Capítulo 23. Soneto del Amanecer
Capítulo 23. Me mata la soledad.
—Creí que estabas muerto—Vidal Brosse se tragó de golpe el pequeño tarro de ron caramelizado.
Sam se encogió de hombros.
—El mal nunca muere.
El hombre de torso grueso y barba cobriza soltó una carcajada estruendosa. Sam dejó el arpa en la mesa de la taberna, no tenía ni un ápice de oído musical y después de dos semanas de intentar, se dio por vencido. Muchos magos negros se escondían bajo la fachada de bardos, actores, cuentacuentos o astrólogos. Sam intentó aprender a tocar un instrumento, pero sus dedos eran torpes. Había cosas por las cuales luchar hasta la muerte y otras con las que rendirse fácilmente.
El cuentacuentos bebió otro vaso de ron fuerte. Sam probó uno, pero al sentir como le arrancaba la piel de la garganta, lo escupió. Su capa negra apestaba a ron y caramelo.
—¡Mi loco, la mitad de la nobleza norteña vio como Friedrich Verrochio te atravesaba el pecho con una lanza!—dijo Vidal. El mayor de los Brosse era el más gordo—. Esos riquillos en sus torres de plata no sabían quién eras. ¡Eres famosísimo en el sur! El mismísimo Mago de la Sal.
Sam frunció el ceño y tomó un sorbo de vino dulce y blanco. Una finura muy costosa de los viñedos Ortiga en Pozo Obscuro.
—El Mago de la Sal era Courbet—aclaró. Sorbió un poco de vino especiado—. Yo soy el Mago Rojo del Anochecer.
—¡Los magos y sus nombres estrambóticos!—sonrió Vidal, las mejillas sonrosadas—. Courbet también fue un famoso mago errante del este. La gente iba a buscarlo para endulzar el agua de sus pozos. ¡Dicen que convirtió el agua salada de un río, en dulce, con siete días de trabajo! Esto, por supuesto... llamó la atención de la Sociedad de Magos. Pero, fue la familia regente, los Lumiere, quienes sembraron la intriga en esta figura. Existe una historia oscura entre Courbet y esta familia, en mi tesis: Magos Negros de la Historia, hablo sobre los primeros años de Courbet.
»Los Lumiere levantaron calumnias sobre el Mago de la Sal y los Echevarría mandaron una orden de captura contra el pobre mago vagabundo. Cuando los vasallos de Lord Kelvin lo encontraron y sacaron las espadas de sus vainas... ¡Estas se cayeron a trozos convertidas en sal! ¡Inaudito, fantástico, despampanante!
Sam se pasó una mano por el cabello rojo. Durante su estadía en el Castillo de la Corte, solía llevar la ilusión luminosa del cabello rojo con las puntas azules, para llamar la atención. Ahora, lo que estaba de moda era pasar desapercibido. Su aspecto más modesto de alquimista viajero, pasaba bajo las faldas de la Orden de la Integridad con descaro.
—No sabía que eras fanático de los magos errantes.
Vidal se cruzó de brazos sobre la barra. Era un famoso cronista en toda la isla y bebedor alegre. Durante el invierno, lo que menos conseguía era trabajo, así que no se marcharía mientras Sam le invite los tragos. Vidal Brosse tenía informantes en toda la isla. Era una araña que tejía sus redes con tal de, seguir recopilando información para sus manuscritos.
—Admiro a aquellos que van más allá de la doctrina que impone la Sociedad de Magos—admitió el hombre. Miró con lujuria las bebidas detrás de la barra—. Pero, si buscas a alguno de ellos. Lamento decirte que no los encontrarás. Al menos, no con vida en estos tiempos. Julius van Maslow, Courbet y su hijo Gerard, incluso los Scrammer. Todos muertos.
»Los magos errantes fueron declarados herejes por el Rey Sangriento. Es un tipo astuto, ya que junto a ese decreto se fundó la Orden de la Integridad. Conformada por magos voluntarios para establecer su ley. Todos los partidarios que busques para tu cruzada, lamentablemente, ahora son tus enemigos. Que mala suerte tienes Mago Rojo, eres realmente desafortunado. Aunque, sigo esperando la verdad detrás de tu supuesta resurrección. Un día eres un informante de Seth Scrammer, infiltrado en el castillo, al siguiente eres un montón de carne deshecha en la Torre del Hombre Arrojado, y en un mes, estás vagando en el sur. ¿Qué eres? ¿Un fantasma?
—Un mago nunca revela sus secretos—se levantó. Vació su copa con un ligero ardor al final de la garganta—. Es para mantener la magia viva.
—Eres un sucio, malnacido... Mago de la Menstruación.
La razón por la que llegó a Pozo Obscuro siguiendo a Vidal, radicó en los secretas que guardaba el cuentacuentos. Siempre había una fachada detrás de su sonrisa elocuente y su andar desgarbado. Una fachada lucrativa capaz de atraer personas inocentes. Sam se sentó otra vez, junto al hombre y lo miró con los ojos entornados.
—¿Por qué no te has unido a las filas de la Integridad?
Los ojos cobrizos del hombre rodaron por las tablas del piso.
—No soy una persona muy integra que digamos. Además, mi esposa me prohibió dejar Pozo Obscuro. Creo que teme que me casé con otra. La idea es tentadora. Y sus túnicas rojas son horrorosas. ¿Te imaginas a tu querido amigo vistiendo aquellas túnicas y llevando máscaras con cuernos? ¡Simplemente impensable!
—No me terminas de convencer—Sam frunció el ceño. Los magos errantes desaparecían como la nieve en el verano, buscó a viejos amigos y conocidos, pero se habían marchado de la ciudad—. Mentiroso, tú no tienes esposa. Eres un Brosse, pero naciste con la sangre peculiar de tu abuelo. El poder los Curie corre por la sangre de los Brosse del norte. Esperaba encontrarte en la biblioteca de tu familia, pero me conforme con tu hermano pequeño. Era un tipo interesante. Creo que hay una canción sobre él—sonrió, torcido—. Y la escribió su querido amigo Gerard Courbet—pidió otra botella de vino, añejo y tinto como su alma—. Brindemos, por todos aquellos que prometieron quedarse y hoy no están.
—El pobre Niccolo—se lamentó Vidal apretando los labios manchados de caramelo—. Parece una historia de otra época. Supongo que le ocultamos la verdad y eso lo llevó por el mal camino.
—Secretos entre familiares—Sam bebió otra copa con una sonrisa y sonrió, complacido—. Una tragedia detrás de otra. ¿Es verdad que se incendió el estudio con los libros de Azazel el Loco?
Vidal se miró los pulgares.
