Capítulo 3. Balada del Anochecer
Capítulo 3: Falacias, las brujas vírgenes son las más poderosas.
—Es un lucero brillante que flota en un mar negro con pequeños peces de plata.
Avelino Pinto miró el techo con los bigotes fruncidos.
—Dame otra pista.
Agnes se cruzó de brazos, sus rizos castaños se estremecieron.
—Parece una moneda de mercurio.
—¿La luna?
—¡Sí!
Sonrió y le anotó un punto al profesor Avelino en su hoja de papel con la pluma. En el escritorio se apilaban libros codificados, plumas de todos los colores, tarros de tinta, botellas de alcohol para limpiar y pequeños artilugios curiosos. Agnes cogió el pequeño monóculo de cristal oscuro y miró al hombre a través de él: se estaba quedando calvo y la barba mal afeitada se teñía de blanco en las mejillas endurecidas. Sus ojos eran dos carbones que rápidamente cambiaban de emociones.
—Bueno—Avelino se mordió el labio inferior y cerró el libro encuadernado en piel que hojeaba: «Redescubrimiento de la Maeglafia Aplicada»—. Aquí va otro: te hace sentir lleno cuando tienes mucha hambre, caliente cuando el frío te hace temblar y feliz cuando estás vacío.
—Eso es muy difícil.
Avelino le dio un golpecito en la nariz.
—¿No deberías estar en Fundamentos?
—Sí—Agnes se mordió las uñas—. Pero las otras niñas se burlan de mí.
—¿Ah sí?—Avelino se puso serio y cruzó los dedos—. ¿Qué te dicen esas niñas?
—Son Jenner, Asleep y Cannbell. Me dicen cabeza de tomate y se burlan cada vez que no me sale una proyección. ¡Cómo lo voy a hacer si solo soy una niña! Ellas siempre saben todo y no... me gusta como se ríen.
Avelino cogió uno de sus rizos rojos y lo estiró, parecía estar tirando de una tira de carne sanguinolenta.
—Que se vayan al carajo—dijo. Agnes se cubrió la boca sonrojada. Sabía que Avelino era muy grosero e lanzado para su avanzada edad—. Mi niña tiene un cabello y unos ojos de un rojo precioso. Y eres la más nueva desde que... ocurrió aquello con tu familia. Realizar Proyecciones no es fácil. No, no, no... A ellas les sale bien porque han practicado por años y se ensañan contigo porque aprendes rápido. No les hagas caso a esos niños, de seguro están pasando por cosas peores y quieren desquitarse. Que vayan a lavarse ese culo si se meten contigo.
Agnes estiró su manita de dedos pálidos y le acarició el mentón al profesor. Tenía gruesos picos porosos.
—Gracias, Aba.
Así le decía a Avelino Pinto. No quería llamarlo «padre», porque aún recordaba, fugazmente, al suyo. Su padre había sido un valiente caballero que murió trágicamente, o eso siempre le dijeron. Sir Cedric fue el héroe que la isla necesitó en su peor momento, pero desapareció sin dejar rastro y... su familia tuvo que valerse por si misma. Aún no sabía con claridad cuál era el peso de portar el nombre «Scrammer». Nadie se lo decía, ni siquiera Avelino que la veía como una pequeña. Agnes creía saberlo, recordaba a su hermana y a su tío luchando. Su madre siempre se compadecía de tanta lucha, por las noches la escuchaba rezar y llorar por las locuras que la sangre de los dragones causó en la isla. Pero pronto eso terminaría, porque Agnes era la última Scrammer.
Lo último que supo de su hermana fue que la mataron en el Valle de Gigantes durante un armisticio. Ay su querida hermana, que le perfumaba el cabello y la peinaba. Que la besaba al dormir y le contaba que todo iba a mejorar... y le mintió.
Ahora estaba sola. Avelino la hacía reír y le daba las buenas noches, pero él no era su familia, era solo un protector, amigo de su difunto padre. El profesor la acompañó a la clase porque no podía quedarse en su despacho el resto del día. Era un hombre bastante alto, aunque cuando es pequeño todo puede parecer enorme en comparación.
El jardín exhibía tulipanes, grosellas, arbustos florales y asientos de piedra. Los Magos de la Integridad vigilaban a la familias prisioneras en el edificio Amarillo y Azul. Algunos departamentos eran ocupados por la Orden. Los niños eran separados de sus padres por los magos—Agnes los llamaba «Zorros» como todos cuando no estaban cerca—, para ser formados para la Orden y el resto era enviado a cámaras. No sabía con certeza que hacían allí dentro, pero los pocos que vio... parecían demacrados, pálidos y moribundos. La mayoría que entraba allí no salía. Un humo apestoso salía de las chimeneas, era denso y brumoso.
Pero eso no tenía que ver con ella. La Sociedad de Magos que fundó los Echevarria se disolvió, muchos de los profesores abandonaron sus puestos, pero otros se unieron a la Orden de la Integridad con docilidad.
Llegaron al amplio salón aparatoso de Fundamentos I y los recibió el profesor Luciano Ángelus. Un tipo alto y joven de ojos azules y sonrisa lisonjera.
—Agnes...
