Capítulo 26. Balada del Anochecer

Capítulo 26: Mis sueños eran reales hasta que desperté...

Niccolo recorrió la caverna y acarició una de las paredes del túnel húmedo que lo engullía. Eran los restos excavados de un gigantesco gusano negro que pereció hace muchísimos milenios. 

«Sulfato» pensó. Niccolo prosiguió su caminata en la obscuridad absoluta. Debajo del Dolmen de los Dioses Muertos existía una caverna rica en sulfato y minerales. Era parte de todo, y revelaba sus secretos a los que no tenían ojos. Habían cámaras de piedra tan inmensas que resultaba imposible su construcción cíclopea... Su cautiva existencia era un presagio de tiempos inmemoriales. ¿Qué era la existencia? Una disputa de vómitos estelares en un ciclo interrumpido de vida y muerte. Una sinfonía de los espíritus y sus fragmentos. ¿Eran los humanos los primeros habitantes conscientes de la eternidad? 

Obras de arte tallados en piedra con cinceles de cristal. Siluetas inhumanas con caracteres desconocidos. Un glifo ininteligible que parecía un susurro. No se leía con los ojos, se leía con el tacto agudizado. Y su historia era solemne: una orquesta que trascendía más allá de la vida y la muerte. De la historia del universo y su descubrimiento por una raza primigenia de seres sapientes. 

Seres que iban más allá del tiempo... Pero que se habían extinto en una tragedia de hielo maldito. Lo único que permanecía de su existencia olvidada eran sigilos tallados en una lengua extinta. Niccolo veía su historia a través de los canales del pensamiento: tragedias románticas, comedias, ceremonias, sinfonías del crepúsculo, canciones de medianoche y una epopeya de los muertos. Toda la historia desapareció en aquellas cámaras de piedra y, su razón... era un misterio sin explicación.

Lo único que quedó de aquellos tiempos remotos fueron las estatuas de sulfato, un palmo más altas que el ser humano corriente y con rasgos de deidades serpentinas: bocas alargadas, ojos opacos y pieles escamosas. Eran una especie diferente a los Primigenios de las carrozas de piedra volcánica. Sus instrumentos eran de los materiales más variados: desde el hueso hasta la obsidiana. Sus cumbres narraban historias sin importancia... Una lucha contra otras razas de pseudohombres por la soberanía de un planeta único en la galaxia moribunda.

Perdido en las catacumbas. Una cruz de olvido, recorriendo leguas de túneles erosionados por el confinamiento, laberínticas cámaras y pasadizos sin aire. Luces, fuegos artificiales y sombras tenebrosas. Descubrió una cámara aislada tan grande como el antiguo estadio de duelos en Puente Blanco y, a rebosar de sombras apretujadas. Un ejército a la espera de ser liberado de su prisión de sulfato y rencor. Estatuas malditas, condenadas a la eternidad del aislamiento por una deidad pétrea. Un sueño de redención en las profundidades herméticas de la isla. Los glifos narraban música de batallas inclementes y pasajes de traiciones contra un enemigo que crecía en números desde las glaciaciones misteriosas. Una batalla ancestral que se perdió en el tiempo, muchos siglos después de una apolítica Gran Guerra Primordial.

Aquellas letras impresas en las paredes componían canciones que hacía milenios fueron silenciadas. Las cavernas de la isla fueron revestidas con glifos desconocidos, magia en las piedras que disolvía las mentes y pulverizaba sueños de huesos viejos. Aquella canción tenía un principio en los dioses de la creación, que dieron luz a la existencia con una manifestación de fuegos y seres oscuros en el Origen Primordial del Todo, y las entidades posteriores que surgieron al caos primigenio. Pero el final, nunca llegó... La historia del tiempo era más antigua que las estrellas de estos evos, y se remonta a constelaciones borradas por los tentáculos de oscuridad. La raza sapiencial de hombres pálidos llegó de las estrellas al mundo y su conflicto trajo desolación a muchos mundos fértiles, ahuyentando las otras especies pensantes hasta que su furor aterrizó en este mundo, y sus habitantes fueron diezmados con plagas de demonios. Los hombres fueron creaciones secundarias, y la quintaesencia era el fuego robado a estos dioses estelares. Allí... la energía convergía en un puente de realidad. Era uno de los puntos energéticos más fuertes del planeta. Era el centro, pero también el final y el principio... Era un santuario, y una prisión. Un sueño de esperanza, expiación y redención contra un mal que destruía la tierra y los mares en enjambres de seres horribles y fantásticos.

Existió una vez, esa raza de gigantes de ojos violáceos; sangre dorada y espesa. Eran descendiente de los primeros habitantes de las estrellas, contenían el fuego de los cometas en la sangre y la sabiduría de los soles. La guerra en las constelaciones se acrecentó en el confín... y las estrellas habitadas estaban desapareciendo. El cielo se volvía más obscuro con cada centuria. Aquellos dueños de la magia y el saber viajaron hasta nuestro mundo en búsqueda de un sueño de paz y redención. Sellaron las Puertas de Piedra, robando los secretos de las lunas congeladas.

