Capítulo 21. Balada del Anochecer
Capítulo 21: No te enamores de mí.
Jared Brosse limpió la herida con alcohol etílico, la vendó y la roció con moho del pan. El aliento de Marie olía a ajo, limón y fermento. Los potentes antibióticos del curandero parecían, más que un anatema, una especialidad culinaria. La mujer llegó al Jardín de Estrellas con la túnica escarlata desgarrada, quemaduras de esencia ionizada y una profunda puñalada en el vientre. Marie du Vallée era una mujer fuerte, pero Michael había visto a hombres más robustos morir de fiebre... al recibir puñaladas en las tripas.
—Pude reparar sus intestinos y suture la herida—dijo Jared, sentado junto a la camilla. Había cortado la túnica de Marie y la mujer yacía desnuda, cubierta de vendas y emplastes—. La mostaza alivia sus quemaduras y el té de menta limpia los humores nocivos que expulsa su hígado. Duerme bastante por el té de pasiflora. Perdió mucha sangre, así que le hice transfusiones de agua de coco y agua del mar. También le añadí hojas de sangría a las infusiones.
Marie du Vallée despertó, cansada y febril.
—Pude escapar de las celdas del Primer Castillo tomado por los Sonetistas y los brujos del oeste—dijo, sudorosa—. Gerard Courbet pactó con el Sol Negro y se dirigen... a la institución. Nunca pensé que fuera verdad. Pero, lo vi...
—¿A quién viste?
—Niccolo Brosse volvió de la muerte. Le corté una mano... y, le volvió a crecer. Están pasando cosas extrañas en la isla. No... se están manifestando las criaturas mágicas escondidas: gusanos de tierra más grandes que mansiones, fantasmas que habitan cuerpos de cenizas, magia antigua... En el norte hablan de cadáveres que se levantan al mediodía.
—El mundo está cambiando, Marie.
Michael le dedicó una mirada a Jared, y el curandero asintió. El rector se levantó de la silla y salió del despacho con el reluciente traje azur acariciado por la brisa escrupulosa del otoño. Cada día era más corto, y frío. Esa mañana cayó una llovizna de aguanieve que convirtió el patio en un erial de hojas marchitas. Varios charcos naranjas se extendían en agujeros, y cada uno era un portal inimaginable.
Jaime Cerrure convirtió las charcas de la ciénaga en esculturas de hielo. Un venado cristalino desprendía nubes de gas en el centro del patio. Siluetas humanas sosteniendo armas, leones, tigres, lobos y osos de frío. El Profesor de Proyección utilizó el agua del erial para levantar estatuas. El patio quedó seco y los alumnos intentaban atinar a las estatuas en movimiento con descargas de esencia.
El pequeño Abejorro agitaba la varita y las chispas verdosas salían desperdigadas en todas direcciones.
—Jaime—saludó el rector—. Escuché que tu hijo Felipe está peleando con los Sonetistas en el norte. Puede... que vengan a visitarnos antes que llegue el invierno.
—¿Mi hermano va a venir?—El rostro de Abejorro se iluminó con una sonrisa.
Jaime frunció los labios, y asintió, ceniciento.
Michael recortó por el camino entre los departamentos de Preservación y Alquimia. Llegó a su despacho y le pidió a Ramiro que le trajera una botella de la bodega. Tirso Salaverría vendría aquella tarde y no quería recibirlo sobrio. El antiguo Encargado del Departamento de Alquimia fue promovido como Administrador de Saignée. Casi un centenar de Manos Negras regidos por dos docenas de Nigromantes viajó de Valle del Rey, al nuevo establecimiento de la isla. En Saignée se reunieron las familias de sangre peculiar de todos los rincones para componer la nueva estirpe que podrá concebir en los años venideros.
El pueblo no tenía pozos acuíferos envenenados con tinturas de las hojas de Duende, por lo que su población gozaba de fertilidad. El otoño pasado, el rápido translado de los Cerrure, los Cortone y los Fonseca; ocasionó que las familias se vieran en condiciones deplorables. Armaron un bodegón de alimentos, dos albergues con salas comunes atestadas y habitaciones repletas. En primavera, la Orden de la Integridad se encargó de construir una mansión para cada familia importante.
