Epílogo. Balada del Anochecer
Epílogo.
Jazmín Curie en su duelo, recibió la visita de un pájaro de fuego rojo creado por Sanz Fonseca antes de morir, el elemental le cantó una canción tan triste, que todos en Saignne lloraron por la perdida. Ess era la noticia del ciclo, la valiente confesión del difunto Sanz, que pereció del otro lado del portal, enfrentando al Ejército Negro.
Alphonse recortó el espacio que lo separaba del río Aguamiel con un andar desgarbado. Sus botas se hundían en el lodazal congelado y la túnica escarlata relucía, cubierta con copos de nieve inmaculada. La máscara de hierro se le pegaba al rostro con besos fríos y despiadados.
El río era taponado de una gruesa capa de hielo translúcido y, bajo su superficie quebradiza, se removía la corriente oscura del agua helada. En la playa de arena grisácea, esperaba la sombra decrépita del Chacal, de oro y escarlata. El cielo plomizo no dejaba de sacudir volutas de nieve que se derretían al formar parte del lodazal y los sueños del claustro embarrado volvían a él en pesadillas de invierno, y ciclos de desesperación.
La caverna se cerraba sobre su cabeza en un encierro de oscuridad, crujidos y frío. Tras el derrumbe, los hombres de Albert Herrera fueron aplastados por trozos de piedra. Sus brazos y piernas se retorcieron entre gritos ahogados, hasta que se quedaron quietas... a merced de los gusanos y la podredumbre. Estaba aterrado. Convertido en uno con la oscuridad, se atrevió a ver con el flujo energético en sus ojos, y descubrió un infierno enlosado de cadáveres machacados y piedras inmóviles. No podía salir de sus barrotes rocosos, y el aire pedregoso se tornaba pesado.
Alphonse se arrastró por el suelo, cubierto de barro negro y arenisca. Se movió como un gusano moribundo por los túneles derrumbados, accedía a pequeños riachuelos plateados y pequeñas cámaras tan estrechas que avanzar era improbable. Cuando tenía hambre, machacaba gusanos con las muelas y los engullía, poseían un ligero regusto a madera vieja. El agua que bebía provenía de una afluencia subterránea que excavó una pequeña fosa de líquido cristalino. Aquella agua poseía una brillantes particular y un sabor esmerilado. No sabía de dónde provenía aquel néctar reluciente.
Louis estaba muerta, su cuerpo convertido en cenizas yacía sepultado bajo un millar de toneles de derrumbe.
—Los tiempos están cambiando...
Alphonse miró los escombros que se apilaban a su alrededor como un ejército infranqueable. Rio, lloró y se resignó... Dejó de comer gusanos y se recostó en una alfombra de barro para entregarse en brazos a la muerte como un niño malcriado. Estaba tan flaco como un palo, débil y enfermizo... No podía arrastrarse sin sufrir un acceso de tos. Recordó promesas vacías y una sonrisa que se esfumaba.
—Lo he perdido todo.
Y el agua comenzó a subir.
Escuchó un riachuelo corriendo a través de las piedras y un chapoteo. Sintió la mejilla mojada y aspiró un poco del agua enlozada. Como no podía caminar, estaba atrapado en un túnel de una vara de alto y el agua lo cubría hasta el pecho. Iba subiendo rápidamente con el correr de una riachuelo subterráneo. Cuando el agua llegó a su cuello, creía que moriría ahogado. Y no quería morir... No quería renunciar a la vida, aunque su dolor fuera insoportable. Resistió, pacientemente, hasta que el agua subió hasta su nariz. El aire de aquella burbuja era insípido y arenoso. No supo cuánto tiempo estuvo mojado, enterrado y moribundo. Llorando en la oscuridad porque estaba solo, y nadie lo comprendía y moriría... sin que a nadie le importase.
¿Nunca nadie lo quiso? Porque sus padres se habían ido, y Louis, la odiaba porque lo dejó solo. ¿Cómo había terminado de esa forma? Siempre intentó ser bueno: fue servicial con su familia, se esforzó en los estudios aparentando sinceridad. Toda su vida se aguantó todo y trató de ser una persona humilde. Y los dioses se reían de él como si fuera un bufón cubierto de saetas.
