Capítulo 23. Balada del Anochecer

Capítulo 23: Para mí, no existen sueños de redención.

Quise...
Mi piel llenarla de tatuajes para cubrir los besos que dejaste.
Puedo ocultar la historia que vivimos.
Pero no puedo borrarte...

¡Dicen que el tiempo va curarlo todo!
¡Y sé que es mentira!
Es imposible que pueda olvidar al amor de mi vida.

Ni tomando como loco...
Ni con otro amor tampoco.

¡Lo que duró varios meses va dolerme para toda la vida!
¡Cuando dije has lo que quieras!
¡Vete, si te quieres ir!
¡No era lo que quería!

¡Duele más saber que mis acciones fueron decepciones!
¡Y no un simple enojo!
¡Las heridas que te hice!
¡Nunca te abrieron la piel, pero te abrieron los ojos!

Y ahora me toca aceptarlo.
Aunque me cueste tanto hacerlo...
Que ya no somos, ni seremos...

Gerard Courbet sonrió y se limpió las lágrimas después de cantar la última balada.
—La amaba, ¿sabes? A veces ella también me quería. La quise mucho, era una buena amiga, compañera y... ella—los labios le temblaron y su voz se quebró—. Ella llegó a amarme. ¿Lo crees? Una mujer se enamoró de este desastre. Soy de lo peor, soy incapaz de mantener mi corazón estable... Ela me quería. Solo pensaba en mí: era cruel y egoísta... y ella me seguía amando. Me volvía frío, distante y cruel... y ella me buscaba. Sus abrazos eran tiernos y cálidos. Sus labios... adoraba sus besos de magia y fuegos artificiales. Ella me amó con sinceridad. A veces, yo también la quería. Todo terminó... Cada día, siento que la vida me está despedazando. No tengo ganas de seguir respirando: me siento vacío. Perdí a Mariann. La odio por dejarme el corazón roto. Nada puede consolarme...
La sal rosácea se había dispersado con la brisa. Los restos salitres del cuerpo de Sanz Fonseca se deshacían en el lodazal encharcado.
—Lo lamento, Sanz—Gerard se levantó del suelo—. No volverás a ver a Jazmín, así como... yo tampoco volveré a ver a Mar. ¿Te sientes triste? No, claro que no. Tú no sientes nada, estás muerto, y eso me causa... tanta envidia. Te lo mereces, hijo de perra. Todo va a estar bien: lloramos, nos levantamos y trabajamos. Aunque, a veces duela seguir viviendo, debemos seguir sufriendo para algún día cumplir nuestros sueños de redención.
Javier Curie estaba rojo y lacrimoso. Niccolo permanecía junto a él con los miembros entumecidos.
Gerard les dedicó una mirada severa cuando señaló las restos de sal.
—Miren lo que le hizo el amor.
—¡Cállate!—Replicó Javier, gruñón—. ¡El amor es más importante que tu estúpida guerra! ¡No lo debes minimizar! Sanz amó a mi hermana con todo su corazón y eso le dio fuerzas. ¡Pero, ustedes!—Le lanzó miradas a Niccolo y Gerard—. Perdieron a las personas que más amaron. ¡Creen que pueden vivir sin amor! ¡Renuncian a sus emociones para cargar pesos insoportables! ¡Todo esto es su culpa! Ustedes... son tan tristes. ¿Por qué tienen que callarse todo? ¿Por qué se aferran a dejar a un lado el amor que sintieron? Eso es real—Javier rompió a llorar—. Lo que sentimos, por muy tonto que parezca... es real.
Gerard Courbet frunció el ceño, abrió la boca para decir algo y dejó escapar una carcajada.
—Aún le escribo cartas—confesó—. La amo, y le escribo... sabiendo que ella ya no estará nunca más conmigo. Ayer acaricié los pétalos de un girasol... y recordé la suavidad de sus mejillas.
Javier se llevó las manos a la cabeza.
—Ella no va a volver, maldito idiota.
