Capítulo 26. Soneto del Amanecer

Capítulo 26. ¿Por qué no la mataste y te la comiste?

Enterraron al cuentacuentos cerca de un riachuelo rocoso donde la brisa traída de las montañas era fría. Así Vidal Brosse escucharía eternamente el sonido del agua erosionando las rocas.
—Los Brosse están malditos—anunció Sam. Se arrodilló junto al agujero—. Cuando los Magos de la Integridad nos emboscaron en aquel pueblito. Vi como las proyecciones lo perseguían.
El viaje a Saignée fue una tragedia. El pueblo fue fundado por la Orden de la Integridad para mantener cautivos a las familias de sangre peculiar durante la depuración. Los Zorros los seguían mientras terminaba el invierno. Llegaron al pueblito durante una tormenta. Había grandes casas de madera y barro reforzados con techos de pizarra. Dentro, las familias esperaban, cautivos como rebaños en el matadero.
Los Zorros se paseaban como sombras rojas durante la tormenta. La comida se les terminó, el frío los hacía consumir el doble de la ración para mantenerse calientes. El pueblo surgió ante ellos, cubierto de nieve gruesa y nubarrones de tormenta. Los edificios de sulfato se alzaban como los dedos ennegrecidos de un gigante sepultado en hielo. Los seis edificios contenían recluidas a familias enteras que se rehusaron a unirse al partido ganador. Fueron enviados al experimento de la Cumbre Escarlata. Irrumpieron en las bodegas, llevados por un hambre atroz. Las despensas estaban a rebosar de granos, harina, salchichas, jamones y morcillas. Robaron un poco para solventar lo que quedaba del invierno, pero los siguieron. Vidal tenía los bolsillos llenos de morcillas cuando una sombra escarlata apareció ante él. Era un lobo plateado que le mostró sus intestinos con una proyección. Vidal se derrumbó con un reguero de vísceras. Los Zorros cayeron sobre ellos, encolerizados... lanzando proyección y por poco, incendiando el almacén. Los sacos de harina reventaron, cubriendo el espacio con un polvo blancuzco. Sam incendió la bodega con una Evocación de Combustión y huyeron por el Bosque Espinoso, arrastrando a Vidal en medio de la tormenta. El mundo era blanco y nublado. Congelado. A lo lejos, caían relámpagos. Marcus arrastró al hombre gordo con la capa cubierta de sangre. Sam jadeante sintió como la herida de su costado se abría. Estuvieron largo tiempo escondidos en una cueva, comiendo lémures y raíces hervidas. La tormenta envolvía la isla como un remolino blanco de penitentes congelados. Sam logró cauterizar su herida con una descarga de quintaesencia. Intentó hacer lo mismo con el cronista, pero su vientre estaba deshecho: sus intestinos estaban afuera como gusanos gigantescos. Rondaba los muerte con campanas de carámbanos y Vidal murió por las fiebres cuando la tormenta cesó.
El cadáver de Vidal estaba destrozado, tenía profundos agujeros en el torso, como si hubieran jugado con su cuerpo clavando estacas y sacándolas. Su barba cobriza estaba cubierta de escarcha. La nieve se derretía en pequeños ríos que corrían por los deslizamientos del suelo marchito. La alfombra de desperdicios estaba negra.
Los árboles retoñaron y decidieron partir al norte, a Valle del Rey para infiltrarse entre los Zorros y descubrir a quienes se oponían a la Orden de la Integridad. Eran buscados en cada poblado. Sam Wesen el Mago Rojo del Anochecer y el desertor Marcus Escamilla del Séptimo Castillo; fueron declarados magos negros por la Sociedad de Magos.
El rostro del cronista poseía una paz perenne. Se lo veía contento de recibir la anhelada muerte.
—Vidal no era un mago—Marcus portaba un humor de perros. Se quejaba de la comida (que no era mucha), constantemente—. Tenían a familias enteras escondidas en grandes salones como ganado. No sé para que las necesitarán. Él y yo íbamos a robar comida y vino, ya sabes que era un alcohólico. Cuando entró, buscó enseguida las bebidas de los magos. Le gustan las morcillas y ese lobo de máscara plateada, no dudó en enseñarle sus entrañas.
—Sí, ya me has contado lo mismo por cinco días.
—Tengo mucha hambre—soltó Marcus, amargado—. En aquel almacén tenían cecina, bizcochos, quesos, vinos y cerveza. Aquí solo podemos comer ramas tiernas y ratones asados.
—¿Qué tienen de malo los ratones?
—Son muy pequeños los desgraciados. La única rata gorda que vi, se estaba comiendo mi bota hace unas noches.
—¿Por qué no la mataste y te la comiste?
—No tengo fuerzas, todo lo que hago es caminar este maldito trayecto. Perdí mi varita en Saignée, era de espino, me la regaló mi hermana, y tengo una herida en la mano que no se cura.
Marcus lo miró, disgustado. Todo lo que hacía era hablar de comida. Le revolvía el estómago el escuchar los festines y los desayunos que mencionaba. Los árboles desnudos los vigilaban con rostros verduscos. El cielo seguía encapotado, pero el sol rayaba las hierbas de vez en cuando.
Sam había perdido su capa negra y el broche plateado que le regaló Pisarro. Estaba flacucho y se vestía con un jubón descolorido ceñido con una correa de cuero. Sus guantes estaban cubiertos de agujeros y sus botas gastadas se caían a pedazos. Tenía una varita de pino escondida en un bolsillo y algunas monedas de cobre. De la bodega solo pudieron robar algunos panes, quesos, tiras de carne y botellas de vino.