—Disculpe a la señorita Scrammer—se excusó Avelino—. Estábamos ocupados con tareas.
Agnes caminó con la cabeza gacha por las hileras de asientos. La mayoría eran nobles hijos de grandes familias, todos ellos desafortunados al renegar la causa de la Orden de la Integridad. Sobre las ventanas colgaba el estandarte de la Orden: una cumbre dorada sobre fondo escarlata. Las repisas se apretujaban al fondo junto con Jenner, Asleep y Can. Las tres terribles les decía el profesor Luciano, porque solo en esa clase se juntaban. Agnes tomó asiento al frente, muy cerca de un amplio pizarrón sucio. Junto a ella estaba Augusto que le sonrió con amabilidad. No tenía amigos, como siempre estaba con Avelino, ningún niño quería estar cerca de ella. Desde que llegó al instituto le costó abrirse, todavía no conocía a la veintena de niños con los que compartía aquella importantísima clase.
El profesor Luciano los hizo copiar capítulos enteros de los orígenes del Misticismo Ortodoxo. Mientras se perdía hablando de los cultos que dirigían los druidas en el Antiguo Continente... le parecía que pasaban horas y horas. Una eternidad de episodios dramáticos. Los ojos se le cerraban mientras escuchaba al hombre divagar sobre antiguas leyendas de sacerdotes y magos que extendían la vida de los alimentos y sus rituales. Todo eso fueron blasfemias, pero dieron paso al desarrollo del verdadero Misticismo, del cual se rigió alguna vez la Institución. El profesor les dejó como tarea investigar antiguas leyendas de los primeros magos. El tema podría ser muy interesante, pero la manera en que Luciano los exponía... eran tediosos. También tenía clases importantes con alumnos de todas partes de la isla: matemáticas, geografía, ciencias, astrología, historia y literatura. Estuvo varios meses estudiando materias básicas del saber.
Cuando por fin pudo escoger el Primer Curso de Fundamentos, primer paso del Misticismo en la Institución... Estuvo tan emocionada que fue la primera en llegar, recordó con pesadumbre como el profesor Luciano les habló durante dos horas sobre el camino del mago, la perseverancia y el aprendizaje.
Augusto lo escuchaba con visible admiración, pero toda aquella tatara de cómo debe comer un mago, cómo debe comportarse o cómo debe respirar... le pareció enormemente aburrida. Desde ese día, las clases de Luciano eran largos monólogos sobre la quintaesencia y sus preguntas eran ininteligibles. Cada vez que le preguntaba algo a Agnes, ella estaba exhorta en sus propios pensamientos.
Asistió a una bonita clase de música, todos los niños y jóvenes tocaban una gama de instrumentos hermosos. Les arrancaban sonidos maravillosos y todo se unía en una música fantástica. Le gustaba la música. Las canciones despertaban en ella diferentes sensaciones: podían hacerla reír o llorar dependiendo de la letra. Le gustaban los instrumentos de cuerdas, pero sobretodo, los de viento. Una vez le pidió una flauta a su madre, pero ella se río y le acarició la cabeza.
—La música no consuela un estómago vacío, ni te pone ropa cuando llega el invierno o te encuentra a un marido excepcional.
No entendió nada de ello. ¿Por qué el resto de los niños podía aprender a tocar la lira y la flauta, y ella no? Su madre siempre le exigió que se comportara como una señorita. Sus primeras memorias eran lecturas tediosas y caligrafías pulcras que le afligían los dedos. ¿De verdad eso era todo? Su hermana Balaam más que una princesa correcta fue una líder, sacrificó muchas cosas por su familia. Cuando creciera, quería ser como ella.
Salió de la clase, apesadumbrada y bostezando.
Avelino la esperaba en el comedor. Se sentaron juntos en la mesa de los profesores y comieron patatas con mantequilla, trozos de cerdo al horno, cebollas asadas, zanahorias guisadas y alubias. No le gustaban las cebollas asadas, así que se las dio a Avelino. El profesor tenía cosas pendientes, así que la acompañó al salón de geografía, con grandes mapas y pergaminos pegados a las paredes. Le dijo que lo esperase en su despacho al anochecer. Cuando terminó la clase de geografía, se dirigió a la biblioteca. Agnes se puso a hojear libros antiquísimos sobre historias de los primeros magos. Entre ellos encontró la leyenda de Cernnunos, el Dios del Bosque Espinoso; una historia aburrida de un borracho y una puta. Della Robbia, el Mago de honor de Bel, Último Rey de la Ciudad Eterna y Vorad el Rey Exiliado; fue el comandante de los ejércitos del Antiguo Continente y el primero en huir junto a los restos de los Celtas durante la Gran Deportación. Abandonó aquel libro antiquísimo de los Primeros Magos, hojeó uno de la Primera Orden, otro de los Magiares del Sol y finalmente encontró algo de provecho: Cuentos de Vidal Brosse. Se sumergió en historias vívidas de magos negros y maldiciones.