—Mi padre estaba obsesionado con la magia negra—contó el cuentacuentos. Sirvió dos tragos de ron y los bebió—. La biblioteca era su escondite, existe una pequeña habitación secreta entre las paredes. Allí tuvo una numerosa colección de libros prohibidos. Entre ellos, el más peligroso, una copia del Libro de los Grillos. Los rituales que llevó a cabo allí, fueron horrorosos... Quería ser un mago y mucho más. Quiso rebasar el Tercer Nivel. Tal era su obsesión que hizo un pacto de sangre con Adam Curie, un miembro de su familia a cambio de una copia del libro más peligroso de la isla. Mi madre Berta fue criada por aquella familia deshonrosa, siguió los pasos de mi padre Julián y se sumergieron en una fascinación por lo oculto. Por una razón, ese libro maldito ha sido destruido tantas veces. Se cuenta que el manuscrito original fue escrito por un loco del otro lado del mar, y que algunas copias llegaron a la isla durante el Exilio. Se difundió entre los círculos de magos y trajo calamidades como el ataque de un krakén a Pozo Obscuro. Fue prohibido durante la época de los Magiares y todas sus copias se quemaron por mandato de la Iglesia del Sol. Y siempre sobrevive una copia, es un maldición que trajimos del otro lado del mar. De una época antigua. El Libro de los Grillos es encontrado por un mago ambicioso, difundido, corrupto y, finalmente, destruido. Siempre que es encontrado, corrompe
»El último proceso fue llevado a cabo por Asdrúbal Corne'Or cuando descubrió algunos textos, escondidos en una cueva del Bosque Espinoso. Descubrimientos increíbles como la Maeglafia y rituales de Sublimación, entre ellos, el Libro de los Grillos que enloquece a cualquiera que lo lee. Asdrúbal maldijo a su familia y se convirtió en Azazel el Loco, perseguido por los Magos Rojos mientras imparte los conocimientos del caoísmo a sus discípulos.
»Uno de esos manuscritos llegó a manos de Julián Brosse. Adam Curie le ofreció a Berta, a cambio de una copia transcrita. El día que encontré muerto a mis padres la habitación estaba en llamas. Las tablas de madera en el suelo habían explotado. Un pentagrama de sangre los cubría. Había espectros negros. Hicieron un trato con un ser de otra dimensión y, algo salió mal. Mi padre tenía un cuchillo en la mano y su brazo colgaba de un hilo de músculo. Yo era casi un adulto y en cierto modo, los odiaba por su absurdo fervor. Pero, aún no me perdono por una cosa. La persona que los encontró fue el pequeño Niccolo.
»El niño gritó y lloró cuando descubrió la habitación secreta. No pude evitar que mirase a nuestros padres en la cúspide de su locura. Un niño no debería ver esas cosas. Mi hermano Marcel y yo, realizamos un rito con una bruja para cambiar sus recuerdos. Pagamos el precio, pero la bruja no pudo borrar sus recuerdos. Estaban malditos en su mente. Grabados en su cerebro con hierros retorcidos. La bruja alteró los recuerdos dolorosos. Siempre hay que pagar un precio. El pequeño Niccolo olvidó quién era su padre, pero no pudo olvidar a su madre. De todos nosotros. Él era el que más cariño le profesaba. El precio fue terrible, todo ese amor se convirtió en dolor. Los abrazos y besos de nuestra madre se transformaron en golpes y castigos. Su memoria estaba dañada. Llegamos muy lejos para proteger a nuestro hermano del poder de aquel libro.
—Que triste historia—Sam se llevó la copa a los labios—. Es una lástima que Niccolo haya muerto en el Valle de Rocca Helena, sin saber cuánto lo amaban sus hermanos. Pero, sospecho que tu intención, no es demostrarme lo mucho que querías a tu finado hermano.
—Todo tiene un precio—Vidal se limpió la barba, apestaba a ron—. Los demonios están dispuestos a hacer tratos, pero su precio es muy alto. Existe un truco en toda esta historia que te conté sobre los Brosse. Los regalos se Adam están envenenados. Berta Curie no podía tener hijos... y heme aquí. Los magos negros tienen un dicho: «el precio de la vida es la muerte». Para amar debes odiar. El poder trae debilidad. Nunca le temas a lo inevitable. Aquellos que pactan con fuerzas desconocidas siempre me han causado repelús. Todo agente externo a nuestra dimensión solo puede habitar en el caos.
—En el caos habitan los demonios—citó Sam, mareado. Por supuesto, Vidal tuvo en su posición las Clavículas y la colección de su padre, antes de desaparecer— Es una apuesta arriesgada. Actuamos fuera de lo permitido por la Sociedad de Magos. Y supongo que la copia de los Brosse pereció en aquel incendio.
—Sam—el rostro de Vidal se ensombreció—. No busques lo que no se te ha perdido. Todos los que han encontrado ese libro maldito, se han perdido en sus páginas. El Libro de los Grillos es la perversión escrita. El poder tiene un precio inconmensurable.
—Debo encontrarlo—apuró la copa. La botella estaba casi vacía—. La Sociedad de Magos está al borde del colapso. Existen reliquias de poder en esta isla que pondrán la balanza a favor de quien las poses. Debemos encontrar el libro antes que ellos. Conocer a nuestro enemigo. No pertenezco al Registro, pero es mi intención detenerlos antes de que sea imposible. Encontrar el Libro de los Grillos es la clave, aunque tengamos que perseguir fantasmas.
—¿Detener a quiénes?
—A la Cumbre Escarlata.
Vidal apretó la mandíbula. Se sirvió un trago y se lo tomó, sin cambiar el gesto. Cruzó los dedos gordos como morcillas.
—¿Por qué haces esto, Sam?—Se quitó el sombrero de alas de cuervo y se alisó el cabello cobrizo, largo y canoso—. Moriste a manos de Friedrich Verrochio. Podrías empezar una nueva vida fuera de las percusiones del Registro. Un mago errante de tu calibre podría convertirse en el próximo rector del Instituto. O quizás... el líder de la Orden de la Integridad. ¿Por qué arriesgarse por una isla que se cae a pedazos? ¿Vale la pena salvar este sistema podrido?
—¿Por qué no?—Sonrió Sam—. No pertenezco a ningún lugar desde el día que nací. Quise ser un héroe y, morí como uno. Maté a muchas personas inocentes, engañé y robe. Hice cosas horribles en nombre de Pisarro porque él creía en mí. Llegó la hora de hacer cosas horribles en mi nombre. Por egoísmo, quiero que cierta persona dejé de sufrir y tenga una vida plena.
Vidal estalló en carcajadas. Río un buen rato y se palmeó el muslo como si fuera el mejor chiste del mundo.
—¿Así que vas a sacrificarnos porque quieres que alguien sea feliz?
—¿Eres adivino, acaso?
—Jamás imaginé que el Mago Rojo de la Menstruación se enamoraría.
