Capítulo 4. Balada del Anochecer
Capítulo 4: Estoy muy solo aquí, en el infierno...
Tú no querías creer que nos hacíamos daño.
Yo no quería pensar que te podría perder...
El bardo con el pomposo vestido morado rompió el silencio de la plaza con su voz de soprano. El público contempló encantado aquella balada romántica... Mia se dejó llevar por la tenue melodía de las liras y las arpas. Aquel silencio se prolongó lo suficiente, expectante. Allen Della Robbia apareció envuelto en satén y joyas, con el magnífico cabello rubio esparciendo su perfume de esencia. Su voz era melancolía, entrañable y eclipsó al otro barro cuando cantó:
Hoy duele pretender que somos dos extraños.
Y solo esta bien visto hablarte en tu cumpleaños.
Pero tú o yo sabemos que es por nuestro bien...
El bardo de púrpura se dirigió con el arpa en sus brazos a su contrincante. Allen no tocaba ningún instrumento, pero su voz portaba una belleza crepuscular... Existía cierto parecido con un fantasma de sal, pero solo eran suposiciones de Miackola por el cansancio del festival. Ignoró por un momento el espectáculo.
La túnica escarlata se le pegaba al cuerpo por el sudor y la máscara de oro le lastimaba los pómulos. Una máscara dorada de ruiseñor se acercó a ella, una diminuta figura escarlata... Aquella jovencita le trasmitió una extraña vibra negativa. Los alquimistas soltaron los murciélagos de fuegos y, rápidos como centellas, subieron a lo alto del cielo negro y estallaron en cientos de volutas luminosas; verdes, azules, rojas, doradas. Aquellos fuegos artificiales la llenaron sensaciones vibrantes que no podía describir.
—¿Cómo te hace sentir este lugar?
Mia la miró largo rato mientras el grupo de bardos cantaba sonetos solemnes. El festival era más animado que el del último año tras enfrentar episodios de sequías, pestes y guerras. Se respiraba un ambiente delicioso de asado, vino, cerveza de fruta, sudor, risas, paz... Se sintió confortada.
Si vuelve a tener sentido.
Que yo vuelva a estar contigo.
Habrá una ventaja insuperable frente a los demás.
—Nostalgia—fue todo lo que pudo decir, tantos recuerdos de años alegres—. La biblioteca de los Brosse fue destruida durante la batalla que coronó a Seth Scrammer en la ciudadela. Tenía muy bellos recuerdos en ella, con otras personas y en otra época. Pero, ahora construyeron un entarimado sobre mis recuerdos.
—A mí me causa mucha tristeza—replicó Annie, y de repente... volvía a ser una niña de ojos brillantes como zafiros—. Lo sé, no debería pensar en lo que pasó. Ha pasado mucho. Pero, aún sigo esperando verlo sonreír cuando recorro Obscura. Lo extraño...
Mia sintió ganas de abrazarla, melancólica.
El populacho se removía como una masa ferviente de emociones: alegría, euforia, embriaguez. Sus pensamientos vibraban en el aire como luces y se clavaban como dardos.
—Yo también lo extraño—dijo para si—. Pero está muerto. Murió valientemente durante la Batalla de Rocca Helena. Y yo...
—Él te protegió con su cuerpo mientras les llovían saetas.
—Yo también lloré con esa canción, Annie—Mia se acomodó la máscara—. Pero es solo eso: una canción, no muy diferente a cualquier balada.
Los tres bardos rompieron a cantar. Sus voces armónicas se unían junto con la música de los tambores y arpas. El púlpito de gente gritaba y aplaudía, eufórica... Las pisadas resonaban sobre las losas de piedra. Los pensamientos eran ininteligibles y desesperados.
¡Ya no tendremos que empezar de cero!
¡Porque yo soy experto en descifrarte!
¡Sé exactamente cuando darte un beso!
¡Y cuando ahorrarme un beso, para ir a abrazarte!
¡Ya no tendremos que empezar de cero!
A menos de que llegues a olvidarme...
¡En ese caso mi único consuelo!
¡Será esperar que si le ruego al cielo!
¡Ya no tendremos que empezar de cero!
Para enamorarte...
Mia sintió un nudo en la garganta y reprimió el impulso de llorar. Cada vez que escuchaba la voz de Allen Della Robbia, una profunda tristeza la envolvía. Su voz era parecida a la del bardo que compuso la canción de Niccolo. Una canción de medianoche que narraba una tragedia de amor, desesperación y muerte. Una voz que se suponía silenciada, extinta. Se dirigió a Annie Verrochio, despectiva.
—¿No te parece extraño ese bardo?
—A mí me gusta bastante Tristán—aclaró Annie, vacilante—. Tiene un cabello largo y negro muy bonito, y siempre usa sombrero.
—No—Mia se sonrojó, sonrió debajo de la máscara—. Me refiero a Allen Della Robbia. Ni siquiera creo que sea su nombre real—detalló aquel rostro inexpresivo, cabello y ojos dorados—. Y es muy extraño, me recuerda a esa sombra de sal y muerte.
—Sí, su voz y aspecto. Suena parecida, pero más refinada—Annie bajó la voz—. Tengo una conjetura.
Cuando terminó el acto de los bardos. Un sombrerero mostró a sus fenómenos: un hombre de tres varas y un enano diminuto. Los dos comenzaron a insultarse cómicamente y a pelear por una mujer con tres senos. Era grotesco, pero eso era el tipo de espectáculos que entretenían al público desgarrado. Había un hermafrodita vestido de malva que aseguraba ser el mismísimo Pisarro du Valle. El gigante le preguntó que tenía entre las piernas y se levantó la túnica, mostrando que, realmente tenía ambas cosas. El enano se metió jocoso bajo sus faldas diciendo que ambas cosas le gustaban. El público rompió en carcajadas y les lanzó estrellitas de cobre.
Mia y Annie se dirigieron a la tienda morada a rayas blancas, afuera permanecía un guardia robusto de ojos añil. Al verlas con las imponentes túnicas escarlatas y las temerosas máscaras, su gesto fue del todo desagradable... Tenía una larga alabarda, tan afilada que cortaba la luz de las lámparas de hierro. Su armadura compuesta por distintas piezas le daba un aspecto riguroso.
