Capítulo 2. Sinfonía de los Espíritus
Capítulo 2: El Cometa de Sangre.
Joel abrazó el gato contra su pecho desnudo. Era una gata blanca con una gran mancha gris en el lomo.
—De niño quería ser libre para viajar por el mundo.
Nelson dejó las manos libres a sus costados y abrió los ojos en una mueca de concentración. Joel sonrió, malévolo. Era una cabeza más alto, de espalda y brazos musculosos. Levantó a la gata por el pescuezo, y le rompió el hueso con un movimiento de sus dedos. El animal emitió un débil murmullo y sus ojos verdes perdieron todo rastro de vida. Joel lanzó el cadáver diminuto. El cuerpo chocó contra el tronco de un chaparro y cayó ante gruesas raíces negras.
Nelson tembló, intentó ocultar el miedo que sentía... pero sus rodillas lo traicionaron.
—El pequeño Nelson Arciniega—Joel se pasó la lengua por el labio superior—. ¿Ya eres capaz de convertirte en lobizón?
—Creí que nunca volverías.
Joel entornó sus ojos verdes lanzando motitas doradas. Su cabello rubio era tejido con finas hebras de sol y la belleza de su rostro era... aterradora. Levantó una mano gruesa y acarició la cicatriz pálida en su cuello. El mordisco que el abuelo William le propinó al expulsarlo de la familia Arciniega.
Vio como sus uñas rosadas crecían, oscurecían y se deformaron en gruesas garras color limo.
Nelson arrugó la nariz ante el pestilente hedor del veneno.
—¿Por qué no querría volver a mi hogar, Nelson?—Joel deslizó las garras por su cuello y el tejido grueso que sanó sobre la vieja mordida se abrió, en tres profundas heridas que no tardaron en sangrar abundantemente. Joel siguió abriendo su carne hasta cortar uno de sus potentes pectorales y se lamió las garras ensangrentadas—. ¡¿Cuánto hace desde que el abuelo me expulsó de este pueblo?! ¡Han pasado diez años! Debe estar viejo y es incapaz de transformarse. ¡¿No te han enseñado cómo funciona nuestra familia?! ¡El alfa debe reclamar su lugar!
Nelson desvió la mirada. La sangre de Joel era espesa y oscura; se secó rápidamente en su torso musculoso y se evaporó. Cuando volvió a levantar la mirada... no tenía las heridas que se provocó. Había sanado en segundos.
—Pero, tú no eres el alfa.
—¡¿Y tú lo eres?!
—Mi padre era el siguiente después del abuelo.
—Mi hermano era demasiado débil para ser el alfa—Joel se lamió las garras, y rápidamente, las volvió a retraer bajo sus uñas rosadas. Lo único que llevaba puesto eran unos pantalones de cuero negro y una correa con un broche de oro—. ¡Por eso lo mate y me lo comí!
Un latigazo de rabia opacó el miedo que sentía por su tío. Sabía que sus primos no confrontarían a Joel... Ellos no podrían resistir el magnetismo de su mirada. Cuando un miembro de la familia Arciniega se convertía en lobizón estaba ligado al miembro alfa y no pensaba con claridad. El alfa podía doblegarlo en tal estado de embriaguez.
Nelson apretó los dientes y dejó que sus dedos se librasen de tensión pisando la hierba mojada de aquel claro boscoso.
El gato manchado se retorció y se hinchó con un resoplido... Convirtiéndose en una jovencita que no tendría más de quince años. El cadáver estaba vestido con un camisón blanco y pantalones de algodón. Su cuello estaba roto y el hueso asomaba bajo la piel estirada.
Joel sonrió y se lamió el labio.
—Malditas Blanco—masculló—. ¿Todavía siguen enemistados con esas mujeres gato?
—Habíamos pactado una tregua... hasta que llegaste y comenzaste a comer.
Joel soltó una carcajada.