No merecía aquella soledad. Jorell, Melquiades y Francis... todos lo abandonaron. Ya no eran sus amigos. Estaban muertos. Y Alphonse Dumond también estaba muerto. Aquel era su infierno, por abandonar a los suyos durante la masacre. Su pena para toda la eternidad era ahogarse para siempre en soledad y tristeza, en uno de los cubículos del infierno.
Pero el nivel del agua descendió tan rápidamente como subió. La calma perpetua y el silencio fueron una tortura espantosa. Estaba tiritando de frío, delirando, enterrado en un lodazal y sus pensamientos retumbaban en el encierro. Había sido confinado a un reducido espacio, de aire arenoso y una techumbre tachonada de goteras. Temblaba de miedo, esperando que el derrumbe lo enterrara vivo en grava y arenisca.
Estaba encerrado en una cárcel. No podía gritar, no podía escapar.
—Alphonse—Louis estaba junto a él, en la oscuridad neblinosa. Llevaba un vestido color crema y varias pulseras de plata. Se abrazaba las rodillas rosadas y sonreía, con aquella gentileza familiar—. Has llegado tan lejos tú solo. Eres increíble.
—No eres real—se repitió—. Estás muerta.
—Eres valiente, fuerte e indetenible.
—Louis...
—¿Había una última cosa que querías decirme?
—Yo.. no soy nadie sin ti—Alphonse rompió a llorar—. Yo no quería seguir viviendo, y tú me diste esperanza. Ese día, que regresaste al Instituto, yo estaba intentando suicidarme. No podía caminar, había perdido a mi familia y todos mis amigos. Pero tú me diste esperanza, maldición Louis, ¿por qué tardaste tanto? Por muchos años seguí las reglas y obedecí todo lo que me ordenarán. Me había convertido en alguien que no quería. Pero desde que llegaste, y nos fuimos juntos, siento que volví a sentirme yo otra vez. Contigo podía quitarme las máscaras. ¿Por qué tuviste que morir? Me rompes el corazón, ¿y ahora... cómo voy a seguir viviendo? Ya no vas a estar allí para animarme. Aún teníamos mucho de que hablar, todos esos lugares a los que queríamos ir. Todo eso, se terminó. ¿Puedes escucharme, Louis?
El fantasma se había ido. Estaba solo, encerrado en el agujero húmedo y oscuro de la caverna derrumbada. A veces, le costaba aceptar la realidad... Las sombras lo envolvían y, lo despedazaban en formas horribles.
Alphonse se retorció en la oscuridad, sin pensamientos. Se había convertido en un ser repulsivo, delgado y pálido. Estaba muriendo, egoísta. Se resignó a la muerte y un calor abominable lo envolvió. La luz penetró como un relámpago y la arenisca cayó sobre su cabello mugroso. Vio una silueta sangrienta, e irreal. Por fin había muerto, y ahora los diablos se llevarían su alma atormentada a uno de los infiernos.
—No creo en los dioses... pues, me han abandonado.
La voz tenebrosa habló con un susurro. El fantasma bermellón lanzaban saetas de luz. Olía a salitre, herrumbre y brea.
—Aquí no imperan los dioses, solo los hombres.
La sombra escarlata se convirtió en la figura huesuda con cabeza de Chacal. Los destello de sol se fundían con su yelmo de oro y lo lastimaban en los ojos. Estaba mareado.
—¿Usted es el Rey Escarlata?
—No, los tiempos de reyes han llegado a su fin en esta isla—concedió—. Ahora, el título de Basilio representará la Corte de Magos en este sitio sin esperanza. Gobaith tendrá una nueva regencia.
Alphonse se incorporó, adolorido. La boca le sabía a salitre y los labios secos le ardían. Sus ojos comenzaron a lagrimear. Y una fuerza oscura se apoderó de su torso. Dejó de sentir hambre, frío y desesperación... Todo fue reemplazado por un imperativo deseo, por una ardiente llama de transición. Estaba vibrando y sus rodillas crujieron. La espalda baja le dolió con un ardor candente. Alphonse se irguió, orgulloso. Se apoyó en sus manos sucias y, con una fuerza desconocida, atrajo una de sus piernas y haciendo un esfuerzo desmesurado, logró levantarse un poco. Volvió a tomar aliento y se puso de pie para salir de la caverna.
