Capítulo 22. Balada del Anochecer
Capítulo 22: El día que muera, querido Brosse.
—A veces no tengo ganas de seguir viviendo, ¿crees que sea normal?
—Más de lo que debería.
—Yo... siento mucho dolor.
—¿Cuántas veces has intentado suicidarte?
—Tres—contó Niccolo. Sus ojos lanzaron destellos cobrizos—. Estoy muerto, pero mi espíritu sigue atrapado en este cuerpo de arcilla y cenizas. No importa si me corto la cabeza o... me lanzo de un precipicio. Siempre regreso. Nunca soy yo. El pecho me quema. Es como si... mi corazón estuviera ardiendo. Me ahogo con aceite hirviendo.
Gerard sonrió, lobuno.
—Eres un tipo muy gracioso.
—Yo quería ser como tú.
—No soy un buen ejemplo a seguir, lo siento.
Niccolo negó con la cabeza.
—He estado practicando. Puede que no tenga las sensaciones de un cuerpo físico, pero... mi estado anímico es muy volátil—sonrió y le dedicó una mirada refulgente al bardo vestido de negro—. Respecto a Mia. Les pedí a las mariposas en mi estómago, que disfrutarán de su existencia... y lo hicieran despacio, disfrutando de cada momento. No tuve el coraje para decirles que ese amor estaba muriendo... y ellas también perecerán.
Gerard ladeó la cabeza.
—No te estoy entiendo.
Niccolo se irguió con una sonrisa ensayada y miró en derredor: los carros, los soldados y el erial de desperdicios. Carraspeó para aclararse una garganta imaginaria, dio un giro alegre y un brinco. Dejó escapar una voz de tenor.
Te vas amor.
Si así lo quieres, ¿qué voy a hacer?
Tu vanidad no te deja entender.
Que en la pobreza se sabe querer.
Gerard soltó una carcajada y aplaudió. Cantó a dueto y bailó con Niccolo, en medio del desastroso campamento de la rebelión. Una llovizna caía plácidamente sobre el erial enlozado, bajo las ruedas de los carromatos de madera.
¡Quiero llorar!
¡Y me destroza que pienses así!
¡Y más que ahora me quedé sin ti!
¡Me duele lo que tú vas a sufrir!
Un público heterogéneo se formó a su alrededor. A las brujas les gustaba la música y a los granjeros les alegraba. Comenzaron aplaudir y pillar el estribillo de la canción. Gerard aplaudió y dio un giro.
¡Pero recuerda, nadie es perfecto!
¡Y tú lo verás!
¡Tal vez mil cosas mejores tendrás!
¡Pero un cariño sincero jamás!
¡Vete olvidando!
¡De esto que hoy dejas y que cambiarás!
¡Por la aventura que tú ya verás!
¡¡¡Será tu cárcel y nunca saldrás!!!
El bardo reventó en carcajadas.
—¿Quieres saber lo que pienso?
Niccolo se encogió de hombros.
—Es difícil saber lo que piensa un suicida.
—Luchar por amor es un acto de cobardía, es preferible retirarse con valor y la dignidad intacta—Courbet negó con la cabeza—. Desde que moriste... he pensado mucho en esa canción que te escribí. Que les escribí a ti y a Mia. Esa canción de medianoche que hizo llorar a la isla. Ustedes... debieron haber terminado juntos—sonrió y sus ojos lanzaron motitas doradas de sol—. Su tragedia debió terminar. En esta isla sin esperanza, necesitamos historias de amor que nos hagan suspirar, y no más tragedias—pensó en lo que iba a decir—. Una vez conocí a un sabio, de esos, que venden humo y baratijas a los crédulos. Me explicó porqué no debía renunciar a mi humanidad—se pasó la lengua por los labios—. Me pidió que no encierre mis emociones. Me dijo que era muy joven para renunciar a los sentimientos.
Niccolo se limpió el polvo de las manos.
—¿Y dónde está él?
—¿Murió?—Se encogió de hombros, despectivo—. No importa, fue hace mucho. Creo que... tenía razón. A veces me pierdo, ¿sabes? Dejo de ser yo por un tiempo, me convierto en el cascarón que lidera a los Sonetistas hasta su muerte inminente. Luego, mi corazón se vuelve abrir como un animal perezoso y mis heridas vuelven a sangrar. Son períodos emocionales. Van y vienen como las estaciones. Invierno, Ross. Otoño, Pavlov. Verano... Primavera. Pero, creo que el ciclo se rompió cuando Mariann murió en mis brazos—Gerard negó y bajó la mirada. Los mechones rubios escondieron sus lágrimas—. Yo no... he vuelto a sentir amor. Dejé a Agrippa usar mi cuerpo y no sentí placer alguno. ¿Felicidad o... tristeza? No siento nada. Solo un vacío que me destroza y vuelve más frío.
Niccolo levantó la cabeza y pudo sentir las brumas de esencia enraizadas en la muralla del Jardín de Estrellas. Le llegó el olor del polvo, los químicos y la esencialina cristalizada. En ese estado, era capaz de percibir el mundo en su totalidad. Percibía cada aroma, cada sonido y nada escapaba de sus ojos. Se movía con el espíritu, no... con un cuerpo de carne y hueso. El sentido del tacto era nulo. Levantó un dedo y señaló los cañones plateados en las torres, amenazantes.
