojas brillaban en sus cuencas vacías. Uno de los hombres se acercó a ellos... El crujir de su coraza ahogaba sus pasos. Los huesos lo hacían parecer robusto, pero era sumamente delgado y apestoso. Llevaba un pesado relicario de oro con un sol, lunas y varios planetas. Debía ser un sacerdote.

—Váyanse o destruiré sus mentes—sus palabras fueron pesadas. Annie se sintió nadar en una burbuja de tinieblas... Miró aquellos ojos brillantes bajo la calavera que cubría su rostro y fue incapaz de resistirse. Dio media vuelta y sus pies comenzaron a caminar.

Zacarías la tomó del brazo y aquel estado brumoso desapareció de su conciencia. Annie sintió un mareo. La sensación fue desapareciendo hasta que volvió a mirar a Mia. La mujer estiró su brazo y un látigo cayó al suelo. Con un rápido movimiento, envolvió al sacerdote por el torso y lo derribó. Annie sintió una descarga en la cabeza y su cabello se erizó. Un resplandor purpúreo cortó la oscuridad hasta ella en un segundo. 

Zacarías la apartó de un empujón y atrapó aquella centella con las manos desnudas. Los tatuajes en su piel brillaron y... desvió la energía galvanizada con un ímpetu glorioso. Aquel relámpago se perdió en el techo del recinto desprendiendo una lluvia de polvo y piedritas. 

Annie rodó por el suelo, clavándose algunos huesos en la piel. Pero cuando se palpó, solo sintió unos rasguños. Jonás levantó sus manos en una oda y el fuego de las calderas se alzó hasta los sacerdotes, envolviéndolos en un abrazo de colores brillantes. Las saetas volaron hasta ellos. Felicia desvió la lluvia punzante con su reflejo mientras Miev se escondía en su espalda. 

Jonás continuó calcinando a los sacerdotes con movimientos armoniosos de sus brazos y Zacarías los partía en pedazos con rayos de sus manos. 

Annie escudriñó a la estatua de huesos. Era tan... horripilante. Pero no podía dejar de mirar. Aquellas ojos rojos la consumían... Sintió una rabia terrible. El fuego la llenó de vida y la nubló. Se convirtió en un monstruo negro gigantesco con un grueso pelaje ensangrentado. Su boca estaba sedienta. Sus molares convertidos en colmillos querían desgarrar carne y...

—¡Annie!—La llamó Francis. La mujer la cobijó en sus brazos y sus ojos verdes lanzaron destellos dorados bajo la máscara de serpiente—. Ven conmigo, te vas a quemar.

Había caminado impávida al fragor de la batalla. Jonás con sus gestos le ordenaba al fuego dorado que se convirtiera en formas salvajes... Veía las flamas brillantes danzar en forma de lobos salvajes y serpientes saltarinas que acechaban a sus presas. Los hombres ardían entre gritos y los huesos saltaban en chisporroteos. Parecían bailarines envueltos en sedas rojas, anaranjadas y amarillas. Demonios danzarines que eran cazados por animales que les arrancaban la carne a dentelladas candentes. Annie hizo un esfuerzo terrible por no mirar las estrellas rojizas de aquel gigante construido. Sabía que podía perderse con facilidad en aquella atracción misteriosa. 

Francis con un brazo sobre sus hombros la condujo hasta Mia, que tenía al sacerdote sometido con un látigo. Jonás y Zacarías se acercaron al momento... Olían a cenizas, a carne chamuscada y pelo quemado. Felicia contemplaba las llamas y los cadáveres consumidos que soltaban quejidos. Miró al gigante, negó con la cabeza y clavó su mirada en el suelo. 

Mia le soltó una patada en la boca al sacerdote. Los dientes del hombre salieron volando en una explosión de sangre.

—¡¿Dónde están?!—Interrogó. La máscara de huesos se partió. El hombre respiró con dificultad e intentó hablar con voz pausada, con cada entonación se sintió descender a un nivel profundo de ensoñación. Mia se agachó y acercó una mano a la cara del hombre. Murmuró una Proyección de Calor y derritió los restos de huesos en la cara del sacerdote, hincó un dedo en uno de sus ojos hasta que reventó con un reguero sanguíneo. Los gritos de dolor fueron terribles, pero el aturdimiento desapareció—. ¡No intentes indagar en mi mente, miserable maldito! ¡Te aseguro que no es un lugar tranquilo!

Continuó quemando el rostro del sacerdote con sus dedos brillantes hasta que la sangre cubrió aquel rostro marchito. Mia lo soltó y esperó, pacientemente... a que dejara de jadear.