Estaba muy débil, no podía hacer nada con el estómago vacío. Las proyecciones se llevaban el calor de su cuerpo y la energía de sus canales, si los Zorros los atrapaban estarían en problemas. Aquella noche encendió el fuego con una débil Proyección de Calor por poco se desmayó. ¿Cómo harían aquellos magos conversionistas para conseguir alimento de la energía del universo?
Marcus estaba mucho peor, perdió su capa Mago Rojo y se sentía desnudo, sin orgullo. La camisa púrpura desteñida lo hacía ver más flaco y la palidez de su rostro era amarillenta, tenía una mano cubierta de trapos enrollados. Su Conversión los sacó de muchos problemas, pero no estaba en condición de seguir combatiendo.
—¿Por qué hacemos este viaje?
—Es por un fin egoísta.
Marcus se detuvo y reposo la espalda en un viejo espino deshojado. A Sam le dolían los talones y se dieron un descanso. El pelinegro sonrió, malévolo.
—¿Tienes novia?
—Es complicado—Sam frunció el ceño—. No tengo tiempo para esos... problemas.
—Yo perdí a mi primera novia—Marcus se mordió el labio—. Desde pequeños estuvimos siempre juntos. Creí que nos íbamos a casar, pero... Estamos destinados a caminos diferentes.
—El primer amor es una mierda—Sam levantó un guijarro del suelo: era un cuarzo tornasolado—. No fue tu culpa. No perdiste el tiempo. Solo... fuiste alguien joven. A todos nos pasa. No... te sientas mal. Te va a costar olvidar, pero es lo mejor. Somos jóvenes, deberíamos conocer a más personas y aprender de la vida. Las relaciones son pasajeras.
—¿Cómo se llamaba?
—¿Quién?
—Tu primera novia.
—Eso ya no importa.
—Quiero saber—sonrió Marcus—. Tal vez, éramos hermanos de leche y no lo sabíamos.
Sam soltó una carcajada.
—Jazmín Curie.
—¡No!—Marcus estalló en carcajadas, burlón—. ¡La adorable Jazmín Curie estaba contigo!
Sam sonrió, malévolo.
—Yo la volví ninfómana.
—Hace años que no escuchaba ese nombre—se sonrió de lado y se pasó una mano por el cabello grasiento—. ¿Por qué terminó?
—Ella quería casarse y... me dio miedo—Sam se concentró y la corriente energética le erizó los vellos. El cuarzo se convirtió en polvo con un silbido—. Creo que le rompí el corazón.
Marcus asintió y continuó la caminata por aquel bosque eterno.
Sí... Siempre huía. Era un cobarde como ninguno. Las epopeyas de Dante, el Rey de los Cobardes; no se comparaban con su mediocridad. Quería tener un propósito para su vida y volverlo a arruinar todo. Extrañaba a Jazmín. Ese era su sueño de redención. Había engañado a Annie con magia simpática. La bruja Gallete Sangreazul le vendió un muñeco ensartado de agujas, imaginaba a la joven cada vez que manipulaba el muñeco de trapo y la hacía tener sueños proféticos que sembraron duda y desconfianza. Insertó en su mente pensamientos de amor falsos y la manipuló. Se lo debía, si podía ayudarla su vida no perdería significado. Encontraría el Libro de los Grillos y salvaría a Annie Verrochio.
Fue de esa forma que la separó de su padre Friedrich Verrochio y... consiguió robar la llave de la Biblioteca Prohibida. Pero algo salió mal aquella noche, la encomienda de Pisarro era manipular a la niña y, los emboscaron. Marcus no lo sabía, pero la Cumbre Escarlata tenía en su poder los libros dorados. Se enfrentaban a un misterio que ponía en peligro a la Sociedad de Magos. La única solución se la dio Cassini Echevarría y fue encontrar el Libro de los Grillos para usar su poder prohibido.
Aquella llave debió desaparecer, pero la noche del robo la Guardia de la Ciudad los descubrió intentando. Sam Wesen iba a matar a Annie Verrochio y entregaría la llave a Cassini, ganándose un título en el Registro, pero todo salió mal. Ese era su pecado y su error. Sam se detuvo para descansar después de varias horas de caminata, le dolían los pies cubiertos de ampollas.
—¿Cómo se llama la persona que quieres salvar?
—Mi hermana—dijo, sudoroso. Marcus se sentó en las raíces de un sicomoro, cruzó las piernas delgadas y se quitó las botas altas anudadas con cordones. Sus pies tenían gruesas ampollas rojas—. Los Escamilla somos una antigua familia de magos que se remonta a los tiempos del Antiguo Imperio, al otro lado del mar. Pero... hace muchos años una maldición cayó sobre nosotros. Una noche de otoño, mi abuelo no podía dormir porque tenía pesadillas. Cuenta, que llevaba varias noches soñando con perros negros con el hocico ensangrentado. Un astrólogo lo advirtió de presagios de mal agüero: Acromantula el Mago Negro del Anochecer se paseaba en su carruaje por el Paraje. Cuando cayó el sol, escuchó a una de las sirvientas gritar. Corrió hasta la habitación y vio a un gran pájaro negro aferrado a la cuna de mi padre. Enseguida lo espantó, maldiciendo. El pájaro se reía como una persona endemoniada. Los nahuales tienen fama en el Paraje de asfixiar a los bebés en las cunas para sorber su vida. Esa noche durmió poco.
»Al otro día, un hombre vestido de negro pasó por nuestra mansión pidiendo una libra de sal. Cuando una persona pide sal en tu casa es porque usa magia negra, tienes que dársela o estarás maldito por los espíritus. Trae desgracia y muerte. No había sido, era Acromantula. Mi abuelo asustado y furioso lo escupió y, lo sacó a patadas del pueblo, por temor... a que el hombre se llevará a sus hijos para sus conjuros.