—Hoy podría ser tu día de suerte, Courbet.
—El día que muera, querido Brosse—se irguió y deslizó uno de sus pulgares por el hacha en su cinturón—. De mi cuerpo contaminado nacerán rosas negras, para que las ames.
Los Sonetistas intercambiaron rehenes con el Sol Negro: Giordano Bruno fue canjeado por Pablo Draper para su interrogatorio. El Homúnculista se integró al Aquelarre de Brujos como uno más. Elphias Levi y Aleister Crowley lo tenían bajo su seno como un niño malcriado y las brujas del Bosque Espinoso rehuían la compañía del alquimista. Los Sonetistas estaban conformados por brujos fumetas del Paraje y granjeros rebeldes; en cambio, el Aquelarre era conformado por los cultos de brujas del Bosque Espinoso, taumaturgos de la Tierra del Silencio, los Pájaros Negros y los temibles magos del Sol Negro. Eran un ejército heterogéneo que se cernía sobre la antigua sede de la Sociedad de Magos, para tomarla a la fuerza con fuego y sangre.
Sanz Fonseca lideraba la vanguardia junto a su compañía de granjeros piqueros, ballesteros fumadores y lanceros enjutos con supuestos dotes de adivinación. El joven se pintó el cabello de rojo intenso y lucía una capa del mismo color con bordado en hilo de oro: soles y lunas. El Mago Rojo del Anochecer comandaba unos cuarenta hombres y mujeres. Se le habían ocurrido un par de canciones en las noches... Hablando sobre Sanz Fonseca, Gabriel de Cortone y la pequeña niña que no pudieron proteger. Una hermosa y trágica balada del anochecer. Javier Curie permanecía junto a él, con el cabello teñido y un portaestandarte con el amanecer dorado en campo de gules.
En la retaguardia del centro, esperaba Acromantula, calvo, desprolijo, cubierto de finas prendas azules y doradas. Las brujas rebeldes lo rodeaban en un conjunto abastecido de saetas. Las brujas dominaban la ballesta y el arco largo. Algunas estaban tan drogadas que difícilmente distinguían la realidad.
El flanco derecho era custodiado por Pedro Corne d'Or y las brujas Espino de mano de la matrona Lirio Espino, seguidos de Marie Cerezo y Simon Fonseca.
Ezequiel Cerrure encabezaba el flanco izquierdo, al frente, con los Pájaros Negros y sus máscaras de cabra en honor a Gabriel de Cortone. Los seguía Joel Guillén junto a medio centenar de campesinos armados. Los campesinos vestían cuero endurecido, partes de armadura oxidada y sus semblantes eran toscos. Muchos rezaban plegarias a los dioses... Otros, rendían pleitesía al culto del alcohol y las apuestas.
En la retaguardia destacaban Oriana Luna, la Bruja Salamandra en su diminuto aquelarre de brujas variopintas armadas lanzas y escudos; les seguía Amanda Flambée, la renegada Nairelys Luna y Clemente Bruzual, el Asesino de Magos.
Niccolo no olvidaba rostros, voces o nombres... Creía reconocer al séquito de brujos de la peor calaña de la isla: paleadores, tabaqueros y adoradores de santos... empuñando armas rudimentarias. Ellos daban la cara, mezclados entre los Sonetistas, mientras el Sol Negro aspiraba a sus anchas bajo la sombra decrépita de los árboles espinosos.
Beret no dejaba de espantar: reemplazó el ojo perdido de uno de sus pupilos por un cristal tornasolado; el joven Cerrure decía conocer el futuro de las personas, viéndolas con su ojo mágico. La brujita que tenía a su cargo conocida como Claire Cerezo, llamada por las malas lenguas como Coño Alegre... era sus ojos y oídos. Una araña escurridiza que tejía sus redes de formas indecorosas.
El más aterrador era Richie, un hombre diminuto de piel oscura que predecía sucesos con el humo y las cenizas del tabaco; se decía que el brujo tenía un talento para la magia negra que le atribuía a los dioses muertos de las constelaciones. El duendecillo rezaba y cruzaba a las personas con extraños rituales. Uno de los más populares era el ritual de protección contra maldiciones: con una daga de hueso cortaba la piel en forma de cruces alrededor de todo el cuerpo del cruzado. Ezequiel Cerrure se hizo pasar por este ritual, así como muchos otros creyentes que se comprometían bajo la protección del Dios Sol y la Diosa Luna.
Elphias Levi esperaba en la retaguardia junto a Aleister Crowley y la jovencita Miev Espino. La pequeña Miev era bastante sensible a las energías, solo cruzó miradas una vez con Niccolo y se paralizó. Los dos magos negros olían a sulfuro y salitre, los soles pintados de negro que llevaban en sus pechos relucían con destellos de ónice.
Había visto ese sol negro en las memorias de las fuerzas disuasorias, al nadar en la corriente de la sinfonía de los espíritus en el Todo. Después de recorrer el Valle Sombrío y sucumbir, desangrado por sus heridas, su espíritu fue a parar al lugar donde el espacio y el tiempo no existían. Las líneas de fuerza lo presionaban, estirando sus recuerdos. La sensación de ser zarandeado por un millar de besos era indescriptible. No sentía dolor, no respiraba. Formó parte del conocimiento, y del Origen Primordial.