—Matamos a todos tus adeptos, maldito mortificador. Esos ya no eran hombres, eran simples sacos de carne con mierda en la cabeza. ¿Te costó mucho vaciar sus mentes?—El látigo que envolvía al hombre se cerró, arrancando una oleada de gritos de desesperación y asfixia. Annie entornó los ojos y descubrió que eran serpientes de sulfato mezclado con metales conductores—. ¿Qué hicieron con las personas que secuestraron?—El hombre no quiso responder y Mia acercó una mano cubierta de llamas rojizas hasta aquel rostro deshecho. El sacerdote gritó, horrorizado—. ¡Ni se te ocurra!

Mia suspiró profundamente y clavó sus ojos oscuros en algo más allá de lo que todos podían ver. El hombre frunció el ceño, estaba levantando barreras mentales y escondiendo clavijas dentro de su cabeza. Mia posó sus dedos en la sien del mortificador. Hubo un minuto de resistencia... la nariz del hombre sangró cuando sus vasos se reventaron por el esfuerzo. Gritó adolorido, su ojo lloró lágrimas rojas. 

Los ojos de Mia perdieron brillo, podía sentir la violencia y la maldad reinando en aquellas cuencas infinitas.

—Eres un cerdo...

—Muertos—jadeó el hombre. Su cabeza temblaba y la sangre que brotaban de su boca se mezcló con saliva sanguinolenta—. Alimento para el... Señor de los Huesos. 

—¿Llaman Señor de los Huesos a ese dios deforme?—Mia se detuvo, mirando los ojos rojos de la calavera. Eran dos estrellas eternas que ordenaban propuestas monstruosas. Levantó la manos cortando la conexión con aquel decrépito hombre. Unió sus palmas en un aplauso y un fiero destello de relámpagos púrpuras emergió de la oscuridad—. ¡Un árbol negro sin hojas a la luz de una luna azul!

El plasma hirviente destruyó al Señor de los Huesos con una descarga de partículas ionizadas. Annie escuchó el ladrido de muchos perros y el aroma a hierro caliente. Aquella parte de Mia: violenta y déspota... La asustó.

La mujer se irguió, con los dedos largos cubiertos de humo rosáceo.

—No tengo motivo para dejarte vivir—proclamó—. Te convertiste en un paria, y decidiste usar tus poderes mentales para armar tu culto depravado. 

Felicia se acercó con el semblante sombrío bajo la máscara. Se inclinó sobre el hombre y una mano pequeña se aferró a su cuello mientras susurraba una Imagen Elemental. El sacerdote gritó, pero en medio del grito su voz se evaporó... convertida en un gorgojeo. Su garganta se convirtió en polvo rojo, sus mejillas se deshicieron en cúmulos arenosos... Su mandíbula quedó desnuda, mostrando los músculos faciales y el cráneo.

Annie dejó escapar un gemido de cansancio.

Francis la giró... de forma que no pudo ver como el cuerpo se desintegraba en instantes. Solo quedó un rastro de polvo rojizo que despedía un olor ferroso. Las serpientes oscuras se acercaron a los ruedos de la túnica de Mia y desaparecieron en sus piernas.

Annie la miró boquiabierta. Mia llegaba a la cúspide del Segundo Nivel al dominar el Misticismo Mental. No sabía que era una Mortificadora; magos capaces de doblegar la mente eran escasos. Si ella podía bloquear los pensamientos de aquel mortificador, también podía realizar una cuantiosa cantidad de proesas mentales. 

Mia la asustó. Los mortificadores tenían esa influencia en todos sus conocidos. Su poder era capaz de haber influido en sus pensamientos. 

—¿Por qué tan callada?—Le preguntó. Annie caminaba a su lado. En silencio, inmersa en cavilaciones sobre los secretos que guardaba. Mia se puso a su lado, se quitó la máscara de forma que notó el rostro inyectado en sangre—. ¿Qué tienes?

—Yo...

—Ya veo—Mia la miró con una sonrisa lastimera. Sus manos aferraron sus hombros con dulzura—. No te preocupes. Nunca usaría mis poderes para entrar en la mente de mis seres queridos. Hoy tuvieron mucha suerte—Mia miró a los magos que la seguían. Parecían fantasmas rojos—. El Camino de la Mente es un estudio complicado del Misticismo. Si yo no hubiera estado aquí... Todos formarían parte de aquel gigante de huesos descarnados.

Annie miró a los magos del Primer Castillo: Miev se había orinado del susto, Felicia no decía nada, Jonás y Zacarías se dirigían miradas impasibles. Todos ellos eran Magos Elementales de segundo nivel. Si Mia no hubieran estado allí con su bloqueo mental. Todos... hubieran alimentado al Señor de los Huesos. 