Los desplazados formaron una fila para el registro de Saignée. Aquellos que formarán parte del establecimiento gozarían de integridad para su descendencia durante la Eutanasia de Sangre y los años venideros. Tirso Salaverría, Benjamín Farrerfor y Michael Encausse se encargaron de llevar a cabo el registro con ayuda de la Orden de la Integridad.
Los Cerrure contaban con muchos miembros adultos que sirvieron, alguna vez en su vida, como Magos Rojos, estos fueron armados para la Orden. Fueron asignados a una mansión de adobe y se les otorgaban periódicamente fichas de comida y ropa conforme contribuían al enriquecimiento de la isla.
Los Cortone y los Fonseca eran menos numerosos, su principal número estaba compuesto por niños. El mayor era Fernando Cortone, de quince años, de conductos energéticos débiles, pero estudioso. Se interrogó algunos miembros, pero no arrojaron indicios sobre sus parientes enlazados a los Sonetistas. A estos niños se los trajo al Jardín de Estrellas para, según la tradición antigua, ser inculcados en el Misticismo Ortodoxo y seguir formando parte de la cadena que la Cumbre Escarlata forjaba.
Los Corne d'Or transladaron sus viñedos al centro y se les prohibió contratar mano de obra viva, afortunadamente, uno de sus miembros era un Nigromante con una docena de cadáveres bajo su control: Vanessa Corne d'Or cultivó los campos fertilizados con las sustancias alquímicas y germinó las uvas para elaborar las exquisiteces del sur a tiempo. Michael les asignó la mansión más grande: de tejas, adobe y abundantes habitaciones ventiladas; para acoger a su familia. Ordenó construir un bodegón para los elixires de los Corne d'Or y trajo a cristaleros estériles del sur para que les sirvieran como mayordomos, con tal de trasmitir su arte.
Los Louvre llegaron al final del otoño junto al resto de Manos Negras. Jonás Fonseca Louvre los trajo del Oeste y construyeron un invernadero para comerciar sus especias. Jonás, al ser el antiguo esposo de Mariann Louvre, ejercía el cargo como señor de la familia, por lo cual sufría disputas con Ross Louvre, una muchachita hermana de Mariann.
Jonás argumentó que la familia Louvre estaba condenada a la ruina, porque Mariann se estuvo revolcando con Gerard Courbet antes de morir, sin herederos. El hombre ejerció su dominio y alojamiento, y se decidió que tendría bajo su custodia a Marco Louvre, pequeño hermano de Mariann, y a Jenner Fonseca, su hija con otra mujer.
Agrippa Martell Curie llegó justo a tiempo, a inicios del invierno, para fungir de casamentera y concertar matrimonios en Saignée asegurando la supervivencia de la sangre peculiar. Jonás Fonseca se casó con Teresa Draper, con lo cual, la familia Draper reforzó su lazo a la Orden de la Integridad.
Las cosechas siguieron engrosando los graneros con las Manos Negras trabajando sin parar, día y noche, y los Draper se asentaron con todas sus reces y ovejas. Los bodegones se llenaron de morcillas, jamones, salchichas, leche hervida y quesos. Las fichas de alimentos eran un éxito y se construía un molino a la velocidad de las hormigas.
Los Flambée se unieron al establecimiento y solicitaron un palacio con observatorio para sus estudios estelares. No fueron muy bien recibidos en la colina, porque no se podía confiar en los Mortificadores. Las calles se estaban empedrando con relucientes baldosas y los Draper lloraban sus pérdidas por la rebelión.
Los du Vallée permanecían en el norte como miembros importantes de la Corte. Otras familias optaron por unirse al establecimiento, pero fueron rechazados por no tener sangre peculiar en sus venas. Orfebres, maestros herreros, cerrajeros, cristaleros, cerveceros, carpinteros, escultores, reposteros y artesanos eran encomendados con los Nigromantes para que transmitieran su oficio, grabando sus pensamientos en cristales de memorias con el método Flambée. Cronistas, contadores, pintores y alquimistas—con gotas de sangre peculiar mediante pruebas meticulosas—, eran designados a puestos de provecho porque los hombres de pluma también eran necesarios. Los simples granjeros hacían fila durante días, pero los oficiales los descartaban y les servían la eutanasia obligatoria a su familia. Aquellos que oponían resistencia eran enviados al departamento de Alquimia para que los convirtieran en piltrafas de esencialina hasta la muerte. Altos, enanos, deformes, tullidos, enfermos, rubios, morenos, pelirrojos y ojos de todos los colores... Fueron clasificados y descartados. Les hicieron pruebas para medir la pureza de esencia en su sangre: una pureza de casta elevada era censado como un miembro más de la supuesta familia como un pariente lejano, una semilla encontrada; los que la tenían diluida, formando espectros de conductos energéticos débiles, eran asignados a los Nigromantes o a otro oficio de provecho; los de nula presencia en sangre... eran expulsados.