—Un pacto con los dioses antiguos—le dijo un hombrecillo cuyo nombre no recordaba—. Una maldición más allá de la muerte.
Pero, más allá de la muerte solo vio oscuridad. Los dioses no existían. Lo único que permanecía, impune, eran las fuerzas disuasorias de los pensamientos. Escuchaba voces etéreas de personas desperdigadas en fragmentos de recuerdos. Flotaba a través de imágenes que no comprendía: un sol negro que incendia todo lo que alumbra, una grieta sangrante en la luna llena, una escalera de huesos que asciende hasta los cielos y un foso de cadáveres carbonizados.
No creía en dioses, de manera que las fuerzas de la isla se mostraron ante él a través de visiones. Las perturbaciones que ponían en peligro la fuente de la quintaesencia debían ser erradicadas para la que la fluctuación no desaparezca. Polvo de estrellas y planetas. El deseo de la humanidad de no extinguirse. El poder de un pensamiento. El alma de Niccolo Brosse atrapada en la isla a través de un monolito catalizador y cavernas de sulfato. La simbología mística tallada en las profundidades de la isla. El poder antiguo y los secretos de una civilización pérdida.
Jarwitt oliqueó su mano con el hocico húmedo. Miró los ojos violáceos del lobo terrible: siniestros e inteligibles. La bestia de lomo plateado y pelaje oscuro era el receptáculo de un nagual. Así como Niccolo había permanecido suspendido en distintos cuerpos de mentes dispersas... el alma torturada de esta persona encontró un cuerpo habitable.
—Te ves del carajo, Camielle Daumier.
El ejército se posicionó en las lindes del Bosque Espinoso que rodeaban la muralla del Jardín de Estrellas. Allí donde los árboles esqueléticos comenzaban a decaer para dar paso a un claro de hierba húmeda. Sin las limitaciones físicas, era capaz de percibir el millar de alientos y los corazones revoltosos. Pensó en Mia, y en el recuerdo fúnebre de un alma rota.
Se inclinó junto a Gerard Courbet. Debía estar haciendo mucho frío porque los charcos de lodo se congelaban en pozos inmaculados.
—Porque tú, Mia—si estuviera vivo, sentiría miedo, emoción, excitación, temblor, rabia y asco. Había muerto en otra época, era un fantasma en un mundo desigual. Quizás si estuviera vivo, sentiría tristeza por lo que perdía—. Lograste ver algo en mí que nadie más pudo encontrar. No eres inolvidable, me dijiste que no había ninguno como yo.
Gerard bajó por la pendiente de la colina con un hacha y una lanza. Estaba solo y desahuciado. Se quitó la capa negra y la dejó en el suelo: debajo llevaba una túnica blanca con ribetes púrpuras sobre un chaleco de cuero tachonado. Sacó de su bolsillo un sombrero púrpura con una pluma dorada y se lo puso en la cabeza. El ejército a su espalda permanecía inmutable, señorial. Los ojos y oídos de Niccolo llegaban a cava parte del campo de batalla.
Richie se inclinó hacía Clemente Bruzual, susurrando:
—¿Qué sabes de Courbet?
—Es un engreído—confesó el joven, áspero—. Es odioso, insensible y egoísta. Es todo lo que dicen de él y más...
Niccolo sonrió, en contraste con su primera impresión de Gerard; él también se había convertido en un espectro. Cuando lo conoció, Gerard era amable, sensible y débil... Ahora, solo quedaba una estatua de sal y azufre. La vida era demasiado para todos, ninguno salía intacto de ella.
En el adarve, la máscara de serpiente dorada y la túnica escarlata de Michael Encausse aparecieron para atestiguar la inminencia del asalto.
—¡Somos los últimos Sonetistas del Fin de los Tiempos!—Proclamó Gerard Courbet con voz metálica por el fultano amplificador de sonido. Un bullicio bélico se alzó entre los soldados, haciendo temblar los árboles huesudos y el erial ennegrecido—. ¡¿Creyeron que podían extirpar de su tierra prometida a los legítimos propietarios de esta isla?!
—¡NOOO!
Niccolo se quitó el cinturón de cuero, sacó el puñal y desenvainó la espada con empuñadura de marfil. A su alrededor se agolparon cuerpos sudorosos, ruidosos y violentos mientras descendían la pendiente en dirección a las murallas.
Gerard levantó su hacha.
—¡Somos el proletariado esterilizado que se rehúsa al exterminio! ¡No creemos en su modelo de sociedad exclusiva! ¡¿Por qué la Cumbre Escarlata nos ha traicionado?! ¡¿Por qué nosotros los más pobres debemos seguir sufriendo?!—Señaló con su hacha a los magos en el adarve—. ¡Injusticia! ¡No somos ovejas que se dejan esquilmar! ¡Seremos lobos hambrientos hasta la muerte!
La Serpiente dio una señal y los magos oficiales dispusieron las armas en la cima de la muralla: brillantes mosquetes con refuerzos de plata. Las puertas de piedra se abrieron con un pesado retumbar y de ella, emergió una vanguardia de cadáveres cubiertos de harapos; empuñaban armas rudimentarias. Vio una sombra blanquecina y una serpiente de dos varas de altura rectó con las fauces encendidas en verdor ígneo.
