Capítulo 24. Balada del Anochecer

 Capítulo 24: El mundo necesita esperanza. 

—Este mundo me está rompiendo...

La brisa congelada la atravesó hasta el hueso y estuvo a punto de derribarla.

Annie no se inmutó, de pie, sobre la almena de la torre más alta del castillo. Meneando su frágil cuerpo con el viento, esperando que una ráfaga violenta la derribe, para ir a descansar a mundos de sueños y muertes de piedra. Ya, la vida no tenía sentido. ¿Qué significaba estar vivo? El mundo le parecía un sueño fascinante, espeluznante y monótono del que quería despertar. Los días de alegría y regocijo transmutaron en una deprimente soledad de agobio. La felicidad... era un recuerdo de otra persona. No recordaba haber sido feliz en mucho tiempo. La pestilencia de la existencia, inmersa en ponzoñosa rutina y agobio miasmático.

Lo último que veía, ante su inminente destrucción... era aquel precipicio de soledad y sombras tenebrosas. Los carámbanos congelados cubrían los tejados de pizarra de la ciudadela sombría. El invierno llegó a la isla después de batallas inclementes e invenciones de los alquimistas que deslumbraban al reino. Ronnie se enorgulleció ante la habitación atestada con mesas de madera manchada, papeles, tinta, planchas y máquinas extrañas.

—¡Este es el mayor invento del hombre!

El alquimista fabricó rollos metálicos desmontables impregnados con tinta, que aplicaban presión sobre hojas de papel, grabando letras y diseños artísticos. En un día podía copiar textos de cientos de libros de ciencias, historia y magia. Día y noche, los alquimistas hacían funcionar aquella cámara de replicas para abastecer la ciudadela de suficiente conocimiento y dibujos. Había inventado la imprenta. El rector Ronnie ocupó el invierno transcribiendo los manuscritos más antiguos en la Casa de Negro para preservar su ictericiado contenido de las larvas.

En Valle del Rey se organizaron procesiones de Nigromantes al mando de pelotones cadavéricos. Implantaron el método Flambée en los cristales de memoria para almacenar comandas en los cadáveres, de manera que, tras grabar una acción en una joya de la mano de un Mortificador e injertar el pensamiento, el cadáver realizara la acción de forma autónoma. Cientos de oficios fueron automatizados por las Manos Negras: albañiles, fontaneros, carpinteros, curtidores y herreros. El trabajo era escaso, por ende, la Cumbre Escarlata decidió repartir fichas de insumos a las familias esterilizadas. Esto fue posible gracias a las abundantes reservas de alimentos para invierno. El decreto de las fichas de alimentos y ropa, se sostenía ocupando el trabajo indispensable en las granjas e invernaderos.

Lys sonreía, vivaracha.

—Los tiempos están cambiando—confesó, sonrojada. Annie le ordenó a su escolta quitarse las máscaras y acompañarla en las comidas—. Incluso para una tonta como yo.

El invierno llegó con una brisa de escarcha y pozos congelados. La población estéril con sus necesidades cubiertas, rumiaba acerca del futuro incognoscible. La teoría aceptada por la mayoría, era que Bel se enojó con la isla por la mezcolanza de pecadores, misas negras, aquelarres y orgías... siendo la esterilización una condena para los plebeyos. Las familias con sangre peculiar fueron trasladadas a Saignée, una tierra prometida, por su relativa inmunidad al agua envenenada. Pocas jóvenes campesinas conservaban los vientres abultados por la gestación, pero... sus niños serían los últimos plebeyos que nacerían en esta isla olvidada. Hubo un convento, y las jóvenes más hermosas que conservaron su fertilidad, serían ubicadas en Saignne para contribuir a la eugenésica tarea. 

Las jóvenes se ponían en filas de diez, se desnudaban completamente ante los magos oficiales y eran palpadas para asegurar la inexistencia de cualquier anormalidad o deformación. Las seleccionadas pasaban pruebas de compatibilidad sanguínea, concentración de quintaesencia, flujo energético y alelos de ancestros; todo esto, para asegurar un adecuado consorte y preservar la sangre.