Saignée era el refugio próspero de la nueva sociedad. Los niños eran inculcados en el arte, el conocimiento del Misticismo, la ciencia, la alquimia y la filosofía. Los adultos formaban parte de este sueño de redención para la isla Esperanza.
Tirso Salaverría entró en el despacho con el rostro enrojecido por el atardecer. Ramiro les trajo una botella de vino rojo, picante, de la última cosecha.
—Agrippa disfruta concertando bodas—dijo en el escritorio. Tirso vestía raras veces la túnica escarlata y la máscara dorada de oso, prefería los trajes oscuros y las agujas de plata—. Todos los menores de veinte años pueden escoger su pareja. Pero, ella dice que los mayores de dos décadas están «desperdiciando el tiempo». Ya tenemos catorce bodas para primavera.
Michael sirvió el vino en una copa de vidrio transparente. Los cadáveres no aprendían, pero el Nigromante sí... Las tareas se grababan, por muy compleja que fuesen, en depositos de pensamiento como joyas, mediante el método Flambée, para conectarla a la mente del cadáver. Aquella botella obscura, y las copas, fueron fabricadas por las Manos Negras en talleres autónomos de sopladores.
—Deberías casarte con ella—sonrió el rector, malévolo—. Dicen que es una ninfómana que goza de follar hombres jóvenes. Reclama el derecho de pernada, pero... con los novios.
El vino picante, oscuro, y espeso... parecía sangre. Michael sonrió ante aquel pensamiento: todo lo que construyeron fue pagado con sangre. Las Manos Negras cultivaron las uvas, y la rueda de los Corne d'Or las trituró. Los barriles de fermentación les daban notas de madera.
—Si me caso con Agrippa no duraría un solo ciclo—Tirso tenía los labios manchados por el vino—. De hecho, me voy a casar en primavera.
Michael levantó la copa servida.
—Te felicito, mi estimado. ¿Quién aceptó tal tortura?
Tirso se sonrojó.
—Vanessa Corne d'Or.
—¿Y ella lo sabe?
—¡Ella me lo propuso!
—¡Dioses!—Michael no pudo contener la risa y el vino le salió por la nariz—. ¡Que increíble! Recuerda invitar a Courbet a tu boda, hará una canción divina.
—Tú también deberías casarte, Michael—Tirso dio un profundo trago a la bebida—. Los tiempos están cambiando, ¿sabes? Ya no es la Sociedad de Magos y el Reino de los Sisley. La isla no está dividida como en los últimos dos mil años. Ahora, somos Saignée. La nueva sangre.
Michael volvió a levantar la copa.
—Espero que seas feliz, querido amigo.
—Ay, Michael—Tirso parecía triste, lo tenía en alta estima... Pero odiaba cuando se ponía melindroso—. Debes abandonar el rencor. Los Salaverría te adoptaron cuando esos Magos Rojos mataron a tu madre, ellos creían que... los infanticidios eran su culpa.
—¡¿Y por qué era su culpa?!
—Es que... eso es el pasado.
—¡Dilo, es el pasado! ¡Dilo! ¡¿Crees que ella era culpable?!
—Michael... No todos pueden transformarse en pájaros. No así, negros y grandes. Los bebés del pueblo estaban muriendo, asfixiados. No había otra explicación.
Michael se tragó todo el vino de la copa y se sirvió otra, amargo.
—Le agradezco a tu familia por todo. Sabían el secreto de mi sangre y me ayudaron. Me hubiera casado con tu hermana, sino hubiese... muerto por la peste el año pasado. Después de todo, no tenía la sangre peculiar.
Los Salaverría eran una pequeña familia de magos, una ramificación de los Flambée que se asentó en Puente Blanco. Dedicados al estudio de la astrología, sin poseer el don del Mortificador. Sus lecciones eran de estrellas y planetas. Sus noches fueron de catalejo y constelaciones junto a Tirso, y su pequeña hermana. Pero, la peste los erradicó a casi todos por su débil flujo energético... y el edificio se vino abajo durante las revueltas de los Verrochio.