Gerard dio un paso, rabioso. Se acercó a zancadas a Javier, lo tomó del hombro y... asintió. Dejó escapar un suspiro y se abrió paso por el lodazal: un valle de escombros, cadáveres carbonizados y moscas pestilentes. La muralla que rodeaba el Jardín de Estrellas se vino abajo en algunas partes, formando torres derruidas que se balanceaban con el viento. Los edificios cubiertos de polvo y jolín tenían las ventanas rotas y agujeros de disparos. Aquel lugar solo lo había visto en los sueños fantasiosos de Courbet.
Bajo la suciedad, la sangre y los cadáveres cercenados que se apilaban en piras improvisadas... conspiraba cierta belleza fantasmal. Los corredores relucían en un mármol obscurecido por el negro humo, las estancias estaban desordenadas, los bustos y las estatuas yacían derribadas con inscripciones desconocidas. Los imponentes edificios se alzaban como torreones majestuosos. Uno de los departamentos se derrumbó cuando el cristal en su cúspide se desmoronó... alrededor, se apilaban trozos de mármol, pilares derruidos y cadáveres aplastados.
Gerard sacó la lengua y rodeó el cadáver aplastado de un mago de túnica escarlata y máscara de cuervo. Siguió avanzando por un corredor empedrado, cubierto de polvo y cenizas. Había estado evadiendo aquel pensamiento: le daba vueltas, revoloteaba y golpeaba el interior de su cráneo como mariposas cancerígenas. Descubrió el verdadero rostro del Chacal: las arrugas se habían acentuado en su cara con mayor severidad, el cabello grasiento y sus ojos... se volvieron rojos; pero, poseían aquella presencia cruel. No cabía duda. La quintaesencia unía los caminos de las almas. La resonancia de aquellos unidos por la esencia en una sinfonía interminable de vida y muerte. Su aroma, su regusto y sensación...
La esencia del Chacal y la suya se unieron... cuando lo bañó en fuego eterno. Lo veía, lo sentía y lo atravesaba. Courbet estaba llorando. Lo veía, tal y como lo recordaba: el traje purpura, el sombrero de pluma y la sonrisa de cantautor enorgullecido. Las luces de los caminos estrellados los rodeaban con fuegos artificiales y aromas salitres. Se encontraban en el fin de la realidad, pero también era el principio, el centro y el borde del Origen Primordial del Todo. Nada existía allí, donde los caminos de la quintaesencia se volvían uno solo.
Gerard lo miró largo rato, esperando...
Courbet se quitó el sombrero de plumas. El cabello negro y grasiento corría a ambos lados de su cabeza como ríos de azabache.
—Gerard...
—Lo siento—soltó, su voz era etérea. Courbet era unos dedos más alto que él, pero más delgado—. No pude cumplir mi promesa, padre. Nunca puedo cumplirlas. Tu sueño de redención... no pude hacerlo realidad. Te prometí vivir una vida plena y feliz con canciones y alegría, pero fallé... volví a nuestro camino de muerte y destrucción. Pero, me enamoré, ¿sabes? Encontré mi sueño de redención en el corazón roto de una persona. Mi deseo egoísta era sanarla y casarme con ella, después de esta guerra sin sentido.
—¿La amabas?
—¿Por qué... la mataste?
Courbet se pasó la lengua por los labios mustios.
—Para darte un camino—Courbet dejó caer el sombrero de plumas al suelo de luz. Cuando tocó sus pies... El fino traje purpura se convirtió en una gruesa túnica escarlata. Las arrugas en su rostro se volvieron más profundas, el cabello canoso y los ojos oscuros se tornaron rojos como sangre—. ¿Por qué hacer toda esta matanza? Mi plan no era crear un mundo perfecto. Solo... un lugar más justo. Un lugar de oportunidades para todos. Erradicar la desigualdad. No era una estratagema cruel: con campos de exterminio y matanzas sin sentido. No... era un método indoloro. Nadie sufriría. La isla sería sustentable y todos serían capaces de realizar milagros. Pero, el mundo se niega a cambiar. Los humanos son crueles, despiadados y perezosos. No merecen esto, ¿verdad, Gerard? Esta Isla de la Esperanza está condenada, y nosotros aceptamos tal condena con la frente en alto. Solo uno de nosotros debe morir. Un soneto tiene tres partes. Esta epopeya de los muertos tendrá un final para uno de nosotros, y... te juro que no me arrepentiré.
