Capítulo 21. Soneto del Amanecer

Capítulo 21: ¿Por eso lo mató?

Por fin te encuentro y tú ya no te escondes.
Sé que no fue un error.
Ya no tendré que adivinar tu nombre.
Ni imaginar tu voz.

Francis conocía aquella canción. La cabeza le dolía cuando intentaba recordar su vida. Todo estaba borroso y los espectros escarlatas lanzaban relámpagos. Las cuerdas resonaron en el comedor. Matilda von Mouton estaba cantando mientras Pedro tocaba el arpa.

Mi intención no es asustarte, por mirarte más de lo normal.
Pero debo apresurarme porque tú te vas...

Felipe Cerrure tenía los ojos vidriosos y sus amigos se estaban burlando de que una chica le dedique una canción. Estaba riendo.

¡Y no me voy a perdonar!
¡Si conocerte fue una causa perdida!
¡Y si no te vuelvo a encontrar será por la mala suerte no por cobardía!
¡TÚ ME LOGRASTE ENAMORAR!

¡Y aunque podría negarlo una y mil veces!
¡Yo no me voy a perdonar si por nunca admitirlo tú desapareces!

Felipe cerró la canción con un beso en los labios y el púlpito de estudiantes risueños aplaudió. Francis Melchiorri apretó la mandíbula. Estúpida canción. Estúpido amor. Estúpida Matilda y estúpido Felipe. A ella nadie le dedicaba canciones. A ella nadie... la quería.
La serpiente negra salió del tronco hueco y le mordió el talón. Francis se encogió con un grito y tropezó en la hierba. Los anillos violáceos enroscados en su pierna vibraron. En su tobillo habían dos agujeros morados que goteo veneno. Estaba sudando y temblando. Despertó con malestar. La respiración sofocada, por el peso del aire. Dormía sola y... se sentía muy triste otra vez. Quiso que la abrazaran a mitad de la noche. No podía recordar nada. Soñó con fantasmas rojos y bolas de luz. Relámpagos y truenos en una habitación ensangrentada. Un hombre envuelto en oscuridad la miraba con lágrimas en los ojos azules y una soga al cuello.
Francis Melchiorri se levantó de la cama con la mente nublada. Dormía mucho y siempre estaba cansada. Debía trabajar hasta tarde en el departamento de Alquimia para cubrir sus gastos y, a la vez, estudiar en el Jardín de Estrellas. No tenía amigas. Los chicas la ignoraban, molestas, porque siendo nobles tenían que compartir su habitación con otras dos, mientras que ella—ni siquiera sabía que significaba—era una arrastrada.
La verdad, ser ignorada no estaba tan mal, la mayoría de las jóvenes solo pensaban robarse a los novios de sus amigas. Mientras que ella estaba ocupada en el departamento. A penas le alcanzaba para la comida y el semestre en la institución. Por supuesto, que no tenía tiempo para pensar en muchachos idiotas, y al parecer, ellos también la odiaban.
Corrían rumores falsos y asquerosos sobre ella, decían que en su habitación privada tenía una colección de los vellos de sus amantes, que se bañaba con sangre de hombres para mantener su belleza y que un demonio lo hacía con ella por las noches. Tonterías de gente envidiosa.
Todo era mentira. Ni siquiera le gustaba salir de su habitación, debía estudiar las proyecciones para poder entrar en alguna guarnición—por la buena paga, claro—de algún Castillo de Magos Rojos. La tarea se le acumulaba mientras cumplía sus rutinas en el departamento. No era tan buena en los duelos, pero entrenaba mentalmente sin descanso.
Francis se vistió de lila y descubrió en el espejo de bronce su rostro cansado, ojeroso y lleno de lágrimas. ¿Lloró, dormida? Se colocó una bufanda azul por el otoño y botas gastadas. Afuera, el ambiente era cada vez más frío. Las lluvias inclementes caían despiadadas sobre los edificios de piedra con motitas de desesperación.
Recordó de forma borrosa aquella lluvia apuñalando su cuerpo hace mucho tiempo. El frío calando hasta sus huesos. Se dirigió a la cantina a buscar el desayuno y la encontró bastante llena. La segunda clase estaba a punto de comenzar. En sus bolsillos solo tenía un par de estrellas de cobre por la docena de herramientas que limpió el día anterior. Compró un par de hogazas para el desayuno y la cena. La moneda de cobre que le quedó, la guardó para el próximo semestre. El último arancel le costó dos oriones de plata que aparecieron sobre su cama, misteriosamente. Pero debía trabajar para permanecer en el instituto.
Aunque, era imposible reunir tanto dinero limpiando retortas y alambiques en el laboratorio. Hasta que los químicos le derretían la piel de las manos.