Brandon Crosse, el mago negro que sembró la discordia entre la familia Wesen y los Sisley durante una época de sequía. Azazel el Loco y sus terroríficos discípulos. Los Círculos del Florista. El Culto a los Dioses Muertos de Acromantula. Buer, el Penitente. Elphias Levi y sus persecuciones. Se estaba quedando dormida mientras la pluma mojada rasgaba el papel para mencionar a los magos más ilustres de los primeros quinientos años de historia en Gobaith. La lista seguía y seguía, y luego se capitula el surgimiento del Héroe Rojo durante la tempestad de Anastasio, el Archímago de Hielo.
Agnes levantó sus papeles y los sopló para que la tinta se seque correctamente. No quería estropear un buen trabajo. Había hecho una verdadera lista de proezas que los magos llevaron a cabo durante la temprana y oscura época de la isla. Ellos habían sido un faro para todos los que vagaban perdidos en la oscuridad.
—¿Por qué siempre tienes los ojos rojos?
Agnes levantó la mirada de la hoja de papel donde caían sus mechones, al otro lado de la mesa estaba el pequeño Augusto Fonseca con el cabello castaño revoltoso y el rostro pacífico.
—Ese es el color de mis ojos.
Augusto la miró fijamente a los ojos y abrió la boca con admiración. Estaba escribiendo su investigación en una hoja sucia y tenía los dedos manchados de tinta. A su alrededor se apilaban libros de todos los tamaños.
—¡Vaya!
—¿Qué?
—Son muy bonitos. Parecen cerezas.
—Gracias.
No creía que sus ojos fueran hermosos. Los de su hermana Balaam si eran bonitos, joyas preciosas extraídas del mar. Los suyos, pues... parecían costras sanguinolentas. Volvió a escribir las proezas de magos antiguos. Aunque parecían más que nada historias fantásticas. Como la vez que un kraken atacó el Puerto de Pozo Obscuro y una tríada de magníficos lo ahuyentó lanzándole Hilos Solares con espejos cóncavos sobre el faro. ¡Y todo hace unos mil doscientos años! ¡Que increíble documentación! Todo parecía una vil especulación añejada con fantasías desbordantes de los viejos escribas borrachines.
—¿Y por qué son rojos?
Levantó la mirada y notó que Augusto seguía allí. Con sus ojos oscuros estudiando su cabello y rasgos. No le gustaba que la mirasen tanto.
—No sé... Los de mi papá también eran rojos. Aunque los suyos eran más brillantes... ¿No te dan miedo?
—La verdad no. Yo escuché a mi prima Jenner decir que los tenías rojos porque te echabas gotas de limón.
Agnes dejó escapar una risita.
—¿Por qué haría eso?
—No sé... Puede que mi prima te trate mal. Pero es porque la estamos pasando mal en el Edificio Amarillo. No nos dejan ver a nuestra familia mucho rato. Siempre llevan a nuestros papás al departamento de Alquimia... Te digo algo—bajó el tono de voz y se acercó—. Les hacen algo muy malo allí. Los notó muy blancos y delgados. Antes los Fonseca vivíamos en una gran casa con vista al mar en Valle del Rey. Éramos los más ricos del puerto. Creo que mi tío era dueño de una destilería de ron. Mi padre también era un mago, pero dejó de lado los estudios de Misticismo para convertirse en un escriba y contador. Es muy inteligente, pero ahora lo veo muy triste y flojo. Mamá siempre me abraza muy fuerte y llora cuando nos despedimos—se tapó la boca y se manchó las mejillas con tinta—. Es muy tontita, siempre nos vamos ver al día siguiente. Los caballeros de la Integridad nos llevan a un dormitorio en el Edificio Azul. Yo duermo con Jenner y Asleep. ¡¿Puedes creerlo?! Mamá no me dejaba dormir con niñas, decía que era indecente. Jenner me abraza muy fuerte y aveces me deja la ropa llena de mocos, pero no me gusta dormir con Asleep porque a veces se orina.
Agnes se tapó la boca para contener la risa.
—No.
—¡Sí! —Augusto tenía las mejillas manchadas—. Se burlan de ti, pero la están pasando mal. Cannbell también, su familia era parte de los Viñedos Ortiga en Pozo Obscuro, pero los Cortone renegaron su fidelidad al Rey Sangriento y les confiscaron las minas que les pertenecían en el Paraje. ¿No sabes dónde es eso? Pues es bastante remoto, pero hay minas de hierro y plata al oeste de la isla. Es un pueblito minero apartado de todo, con una gran empalizada y historias pintorescas. No me preguntes qué significa. Pero los pueblerinos usan palabras muy extrañas. ¿Sabes que significa adyecto? Ves, yo tampoco. Y hay una extraña costumbre en esa parte de la isla—se sonrojó, visiblemente—. Creo que se llama «círculo-incripción»... Es una locura, pero a los niños pequeños les recortan la punta del pene. Sí, es horrible. No sé porque lo hacen si ya es pequeño, imagínate cuando le quitan la puntita. Ay, no. Eso definitivamente es adyecto. ¿Oye, te puedo preguntar algo?
Agnes no aguantaba la risa.
Augusto Fonseca siempre le pareció un niño muy callado y tímido. Pero resulta que no le paraba la boca, era entretenido tenerlo al lado porque ella no hablaba mucho. Pronto tendría clase de matemáticas. Asintió, llevándose un dedo a la boca y probando el sabor amargo de la tinta.