—No puedo luchar contra ti—se negó Gerard—. Te lo prometí: haría todo lo que sea por cumplir tu sueño de redención.
Courbet levantó la máscara de oro del suelo: el yelmo prominente de un Chacal embravecido.
—Es curioso—la luz se volvió más pálida y la silueta sangrienta se vio opacada por el crisol translúcido—. Nuestros más intrincados deseos egoístas: esos sueños de redención... para nuestras almas pecadoras. Siempre fueron dedicados a alguien más. Tú eras mi sueño de redención, Gerard. Quería verte crecer y que fueras feliz.
«¿Qué es la felicidad?» pensó, rodeando un edificio cuarteado. Fue feliz en los brazos de Mar, en sus besos cálidos y juguetones. También era feliz componiendo canciones y cantando a grandes voces. Pero, esa felicidad se desvaneció, y ahora el asomo de un recuerdo agridulce le parecía en demasía doloroso.
—¡Pedro!—Escuchó el llanto de Amanda.
Pedro Corne d'Or yacía en una cama ensangrentada mientras Jared Brosse le cosía le herida sulfurada en el vientre. Era un caso perdido, porque la infección lo mataría lentamente. Las lágrimas de Amanda eran inútiles.
Llegó a un patio cubierto de escarcha. Al amanecer, después de una noche de persecuciones y batallas, cayó aguanieve sobre el ruinoso Jardín de Estrellas. El invierno había llegado a la isla de Gobaith con su naturalidad ominosa. La nieve y las tormentas caerían sobre ellos con despiadada perdición.
Junto a una pared agujereada por disparos, una fila de mosqueteros de rostros apagados apuntaban sus armas a varios magos de túnica mugrienta.
Clemente Bruzual llevaba un mosquete de madera con ribetes de plata bajo el brazo.
—La Serpiente—proclamó el joven. Su rostro lucía su inexpresivo característico y un deje de melancolía—. Michael Encausse. Será fusilado junto a los capturados: Marie du Vallée, Jonás Fonseca Louvre, Larianny Draper, Jeremías Flambée y Lola Flambée. Todos son culpables por el exterminio y la plaga de infertilidad. No vivirán para contemplar su Eutanasia de Sangre.
Oriana Luna estaba detrás de Clemente con una mano en el cinturón repleto de cuchillos. Los mosqueteros eran conformados por algunas brujas sobrevivientes, granjeros sin hogar y fumetas flacuchos sobre el patio enlozado. De los casi doscientos Sonetistas, solo quedaba una treintena o más...
—Joven Clemente—aquella mujer envejecida de ojos verdes, solo podía ser Marie du Vallée—. Yo conocí a su madre Delaila, y lo eduqué en el camino de la alquimia. Tenga consideración con sus antiguos profesores...
Clemente disparó con su pistola al cielo.
—¡¿Cómo carajos voy a tener consideración, cuando ustedes mataron a mi madre sin compasión?!
—¡Ja!—Rio la Serpiente. Ninguno llevaba su máscara de animal, todos estaban golpeados y atados de manos—. ¡Eres realmente vengativo!
—¿Qué estás haciendo, Asesino de Magos?—Gerard recortó el camino hasta Clemente y lo confrontó. Oriana lo miró de abajo hacía arriba y frunció el ceño—. Si matamos a todos los malos, solo quedaremos los asesinos.
Clemente escupió al suelo.
—Vete a la mierda, Courbet—levantó el mosquete de boquilla ancha y lo apuntó al pecho—. Estas personas merecen un castigo peor que la muerte. El mundo será un lugar mejor cuando la Cumbre Escarlata desaparezca. Y si te niegas, tengo razones para sospechar de tu conspiración con los magos negros. Tú reconociste al Chacal—dos, tres, cuatro... siete mosquetes lo apuntaron con vehemencia—. Dijiste que era tu padre en medio del delirio. ¡¿Es cierto?! ¡Tiene sentido para mí: el Chacal es Courbet! ¡¿Por qué tendríamos que obedecer al hijo del Mago de la Sal?! ¡Vamos a matarte y a entregarle tus cueros al Chacal!