—No estoy enamorado y no me digas así—bufó, agitado—. La clave para el triunfo de la Secta de las Sombras es la felicidad de esta persona.
—Si que te gustan los nombres estrafalarios.
Una botella se rompió en otra mesa de la taberna. El olor a ahumado subía en jirones hasta el techo ennegrecido por el tiempo. Afuera, el clima estaba tan frío que los ojos se te podían congelar y el aire te quemaba en el pecho. Sam bebió, complacido, su última copa de vino. Esa noche dormiría tranquilo.
—Los nombres son importantes—se levantó, ligeramente mareado. Vidal lo siguió, juntos salieron a la luz blanca del puerto congelado—. Somos pocos, para ahorrarte el cálculo. Tendremos que matar unos cien Magos de la Integridad cada uno. Casi nada. En el mejor de los casos, no mataremos a nadie, solo nos sacrificamos nosotros.
—¿Eso es ser optimista?
El aliento se le congeló en el aire. En aquella época era complicado conseguir transporte hasta Valle del Rey. Así que esperarían el deshielo. La nieve sucia se tragaba sus botas de cuero mientras andaban por la calle, otrora empedrada. Caminando junto a aquel hombre, grueso de barriga y de larga barba, se sintió extrañamente conmovido. Recordó a Humberto como un sacerdote bonachón cuando lo sacó del agua. No sabía nadar y se intentó suicidar en el lago cuando mamá murió, torturada. Junto a Humberto, viajó por la isla cantando en los caminos sinuosos y aprendiendo de los sacerdotes del Sol. Creían que su maldición no era una marca demoníaca, era un regalo de fuego. Estaba marcado por el sol. Las puertas de los feligreses se abrieron para él.
Comprendo que fallé.
Burle todos tus encantos.
Jugué con tus sentimientos.
Y hoy me encuentro destrozado.
Te marchaste y hoy no sé de ti.
Cuánto daño hice a nuestro amor.
Pero sé que tengo que pagar.
Con el precio de tu ausencia amor.
Me envuelve la soledad.
Me mata la soledad.
Al saber que en mis momentos.
Vida mía no estarás.
—Me mata la soledad—tarareó, sin querer.
Vidal lo miró de soslayo y estalló en carcajadas. La nieve se detuvo al mediodía, pero una gruesa superficie cubría el suelo. Los barcos brillaban en el puerto, cubiertos por una pequeña capa de escarcha. El muelle congelado estaba plagado de remeros, que arrojaban las redes a los cardúmenes de hielo. Las estatuas del océano estaban cubiertas por capas de hielo sucio. Sobre sus cabezas de piedra se apretaban las gaviotas.
—¿Qué tanto murmuras?
—Recuerdo una canción muy mala que un sacerdote borracho solía cantar cada vez que el camino se volvía aburrido. No tiene caso—desfilaron por una plaza encharcada que apestaba a sal—. Por otro lado, tenemos una cruzada bastante delicada: que la Orden de la Integridad usé máscaras y túnicas, es nuestra peor pesadilla. Nuestra búsqueda de aliados es un arma de doble filo. La mayoría de magos errantes, seguramente están confabulados con la Orden. Una estratagema de reclutamiento sencilla y aterradora para disponer de un buen número de magos.
—Parece una excusa admirable—Vidal bostezó—. Aunque me incomoda cierto aspecto. ¿Con qué fin militar se fundó la Orden de la Integridad? Damian se hace llamar el Emisario de Dios. Su reinado conforma una empresa ligada a la iglesia. El Sumo Pontífice Beret designó a la Cumbre Escarlata como autoridad de la Orden, así como los Magiares hace un milenio. Pero, la revuelta de los Magiares religiosos contra la corona sumergió a la isla en caos.
Sam se agitó, horroroso.
—El Rey Sangriento y el Homúnculista, quieren ser los gobernantes absolutos de la isla por motivos que desconozco—se agachó para recoger un trozo de sal—. Damian es un seguidor y Giordano es un enigma. Pero Beret, y posiblemente Comodoro estén detrás. Perseguí a estos magos negros desde hace años, creí que Acromantula pertenecía a su grupo, pero... Su pensamiento es más antiguo que esta isla. Es un culto disfrazado, confabulado con la Cumbre Escarlata para hacerse con el poder.
—Pisarro quemó todas las cartas que escribiste.
—Por lo que sé, poseen la ideología de una figura del otro lado del mar conocida como Daumier el Terrorífico. Desconozco su pensamiento, debe tratarse de un mago negro antiquísimo. Quizás nuestro querido amigo Samael pueda brindarnos información.
Vidal se pasó una mano por la barba enmarañada.
—Con John Dee fuera del negocio nuestro amiguito escaló hasta convertirse en el rey de los bajíos. Todos trabajan para el Daumier. Controla las mercancías y la información. Sabe que estamos aquí.
—¿Sigues enemistado con él?
—El hombre ha perdido a su familia. Sabes que los Daumier son muy apegados a la sangre, ha sido difícil para él. Se ha mantenido enfocado en encontrar a su hermano. Y sabe, que debe imponerse ante estos tiempos difíciles.
Sam asintió, miró los tejados, indagando en los ojos que los miraban.
—Tiempos de cambio y reformas drásticas. El Emisario de Dios es un títere, la Orden de la Integridad son los matones y el Culto del Gran Devorador es la cabeza ponzoñosa de la serpiente.
—Esta vez fueron los Courbet quienes cosecharon la culpa—Vidal pateó un montículo de nieve amarillenta—. Gerard cargó con el peso de los pecados de su padre. ¿Qué papel tendrán los agonizantes Daumier? ¿Qué será de ti, y de mí, y de aquellos desgraciados el día de mañana?
—Creí que yo era el pesimista.
—Por favor—terció el hombre con sorna—. No eres mejor que Gerard Courbet, y ambos sabemos era un degenerado. Mi hermano es el ejemplo de ello: muere en la batalla correcta como un héroe, o sobrevive lo suficientemente para convertirte en el culpable de una masacre estratégica. La moral es flexible para aquellos que escriben el resultado de la guerra. Lo único que queda de los Scrammer es un nombre en tinta y de los Verrochio, un castillo vacío.
Bajaron por una calle empinada con un pozo congelado. Doblaron por una calle de tierra enlozada y entraron en un callejón turbulento. Los edificios y las casas de piedra se apretaban en estrechas calles cubiertas de gravilla. Pasaron frente a una casa de cortinas rosadas y una mujer con los pechos afuera los llamó. Sam sonrió y siguió caminando por los almacenes vacíos. Todo el barrio parecía deshabitado. Un niño harapiento los miró desde un techo desmoronado y saltó al hueco de un almacén. El edificio de tres plantas, hecho de tablas de madera negra se alzó ante ellos, abandonado. Apestaba al alquitrán usado para sellar sus tablas. Dentro, se escuchaba el rumor de las botellas y los pasos rumiantes. No había ningún cartel o leyenda que dijera el nombre de aquella taberna. Una música resonaba en una esquina.