Corrían rumores de culpabilidad, que caían sobre la Cumbre Escarlata acerca de las penurias, y otros... blasfeman en nombre de los Sonetistas. El Chacal orquestó una mítica historia para alimentar la imaginación del vulgo. Tiempos de cambios, pensó. Los alquimistas alumbraron invenciones para la nueva generación: mosquetes largos de esencialina, cañones reforzados y giratorios, lámparas de luminosita que aprovechan el calor humano y productos de lo más variado: esencias aromáticas, cristales de memoria, aparatos metálicos y neveras de Maeglafia. Después del invierno se retomaría la construcción de una locomotora de vapor para el transporte. La isla sufría una revolución industrial.

Y la esperanza estuvo creciendo en sus entrañas. Al principio, creía que enfermó del estómago porque sufría náuseas y vómitos sin cesar. Anaís no tardó en darse cuenta, ambas dormían juntas y no existían secretos para las amantes. El milagro de Giordano Bruno tomó vida en su vientre. Se sintió desconcertada, triste, eufórica y melindrosa. Lloró mucho. No quería tenerlo y... le rogó a la bruja que le sirviera suficiente té de ruda para abortar. 

—Mi reina—la bruja besó sus mejillas y la abrazó. Las dos se acurrucaron desnudas en la cama y el contacto de su piel caliente la reconfortó—. Un niño es un regalo. En tiempos sombríos como estos, cuando el populacho intenta con desesperación concebir... verla encinta los llenaría de esperanza. El mundo necesita esperanza. 

—¿Y cuándo descubran que es hijo del Homúnculista?

Anaís negó con la cabeza y sus rizos negros se agitaron. 

—Se sentirán contentos de que la reina tenga un hijo del héroe que aniquiló a los Sonetistas. Su hijo será un niño fuerte, sano y sabio. La sangre de los Verrochio debe continuar. Es lo que su padre Friedrich hubiera querido.

—Tengo miedo...

Anaís la besó en los labios con ternura.

—Todos tenemos miedo, cometemos errores estúpidos, y tenemos sueños. Usted ha cometido errores, su padre y su madre también lo hicieron... Eso es lo que significa un sueño de redención: esperanza. Nuestro deseo egoísta de reparar esos errores del pasado. Un joven con el corazón roto, buscará el verdadero amor. Es nuestro pecado, y nuestra expiación. Ese niño, ese retoño del milagro... Significa que podremos encontrar la redención al intentar que las cosas sean mejores.

El invierno sería crudo profetizaron los astrólogos. Los rumores de la muerte de Gerard Courbet eran brasas sobre pajonales, el Asesino de Magos lo traicionó y asesinó frente a su ejército. El Chacal se encerró en la Iglesia del Sol desde entonces. A pesar de su embarazo, se permitió dar audiencias con Francis dirigiendo su escolta. Era su deber como reina ser la imagen del reino y concedió auditorios a denuncias por herencias. Decretó el derecho de las mujeres a la herencia. Escuchó los relatos de los brujos de las Tierras del Silencio y sus desastrosas huestes desperdigadas en la isla. Rumores de apariciones en las lomas del Paraje. Un millar de bendiciones de parte de los sacerdotes para la fecundidad de los habitantes y el nacimiento de su hijo.

El vientre fue creciendo rápidamente hasta convertirse en un bulto. Una parte de ella que latía y alumbraba la vida. Le dolían los pies y siempre tenía antojos de lo más extraños platillos. Anaís siempre estaba con ella, y le servía cada noche un caldo de especias para que el bebé tuviera todos los nutrientes necesarios. La magia de la vida y el caldero de la descendencia.

La primera nevada cayó con suavidad sobre los adoquines y las techumbres de pizarra. La ciudadela se cubrió de un manto inmaculado de algodón congelado y chimeneas vibrantes. El cielo volvía a ser pálido y nublado. Aunque el frío podía penetrar a través de las capas de pieles, nunca estaba sola y siempre estaba caliente. Las noches de pasión con Anaís se convirtieron en caricias tiernas. Algunas veces quería sentir una buena penetración y la bruja traía a Ulises a sus aposentos. Anaís lo desnudaba despacio ante sus ojos y lo besaba con pasión... Verla acariciando al muchacho y succionando su miembro con los labios la encendía. El joven era enérgico, y gemía rítmicamente. Había noches que el solo verlos juguetear y fornicar la hacían vibrar como un caleidoscopio de fuego.