»El brujo enfurecido le lanzó un polvo en los ojos y lo maldijo hasta su séptima generación: «ningún miembro vivirá más de dos décadas». El abuelo se asustó. Como era un mago diestro en evocación, intentó quemar vivo al brujo para destruir aquella maldición. Lo que sucedió nunca lo pudo olvidar: el hombre de túnica negra se convirtió en el gran pájaro con aquella risa demoníaca. La magia negra, el Caoísmo, es tenebrosa y desconocida. Es regulada por la Sociedad de Magos como una práctica ilícita y peligrosa. Los magos negros y brujos, son los que entran en contacto con fuerzas malignas para obtener poder. Entran en la misma categoría que los magos errantes por no llevar un certificado de parte de la Sociedad de Magos. Son excluidos del registro tras una inspección minuciosa. Aquella magia desconocida va más allá del Misticismo convencional, es oscura y retorcida.
»Mi padre murió poco después de cumplir los veinte años. Mi tío, murió a los veintiuno y mis dos tías murieron en menos de un año cuando tenían veintitrés y veintidós. La Sociedad de Magos encomendó al departamento de Investigación, pero no encontraron la naturaleza de los sucesos. Era una maldición brujeril. El abuelo entró en desesperación al ver a toda su estirpe perecer antes de llegar a la auténtica madurez. Cuando la investigación fue clausurada... Mi prima murió pocos días después de cumplir la veintena.
»Tengo un hermana mayor que se unió al departamento de Preservación para investigar las maldiciones brujeriles. Tenía solo catorce años, y la descubrieron leyendo los documentos clasificados y la expulsaron como una veladora. Hubiera regresado a la mansión Escamilla con las manos vacías de no ser por Sir Cedric, que le dio un lugar en las filas del Primer Castillo como Maga Roja. Ella se dedicó a buscar al brujo que nos maldijo antes de que la maldición la matará. Yo estudiaba mucho, sin saber lo de la maldición. Un día, el abuelo nos llamó y nos dijo que descubrió como romper el hechizo de Acromantula.
»La magia negra solo se puede combatir con magia más oscura. El mago negro que rompería la maldición era un tipo muy curioso, se hacía pasar por un cantante y viajaba junto a un niño rubio. Él debía sacrificar al miembro más joven de la familia para que fuésemos libres. Porque la muerte es lo único que puede comprar la vida. Y... ese sacrificio para librar a la familia de tantos pesares era yo. La noche del sacrificio. Pero esa noche... mi hermana huyó conmigo. El abuelo nos esperó por la puerta trasera, su sonrisa era triste y auténtica. Nos dijo que debíamos esforzarnos, que él nunca se rendirá. Nos escondimos en el Jardín de Estrellas con nombres falsos. Ella me contó sobre la maldición de Acromantula y me uní al Séptimo Castillo para buscar al brujo, abandonando mis sueños de fama y grandeza. La tragedia del Valle Sombrío que mató a todos los Magos Rojos me dio una oportunidad para huir.
»Busqué por mucho tiempo al brujo que nos maldijo, me metí en líos con los matones de los bajíos y peleé con brujos. Después de dos años de búsqueda, aún no pierdo la esperanza de encontrar a Acromantula. Si el dicho es cierto, y solo la magia negra puede destruir a su igual... Ese libro maldito puede terminar con la maldición de la familia Escamilla. Hace mucho que no veo a mi hermana. Ahora, existe esperanza de poder vivir sin miedo. Me quedan unos tres años de vida y, a mi hermana... poco menos de un año. Estaba resignado a morir hasta que te encontré, Sam. Te odio porque me diste esperanzas de redención. No sabes lo difícil que es despertarse, pensando que el último día está más cerca de lo que puedas imaginar. Quiero encontrarla, antes que muera... Eso es todo lo que quiero. Ni siquiera pido felicidad, solo un poco menos de dolor.
—Vamos a encontrar el Libro de los Grillos—sonrió el pelirrojo, vivaracho—. Y vamos a salvar a tu hermana.
Sam miró largo rato sobre los árboles. Un árbol largo y curvo se extendía muy alto sobre los árboles desnudos. Las palmas altas estaban rodeadas de cocos. Se levantó de sobresalto y señaló. Marcus se volteó con los ojos enfocados. Una punzada en las entrañas les recordó el hambre que tenían, estaba muy alto y tenían los brazos débiles; pero eran magos.
Sam vació las cantimploras de agua que tenían para hacer barro y moldeó un par de golondrinas con el poco sulfato que le quedaba a Marcus. Los pájaros agitaron las alas mientras les infundía vida con la Proyección de Calor. Imaginó el canal energético y las golondrinas volaron alto. los cocos cayeron uno detrás de otro. Algunos estaban secos pero tenían pulpa y otros estaban llenos de agua deliciosa. El mayor regalo fue cuando un lémur cayó de la cima y se partió la espina con el suelo. Fue la comida del día.
Lo despellejaron y lo cocinaron a las brasas con un poco de sal. Guardaron unos tres cocos en el fardo abultado de Marcus y unas tiras de carne seca en salazón. Se durmieron temprano para reponer fuerzas y a la mañana siguiente, continuaron su viaje después de desayunar tiras de carne con coco. Bajaron por un par de montañas y llenaron las cantimploras en un riachuelo. Recogieron moras dulces y se detuvieron al pie de una montaña para acampar, otra noche. Sam fue a recoger leña cerca del riachuelo cuando vio a dos magos vestidos de sangre con máscaras de perro y venado.
Uno de ellos se sacó la tripa y oinó a un sapo cerca del riachuelo.
—¿Tú crees que mi mujer pueda concebir un niño con la bendición de Bel?—Preguntó el venado—. Haremos la fila en la Iglesia para que el Sumo Pontífice nos bendiga.
—Te está engañando, viejo.
—¿Cómo sabes?
—Las mujeres son el diablo. La he visto salir de las casas de tus vecinos ruborizada como una niña. Seguro usa el té del duende para engañarte. Eres un buen hombre, Curtis. No te merece.
El perro se sacudió la tripa.