—¿Vas a continuar el legado de los Salaverría?—El rector levantó sus ojos verdes—. Muchas familias importantes se han extinto: los Sisley, los Leroy y los Dumond. Los Verrochio penden de un hilo y la última Scrammer escapó y su paradero es desconocido. Nuestra historia... no debe perderse. La humanidad perdería significado si se destruye el pasado.
—Me volveré un Corne d'Or—sonrió el hombre—. Es tiempo de enterrar las investigaciones de mi padre. Las estrellas y los planetas solo nos trajeron muerte y destrucción. Es momento de renacer, Michael. No existen seres en las estrellas del tamaño de galaxias, y los agujeros de vacío no son más importantes que ser felices y plenos. El mundo desconocido a nuestra percepción es solo pasajero.
—El Chacal vendrá, Tirso—confesó, de pronto—. Los Sonetistas y el Sol Negro se preparan para atacar la institución. No tocaran Saignée, queda muy lejos y Agrippa lo protege en su neutralidad. Los Curie son pasivos en estas revueltas. Nueve de cada diez son estériles, y en Saignée están todos los habitantes que pueden procrear—asintió, sentía que su voz se rompía—. No irán. Quiero que te lleves a todos los niños y jóvenes. ¿Son la nueva sangre, verdad? Ramiro es un buen mayordomo, muy obediente, quiero que le enseñes todo y lo adoptes como un Corne d'Or. Se acercan días de despedidas.
—Michael...
—Adiós, mi amigo—el rector se levantó y abrió la puerta de su despacho revuelto: estantes colmados de libros, mesas con registros y anaqueles repletos—. Espero que se te ponga duro el mástil durante tu noche. Yo me quedaré aquí. Tengo... fantasmas que enfrentar. ¡Feliz boda!
Tirso se levantó, una lágrima minúscula bajó por su mejilla.
—Hasta pronto, Michael.
—Hasta siempre, amigo.
Que yo te escribiré un par de canciones...
Tratando de ocultar mis emociones.
Michael canturreo, entumecido. No siempre fue una sombra sin sentimientos... Hubo una época en la que estuvo enamorado. Parecía tan lejano, al final... Terminaron siendo desconocidos. Muchas veces sentía ganas de llorar al recordar aquello. Renunció a sus emociones por... dinero y fama. Por ambiciones que iban más allá de lo esencial, y resultaron ser aspiraciones superfluas e insignificantes.
—Aléjate de mí, estoy condenado—le dijo a la chica—. Te voy a lastimar. No tengo herencias, no tengo mansión, ni carrozas... A veces ni siquiera tengo buena comida. Solo aléjate, aléjate, aléjate y déjame en paz. Es por tu bien...
Y así fue. ¿Quién estaría allí para recordarlo? Lo único que tenía era aquella mazmorra de edificios inclementes. Michael renunció a todo lo que alguna vez amo por su salud mental... aunque, terminó volviéndose loco en el proceso. Ese era el precio de nacer en esta isla sin esperanza: abandonar tu sueño de redención y morir.
—¿Cómo se llamaba?—Se preguntó en la oscuridad—. No lo recuerdo. Sí... lo recuerdo. Encerré esos recuerdos en estratos de mi mente con magia mental. No quería recordarla. Dolía, ardía y... sentía que me estaba muriendo—se sirvió otra copa de vino y bebió—. ¿Cómo se llamaba?
Recordó un beso húmedo. Una mirada desconcertada y un subidón de felicidad. Y eso era todo. ¿Dónde estaba su recuerdo? ¿Dónde estaba su cariño? ¿Su calor? ¿Su cuerpo? Sus ojos... veía dos ojos castaños, tan pequeños y curiosos. ¿Quién era? Había borrado aquellos años de su memoria, y salvo cuando bebía... No recordaba más. La había amado y la había perdido. ¿Fue su culpa? Sí, sin duda... Dejó de sentir. Su rostro moreno y tibio.