Los secretos de la sangre y el ocaso en una nueva tierra. 

Una batalla contra hijos de las estrellas y una canción de tragedia. Millares de muertes sin sentido, moscas de sangre cubriendo ciudadelas como niebla, monstruos abominables liberados en la tierra para atormentar a los nativos, demonios de fuego surcaron los cielos y deidades del mar arrastraban navíos hasta las profundidades. En esta isla maldita, rodeada de espinas ponzoñosas, existió un sueño de redención para los agonizantes habitantes originales, de pieles escamosas; y a orillas del mar tenebroso, se sentaron millares... llorando. 

Niccolo terminó de cocer el sulfato y las cenizas con los restos putrefactos del cadáver. Cortó en pedazos al lobo pestilente y esperó que la vida siguiera su curso en una canaleta de tierra negra. Visitó la ciudadela a través de los túneles, y entró a aquella mansión destartalada de nahuales insufribles. Desenterró el recipiente de barro con las cenizas grisáceas del joven de cabello plateado y la mezcla incongruente formó una pasta ferrosa. Pregonó un conjuro de resurrección. 

«El precio de la vida es la muerte».

Su alma estaba ligada a la roca equilibrada que canalizaba la energía de la tierra. Mientras más cerca estuviera del catalizador, mayor era su fuente de energía. El Dolmen era su piedra angular, su catalizador energético y posiblemente... su corazón de piedra. Arrastró el cuerpo debilitado de Larianny Draper y lo arrojó sobre el montículo de desperdicios. La mujer, con las piernas y los brazos rotos, dejó escapar un débil gemido y se retorció en la oscuridad. 

La matanza en el Jardín de Estrellas llegó cuando los magos negros desataron una plaga de langostinos. Sus aguijones de fuego redujeron a varios hombres a simples esqueletos recubiertos con una pequeña patina de sangre y músculo. Escuchó gritos, alaridos, chillidos y el crujir de los huesos. Las quimeras monstruosas se abrían paso a zarpazos y destrozaban a los Sonetistas. Niccolo no estaba hecho de carne, por lo que no sentía los aguijones. La mujer se arrastró, en un charco de sangre y langostinos y se aferró a su pierna.

—¡Ayúdame! ¡Están en todas partes! 

De la mujer pelirroja solo quedaba un bulto de carne hinchada y hedionda: sus piernas inútiles fueron deformadas por los aguijones venenosos y parecían jamones, sus ojos eran manzanas y de su rostro solo quedaba una torta redonda y grasienta. Pero respiraba, el milagro de la vida seguía aferrado a su débil cuerpo como un carboncillo a la brasa. El resto, eran pesadillas. El Sol Negro liberó sus demonios a merced de los pobres Sonetistas en el patio enlozado. El momento llegó para aquel gentío desprolijo, Gerard Courbet lo supo desde el principio: estuvo librando una batalla que nunca ganaría.

—¿Quién... eres?—dijo la mujer, agonizante. Niccolo tomó el puñal de hueso y le abrió las muñecas, Larianny siseó como una serpiente y la sangre oscura brotó como un manantial sobre el montículo—. ¿Por... qué?

—Este es el precio de la vida—confesó Niccolo. El cobre en sus ojos brilló en azul efervescente como un par de estrellas—. Me pone un poco nostálgico contar todo esto. Mi madre se llamaba Bertha Curie, fue una artífice de fuegos. Mi tía Delaila era Maga Corporista, su investigación se basó en el cuerpo humano y... en la transmutación de esencia como tejido y sangre. Ella quería reivindicar la muerte fabricando un cuerpo incapaz de envejecer, sin medios corruptibles... como el Elixir de Cinabrita. La alquimia basa  su filosofía en modificar el cuerpo con sustancias para alcanzar la vida eterna. Todo me parece una estupidez. ¿Sustancias alquímicas? ¿Hechicería para convertir la quintaesencia en sangre, carne y huesos? La carne es débil, enfermiza y purulenta. Sí, se puede detener el envejecimiento con elixires, pero... no se puede negar la fragilidad.

La masa de tierra negra la engulló con un revoltijo, lo último que escuchó fue un grito ahogado y un crujir de huesos. El estallido fue húmedo y asqueroso, creyó escuchar una salchicha reventar en el fango negruzco y aceitoso. El líquido gelatinoso hirvió, purulento, hervía a borbotones liberando gases miasmáticos execrables.

Niccolo rebuscó en sus ropas y sacó un cuarzo del tamaño de su puño. El cristal brillaba, iluminado por un color iridiscente que desprendía volutas de luz. La quintaesencia de todas las cosas lo impregnaba. Ese era la razón de la quintaesencia: una llama de conexión entre el Origen y el Todo.

—Pero... un cuerpo de sulfato, cuya alma reside en una joya—dejó caer el cuarzo y la masa oscura lo engulló—. Será un cuerpo inmortal e inmutable.