Mia Escamilla mezclaba el conocimiento elemental con sus capacidades mentales, convirtiéndose en una de las candidatas para llegar al último nivel. Annie arrugó el entrecejo. Eso era simplemente impensable. El tercer nivel era un sueño, el cual, ni el ritual más inhumano podía concebir. Era la cúspide del Misticismo. 

No fue hasta que estuvieron solas en el carruaje que se atrevió a hablar.

—No sabía que eras una mortificadora.

Mia soltó una risita.

—Annie—la regaló una sonrisa lobuna impropia de ella—. Yo pertenecía al Primer Castillo. Para formar parte de aquella guarnición debías ser un genio. Sir Cedric nos enseñó que la virtud de un mago descansa en su sutileza. No soy la Jefa de la Orden de la Integridad por conveniencia, ni por mi inconmensurable belleza o... los besos increíbles que doy. 

—Cuánta autoestima—una sonrisa se dibujó en su cara.

—¿Quieres probarlos?—Mia se lamió el labio inferior—. No te desvíes del tema, Annie. Damian Brunelleschi me nombró la líder porque le demostré la firmeza necesaria para dirigir. Un día... Cuando yo no esté en este mundo—Annie se puso triste de solo pensarlo—. Quiero que alguien de voluntad y tacto necesario ocupe mi lugar—le apartó un mechón de la oreja—. Es un don. Pero no lo utilizó con cualquier persona, porque no es correcto. Y... no puedo frenarlo. Forma parte de la maldición del brujo Acromantula. Está en mí sangre. Cada vez que dejó salir esa parte de mí, terminó destruyendo la mente de quién poseo. Puedo bloquear los pensamientos punzantes de los mortificadores, puedo robar recuerdos y... destruir mentes. La maldición generacional de los Escamilla. Esa oscuridad interior. Esa necesidad de consumir los recuerdos de una persona hasta que la sobrecarga mental convierta sus sesos en puré. Pero, nunca lo usaría con alguien inocente.

—Enséñame a hacerlo—dijo. Los gritos de aquel hombre habían sido de desesperación. Había presenciado a Mia en su peor fase; consumiendo la mente de unas persona—. Así podré detenerte cuando pierdas el control. 

—Annie—Mia se mordió los labios. Sabía que quería lo mejor para ella.

—Y podrás explorar tus poderes. Tu... magia no se perderá.

—No es tan sencillo. Yo nací con esta habilidad, pero...

—Hazlo—Annie acercó su rostro al suyo. Podía oler aquella cascada de fragancias que despedía su esencia... El olor a libros viejos de una biblioteca que había olvidado. ¿Estos eran sus más efímeros pensamientos?—. Te doy permiso para destruirme, si de esa forma puedes reparar tu dolor.

Mia acercó sus labios. Por un momento, creyó que la besaría. Uniendo sus bocas con un suave, dulce y tierno beso. Pero solo le dio un beso húmedo en la mejilla. Los dedos de la maga acariciaron su frente, jugueteando con los cabellos que se escapaban hasta sus mejillas. Se dejó llevar por esa sensación con los ojos cerrados, sintiendo la cálida respiración de Mia sobre su boca... Deseando. 

—¿Estás lista?—Preguntó, gentil. Sus palabras sonaron sobre sus labios, recorriendo con cosquillas su boca.

Annie asintió, un poco nerviosa. Los dedos de la maga en su rostro dejaron de trazar círculos, y... se clavaron en su sien con un ardor. Annie gimió adolorida. Su mente se abrió, siendo penetrada por los pensamientos de Mia. Aquel escozor se intensificó a medida que se iba introduciendo dentro de ella. Su mente influía en la suya con delicadeza. Annie sintió un goteo, húmedo, sus labios estaban mojados... se lamió la sangre. El carruaje había desaparecido. Su mente estaba flotando en sueños. Una descarga de placer la envolvió desde el vientre hasta la punta de los dedos, electrizando sus piernas. Aquel canal energético las unió en una burbuja desnuda de sensaciones increíbles. La información pasaba por su cabeza como si le hubieran atravesado la frente con una flecha. 

Annie caminó en la oscuridad, por una familiar sala con estanterías de libros polvorientos. La tinta perfumaba el aire. Escuchaba sonidos húmedos, sorbidos y chupetones. En un rincón, sentados en el suelo, estaban Mia y Niccolo, mucho más jóvenes... besándose con ternura, envueltos en una capa roja. Las estrellas asomaban por las ventanas y un resplandor lunar se filtraba. Annie quiso acercarse, pero por cada paso que daba la distancia se hacía mayor. Y luego ante ella aparecía Camielle, con el largo cabello plateado y la vestimenta oscura desgarrada.