Gerard gritó, y se lanzó... balanceando el hacha. Sanz Fonseca saltó como un remolino y la vanguardia lo siguió, trotando, sobre el erial ennegrecido en un grito de guerra. Niccolo se sumergió en aquella masa de carne y acero... Avanzando por el valle para enfrentarse a los cadáveres como una estampida de bestias salvajes. Perdió al bardo de vista cuando se encontró de frente con los cadáveres vivientes. Javier Curie clavó el portaestandarte y desenvainó su espada. Sanz levantó su reflejo y retrocedió... siendo rodeado por cuerpos macilentos y fieros. Niccolo avanzó a trompicones, empujando a campesinos mugrosos y brujos con ballestas. Vio una cabeza podrida rodar hasta sus pies y a Gerard con el hacha ensangrentada...
Pero no era sangre. Era un líquido verdoso y brillante que...
Se topó con una sombra pestilente de gastada túnica escarlata y desvió un espadazo torpe. Niccolo dio un giro descendiendo su espada y abrió aquel cuerpo desde el vientre hasta el gaznate. De las entrañas vacías fluyó un hedor vaporoso de químicos y sangre... verdosa.
La serpiente se irguió sobre sus cabezas como un ser gigantesco de sulfato y, de sus fauces brotó una llamarada destructora. Niccolo vio por última vez a Gerard ser rodeado de cadáveres sangrantes de líquidos inflamables... antes, de que todo desapareciera en un torbellino de llamas verdes, azules, pálidas y doradas. La explosión lo envolvió desde todas direcciones, apuñalando su cuerpo con espadas candentes.
Parecía estar dentro de las paellas del infierno... Los esqueletos carbonizados bailaban desenfrenados. Sus pies desparecieron y todo se volvió negro, pesado y neblinoso. Emergió de la oscuridad y un remolino de gritos lo envolvió con desesperación y fuego. Antes de desaparecer, escuchó una voz mortecina.
—Niccolo Brosse.
No veía nada. No sentía nada. Las murallas del Jardín de Estrellas, los Sonetistas y los cadáveres insuflados de líquidos explosivos... desaparecieron en la llamarada. No sabía dónde terminó el mundo y cuándo comenzó el sueño. Mia lo estaba acariciando en medio de las cenizas ardientes. El valle fue sepultado en carbón y se elevaron lenguas de fuego verdoso en cúmulos miasmáticos...
Niccolo abrió su boca para hablar... y la voz se le rompió.
—Lo siento tanto...
—Lo intentaste.
—Abrí la fosa y rodeé tu cuerpo con flores—lloraba sin consuelo. La tristeza y la soledad lo consumían más dolorosamente que las llamas—. Me acosté a tu lado y le pedí a Courbet que nos cubriera con tierra de sepultura. Estuve junto tuyo todo un ciclo, y más... hasta que él me sacó de allí para pedirme un favor egoísta. No lo entiendo, Mia. Tú eras mi sueño de redención. Prometí amarte... incluso después de morir.
—¿Por qué me amas, Niccolo Brosse?
—Porque lo siento, porque tu sonrisa es capaz de incendiar el mundo. Porque... esa medianoche me besaste y le diste sentido a todo.
Mia le apartó las cenizas del cabello chamuscado. Ella también ardía en el valle de la destrucción.
—Cada vez que te veo, recuerdo lo que realmente significa ser humano. Lo que otros pueden ver como debilidad, el amor... es en realidad la verdadera fuerza. Pone de rodillas a los orgullosos, ilumina a los perdidos en la oscuridad y calienta los corazones más fríos. No cabe duda, el amor es la verdadera esencia de la humanidad.
Niccolo le apartó los mechones de la oreja con una caricia. Su cuerpo se estaba convirtiendo en cenizas y desperdicios.
—Siempre te amaré, aunque estemos en mundos diferentes.
Mia abrió sus labios para mostrarle una sonrisa cálida.
—Despierta, Niccolo Brosse.
Niccolo se retorció y rodó. Las cenizas que lo cubrían se desvanecieron con un remolino gris... En su mano aún aferraba el mango derretido de la espada. Estaba cubierto de harapos chamuscados, huesos carbonizados y un desagradable hedor a putrefacción. La batalla ardía con fragor a su alrededor: los Sonetistas avanzaban sobre las llamas con los escudos destartalados. Las esculturas de sulfato eran rodeadas por lanzas y de sus fauces expulsaban llamaradas en torrentes. Niccolo se puso de pie y chocó contra Pedro Corne d'Or, el joven cubierto de jolín arremetía contra la
serpiente blanca con solo una lanza. A su espalda ardía el campo de batalla, cubierto de sendas murallas de fuego verde sobre el erial ennegrecido... No se podía ver lo que ocurría del otro lado. Simon Fonseca tenía su varita en alto y lanzaba destellos a la serpiente pálida. Un círculo de cadáveres mutilados rodeaba a la belicosa estatua. Las brujas Lirio fueron despedazadas por las llamas y los gritos se alzaban solapadamente...