—¿Aquí está Allen?
El guardia bajó la mirada. Un rostro duro y amargado, como el cuero desvencijado.
—¿Qué pasa aquí?—Tristán apareció con el espléndido traje morado.
Annie le dirigió una mirada pícara.
Entraron en la gran tienda y vieron al tercer bardo Julián, el de los tambores, acurrucado con dos mujeres ataviadas con satén vaporoso. Allen reposaba en un anexo de la tienda, bebiendo costoso vino y picando tortas de carne. Él no las reconoció. Sus ojos de ámbar miraban cohibidos a dos maliciosos magos de la Integridad, o Salamandras, como les decían la gente común. Pero, sus máscaras doradas eran del más alto rango.
El hombre levantó sus ojos dorados con aflicción.
—¿Quieren un espectáculo privado?
Allen siempre vestía con vaporosos trajes de terciopelo, tan holgados como pomposos. Llevaba joyas con piedras preciosas, amatistas, cuarzos, anillos con granates y pendientes. Se decía que una de sus manos estaba deforme y por eso la ocultaba con espléndidos vestidos. Mia se acercó, sombría. Annie retuvo a Tristán en la entrada, severa... En la tienda de Julián se escuchaban las succiones de los besos.
—Tienes la misma mirada perdida que ese hombre—vociferó Mia, atorrante—. Puede que te vistas diferente y actúes como un imbécil. Pero sigue siendo tú...
El hombre suspiró, cansado. Su rostro estaba libido, amortajado. No le gustaba la forma en cómo lo miraba.
—Tú no sabes quién soy.
—Pero yo sí—Annie se quitó la máscara de oro.
El hombre entornó los ojos, dudó y soltó una carcajada disimulada.
—Niña.
Allen ya no estaba allí. Aquella fachada desapareció, el hombre ante ellas no era otro bardo pomposo sino uno... terrorífico. Un mago negro muerto en una guerra sin sentido.
Mia frunció el ceño bajo la máscara.
—¿Qué te paso?
—Abandoné la esperanza—miró a Annie—. Iba a luchar hasta el final. Pero, decidí vivir... aferrarme a la vida porque no me pertenecía. Iba a luchar por la princesa porque tenía un propósito, pero tú... Annie Verrochio. Los elegiste a ellos antes que a tu familia.
—Pero tú eras. El mago más valiente... Él único que luchó por los Verrochio.
—¿Cómo me encontraron?
—Solo era una conjetura—la joven se sonrojó—. Allen Della Robbia era un nombre ficticio, ya que esa familia murió durante la guerra. Pero la clave fueron las mujeres: tú nunca estás con una mujer. Puede que entren tres mujeres a sus tiendas cada noche, pero por lo que descubrí al entrar, Julián o Tristán están con dos. Desde que murió Pavlov no has estado con ninguna otra mujer.
—¡No digas ese nombre!
—Gerard.
—¡¿Qué es lo que quieren de mí?!—El bardo se sirvió una copa de vino blanco y la bebió. Luego se sirvió otra—. Yo... no soy ni la mitad del hombre que fui. Ya no soy yo Gerard Courbet, el Hijo de la Sal. Todo lo que recuerdo de mi pasado es sufrimiento y dolor.
Mia fue tajante.
—Queremos descubrir quién es el Asesino de Magos—se quitó la máscara. Sus brillantes rizos negros cayeron sobre sus senos—. Ha matado a muchos de los nuestros en el sur. Va detrás de mi hermano. Creímos que eras tú, Gerard Courbet. Pero no. Tú... estás destrozado.
Gerard se bebió la copa de vino y soltó una maldición cuando se le derramó en el traje de satén.
—No sé quién es el Asesino de Magos—aclaró, despectivo—. Tampoco quiero saber nada de la Orden de la Integridad, la Cumbre Escarlata o el Homúnculista. Yo... no pertenezco a este mundo de canciones tristes y esperanzas vacías.
Mia cogió la máscara de duende.
—Es una pena, Gerard. Fuiste mi enemigo en la última guerra, pero admiraba tu determinación. Tendría que matarte, pero creo que tú lo hiciste por mí.
—¿Tú eres Miackola Escamilla?
—Sí.
—¡Ja!—Gerard sonrió con tristeza—... Te escribí una canción—parecía recordar algo—. Lo lamento.
Mia salió de la tienda seguida de Annie. Se puso la máscara con indiferencia. El teatro de los fenómenos terminó y ahora, varios magos de la Orden, con máscaras de madera y bronce, se debatían en un duelo ficticio. Un par manipulaba estatuas de sulfato con formas de hombres mediante Conversión Energética, y los otros les lanzaban proyecciones fulminantes. Una cabra de bronce se adelantó con la holgada túnica escarlata lanzando chispas.
—¡Un perro blanco, su pelaje mojado en sangre!
Hizo un ademán con los brazos y lanzó una nube de chispas rojas. Una de las estatuas explotó, regando el escenario con fragmentos de sulfato, barro cocido y una peste a pelo quemado.
El público aplaudió sonrosado.
Mia se dirigió a uno de los puestos y compró un par de bebidas burbujeantes con sabor a limón. Compró algunos tragos de aguardiente y admiró complacida, el resto de espectáculos preparados por el rey Damian Brunelleschi. En parte, eran para ocultar las misteriosas desapariciones de las mentes del populacho. Mia sabía—o sospechaba—, de la existencia de un laboratorio oculto en las entrañas de la Casa de Negro. Allí los alquimistas llevaban a cabo horribles experimentos bajo la tutela del Homúnculista. Marcus le dijo que aquel hombre era mucho más siniestro que el espectro que Sir Cedric y el Primer Castillo cazaron hasta el abatimiento. Mia recordaba con espanto las noches negras de aquella monstruosa cacería del infierno. Los minutos se fragmentaban en una tortuosa eternidad que los arrancaba de sus pensamientos con sonidos y gritos desgarradores. Sus compañeros fueron desapareciendo uno por uno. La comida se echó a perder y tuvieron que comerse a esos... demonios de carne insípida y azufrada. Durante un mes, estuvieron vagando por el Bosque Espinoso de altos pinos de olor penetrante. El laboratorio fue el peor descubrimiento que pudieron encontrar: oculto bajo una alfombra de agujas de pino, hojas marchitas y lodo... La compuerta los condujo hasta un intrincado laberinto oscuro con olor a amoníaco. Cada descubrimiento parecía salido del margen de sus pesadillas.