—¡Clemente!—Gerard miró uno a uno, los hombres y mujeres que le apuntaban con las manos temblorosos. Ojos vacíos, rostros cansados y voluntades manipulables—. No podemos matarlos a todos. Deja ir a Jonás para que pacté con Agrippa, en un acuerdo con Saignée que nos beneficie.
—¡Otra vieja bruja!—Clemente le apuntó a los ojos—. ¡Ya me cansé de brujos, magos negros y monstruos! ¡Quiero desaparecer y olvidarme de todos! ¡Voy a matar a todos los que tengan poder sobre mi vida! ¡Agrippa puede darse por el culo! ¡Vamos a matarte y después al Sol Negro! ¡La isla será para los Sonetistas!
—¡Maldita sea, Clemente!—Gerard buscó un arma en su cuerpo: el cinturón se le rompió, perdió el hacha y los puñales. Sus guantes estaban quemados y la capa negra raída. Encontró un pequeño puñal en su bota y buscó aliados con la mirada: todos eran desconocidos y enemigos—. ¡¿Creés que puedes matarme?!—Soltó una sonora carcajada y miró a los mosqueteros que lo apuntaban con ojos eufóricos—. Nadie puede matar a Gerard Courbet—los señaló uno a uno—. ¡Los convertiré a todos en estatuas de sal con solo chasquear los dedos!—Levantó su mano de sulfato.
Un silencio funesto se hizo en el patio. Clemente no dijo nada, solo le apuntó... Uno de los mosqueteros bajo el arma con el rostro sudoroso. Michael miraba divertido la situación... Todos se apuntaron y se amenazaron en medio de los edificios calcinados y el erial ennegrecido.
Beret hizo acto de presencia con la túnica negra chamuscada y el rostro cubierto de cicatrices en el fondo de un corredor encharcado.
—¡Así que nos van a traicionar los heroicos Sonetistas del Fin de los Tiempos!—Proclamó con las manos manchadas abiertas al mundo. Lo acompañaba el duendecillo con una varita en ristre; Eric Cerrure con la joya en el agujero del ojo, tan brillante que refulgía a plena luz del sol; Claire Cerezo llevaba la túnica lila deshilachada—. ¡Creo que nuestra alianza llegó a un punto de quiebre!
Aleister Crowley levantó su varita a Clemente Bruzual con una sonrisa socarrona. Apareció detrás de Beret, alto e imponente en el robusto cuerpo de Albert Herrera.
—¡Concuerdo!—Chasqueó la lengua—. ¡Nuestra amistad por conveniencia difiere en nuestros objetivos! ¡Los Sonetistas mancillan la tierra que pisan con su antiguo pensamiento y costumbres! ¡Son parte del atraso de nuestro mundo!
—¿Y por qué lucha el Sol Negro?—Acromantula caminó detrás de Gerard, lo acompañaba Javier Curie y Niccolo Brosse—. ¿Por qué un montón de viejos magos negros se empeñan en pisotear todo bajo sus pies? Sus motivos arrogantes no son diferentes de la rebelión contra los tiempos de cambio.
—Viejo ridículo—rio Giordano Bruno. El Homúnculista reía sobre la almena de una muralla derruida que conectaba dos torres, como una sombra dorada y negra. Su voz penetraba en el silencio de la escaramuza—. ¿Para qué existe el conocimiento si se va a ocultar bajo llave? El mundo necesita ser liberal para las mentes que quieran ser parte de algo más.
Javier sostenía un robusto escudo de madera ennegrecida y una varita de sauce. Los partes de armadura que lo cubrían estaban tan oxidadas y deformes de abolladuras que parecía un cacharro andante.
—La Sociedad de Magos creó sus reglas para evitar que los conocimientos peligrosas caigan en manos de personas como ustedes.
Aleister escupió, inescrutable.
—Antes de la Sociedad de Magos, existió la Purga... que casi nos extinguió. Los Magiares de la Iglesia del Sol, y la Primera Orden; existe un ciclo de auge y exterminio para nuestra gente. Fue nuestro deber devolverles el favor antes de la persecución. El precio de la vida es la muerte.