El fango se retorció, se moldeó y modeló una silueta humana. Una cabeza, dos brazos, dos piernas y un torso. La figura se levantó, cubierta de barro espeso y meditó... Estiró la mano y cinco dedos se extendieron al vacío. Se limpió los ojos y dos esferas violáceas brillaron, llenos de humo. Tosió y un chorro de barro mezclado con sangre salió de su boca. El cuerpo pálido y desnudo de Camielle Daumier emergió de la fosa.

—Niccolo Brosse—proclamó, limpiando su cara. El joven olía a cenizas, rosas quemadas y aceite de espinas—. ¿Por qué? ¿Cuánto odio me tienes? ¿Te hice daño alguna vez?—Rompió a llorar—. ¡Perdóname! ¡¿Por qué tuviste que traerme otra vez a este mundo insufrible?! Yo solo quería seguir durmiendo para siempre, atrapado en sueños de gloria y muerte. No quiero pertenecer a este insípido y cruel mundo.

—Los sueños difícilmente se hacen realidad, Camielle.

—Mis sueños eran reales hasta que desperté...

—Hay mucho trabajo por hacer.

Camielle soltó un bufido.

—Odio trabajar.

—Y yo odio vivir sin amor—Niccolo le tendió una túnica marrón al joven—. Tú lo dijiste, Daumier: la vida es injusta, cruel e insípida. Pero... vale la pena postergar un poco más el vivir con tal de sentir un poco menos de dolor. Solo nos queda seguir viviendo, y avanzando a nuestro ritmo... con tal de que un día el dolor haya desaparecido en el olvido. Lava tus heridas con sal y vinagre, y sigue adelante. 

—Acabas de arruinar mi eternidad—Camielle se puso la túnica por la cabeza y suspiró—. ¿Dónde estamos?

—En las cavernas subterráneas de la isla. Rodeados de túneles y cámaras con secretos majestuosos del origen.

—Cuando entré en la mente del Chacal... Sentí tanta tristeza y dolor—Camielle echó a andar a su lado por el túnel—. Y también vi sus pensamientos y deseos. ¡No me lo creerías aunque te lo contará mil veces! ¡Es impensable! Pero... su quintaesencia antinatural me rechazó y mi cabeza explotó—bajó la mirada, ceñudo—. No debí confiar en Clemente Bruzual. Lo saqué de la nieve creyendo que podría ser mucho más que un despiadado asesino—se rascó la cabeza—. Tuve mucha fe en la persona incorrecta.

Niccolo chasqueó la lengua y sonrió, frívolo.

—Gerard Courbet está muerto. Vi como los langostinos se arrojaron a su cuerpo moribundo en una nube de tempestad sobre una montaña de carne y... lo destrozaron. No quedaron ni los huesos. Quizás, las semillas de Clemente se puedan cosechar en un futuro... 

Camielle guardó silencio y se pasó la mano por las orejas.

—Maldito mundo. Vamos a terminar solos y bien muertos.

—No, Camielle—Niccolo se abrió paso a una cámara abovedada inmensa. Mucho más alta que cualquier templo, y del tamaño de una necrópolis subterránea. Las torres y las pirámides ofrecían un panorama deprimente de estatuas petrificadas y sueños de piedra—. Los Dioses Muertos me han conducido acá. Me han dado las herramientas para labrar el futuro y erradicar la peste del Sol Negro. ¡Se acabó!—Dirigió una mirada suspicaz a las hileras interminables de aquella legión de centinelas—. ¡El ejército más poderoso que los Hombres Serpiente crearon contra los Primigenios, yace en esta isla maldita! ¡Lo encontré! ¡Este era el poder que buscaban los Sisley cuando cayó la Ciudad Eterna! ¡Dormidos desde hace cien mil años en estas cámaras mortuorias! ¡No soportaron la Muerte Fría y legaron estas armas a la oscuridad!

Camielle soltó una carcajada infernal.

—¡Estás como una cabra! 

—¡Para seguir viviendo y levantándose... cada día... Hay que estar bastante loco!

—¿Y qué vas a hacer con el poder?

Niccolo miró la inmensa bóveda, asintió, sonrió y entristeció. Parecía a punto de llorar...

—Entendí el mensaje de los dioses. Me suplicó, la Entidad Primaria, al regresar mi espíritu de la sinfonía... que, debía exterminar a todos los humanos. Que su existencia insufrible ensuciaba el mundo. Felicidad, tristeza, rabia, rencor, soledad... amor. Todo tenía que desaparecer para siempre. Desde que mis padres se mataron en aquel ritual, fui atrapado por las fuerzas del otro mundo en la sopa primordial del Origen Divino del Todo. Los dioses sufren, y exigen a gritos que todo debe terminar. ¿Sabías que somos los últimos hombres de las estrellas? Nuestros ancestros poblaron el universo y agotaron los recursos de incontables mundos. ¡Es aterrador lo infinitamente próximos a la extinción! Antes el cielo era más brillante, pero fuimos destruyendo todo lo que nos rodeaba y a las otras especies las convertimos en esclavos. De hecho, el universo es demasiado viejo como para pensarlo. Está agonizando, y nuestra presencia es ese veneno que lo destruye. 

—¿De verdad eres Niccolo Brosse, el escribano de la Calle Obscura?

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