Tirso partió al atardecer con seis carros, dos ocupados por niños y niñas menores de diez años, y otros tantos jóvenes que no llegaban a la quinceañera. Las otros carros fueron repletos con instrumentos y libros: anotaciones de todos los magos que estudiaron en el Jardín de Estrellas, documentos, investigaciones, compilaciones y grimorios. Si el Instituto caía, los trescientos años de conocimiento no se perderían. El único almacén que permaneció lleno fue el departamento de Preservación, los libros prohibidos llegaban hasta el techo y acceder a aquella bodega era imposible sin forzar las trampas y los cerrojos.
Michael contó los treinta magos oficiales bajo su mando y les pidió juntar todo el sulfato que había en el instituto. No rendiría el sitio sin pelear, la Cumbre Escarlata vendría a salvarlo. Subió a su despacho y encontró a Ramiro esperándolo.
—¿Qué haces aquí?
—No voy a dejarlo morir como un perro.
—Eres un estúpido, niño—abrió la puerta y llamó a gritos a Jaime. El hombre se presentó con la túnica escarlata manchada de barro azul y el rostro cubierto de sudor—. ¡Te felicito, Jaime Cerrure! No tendrás que pelear contra tu hijo Felipe. En cambio, podrás ir a Saignée junto con tu pequeño Angelo, llévate a Ramiro con la caravana y no lo dejes regresar.
Jaime obedeció y se tuvo que llevar a rastras al muchacho. Michael ni siquiera lo miró Lara despedirse, sirvió los restos aguados de la botella y contuvo el nudo en su garganta.
Al atardecer tenían cuatro toneles de sulfato a rebosar. Larianny Draper dispuso los mosquetes de esencialina ensamblados en el departamento de Investigación: cuarenta mosquetes de disparo único con refuerzo de plata. La mujer con máscara de erizo también instaló dos cañones reforzados que giraban en una torreta y disparaban esferas de esencialina transmutada.
Solo en el instituto se logró destilar de la sangre de unas ciento treinta personas en cautiverio, más de mil onzas de esencialina pura. Las máquinas funcionaron durante tres noches con las máquinas que había para abastecimiento, forjando un millar de cristales coloridos con forma de lágrima en cajas de municiones y, otras docenas de cargadores con cristales mutados se apilaron sobre el amplio comedor.
Jeremías Flambée despojó el departamento de Alquimia de sus cristales y arrojó una caja con lámparas de luminosita, amplificadores de fultano, refrigeradores de galeno, seis esferas de autunita del tamaño de una calabazas y un pedestal con una Piedra Solar del grueso de un oso erguido. Usando el sulfato azulado mezclado con cristales de cuarzo molido, obtuvieron una mezcla robusta para esculpir estatuas.
Michael escuchó con aprensión, la confesión de Marie du Vallée al despertar de su letárgico cansancio:
—Las Sierpes de Tierra del Sol Negro parecían invulnerables—contó la mujer. Se apoyó en una muleta para caminar—. Son gusanos tan grandes como casas, cubiertos por escamas pálidas, duras, como planchas de acero y mandíbulas infestadas de colmillos ennegrecidos. Huelen a podredumbre. Pablo Draper se anticipó a los rumores y mandó a construir una imponente estatua de sulfato con corazón de autunita. Un León de Jade que se enfrentó a los engendros. Fue majestuoso, era como si los dioses hubiesen dispuesto a sus campeones en una lucha por la apoteósica supremacía: Los Gusanos del Inframundo y el León de Jade. El León mató a una de las pequeñas, pero el daño fue considerable... Y, finalmente la Sierpe más grande lo despedazó y se tragó su corazón. Por dentro, esos monstruos están hechos de entrañas. El maldito explotó y sus restos se pudren en Rocca Helena.
Michael sonrió, frívolo.
La autunita es una sustancia alquímica que emociona al niño grande que llevamos dentro. Aparece fluorescente bajo la luz del sol. Sus cristales parecen escamas de serpiente y su contenido, una mezcla de esencialina, azufre y selenita... lo convierte en una potente batería de quintaesencia. Un Mago Escultor es capaz de manipular una estatua de sulfato con núcleo mediante Conversión Energética. Pierre de Febres y Avelino Pinto descubrieron este método de control, al juntar la Conversión y la Maeglafia, pero ambos profesores fueron fusilados... así que designó a Jeremías Flambée y a otros cinco magos aficionados a la Conversión, para controlar las esculturas.