Mia encontró una habitación con repisas cubiertas de frascos herméticos... con cerebros nadando en
conservantes. Frascos de todos los tamaños con cadáveres de niños y criaturas horrorosas que nunca había imaginado. Uno de los cerebros era tan grande como la cabeza de un alce y un millar de gusanillos negros lo perforaban como una manzana putrefacta.
Pierre Brunelleschi encontró una habitación con una silla única y el piso manchado de sangre. Lo peor se lo llevó Saturno, un tipo gracioso y robusto que al abrir una pesada plancha de acero en una habitación con gruesas paredes de concreto... Una criatura de tres varas, flaquisima, lo agarró y lo arrastró entre gritos hasta una habitación escondida. Cuando Sir Cedric lo encontró, la criatura de piel azabache y largos cuernos le había arrancado todos los dientes y devoraba sus intestinos. Mia sintió una profunda repulsión en ese momento, no se dobló por la cintura porque la Evocación de Cedric le hizo tragarse el vómito. El calor le golpeó el rostro con un aullido y la habitación entera estalló con una envoltura amarilla que consumió toda la materia en su interior. El poder de Sir Cedric siempre había sido inestable, y tal euforia terminó desgarrando su propio brazo... dejándolos indefensos cuando los homúnculos comenzaron a cazarlos como lobos hambrientos.
Mia les disparaba a los ojos brillantes en la oscuridad con su varita de sauce... pero ver aquellas figuras inhumanas desdibujarse en la penumbra la hacía temblar. Sus pensamientos eran voraces e incomprensibles. Uno de ellos agarró a Lucca de la armadura y la arrastró hasta la oscuridad... Mia corrió a buscarla, e intentó quitarle las correas mientras el monstruo roía sus protecciones metálicas en busca de sus intestinos. Le disparó tantas proyecciones que un sudor frío hizo que la piel se le pegara a la ropa. Miró de reojo a la criatura caballuna de pelaje hirsuto y ojos hipnóticos. Se orinó encima. Tenía cinco, cuatro... ocho ojos negros que la dominaban con un dolor ajeno dentro del cráneo. Abrió su boca de dos hileras de colmillos y sus manos cubiertas de zarpas se acercaron, tanteando su carne. Mia gritó y resbaló con su propia orina. De la cabeza deforme del homúnculo salía un largo cuerno rojo, brillante y... Era la espada de Lucca atravesando el cerebro.
Sus pensamientos eran dolorosos y atormentaron a Mia como avispas enfadadas.
Lucca la agarró por los hombros y cargó con ella mientras los homúnculos las perseguían en semicírculo. No le importó llenarse de orina con tal de salvarla. Estuvo a punto de morir muchas veces, pero aquella vez, frente al homúnculo de muchos ojos... fue la más aterradora. Siguieron corriendo hasta alcanzar el círculo de luz dorada y Pierre las salvó con una orden que fusiló a sus hambrientos perseguidores con un centenar de proyecciones abrumadoras.
Ni siquiera la mitad de la guarnición logró regresar a casa. La misión fue solicitada por el finado rey Joel Sisley, casi como una súplica, ante la Sociedad de Magos. Una tragedia que terminó con la muerte de muchos magos en una canción aterradora. El laboratorio fue quemado hasta los cimientos por los Magos Rojos del Primer Castillo. Quién sabe cuántos de sus compañeros, con quiénes había bebido, entrenado y festejado en el castillo... murieron atrapados por las llamas. Pero Giordano Bruno sobrevivió, escapando por los túneles secretos que se conectaban con la telaraña de cavernas bajo la isla Esperanza. Escapó... junto con todo el mal que había creado. Sus creaciones híbridas sueltas en el Bosque Espinoso.
Damian Brunelleschi confiaba en él como su mano derecha, pero... Giordano Bruno era más que un sirviente. El Homúnculista era una sombra de la Cumbre Escarlata, aquellos que gobernaban, mientras el bueno y religioso de Damian calentaba su culo con el incómodo trono.
Aquella fiesta era una piltrafa para ocultar los surcos que estaba trazando la Cumbre Escarlata. Mia no tenía más remedio que obedecer las órdenes del enemigo más grande de Sir Cedric Scrammer, porque el caballero del Dragón Escarlata estaba muerto. Si el Castellano del Primer Castillo estuviera vivo, hubiera derrocado sin inmutarse al Homúnculista. Pero fue envenenado por Joel Sisley... y su cuerpo fue usado como un arma de guerra contra su propio hermano Seth Scrammer, el primer Rey Dragón Coronado.
Mia bebió todo el aguardiente de un trago. Recordó su propósito: la maldición de los Escamilla. Lo hacía por su hermano, por la maldad que el brujo Acromantula impuso sobre ellos, por la muerte prematura que todos los miembros tendrían al llegar a los veinte años.
Mia suspiró, su sangre ya no estaba maldita. El Chacal les dio de beber un extraño brebaje cuando le entregaron al Mago Rojo del Anochecer. El líquido sanguíneo sabía a ajenjo, y a veces, cuando pensaba en la silueta alargada del Chacal, el sabor aceitoso del brebaje regresaba como un regusto amargo en su paladar. Marcus Escamilla fue enviado a Puente Blanco como Terrateniente del Sur y su deber fue cazar a los magos errantes durante el Festival de la Luna.
La Cumbre Escarlata la libró de la maldición por su servicio como Líder de la Orden de la Integridad, quizás Mia fuese una de las últimas magas experimentadas en la comandancia, a excepción de Mariann Louvre quien desapareció de sus aposentos cuando el Rey Sangriento se impuso sobre la Sociedad de Magos.