Sus piernas estaban dormidas y escocían con hormigueos. El entumecimiento transcurrió, insoportable, los primeros diez pasos dolieron un verdadero camino de espinas. Pero caminó, por aquel túnel de luz con las rodillas tensas. Hasta emerger a través de un prado de flores de hielo y escarcha. Hacía muchísimo frío y una túnica escarlata sobre sus hombros le proporcionó regocijo.
Alphonse caminó detrás del Chacal y se detuvo, inquisitivo.
—¿Cuál es su nombre?
—Courbet, Sangre Negra—confesó el mago y siguió su caminata.
Alphonse lo siguió, confortado por volver a utilizar sus piernas.
El Basilio Courbet había instalado su consejo en el Castillo de la Corte: Miguel Leroy era el Tesorero del Reino y Contador de la Corte, llevaba una insignia con un águila dorada en el pecho y se la pasaba con las lentillas metidas en montañas de papeles. Se decía que el tesorero tenía comprada hasta la muerte, porque había sobrevivido a los cambios en la Corte, era competente y mantenía al reino en ascensión con su manejo.
Jean Rude, era joven y manejaba la compañía pesquera que surtía con pescado la ciudadela, el Paraje y Pozo Obscuro. Ya que, los navíos no podían ser manejados por autómatas, estos aún empleaban pescadores. Con ayuda de las Manos Negras, estaba construyendo barcoluengos, barcazas mercantes y galeones tan grandes como dominantes.
Teresa de Cortone ejercía el papel de Señora Nigromante de las Manos Negras, conformando la cabecilla de las pequeñas divisiones de Nigromantes que manejaban a los autómatas: granjas que se expandían día y noche, acueductos en construcción, refinería de fábricas; todo a cargo de cadáveres ambulantes que no se cansaban, no comían, ni bebían y no protestaban. Trescientos cadáveres depurados con métodos alquímicos, a cargo de los cincuenta Nigromantes.
Ronnie Lavoisier manejaba al Gremio de Alquimistas en la Casa de Negro como su genuino rector. Estaban trabajando en panaceas, remedios y elixires para las pestes de invierno. El rector propuso implementar la imprenta para difundir y almacenar toda la información importante. Cada día, asombraban al reino con un surtido de nuevos productos y cristales de memoria. El rector proponía la construcción de un tren capaz de unificar la isla para el próximo invierno.
Matías Luna era el nuevo Sumo Pontífice, y sus predicas en la Iglesia del Sol narraban las aventuras místicas de los Sonetistas del Fin del Mundo al enfrentarse a los dioses y los demonios. Era joven, guapo, y enérgico... y sus historias cautivaron al populacho. La intrépida aventura de Gerard Courbet al liderar a sus aguerridos Sonetistas a través de valles desolados y montañas traicioneras para enfrentar ejércitos de demonios indescriptibles. La maldición de infertilidad no llegó a sembrar su poder en todos los habitantes, existía esperanza. Se decía que los Sonetistas salvaron a la isla de la destrucción a manos de un dios maligno llamado Thoth y su Ejército Negro. Pero perecieron, rodeados de incontables hordas de monstruos. Matías y sus siervos viajaban por toda la isla contando como los Sonetistas pelearon en las lomas de una montaña de piedra contra el ejército demoníaco y los gusanos de tierra... durante siete días. Estuvieron en el Fin del Mundo, sobre ellos brillaba un sol negro y el ejército de demonios los embestía sin clemencia. Pero el séptimo anochecer de resistencia, Gerard Courbet le dijo a los magos de la Cumbre Escarlata que se retirarán a la isla... mientras él cerraba el portal que conectaba nuestro mundo al reino de caos de Thoth. Un sacrificio legendario que selló la constitución de la Corte de Magiares. Matías mandó a grabar una inscripción en una tabla de la Iglesia del Sol con los nombres de los sesenta y seis Sonetistas que se quedaron, combatiendo hasta la muerte, en ese mundo desolado, y un monumento de piedra en el Valle de Sales donde creció Gerard Courbet, lugar donde se llevó a cabo la apoteósica batalla contra los demonios.