—Escapemos juntos—lloró el joven. Sus ojos violáceos estaban llorando por primera vez.  Había confesado sus sentimientos—. No quiero matarte... Estoy dispuesto a ir al otro lado del mundo para protegerte. Porque si te pierdo, nunca volveré a sentir esta dicha ciega. Estoy enamorado. ¡Maldición! Hasta un engendro como yo puede sentir amor. Por favor, déjame quererte. No te vayas. Cuando estoy contigo... no me siento tan solo.

Annie se acercó a él. Habían peleado en el Bosque Espinoso y los árboles heridos los contemplaban, testigos de su encarnizada batalla. Camielle había renunciado a matarla... ¿Por qué la amaba? Annie extendió las manos temblorosas, y tocó su pecho. Camielle, un poco más alto, la envolvió con sus brazos y no supo cómo sentirse. Era muy tranquilo tenerlo cerca, siempre estaban peleando, pero... aquello le daba sentido. Lo deseaba, siempre lo supo y la sensación de su pene penetrándola por primera vez fue maravillosa. Y cuando lo besó, las burbujas de luz dentro de su cerebro reventaron. 

Levantó el cuello para besarlo.

Un desborde de emociones se rompió, inundando cada espacio. Annie chupó su labio inferior, probando el sabor de su saliva. Sus manos se calentaron y la proyección se abrió paso, candente, en el pecho del joven... destruyendo sus costillas. Sus labios se separaron, rompiendo el beso salvador... Camielle la miró entristecido mientras se derrumbaba en un charco creciente de sangre. Sus ojos no eran terribles, monstruosos y vacíos. Su última mirada estaba cargada de esperanza y desesperación.

—Nadie amaría a un engendro como tú—soltó Annie. Sus manos quemadas estaban pegajosas. Las flores violetas rodeaban a Camielle, alimentándose de sus sueños.

«Mentirosa». La voz de Mia resonó dentro de su cráneo. Annie sintió mucho dolor apuñalando su cuerpo... Mia estaba a su lado. Su cuerpo desnudo brillaba de un tono purpúreo, sus pechos abundantes tenían pezones rosados que la apuntaban con deseo. Mia tenía una pálida figura curvilínea tentadora... El vello oscuro pendía fino desde su ombligo hasta su entrepierna, donde era más espeso.

—Mia—la llamó, pero su voz se perdió en un hilo etéreo. Perdiéndose en algún lugar de una mente despierta.

El rostro de Mia apareció ante ella. Annie acercó sus labios, sopesando su olor, y la besó con una suavidad apasionada. Mia succionó su labio inferior y le pasó la lengua con una agradable sensación. Sorbió la sangre roja que empapaba su boca y limpió sus labios. Cuando se apartaron, ambas dejaron escapar una risita. No volvieron a hablar de aquello... 

Mia llegó sin pensar a su habitación. Annie la siguió, quería que la abrazaran... pero no la dejó entrar. Mia guardaba un secreto. Pegó la oreja, pero la puerta estaba insonorizada. Se marchó triste hasta la cocina, donde el cocinero le regaló una botella de vino por su excelente servicio al detener a los magos negros. Era una heroína, aunque estar a punto de vomitar fue todo lo que hizo durante la redada. El comedor estaba desolado, los únicos eran los Magos de la Integridad que patrullaban de noche. Los miembros del Primer Castillo se retiraron a sus aposentos. 

Annie bebió de la botella mientras se perdía en los recodos e intrincados pasadizos secretos del Castillo de la Corte. Se detenía en cada pared, pensando en Camielle, en Sam y en todos los hombres que la habían querido. Recorrió el complejo de piedra, pérdida en sueños mejores que la vida. Cuando llegó al laboratorio, estaba mareada. Giordano se puso feliz de verla.

—¡Annie!—La miró con una sonrisa torcida—. Con la esencialina que me diste pude destilar un suero que, junto al mercurio... se inyecta en el sistema circulatorio del animal—en la mesa de trabajo reposaba el cuerpo de un perro, unido a la cabeza de una cabra con un grueso hilo cristalino—. Los animales tienen reacciones físicas ante estímulos. Como si cobrarán vida. ¡Son quimeras, Annie! ¡Quimeras simbióticas!

Annie se llevó la botella a los labios. Dio un profundo trago y dejó que el ardor aporrear su garganta. Se quitó la máscara, revelando un rostro cansado con lágrimas pesadas. Giordano borró su sonrisa de autosuficiencia.