La profesora Marie du Vallée la recomendó al departamento de Alquimia por su destreza con las herramientas y las mediciones. En el departamento necesitabas ideas extraordinarias para unirte a las investigaciones, y una chica de dudosa nobleza no tenía ideas. O ese era el punto de vista de Tirso Salaverría, el Jefe del departamento de Alquimia.
Inclusive, después de realizar exitosamente una Proyección Avanzada, la profesora Camila Moulin solo asintió. Sus compañeros Jorell de Cortone, Louis Leroy y Amanda Flambée tenían ciertas dificultades con las Proyecciones Piroeléctricas, pero las vitoreaba de manera inmediata. Comentando que los Castellanos quedarán satisfechos con su participación en las elecciones de los Magos Rojos.
Odiaba aquello. Que la juzgasen por el lugar del que venía, no significaba que su futuro estaba escrito. Ella demostraría que era mejor que cualquiera en el Misticismo. Se uniría a un Castillo como una Maga Roja, comería mucha comida, se vestiría con ropas finas y compraría una gran casa para ella sola en Pozo Obscuro. Estaba atenta a las inscripciones, el departamento de Asociación no daba fechas. El rector Cassini ordenó reabrir los Castillos para hacer valer su autoridad tras la guerra. El descuido de los anteriores Castellanos debilitó la ley de persecuciones. Magos negros como Gerard Courbet aprovecharon esta oportunidad para imponerse. Mariann Louvre continuaba desaparecida. Los únicos profesores en postularse como castellanos fueron Luciano Ángelus, Camila Moulin, Zarraga Draper y Anabella van Maslow.
Los idiotas amigos de Alphonse no paraban de hablar sobre los Magos Rojos y el profesor Pierre no hacía más que incentivarlos con sus lecciones de defensa en su cátedra de Conversión Energética. Francis estaba interesada, pero cursaba Proyección Avanzada a la misma hora, luego, debía trabajar en el departamento de Alquimia.
Se dirigió al edificio amarillo, giró por el corredor del departamento de Investigación y entró en el amplio salón de mosaicos con crisoles coloridos. Estaba vacío, los asientos desordenados. Francis puso los ojos en blanco y se dirigió al patio trasero, un jardín de estatuas embarrado. Encontró a la clase de Benjamín, un anciano con aire de vehemencia, practicando las Evocaciones Elementales.
El profesor los hizo enfrentarse sin las varitas, porque los verdaderos magos no necesitaban catalizadores. En un combate real, un mago con pésimo dominio de su flujo energético era un muerto. Francis tuvo que enfrentarse a un joven llamado Alphonse Dumond, parecía demacrado, puesto que su familia había muerto durante el Tratado del Campo de Gigantes. Aquello ocurrió durante el verano, todos decían que Gerard Courbet enloqueció y mató a todos los nobles. El Hijo de la Sal asesinó a la Reina Escarlata y a la princesa Annie Verrochio, hasta que Damian Brunelleschi y el Homúnculista lo detuvieron. Ahora el poder de la isla estaba indeciso, algunos decían que Damian debería imponerse, y otros, que el reino debería quedar en manos del rector. Pero Cassini se negó rotundamente a convertirse en monarca.
El huérfano Alphonse trabajaba muy duro en el departamento de Investigación para cubrir su semestre. Benjamín lo tenía como prefecto del departamento y se decía, tenía un puesto relevante en el Primer Castillo como Mago Rojo Elemental de Segundo Nivel. Alphonse, le provocaba una extraña tristeza, se perfumaba los rizos oscuros con aceite de almendras y usaba trajes ceñidos color marrón.
Francis pensó en una Evocación Elemental de Ionización Estática. La Evocación era el segundo escalón del Misticismo mediante la transmutación energética. En mago de segundo nivel era un Elemental. Cada uno tuvo que elegir una rama elemental de la Evocación al principio de la cátedra. Casi todos eligieron la Evocación Elemental de Combustión, más sencilla, Alphonse Dumond prefirió la complicada Evocación Elemental de Corrientes Energéticas. Le costaba concentrarse, pensó en la Imagen Elemental, en el sonido y en el aroma. El reflejo de Alphonse estaba tenso como una plancha de hierro. Francis sintió la electricidad en sus miembros y  estiró el brazo, la centella se desprendió, como un chorro de nieve y se esparció en una débil lluvia de chispas azules por la alfombra de hojas marchitas. La Evocación cayó a los pies del muchacho como una burla. Francis apretó los labios. Tenía mucha hambre y el cuerpo le pesó por el cansancio. No durmió bien anoche. Alphonse Dumond ni siquiera la miró cuando susurró su imagen. Escuchó un trueno. El aire cambió y un remolino de hojas de se levantó frente a ella, la corriente la envolvió y lanzó, sin piedad, al suelo. Francis rodó como un gusano, dando cuatro vueltas por el lodazal.