Sam se escondió entre los zarzales. Los Zorros moredeaban, debían estar cerca de algún castillo. No estaban en condiciones de pelear, pero una idea siniestra se le ocurrió Estaban a un par de días de la capital y debían infiltrarse en la Cumbre Escarlata para recopilar información sobre Azazel el Loco y encontrar a la hermana de Marcus.
—Yo la quiero mucho. Sé que ella va a cambia.
—Las personas no cambian—el perro se quitó la máscara. Tenía profundas ojeras y labios finos—. Siguen siendo los mismos, solo mienten con más facilidad.
Sam sacó una de las golondrinas de barro y la hizo volar con una Proyección de Disolución. Se concentró en aquel camino mientras la quintaesencia hervía en su interior con un hormigueo. Las partículas ionizadas chocaron entre ellas a altas velocidades y se sintió energizado. Las descargas energéticas alcanzaron el estado plasmático y se desprendieron de su cuerpo con una latigazo de adormecimiento. El calor de su brazo desapareció con un entumecimiento. El ave brilló roja, parpadeante, la lanzó con los brazos cansados y extendió las alas. Voló hasta los Zorros con movimiento erráticos y se posó en los pies del que tenía máscara de venado. Relucía como una lámpara roja de litio. El perro se agachó curioso y miró la golondrina con una sonrisa torcida.
—¿Qué es eso?
—Es un pájaro, idiota—el venado se inclinó hacia adelante y se bajó la túnica—. ¿Qué quiere?
—De seguro vio tu masculinidad y la confundió con un gusano.
Ambos hombres se echaron a reír. El joven se colocó la máscara de perro y fue a agarrar la golondrina cuando esta explotó con un chillido. La nube se levantó con una polvorosa y los salpicó con partículas hipercargadas. El venado cayó de espalda con un gemido de dolor. Los ojos del perro se deshicieron en una pasta sanguinolenta que se mezcló con el sulfato. Las partículas hipercargadas deshicieron las piernas del venado. Gritaba horroroso, se arrastró por la orilla del riachuelo con las piernas convertidas en tiras de carne. Los huesos sobresalientes de su piel desnuda eran blancos y gastados.
Sam saltó de los zarzales con la varita en alto.
—Un árbol negro cargado de frutos rojos—musitó. En sus oídos resonaron los ladridos de muchos perros enojados a medida que las partículas se empezaron a ionizar en su sangre.
La Proyección Punzante zumbó en su varita con un crujido, la sustancia giró en el aire como un espiral energético y atravesó el pecho del perro con un estallido acuoso. Sus costillas salieron por su espalda esparciendo sus vísceras en el riachuelo.
Sam se mareó por el cansancio. Se acercó al cuerpo agonizante. Cerró los ojos  y descargó un disparo de esencia con un zumbido áspero y un crujido de costillas. Sus canales energéticos de volvieron a abrir después de una estación de desuso y ardían. Estaba muy cansado, su cuerpo pesaba con somnolencia. Les quitó las máscaras y las túnicas. La del perro estaba hecha un desastre y las túnicas se hicieron jirones en algunas partes. Como ya eran color sangre no había mucha diferencia en las manchas. Las enjuago en el riachuelo ensangrentado.
Corrió donde Marcus y le dijo que huyeran. Le contó el plan con la respiración entrecortada, estaba muy cansado y débil. Tenía mucha hambre. Esa noche había luna llena y se alejaron con el ruido de sus estómagos persiguiéndolos. Les quedaron un par de tiras de carne para el amanecer. Esa noche habían menos estrellas en el cielo. Últimamente estuvo viendo muchas estrellas fugaces, quizás ellas también se estén extinguiendo. No podían acampar ni descansar demasiado.
Valle del Rey se avistó al amanecer entre las montañas, con el aroma salitre del mar llegando hasta ellos desde la cima de una colina verdosa. Estaban floreciendo flores púrpuras, amarillas, blancas y azules. Olían a perfume de primavera. Descubrió que Marcus tenía el hábito de oler flores y guardarlas en frascos de alcohol para crear lociones. Era un tipo rarísimo.
La gran muralla se extendía alrededor de la ciudad de casas de ladrillos, techos de terracota y calles adoquinadas. La estatua de un personaje célebre se alzaba en alguna plaza salpicada de pequeños puestos de negocios: tiendas, astrólogos, magos errantes, bisutería, comida.
Bajaron por la colina y en una cueva de antaño. Usaron Proyecciones de Luz para guiarse por aquel túnel excavado. Las paredes estaban cubiertas de roca húmeda sedimentaria y en el techo anidaban murciélagos de fruta. Muchos de aquellos escondites se los enseñó Pisarro durante sus viajes. Estos fueron usados por los círculos de magos durante la purga de los Sisley. Las cavernas laberínticas cruzaban toda la isla y era muy fácil perderse en ellas. En las paredes habían glifos ilegibles que el tiempo deterioro. Allí se pusieron los disfraces y las máscaras. Cargaron los fardos vacíos.
—¿Cuántas personas has matado?—Preguntó Marcus mientras se colocaba la máscara de perro. La reparó con resina y mucho esfuerzo.
—¿Por qué preguntas esa mierda?—Sam se puso la túnica por la cabeza. Olía a sangre y residuos de esencia. Rosas y carbón.
—Lo haces con mucha naturalidad.
—Finjo que no me importa. No es tan... difícil—se mordió la lengua. Recordó que unos niños harapientos lo tenían sometido en los bajíos. Sam estalló y... había un cuerpo carbonizado en medio de un callejón—. El simple hecho de vivir, significa que vas a morir algún día. Vas a desaparecer para siempre. ¿Porque no eliminar primero a aquellos que te quieren muerto?