—Denle el tamaño y la forma que crean conveniente—ordenó Michael a Jeremías y los magos que lo acompañaban: un zorro, una lagartijo, un sapo, un ratón y una lémur; todos de plata y escarlata—. Corazón de Autunita, esa es la clave, y el sulfato mezclado con cuarzo molido para la densidad.
Juliana Fonseca mandó a empotrar la Piedra Solar en la cima del departamento de Alquimia. El alto edificio era coronado por una torre elevada que, en otras épocas, se usó para estudiar la astrología. Michael frunció el ceño al atisbar la piedra amarillenta en la cúspide. Compuesto formado por calcita y otros alquímicos, separa la luz, produciendo una imagen doble. Los marineros la usaron en el remoto pasado, para localizar el sol en el cielo y navegar en días nublados. Si se sometía el cristal a una alta tensión energética, este irradiaba a su vez energía ionizada en forma de un potente catalizador. Juliana Fonseca era una Evocadora Elemental de Ionización Estática... No habría clemencia para los Sonetistas.
Varitas, mosquetes, cristales catalizadores y... cadáveres animados con nigromancia. La sorpresa llegó con Jonás Fonseca, antiguo esposo de Mariann Louvre y Lola Flambée, la Nigromante. La mujer vestía la túnica escarlata, llevaba el cabello recogido en una larga trenza negra y una imponente máscara plateada de basilisco. La Nigromante trajo consigo unos treinta cadáveres cubiertos de harapos, armados con rudimentarias espadas de bronce, lanzas y hachas.
—Señor Encausse—Jonas se dirigió a Michael con una sonrisa. A pesar de la barbita negra, poseía un rostro juvenil y había engordado un poco con los años—. La Serpiente. Tirso Salaverría nos envió para resguardar a la Institución de los rebeldes.
Michael asintió, divertido. Se mordió la lengua, seguramente Jonás quería confrontar a Courbet por revolcarse con su antigua esposa. Aquel pensamiento era mejor guardarselo. Los cadáveres estaban cubiertos de túnicas escarlatas, tan mugrosas y descoloridas que asemejaban un gris piedra. Las máscaras de madera ocultaban sus rostros sin vida y tenían manos tan negras como carbones. Apestaban a cuero viejo, mercurio y químicos.
—¡Jeremías!—Llamó Michael—. ¡Trae un tonel de alquitrán de la hulla! ¡Cuarenta onzas de azufre, dos de amoníaco, media libra de salitre, una carreta de cal viva, y... un frasco de resina de pino!—Estudió el cielo y avistó la torre alta con la Piedra Solar superpuesta en el pedestal. Estaba nublado y no reflejaba mucha luz iridiscente—. ¡Juliana! ¡Baja un momento para hablar!
Michael se cepilló el cabello desprolijo, se colocó el traje verde con ribetes dorados y se calzó un par de botas plateadas. Se coloco el broche de los Salaverría en el pecho: un ruiseñor cruzado con dagas. El emblema de una casa en peligro de extinción. Se puso la túnica escarlata por la cabeza y se la ciñó con un cinturón dorado. La daga de oro que le regalaron el día de su graduación, se la colocó al cinto en una vaina de madera lustrada. Guantes de gamuza con glifos bordados.
La máscara de serpiente estaba guardada en el escritorio. Era de oro, con diseños finos y líneas de relieve suaves. Se la colocó en el rostro lívido y salió del despacho convertido en la Serpiente. Michael Encausse era un espectro de sangre y oro. Siempre fue una persona extraña, le era difícil distinguir la realidad de la fantasía... Le era difícil vivir en un mundo que se desmorona. Michael es un soñador, y ya saben lo que pasa en este mundo con los que sueñan más allá de sus posibilidades.
—Las brujas no pueden tener hijos—argulló Juanes Salaverría. El padre de Tirso era un hombre callado, de ojos oscuros y aspecto fantasmal. Era el único astrólogo oficial de la Tierra del Silencio—. Cuando sangran por primera vez, les aplican un tapón de hojas de duende machacadas que las vuelve estériles de por vida. Se sabe que las Brujas Luna pueden poseer animales, pero... ¿transformarse en un pájaro?
—¡Pero, le cagué a palos!—Confesó el porquerizo esgrimiendo su gruesa rama manchada de sangre—. ¡Vi al pájaro posado sobre un carro de trasporte y lo golpeé tres veces! ¡Le rompí las alas y el pico! ¡¿Entonces, por qué esa bruja tiene los brazos amoratados y la nariz destrozada?! ¡¡¡Fue ella!!!