Niccolo se irguió y emitió un pulso. La serpiente se dobló y la lanza se partió. Escuchó un estruendo, un temblor y un estallido. Los cañones disparaban desde las torres y causaban estragos. Una de las sierpes emergió de la tierra con un estruendo y su cuerpo acorazado cayó sobre la muralla en una polvorosa. Un relámpago purpúreo cortó el cielo...
Estaba pensando en una Imagen Elemental cuando un cañonazo lo golpeó de costado. Sus pies se desprendieron del suelo y giró en el aire ante la embestida. Un toro de sulfato, tan blanco como el papel y cubierto de glifos brillantes lo proyectó con doscientas libras de peso. Niccolo se enderezó con las piernas retorcidas y un brazo despedazado. Intentó ponerse de pie mientras sus piernas volvían a tomar su forma. Puso un pie sobre el suelo y el toro embravecido se fijó en él... Lo iba a embestir de frente con sus cuernos. Niccolo intentó erigir un reflejo y se preparó para el golpe. El toro se lanzó, destrozando los cadáveres con pisotones, y... cayó de costado cuando una de sus patas desapareció en un estallido. La estatua se retorció, se convirtió en un farol brillante, se deshizo en griegas y redujo a una montaña de salitre y herrumbre.
La túnica de Gerard se ennegreció, perdió el hacha y estaba bañado en sangre. Detrás de él, los Sonetistas eran destrozados por las estatuas en embestidas y llamaradas infernales ante los escudos de madera. Un tigre de tres varas fue alcanzado por un rayo pálido. El fuego ardía, eterno... y lo envolvía todo en un paisaje inmortal con Gerard, un dios impío, en un cuadro de lenguas de fuego y guerras sangrientas.
Niccolo se irguió, la otra pierna se ensambló y se reconstruyó.
—¡Los Pájaros Negros fueron carbonizados!—Gerard retrocedió cuando una cercana explosión rojiza le cubrió el cabello de tierra—. ¡Esos desgraciados llenaron los cadáveres con explosivos alquímicos!
La sierpe blancuzca se abrió paso por la muralla y abrió una brecha mientras le llovían descargas y disparos. Desde uno de los edificios nació un resplandor dorado y el potente relámpago cayó sobre el engendro. El olor a pelo quemado envolvió el valle ante el chillido demencial de la criatura y la mancha oscura que la envolvió.
Niccolo trotó junto a Gerard y se abrieron paso por el fuego. Mantenía un reflejo sobre su cabeza. Caían piedras, tierra, proyecciones y disparos... Los cadáveres y heridos se agolpaban en agujeros, trincheras inundadas de llamas y regueros de miembros cercenados.
Clemente Bruzual cargaba sobre su espalda lo que quedaba de Nairelys. Acromantula formó una barrera de sulfato y las brujas disparaban... Escuchó una ruptura. Corrió detrás de Gerard cuando el cielo se partió con un destello purpúreo y los estallidos en su espalda lo asustaron. De aquella grieta en el cielo plomizo emergió un manantial, un río indetenible... e inundó el valle con un silbido. El agua arrastró las estatuas y los cadáveres. Niccolo escuchó el silbido del líquido arrasando todo a su paso... Rodeándolo en un abrazo obscuro y frío. Erigió un reflejo ante el estallido espumoso y se estremeció. El agua se abrió en vapor, como un milagro, y lo rodeó. Soportó aquella corriente devastadora dentro de una burbuja de aire comprimido.
El agua subió en torrentes, cubrió su burbuja y descendió, casi tan rápidamente como subió... Los autómatas, los cadáveres, las bestias de sulfato e incluso el imponente gusano blanco fueron barridos hasta la muralla agrietada. El cuerpo prominente de la sierpe yacía bajo los escombros de uno de los segmentos de la muralla. Los edificios del instituto chorreaban desde sus ventanas partidas. Una de las estatuas se desmoronó, convertida en un agasajo de pasta brillante y cristalina. Al pie de la muralla el agua descendió mostrando todo lo que había arrastrado: escombros, personas, cadáveres y estatuas en una masa compacta y viscosa compuesta por cien cuerpos agonizantes. La sierpe se retorció, moribunda y la muralla derruida se desmoronó sobre los sedimentos, aplastando todo con escombros y gritos terribles.
Sanz Fonseca había abierto una fisura en el espacio: la rasgadura del puente energético conectó con el fondo de un lago... causando un desbordamiento en este lado del puente. El peso aplastante del agua fue capaz de barrer todo a su alrededor. El valle se convirtió en un lodazal de desperdicios y ahogados: brujas, granjeros y cadáveres desmembrados yacían, semienterrados, en el viscoso barro negro. Famélico, cerró el portal y retrocedió. A sus pies se extendía el lodazal putrefacto, pestilente a hierro, y a su espalda estaba el bosque de árboles esqueléticos y los restos descompuestos de un ejército sin esperanza: granjeros mutilados, brujos quebrados y magos negros sonrientes.
Antes de darse cuenta, Niccolo estaba hundido hasta las rodillas en el lodazal infernal del cual se removían cadáveres, moscas, y heridos.
—¡Simon!—Gritó Pedro, cubierto de porquería—. ¡El agua se llevó todo! ¡¡¡Simon, ¿dónde estás?!!!
Niccolo sintió un escalofrío. Una sensación extraña... porque no tenía espina.