—Mi reina—Petunia se acercó con una sonrisa temblorosa. Estaba más pálida de lo usual, a pesar de que hacía bastante frío... Un sudor escurridizo manchaba su túnica escarlata—. No debería estar afuera. Hace mucho frío.

Annie detalló la estatua de la ninfa coronada en el centro del jardín. La escarcha translúcida cubría la superficie de mármol como una película de oro fino. La delgadez de sus miembros, el vello fino en su intimidad, sus pezones pequeños y su cara de niña refinada... Le cobijaron recuerdos de traiciones, sueños de redención y canciones. Beret, Gerard, Niccolo, Mia, Sam... Todos estaban muertos. La manipularon, y la olvidaron. Pero, ella seguía viva. Y seguiría estando en el trono para gobernar con su hijo en brazos. Pronto volverían Giordano Bruno y el Chacal saldría de su letárgico encierro. 

—Petunia—Annie sintió el hielo en la boca. La joven tenía los ojos vacíos, desenfocados... Sus ojos oscuros portaban un umbral de sombras tétricas de azur oleaginoso—. ¿Dónde están los otros?

Amador du Vallée nunca la dejaba con menos de tres escoltas. Pero, estaba sola con Petunia en el jardín de estatuas. La joven le dirigió una mirada de vidrio y levantó el puñal oxidado.

Annie gritó y retrocedió... El jardín congelado desapareció a su alrededor. Lo único que veía era la boca negra de Petunia, su rostro lechoso y los hilos de sangre que brotaban de su nariz y oídos. El puñal descendió con un escalofrío... Annie se sintió indefensa. Había olvidado todas las Imágenes Elementales. Lo único en su mente era el espectro congelado y los carámbanos sanguinolentos en sus orificios nasales. 

La brisa la golpeó con un latigazo de clavo y especias. Una cuchilla veleidosa de un diablo invisible. Petunia abrió la boca, pero no emitió ningún ruido. Annie cerró los ojos cuando el estallido de sangre separó el torso de la chica en decenas de fragmentos de carne pestilente. 

Los restos de Petunia formaron un charco de podredumbre alrededor de sus piernas. Los brazos y la cabeza seguían en movimiento después del desmembramiento... Sus dedos buscaban cerrojos invisibles y sus ojos la perseguían. Después de un momento, estos reflejos se extinguieron y la muerte recobró el cuerpo despedazado.

—¡Reina!

Francis corrió hasta ella con la máscara cubierta de escarcha, empuñando una varita. La siguieron Lys y Ulises con el rostro lívido. Francis la ayudó a mantenerse de pie sobre el charco sanguíneo, mientras los jóvenes la rodeaban. Buscó a Lys con la mirada y encontró el supremo terror del espanto por el atentado... y en los ojos de Ulises, se removían sombras inexpresivas... Descubrió un puñal firmemente apretado en su mano. Ulises abrió la boca y un chorro de aceite negro manchó su túnica. 

Annie volvió a gritar. Francis no pudo darse vuelta a tiempo cuando él joven se lanzó... Cerró los ojos y escuchó como el frío metal del puñal atravesaba la carne con un sonido húmedo. Lys soltó un gemido de dolor con el puñal atravesando su vientre. Ulises lo arrancó de un tirón, teñido de rojo y lo volvió a clavar en las tripas de la joven. 

Estiró una mano sin pensar.

—¡Un cielo blanco se vuelve naranja con el atardecer! 

Annie liberó la Proyección de Calcinación con un grito ahogado y la sustancia dorada brotó de sus dedos en raudal. El familiar aroma a canela en brasas se arrojó sobre Ulises y deshizo su cuerpo consumido por las flamas. La túnica humeó y se encendió con un chisporroteo. En un parpadeo, fue envuelto de llamas doradas. Ulises no gritaba, solo se retorcía y e intentaba buscar a tientas el puñal en el suelo. Sus brazos y piernas crujieron, y se partieron...

Lys sollozaba en un charco de sangre que se congelaba rápidamente. Se apretaba el vientre con manos ensangrentadas...

Annie estuvo a punto de derrumbarse. Los trozos de carne cubrían su cabello y rostro. Si Francis no la hubiese arrastrado, se habría quedado allí... Viendo los restos descompuestos de Petunia y las flamas que consumían el cadáver de Ulises. 