—¿No crees en un infierno?
—Creo que cada persona vive en su infierno—respiró, intranquilo—. O... en su infierno. ¿En cual vives tú ahora?
A lo lejos se escuchaba el murmullo del agua. Caminaron por el oscuro túnel un largo trecho de ramificaciones, dos bifurcaciones los condujeron por un sendero serpenteante hasta que tropezaron con unas escaleras de piedra tallada. Empezaron a subir por escalones de piedra húmeda. Sam recordó sus días en de ocio cuando Humberto le perdía la pista. Solía perderse en los bajíos del mercado negro, allí existía abundante inmundicia brujeril. Los niños harapientos lo perseguían y... Sam escupió el sabor ferroso del paladar. Apestaba a carne chamuscada.
—Que fea marca tienes en la cara, niño—la túnica malva de Pisarro olía a te y jengibre. El mago agitó la varita frente a su rostro y los vellos de sus labios se erizaron—. Mataste a ese niño. Lo convertiste en un montón de carne ahumada con tocarlo. Eso... no se ve todos los días.
Sanz tenía las manos quemadas. La piel enrojecida de sus palmas se desprendía con ardor.
—Yo no quería matarlo.
—Lo hiciste—Pisarro sonrió, sus dientes estaban amarillos—. Intentaste robar mi varita y estos niños te detuvieron. Y... quemaste a vivo a uno de mis aprendices.
—¡Yo no fui!
—Asesino—la sonrisa torcida del mago lo espantó. Le recordó a los magos negros que secuestraban niños para sus ritos—. Aunque... los héroes y los asesinos no tienen mucha diferencia. Un día eres un famoso héroe, y al siguiente eres un cruel verdugo. O... viceversa. Este mundo no tiene sentido, niño marcado. He escuchado de ti. Robas manuscritos y artilugios para ese sacerdote falso. Tienes los ojos color sangre por un hechizo que salió mal y tú flujo energético es... peculiar ¿Quieres ser un Mago Rojo?—Pisarro le pasó una mano por el cabello. Sam sintió un calor estremecedor y sus mechones oscuros se tornaron rojizos. Se miró en un charco y la marca de sangre había desaparecido de su rostro pálido—. Esta sí es la cara de un héroe: limpia y noble. Ven conmigo y te convertiré en un héroe. Mataste al heredero del nombre. Así que tendrás un nombre de héroe. Un héroe del amanecer. Solo tienes que matar a ese sacerdote gordo.
Marcus olía a aquella loción floral: jacinto, camomila, rosa y lavanda. En la oscuridad el sonido de la tela delataba su presencia. Estaban pisando pequeños huesos de rata. Doblaron por un corredor abovedado y descubrieron una fila de estatuas sin cabeza. Una de ellas sostenía una esfera de sulfato en las manos. La única que tenía su cabeza era una estatua alta y alargada con cabeza de calamar. Los tentáculos de piedra parecían una barba descuidada.
—Arsenio Verrochio, Della Robbia, Sam Wesen y...
Los niños estaban en fila como aquellas estatuas decapitadas. Pisarro sonreía con el cabello cobrizo rematado en destellos de sol. Llevaba varios anillos en los dedos largos. Sam nunca había ido a aquella cámara de glifos misteriosos. Un hombre vestido de verde los esperaba en el centro de la estancia.
—¿Qué tienen en común estos nombres?
—Son héroes de la isla—dijo uno de los niños, aquel que llevaba el nombre del mago antiguo. Era rubio y alto, aunque al llegar, su cabello y ojos eran de un color pardo. Pisarro cambiaba sus aspectos con hechicería—. Héroes del pasado.
—Sí—Pisarro sacó la varita y a Sam comenzaron a dolerle los ojos—. Los héroes de la Sociedad de Magos. El rector Echevarría necesita héroes, no como los Magos Rojos... No. Héroes de la oscuridad. Una Secta de las Sombras que sea el aguijón envenenado de esta isla de la Esperanza.
Cassini Echevarría asintió, severo.
Una luz fue creciendo al final de aquel túnel eterno. Olía a piedra y erosión. Sam sentía que caminaba en un infierno devastado. Y todos los seres existentes estaban muertos. Todos los niños de la Secta de las Sombras estaban sepultados en un nicho olvidado. Huesos sin nombre.
—Cuando termines la misión—Pisarro sonreía con satisfacción—. Mata a tu compañero Arsenio.
El rostro amable de Jazmín apareció ante él, la mata de rizos castaños caía sobre sus hombros desnudos.
—No perteneces a ningún lado—le recordó Pisarro, sonriente—. Los héroes no deben casarse... ni tener familia. Para ti, la inmortalidad.
Salieron por un callejón a través de un pasadizo oculto a simple vista entre los edificios del mercado en la calle Estrella. Estaba muy concurrido. Las personas iban en todas direcciones cargando asuntos diferentes. Los mercaderes vendían toneles de pescado, sal y cangrejos. Se mezclaron en la multitud por la plaza Obscura y entraron en una taberna funesta. Las miradas los perseguían a donde fueran. Eran un perro y un venado de la Orden de la Integridad.
—Della Robbia ha indagado demasiado sobre el libro—Pisarro caló un grueso rollo de tabaco negro. Exhaló un anillo de humo—. Cuando los persigan los Magos Rojos, déjalo atrás.
—¿Algún día me matará a mí también?
—¿A ti?—Pisarro se mordió el labio inferior—. ¿Por qué haríamos eso? Tú eres nuestro Héroe Rojo.
Se sentaron en una esquina, pidiendo comida. El cantinero les sirvió gachas con miel y pan caliente regado con cerveza. Se quitaron las máscaras empolvadas. Marcus le estaba contando algo, pero no lo podía escuchar. Estaba muy lejos, al otro lado de un espejo de agua marina. Un bardo vestido de morado cantaba escondido en la otra esquina, sobre su cabeza ardía una lámpara de aceite, arañó las cuerdas de la lira y carraspeó. Aquella canción le humedeció los ojos.