—Es que una vez le pregunté a Asleep si las niñas también tienen un pequeño dedo en la entrepierna y me dijo que no. Y cuando vi a Jenner desnuda, me pareció que era como una boca. ¿Tienen dientes allí abajo?
Agnes lo pensó largo rato. Nunca había tocado un dedo allí abajo, si parecían labios como una boca... pero el orificio era muy pequeño
—No que yo sepa.
—Bueno. Mi prima Jenner quiere ser una maga predilecta como tu padre. Pero, Asleep dice que nunca será una buena maga porque es virgen.
—Falacias, las brujas vírgenes son las más poderosas.
—¿Cómo sabes eso?
—Las brujas del Bosque Espinoso se mantienen puras y en contacto con energías. Son dríadas milagrosas que cuidan a los niños y destripan a los hombres. Si están manchadas, pierden su virtud como brujas y no pueden volver al bosque. De niñas las instruyen en sus artes milenarios y son capaces de realizar proezas magníficas como los de los Zorros.
—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
Agnes se encogió de hombros.
—El Misticismo abarca temas más allá de nuestra comprensión. El profesor Luciano no paraba de hablar del flujo energético y su equivalencia a ser influenciado.
—¡Es un tipo increíble y muy inteligente!
—Yo creo que Mia Escamilla es la maga más hábil de su generación. En cambio, no conozco a ninguna bruja famosa.
Augusto frunció los labios, pensativo.
—Para nada y no conoces a nadie. Porque Gallete Sangreazul es la más buscada en el Norte.
—Ya me tengo que ir, Augusto.
—Agnes.
—Dime.
—Tus ojos son hermosos.
—Gracias.
Agnes saltó de la silla, recogió sus papeles y los metió en su macuto junto con el tintero, los libros, las plumas y los estuches. Se hizo un lío al cerrarlo, pero cobró un poco de dignidad y salió disparada a sus clases. La cátedra la ejercía un profesor relativamente joven llamado Víctor Boucher, miembro del departamento de Investigación y hábil en la materia. Siempre escribía todas las fórmulas y operaciones matemáticas en la pizarra y luego las explicaba. No se moderaba en respuestas y era muy simpático. Pero su aula de clases quedaba más allá de los departamentos de la institución.
Agnes salió de la biblioteca que constituía el corazón de la sede. Cruzó el patio oeste abarrotado de jóvenes lanzándose proyecciones con largas varitas. Dos largas hileras de combatientes intercambiaba palabras elementales y destellos luminosos, seguido de alaridos de dolor y excusas al fallar. Los testigos de aquello eran los Zorros, que presenciaban los duelos y participaban.
El anterior rector Echevarría nunca estuvo de acuerdo en que los alumnos se enfrentarán a campo abierto. Pero el rector Encausse aplicó nuevas normas para la instrucción de los jóvenes magos. En el patio habían butacas de piedra, árboles frutales, estatuas de magos ilustres y un amplio terreno estéril bombardeado constantemente con residuos de quintaesencia ionizada.
Pedro Corne d'Or se detuvo junto a la estatua de Della Robbia, bajo el corredor de techo que resguardaba el camino a los departamentos. Era un joven alto de brazos gruesos, pelo marrón corto y rostro pálido, atractivo. Muy allegado a Avelino en cuanto a sus temas y siempre trataba muy bien a Agnes. Pero se lo veía macilento, estaba cubierto de polvo y tenía un ojo tan hinchado que le lloraba lagrimones acuosos. Se acercó a la estatua del héroe transcendental, parecía escondido. Della Robbia tenía un rostro noble enmarcado con ojos de jaspe oscuro y vestimenta de batalla: chaleco tachonado, protecciones de acero, gorjal, hombreras y un grueso mandoble mágico. Aunque a Della Robbia se le conocía más bien por su rapidez a la hora de fusilar a sus oponentes con descargas eléctricas.
—¿Qué te pasó, Pedro?
El joven alto se ocultaba detrás de la estatua, su vestimenta oscura estaba rasgada y polvorienta. La miró, cansado.
—Mira, Agnes. Nunca ha sido fácil ser una persona cuerda en este mundo... De alguna manera, la vida encuentra una forma de jodernos.
Al principio no vio nada. Solo jóvenes lanzándose proyecciones, fallando y quejándose. Parecía un espectáculo impropio para los magos experimentados. Un mago ataviado de escarlata se paseaba en ambas filas, parecía una deidad con cabeza de cuervo. Era la figura que dominaba aquella batalla con su andar desgarbado y las manos escondidas en su espalda.
Había un joven de segundo año bastante pequeño, que tenía dificultades para lanzar proyecciones, siempre que agitaba la varita esta despedía un centenar de chispas coloridas que se difuminaban en el suelo. Su rival era Amanda Flambée, que pertenecía al departamento de Investigación y era experimentada, pero no correspondía sus ataques. En cambio, solo se quedaba parada, en guardia... esperando. El joven—aunque más bien parecía un niño—siguió intentando con todas sus ansias realizar una Proyección, pero no pudo. Amanda estaba ansiosa.
Agnes no comprendía.
—¿Qué ocurre?