Sam tocó tres veces la puerta negra con olor a carbón. La puerta se abrió y un montón de ojos se posaron en ellos. Era un lugar bastante extraño, con iluminación pobre y un techo alto rematado por vigas viejas. Los licores exóticos pululaban detrás de la barra donde un hombre viejo servía los tragos. Un almizcle de tabaco y caramelo rancio perfumaba las mesas, las paredes forradas de retratos gastados y el suelo de tablas podridas.
En una de las mesas un par de hombres encapuchados giraban trompos, tenían pequeñas bailarinas de bronce que bailaban desnudas. Un ratón de plomo pasó bajo su capa, olisqueando sus pies. Las brujas de la esquina lucían prendas y joyería, mientras fumaban a gusto hierba de la risa. Sam atravesó la taberna y se sentó junto a un joven de capa roja deshilachada, el ángel Uriel del Séptimo Castillo bordado en hilo dorado. Su cabello negro grasiento relucía con la palidez de su tez. El hombre viejo de la barra ni siquiera los miró. Los gestos hoscos los escudriñaron, eran un muerto y un desconocido.
Un grupo de arpistas cantaban en voz baja una balada de amor. Todos escuchaban complacidos como el bardo de largos rizos negros soltaba sonetos tristes sobre el pequeño escenario destartalado. Las arpas lanzaba destellos agudos y graves. La música se asemejaba a las olas de un mar efímero. Conocía a aquel bardo de rizos negros y ojos azules: Gabriel de Cortone, el desgraciado de la familia. Antes de venderse a la Orden de la Integridad, ayudó a Sam a robar los manuscritos del mercado negro. También era un sucio traidor que escapó con el pergamino, dejándolo a merced de los guardias de la Hermandad de Hierro.
El conjunto tocó su melodía empalagosa y sacaron un par de tambores.
Tal parece, que mi amor crece y crece.
Pero tú, desvaneces.
Y me ofreces tu amistad sin otra excepción.
Sé que hay otro hombre.
Que ha logrado lo que yo jamás a ti te di.
Un hogar, una familia y un buen porvenir.
Perdón por hacerte daño
Y por ti...
Vivo aniquilado en el despecho.
Reprimido, ardiendo por los celos.
Lo odio, aunque él te haga feliz.
—Es un lugar lamentable—susurró Sam. Colocó los brazos sobre la barra empolvada—. Aquí se reúnen magos negros, asesinos, cazadores de magos y magos errantes... Lo peor del bajo mundo. Es el lugar idóneo para conseguir adeptos.
El tabernero les sirvió dos copas de jerez. Cortesía de la casa. Sam bebió la primera esperando probar el veneno. No moriría, pero si pasaría mucho dolor. Lo quemó el pecho y se irguió para sentirlo bajar por su estómago con dedos ardientes. Vidal se lo pensó mejor.
—Gracias.
El cuentacuentos se encogió en el taburete. El joven Mago Rojo los miró con severidad, sus ojos negros lanzaban destellos de noche. Bebía de aquel insípido jerez con los labios pálidos. Por lo que sabía, la mayoría de los Magos Rojos murieron, y la otra mitad desertó.
El joven sonrió, burlón.
—¿Qué se siente morir?
Sam se irguió en el asiento. Escudriñó aquel rostro delgado, los ojos negros como la noche vacía, sin brillo, la tez pálida, casi enfermiza, el cabello azabache cayendo a un lado de su cabeza como zarcillos. Serpientes vivas de un negro abismal. Aceite de caléndula. La estirpe de los Escamilla precedía el hedor a sulfato y mármol tallado. Pero algo no encajaba. La guarnición del Séptimo Castillo pereció, enfrentándose a una sierpe en el Valle Sombrío, pero de alguna forma... allí estaba uno de sus Magos Rojos. Lord Argel Cassio fue desmembrado en la batalla de Rocca Helena cuando una bala de cañón lo destrozó.
—Es como cruzar la calle—explicó el pelirrojo—. Solo vi oscuridad, al otro lado.
La sombra del joven se extendía, larga y negra, mucho más intrincada que cualquiera de las siluetas ennegrecidas del suelo grasiento. En ella, habitaban abominaciones. Los arpistas dejaron de cantar. Los magos errantes guardaron sus juguetes. Las hermosas brujas apagaron los rollos de felicidad. El Mago Rojo sonrió, protuberante, sus dientes estaban muy blancos.
—¿Qué buscas entre los vivos, Mago Rojo del Anochecer?—Vació su copa de jerez y se mordió un labio—. Aquí sólo encontrarás Zorros.
—¿Zorros?—Vidal chasco la lengua.
—En Puente Blanco les dicen Salamandras por las túnicas rojas que llevan—aclaró el joven, despectivo—. Pero para mí, son sucios y mentirosos zorros.
—Sam Wesen—se presentó—. Él es Vidal Brosse. Estamos formando una compañía. Somos vendedores de pieles y buscamos transporte al norte.
—Marcus Escamilla—sonrió, torcido. El aceite de caléndula no logró esconder del todo su olor a piedra. Los únicos Escamilla con vida estaban desesperados—. ¿Con qué... vendedores de pieles?
Sam se encorvó y habló entre dientes. Extendió una de sus manos sobre la barra, estiró los dedos y las chispas rojas saltaron. Las chispas formaron un remolino anaranjado y desplegó dos alas candentes. Un ruiseñor de fuego agitó las alas sobre su palma.
—Pieles de zorros rojos.
Una fila de sombras los siguió. Sam deshizo al pequeño pajarillo. Gabriel de Cortone se sentó al lado de Vidal con una sonrisa socarrona. Bajo su perfume floral, apestaba a aceite podrido. No lo reconoció, por supuesto, tenía otro rostro y otro cabello. Los hombres encapuchados guardaron las muñecas de bronce y se largaron. Las brujas murmuraban.
—A ustedes los vi hace poco, en Puente Blanco—dijo el bardo—. Sí, estaban en la única taberna cuando los Zorros se llevaron a Michael Encausse.
—Somos viajeros—Sam pidió una botella de aguardiente—. Mi amigo Vidal es un importante cronista. Estamos redactando un compendio de los alquimistas más destacados de la época.
—Yo soy Gabriel de la orgullosa familia Cortone—hizo una reverencia y miró por un momento a Marcus—. Es raro ver a un Mago Rojo vistiendo su uniforme en estos tiempos. Escuché que la Orden de la Integridad los persigue por infringir las normas de la Sociedad de Magos.