Beret sonrió, taimado.
—Todo el mundo lo sabe...
—Todo el mundo lo sabe—repitió el duendecillo con una sonrisa.
Michael Encausse levantó sus palmas con una sonrisa burlona.
—No importa cuánto peleen por el poder de esta isla sin esperanza. Los ríos fueron envenenados con eutanasia y la sangre se ha lavado: estamos condenados. Ya seas un Sonetista en busca de redención, o un mago negro que anhela el libertinaje orgíastico de una sociedad sin restricciones. La Cumbre Escarlata ha sembrado las semillas del futuro y ha triunfado.
Clemente giró el torso y presionó el gatillo del mosquete. Michael abrió la boca para gritar y de su boca brotó una explosión sanguinolenta de dientes, trozos de hueso y carne rosácea.
Gerard pensó en una Imagen Elemental y la mente se le quedó en blanco.
Una nube de astillas lo salpicó...
Escuchó un millar de disparos a la vez y, un destello pasó frente a sus ojos cuando el pandemónium se levantó en el caos apoteósico. Vio por el rabillo del ojo como la joya refulgente de Eric lanzaba un chorro de luz, y como a la vez, desaparecía la mitad de su cabeza con un estallido purpúreo. Se giró, tropezó con Javier Curie en el suelo y cayó de costado. Escuchaba los estallidos dentro de su cabeza, atravesando la carne y el hueso con un suspiro.
Javier respiraba débilmente con el cabello salpicado de gotitas rojas.
Veía los cuerpos corriendo, las nubes de sulfuro ardiente y un chorro de luz plateado que se transformó en un relámpago. El duendecillo dejó escapar un alarido cuando lo alcanzó el relámpago, y quedó convertido en un trozo de carne vaporizada. Los mosquetes disparaban... El aire se cubrió de una cortina de polvo y humo.
Niccolo estaba disparando a su lado, con una rodilla en el suelo y los dedos extendidos. Las formas se desdibujaban en el humo blanquecino como monstruos imaginarios. Olía a menta, lavanda y tierra mojada. Escuchó un vendaval cortando la piedra y una sombra humana desapareció con un estallido rojizo, un reguero de vísceras y miembros cercenados. Las espadas del diablo atravesaban el sitio donde no existía oscuridad...
—Tierra, aire, agua... ¡Fuego!
Gerard levantó las manos para erigir un reflejo. Las espadas de viento cortaron las partículas ionizadas que se aglomeraban como cobertura... La capa negra se rasgó en tres pedazos y se le desprendió de los hombros. El aire era tan afilado que cortaba el humo... Se encogió y una esfera de fuego pasó volando cerca de su cabeza. Marie du Vallée le lanzaba espadas de viento a través del humo... Estaba pensando en una Imagen Elemental de Combustión y el aroma a frutas podridas lo hizo arrugar la nariz.
Reconoció aquel olor nauseabundo. Gerard desistió de la batalla, y retrocedió... Aguzó sus sentidos para avistar aquellas formas en la vaporosa niebla. Y no era niebla... Era un señuelo creado por los magos negros con gas estelar de amoníaco. Escuchó un gruñido y una masa de carne descomunal se arrojó a través de la niebla oscura para atrapar a Marie en sus fauces y arrancarle la cabeza. El Homúnculista liberó a sus quimeras...
—¡Gerard Courbet!—Clemente se acercó a tientas con el mosquete en las manos mutiladas—. Has engañado, robado y matado... Eres una aversión del héroe que dices que eres. ¿Quieres morir, no? Este es el único destino que compartimos. Para mí, no existen sueños de redención.
Clemente disparó... Levantó su mano de sulfato para defenderse y los dedos desaparecieron en una explosión de polvo. Todo lo demás se volvió borroso y desordenado. Era como sumergirse en un sueño deprimente. Imágenes despiadadas antes de despertar: Coño Alegre siendo despedazada por monstruos de extremidades dispares, Niccolo siendo arrastrado por la oscuridad, la risa de Beret y Aleister disipando relámpagos a diestra. Un corredor cubierto de sangre. Un camino de flores de hielo. La voz de un amor perdido en las tinieblas...