—¡Bien hecho!—Lo apremió Benjamín Farrerfor, su traje verde oscuro lucía inmaculado—. La Evocación de Corrientes Energéticas puede usarse para controlar las corrientes a tu alrededor. Todo vibra, todo posee un flujo estático. Es por ello, que puede alterarse. Incluso las partículas en el aire pueden moldearse. Es una orden que dicta la mente. Puedes cambiar la dirección para causar el efecto de empuje.
Francis se sacudió el barro del vestido, debía limpiarlo ella misma en el río fuera de la institución, porque no tenía dinero para las lavanderías. Tenía el cabello lleno de hojas.
—¡¿Qué te pasa?!—Se levantó, furiosa—. ¿Fue necesario ensuciar mi ropa?
Alphonse se encogió de hombros, sin mirarla.
—Te hacía falta un baño—dijo, ceñudo, y se marchó.
Francis tuvo que ir a cambiarse. No podía darse el lujo de estar lavando su ropa a diario. Las prendas estaban cada vez más gastada. A veces soñaba con vestirse con ropa nueva y limpia. ¿Quién había sido antes de perder sus recuerdos? Cuando despertó, llorando, en la rutina que era su realidad. No supo de dónde venía. ¿Quién era su familia? No tenía otra compañía que ella misma. Su mente estaba borrosa. Veía fragmentos de una pintura con una mujer de larga cabellera color miel. Una biblioteca polvorienta y un joven de ojos cobrizos. También estaba otro, de cabello plateado y ojos violáceos. Ella lo mató, le destrozó el pecho con una proyección porque intentó engañarla.
Caminó por el jardín principal, esquivando los bustos de personajes célebres. Los asientos de piedra estaban cubiertos de escarcha y los charcos crecían en círculos rojos. Se cruzó con Clemente Bruzual, un joven de cabello oscuro y ojos tristes. Conocía a aquel joven, lo recordaba de algún lugar. Quería hablar con él y se escabulló en los arbustos marchitos, buscando al joven con la mirada. La estaba evitando.
El prefecto del departamento de Preservación la intrigaba. Se la pasaba mirándola, embobado. Lo reconocía de algún lugar. Compartían clases de Maeglafia, Matemática y Proyección Avanzada, pero no se conocían.
Una día, tuvieron que practicar la Proyección de Luz y sin querer, ella creó una esfera caliente y azul cuando debían crear una luz blanca sin ningún estado alterado. Se le resbaló de las manos hasta la mesa del prefecto con un estallido. Curiosamente, Clemente Bruzual no podía hacer proyección. Aunque lo intentaba con mucho esfuerzo. Su mesa se incendió y a Francis se le cayó la cara de vergüenza.
Extrañaba a... cierta persona. No lo recordaba, era un amante con el cabello color fuego que se vestía con sombras. No lo conocía. Tenía sentimientos negativos cuando anochecía. Si tan solo pudiese recordar quién era. Su mente seguía adormecida, como si hubiera enterrado sus recuerdos dolorosos. Afligida. Cuando dormía, soñaba con figuras escarlatas de rostros dorados que le lanzaban relámpagos tenebrosos. El olor a sangre no la dejaba respirar. Tenía una varita, pero no recordaba como la obtuvo.
Estuvo investigando sobre los Melchiorri en la biblioteca. Eran banqueros desafortunados que cayeron en la deshonra hace centurias. Los libros empolvados olían a sulfato. Las estanterías forradas de cuero tenían tantos libros, pero era difícil encontrar la información. Descubrió que Clemente la observaba a través de los estantes. Se levantó en dirección a los anaqueles y tiró de la túnica negra del joven.
—¿Por qué me miras todo el tiempo?
Los ojos marrones de Clemente brillaron, asustados.
—Es que—sus ojos reflejaban dudas. Miró al piso y mintió—. Estoy enamorado de ti. ¡Es cierto!
Francis soltó una risa estrambótica.
—¡Lo hubieras dicho antes!—Se acercó a su rostro pálido. Tenía labios finos y rosados, como pintados—. ¡Justamente estaba buscando a un amante!
Tomó de la mano al joven y tiró de él, hasta llevarlo fuera de la biblioteca. Veía por momentos la cara roja de Bruzual hasta que llegaron a su habitación en el edificio azul junto al departamento de Investigación. La habitación olía a papeles y tinta, tenía varias camas, armarios, espejos y orinales. Alphonse la detuvo antes de que cerrará la puerta.
—¿Qué estás haciendo?—Miró a Clemente—. Tenemos una reunión de profesores. Sabes que está prohibido lo que están haciendo.
Francis empujó a Clemente a una cama, escuchó la madera rechinar cuando cayó.
—Eres un aburrido, Alphonse.