Sir Amador cruzó el jardín acompañado de medio centenar de ballesteros cuando aquel ataque hubo terminado. Annie no dejaba de temblar. Anaís le sirvió varios calmantes y el tazón con remedios para los humores del bebé. Esta vez, lo notó demasiado dulce para su gusto. Durmió toda la noche, y el día siguiente...

Cuando despertó... estaba cubierta de sangre: sus piernas bañadas en un sudor acre y sanguinolento. Anaís llamó a las parteras para el alumbramiento adelantado. Un dolor espantoso la acogió durante una hora insufrible y después de contracciones violentas fue capaz de parir a un monstruo. La partera que lo sostuvo, lo dejó caer al suelo tras soltar una exclamación y se dobló por la cintura para vomitar.

El niño no era tal... Más bien, un diminuto demonio de piel azabache y escamosa, alas de murciélago atrofiadas, sin ojos y relleno de gusanos viscosos. Se arrastraba en un charco sulfuroso, emitiendo gorgoteos. No tenía brazos, no piernas... Era un cuerpo alargado y deforme con una cabeza abultada. Se arrastró una vara a los pies de una partera, sacó una lengua bífida y cayó muerto. 

Annie gritó, chilló y lloró en las sábanas ensangrentadas. Mandó a llamar a Anaís con Lémur, pero no la encontraron en todo el castillo. Ratón se fugó con ella después de matar a dos Nigromantes y despedazar sus cadáveres. Amador declaró el cierre de la ciudadela y la búsqueda de la bruja en los túneles secretos con toda la fuerza de la Orden de la Integridad. 

Pero, aquello pertenecía a otro mundo. Annie se sentía febril. Se pasó todo el día en la cama, delirando por las fiebres, cansada, amortajada y somnolienta. La medicina le producía horcadas y los tratamientos eran de lo más horroroso. No tenía ganas de comer y el agua le sabía insípida. No llevaba la cuenta de los días, salvo por las visitas de Francis y sus noticias. Aún no atrapaban a Anaís y Ratón, pero no habían salido de la ciudad. 

—Mi reina—Francis Corne d'Or le limpió el rostro con un pañuelo húmedo. Se había quitado la túnica escarlata, llevaba un chaleco de cuero azul con tachones, botas altas y el cabello recogido—. Sé que está en una condición de debilidad, pero le ruego... Por favor... que se levante y venga conmigo. Alguien quiere verla.

—Francis—Annie no podía mirarla a los ojos—. Lo perdí... Es mi culpa. Perdí todo...

La mujer le limpió las lágrimas. 

A pesar de la debilidad de sus piernas, pudo levantarse. Caminaba como si sus piernas fueran de barro, y en cualquier momento se le fueran a romper. A pesar de estar abrigada, nunca había sentido tanto frío. Debía estar más flaca que nunca y la palidez de su rostro exhibía lo demacrado de su condición. Sus ojos habían perdido el brillo incandescente, y ahora solo albergaban un destello de tristeza incrustados en bolsas abultadas.

La habitación a la que fueron era de la misma torre, pero la caminata se sintió como atravesar un túnel sin fin. Detrás de esa puerta, existió un velo de esperanza de ver a sus amigos otra vez, por un instante... quiso que detrás del cerrojo estuvieran Louis, Jean y Niccolo. Que después de todo lo trascurrido los últimos dos años, había despertado de un sueño infinitamente desesperado. Pero a medida que Francis la conducía a la habitación, recordó que los había perdido. Pero la esperanza no desaparecía, en una vana intención de permanecer cuerda, imaginó que detrás de esa puerta la esperaba su padre Friedrich y la familia que nunca tuvo. Por fin conocería a su madre, y eso la llenó de energía. 

Detrás de esa puerta podrían estar Petunia y Ulises. El recuerdo de sus rostros inexpresivos y sus ojos vacíos era una invención. Ellos no habían muerto, todo era mentira. Un pensamiento la asaltó, quizás Francis también la traicionó y esperaba ver a Anaís con su sonrisa maquiavélica de bruja traicionera detrás de aquella puerta. 