Marcus sorbió su copa de jerez.
—Son rumores sin fundamento.
Gabriel se lamió los labios.
—Ambas instituciones llegarán a una coalición, y cuando eso pase, los desertores del Registro serán publicados.
—Esperemos que llegue ese día, Gabriel de Cortone.
El bardo dibujó un círculo de humedad en la barra.
—Estoy seguro que recordaré tu nombre, Marcus Escamilla—palmeó el hombro de Vidal y se levantó del taburete—. Será un largo invierno.
El conjunto de música desfiló por la taberna y salió por la puerta. Gabriel de Cortone seguía siendo el mismo, no creció mucho de altura, pero su ansia seguía siendo perturbadora. Sam recordaba que de niños, Gabriel engañaba a los pequeños de la calle para llevarlos ante magos negros. ¿Cuántos sacrificios humanos se llevaron a cabo con sus ofrendas? Era un loco desalmado.
Marcus pidió otra copa de jerez y se pasó una mano por el cabello oscuro.
—¿Qué sabes de Acromantula?
—No mucho, ¿sabes?—Sam tamborileo la mesa con los dedos—. Se esconde en el Bosque Espinoso desde hace años.
—Fue tu maestro.
—Para nada—se rascó detrás de la oreja—. Todo lo que aprendí, fue por mis propios medios. He visto a Acromantula vagar por los bajíos, pero, no creo que lo encuentres. Creo, que deberías marcharte antes de que te encuentren a ti.
—Tengo que volver al norte antes que termine el invierno—Marcus apuró la copa y la dejó sobre la mesa—. Alguien importante me espera en la ciudadela.
—¿Buscás un carruaje que te lleve al norte?—Sam se encogió de hombros—. Con estos tiempos, si tienes suerte, los precios estarán por las nubes. Aunque, conozco a alguien que nos llevará hasta el otro extremo de la isla por una buena suma.
—Esa cacería me intriga. Soy un Mago Rastreador, buscaría a esa persona a cambio de un precio.
—¿De cuánto estamos hablando?
—Jeremías Fonseca—Marcus se chupó el labio superior—. O... Acromantula, el Mago Negro del Ocaso, como quieras llamarlo. Sé quién eres, te haces llamar el Mago Rojo del Anochecer y sigues a esta figura desde hace años. Estuviste involucrado con él, la última vez que lo vieron en los bajíos. Parece que lo proteges a pesar, ¿por qué? No puedes hacerte llamar Mago Rojo si confabulas con estos seres despreciables.
Sam asintió, pensativo.
—Si un niño se porta mal, durante el invierno, Acromantula lo meterá en un saco y se lo llevará en su carroza—sonrió, despectivo—. Las desapariciones de niños en el Paraje se atribuyen a esta figura oscura. El nombre Acromantula inspira terror. Es usado por los padres del Paraje para asustar a sus hijos desobedientes.
—¿A quién buscas, Sam Wesen?
—Así como tú, compañero—bebió de la botella y se la pasó a Vidal—. Persigo a un fantasma. Tú buscas a un mago negro, que deambula por el pueblo minero sobre una carroza tirada por caballos esqueléticos, infestados de gusanos. Pero yo, ansío una posesión que guarda Asdrúbal Corne'Or.
Marcus soltó una risa vertiginosa.
—Azazel el Loco está muerto—proclamó, ceñudo—. El Tercer Castillo lo acribilló en una cueva y el Libro de los Grillos se resguardó en el departamento de Preservación. Aunque, puede que esté escondido en la colección de Samael Daumier.
—No está muerto—Sam agitó un dedo frente a su rostro—. La persona que murió durante el asalto fue la madre de su sobrino, Pedro Corne d'Or, el joven guarda un rencor nefasto por su tío. Se cuenta que lo busca a través de los espejos, siempre lo observa en un canal de agua. Asdrúbal está vivo, consumido por el Libro de los Grillos, pero de pie algún rincón de la isla.
—Así que quieres partir en búsqueda de un fantasma porque un estudiante hormonal está obsesionado con. El hombre que mató a su madre—Marcus sonrió como un idiota—. ¿Y quieres ese libro para destruir a la Orden de la Integridad?
—No—Sam bebió otro trago de aguardiente y se mareó—. Quiero decir, ambos van de la mano. Encuentra el Libro de los Grillos y verás a los magos negros enloquecer, vendrán en cardúmenes a nosotros. Tu amigo Acromantula será el primero en desfilar ante ti.
—¿Cómo sé que no vas a traicionarme? ¿Cómo sé que no trabajas para Acromantula?
—No puedo demostrar que soy confiable. Es un salto de fe. Tampoco sé, si encontraremos a Azazel antes que la Orden de la Integridad.
—Todos los caminos conducen al Norte—Marcus apretó la mandíbula—. Azazel, al igual que Acromantula, esperan su oportunidad para salir de las sombras. Cualquiera puede unirse a la Orden de la Integridad. Por eso voy al Norte, allí parten los magos negros en búsqueda de un sueño. Un sueño de redención en las filas de un ejército de Misticismo poco ortodoxo.
—Todos los caminos conducen al Norte.
La plaza apestaba a orines mientras los charcos sulfurosos se volvían a congelar. Derritieron la nieve con sal. Las personas iban en todas direcciones, envueltas en abrigos de piel. Los carruajes llevaban toneles de hielo y cargamentos de leña al Fuerte de la Ninfa donde se congregaba la nueva sede de la Orden de la Integridad. Una buena cantidad de personas iban al único pozo que no se había congelado, era custodiado por los Zorros. El precio de la leña se triplicó en lo que quedaba de invierno y las posadas estaban a rebosar de pescadores. Los lupanares cerraron, la prostitución fue tachada de inmoral y a lo largo de la isla muchos locales fueron destruidos por los seguidores del Emisario de Dios. Se comentaba que una prohibición de licor sometía a la capital.
Los tres atravesaron la plaza encharcada, la nieve dejó de caer y el cielo era lechoso.
—¿Conoces a Gabriel de Cortone?—Le preguntó Vidal con las manazas en los bolsillos de los pantalones de lana.
—No—confesó Sam—. El mayor de los tres hijos de los Cortone nació con un flujo energético débil. Los astrólogos del Paraje debían ser magos honrados desde su nacimiento. Su hermano Jorell sí heredó las facultades de los Cortone y se olvidaron de Gabriel. La orgullosa familia lo abandonó en las calles de Pozo Obscuro, a su suerte. Se deshicieron de la impureza que ensuciaba su sangre. Gabriel era cruel y sobrevivió, entregando a sus compañeros de calle y robando. De jóvenes, robamos pergaminos a magos ilustres. Queríamos aprender—se detuvo, mirando los charcos cubiertos de fino hielo—. Es peligroso que nos quedemos en la ciudad. Debemos partir cuánto antes.