Por primera vez. El joven de ojos azules la miró con gesto hosco. Aquellas piedras de lapislázuli la odiaban como si fuera un perro sarnoso. Su gesto torcido la intimidó.
—¡Te voy a castigar!—Sentenció. Cuando le habló con aquella autoridad un calor recorrió su vientre—. Te colgaré desnuda y te voy a azotar hasta hacerte sangrar.
Se sentó en la cama, sonrojada. Clemente se colocó junto a Alphonse. Sus muslos se tensaron tanto que no podía moverlos. Quería echarse a los brazos del joven y devorar su boca.
—Sí, por favor.
El joven frunció el ceño, ligeramente sonrojado.
—¿Qué cosas dices?—Replicó. Se dirigió a Clemente—. Sabes que no podemos involucrarnos con ella. Está prohibido.
Ambos salieron de la habitación, azotando la puerta. Ya vivió esta escena antes, pero la puerta quebrada vomitaba su corazón. Se sentó en la cama a llorar, con el rostro oculto en las palmas. No sabía quién era. Estaba pérdida y todos se ocultaban en sombras. ¿Quiénes eran Clemente y Alphonse?
Fue al departamento de Alquimia a trabajar. En el almacén se acumulaban las herramientas usadas por los investigadores. Tuvo que limpiar algunos alambiques y ordenar las botellas. Había transcurrido una hora desde que su complicada labor se complicó aún más cuando una olla cubierta de grasa llegó a su puesto. Uno de los acomodadores rompió a llorar y se derrumbó. Sus compañeros lo atendieron.
—¡Se llevaron a mi familia!
Francis se congeló. Marie Crosse, la prefecta encargada de los trabajos de limpieza fue donde el acomodador con las manos cubiertas de aceite. El joven lloraba con el rostro enrojecido. Llegó extraño, macilento, pero finalmente se quebró.
—¿Quién se llevó a tu familia?
—¡El Rey Sangriento!
—¿Damian Brunelleschi?
El acomodador se arrancó el delantal manchado de media docena de sustancias diferentes. Sus ojos enrojecidos eran como diques a punto de reventar, rezumaba lágrimas afligidas. No pertenecía a las clases regulares de Misticismo, no era un miembro de la Sociedad de Magos 
—¡Ese hombre es un mentiroso!—Arrojó el delantal al suelo, con rabia—. ¡Toda mi familia fue llevada... a un campo de concentración. Su único delito fue pertenecer al vulgo!
El joven salió del lugar a zancadas, sin terminar la oración. Francis se quedó con la duda. Las mesas de trabajo se llenaron de murmullos. Ella siguió raspando la olla con una esponja de alambres grasienta. Los rumores de que Damian Brunelleschi se hizo con el poder de la corona, tras ser nombrado Emisario de Dios, parecían una historia fantasiosa. El Sumo Pontífice Beret, honrado como autoridad, lo ungió con el aceite sagrado y lo nombró Emisario del Dios consagrado. Damian Brunelleschi subió los sesenta y seis escalones de la iglesia con las rodillas, y en la cima fue coronado como Rey de los Celtas. El Homúnculista fue absuelto de las acusaciones difamatorias que el antiguo rector de la Casa de Negro impuso y le devolvieron el título de alquimista.
Tras la masacre cometida por Gerard Courbet, el poder quedó en manos del llamado Rey Sangriento y su culto de apóstoles conocidos como la Cumbre Escarlata, la misma que presidía a Balaam Scrammer. La isla Esperanza volvía a ser un reino unificado y necesitaba líderes que estuvieran dispuestos a perseguir los ideales de Damian Brunelleschi y su Orden. Las historias sureñas decían que era una figura despiadada que encabezaba un ejército de demonios devoradores de hombres.
Más allá de aquello, familias enteras habían desaparecido, escoltados por la Orden de la Integridad a través de deportaciones. Nadie sabía adónde los llevaban. Se aprobó una dictamen para perseguir a los magos errantes no registrados por la Sociedad de Magos, y a la vez se fundó la Orden de la Integridad en el Fuerte de Ciervos del Norte, con sedes subalternas en el Templo de las Gracias y Fuerte de la Ninfa. Su fin es establecer un sistema de control de paz, protección y soberanía a todos mediante la implementación de un ejército de Magiares al servicio de la corona para la captura de los magos indocumentados.
Por supuesto, la Sociedad de Magos entró en conflicto; durante muchísimo tiempo los magos autodidactas fueron un problema, pero la institución tenía sus métodos y juicios para apresarlos.
Muchos dirigentes no reconocieron a la nueva sede conformado por magos errantes, en su mayoría no registrados y autodidactas. Otros veían una oportunidad para que la Sociedad de Magos pudiera establecer el diálogo con el nuevo regente en una coalición.