—Reina—Francis abrió la puerta y adentro la esperaban dos personas: una joven moribunda y un hombre de elegante traje con un maletín—. Ella ha aguantado siete días y no ha parado de preguntar por usted... a pesar de sus heridas. 

La joven tenía el rostro amarillento y la sábana que la cubría apestaba a sudor rancio y urea. El sudor grasiento la volvió irreconocible y su piel exhibía una flacidez de muerto. Miró a Annie y un destello de felicidad iluminó sus ojos cansados. Una sonrisa pesarosa surgió de la comisura de sus labios.

—Mi reina.

Annie estiró su mano para sostener la de la joven.

—Lys...

—Lo siento—Lys se pasó la lengua por los labios agrietados. Su voz estaba apagada—. Siempre estoy dando problemas. Pero, una tonta como yo... pudo detener el cuchillo. 

—No eres una tonta—Annie le apartó el cabello pegado al rostro—. Y nunca lo has sido.

Lys soltó un sollozo y la miró con una inocencia impropia. No quería llorar frente a su reina, pero falló en eso también... Jan Baptista van Helmont, médico y alquimista del castillo; se dirigió a ellas.

—Lys recibió una puñalada en el estómago—dijo con pesar. Llevaba lentes gruesos y un aire de sabiduría innata—. La infección ya no se puede tratar. Está muriendo. Ella... solo quería verla una vez más.

Annie estuvo con ella, sosteniendo su mano hasta el momento en que murió. Lys se quedó dormida después de sollozar escuchando canciones. Jan Baptista la siguió curando después de eso. Se aseguró de que ingiera suficiente alimento y líquido. Le hacía comer ajo crudo para las infecciones y té para el descanso. Annie fue recuperando fuerzas con el pasar de los días, y el dolor desapareció casi por completo. 

La noticia de su hijo nonato recorrió toda la isla y la tristeza envolvió la ciudadela. Quizás fuera eso lo que impulsó a una de las prostitutas de Valle del Rey a delatar un Ratón en su escondite del mercado. Lémur juntó un destacamento de magos y llegó a la mansión de los Daumier en la calle Estrella. Irrumpió en el lugar, tras un breve forcejeo con los criados. Sandra Espino intentó defenderse con una ballesta y fue fusilada a disparos. Ratón intentó huir saltando por los tejados, mató a varios magos antes que de Lémur fuera a confrontarlo. Ambos hermanos se vieron como enemigos y se enzarzaron en un duelo del que se escribiría una canción sobre los tejados de la calle Estrella. Los testigos dicen haber visto a Lémur manipular la nieve de las techumbres, formando agua líquida y hielo. La batalla duró poco, Ratón fue más rápido, y a pesar de recibir lesiones... fue más despiadado al matar a su hermano. Muchos dijeron que Lémur no pudo matar a su hermano menor, no... porque no podía... Sino porque había jurado protegerlo a sus padres fallecidos. Ratón fue reducido y prendido junto con Anaís, que se había escondido en un pasadizo de la mansión.

Nunca encontraron a Jennifer Daumier. Una prostituta afirmó que la mujer se convirtió en un pájaro negro y huyó volando cuando vio a la Orden irrumpiendo en la mansión. Otro de los criados dijo que la mujer se convirtió en serpiente y huyó por los pasadizos. Amador encontró numerosos pasajes en la mansión que conducían a distintos túneles en la ciudadela y el Bosque Espinoso. Aún la seguían buscando... Claudia Daumier fue vista por última vez en el mercado junto a una mujer gorda con un pañuelo rojo. De los Daumier no se sabía nada, salvo su negra traición. 

Francis Corne d'Or se encargó de la tortura para sacarles la sórdida verdad. Anaís confesó todo cuando comenzaron a cortarle los dedos y a dárselos como alimento único: Samael Daumier la compró con un millar de soles de oro, la mitad, cuando entrará en la Corte, y la otra mitad... cuando él ascendiera al trono. El plan del traficante era hacerse con el poder de la isla tras la Guerra de los Sonetistas, debilitando a la reina para que le cediera el trono con un matrimonio. Su propuesta aún no estaba madura cuando quedó embarazada. Anaís mató a Petunia y a Ulises para manipular sus cadáveres con maléfica nigromancia, haciéndola perder confianza en sus cercanos y así, sembrar la idea del matrimonio.