—Estamos construyendo nuestro sueño de redención con los pedazos rotos de nuestros corazones. Es muy hermoso, pero tendrá un final trágico...
—Y te juro que no... me arrepentiré.
Oriana Luna desapareció en un remolino de cenizas encendidas.
Un secreto que aún no será revelado. La última nota de una epopeya fúnebre. Un grito en la oscuridad...
Estaba vagando en un bosque invernal de robles plateados y carámbanos congelados. A sus pies se extendía un camino de guijarros fríos y nieve manchada con pisadas sangrientas. Caminaba sin rumbo, escuchando el ruido de sus botas húmedas atravesar la pequeña película de nieve neblinosa.
—Hombres diminutos con escamas verdes cubriendo su piel—leyó Jean Ahing en el libro. Habían dibujos de las pinturas rupestres halladas en las cuevas—. ¿Aún no te das cuenta que no fuimos los primeros habitantes de esta isla? Hay túneles que recorren las grandes ciudades. Megalitos de piedra en extrañas formaciones. Los vigilantes de Pozo Obscuro. Pinturas rupestres con extrañas figuras de animales. Son los restos de una civilización de hombres serpiente.
—¿Y por qué no lo han investigado?—Gerard sintió un escalofrío—. Podrían seguir viviendo bajo nuestros pies.
—Sí, lo han investigado—replicó el joven Jean con una sonrisa de satisfacción—. Mi padre perteneció a la expedición de arqueología que envió la Sociedad de Magos. Pero, todas las bitácoras y escritos fueron clasificados por el departamento de Preservación. Descubrieron un misterio y... no quieren que lo sepamos.
Gerard se arrodilló junto a un árbol cubierto de escarcha. Tosió y la boca se le llenó de sangre amarga. En su vientre abierto llevaba una sonrisa roja que sangraba tinta sanguínea... Estaba exhausto, después de caminar tanta distancia. ¿Por qué recordaba todo eso ahora? Solo quería seguir arrastrándose, seguir huyendo. No iba darle el gusto a Giordano Bruno de alimentar sus quimeras con su carne.
Mientras siguiera vivo, debía seguir luchando. Era la única forma de mantener los sueños de redención vivos.
—¿Cuándo empezaste a fracturar tu mente?—Las caricias de Mar se desvanecían y sus besos suaves eran otro recuerdo triste—. Gerard es la antítesis de Courbet. Eres tú... el que me abraza cuando está cansado y al dormir. No importa la distancia entre nosotros, yo siempre te amaré, tonto Courbet.
—Y si pasan mil años, mil años te extrañaré.
Mariann lo tomó del brazo.
—No te vayas.
—Me tengo que ir—le apartó un mechón del rostro y lo colocó detrás de su oreja con una caricia—. Construimos nuestro sueño de redención con corazones rotos.
Gerard cayó al suelo de piedra fría ante el disparo mortífero de Clemente. Vio como su vientre se abría para dejar escapar sus intestinos como serpientes coloridas... Cada vez que respiraba, se ahogaba. El charco de sangre ennegrecida crecía a su alrededor del suelo pétreo.
Clemente dijo algo, pero no lo escuchó... Sus labios se movieron como gusanos moribundos.
—Tú me amaste, y yo te adoré—susurró para el fantasma de Mariann. Miró las estrellas oscuras que no existían—. Te mantendré en mis pensamientos, aunque... ya no despertemos en los mismos mundos. Prometo buscarte en mi próxima vida y darte el amor que perdimos en esta isla sin esperanza.
Cerró los ojos, finalmente iba a morir. Sonrió de satisfacción y dejó de respirar.
—Mi sueño de redención siempre fue encontrar el verdadero amor.
Gerard sonrió en la oscuridad ante los espectros incandescentes.
—Y siempre que suene esa balada del anochecer que escribí para nosotros. Estaremos allí, en un momento, y en la eternidad. Será lo único que quede de este amor, y el millón de primaveras que vendrán sin que estemos juntos.

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