El disgusto con Damian Brunelleschi incrementó en partes iguales a sus partidarios. Debido a la reubicación de familias de nobles (que no eran miembros de la Sociedad de Magos), y las retribuciones a los familiares de algunas grandes familias; estaba en boca de todos en el Jardín de Estrellas.
La Orden de la Integridad ocupó por orden real sus sedes y asimiló a toda clase de magos vagabundos a sus filas. Los miembros llevaban túnicas escarlata y máscaras de animales con cuernos retorcidos. Sus números crecían rápidamente y en el norte ya celebraban un centenar. Los elegidos eran ungidos por el Sumo Pontífice en la Iglesia del Sol y servían al terrateniente de la ciudadela.
El día que cayó nieve hubo un enfrentamiento en el jardín, un banco de piedra estalló en pedazos y varios estudiantes terminaron heridos. Las partículas blancas se acumulaban en el suelo como pisadas de monturas bajo la tormenta. Los jóvenes estaban acalorados por la desaparición de sus respectivos familiares y terminaron hiriendo con mucho más que palabras, las formas de pensar de sus compañeros. Eso fue el comienzo, porque las rencillas entre los departamentos aumentaron considerablemente. Algunos profesores diferían en sus pensamientos políticos sobre el futuro de la institución y los alumnos reflejaban esta división.
Los conservadores querían que la Sociedad de Magos permaneciera neutral, sin inmiscuirse en la política de la isla, ajena a las situaciones individuales de cada persona fuera de aquel conjunto de departamentos.
Los liberales auguraban un cambio radical en los dogmas que regían la institución, proclamaban un sufragio o, iban a declarar una insurrección contra el sistema opresor y clasista. Proclamaban la libertad para implementar los nuevos sistemas que proponía el Rey Sangriento y mantener un rol activo junto a la Orden de la Integridad, como sedes de magos dependientes. Junto a las nuevas ramas del Misticismo que se cuenta, practican los reclutas de las órdenes.
Ambos grupos eran activamente alimentados por los mensajes de odio predicados por los sacerdotes de la nueva doctrina de libertinaje y dioses paganos, en el pueblo fuera de la institución. Los reprimidos eran en su mayoría los hijos de magos deshonrados, repudiaban a los opresores que mantenían a las masas en su jaula de poder. Repudiaban a la Sociedad de Magos y su imparcial control sobre las clases burguesas como jueces inclementes. Su tiranía impuesta sobre el Misticismo y la implementación de doctrinas contra los magos negros.
—Ese maldito registro—pregonó Jorell de Cortone con los brazos cruzados—. Si tu nombre aparece en el registro, perteneces a la institución bajo sus reglas.  Si no estás en el, y llamas la atención de la rectoría. Los Magos Rojos te perseguirán como una plaga. Ya seas un mago negro o errante, te traerán al juzgado y te condenarán si no apareces en el registro. Es por eso, que magos errantes huyen de las doctrinas.
Un mensaje nefasto proyectado al vulgo hambriento dirigido por Damian Brunelleschi como su representante y su secta de seguidores.
Aquel mensaje llegó a los corazones de muchos que crecían atormentados por las barreras invisibles que separaron las clases sociales desde su nacimiento. Se aferraban a años de ira, reprensión y orgullo. Al principio, la mayoría del alumnado no quiso involucrarse en los convenios políticos y disputas, pero los años de trabajo agotador e infructuoso, paradójicamente fueron cosechados por el nuevo regente.
Una ola de seguidores cuyas familias habían sido arrebatadas de la honra por clases más «altas», probaron la añejada—y muy dulce—justicia del tiempo. Las riñas contra los conservadores fueron cada vez más grandes y violentas.
Al punto de que las lecciones eran interrumpidas por debates de sillas voladoras y gritos. Los recesos se volvieron tierra de nadie donde podías perder un ojo con una proyección pérdida. Aquella violencia era acrecentada por el silencio arbitrario del rector de la institución, para los reprimidos, era el peor estimulante.
Mientras tanto, su propia situación empeoraba. El trabajo obstinado y mal pagado le arrancaba horas de sueño, muchos acomodadores renunciaron y se marcharon a la ciudad a velar por sus familiares arrestados. Las retortas interminables se apilaron en las mesas junto a las herramientas grasientas y las sustancias peligrosas.
Solo tres acomodadores se encargaban de todo el trabajo y las pagas eran horrorosas. Se acercaba el final del semestre y un agujero en su estómago crecía cada día, con dolor. Tenía reunido un orión de plata y subsistía a duras penas con una o dos estrellas de cobre para el pan y la estancia. Las lecciones de Misticismo desgastan física y mentalmente.
Aquel agotamiento se veía reflejado en su rostro y su desempeño; otros días podía realizar proyecciones voluminosas. Ahora, era un milagro que su varita vomitase chispas coloridas. No podía concentrarse y se había dormido un par de veces en el asiento.