Ratón fue más abierto en su confesión: le contó a Amador que la bruja lo hechizó con un sortilegio para controlar su mente, pero... después de un par de latigazos, confesó que estaba enamorado de ella. No le importaba el dinero de Samael.

—¿Y Lémur?—Amador esgrimió el látigo. Se lo veía entristecido—. ¿Mataste a tu hermano por una mujer?

—No—el delgado Ratón estaba cubierto de sudor y largos cortes sangrantes—. No lo sé. Yo... estaba rodeado, pero él les ordenó a los magos que no me hicieran daño. No importa qué. Yo... puedo matar a seis magos proyectores y huir, sin complicaciones, pero... nunca podría vencer a Lémur. Creí que moriría: estábamos intercambiando disparos. Lo conozco, ¿sabes? Él siempre fue mejor que yo. Pero se contenía frente a ti, para que vieras... como destacaba por mi edad. Sus Evocaciones de Líquidos eran... majestuosas. Las tejas volaban en pedazos. La nieve se derretía con silbidos. Estaba lloviendo, un aguacero, un arcoiris, una serpiente de agua y una cascada. No entiendo... Él estaba jugando conmigo. Y no bajó la guardia, solo... nunca erigió un reflejo protector. Le disparé, me atreví en mi cuenta ignorancia, le atravesé el pecho con una Proyección Punzante. Él me miró, sonriendo como un niño. Asintió, con la mandíbula tensa y lo vi caer del tejado—Ratón chasco la lengua y miró a Amador con los ojos enrojecidos—. ¡No quería matar a mi querido hermano! ¡Esa bruja me tenía... obsesionado con su...!

Annie los condenó a muerte.

A Anaís la desnudaron y le contaron las manos mutiladas para meterselas por el ano y la vagina. Le rociaron las tetas con aceite hirviendo y la ahorcaron en el patio del Castillo de la Corte. Su hermoso cuerpo fue deformado para que la vieran como la repugnancia andante que era. Su cadáver se congeló en la muralla del castillo como un trozo carbonizado de sangre y carne.

Ratón tras ser condenado por el asesinato de su hermano, pidió como última voluntad a Amador que lo ordenase caballero. El joven caminó descalzo hasta la Iglesia del Sol, y subió los sesenta y seis escalones de rodillas para que el nuevo Sumo Pontífice lo ungiera con el óleo sagrado. Sir Amador du Vallée le encomendó arrodillarse, desenvainó la espada y la colocó en su hombro con solemnidad. Ambos pronunciaron el juramento del Héroe Rojo ante los ojos de miles de espectadores sobre la colina Vidal. 

Sir Amador levantó su espada ornamentada y le tendió un guantelete a su sobrino. El remilgado hombre llevaba una armadura plateado y una majestuosa capa nivea bordada con remolinos en hilo de oro.

—Levántate, Sir Ratón du Vallée, el Matahermanos.

Mutilado tras el azotamiento, con las rodillas amoratadas, y los pies congelados... Ratón se levantó como caballero de la Isla Esperanza. Le sonrió a su tío y asintió con lágrimas en los ojos. Sir Amador esgrimió el donaire mandoble con dos manos, y con un rápido arco... le cortó la cabeza a su sobrino. El cuerpo de Ratón no se enteró cuando la cabeza rodó por los escalones de la iglesia... Tembló ligeramente, soltando un chorro de sangre y se derrumbó sobre las rodillas. En una postura de oración. 

Sir Amador du Vallée contempló el cadáver, envainó el mandoble y bajó las escaleras ante el millar de ojos penitentes con el rostro inexpresivo. Annie vio como, en una de las comisuras de sus labios... apareció un rictus de muerto, pero lo suprimió rápidamente. Fue tan rápido, que creyó haberlo imaginado. Cuando llegó al último escalón, cargando la pesada armadura... dirigió sus ojos cansados a la multitud de pobladores sardónicos, pulcramente vestidos y alimentados. Pero, ninguno tenía niños en brazos, desde el más joven al más viejo... Todos eran estériles y se dedicaban al placer orgiástico. Miró la cabeza de Ratón en su pequeña charca de nieve roja y suspiró...

Esa fue la última vez que lo vieron. 