—¿Por qué no las matan a todas?—Arrugó la nariz—. Aunque la carne de gato es asquerosa. Veo que nuestra familia se ha ablandado. Deberían darles vergüenza la desgracia en la que han caído. Esa familia siempre ha compensado su debilidad con brujería, y nos llevan la delantera. ¿Por qué más sino los Blanco viven en la casa más grande y acomodada de Montenegro y nosotros... en este rancho?—Nelson no quiso responder—. ¡Son sus sortilegios que nos mantienen alejados del pueblo! ¡Y los Gonzalez! ¡Esos son los peores! ¡Esos malditos nos acorralaron a tu padre y a mí, y nos molieron a golpes por el territorio! ¡Malditos linces!
—¿Por qué regresaste?—Nelson apretó los puños. Era moreno, bajo y de cabello liso; parecía la antítesis de Joel en aspecto físico—. Pudiste haber ido a cualquier parte y hacer tu propia familia.
Joel se chupó el labio superior.
—He probado platos que te harán explotar el paladar. He comido en restaurantes finos con mesas de terciopelo y... Quién diría, que mis platos preferidos los encontraría siempre en casa. En este maldito pueblo que me provoca... náuseas y nostalgia—le dedicó una mirada severa— El mundo está cambiando, Nelson. Las personas como nosotros deberíamos mostrar quienes somos y no escondernos detrás de pieles. Existe un gobierno secreto que descubrió nuestra existencia, y quiere cambiar la forma en la que vivimos. Nuestra libertad está en riesgo. ¡Mierda! Tenemos el maldito poder para oponernos a estas reformas.
Nelson sintió las garras saliendo de sus dedos con un picor.
—Tú ya no eres uno de nosotros. Y tampoco eres una persona. Has ido más allá. Has transcendido lo que significa ser un lobizón.
—Puedes llamarme como quieras: nahual o lobizón. Nacimos con el poder de cambiar, pero... Es cierto que he cambiado desde hace diez años. El Cometa de Sangre esparció las semillas de nuestros sueños.
—¿Cometa de Sangre?
—¿No lo viste?—Joel levantó uno de sus dedos y desplegó una garra verdosa. El hedor vaporoso lo golpeó en las fosas nasales y lo irritó... Era penetrante y tóxico—. El cometa se partió en miles de trozos que cayeron en todo el mundo. Era un cometa muy especial.
Nelson sintió como la bilis le amargó el paladar.
—¿Qué hiciste?
Joel sonrió, malévolo. Nelson tembló, sintió el peligro y no pudo reaccionar a tiempo cuando el rubio se lanzó. Se cubrió la cabeza esquivando un puñetazo y se encogió de dolor... al recibir una patada en el estómago. Cayó, sintiendo que lo destrozaban por dentro. Veía puntos negros y luces opacas.
—Eres una decepción como alfa—los músculos potentes de Joel estaban tensos bajo la piel pálida. Su olor era distinto al almizcle ferroso que recordaba en pesadillas... Olía a almendras amargas y frutas agrias. El olor del veneno—. No regresé para celebrar una maldita reunión familiar. Como te dije, Nelson: «el mundo está cambiando». El cambio ya viene, nos espera en la próxima calle. Es tiempo de decisiones difíciles—se pasó una mano por el cabello dorado—. A mí tampoco me agrada que eso vaya a ocurrir acá. Es poético, nunca pensé regresar. Pero, esas son las vueltas de la vida y las personas con las que trabajo me trajeron.
Esperó a que Joel le diera la espalda. Nelson cogió aire y se levantó con los puños en alto. Joel giró, en un rápido movimiento donde encogió la cabeza y levantó una pierna. Nelson sintió el puntapié en la oreja y cayó, adormecido. Escuchó la risa de su tío.