—¿Dónde está Gerard?
Miró a su alrededor: un lodazal infinito, un océano de brea infernal. Intentó atravesar el lodazal y se topó con la cabeza decapitada de Joel Guillén. Rozó las mejillas endurecidas del viejo con los dedos y miró su último recuerdo... Vio a través de sus ojos como un tigre blanco aferró las mandíbulas frías en su nunca, y... ¡Dolor, ardor y rojo!
Oriana Luna estaba desenterrando a una niña con el rostro azulado, cuando un autómata de mandíbula desencajada emergió del lodazal con un puñal oxidado. La mujer se encogió con un grito y, un estallido de ascuas, convirtió al cadáver y a la niña en cenizas encendidas. Los gritos de la bruja se hicieron eco en el infierno...
Amanda sacó a Javier del fango, el cabello cubierto de melaza apestosa. El que más pena le produjo fue Clemente Bruzual, el Asesino de Magos cargaba a su amante carbonizada. Recordó que, durante las embestidas de las estatuas, un rayo de luz dorada cayó en el frente: manos carbonizadas, cabellos chamuscados, sesos fritos y huesos ennegrecidos. La humareda plomiza olía a asado de cuero y metal fundido. Desde aquel edificio piramidal cayó el relámpago de destrucción celestial... Alcanzó a ver los destellos de un catalizador del tamaño de una campana. Tristemente, solo hubo un par de disparos exitosos ya que la sustancia alquímica se despedazó y mató, en un parpadeo fugaz, a los magos que la emplearon con una descarga de partículas hipercargadas. Aquellos afortunados que estaban en el ojo del destello, murieron antes de enterarse... pero los que no estaban lo suficientemente alejados de la circunferencia, sufrieron una descarga hasta el hueso de partículas ionizadas.
El cabello de la joven desapareció por completo, su cuero cabelludo se fundió con el cráneo y su piel se convirtió en una costra rojiza. Lo único con vida, eran sus ojos verdosos, rezumantes de líquidos rosáceos. Clemente la llevaba en su espalda, temblando, podía escuchar el corazón de ella... débil. No viviría. La vida era interesante: le quitó todo lo que amó, al que una vez arrebató sueños ajenos.
Niccolo no estaba tranquilo.
«¿Dónde está Gerard?—pensó, mirando en múltiples direcciones—. Estaba detrás de mí, antes de...».
—¿Qué eres?
Sintió un escalofrío y se dio media vuelta. La imagen del chacal ensangrentado era abyecta a su aspecto espeluznante... Una figura alta cubierta de escarlata y el yelmo de oro de grandes ojos vacíos. La pesadumbre de su aliento era tan nefasta que, si hubiera tenido pulmones... estos habrían reventado.
Niccolo estiró un brazo para lanzar un maleficio, y sus dedos se desprendieron... todo el brazo emitió un débil chisporroteo antes de convertirse en fina sal pálida. El Chacal dio un paso sobre el lodazal... pero, sus pisadas marchitaron el suelo encharcado. Caminaba sobre un sendero reseco y silbante de barro endurecido, la túnica rojiza ocultaba su delgadez y la máscara lanzaba destellos de sol.
Niccolo no pudo mantenerse en pie. La presión lo empujaba hacía abajo, sus rodillas cedían bajo un peso inimaginable. Miró sus piernas, y estas sangraban finos hilos de sal... Se estaba desmoronando.
Escuchó un gruñido y una sombra espesa cubrió el sol. El lobo terrible saltó frente a él con un restallido de pelo hirsuto y lo arrastró lejos del Chacal... Niccolo vio al mago escarlata alejarse en un parpadeo, convirtiéndose en una figura sangrienta y neblinosa de espectros incandescentes. Apestaba a hierro, sal y herrumbre. El Chacal contenía un aura de muerte, y el charco enlozado que lo rodeaba, se secó como si una sequía despiadada afligiera su espíritu. Los Sonetistas lo rodearon. Fantasmas de todos los tiempos con vendavales de esperanza, decrepitud y sueños de redención. Causas pérdidas y alabanzas.
Sanz Fonseca, lucía la túnica roja manchada de barro y sangre marrón, estaba murmurando una conjuración con las manos en vuelo; Acromantula, un poco más alejado, se pasaba la lengua por los labios, medio acuclillado, con las botas metidas en el lodazal; Beret, sonriente y lanzado; Elphias Levi hizo girar un anillo en su dedo, inescrutable; Amanda Flambée y su varita humeante, tan nerviosa como pálida; Pedro Corne d'Or, cubierto de barro negro, su varita de espino dejaba escapar chispas verdes, sudoroso... Los seis magos, tan diferentes uno del otro como los tipos de arcilla.
Aleister Crowley permanecía en la retaguardia, detrás de árboles blancos y huesudos; junto al duendecillo, Miev, Claire y Eric. Estos aguardaban con varitas de cerezo, tan tensas como flechas. A la espera de una orden para destruir al Chacal y a todos los que lo rodeaban de una vez por todas.
—¡Chacal!—Proclamó Aleister. Poseía una manera de sonreír bastante peculiar y torcida: un rictus de muerto en un solo lado del rostro—. ¡La Cumbre Escarlata ha manchado el pacto! ¡Su buenaventura se ensució de pecados tras cometer este exterminio!