Annie escudriñó el abismo de la torre y la brisa estremeció su túnica escarlata. Tenía puesta la fría máscara dorada de ruiseñor y la diadema de plata en los dedos. Estaba descalza, de manera que las agujas de hielo se clavaban en sus talones. Estaba muerta, pero aún no había saltado al vacío. En su bolsillo conservó el peso de la varita que le regaló Amador. 

El egoísmo de seguir viviendo se estaba terminando. Levantó un pie y el aire frío le levantó la túnica, penetrando en la piel de sus piernas delgadas y su sexo. Se dejó mecer por el frío y...

—Annie Verrochio—la voz del Chacal le traspasó el pecho—. La muerte no te traerá satisfacción. Aún queda mucho por hacer. La vida... aunque asfixiante, puede llegar a ser bastante interesante.

Profirió media vuelta y encaró al fantasma bermellón con cabeza de Chacal. Era bastante alto y delgado como un espectro de las regiones plutónicas. La brisa templada estremecía su vestimenta holgada. Olía a sal, tinta y herrumbre... 

—¿Qué más quieres de mí?

—Debemos destruir al Gran Devorador y al Sol Negro, antes de que nuestro mundo quedé en tinieblas.

Annie desenfundó la varita y se apuntó al pecho. Sintió la punta de madera tocando su corazón palpitante...

—He destruido todo lo que he amado. Mis sueños se convirtieron en cenizas en mis manos. 

—Vivimos de sueños, querida Annie—el Chacal levantó sus manos envejecidas y avistó los ojos rojos bajo su máscara de oro—. Los sueños dan sentido a nuestras vidas. En ocasiones, son deseos de realización egoísta o... bienestar para el otro. Este sueño se ha construido con sangre. Es nuestro pecado por destruir la Ciudad Eterna, y nuestra redención en esta Isla Esperanza... Todo lo que alcanza a ver, fue alguna vez el sueño de redención de los Sisley. Todos necesitamos ser parte de un sueño para seguir viviendo. Annie Verrochio, usted, no ha conocido un sueño tan real... que el solo pensarlo la llene de plenitud.

Annie pensó en una Imagen Elemental, una lágrima rodó por su mejilla. En su mente inundada de brumas negras aparecieron estrellas azules, tenues. Dio un paso atrás con las piernas temblorosas y...

—Lo único que me queda es esto: este es mi único anhelo egoísta. 

Levantó la varita y descargó una Evocación Elemental de Ionización Estática... Los vellos de su brazo se erizaron cuando el relámpago de plata brillante brotó del catalizador como un manantial cerúleo y se calentó en sus dedos. La Torre del Hombre Arrojado se estremeció... Los ladrillos de piedra temblaron. 

El relámpago plateado vibró, transmutó en un brillo incandescente... y se convirtió en un resplandor dorado. El Chacal sostuvo una varita de hueso y replicó con un chorro de energía ionizada. Ambas fuerzas energéticas se enfrentaron en un estallido de chispas coloridas. La torre crujió y los ladrillos pétreos saltaron. Annie gritó cuando sintió que la varita le quemó los dedos y la aferró con todas sus fuerzas... Sabía que si la soltaba iba a desaparecer. Todo lo que veía era dorado, brillante y cegador. Las chispas de sol volaban por el cielo nocturno y ambas fuerzas energéticas chocaban en embestidas plasmáticas.

La varita del Chacal ardía y se calentaba. Era pálida, y humeaba desprendiendo un insípido aroma a uñas quemadas. Las chispas les encendían las túnicas escarlatas con silbidos. Las energías se encontraron en una cúspide y se desprendió un chirrido horrible y disonante. Una voz de llanto y un ronroneo. Un profundo olor salitre. Canciones, mentiras y lágrimas... tan saladas como la espuma del mar.

Annie sollozó ante el resplandor cegador. Vio el retrato de niños jugando en un arroyo y un llanto ensangrentado. Un despacho tapizado con honorarios y un escritorio repleto de libros, allí sentado estaba un hombre joven de espléndido traje verde. Era Cassini Echevarría, el antiguo rector del Jardín de Estrellas que había desaparecido. Annie intentó hablar, pero la voz no le salió de la garganta. El rector revisó un manuscrito con las lentillas agrandando sus ojos brillosos. 