Desconocía a la figura detrás de la máscara del Chacal, nadie sabía cuál era su rostro... Ni sus verdaderos intenciones, más que la búsqueda perenne de conocimiento sacrílego en los castillos. No sabía si era hombre o mujer, su voz era gutural, completamente antinatural. Su andar desgarbado exhibía una inconcebible edad... Solo estar cerca de él causaba una extraña repugnancia. Era como si la muerte lo rodeara y llevara las tinieblas a donde quiera que fuera.
Mia escupió al sentir el regusto aceitoso del brebaje sanguinolento.
El Elixir de Cinabrio, el néctar de la inmortalidad capaz de sanar cualquier mal y romper todas las maldiciones. Todas las mañanas debía tomar un trago de aquel brebaje imberbe para mantenerse con vida. No conocía la fórmula, a su mente recurría la idea de robarla y huir de toda aquella locura. Así como huyó de la funesta ofrenda que su abuelo Ariel le ofrecía a los Dioses Muertos del macilento Acromantula. Courbet, el Mago de la Sal, planeó el sacrificio del más joven de la familia la séptima luna del año, para que su sangre les diera larga vida a los moribundos.
«El precio de la vida es la muerte».
La noche neblinosa esparcía una brisa calurosa. Las estrellas tiritan, purpúreas, en los astros...
Mia no quiso dar a su hermano como el cordero de expiación. El sueño de redención de su abuelo Ariel era liberar a su progenie de la muerte prematura, pero al ver languidecer a su madre y el abandono de su padre, lo único que le quedó a Mia era a su hermano Marcus. El mundo seguiría girando si estaban juntos. Así que, contra todo pronóstico, huyeron del horroroso Mago de la Sal y su ofrenda. Su abuelo los confrontó mientras escapaban, sus tíos esperaban frente al altar zigzagueante de los Dioses Muertos. Ariel los miró largo rato, vio sus macutos atestados de provisiones y ropa. Asintió y los abrazó... Se despidió de ellos y los dejó huir.
Mia tuvo que trabajar el doble, limpiando trastos y pisos en el Jardín de Estrellas hasta que Seth Scrammer la acogió en el Primer Castillo y Sir Cedric la hizo su pupila junto a Lucca. Allí aprendió a controlar su quintaesencia y la Evocación Elemental de Ionización Estática. Conoció a Pierre, Jean y Saturno. Juntos tuvieron muchas aventuras cuando aún era una jovencita: el Desembarco de Pozo Obscuro, donde la redada se complicó y hubieron seis muertos; la batalla contra el Sol Negro donde Sir Cedric se hizo con el nombre del Dragón Escarlata al matar al Mago de la Sal; y el Laboratorio del Homúnculista. Las incontables jornadas de entrenamiento y las vigilias de guardia. Las patrullas en la ciudadela, los trabajos conjuntos y las enseñas en el Instituto. Había capturado magos negros por mandato, pero en silencio, seguía en búsqueda de Acromantula. Su destino... Su obsesión.
—Niña—aquel viejo meneó el aguardiente en su vaso de vidrio.
Afuera los Magos Rojos del Primer Castillo sostenían una redada contra uno de los traficantes más influyentes del sur y su pandilla de extorsionistas, asesinos, estafadores, esclavistas y mercantes. En conjunto con la escasa guarnición del Segundo Castillo estaban desmantelando la organización en los bajíos de Pozo Obscuro. Los asesinos impecables se aferraban al poderío militar ejercido por sus cabecillas para apropiarse de una gran cantidad de dinero sucio. Eran otros tiempos: los Sisley y los Verrochio estaban vivos y ella buscaba con desesperación cualquier indicio sobre Acromantula. Mientras la redada se llevaba a cabo en los bajíos desaliñados y ponzoñosos. Mia investigaba a los brujos en la taberna del Mochilero. Era extraño ver a un agente de la Sociedad de Magos en aquel inhóspito vecindario. Una implacable capa roja con el arcángel Lucifer bordado en hilo dorado se llevaba miradas toscas. Mia se sentó en la barra, junto a un viejo de facciones duras y un extraño arpista vestido de lila que estudiaba a los presentes.
Le pidió al tabernero una copa de vino blanco, un hombre gordo de mirada severa y barba negra. Pagó con una moneda de plata. Aquel era el sitio donde los magos negros se escondían. No había ningún letrero, por eso le decían la taberna del Mochilero.
—Aquí no hay vino—gruñó el tabernero. A pesar de su cabello descuidado y sus ademanes violentos, se mostraba bastante limpio, contrastando el deprimente y grasiento lugar. Las botellas se apilaban en un anaquel: aguardiente, ron blanco, bebidas afrutadas—. El vino es para las putas.
—Bien—Mia le sonrió con sorna y retiró los pesados oriones de la barra—. No me des ni un coño.
El arpista pidió una copa de ajenjo y se puso a cantar una balada triste. Era bastante alto, de cabello negro y grasiento y olía a salitre. Afuera anochecía y los disparos luminosos se alzaban, abruptamente, sobre el silencio neblinoso de la taberna abandonada. El viejo de rostro duro se tragó la aguardiente de golpe y se puso a escuchar al arpista. La pobre iluminación le concedía un aspecto austero a los allí reunidos. Las tonalidades magnéticas del arpa la sobrellevan con ligeras dosis de nostalgia. El arpista tenía ojos oscuros que no dejaban ver su desolación. Cantó con voz pausada y melódica.
No sé si me recuerdas.
Nos conocimos al tiempo:
Tú, el mar y el cielo...
Y quien me trajo a ti.
Abrazaste mis abrazos.
Vigilando aquel momento.
Aunque fuera el primero.
Y lo guardara para mí.
—¿Donde puedo encontrar al brujo Acromantula?
Mia no se dirigió a nadie. El arpista guardó silencio, pero retomó su magistral balada. A su nariz le parecía pernoctar el escozor salitre de la espuma marina cada vez que cantaba.
Si pudiera volver a nacer.
Te vería cada día, amanecer.
Sonriendo como cada vez...
Cómo aquella vez.