—Mira con atención a Ramiro Aureolus.
Siguió mirando... El Cuervo se acercó a Amanda con los brazos cruzados. La hilera pareció detener su maquinaria cuando el líder habló:
—¿Por qué no prácticas?
Amanda miró largamente la máscara oscura del cuervo. Era un poco más alto que ella y no parecía mayor, pero el resto de Magos de la Integridad en torno a ellos, intimidaba a cualquiera.
—Es un niño, no sabe defenderse—parecía nerviosa.
—Todos somos iguales aquí—proclamó el Cuervo. Tenía ojos cafés debajo de los agujeros de la máscara—. No puedes mostrar piedad con nadie. Él también debe aprender a soportar el dolor.
Agnes se aferró inconscientemente a la figura varonil de la estatua. Pedro observaba con la mandíbula tan tensa que era probable que sus dientes se rompieran.
—Jorell—Amanda negó con la cabeza—. Por favor...
—¡Eres una tonta, Amanda!
—¡No necesito que me recuerdes lo tonta e inútil que soy!—Chilló la joven pelinegra, parecía agotada—... Eso ya lo sé.
El Cuervo tomó a Amanda del brazo y la zarandeó violentamente. La chica por poco cayó al suelo, con su orgullo herido, aferró sus manos a los moretones que tenía tatuados en su brazo. La ira de Pedro era tanta que podía escuchar la sangre palpitar en sus venas.
—Amanda—el Cuervo levantó su varita en dirección al joven oponente—. No quiero hacer esto.
Ramiro Aureolus levantó la barbilla, desafiante, la varita en sus manos temblaba.
—¡Hazlo, por favor!
La joven tenía lágrimas en los ojos, todos la miraban... esperando. Agnes no podía imaginar cómo debía sentirse, se lo veía presionada. Amanda levantó la varita, no podía controlarse... estaba al borde del llanto. En un momento así, con tantas emociones, era peligroso lanzar proyecciones. Podía malograr al niño...
—Hazlo, Amanda—el Cuervo le hincó su varita larga en la mejilla a Amanda—. O lo haré yo, y será peor.
Ramiro cerró los ojos, esperando el golpe fulminante. Pero, Amanda bajó la varita y las lágrimas rodaron por sus ojos. El Cuervo apuntó a Ramiro y...
—¡Jorell de Cortone!—Pedro saltó al terreno con las muelas apretadas. Sus zancadas furiosas acortaron la distancia entre ellos rápidamente. Los Magos de la Integridad desenfundaron sus varitas—. ¡¿Quién te dejó a cargo?!
Amanda miró a Pedro con los ojos esperanzados. Sus ojos oscuros iban de Jorell a Pedro, y luego a los Zorros furtivos que los vigilaban como demonios centinelas. Agnes no auguraba un final feliz para Pedro. El joven había metido las manos en la fragua sin medir las consecuencias... aunque, eso era lo que un héroe hacía. Pero en esta isla los héroes viven muy poco.
—El profesor Eusebio Desiderio me dejó a cargo de la práctica—se irguió Jorell, con orgullo. Hasta donde sabía, era el mejor de la clase después de Francis Melchiorri—. Y el rector me nombró su prefecto, así que tengo jurisdicción.
Pedro parecía ofendido, buscó con la mirada a sus compañeros allegados: Matilda von Mouton, Simon Fonseca, Felipe Cerrure, Víctor Boucher. Todos miraron al suelo, midiendo el peligro de la situación al estar rodeados de Zorros. Sabían los que le pasaba a los traidores en las cámaras.
Pedro soltó una sonora carcajada.
—¿Permiso para maltratar a los estudiantes inexpertos?—parecía a punto de reventar—. ¿ Y si algún día maltratan a tu hermanita Cannbell por su falta de aprendizaje?
—¡No hables así de mi hermana!
El Cuervo amenazó a Pedro con la varita y los magos de escarlata guardaron las suyas. Pedro sacó la suya, en defensa: era larga y brillante, de avellano con el mango de plata. Mientras que la de Jorell era de roble oscuro con anillos de oro. Ambos se midieron con la mirada y los estudiantes dieron un par de pasos atrás, expectantes.
—¿Por qué haces esto?—El Cuervo comenzó a andar círculos. Pedro lo imitó con la varita en ristre—. Nada tiene que ver contigo. ¡Siempre te andas metiendo en problemas con la Orden!
—¿Qué te importa?—Replicó. Pedro levantó la varita para escupir una Proyección, pero se detuvo y siguió caminando—. No soporto sus métodos de tortura.
—Eres un irrespetuoso, mira como te dejaron la cara.
—¿Esto?—Pedro se tocó el ojo hinchado—. Es una marca de valor que llevó con orgullo.
—Que bonito—Jorell tropezó con un guijarro, se paró en seco y miró a los Zorros que los rodeaban—. ¡Porque te voy a dejar un cuerpo para enorgullecerse!
El Cuervo lanzó una proyección efervescente que cayó sobre Pedro como luz hirviendo. El joven se encogió con la varita en alto y desvió la proyección con un pulso, como si desviará un objeto contundente. El polvo se levantó a sus pies.