¿Quién podría ayudar a Francis Melchiorri? No era nadie importante. Clemente Bruzual seguía ignorándola y el patán de Alphonse Dumond ni siquiera notaba su existencia. Pensó en marcharse del instituto, pero no sabía adónde ir. Era lo único que conocía.
Durante largas horas de la noche, limpió las herramientas en la bodega del departamento mientras lloraba. Soñaba que era otra persona. Una joven altanera que no pertenecía allí. Veía morir a una mujer vestida de rojo y a los espectros de sangre con rostros dorados bailar en círculos. Música y recuerdos.
Era ya la medianoche y Francis cerró la bodega. El trabajo acumulado de la semana le había costado toda la noche. Con suerte, encontraría la mitad del almuerzo en su cama antes de dormir. Cerró la bodega, ignorando el frío cortante. La nieve caía como lluvia enfermiza, girando en torbellinos blancos de remordimiento. Nunca le gustó el invierno, las noches frías y solitarias. Una noche soñó con un joven pálido.
—Deja de temblar—se quejó el muchacho y sus ojos violáceos brillaron en la oscuridad—. Si tienes frío, ven aquí y no intentes nada.
La envolvió con sus brazos y su cuerpo se pegó a su espalda. Estaba calentito y tierno. Sentía un bulto crecer en su espalda. Lo estaba disfrutando. Se giró y se abrazó a su pecho, controlando la respiración caliente. ¿De quién eran estos recuerdos? Estaba llorando porque lo había asesinado.
Francis se limpió las lágrimas frías y se sumergió en el pasillo oscuro.
Tirso Salaverría, el Jefe del departamento de Alquimia se dirigía hasta el Laboratorio General al final del pasillo. Las llaves en su mano entrechocaron. Se veía nervioso. Era bien sabido que el encargado estaba disgustado con la mayoría conservadora del instituto, sobre todo con el rector Cassini Echevarría que no se inclinaba por apoyar al Rey Sangriento, aunque al día siguiente, prestaba su oído a las súplicas de los liberales en un círculo vicioso interminable.
Esto, tenía alerta a ambas facciones. Los profesores y jefes, indecisos. Tirso entró en el laboratorio. Francis lo siguió, deslizándose, inmersa en tinieblas. El encargado alborotaba las botellas y abría los estantes, buscando algo. Escuchaba sus pasos desordenados. Miró por un momento. Si el encargado confabulaba con alguna facción para envenenar al rector, entonces... ¿Qué haría?
—No podemos ajustarnos a las reglas de la Cumbre Escarlata. La Sociedad de Magos no puede doblegarse ante un grupo de magos negros—era la voz de Tirso. Había alguien más allí.
—Si no podemos cambiar nuestra forma de pensar, nunca dejaremos de ser unos irracionales.
—Me niego a compartir el conocimiento místico con los vulgares—replicó Tirso, áspero—. Para eso se fundó la Sociedad de Magos, para enseñar a los nobles magos dispuestos a seguir los dogmas. El vulgo es igual a los animales. No se le puede enseñar a hablar a un perro y mucho menos, escribir a un lémur. Aunque, esto es muy diferente con las personas. Las armas las inventamos los hombres, ¿qué pasaría si un mono aprende a usar una ballesta? ¡Es un peligro para él mismo y los otros!
—Hace mal en pensar que otro ser humano puede ser inferior—dijo la voz familiar, con arrogancia—. Los hombres son todos iguales. No importa de dónde vienen... debemos tener en cuenta a donde se dirigen.
—¡Me rehusó a pensar de esa forma!—Una botella de quebró—. El sistema que tenemos es perfecto. Para estar arriba, necesitamos que alguien sostenga los pilares. Las personas, sencillamente... no pueden conocer una verdad más grande que ellos, porque los aplastará. Si queremos seguir en la cima, felices, debemos imponernos. No existe la igualdad en este mundo, no existe la justicia honrada. En este mundo solo existen dos tipos de personas: los explotadores y los explotados. Están anestesiados con las religiones del sistema, porque... lo real, lo auténtico. Es demasiado para cualquiera. El departamento de Alquimia difiere con la Casa de Negro en la aceptación de miembros, por esa razón. Lo que me cuentas es impensable.
—Es una pena que te niegues a abrir los ojos.
—Espera, ¿qué haces?
Un estallido de luz atravesó la oscuridad seguido de un alarido. Un cuerpo cayó al suelo con un golpetazo. Francis sintió que se caía y corrió, lejos del laboratorio, hasta algún rincón del departamento mientras la perseguían. Se encogió en una esquina iluminada por una lámpara de hierro y una sombra alta se deslizó hasta ella con el rumor de las telas.
Marie Crosse la tomó del brazo y la alejó del rincón con brusquedad. Aquella joven la odiaba, Francis recordaba estallar frente a ella de forma horrible.