—Hermano—leyó Alphonse los escritos póstumos de los Sonetistas—. Ve a la Corte de Magiares... y diles que aquí permanecemos, tal y como nos ordenaron.
La leyenda de los Sonetistas se expandió como un chispazo sobre un tonel de Fuegodragón. Toda aquella fábula inflada era manejada por la Cumbre Escarlata para encubrir la inevitable infertilidad, y el caos que estaba por desatarse en Pozo Obscuro. Hubieron pequeñas revueltas campesinas, pero fueron oprimidas rápidamente. En el sur se estaba cocinando un hervidero de sangre a manos de Samael Daumier, que prontamente se volcaría sobre la isla. En el centro, corrían rumores de una rebelión contra los que trajeron la maldición de infertilidad. Se señalaba a los de Saignée, y la Corte como responsables. Pero estos sujetos desaparecían, algunos días después de mencionar tales atrocidades.
Las sombras turbias removían las aguas. La Cumbre Escarlata seguía ofreciendo alimentos, ropas y entretenimientos a la mayoría de los pobladores estériles. Y era suficiente, pero si las ascuas de una rebelión se encendían desde el sur... la isla Esperanza sería presa de las llamas.
Jazmín Curie era la portavoz de su abuela Agrippa. La prestigiosa maga estaba a cargo de Saignée, el refugio de sangre de las familias seleccionados para reestablecer la población de Gobaith... cuando la estirpe esterilizada haya desaparecido, desolando poblados en una Eutanasia de Sangre. Se pronosticó que en cien años, el Paraje y la Tierra del Silencio desaparecerán.
Eusebio Desiderio ejercía el cargo de Terrateniente del Sur y Castellano del Segundo Castillo, mantenía tratados con Samael Daumier y sus compañías de asesinos. Pero estaba perdiendo influencia en su dominio...
Alphonse se acercó al Chacal a través de la nieve ennegrecida y avistó el río congelado. Los habitantes de Rocca Helena los recibieron con violentos abucheos y maldiciones. Todos, hombres, mujeres y niños... yacían en una tumba de sal protuberante con un rictus de muerte. Cien estatuas de sal mostrando muecas adoloridas, ante una brisa solemne. La nieve se derretía al tocarlos y un río salitre cubría Rocca Helena, con tristeza.
—Basilio Courbet.
—El Sol Negro controla cuatro Serpientes de Tierra—proclamó el Chacal. El agua negra del río estaba turbia, sucia. Se revolvía y se convertía en espuma. La superficie de hielo crujió, se partió y un vapor de nebulosa emergió en torrente—. Son tiempos de leyendas, y misterios. Los Sonetistas murieron y nuestros enemigos se han multiplicado.
El hielo se partió en trozos, y gimió con un silbido sulfuroso. El hedor a azufre lo golpeó en la máscara con un aleteo. Vio un par de ojos brillantes y una sombra de pesadilla que emergía de las profundidades del río. Escuchó un rugido.
—Dormido desde hace milenios—el Chacal levantó sus manos huesudas—. En las profundidades de un sueño acuoso, descansa una leyenda desde los principios de la creación. El Tarasque, un dragón primigenio en su sepultura de agua. Una bestia de la antigua, creada por los dioses estelares de la Gran Guerra Primordial.
Alphonse retrocedió, golpeado por el almizcle de la bestia y la espuma fría. Escuchó un potente rugido de trueno que le erizó los vellos del cuerpo y vislumbró, cubierto de tentáculos de niebla, un enorme caparazón azul oscuro y brillante, como aceite, una cola poderosa rematada en una maza de piedra, patas del grueso de robles y una cabeza achaparrado con una mandíbula aserrada, parecida a la de un caimán. Era un dragón monstruoso y protuberante.
La Cumbre Escarlata tenía un millar de ojos en toda la isla... El Chacal era un espectro sangriento y burlón.
—Moriré por este sueño de redención... ¡Valdrá la pena!
Fin del Tercer Libro.
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