—¡Una casa estalla en llamas a mitad de la noche!—Pronunció Pedro, con voz de trueno.
Los zarcillos de llamas doradas salieron de su varita. Jorell las controló con ademanes vivaces en una danza, las mangas de su túnica se llenaron de agujeros y se encendían con pequeñas chispas. Cada rizo dorado salía de la varita de Pedro y conectaba con la varita de Jorell con furor. El Cuervo intentaba atacar, pero los zarcillos pudieron con él en un estallido de plata y lo lanzaron al suelo con un quejido. La máscara de pajarraco se partió con brusquedad en trozos candentes que le quemaron el rostro. Jorell chilló, de rodillas.
Pedro se paró en seco, alarmado por Jorell que escondía el rostro con aflicción. Agnes vio correr hilos de sangre por su rostro. Pedro retrocedió, pálido... su rostro se deformó en una mueca de dolor y cayó de rodillas. Un Magos de la Integridad con máscara de lobo se acercó a él con la varita encendida. Le había disparado un fogonazo en la espalda. Pedro estaba encogido...
—¡Voy a matar a este maldito traidor!—Dijo, amenazante. Agnes temió lo peor.
—¡No!—La varita de Jorell escupió un chorro de luz plateada que envolvió las costillas de Pedro y lo lanzó al suelo con estrépito. Agnes cerró los ojos. Jorell se levantó, con la cara enmarcada por ampollas y la túnica ennegrecida por las llamas. Se acercó a Pedro, que a duras penas podía moverse y lo miró, entristecido—. ¡Simon! ¡Víctor! ¡Vamos a llevarlo con el médico Jared!
Los jóvenes obedecieron al instante y levantaron a Pedro como pudieron. El joven se quejaba del dolor y caminaba desastrosamente. Las ropas de Pedro se volvieron jirones y los cardenales de su cuerpo sangraban.
—¡Alexis!—llamó Jorell al lobo con la máscara de plata que le disparó a Pedro—. Encárgate de la práctica, por favor.
El lobo—¿se llamaba Alexis?—se acercó al momento. Era mucho más alto y mayor que Jorell, por su voz y contorno se lo veía mucho más cruel. Jorell se retiró, seguido de Víctor y Simon que sostenían a un maltratado Pedro. Agnes tenía matemáticas, pero estaba muy preocupada. Los siguió por el corredor principal, luego por el departamento de Investigación y finalmente, tras cruzar un patio desierto, llegaron al sanatorio del edificio Morado que se adhería a la muralla de piedra. El mismo conjunto de aulas estudiantiles que dictaban clases regulares como geografía, matemática y ciencia. Allí se habían mudado el resto de estudiantes, ya que los edificios Amarillo y Azul eran ocupados por la Orden de la Integridad y sus «prisioneros».
En el sanatorio había una docena de camas vacías, mesas y gabinetes con remedios e instrumentos. Jared Brosse hablaba con Avelino Pinto en el escritorio y cuando llegaron, ambos se levantaron.
—¿Qué le pasó a este niño?—Jared Brosse los ayudó a colocar a Pedro en una cama vacía.
—Fue su culpa—acusó Víctor a Jorell.
Avelino miró de reojo a Jorell, que se mostraba triste y tenso.
—¿Qué ocurre, Jorell?
Jorell miró a Pedro con los ojos melindrosos. Se alisó la túnica escarlata manchada de polvo y jolín.
—Él... creo que está enamorado de mí—apretó los labios. La nuez en su garganta subía y bajaba—. Siempre me protege. Se mete en problemas para que no cometa atrocidades en nombre de la Orden de la Integridad. Es un tonto... Sabe que los Zorros podrían aniquilarlo y aún así, se mete con ellos para que no me castiguen como prefecto... por no obecerlos. Ese ojo morado se lo hice yo, porque estaba desafiando la autoridad al oponerse a incinerar animales pequeños en la clase de Evocación Elemental. Al final dejó libres a todos los animales y tuve que castigarlo. Sabía que lo podrían enviar a las cámaras de extracción si no recibía un castigo. Pueden juzgarme por mi aptitud, pero Pedro... es mi mejor amigo y nunca dejaré que la Orden de la Integridad lo mate.
Jorell miró largo rato a Pedro, convaleciente en la cama. Se mordió el labio inferior, se limpió la sangre del mentón y se fue. Avelino le soltó una regañina a Agnes por no asistir a la clase de matemáticas, pero la dejó cuando Jared Brosse terminó de revisar las heridas de Pedro.
—Tiene costillas rotas—observó el curandero cortándole loz restos de la camisa sucia con una tijera—. Pero no hay daño interno. Ninguna vía sanguínea está cortada. Jorell fue muy cuidadoso, pero no podrá meterse en problemas por un tiempo.
Avelino tomó a Víctor y a Simon de los hombros.
—¿Por qué no ayudan a su compañero?—Ninguno de los dos respondió—. Sé que tienen miedo. Sé que están asustados. Pedro también lo está, él siente el mismo miedo que ustedes... incluso más. Pero, es valiente al encarar el peligro por sus amigos. No porque cree que es lo correcto, sino porque odia la crueldad—Agnes se acercó. Por un momento, pudo oler el perfume de su esencia: un almizcle fragante de alcanfor y especias.