—Lamento decirlo, señor Courbet—se dirigió al otro hombre en la sala con voz suave—. Debo rechazar su solicitud de ingreso a la Sociedad de Magos. Es bien sabido que su reputación en el Paraje le concede el título de un mago autodidacta. Es cierto, que el milagro que hizo en la Tierra del Silencio al limpiar el agua salitre que contaminó la afluencia del pueblo... merece su mérito. Pero debemos rechazarlo, usted está a un paso de ser clasificado como mago negro y ser prendido por los Magos Rojos de los Castillos. 

El otro hombre se sumergió en un silencio sepulcral. Sus ojos eran negros como la tinta, y el cabello grasiento del mismo color caía a los lados de su cabeza. Era alto, delgado y taciturno. Y el olor salitre de su esencia no resultaba desagradable: recordaba a los puertos poblados y la madera anciana de los barcos mercantes.

—Rector—Courbet sonrió con tozudez—. Creo que mi solicitud es rechazada por algo más que mis métodos. 

—Pues—Cassini se quitó las lentillas y se reclinó en el asiento—. Debo rechazar su solicitud, sencillamente, por su origen humilde. No hay duda de su talento para el Misticismo, pero se necesita algo más... La chispa es necesaria. El nombre Courbet lleva consigo el peso de una reputación atroz. Los rumores de que causó la contaminación de la fuente de agua del Paraje y el asesinato de los pequeños Lumiere, cae bajo su responsabilidad.

—¡Son mentiras!

Pero la voz del hombre descendió en un hilo y el despacho desapareció abruptamente... Annie cayó otra vez en la Torre del Hombre Arrojado, su nariz sangraba y atisbo con melancolía al fantasma escarlata y su varita de hueso humano. El mago le apuntó y emitió un pulso de vibración. Annie fue empujada por el golpe y cayó de espalda sobre la piedra. Se golpeó la cabeza con el filo del adarve y sintió la sangre mojar su cabello. La energía la atravesó con calor, y las esencias ionizadas estallaron con virutas de opúsculos fragmentos.

El Chacal caminó a ella con pasos insonoros, esgrimiendo la varilla de hueso como una daga maldita... Levantó la varita y... los huesos de sus piernas crujieron. Annie gritó de dolor cuando aquella fuerza indescifrable tiró de ella al cielo, sus músculos y tendones se tensaron, de forma que se mantuvo de pie con los brazos extendidos. Intentó moverse en vano con aquella electricidad invisible atormentando sus miembros.

—Annie Verrochio—dijo. Trazó en círculo en su vientre con la punta de la varita. Estaba fría y afilada—. Sin amores, ni rencores. 

Clavó la varita en una puñalada. El dolor la penetró desde adentro y dio vueltas alrededor de sus intestinos... La sangre corrió por sus piernas. Annie chilló y se retorció... Luchó con todas sus fuerzas y estiró los brazos. Vio por un fugaz momento al bardo de blanco y morado tocando su lira en la plaza Obscura y sintió una profunda tristeza. Más dolorosa que cualquier herida. Era el hueso del brazo perdido de Gerard Courbet. Annie, gritando, luchó por mover sus brazos. Sus músculos ardían y sus articulaciones crujían... pero, logró atrapar el cuerpo del Chacal con un abrazo despiadado. La boca le supo a sangre y tinta. Ya no importaba nada. 

—Este es el único sueño que tenemos.

Se sostuvo al espectro con todo su peso, tirando de su cuerpo huesudo, tropezó con el adarve y cayeron por la torre. La brisa los golpeó, tan fría y afilada como diez millares de cuchillos. Se aferró al cuerpo macilento de Courbet para que el beso de la piedra los recibiera con una despedida trágica. Era el final de aquella canción que comenzó en la medianoche de hace dos años de sufrimiento...

Vio la luna pálida, azulada.

Courbet murmuró un conjuro. Su cuerpo sólido, pasó a formar un líquido grasiento y luego un gas blancuzco. El espectro se convirtió en niebla salitre, Annie abrazó al vacío y la brisa del invierno la golpeó el rostro en una bofetada veleidosa. Gritó, llorando y se encontró con el frío suelo. Sus dientes chocaron y se rompieron cuando su espina se partió en la violenta caída...

Annie cerró los ojos para soñar por siempre con sueños de piedra y olvido.

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