¡Te voy a escribir la canción más bonita del mundo!
¡Voy a capturar nuestra historia en tan solo un segundo!
¡Y un día verás que este loco de poco se olvida!
¡Por mucho que pasen los años de largo en su vida!
El viejo meneó el trago ante sus ojos, lo estudió sin reparo. Tenía la cabeza rapada y cubierta de cañones blancos, sus mejillas mal afeitadas le daban un aspecto ceñudo y duro. Vestía un ajustado traje de cuero negro tachonado con correas ceñidas en todo el cuerpo, allí, donde escondía los cuchillos. No necesitaba preguntarle para saber que era un sicario... y uno de los viejos. El refrán decía que debías temerle a un hombre viejo, en un trabajo donde se muere joven.
—Niña... ¿Tú mamá no te dijo que no debes hacer preguntas si no quieres conocer las respuestas?
Se bebió el resto del aguardiente y apretó los labios ante el escozor. ¿La estaba amenazando? Mia puso la varita de sauce en la mesa con el ceño fruncido, la barra resonó con el golpetazo. El anciano pidió dos tragos sin cambiar su tono y el tabernero le sirvió un trago de aguardiente a ambos en la barra.
Mia lo probó, y rápidamente se arrepintió... El liquido le quemó la boca y bajó con ardientes tentáculos de brea por su garganta. Se limitó a mojarse los labios cada vez que bebía.
—¿Para qué quieres saber dónde se esconde ese viejo brujo?—El asesino sorbió el trago—. Por lo que tengo entendido, ya no ofrece trabajos por dinero. La senilidad lo ha enloquecido... En caso, de que alguna vez haya sido cuerdo.
—¿Te importa?
—Ten cuidado, niña. Soy un hombre viejo, pero Acromantula me dobla en edad. No es un brujo que se dedica a hechizar o maldecir por prejuicios—meneó la cabeza—... No. Es un tipo vengativo, cuya deuda nadie puede saldar. Y te diré una cosa: es uno de los últimos brujos que adora a los Dioses Muertos. No sé mucho al respecto. Ni siquiera sé si son reales o los nuestros son falsos. Pero, son las deidades más antiguas de esta isla. En su nombre fueron erigidos los dólmenes y los vigilantes del mar en Pozo Obscuro. Es más antiguo que el tiempo, y posiblemente que los humanos. No me preguntes quiénes existían antes en esta isla porque no lo sé—se bebió en resto del líquido y pidió otro vasito—. Cuando los druidas llegaron tras el Exilio, trayendo con ellos a Bel, el Dios Sol y su contraparte lunar Diana. Aquellos dioses cuyos nombres fueron borrados de la existencia se consideraron muertos. Pero tienen a sus adoradores y profetas. Al único que conocí es al viejo Acromantula. No es que crea en los dioses antiguos... pero he visto al brujo realizar proezas que harían que magos grandiosos como Courbet o Sam Wesen se cagaran en sus pantalones.
Se hizo silencio. El aguardiente mareó a Mia, el licor era tan fuerte que no la hubiera extrañado que se le saliera por la quijada. No conocía a Acromantula, ni la magnitud de sus poderes, pero debía acabar con él antes que la maldición le hiciera lo mismo a ella. Aunque costará su vida, aún podía salvar a su hermano. Había escuchado todo tipo de rumores. Algunos descabellados que contaban que el brujo se transformaba en murciélago y en humo venenoso para matar a sus víctimas. Un comerciante le contó que les ofrecía sacrificios de niños a los Dioses Muertos. Otros decían que bebía la sangre del ombligo de los borrachos hasta que no quedaba ni una gota. Un curtidor le contó la historia de como Acromantula se transformó en manticora y devoró a una caravana que se dirigía a Puente Blanco, pero aquella historia poseía cierto símil con la realidad de los homúnculos que escaparon del laboratorio oculto de Giordano. Todas las historias tenían un mismo fin: contar que el brujo tenía más de cien años y era un fervoroso profeta del Culto de los Dioses Muertos. Hacía décadas que nadie lo veía rondar por la isla, más que rumores de carruajes encantados y caballos sin cabeza.
Mia despegó los labios, los sentía entumecidos.
—¿En donde se esconde?
—Fiodor—el tabernero le sirvió otro vaso de aguardiente al asesino y lo escudriñó, severo.
El viejo chasco la lengua, pero no aceptó el trago.
—Oculto en lo profundo del Bosque Espinoso. La senilidad lo ha hecho desconfiar de su propia sombra. Espero que su demencia lo haya hecho olvidar todo el mal que causó a terceros...
Aunque es posible, no creo que llegue a arrepentirse de sus actos. Abandona ese sueño, niña, eres joven y hermosa... ¿Por qué no te casas conmigo? Je, je, je. Es solo una broma. No me mires con esa cara, yo sé que ahora no tengo valor. Pero de joven era muy guapo. Las chicas me decían El Sanguinario. Aunque... no era precisamente porque fuera un cruento asesino. No... Era más bien porque tenía mala fama con las prostitutas. Con algunas de ellas que estaban... Pues. Ya sabes. Me gustaba estar con ellas en su luna de sangre. Otra vez era mirada, niña... ¿Qué te puedo decir? Soy un hombre de gustos peculiares. Fue un gusto conocerte, tu nombre es... Mia, es muy bonito. Un gusto, Mia, soy Fiodor Bocha, pero tú puedes decirme El Sanguinario como casi todas las putas y asesinos de la corruptela en el sur.
Era enfrentarse a él y destruirlo. El sueño de redención de su abuelo Ariel fue transmitido aquella noche de exilio: su familia estaba condenada y ellos eran los únicos que tenían salvación. El único que la entendió—aunque no le contó nada—, era Niccolo. Él siempre la escuchaba mientras se quejaba de lo dura que era la vida con ella. Lo conoció durante una de sus investigaciones sobre maldiciones antiguas. El joven la ayudó a buscar en las viejas pilas de libros polvorientos y luego de que la biblioteca cerrará, la dejó quedarse. Por las noches, el joven sacaba un largo catalejo y dibujaba un mapa de estrellas con una armoniosa exactitud. Con su perseverancia hipnótica, Mia lo acompañó en toda aquella melancolía. Niccolo le sonreía mientras miraba las estrellas, luminosas, brillando en lo alto del negro firmamento. Nunca lo conoció realmente, fue tan egoísta. Niccolo Brosse poseía esa clase de sonrisa sin igual, de esas que podrías esbozar mientras llorabas. Era profesor, escribano, contador y astrólogo. No supo porqué, pero cuando regresó a Valle del Rey y Sir Cedric desapareció... buscó consuelo en sus brazos.