Habían atado a su madre a un farol de madera. La mujer tenía un aspecto lúgubre con la bata azur ensangrentada y los brazos amordazados. Respiraba con dificultades y buscaba con la mirada a Michael. Los Magos Rojos estaban sentados sobre dos cajas con las piernas cruzadas. Se había reunido una pequeña multitud alrededor del faro.
—Las brujas del este tienen fama de naguales—asintió el mago de la izquierda. Era narizón, de cabello negro grasiento y ojos viciosos—. Todo el mundo lo sabe.
—Todo el mundo lo sabe—corroboró el otro con un rollo de tabaco en los labios—. Si no acabamos con ella, podría meterse en sus mentes para ocupar sus cuerpos. Tal vez de esa forma pudo concebir al niño con un diablo. Es hijo de un demonio, un bastardo asqueroso.
Los lugareños suspiraron, aterrados. Miraron a Michael con ojos amarillentos, desorbitados. Detestaba su hedor a tabaco y sudor. Aquellos Magos Rojos tenían un ángel extraño en la capa, bordado con hilo de oro: llevaba una balanza en la mano derecha y alas robustas.
—¿Y cómo se mata a una bruja?—El palo se le resbaló de las manos al porquerizo.
El mago se quitó el tabaco de los labios y dejó escapar una calada de humo apestoso de su boca.
—Vamos a quemarla para que el fuego la purifique.
La multitud calló por un momento. Miraron, expectantes, a la mujer atada al farol. Esa mujer había asistido como partera, conocía de hierbas, reparaba huesos y limpiaba los humores del cuerpo. Pero, los niños pequeños estaban muriendo en sus cunas. Alguien dijo algo, luego se alzó otra voz... Voló una piedra e hirió el rostro de la mujer. El griterío se alzó como un torrente de lluvia y aquella masa amorfa de carne y ruido lo envolvió con pedradas y maldiciones
El Mago Rojo se levantó con el tabaco en la boca y chasqueó los dedos. Las chispas azules salieron de sus yemas con un silbido.
—Vámonos, niño—Juanes lo tomó del brazo, parecía profundamente lóbrego—. Lo siento.
Mientras se alejaba de la plaza escuchó los gritos del gentío, seguido de un estallido de aceite hirviendo y un alarido desgarrador. Tenía solo siete años cuando aquello ocurrió...
La puerta se abrió con un golpetazo y Marie entró en el despacho. Se veía más vital que nunca, la túnica escarlata ceñida con un cordón dorado y la máscara de plata en los dedos. Llevaba el cabello recogido en una trenza castaña y los ojos verdes brillantes en el rostro pálido.
—Los Sonetistas desfilan por el Bosque Espinoso y acamparon al anochecer, a dos leguas del instituto—se sentó en el escritorio frente a Michael y le sonrió, con indulgencia—. Los oficiales están deprimidos.
Michael extrajo la botella de licor de su escritorio. Era la última de su reserva secreta: vino blanco sabor cerezo.
—¡Esto cura la depresión!
Dio un profundo trago que le quemó el pecho y se lo pasó a Marie. Después de un rato de mirarse... La mujer saltó de su silla y le robó un beso húmedo. Le mojó los labios de vino. Michael retrocedió y se limpió los labios con el dorso de la mano.
—Lo siento...
—No importa.
—¿No quieres un poco de amor?
Michael bajó la mirada y rio por lo bajo.
—Soy un hombre complejo—musitó. Clavó la mirada en los labios bonitos de Marie—. No puedo hacer el amor sin estar enamorado—una risotada salió de su boca—. Lo siento, es una estupidez.
Marie le acarició la mano.
—Tenemos esta noche para enamorarnos, rector.
—No te enamores de mí—retiró la mano con aspereza. No quería que fuera testigo de su locura—. Me voy a morir pronto.
—Michael...
—¡Rector!—Un ruiseñor de bronce irrumpió en el despacho—. ¡Los Sonetistas llegaron a nuestras puertas!
Michael estiró el brazo para tomar la botella, calculó mal y tropezó. La botella cayó del escritorio y se rompió en el suelo con un silbido afrutado.
Recuerdos de pájaros negros, y corazones quemados.
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