El Chacal torció la cabeza. La ladeó con una inocencia y frivolidad... tenebrosa. El lodazal negro se secó, convirtiéndose en una gruesa cerámica de grietas prominentes. La tierra crujía y se partía con estupor. El único inescrutable era Jarwitt: el animal estaba frente a Niccolo, moviendo las orejas. Sabía que el alma del nahual estaba pensando en una forma de violentar al mago escarlata.
—Chacal—Sanz Fonseca levantó una varita de arce. Su túnica roja estaba descolorida y el bordado dorado, deshilachado—. Los magos más poderosos de la isla te tienen rodeado. Ríndete, entrega el Jardín de Estrellas y la corona de Annie Verrochio a los Sonetistas.
—Mago Rojo del Anochecer—el mago era imperturbable. La máscara alargaba reflejaba destellos del sol poniente—. Eres un mentiroso, dices que me rodean los magos más poderosos. ¿Eso quién lo decidió? Lo único que veo son cobardes hombres muertos.
Pedro fue el primero en disparar. La varita vomitó un sulfuro brillante, un rayo líquido... El Chacal no se movió, el relámpago aceitoso se deshizo en polvillo salitre ante el estallido contra su reflejo. El anciano Beret elevó sus manos manchadas y una tormenta de relámpagos violáceos salió despedida con un fogonazo. Esta vez, el mago en el centro retrocedió y pareció hundirse en el suelo descompuesto.
El Chacal abrió sus manos. Niccolo sufrió desconexión tras un resplandor cegador. Escuchó varios disparos y un par de cuerpos caer sobre el lodazal. El mundo volvió a ser opaco y los colores desdibujaron formas borrosas. Siluetas obscuras de carácter disonante.
—¡Un estanque de aceite estallando en llamas!
Sanz lanzó un torrente de llamas rojizas. Girando en flamas brillantes, la nube incandescente tomó forma de serpiente y lanzó sus fauces abismales al mago escarlata. El Chacal, con un movimiento de su palma; los dientes, los ojos ardientes, las escamas y las ascuas... se convirtieron en cenizas pálidas. Pedro estaba en el suelo con la cabeza sangrante y Amanda intentaba despertarlo. Beret había recibido la peor parte del estallido y su túnica se chamuscó.
Los destellos reventaban en el reflejo del Chacal con fogonazos de luz, pero se convertían en polvillo de sal al impacto. Su andar desgarbado era plausible, parecía rodeado de una tempestad de luces aromáticas y vapores salitres. Caminaba hacía Sanz, con una mano extendida de largos dedos.
El joven lanzaba zarcillos de fuego: rojos, amarillos, naranjas... Daba pasitos hacia atrás con la frente cubierta de sudor. Cada vez estaba más cerca. Hasta que no pudo retroceder, y sus piernas temblaron. Sanz dejó de lanzar evocaciones de combustión... cara a cara con el alto hombre de túnica sangrienta. Todos dejaron de disparar, para no herir al joven inmóvil.
—Niño del verano—el Chacal era una cabeza más alto que Sanz—. Escucha el viento sonando... Mira el sol nacer. Corriendo entre las sombras.
Sanz dejó escapar un gemido de cansancio ante la presencia imponente y cayó sobre una rodilla. Estaba sosteniendo un peso inaguantable con las muelas apretadas, el rostro enrojecido y el sudor chorreando por su mandíbula tensa. Su nariz sangraba en abundancia.
—Maldito tu amor—proclamó. El Chacal le clavó una mano en el pecho. Niccolo gritó, un crujido llegó hasta sus oídos y lo atravesó por completo. Sanz abrió la boca para gritar, pero el ruido se ahogó en un suspiro. El rictus de dolor se convirtió en una mueca solemne, dejó de moverse, palideció demasiado y se convirtió en una estatua de sal blanca—. Malditas tus mentiras...
El Chacal arrancó su mano y Sanz Fonseca se desmoronó en una montaña de cenizas y salitre rosácea. Un griterío general recorrió el valle y los que rodeaban al Chacal redoblaron la potencia de disparos, pero ninguno logró darle... todo se convertía en sal y cenizas ante su reflejo invisible. Un sendero de polvo blanco creció a su alrededor. Los restos de sal del Mago Rojo del Anochecer volaron por los aires, llevados por una brisa eterna de invierno.
Jarwitt ladró y gruñó. Su pelaje se erizo, agresivo... Niccolo sintió el cúmulo de pensamientos desprenderse del cuerpo del animal y lanzarse como una flecha ardiente a través de la oscuridad del vacío. El Chacal se detuvo, inmóvil... tembló un poco al sentir aquella punzada atravesando su mente. El nagual se abría paso, incesante. Jarwitt soltó un aullido grotesco, casi humano, y su cabeza reventó con una fuerza tan espantosa que Niccolo quedó cubierto de sangre, pedazos de huesos y carne. Su cuerpo se sacudió violentamente sobre las cuatro patas durante un instante eterno. La sangre manaba de las arterias del cuello como un río carmesí, y las extremidades se retorcían en una danza macabra. La cabeza sencillamente ya no estaba, pero el cuerpo no paraba de moverse.