Marcus estaba pálido.
—¿A la capital?
—A la Sociedad de Magos—el frío lo traspasó—. Tengo aliados en el Jardín de Estrellas que investigan las verdaderas intenciones de la Cumbre Escarlata. Alguien pudo haber descubierto el paradero de Azazel. ¿Te puedo preguntar algo?—Marcus asintió—. ¿Por qué estás interesado en ir al Norte?
—Estoy buscando a una persona—admitió, miró al suelo—. Sobreviví a la masacre en el Valle Sombrío y me escondí de la guerra en Pozo Obscuro. Aún tengo pesadillas con gusanos blancos cubiertos de sangre. Es una Maga Roja de la Sociedad de Magos Sé que la Orden de la Integridad se la llevó a las gusaneras. Ella es... muy importante para mí. Ha pasado por situaciones difíciles y quiero hacerla feliz como pueda.
—Que curioso—replicó Sam—. Justamente busco lo mismo.
Marcus le palmeó el hombro con una sonrisa.
—Algo extraño está ocurriendo en Pozo Obscuro—soltó, casi como un murmullo, el cuentacuentos—. Excavaron un pozo para los más pobres.
Sam se encogió de hombros.
—Algo bueno deben hacer los Zorros.
—No es sólo eso—Vidal miró la larga fila en el pozo—. Llevo un buen rato intentando tener hijos con una mujer de esta ciudad.
—Nadie quiere saber eso.
—Escúchame—Vidal compuso un semblante severo—. Desde que comenzó el invierno. He ido de aquí para allá, intentando tener hijos con diversas mujeres.
—Que experimentos más horroroso—Sam frunció el ceño—. Es sencillo: tu máquina dejó de funcionar. Ya no eres aquel semental.
—Escúchame por una vez—dijo, exasperado—. Tenía un perro bermellón que solía preñar a todas las hembras de la calle donde me alojaba. Un día, compré un barril del agua de aquel pozo y le di de beber al animal. El pobre perdió su fertilidad.
Marcus tomó un guijarro frío del suelo.
—¿Dices que están castrando a los pobres?
—No es solo a los pobres—el hombre se frotó las manos—. Esta eutanasia colectiva es para los desgraciados por la esencia. Es la purga del fin de los tiempos. Hace poco, trasladaron a las pequeñas familias con sangre peculiar fuera de la ciudad. La cristalería de los Bruzual fue desmantelada.
Marcus se cruzó de brazos.
—Pues, yo creo que te excusas para no admitir tu incapacidad de procrear
Sam soltó una carcajada.
—Creo que el cuentacuentos tiene razón. Quisiera creer que es una excusa, pero no es así. El extracto de las hojas duende es suficiente para privar a una persona de su descendencia. No quiero imaginarme cómo lo están usando. La pregunta es, ¿por qué? Tiene lógica eliminar a los desgraciados por la esencia. Si quieres fortalecer una cadena debes eliminar el eslabón más débil. La Cumbre Escarlata quiere limpiar la sangre que el mestizaje ensució. Vi el foso de cuerpos chamuscados en Puente Blanco y los licores envenenados en Rocca Helena. Son selectivos a la hora de escoger que estratos de la sociedad deben ser eliminados. Odio esto, pero es el futuro. Al menos, sus métodos dejaron de ser sangrientos en las grandes ciudades.
—Es una mierda sin sentido—Vidal levantó un puño de nieve con la bota—. Eliminar a los pobres no eliminará la pobreza. ¿Quién trabajará para los poderosos? Siempre existirán los pobres que mantengan a las clases altas con el sudor de su frente. Así funciona el mundo. Eliminar a los que cultivan es un suicidio de la sociedad. Por cada rico y feliz, se necesitan diez pobres que trabajen para él.
—El Culto del Gran Devorador debe conocer aquello—Sam se mordió el labio. El olor pedregoso de Marcus le causó náuseas—. No son idiotas como nosotros. Están construyendo un mundo idílico con cimientos sólidos. No sabemos con certeza cómo será este mundo.
Marcus tenía un rictus espantoso.
—¿Qué ocurrirá con los de sangre peculiar que se llevó la Orden de la Integridad?
—No lo sé—canturreó Sam—. Durante los próximos cien años de exterminio, las familias de sangre peculiar trasladadas están bajo la jurisdicción de la Orden. Será aterrador para aquellos desgraciados. Quizás, tarden un año o cinco, pero esterilizar a toda la población será sencillo con todos los magos errantes trabajando de su parte. El Rey Sangriento y su corte, nos tienen acorralados.
Los carruajes cubiertos de nieve esperaban impacientes con las ruedas enterradas en la calle. No había ningún caballo en el lugar. Las faroles de hierro apagados parecían centinelas solitarios. La fila de seis carromatos permanecía imperturbable junto a la posada de doble piso. El conductor se vestía con un jubón azul, un abrigo de lana, guantes, gorra y bufanda parda. Y aún así, el moquillo lo hacía parecer un carámbano congelado.
—Habrá otra tormenta—estornudó y se limpió el moquillo de la nariz enrojecida con un pañuelo—. Los astrólogos dijeron que en el centro de la isla se desatará una tormenta sin precedentes. Los barcos no pueden navegar con el mar congelado y las caravanas partirán cuando termine el invierno. Nadie se jugará la vida.
El conductor desapareció en la posada. Los edificios desolados parecían cadáveres de gigantes negros. No se vio ni un alma en la amplia calle adoquinada, cubierta de blanco. En las casas de ladrillo con techo de pizarra se arremolinaban cúmulos de nieve. Cerca, había un establo por el olor a animal, aunque bastante silencioso. Los caballos debían estar ocultos algún otro almacén.
—¿Qué vamos a hacer?
Marcus tomó un puñado de nieve, hizo una escultura y le infundió vida. Estaba atardeciendo y las sombras se alargaban. La figura de nieve danzaba, dando volteretas armoniosas. Le tocó las rodillas a Vidal y tiró de la capa negra de Sam.
—Por ahora, debemos huir con la información que hemos recopilado. No quedan muchos Magos Rojos, la mayoría de los Castillos fueron aniquilados y Mariann Louvre fue puesta bajo vigilancia en el Fuerte de Ciervos.
Los seis carruajes permanecían en fila, esperando a los caballos. Los faroles durante el invierno no se encendían, así que pronto estarían en la oscuridad. Vidal cargó con los fardos repletos de comida, pellejos de vino, ropa seca y artículos curiosos como el arpa y los papeles. Sam llevaba sus herramientas en la capa y al parecer, Marcus también, ambos tenían esas llamativas capas llenas de bolsillos para los artilugios.
Sam miró a Marcus, luego a Vidal y los tres asintieron.