Lo besó en la oscuridad de aquella biblioteca de sueños. Por un momento, en sus tiernos labios... Dejó de sentir aquella desdicha. Ya no estaba sola mientras el mundo caía encima. La tristeza, la soledad, el dolor, la perdida y la enfermedad. El mundo se redujo a un beso de despedida que sabía a melancolía.
Le rogó que fuera con ella a Puente Blanco, pero... él la rechazó, no podía abandonar su vida. A la medianoche de aquel día de muerte, le juró que lo odiaba por dejarla sola en su peor momento. ¿Quién lo diría? Lo amaba, lo quería y se prometió que lo olvidaría.
Durante la persecución del Primer Castillo se refugió junto a Lucca, que perseguía fervientemente los ideales de Seth Scrammer. Participó en el asedio del Séptimo Castillo y tomaron Rocca Helena en una noche. Durante el botín de guerra, se emborrachó y en la euforia, se casó con un hombre maravilloso al cuál terminó arruinando con su obsesión. Sandro la amó en entrega y ella lo odió. Aquel conflicto interior solo empeoró cuando Niccolo se unió al ejército de Seth... Quería que todo volviera a ser igual, como amigos, pero verlo del brazo con la princesa Balaam Scrammer provocó unos celos atroces en su estómago.
Niccolo era suyo. ¡Solo suyo! No quería verlo del brazo de otra chica. ¡Lo quería solo para ella! ¡¿Quién era esa princesita de ojos verdes y largo cabello negro?!Mia lanzó las redes y encendió la chispa del joven escribano. Eran tiempos de guerra y amor. Pero... cuando Niccolo declaró su amor ante la amenaza inminente de un ataque. El afecto de Niccolo Brosse le pertenecía. Y Ella... lo rechazó. No quería ilusionar al pobre, era demasiado bueno para toda su locura. No merecía sufrir a su lado. Sabía que lo rompería en pedazos. Niccolo sería más feliz junto a la hermosa y vital Balaam y no con ella, cuyos demonios regresaban cada día para atormentarla.
La batalla del Valle del Sigilo fue inmortalizada por Gerard Courbet en aquella trágica canción de medianoche. La sanguinaria confrontación se cobró la vida de un centenar de guerreros valientes, entre ellos, Sandro, aquel que la había consolado con sus besos. El Gremio de Magos del ejército de Seth Scrammer cabalgó hasta las puertas de la muerte, encabezados por el mismísimo Rey Dragón. Los magos más poderosos de la isla, Julius van Maslow y Lord Cassio, lo siguieron en la caballería; pero los cañones, los escorpiones y las saetas los aniquilaron. Mia cabalgó hasta el frente, protegiendo al rey Seth con su reflejo, pero Niccolo se lo impidió siendo presa de saetas mortíferas. Él mismo se sacrificó por amor, por ella y su locura. Su amor lo llevó hasta la muerte.
Desde ese día no dejó de pensar en Niccolo. Tenía la certeza de que después de una carnicería lo vería en las nieblas sangrientas y las montañas de cadáveres. Aparecía él, cubierto de sangre y saetas... pero dispuesto a despedirse con una sonrisa famélica.
Mia sobrevivió la batalla de Valle del Rey. El asedio a la ciudad duró solo un día y se mantuvo en la retaguardia mientras las tropas se abrían paso a través de las calles con lanzas y picas.
Mia suspiró y tembló ligeramente por los recuerdos.
Había vivido demasiado, el pasado año pensaba que la maldición de los Escamilla pronto se cobraría otra víctima y tomó el papel como Jefa de la Guardia. Esperó pacientemente a que las filas de los Verrochio comandadas por Gerard Courbet llegarán a la ciudadela. Ella defendería Valle del Rey bajo el nombre de los Scrammer. Pero aquel ataque nunca llegó, en cambio, Balaam murió y Mia tuvo que ceder su cargo al Rey Sangriento. Un hombre de buen gusto y misteriosas intenciones.
Mia suspiró nuevamente y se terminó las bebidas. Estaba un poco mareada e intentó no pensar en su hermano, ni en brujos, ni en maldiciones... y conversó con Annie sobre las noticias que llegaban de otras partes de la isla.
—Michael Encausse es el rector—Annie Verrochio debía tener quince años. Mientras hablaba y sus ojos azules soltaban destellos verdosos, pensó en su tragedia: la guerra la había arrastrado, perdió títulos y perdió personas queridas... pero ella solo seguía adelante y sonreía con falsedad—. Las familias de sangre peculiar fueron trasladadas durante la depuración al Instituto. Es más seguro que Saignée después del último ataque de parte del Mago Rojo del Anochecer. La Orden de la Integridad logró esparcir los químicos en todos los suministros de agua del sur, gracias al festival. En el centro, el Paraje y la Tierra del Silencio van a ser abastecidos con vinos envenenados.
—Eugenesia—cada vez que Mia meditaba en todo lo que hacían, venían a su cabeza imágenes de magos negros y los ojos dorados de Giordano Bruno—. Limpiar la sangre de los Celtas de sus impurezas, sin derramar una gota, sin sufrimiento. Todo Pozo Obscuro fue estilizado por el agua que abasteció la Orden de la Integridad con la sequía, y aquí solo es cuestión de tiempo para que todos sean estériles.
—¿Qué crees que pase cuando los pueblerinos descubran que no pueden concebir?
—Giordano es un genio siniestro—el agua ardiente le quemó la garganta agradablemente—. Les dirá a todos que una extraña enfermedad los dejó estériles. Nadie se atreve a contradecir al Rey Sangriento y su Cumbre Escarlata.