—¿Qué tienes?—Se acercó a ella y le apartó el pelo pegado a las mejillas.

—¿Crees que soy bonita?

Giordano frunció el ceño.

—¿Por qué me preguntas eso?—Al ver que Annie no respondía, se inclinó un poco—. Sí, eres muy bonita.

Annie rodeó su cintura con las manos. Lo miraba, suplicante. Sentía un vacío en su interior que solo podía satisfacer el deseo. Le gustaba mucho el olor a ropa limpia y químicos que desprendía Giordano.

—¿Más bonita que las otras chicas?

—Sí. Un poco.

La máscara cayó a sus pies y con sus manos pequeñas buscó la cintura de Giordano, tocando un bulto que endureció al momento. El hombre retrocedió, pero Annie no soltó su agarre. Acarició aquel miembro hasta que lo sintió endurecer completamente.

—¿Me quieres?—Preguntó Annie. Giordano asintió, débilmente. Las manos del hombre se posaron en su cintura, atrayéndola. Annie se puso de puntillas y sus labios tocaron los del alquimista, eran fríos y duros. Los besó con suavidad, los succionó, los mordió y los estiró—. ¿Me deseas?

—Yo... nunca me había sentido así.

Annie se quitó la túnica, debajo solo llevaba una camisa sencilla y unos calzones. Se los quitó con delicadeza, dejando su cuerpo delgado expuesto al frío. La piel se le erizó. Giordano la tocó. Sus dedos duros acariciaron sus pezones y los sintió endurecer. Volvió a unir sus bocas, la deseaba. Annie le quitó la capa, la vestimenta negra, la camisa debajo y... descubrió que el hombre estaba muy delgado y tenía cicatrices de fuego marcados por todo el pecho y cuello. Las marcas iban desde su torso desnudo hasta su nuca.

Annie suspiró. Por eso usaba tanta ropa... No quería que vieran sus quemaduras. Las marcas que Sir Cedric dejó en él al intentar quemarlo vivo. Annie, desesperada por tacto, se agachó quitándole los pantalones de un tirón y su... pene duro le golpeó en la cara. Se sintió sonrojar, teniendo aquello frente al rostro. Lo cogió con los dedos y Giordano ahogó un gemido. Se lo llevó a la boca, succionó el glande y su lengua recorrió aquella punta carnosa. El hombre se dobló por la cintura, sin control, sus gemidos parecían quejidos de dolor. Lo estaba disfrutando. 

Annie continuó chupando aquel miembro, profundizando su robustez en la boca. Sentía calor en su entrepierna, se estaba mojando con solo escuchar los gemidos de Giordano. Unas manos gentiles acariciaban su cabello. Se separó para tomar aire, miró al hombre a los ojos. Sus iris dorados taladreaban en los suyos. 

—¿Nunca... has hecho esto?

Giordano negó con la cabeza. Su respiración estaba acelerada. Annie se levantó, sentía los muslos mojados por sus líquidos. Hace mucho que no lo hacía con nadie y lo deseaba con desesperación. Lo tumbó con una mano, el hombre cayó al suelo y Annie se puso de rodillas sobre su cintura. Sintiendo aquel miembro caluroso entre sus piernas. Lo tenía duro, goteando y cubierto de saliva brillosa. Se frotó, disfrutando de la sensación cálida y lo fue introduciendo suavemente, pero no se pudo contener al sentir el roce del pene entrando en su vagina y se sentó en el de golpe. Giordano gimió en gran manera. 

Annie se mordió el labio fuertemente y se sacó sangre... Había olvidado lo delicioso que se sentía aquello deslizándose en su interior. No pudo reprimir los gemidos y comenzó a gritar... mientras se movía con soltura. Sus caderas gritaban, lujuriosas. Sus piezas se acoplaban, armoniosas, arrancándoles gemidos placenteros. Giordano la aferró por la cintura con los ojos en blanco y soltó un grito prolongada seguido de un estremecimiento. Su miembro palpitó y se sintió mucho más mojada mientras aceleraba el movimiento, frotándose como le gustaba, y logró alcanzar el orgasmo con un arqueo de espalda. El placer le hizo llegar hasta el punto más alto de la excitación hasta contemplar un estremecimiento en todo el cuerpo. Poco a poco, fue regresando a la tierra de los vivos con una perversa sensación de poder. El miembro de Giordano perdió la erección y se salió con un sonido húmedo. 

La semilla del hombre se le escurrió por el orificio mezclado con sus líquidos.

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