—¿Qué haces aquí?—Susurró—. Debiste cerrar la bodega hace más de una hora. Los departamentos están recelosos entre ellos, y a estas horas se meten en los departamentos ajenos a destrozar todo. Si sospecho que estás robando o vas a dejar las puertas abiertas, te expulsarán de la institución.
La prefecta la miraba, acusadora. No tenía otro lugar adonde ir. También necesitaba el trabajo de acomodador para solventar el semestre y sus gastos hasta que vinieran las demostraciones. Que la encontrarán a medianoche espiando al encargado del departamento era bastante malo. Y no sabía cómo explicar lo que escuchó.
—¿No me vas a decir qué haces?—Marie Crosse apretó de forma brusca su brazo—. La profesora Marie du Vallée sigue en su despacho, quizás ella pueda hacerte hablar.
Tiró de ella, dando zancadas furiosas. Francis puso resistencia, pero se sintió terriblemente débil. Estaba muy cansada y se dejó llevar. No sabía que decir, le habían encargado la bodega y decidió hacer trabajo adicional mientras lloraba. Cuando salió... El encargado del departamento se dirigía al laboratorio en búsqueda de algo y...
—¿Qué hacen a estas horas?
Benjamín Farrerfor apareció frente a ellas en la salida del departamento de Alquimia. Los gruesos cristales de sus ojos lanzaban destellos verdes... Era la estatua de un dios negro penitente, un poco envejecido. En un caos congelado. El corazón le dio un vuelco.
—Francis Melchiorri está vagando por el departamento a estas horas—soltó Marie Crosse, con una sonrisa.
Benjamín frunció el ceño y chasqueó la lengua.
—Venga conmigo—aseveró.
—No, profesor—la prefecta no la quiso soltar—. La llevaré con la profesora de Alquimia para que la expulsen del departamento.
Si no fuera por lo que dijo Benjamín se hubiese desmayado.
—No será necesario—asintió. Pero lo que dijo después le congeló la sangre en el pecho—. Yo la castigaré. Puedes ir al dormitorio, señorita Crosse. Debería descansar.
La joven se cruzó de brazos y se marchó. El hombre se dio la vuelta y caminó fuera del edificio, pisando la nieve con dificultad. Francis lo siguió, murmurando. No sabía que iba a contarle. Llegaron hasta el despacho, entraron y cerró la puerta. Tenía el presentimiento de que había estado allí. El pequeño espacio, se volvía más estrecho con el escritorio, las estanterías y la mesa colmada de papeles. Olía a papel viejo y alcanfor.
—¿Te gustan las historias, jovencita?
Francis negó con la cabeza. El profesor le dio una taza de té negro con limón y un par de galletas de mantequilla. No le gustaban las historias, pero le gustaba comer. Sobre todo, la comida que no debía pagar. Tomó dos grandes galletas en cada mano y comió con ganas debido al hambre atroz. Se bebió la taza con la boca seca y el profesor le buscó otra bandeja de galletas con miel y limón.
—Te gusta comer—asintió el profesor —. Más que las buenas historias, por lo que veo.
Francis tragó. Estaban muy crujientes y dulces. Hace ya mucho tiempo que no probaba dulces tan buenos, aunque... no recordaba haberlos probado nunca en su vida. Se sintió triste por tantas delicias que olvidó.
—No es que no me gusten, profesor—masticó deprisa y se mordió la lengua—. Hace mucho que no he comido algo tan dulce. A penas me alcanza para pagar un poco de pan y agua.
—Sí—asintió el profesor. Se quitó los gruesos culos de botella y los limpió con un paño. El frío los empañó—. Estás más flaca que cuando llegaste.
—¿Usted sabe de dónde vengo?
—Mucho más importante—confesó Benjamín—. Sé quién eres en realidad. Aunque a estas alturas, ya no tiene significado. Te diré quién eres cuando no sea necesario. Cuando abandones tu pasado... porque ahora eres libre.
Francis se limpió las lágrimas.
—Quiero saberlo, por favor...
—Te dije que ya no importa. Es mejor dejar eso atrás, querida Francis. Sigue comiendo tus galletas mientras yo te cuento una historia—tomó una de las galletas de limón de la bandeja y la mordisqueó—. Los Farrerfor no son ninguna familia noble. De hecho, no son ninguna familia. Farrerfor era el dueño del lupanar donde mi madre trabajaba. Olvidó tomar el té de las hojas duende y quedó embarazada. Intentó, por muchos medios, deshacerse del fruto de su vientre sin atentar su vida.