—Nadie vivo—Annie se acomodó un mechón rubio detrás de la oreja—. No creo que Giordano sea el ideario de toda esta... locura. Giordano es un perro rabioso, sea quién sea... podría tratarse de cualquier sombra detrás de la Cumbre Escarlata.
—De igual forma—los mareos la tomaron, sabroso. La música cobraba sentido en sus oídos y cada vez más, dejaba de sentir los pensamientos dentro de la burbuja de percepción a su alrededor—. Cuando los rebeldes se manifiesten contra ellos. Los destruiremos y todo terminará. Ya estoy harta de tanta muerte. Creo que el único camino que nos salvará...es con ellos. A manos de la Cumbre Escarlata y sus métodos. Al menos, sus promesas no están contaminadas con mentiras.
Annie probó el vino, y arrugó la nariz porque estaba tibio. Acercó un dedo a la copa de plata y murmuró unas palabras. En pocos segundos, el vino comenzó a hervir... el olor a clavo y canela impregnó su presencia.
Allen cantaba Acuérdate de mí... La misma canción que cantó luego de la batalla de Rocca Helena y antes de su canción de medianoche, la canción del Alicanto de Bronce; la tragedia de Niccolo y Mia... Donde lloraron hasta los más fuertes del salón y Mia se emborrachó tanto que nadó en vómito.
Una sombra fugaz pasó detrás suyo... Un aroma a menta y hierbabuena la invadió con tristeza, gentileza, recuerdos. Repentinamente no estaba junto a Annie en una banca, tomando bebidas adulteradas; otra vez estaba en la biblioteca, viendo estrellas con el delgado y cobrizo Niccolo Brosse. Vagaba por un sendero de puestos humeantes de deliciosa comida, cerveza y faroles de hierro que ardían, con llamas solemnes.
—Esa de allí es Sirio—señaló la estrella azul, que tiritaba a lo lejos—. Es la estrella más grande que se puede ver en el cielo nocturno.
—Tú eres mi estrella más grande, Niccolo—tomó su brazo y lo atrajo.
Y cuando lo besó, conmovida por su tristeza, él la rechazó. La hirió, desconsolada, le gritó que lo odiaba... Y huyó, en búsqueda de amor, deseo y esperanza.
Niccolo, aquel que la amaba con locura pero cuya timidez lo exacerba inusitadamente a no atreverse a más... Pobre hombre, solitario; Niccolo, el mismo que la había buscado desesperadamente y muerto en el valle, protegiéndola. No pasa un día en que el recuerdo de haber sido memorable para para alguien, la dañase... Niccolo fue su refugio ante su muerte anunciada.
—¿Niccolo?
No podía creerlo. Pero estaba allí, vistiendo una túnica negra ceñida con cinturones y cuchillos en el cinto. Su cabello cobrizo brillaba como siempre y su elegancia sublime no se eximía ni en la muerte. Se dio vuelta con cara de mala leche y aquellos ojos de cobre batido la escudriñaron con arrogancia, había perdido aquel brillo incandescente en sus pupilas.
—Mia.
—¿Cómo es posible?—Su persona memorable estaba allí, de regreso, ni siquiera tuvo que quitarse la máscara para que reconociera el matiz de su voz—. Yo te vi morir. Te quemaron en una pira, solitaria. Todos...
Niccolo se metió las manos en los bolsillos. Gerard regresaba al escenario acompañado de sus bardos y comenzaron a tocar las arpas, solemnes, antiguas. Las notas reverberaban hasta ellos, y las luces perdieron su brillo cuando salió la luna llena de su sueño de tinieblas. La misma luz pálida que hace brillar las copas de los árboles, iluminó el gesto sombrío del joven. Se acercó a él, buscando con las manos temblorosas su calor abismal. Quería lanzarse a él, y besarlo, tenerlo como nunca... Pero no podía hacerlo. Una cobardía inusitada la mantenía alejada de sus brazos. De su amor. De sus labios pálidos.
Trato de decirte que ya no me faltas.
Mira que no estoy sufriendo.
Desde que te fuiste, nada me hace daño.
Mira que no estoy mintiendo...
Gerard cantaba embelesado con su propia armonía, era la medianoche y cantaba su más bella canción. El público lo seguía con aplausos y gritos. Las arpas resonaban, fieras, el almizcle subía como un hálito de inmensidad al cielo efímero. Tantos recuerdos, tanto tiempo... Sus manos tocaron sus ropas oscurecidas por la noche. Niccolo la miró, la miró y la miró; largo rato con la mandíbula tensa.
Mia soltó una exclamación y sonrió.
—¿Cómo estás aquí?
—Yo regresé.
Toma estas palabras.
Ya no hay más...
Y mira que esta noche.
No es por ti que estoy despierto...
Aquello la hizo sonreír. Imaginó a Niccolo Brosse atravesando desafíos y circunstancias, regresando del infierno solo para verla una vez más... y decirle que la amaba. Estaba flotante en sueños celestes. Su caballero cobrizo al fin había regresado. Sus manos rodearon su cuerpo en un abrazo melancólico, pero no hubo respuesta... Estaba frío como una estatua de piedra.
—¿Por mí?
—No—Niccolo apretó el entrecejo y la alejó de su cuerpo—. Ya no quiero tener nada contigo.
Los bardos cantaron a la vez. Sus voces etéreas se unieron, trenzadas con una belleza inconmensurable... Sintió unas espantosas ganas de llorar cuando Niccolo la apartó de un manotazo.
¡NO!
¡NO VOY A DARLO TODO POR TI!
¡YA NO ME FALTA LO QUE TE DI!
¡SÉ!
¡QUE EL TIEMPO HIZO, Y DESHIZO TODO LO QUE PUDO!
¡Porque al final, ya no estás tú...!
El público aplaudió, gritó, silbó y bailó... La canción la lastimaba, la estiraba, quebraba y afligía. El nudo en su garganta se volvió insoportable y un sollozo escapó de su boca. Sus mejillas estaban mojadas. Por más que lo intentaba, no lograba leer sus pensamientos. Era una estatua insondable que no la dejaba penetrar en sus cavilaciones.