Comprendo que fallé.
Burle todos tus encantos.
Jugué con tus sentimientos.
Y hoy me encuentro destrozado.

Te marchaste y hoy no sé de ti.
Cuánto daño hice a nuestro amor.
Pero sé que tengo que pagar.
Con el precio de tu ausencia amor.

Sam sorbió un poco de la cerveza amarga hasta recuperar la lucidez. Comieron tranquilamente hasta saciar su hambre, el tabernero les tenía miedo y los consentía en abundancia. Por un momento, pensó en lo calmada que sería la vida sirviendo como otro Mago de la Orden de la Integridad. Recordó que era una estupidez. Veía un libro encuadernado en piel humana. Esa noche dormirían, intranquilos.
Marcus lo miró, sonriente, con una empanada de pollo con cada mano y la boca a rebosar.

Me envuelve la soledad.
Me mata la soledad.
Al saber que en mis momentos.
Vida mía no estarás.

Marico era yo al pensar.
Cuando hacíamos el amor.
Un derroche de caricias y besos.
Era el juego en nuestra habitación.

¡Te extraño mi amor!

Era la canción de Humberto. El sacerdote abrió los ojos como un sapo cuando le enterró el cuchillo entre las papadas. Sam bebió y olvidó aquello. El joven Arsenio cubierto de agujeros sangrantes. ¿Quién habría inventado la cerveza?
Bebieron hasta que cantaron bien borrachos y bailaron al son de los tambores y los violines. Al anochecer la taberna se convirtió en una cantaleta desafinada y los borrachines bebían sin mesura. Marcus era un compañero callado, y buena escucha. Durmieron poco, porque sabían que sus vidas estaban cayendo por un abismo. Sam soñó con el monje que lo llevó por toda la isla cantando canciones y sonetos. Recordó a los miembros de la Secta de las Sombras que él instauró en la institución. Clemente Bruzual desapareció y del otro no sabía nada.
Marcus no podía dormir. Toda la noche se la pasó borracho diciendo que debían marcharse de la ciudad. Que era peligroso hacerse pasar por zorros.
—¿Vamos a entrar en la cueva del lobo?
Sam no quería retroceder. Bastante mal la pasó cuando lo expulsaron de la Sociedad de Magos por robar los libros del departamento de Preservación. Creía que lo matarían al acusarlo de velador y tuvo que dedicarse a cazar magos negros en nombre del rector, para redimir sus pecados por la sed de conocimientos Tuvo su oportunidad de redención cuando Pisarro lo encontró moribundo, tras su persecución en el Paraje contra el Chacal. Intentó seguirle la pista a la Cumbre Escarlata y terminó en el fondo de un barranco con las piernas destrozadas.
—He encontrado a un viejo amigo—el mago de túnica malva abrió su brazo con un cuchillo, metió una pequeña estatuilla de hueso en el músculo y cosió la herida—. Escuché que el rector Cassini te convirtió en un perro obediente a cambio de protección contra los Magos Rojos—sonrió, horroroso—. Estás muerto... ¿No quieres formar parte de la rebelión de los dragones? Solo... tienes que encontrar a un mago negro llamado Beret.
Aquella maldición de inmortalidad. Con Pisarro muerto, su prisión de plata se desmoronó. Lo único que quedaba del mago era la carta que le envió sobre los fantasmas escarlatas que se paseaban por Rocca Helena. El Libro de los Grillos era su oportunidad de imponerse ante el rector Cassini. Su sueño de redención para renunciar a la vida del mago estaba del otro lado de la montaña de cadáveres.
—Necesitamos una pista de Azazel, lo demás... será fácil.
El Castillo de la Corte brillaba azul bajo el sol del mediodía, las seis torres y chapiteles permanecían inmutables sin importar el tiempo, ni los gobernantes. Se sentían frescos bajo las holgadas túnicas escarlatas y las máscaras estrambóticas. Quién diría que llegarían tan lejos para encontrar a Azazel el Loco.
Recorrieron el mercado y la vieja mansión de los Scrammer, ahora habitada por la familia Leroy. Un par de magos de túnica roja los siguió y atestiguaron como un par de zorros llevaban cautivo a un mago errante de túnica verde. El hombre tenía un labio partido y un hilo de sangre saliendo de su nariz.
—¿A dónde lo llevan?—Preguntó Marcus.
Un alicanto los miró largo rato con el rostro inexpresivo. Olía a sulfato, sangre y cenizas viejas.
—Al Fuerte de Ciervos.
Los siguieron por el mercado y las calles adoquinadas. El púlpito de Magos de la Integridad creció como una manada de lobos sangrientos. El río se descongeló y fluía dorado por el canal. Caminaron detrás de un mago de máscara plateada. El grupo se unía y se disolvía, compuesto por escríbanos, contadores y oficiales. Revisaron mercancías, patrullaron calles desoladas, golpearon a ladrones y violadores y arrestaron a magos callejeros. La ley de la Orden era llevar a juicio a cualquier mago errante que no tuviera un permiso del Rey Sangriento.
Sam tenía mucha sed y cuando le pasaron un pellejo, se quitó la máscara de perro que le lastimaba las mejillas. Se pasó una mano por el rostro pálido y todos vieron la cara enjuta de Niccolo Brosse. Su viejo amigo fallecido tenía un rostro bien parecido.
Bebió un vino aguado y ardiente para despejar la mente. Marcus regresó de cobrar impuestos aduaneros junto a un barullo de oficiales con máscaras de latón. Llegaron al Fuerte de Ciervos al atardecer para un almuerzo abundante. Un destacamento de Magos de la Integridad los encerró en su caminata. Todos regresaban de los controles diarios en la ciudadela. Apenas podían moverse, eran tantos y de esencias tan diversas que le ponían los sentidos alerta. Caminaron nerviosos entre murciélagos, alces, venados, lémures y demonios. Pasaron bajo el rastrillo de bronce oxidado del fuerte amurallado.