Le quitaron la nieve a uno de los carruajes y descargaron los fardos. La caja de madera era estrecha y las puertas corredizas. Los asientos estaban raídos y la caja del conductor tenía las correas rotas. Sam pensó en una Proyección de Calor y desenterró las ruedas. Les quedaba menos de una hora de sol y los nervios en espera les apuñalaron la tranquilidad. Los conductores debían estar descansando en las posadas.
Un pensamiento de duda no los dejó tranquilos mientras esperaban en la calle desierta. Marcus dudoso, juntó un montículo de nieve esculpió una figura homínida, alta y gruesa. Sacó de su capa una esfera de sulfato y la enterró en el pecho de la escultura. Cobró vida, animada por la corriente energética del mago y se irguió, dos varas de alto, ante ellos. El gigante blanco caminaba, letárgico, pisando firme sobre la nieve robusta, dio diez pasos al final de la calle. Se giró y regresó con su andar meditabundo. Marcus estaba esculpiendo un segundo muñeco cuando Sam se acercó.
—¿Puedes cambiar su forma?
—¿A qué te refieres?
—Una vez me persiguió un muñeco hecho con Conversión—Sam se agachó en la nieve y lo ayudó a reunir un buen montón—. Era parte de un entrenamiento con el profesor Pisarro y Pierre de Febres. Teníamos que destruir a los muñecos con nuestras habilidades para aprobar la cátedra. Eran grandes hombres de barro cocido. Éramos una decena de alumnos, la mitad, magos de segundo nivel. Algunos fueron fáciles de vencer, pero a medida que se reducía su número, estos se volvían más rápidos y resistentes. Flexibles como brea. Cuando solo quedaron tres, cambiaban de forma constantemente, eran muy duros en algunas partes. Yo lanzaba proyecciones, pero esas esculturas podrían transformarse en una armadura o cambiar a la forma de un animal con un parpadeo.
—El profesor Pierre de Febres era una ladilla—Marcus tenía las brazos extendidos y los pies de puntas para formar la cabeza del muñeco—. Los que cursamos Conversión, rápidamente cambiábamos de opinión, solo unos pocos terminaron la cátedra.
—¿No te gusta la Conversión?
—Mi abuelo es escultor—Marcus rebuscó en los bolsillos de su capa, sacó un broche con forma de pájaro, una esfera de plata y otra de sulfato—. La familia Escamilla está conformada por magos escultores. Afines a la Conversión—incrustó la bola de sulfato en el pecho de la escultura y la cubrió de nieve—. La mansión Escamilla está repleta de estatuas desnudas y pinturas eróticas. Nuestro antecesor era un guarro famoso. Él quería que fuera un artista. Y yo, quería escuchar canciones sobre mis aventuras como las de Magos Rojos ilustres. Me uní al Séptimo Castillo en búsqueda de mujeres, dinero, fama y... solo encontré mierda. Esa es mi realidad. El mundo de sueños no resultó ser real, hay cincuenta artistas, muertos de hambre, como tú y cuatrocientos Magos Rojos peleando por fama. ¿Por qué nos aferrarnos a un sueño? ¿Por qué esas ansías de escapas de nuestras tristes vidas?
Marcus enmudeció y apartó la mirada. Recitó unas palabras en silencio. La estatua se inclinó con una reverencia, se dio media vuelta y emprendió su vigilia en la otra dirección.
Las sombras escarlatas se acercaron desde ambos lados de la calle. Eran una docena de fantasmas. Sam sintió que caía de rodillas, pero se mantuvo firme, sacó un pellejo de vino y probó su ardor frutal. Las estatuas de nieve regresaron a ellos, tan erguidos como podían. Vidal salió del carruaje, Marcus sacó su varita y una esfera de plateada. Sam soltó el pellejo y sonrió, burlón.
La fila de magos desfiló ante ellos. Los rodearon desde ambos lados de la calle congelada. Se presentó un mago de larga túnica escarlata con máscara de cabra y largos cuernos retorcidos. Llevaba un largo cayado con espinas, rematado en un diminuto cráneo negro con glifos. Se quitó la máscara dejando caer unos largos rizos negros. Era el maldito Gabriel de Cortone.
El resto de zorros sacó las varitas afiladas.
—¿Vas a proponer que nos unamos a la Orden de la Integridad?—Sam ladeó la cabeza—. Porque me están dando ganas de usar una de esas máscaras tan bonitas. Mire, yo quiero, si no es mucha molestia, una máscara de dragón o de demonio. ¿La pintura viene con la máscara o tenemos que pintarlas nosotros?
—El Mago Rojo del Anochecer es elocuente y sagaz—recalcó Gabriel con una sonrisa—. Es muy simpático, lástima que con ustedes haremos una excepción. La señora Miackola está, atentamente, detrás de usted. Su fama le precede desde que, misteriosamente, escapó del castillo al final del verano del año pasado. Es todo un escapista, tan bueno que burló a la muerte.
—Que dulce es la señora Miackola. Esperaba que mis cartas la enamoren. Es una mujer difícil de conquistar, como descubrió... mi difunto amigo Niccolo Brosse. Supongo, que no está detrás de mí por lo guapo que soy o por mi talento en la artes amatorias.
—Te estoy comprendiendo, Mago Rojo del Anochecer—Gabriel se pasó una mano enguantada por la barbita escasa. Era unos dedos más pequeño que el resto de figuras escarlata—. Usas el sarcasmo para ocultar lo afligido, deprimido y marchito que estás. La Cumbre Escarlata y la Sociedad de Magos están dando mucha plata por ti.
Los Zorros los rodearon, cerraron el círculo con pasos temerosos. Los conductores salieron de la taberna, y corrieron aterrados a resguardarse. Veía máscaras de latón, cobre, plata, estaño y madera. Un ratón, un buey y un perro aferraron las varitas con las puntas humeantes.
Los ojos azules de Gabriel perdieron brillo.
—Sanz—lo llamó, con la mandíbula tensa—. A nadie engañas con ese rostro limpio, ese cabello rojizo y esos ojos de dragón. No eres un Wesen, y nunca serás un mago de la Institución. Te borrarán de su inmaculado registro cuando no seas de utilidad. Nunca podrás caminar con ellos. Ríndete, y únete a la Orden de la Integridad. Tendrás tu redención. No tendrás que volver a fingir. Tu sueño de un lugar en el mundo se hará realidad.
Sam levantó una mano, la corriente energética se desprendió de su vía sanguínea con un hormigueo. Gabriel levantó el cetro y desvió el pulso, la fuerza barrió la nieve de un techo de pizarra.