—Niccolo—las lágrimas brotaron de sus ojos como un cauce—. Yo... te amo. Por más que pasa el tiempo, solo te extraño más.
—¿En serio?—Murmuró, enojado. Sus ojos lanzaban destellos de cobre y oro—. Me dijiste lo contrario la última vez que hablamos. Me hiciste mucho daño... Quizás si me hubieras dicho la verdad, no me hubiese convertido en esto. Pero ya no pertenezco a este mundo. Me hiciste infeliz hasta el segundo de mi muerte. ¡Todo esto es tu culpa!
—Niccolo... No digas eso... Yo te amaré, te compensaré todo.
—¡No puedes!—Las lámparas de hierro se derritieron cuando levantó la voz—. Lamento decirte que no podremos estar juntos. Eres aliada de mis enemigos, debería acabar con tu vida, pero no lo haré para demostrarte que no me importas.
—¿Y nuestra promesa?—Mia se inclinó para tocarlo y el joven dio un paso atrás, inescrutable—. Dijiste que me amarías hasta que los mares se sequen... Íbamos a ser eternos.
Niccolo sonrió, lobuno.
—Los mares se secaron hace cientos de años. Y la eternidad duró un segundo, cuando me mataron en ese valle del olvido.
El público se unió al coro de los bardos y todo el mundo a su alrededor vibraba con aquella maldita canción. Mia se sintió desdichada. Todas las voces y pensamientos de la masa de carne se unieron en una armonía penetrante que atravesó su carne e hizo vibrar sus huesos.
¡NO!
¡NO VOY A DARLO TODO POR TI!
¡YA!
¡YA NO ME FALTA LO QUE TE DI!
¡SÉ!
¡QUE EL TIEMPO HIZO, Y DESHIZO TODO LO QUE PUDO!
¡PORQUE AL FINAL, YA NO ESTÁS TÚ!
Niccolo se dio media vuelta y se alejó. Le siguió con la mirada y las manos inmóviles... Aquella canción la cantaron todos los niños de Obscura, el resto de toda la maldita noche.
Regresó con Annie y se sentó a llorar con la nariz enterrada bajo la máscara. No emitió ningún sonido, bebió y bebió... Vomitó en una letrina apestosa y Annie también vomitó, así que no se sintió sola. Niccolo se esfumó, desapareció como una ventisca de aroma a menta en las mañanas. Rocío de hierba. Así como las fugaces conversaciones que tenían y las miradas. El mundo desapareció, y ahora estaba sola para siempre.
—Vi a Niccolo.
—Estás muy borracha.
—Tú también.
Annie soltó una risita. Mia frunció el ceño.
—Si lo vi. Era él. Su cuerpo, sus ojos, su cabello...
—Eso es imposible. Lo quemamos.
—Es verdad—Mia intentó pensar que era un sueño, no lo logró—. Pero no era del todo él. Estaba perdido, triste, estaba lleno de odio e ímpetu. Su cuerpo era frío y... olía a barro.
—No debería tomar tanto, señorita Escamilla—Annie se limpió el vómito con el dorso de la mano—. Usted es la líder de la Orden de la Integridad. De seguro se emocionó porque encontramos a Gerard Courbet y el rastro del Asesino de Magos agos. Y tuvo una alucinación.
—¡Yo sé lo que vi!
—¡Esta bien!—Annie bebió atontada. El banco de piedra era bastante frío y cómodo—. ¿Qué te dijo Niccolo?
—Dijo que me odiaba.
—¿Ves?—Annie sorbió, despacio, un poco del vino caliente—. Niccolo te amaba. Eras todo para él. No puedes decir que ese era Niccolo Brosse, era alguien más.
La voz se le quebró.
—Pero... Annie. Soy una idiota, lo perdí...
—Bah—la joven levantó una mano pequeña de largas uñas y la manga escarlata cayó hasta su hombro, mostrando su delgadez—. No podemos cambiar el pasado, pero si podemos aprender de él...
—Gracias—estrechó sus hombros con el brazo.
—Lo lamento, digo cosas curiosas cuando me siento nihilista.
Llegaba la madrugada se había olvidado completamente de Niccolo. La plaza Obscura festejó alegremente cuando los espectáculos terminaron. Los hombres borrachos cantaban las canciones de la última guerra. Cada vez que escuchaba la canción de Niccolo, lloraba amargamente. Disfrutaba la osadía de Vourbon Verrochio durante la pena de muerte de los Della Robbia. Se animaba con las batallas lideradas por Gerard Courbet y la misteriosa princesa Balaam Scrammer, cuya belleza noctámbula nublaba el pensamiento. Cuando estaba amaneciendo las canciones habían cesado. La gran mayoría de los hombres se retiraba con una prostituta o solo. Un pequeño grupo permanecía a sus anchas en los bancos, bebiendo agua con vinagre y disfrutando de conversaciones sin sentido.
Un mundo de sombras tejidas, magos escarlatas y misterios en las cavernas. Se preguntó si las apariciones en los cementerios eran presagio de un mal que se acercaba.
—Lady Escamilla—un miembro de la orden apareció ante ellas. Vestía de escarlata completamente y portaba una máscara de bronce—. Lady Verrochio. Tengo un mensaje de la Orden.
—Aja.
Mia se incorporó, un poco borracha, sentía una espectacular calentura alrededor de los hombros.
—Es su hermano—el mundo se le cayó a los pies—. Marcus Escamilla. El Asesino de Magos lo mató la noche de ayer.
Mia debía comportarse como la líder del gremio. Debía mantener la compostura, debía dictar una orden severa de captura contra el enemigo. Contuvo el aliento, temblando. Pero no pudo, lo último que vio fue a Niccolo con su cara amargada y un destello de luz. Tosió... se dobló por la cintura mirando un millar de puntos negros. El mareo le palpitó en las sienes, sus piernas no pudieron sostener su peso y se derrumbaron como un viejo dique herrumbroso. Las losas de piedra se acercaron a su cara... y fue a derrumbarse en el suelo.
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