El patio de armas estaba lleno de novicios practicando las proyecciones y las evocaciones con sacos de rellenos de paja. Entraron en el castillo plagado de magos de diferentes máscaras con olores afrodisiacos. Había cuartos de donde salían gritos, largas filas de niños harapientos y cámaras de interrogación. Sam se asomó por una puerta y vio a un par de escribas descifrando una tabla de oro en un podio. Recorrieron el castillo en una caminata interminable. Bajaron por una escalera de peldaños de madera y cruzaron un corredor con puertas trancadas. Una veintena de hombres y mujeres con grilletes iban a las gusaneras del fuerte. No sabía adónde lo llevaba Marcus.
Llegaron a un amplio salón de techo alto y cortinas púrpuras seguidos del púlpito de túnicas escarlatas cubiertas de sudor. Desde el estrado una maga de amplia túnica y máscara de duende los recibió con una ovación. La mujer llevaba una máscara de oro macizo. El grupo de magos se dirigió al centro de la estancia. Habían cambiado la decoración de aquella sala de juzgado: quitaron la alfombra del suelo de mármol y los pilares tenían diseños fantásticos.
Marcus se adelantó al grupo, con un andar benévolo.
Sam intentó seguirlo, pero le cerró el paso una muralla de corpulentas túnicas escarlatas. Los magos de rostros animalescos variados lo escudriñó con ojos de pedernal. Miró a la puerta doble y la encontró sellada con una fila de varitas despiadadas. Los Zorros lo rodearon en un círculo y sacaron las varitas, sin pensar. Sam tropezó con sus pies cuando fue a sacar la varita y la sala se cubrió de disparos de luces y estallidos. Dos docenas de relámpagos lo alcanzaron a la vez. Se encogió de dolor con un entumecimiento. El calor sofocante le disolvió las extremidades mientras sus órganos explotaban. Sintió que le dieron una paliza con martillos. Cayó de rodillas, aturdido y... dolorido.
Su túnica escarlata colgaba hecha pedazos y la máscara se resquebrajó, clavándole incrustaciones en el rostro. La boca se le hizo sangre cuando intentó hablar. Marcus se quitó la máscara y lo miró pálido, burlón. Sam terminó agujereado como un muñeco de trapo sangrante. El dolor no lo dejaba pensar.
No pudo decir nada. La piel de su rostro ardía. Estaba llorando... No podía comprender lo que pasaba. La ilusión del rostro se le caía a pedazos, iban a descubrir su verdadero identidad. Intentó levantar una mano ensangrentada y un estallido con olor a metal le deshizo los dedos. El círculo de magos dio un paso atrás y luego, otros cinco más... hasta que sostuvieron distancia del moribundo.
El duende de oro bajó del estrado y se colocó frente al cuerpo agonizante de Sam, se quitó la máscara y reveló un rostro en forma de corazón. Los rizos negros de Miackola caían en cascada sobre su túnica. Era el amor no correspondido de Niccolo Brosse, el amor que lo llevó a la muerte. Marcus estaba detrás de ella, arrugó el entrecejo.
—Era la única forma, Sam—susurró, lastimero. Se inclinó para verle el rostro ensangrentado—. Mi hermana me encomendó encontrarte y traerte ante la Orden de la Integridad para tu ejecución. Durante el trayecto, intercambié cartas con ella y con los magos para que nos encontrarán.
—Marcus.
Sam intentó levantarse y un crujido espantoso en sus costillas lo hizo enmudecer de dolor. Sentía cuchillos clavados en sus órganos destrozados. Estaba ahogándose en su sangre, en un charco de líquido oscuro y caliente creciendo a su alrededor. Estaba flotando en un océano de cadáveres pestilentes. Mia se inclinó con una sonrisa y tomó el hombro de su hermano.
—No te guardo rencor, falso Sam Wesen—reconoció y le acarició el rostro con dedos amables—. Has ido de aquí para allá detrás de la Cumbre Escarlata como un perro hambriento. Esa noche hace dos años, ¿creíste que podrías robar la llave tan fácilmente? El Chacal controló a los guardias para que te detuvieran, para que no matarás a la niña y no te lleves la llave. Te trajimos aquí, por orden suya. Lo lamento, Sam. Es tu fin, sin trampas esta vez. La Cumbre Escarlata romperá nuestra maldición porque cumplimos su encomienda—confesó. Abrazó por detrás a Marcus, resplandeciente—. No queremos morir. Desde que nacimos, supe que esta maldición me destruiría lentamente como un veneno. Me queda muy poco tiempo. Pero, al fin podremos tener vidas largas. Gracias, Sam. Eres nuestro Héroe Rojo del Amanecer.
—Sin amores ni rencores—replicó Marcus, sonriente.
Sam estiró una mano para tocar su rostro frívolo, quería arrancarle la piel de las mejillas. Sacar aquellos ojos negros y... Mia se alejó, flotaba muy lejos. Caía por un agujero negro sin fondo. Cerró los ojos cansados mientras la sangre se coagulaba en su corazón.
La inmortalidad.
Hacía frío y estaba solo... La eternidad duró muy poco. Vio un rostro en la oscuridad y un ser de largas patas lo levantó, cubriéndolo con una telaraña pegajosa. No podía respirar. Los rizos castaño claro caían como zarcillos sobre sus hombros pálidos. Sus ojos... eran pequeños y negros. ¿Qué existía en ellos?