—¿Pero, por qué hacer todo esto?—Víctor Boucher entrelazó los dedos en su regazo—. No gana nada haciéndose el valeroso. En algún momento, Jorell no podrá seguir cargando con su impulsividad y los Zorros lo matarán?
—¿No saben quién es Asdrúbal Corne d'Or? No... Pues es el tío abuelo de Pedro. Se hace llamar Azazel el Loco y es un mago negro—Avelino se mordió los labios—. Mató al padre de Pedro por el amor de su madre. La Torre de Oro, en el oeste... no volvió a ser la misma desde sus muertes... y sin duda, tampoco Pedro Corne d'Or. Odia la crueldad sin sentido. Por favor, no quiero que sientan lastima por él. Él solo... está muy triste.
Agnes abrazó la cintura de Avelino.
—¿Él quiere... matar a su tío?
—Sí.
—Yo también odio esto—soltó Simon Fonseca—. Hace días murió mi tía en esas cámaras de extracción, solo porque se negó a ceder las minas en el Paraje. Les hacen cosas horribles a las personas con unas máquinas que las terminan matando. A los que no envían allí, los llevan a un refugio llamado Saignée.
Avelino miró a Jared Brosse largo rato, pero finalmente este asintió.
—Síganme—les ordenó y obedecieron—. No pueden hablar así en este lugar. Hay oídos en cada ladrillo de la institución.
—¿Yo puedo ir?—Preguntó Agnes.
—Sí, pero prométeme que no le dirás a nadie de esto—dijo. Agnes se cerró la boca con el puño—. Perfecto.
Avelino los llevó fuera del Edificio Morado por un túnel en el sanatorio, hasta el complejo de aulas regulares que se apretujaban en un rincón de la sede junto a los departamentos de Investigación y Preservación. Las estructuras de los departamentos se alzaban abruptamente sobre el recinto de aulas ocupadas por las clases del segundo turno. A través de los gruesos ventanales pudo ver los senderos cerrados del edificio Amarillo y Azul. El camino empedrado del solitario departamento de Preservación atestiguaba las marchas fúnebres de aquellos que regresaban de las cámaras de extracción. Era curioso, porque iban adultos de toda clase, pero regresaban menos de los que iban. Las chimeneas del departamento de Alquimia despedían un humo acre de color malva, Agnes desconocía que estaban quemando en aquellos complejos. Pero temía preguntar...
El departamento de Preservación era un edificio rectangular con habitaciones anexas, singulares como tumores. Estaba vacío, salvo por un par de alumnos con el broche del departamento en el pecho que cerraban las puertas de las salas. Allí se clasificaba y escondía toda clase de material confiscado por la sede. En el sótano, se decía, existía un almacén abarrotado de libros prohibidos. Aquel almacén era tabú para los estudiosos del Misticismo Ortodoxo, y a los que se atrevían a leer los libros prohibidos se les llamaba Veladores.
—Profesor—los saludó uno de los jóvenes que cerraban los archiveros.
—Buenas tardes, profesor Avelino—el mago de la máscara lobuna surgió de las escaleras. Se dirigió a sus asistentes—. Cierren la entrada y asistan a sus dormitorios.
—Alexis—Avelino lo saludó con la cabeza cuando los asistentes obedecieron.
Alexis se quitó la máscara plateada de lobo y unos rizos marrones cayeron sobre sus hombros. Tenía ojos oscuros colmados de solemnidad y sonrisa brillante. Se acercó al profesor y lo abrazó.
—¿Cómo estás, tío?
Avelino le palmeó la espalda.
—¿Quiénes están presentes hoy?
—Rosymar por fin pudo asistir, y los otros—se interrumpió cuando sus ojos se detuvieron en Agnes—. ¿Y ellos?
—Ellos necesitan ver esto.
Agnes se tenso, y pudo sentir a Víctor y Simon crisparse cuando bajaron escoltados por Avelino y Alexis al almacén del sótano. Allí todo estaba oscuro. Víctor trastabillaba con los escalones y Simon bajaba con cuidado para no caerse. Pero Agnes bajaba con seguridad, los escalones se desdibujaban en sus ojos perfectamente. Siempre le pareció un rasgo curioso, ella podía ver como si nada las formas en la oscuridad... mientras el resto adivinaba. Cuando anochecía, su hermana tenía dificultades para ir a orinar por la madrugada, cuando las luces estaban apagadas... pero Agnes nunca tuvo estos problemas. La oscuridad nunca la intimidó. Al contrario, parecía una pintura atractiva que envolvía las sustancias al escasear la luz. En sus ojos nunca existió la oscuridad.
Llegaron a una puerta doble y Alexis rebuscó en un llavero. Cuando la puerta se abrió, tuvo que cerrar los ojos porque la luz la lastimó de forma vistosa.
Sus ojos tardaron demasiado en acostumbrarse a la brillante luz del almacén. Cuando pudo abrir los ojos, estaba sentada en una amplia mesa. No dejaba de sorprenderse de ver allí a profesores ilustres como el profesor de Conversión Energética, Pierre de Febres; Camila Moulin, la profesora de Fundamentos II y Luciano Ángelus, su profesor de Fundamentos. También asistían aspirantes de magos como Felipe Cerrure y junto a él, Víctor Boucher y Simon Fonseca. La mesa la encabezaba una pequeña mujer de capa negra y cabello oscuro que solo podía ser Rosymar. Avelino estaba sentado a su lado.