Niccolo señaló con el dedo guía y disparó. Las chispas azules volaron de sus dedos. El cuerpo de Beret desprendía humillo negro y un vaporoso olor a metal derretido. Aleister de acercó a la distancia, controlando al Chacal con un relámpago y destruyendo las serpientes de sal que él creaba con movimientos de los dedos. De los restos salitres del suelo, se levantaban serpientes blancas de todos los tamaños.
Elphias giró el anillo en su dedo.
La tierra tembló, se estremeció y se abrió para enseñar unas mandíbulas repletas de colmillos ennegrecidos. El gusano blanco y escamoso debía ser del tamaño de una casa de dos plantas. La sierpe abrió su boca para tragarse al Chacal y... sus dientes crujieron, partidos y se escuchó un chirrido nauseabundo. El animal se quedó rígido con la boca abierta. Su piel escamosa se oscureció en un gris piedra, se cubrió de grietas y se desmoronó en terrones de sal. El agujero del que salió la sierpe fue sepultado por salitre grisáceo.
—¡En el nombre de Thoth!
Aleister saltó y pareció que lanzaba la varita con un ademán... como un latigazo: un relámpago pálido brotó de su mano. El Chacal levantó sus manos y las chispas volaron, su túnica escarlata se cubrió de jolín y se hizo jirones. El mago atrapó el rayo con las palmas humeantes y lo devolvió, girando sobre sus pies...
Elphias extendió sus brazos cubiertos de tatuajes y succionó la energía como una batería. El mago negro gimió cuando su barba se encendió, cayó sobre una rodilla y su brazo izquierdo estalló en pedazos. El miembro explotó con un silbido, rociando su túnica con trozos de carne, sangre y huesos.
Aleister se quedó paralizado. La varita se le resbaló de los dedos y al tocar el suelo árido, se convirtió en una línea de sal. Elphias se retorció en un charco rojo, sujetando el muñón quemado y los hilos de músculo. Acromantula estaba manipulando esculturas de sulfato para enfrentar a las criaturas de sal y cenizas...
Niccolo se estaba deshaciendo: el sulfato de su cuerpo se convertía en sal. Estaba de pie, pero sus piernas rígidas. Disparó dos veces, y sus dedos se partieron. Sentía el salitre llenando su paladar inexistente... La esencia del Chacal lo penetró y lo corrompió. Intentó moverse y sus piernas crujieron... Sanz Fonseca fue convertido en sal y pulverizado.
Las armas de acero no le hacían daño: el sulfato volvía a unirse. La esencia ionizada dañaba el sulfato, pero este volvía a moldearse. Pero, no sabía si era inmune a la transmutación.
El Chacal se aproximaba a él con su andar plausible. Quería gritar de miedo, desaparecer... Pensó en Mia, y su olvido. El mago escarlata extendió una mano huesuda para tocarlo, sintió su palma fría atravesando su alma. Destruyéndolo para siempre y...
Una sombra dorada lo empujó al suelo. Creyó que se quebraría en mil pedazos, cayó y vio como Gerard le clavó el filo del hacha en uno de los ojos vacíos al Chacal. La máscara de oro se partió con un estruendo y el mago retrocedió, tambaleante.
—¡Un leño se parte en una hoguera!
El bardo extendió su mano y bañó completamente al Chacal con una nube de fuego dorado. Gerard estaba cubierto de barro negro y su nariz sangraba tinta sanguínea. El mago escarlata bailó, cubierto de flamas brillantes y rio... Su risa invadió todo. En sus oídos retumbaba aquella carcajada infernal. Lo sentía dentro de su cabeza. Era el mismísimo diablo exhalando brasas ardientes. Las llamas se redujeron a ascuas, luego a cenizas y la túnica escarlata colgó desprolija y ennegrecida. El hacha incrustada en la máscara se deshizo en polvillo de herrumbre, y el Chacal extrajo el mango.. A través de la rendija se veía un ojo rojo y brillante... una piel arrugada e irreconocible.
Gerard separó las manos del cuerpo, tenso. El Chacal dio un paso para enfrentarlo, y retrocedió... Clemente lo acribilló a disparos refulgentes con sus pistolas. El mago escarlata se defendió con el reflejo, pero debilitado. Fue reducido, hasta que, desapareció en una nube de cenizas ardientes y humo salitre.
—¡Pedro!—Gritó Amanda, congestionada y con la oreja ensangrentada—. ¡No respira! ¡Pedro, levántate!
Elphias Levi quedó inconsciente con el muñón cauterizado. La muralla del instituto colapsó en otro de sus lados, se vino abajo sobre un docena de moribundos cubiertos de barro y los sepultó con trozos de piedra machacada.
Gerard se acercó a la montaña de sal rosácea que alguna vez fue Sanz Fonseca, cayó de rodillas con una maldición y miró a su alrededor golpeando el suelo. El valle de hierba húmeda y retorcida se convirtió en un erial negro repleto de miembros cercenados y cadáveres carbonizados.
Estaba llorando, desconsolado.
—Está vivo—sollozó, se limpió las lágrimas con amargura—. ¡Mi padre! ¡Courbet, está vivo!
«Capítulo anterior × Capítulo Siguiente»
—Balada del Anochecer en Wattpad
Facebook: Gerardo Steinfeld
Instagram: @gerardosteinfeld10