Gabriel se colocó la máscara de cabra, inexpresivo. Marcus levantó la varita, despacio. Vidal se escondió en el carro, nervioso. Todos se tensaron, silenciosos. Atardecía en la ciudad y la nieve se coloreó de anaranjado. El aire sopló y les cortó la piel. Un cuchillo de hielo, fantasmal. Erguidos como lanzas, con cabezas bañadas en brea negra. Una estatua de nieve se movió y una docena de agujeros aparecieron en su vientre.
La calle se llenó de estallidos y proyecciones. Vidal se agachó junto al carruaje mientras la nieve volaba en torrentes. Marcus derribó a dos Zorros con descargas antes de resbalar y caer en la nieve, desvió destellos luminosos con el reflejo de su varita. No se podía levantar con los impactos. La nieve le cayó en la cara a Sam mientras las proyecciones pasaban rozándole. Corrió entre estallidos aromáticos, las descargas golpearon su reflejo con dolorosas punzadas. Saltó y se escondió detrás de un carruaje cubierto de nieve. Su capa se estaba incendiado, se la quitó y la tela desapareció con un soplido. Un chorro de esencia oscura barrió la nieve del carruaje. Escuchó un millar de estallidos y la caja saltó en astillas. Sam se agachó, pensando en una evocación.
«Un cielo blanco se vuelve rojo».
Exhaló una nube de brasas calientes y su mano se cubrió de fuego rojo. La nieve derretida formó un charco a su alrededor. Un buey de cobre cruzó la cobertura con la varita brillante, su máscara fue embestida por la maraña de fuego y su cabeza desapareció en una explosión de hueso y sesos. Cayó de rodillas con un quejido y un chorro de sangre saliendo de su cabeza. Una escultura embistió a un zorro y le levantó del suelo.
Sam lanzó la llamarada de sábanas rojas a la multitud. La muralla incandescente creció, envolviendo la calle. Las descargas salieron de la cortina en llamas. La brisa sopló y el remolino rojo, se redujo en llamas débiles. Sam se asomó por el carruaje asediado por descargas y pulsos y, se encogió de dolor con un mordisco caliente. Un calor punzante le perforó el costado con un quejido. Los oídos le martillearon y la boca le supo a aceite rancio. Se palpó el costado abierto y manchó los dedos de sangre. Escuchó un trueno y el carruaje saltó en astillas, reducido a un montón de tablas incineradas. La cabra apareció ante él, levantó el cetro mientras pronunciaba un maleficio. La proyección se desprendió del cetro como un chorro de brea hirviendo. Sam estiró los brazos, imaginando un círculo formado por los cuatro elementos.
La proyección estalló con una ventisca aromática y lo impulsó. Sam atravesó una pared y se llenó la espalda de astillas. Rodó en la oscuridad por un vacío gélido y sus rodillas crujieron. Escuchó estallidos y saltó, ante una tormenta de destrozos. Tenía un sabor metálico en el fondo de su boca.
Sam se irguió, con la mano extendida.
—¡Un perro blanco, su pelaje mojado en sangre!
La Proyección Volátil salió de su brazo con un escalofrío. Sam sintió que el calor salió de sus extremidades. La cabra golpeó el suelo con su cayado y emitió un pulso que deshizo la proyección con un chillido metálico. Sam se agachó, agitado. Estaba mareado y veía puntos negros. Unas manos lo tomaron por la espalda. Sam se revolcó con los vellos erizados y se topó con el rostro pálido de Marcus. Las proyecciones caían sobre ellos, escondidos en aquel edificio destartalado. Las descargas estallaron contra un reflejo robusto.
—¿Vas a matarme del susto?
—Levántate, idiota.
Marcus lo tomó de los brazos y lo puso de pie con una fuerza increíble. Tenía la mitad del rostro cubierto de sangre y la capa roja vuelta jirones. Cuando plantó los pies un dolor atenazante le arrancó un grito, su costado sangraba horrorosamente. Su jubón negro estaba empapado y dejaba huellas rojas.
Marcus destrozó una pared con un estallido y corrió por la posada ocupada. Los conductores gritaron cuando irrumpieron. Salieron por la puerta de la posada y los Zorros aparecieron ante ellos, amenazantes. Vidal estaba en el suelo, temblando.
Marcus extendió su reflejo con un amplio ademán y fue cubierto por destellos coloridos. Sam tropezó con el cuerpo inerte de un mago y le robó la varita. Comenzó a disparar con precisión. La docena de Magos de la Integridad se vio reducida a la mitad cuando comenzaron a disparar desde los carruajes. Los gigantes de nieve eran demolidos por un centenar de descargas, y se volvían a levantar. Los cuerpos flotaban en círculos de nieve roja. Los zorros doblaron la potencia, liderados por Gabriel.
Las proyecciones les llovieron con un millar de sonidos apagados. El reflejo de Marcus se tornó quebradizo. Sam presionó su costado y levantó su barrera con los dientes apretados. Los estallidos le hacían tambalearse. Las esculturas se convirtieron en una masa de nieve sucia, rectó hasta ellos, reducida a un montículo con vida propia. Marcus agitó la varita, dibujó círculos y glifos en el aire. El amasijo de nieve grisácea se levantó, se retorció y se convirtió en un elegante corcel de hielo. El caballo cristalino cabalgó sobre la nieve sin hacer ruido. Vidal saltó del carruaje y le puso las bridas. Marcus subió mientras disparaba, las ruedas se agitaron, torcidas. Una de las puertas corredizas se desprendió con un crujido. Sam resbaló, pero se aferró al carruaje. Las ruedas giraron a toda velocidad y lo arrastraron por la nieve. Continuó disparando a los magos enemigos. Las proyecciones coloridas caían sobre ellos, las desviaba y destruía con pulsos. La calle se alejó, distante.
Los Zorros estaban cada vez más lejos, corrieron, lanzando estallidos y pulsos que se desvanecían en el aire. Una línea roja manchó la calle cubierta de nieve mientras el carro avanzaba. Sam tragó saliva y le supo a sangre. No moriría mientras tuviera la calavera del santo dentro de su cuerpo. Aunque el dolor fuera más insufrible que la muerte. Sus pies arrastraron la nieve y perdió fuerza del brazo. Su costado ardía, sangrante. Sam aflojó el agarre hasta que se soltó, estaba cayendo por un abismo blanco. Marcus sacó la bola de plata y, la vista se le nubló, en el momento en que una serpiente brillante se enroscó en su tobillo. Lo arrastraron por la nieve mientras perdía el juicio.
Unas luces rojas pasaron ante sus ojos.
El anciano de ojos rojizos le hizo señas para que acercara. Sonrió, con los dientes muy blancos. Incorruptibles.
Un chacal dorado levantó un libro desmoronado, encuadernado en piel humana. Los glifos escritos en sangre poseían un poder escondido.
Sam olió los restos de sal, herrumbre, y tinta podrida.