—Saludos a todos—sonrió Ross. Tenía nariz de malvavisco y párpados muy bonitos que sostenían ojos negros como la noche—. Gracias por asistir a esta reunión de conspiración—Víctor y Fonseca se miraron, incrédulos—. Para nadie es ningún secreto... Todos hemos perdido familia, amigos, enemigos... Pero es hora de hacer la diferencia. Sí, la Cumbre Escarlata tomó la posesión de la institución.
—¿La Cumbre Escarlata?—Simon se rascó una oreja, dubitativo.
Luciano Ángelus lo miró y respondió:
—Se disfrazan bajo el nombre de Orden de la Integridad, pero no son otra cosa que magos negros. La Cumbre Escarlata fue exterminada hace unos ochocientos años por la Primera Orden de Magos. Fue un episodio trágico que involucró la muerte del Héroe Rojo. Las cicatrices en la isla por aquella época de terror y plagas, provocaron, cien años después... Una terrible discordia, alimentada por el Alquimista del Rey, Brandon Crosse... y ocasionó el famoso Levantamiento de los Dragones y la Caída de los Wesen. La Cumbre Escarlata era un grupo perverso, encabezado por Buer, el Penitente, que pactaba con los Dioses Muertos y sembró el terror en la isla Esperanza. Fueron la principal razón de la Purga del Misticismo por Julián Sisley.
—Es bien sabido que cada grupo de prestigiosos magos negros se ha envuelto con un dios pagano—declaró Camila Moulin. Sus ojos verduscos lanzaban destellos. De su cuello colgaba un relicario con un sol de oro—. Los Dioses Muertos. Cagliostro. Thoth... Todos ellos se han levantado como religiones protestantes y han perecido bajo el régimen del todopoderoso Bel.
Rosymar se pasó una mano por el largo cabello negro.
—Camila sigue el dogma religioso que difunde la Orden. El resto... nos oponemos rotundamente al mandato de Michael Encausse.
—Michael quemó vivo al antiguo rector Echevarría y colgó sus restos del torreón central—Luciano apretó los dientes—. El antiguo rector era una buena persona. Nos prestó un hogar a todos los magos, quizás no hizo un buen trabajo... pero hizo lo más humano por todos los magos que pudo rescatar. Y así le pagaron su esfuerzo.
Ross carraspeó.
—Y las cosas horribles que les hace a las personas en las cámaras de extracción. En nombre del Homúnculista y si tanda de magos negros... Son asquerosas.
Simon Fonseca se mordió el labio.
—¿Qué pasa con los prisioneros en las cámaras de extracción?
Rosymar se inclinó con una sonrisa malévola. Agnes prestó el oído, atenta.
—El salón de hornallas del departamento de Alquimia fue adaptó con máquinas de mangueras succionadoras—contó la alquimista—. Primero, a los sujetos los privan de sus sentidos con una mezcla de mandrágora y belladona. Luego, los amarran a sillas de acero. Las mangueras tienen agujas huecas que penetran en las vías sanguíneas y succionan la sangre hasta matarlos. La mayoría muere y allí, viene la peor parte. Han aprovechado nuevos métodos para no desperdiciar ni un cabello. A los cadáveres los pasan por máquinas que les desprenden los tejidos, separando la carne del hueso. La sangre y los huesos se usan para destilar esencialina—Ross sacó un estuche de cuero con cristales brillantes que desprendían vapor—. Esta esencialina se utiliza en la creación de municiones para los mosquetes que replican las Proyecciones. ¿Es muy macabro, no? Los desperdicios sobrantes de piel, carne y debo... son finalmente enviados a las fábricas para hacer jabón y otros implementos.
Los jóvenes guardaron silencio, se miraron nerviosos. Ross acarició un cristal de esencialina en sus dedos pequeños y sonrió.
Víctor parecía a punto de vomitar.
—¿Y es el rector quien les saca la sangre a las personas?—Agnes habló y todos la miraron.
—¿Y esta niña?—Ross sonrió—. Bueno, el visionario de todo esto fue Friedrich Verrochio. Pero, fueron el Rey Sangriento y el Homúnculista quienes optaron por dejarle a la Cumbre Escarlata la potestad para continuar con la extracción de esencialina... de la sangre de los rebeldes sin causa.
Agnes se levantó en la silla para poder mirar a Ross mejor.
—¿Y qué quiere hacer usted para terminar con esto?
—Ay, niña. No sabes en lo que te estás metiendo. Nosotros... los del fondo. Sabemos que es inhumano, no volveré a cometer los mismos errores que los alquimistas del pasado. Nos hemos dejado llevar por el delirio que olvidamos que todos sentimos dolor—sonrió, ella sonreía mucho y era bastante bonita—. Por un mundo mejor, en el que no existan esas personas que lo ensucian. Vamos a matar al rector Michael Encausse y sumergir a la Institución en el caos.
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