»Finalmente, nació el niño... hace mucho tiempo ya. Su madre no tenía tiempo para cuidarlo así que las prostitutas del lugar se turnaban para alimentarlo y cuidarlo. Resultó que... el destino le concedió al niño una sangre peculiar. Era el hijo de un cliente extraordinario, un mago de renombre, aunque ajeno a la Sociedad de Magos. Aquel niño, fue apartado de su madre cuando era bastante joven por Magos Rojos. Tenía un talento para el Misticismo y esto le cedió un lugar en el Jardín de Estrellas. Pero no se sentía en casa.
»Existía cierta diferencia entre él y los hijos de los nobles. Lo miraron con desagrado y lo maltrataron. El joven, pues, él solo quería tener mucho dinero para sacar a su madre de la pésima vida que llevaba. Se esforzó muchísimo trabajando en diversos departamentos y sobresaliendo. Le escribía a su madre con regularidad. Le contaba de sus logros y sus fracasos. Le contaba de la discriminación de sus compañeros y del hambre ocasional con que se topaba cuando le negaban algún trabajo. El joven Benjamín solo quería un lugar donde crecer y salir adelante. Quería... de todo corazón, ser muy rico para no vivir lejos de su madre. Un día, la mujer dejó de responder sus cartas.
»Hizo lo que pudo y viajó de regreso al lupanar encontrando un vacío en su pecho. El mago itinerante pidió a su madre y después de abusar de sus encantos, la asesinó... No entendió el motivo, pero su corazón se llenó de odio. Por muchos años, Benjamín buscó al mago, encontrándolo, moribundo, perseguido por la Sociedad de Magos como un mago negro. Pero aquel sentimiento siguió en su interior. El joven detestaba a los magos... odiaba sus ideas individualistas y su carácter egocéntrico. Quería cambiar eso. Descubrió que las sociedades vulgares compuestas por pobres existen para satisfacer a los poderosos. Aquellos que se alzan por encima del gentío. Esa barrera de discriminación, de odio y de hambre fue creada por la Sociedad de Magos para imponerse, hace doscientos años. Todos pueden ser mucho más de lo que creen. Los milagros existen. Pero, la Sociedad de Magos tiene un velo puesto sobre la isla para que nadie vea la verdad.
»¿Acaso, ese mago errante... pensó por un momento que esa prostituta era una madre? ¿Piensan aquellos que te niegan un buen trabajo, sobre lo que comes antes de dormir? ¿Les importa que te mates trabajando por años, sin percibir el menor progreso? El sistema está errado. Quiero cambiar las circunstancias en que viven personas como mi madre y las injusticias que cometen personas como mi padre. Pero la Sociedad de Magos se niega a cambiar. Se cierra ante el progreso por sus intereses egoístas.
—¿Por eso lo mató?
Francis bajó la mirada y masticó en silencio. El semblante del profesor se distorsionó, una sombra escondió sus brillantes ojos verdes. Colocó las manos debajo del escritorio y buscó algo en un cajón. Francis esperó lo peor, conteniendo la respiración. El profesor dejó una máscara de oro en el escritorio. Era el rostro de un tigre fiero. Había visto aquella máscara de oro en sus pesadillas. ¿Qué significaba? Una gota de sudor frío le recorrió la nuca.
—Tiempos de cambio se acercan—confesó Benjamín. La miró por primera vez con su auténtico rostro pétreo—. Pertenezco a un grupo conocido como la Cumbre Escarlata. Ellos tomaron el control de la isla y ahora, ansían la autoridad de la Sociedad de Magos, para cambiarla. Juzga, si quieres. Pero he visto cómo te maltratan, te matan de hambre y explotan en ese departamento.
—Profesor—Francis tenía la lengua pegada al paladar—. No lo juzgo. Estoy cansada. Quisiera...
—Tranquila—Benjamín sacó otra máscara de oro. Era un ruiseñor triste—. ¿Quieres formar parte del departamento de Investigación? Tienes un talento natural para el Misticismo y lo desperdicias limpiando utensilios. Quisiera que existiese un lugar para ti, Francis. Seré sincero contigo, la Cumbre Escarlata quiso eliminarte... pero cambiaste. Yo quise cambiarte. Todos estamos en constante cambio, cada día de nuestras vidas.
Francis sintió un nudo en la garganta. Quería comer mucho y dormir. No quería matarse trabajando por nada, quería estudiar... Era una persona talentosa que desperdicia sus oportunidades. Estuvo largo rato, recordando matanzas y estruendos ensordecedores. Odia las guerras con toda su alma. Un hombre de largo cabello rubio colgaba de una horca. Era su padre. Asintió, débilmente y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Tomó la máscara de ruiseñor, era cálida al tacto y la electricidad le adormeció los dedos. Benjamín asintió a su vez y le estrechó la mano. Se sintió reconfortada.
—Nadie puede saberlo. Nos van a odiar y escupir, cuando sea el momento seremos crueles despiadados. Pero, vamos a cambiar la sociedad. Aunque la muerte sea nuestra ideología.

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