Detesto cuando pasa esto.
Tener un sueño y sentir que fue cierto.
Aún... cuando ya estás despierto.
Te veías igual «¡ah!» por supuesto.
Juro haber sentido el olor de tu cabello en mi pecho.

Jazmín tenía lágrimas en los ojos afligidos, levantó los pulgares para limpiar sus mejillas. Sam unió sus labios en un suave beso de despedida.
—Gracias, Sam—la chica se limpió una lágrima fugitiva—. Lo lamento tanto.
—¿Por qué?
—Te romperé el corazón y me llevaré las piezas.
Se atrevió a sonreír y con una mano en su nuca la atrajo hasta sus brazos.
—Me arriesgaré a morir, merezco ser destruido por ti—sentía un nudo en la garganta—. Prefiero que seas mía, solo por un minuto y perderte, que vivir una vida entera... sin haberte tenido.
Sam tenía la espalda cubierta de arañazos. Entendió cuál era su lugar en el mundo. ¿Quién iba a salvarla a ella? Estaba solo en la oscuridad. Los fantasmas se reían en los rincones. Burlándose del agujero en su pecho.
Volvió a caer... De pequeño, siempre supe que algo me diferenciaba del resto, y sabía que no era un rasgo saludable.

Que arrecho que lo recuerde después de tanto tiempo.
Es como si en mi cerebro viven esos momentos.
Congelados hasta que sin consentimiento.
Salen a hacer travesuras, sin mesura, con mis sentimientos.

Nunca quiso perder a Jazmín. Ya la perdió una vez, cuando destruyó su compromiso por miedo de involucrar a su amada en toda la locura que vivía. Era un asesino sin emociones que ni merecía el amor desinteresado. Pero era suya, volvían a ser uno en la fantasía. Sus almas se encontraban conetemplando las estrellas. Eran nebulosas muertas, polvo de estrellas moribundas. Fragmentos de agua. Seres vivos de energía pura. Ella era magia condensada y él, un catalizador. Jazmín vivía eternamente en su memoria, de esa forma nunca desaparecía.
—Hoy estás muy cariñoso.
—Lo siento—dijo, y la besó con tristeza—. He tenido una vida difícil desde que te fuiste.
—Sabes que no soy real.
—Lo sé—Sam atrapó con sus labios el labio inferior de la chica—. En mis sueños siempre estamos juntos. Aunque... creo que finalmente estoy muerto.

Estaban en lo cierto nuestros allegados.
Aún no he muerto de amor.
A pesar que así pensamos.
Al menos así lo pensé yo.

Con tal te hubiese asesinado por recuperar tus ojos bellos.
Me duele el pecho al ver como sigues sin mí
Cada noticia supera la anterior en lo feliz que te oís.

Quería besar sus heridas y acariciar sus penas. Borrar de su mente todo rastro de dolor y tristeza. Porque... solo quiere sentirse amada. Ella... fue su primer amor. El primer puñal que entró en su corazón. Y todo se redujo a esa primera vez. A ese primer vistazo en la puerta del salón de Proyecciones. La chica extraña de ojos pequeños. Saltó al vacío esperando que le crecieran alas. La agarró por la cintura y estampó sus labios con los suyos.

Por ello no me sale.
Osea no me nace escribirte.
Siquiera pensar en molestar lo que construiste.
Después de que te fuiste sabiamente.
Obviamente solo vi, después de herirte torpemente.

Al fin y al cabo ser feliz, es lo que puedo exigirte.
Y si ya eres feliz sin mí.
No puedo contradecirte.

¡Al carajo el mundo!
Sus labios se unieron y todo perdió significado. Sus mentes viajaban a través de luces coloridas de neón y fuegos fatuos. Almas unidas como las raíces de árboles moribundos. Sintió unas manos subiendo por el cuello. Profundizó el beso.
Jazmín lo abrazó en la cama, sintió la suavidad de sus senos sobre el pecho. Sam suspiró la mano de la chica acarició la rosa negra en su pecho, recorrió con sus uñas las espinas envenenadas de las costillas. Sam se limpió las lágrimas, tomó el rostro de Jazmín Curie y la besó por última vez. ¿Así se sentía el adiós para siempre? Fue el beso más largo de su vida. Maldijo el segundo que terminó. Sollozo en silencio, reprimiendo las ganas de llorar. Los hombres no lloran.

Anoche mientras dormía bajo dios.
Y me dijo que vos, ya te olvidaste de mí.
Y sí...
Gracias a dios que ya mi creo en dios.
Así que olvidé su voz y me dormí.
Para soñarte de aquí.

Te veías igual de «ah».
Por supuesto, juro haber sentido el olor de tu cabello en mi pecho.
De hecho, el cigarro y tu recuerdo amargo.
Es todo lo que dejo siempre y regresa sin embargo.

Te esperaré así no lo sepas.
Así tenga que hacer en forma de «Te quieros» miles de caretas.
Las haré...
Y las lucire cuando deba, con cualquier mujer que no se merezca mi cara seca.

—Adiós, amor de mi vida—susurró la chica.
—No voy a dejar de luchar por ti, ¿me oíste?—No pudo contener las lágrimas—. No me cansaré de intentarlo hasta que seas mía. Quemaré el mundo entero si te pierdo, no quedará nada. Voy a pelear hasta la última batalla por recuperarte. Porque hay cosas en la vida, por las que rendirse... y otras por las que luchar hasta la muerte. Tú vales la pena. Te lo juro por mi alma. No me importan cuántos años pasen, ni cuántos hijos tengas... Yo estaré esperándote. Y no me va a importar con quién te cases, ni cuánto tiempo sea o cómo te veas. No me importará cuál sea nuestra edad, yo estaré esperándote para pedirte otra oportunidad.

Detesto cuando pasa esto.
Tener un sueño y sentir que fue cierto.
Aún cuando ya estás despierto.
Cuarenta y pico de años después y, aún te pienso.
Comienzo a pensar que es tiempo de olvidarme de tus besos.

Al menos no perdí el sentido del humor.
Pues mi sentido del amor sin ti, es sin sentido por supuesto.
Y mientras estés viva.
Y mientras no esté muerto.
Aunque no sepas, seguiré esperando el momento perfecto.

—El amor siempre vivirá, recuérdame... Sanz Fonseca.
Los juntos para siempre que escribimos han comenzado a borrarse del papel. Sam se convirtió en aquella estatua que mira el atardecer en el océano, melancólico.

Era una nublada mañana.
Una anciana lloraba, desconsolada, en mi epitafio que rezaba:
«Aquí yace alguien que amó a una mujer que perdió y esperó, hasta el último suspiro que le quedaba».
Pero él nunca pensó lo que ella pensaba y es que por años.
Ella por él también esperaba.

—¿Puedo preguntarte algo?
La voz de Jazmín se desvaneció.

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