—¡Te pareces tanto a mi hermano!—Se inclinó un poco para mirarlo. Nelson sentía la cabeza caliente, allí donde la patada lo alcanzó; y si movía la cabeza se mareaba—. Mira, niño; a este mundo le sobra gente osada y le faltan personas reflexivas. Piensa en eso, quizás estar tanto tiempo lejos de la familia me ha enternecido. Aléjate, Nelson. No te metas en mi camino o... tendré que matarte—buscó algo en sus bolsillos—. Por cierto, ¿de quién es esto?—Enseñó un puñal largo de plata con el mango de cuero adornado con granates. Pudo leer unos glifos desconocidos en el pomo—. ¿No lo sabes? No importa. Posee el olor de un Sonetista que me interesa. Con los años me he vuelto bastante quisquilloso con mi comida. Voy a encontrar al dueño de este aroma y disfrutaré llenándome la boca con su sangre.
Nelson escuchó un suave maullido perdiéndose sobre las copas de los árboles y vio varias siluetas felinas. Los árboles de la espesura giraban como bailarines.
—Levanta más la pierna—Sam sostenía la paleta de goma. Nelson giró la cadera y levantó la pierna en un rápida patada. Sus músculos se tensaron y no pudo llegar más alto que sus hombros—. No eres muy alto, así que debes aprender a patear bien.
—¡Lo intento!
Sam le sonrió, despreocupado. Su cabello rojo lanzó destellos plateados y sus ojos eran de un castaño rojizo misterioso. Era un maestro paciente y motivador.
—Cada quién es bueno en lo suyo. Tú eres bueno boxeando y yo, con las patadas. Si peleamos juntos nadie nos va a ganar.
Pero Sam se lesionó en una caída y no volvió a entrenar. Seguían asistiendo a clases, pero su ausencia en el club era notoria. Nelson aguantaba los golpes y tenía buenos hombros para defenderse. Había tenido cuatro combates: el primero lo ganó porque su contrincante se acobardó. El segundo fue contra el más antiguo del club, un alto y robusto practicante de judo que lo hizo dar vueltas violentas con llaves asfixiantes. El tercero fue el más reñido, y lo ganó con mucho esfuerzo y moretones. El cuarto combate fue contra Samuel...
Finch encendió el cigarrillo con un fósforo azufrado. Le dio una profunda calada y su rostro delgado pareció ensombrecerse.
—No sé si los monstruos sean reales—suspiró y el humo salió por su nariz—. Pero, sí lo son... Viven en Montenegro.
Finch siempre que fumaba se ponía a divagar sobre conspiraciones y secretos en las montañas. Hablaba con pasión de los brujos en la montaña del Sorte y las desapariciones ocurridas durante los festivales de peregrinación. Sam lo miraba con detención, sentado en las gradas y cubriéndose la nariz. Finch nunca los dejaba tocar sus cigarrillos.
Nelson despertó con la cabeza adolorida y regresó al rancho por el viejo camino empedrado tapizado de hierbajos espinosos. Los árboles tupidos le ofrecían sombra del sol caluroso. Montenegro era una montaña húmeda y fría, pero estaban en época de calor y mosquitos. El cadáver de la chica de cuello roto había desaparecido. Seguramente Joel se la llevó para comérsela en la ciénaga. Reprimió las lágrimas de impotencia. Había perseguido a Joel a través de los robustos árboles para salvar a la gata huraña, pero llegó demasiado tarde.
El rancho lo recibió con su cerca de alambre y su portón oxidado. Allí convergían varias casas de bloques y techo de tejas rematadas con antenas de televisión. El agua provenía de un pozo y la electricidad de un viejo poste telefónico en la carretera. La casa central estaba pintada con cal blanca, allí vivía con su abuelo. Por dentro era más bonita: cocina vieja, estantes gastados, habitaciones repletas de cacharros, camas austeras y un suelo pavimentado de losas.
También tenían un almacén y un edificio de dos pisos con techo de laminas que era ocupado por su tío Juan cuando no estaba vendiendo chucherías en las plazas. Sus primos abandonaron el rancho cuando su tía Claudia descubrió que fumaban. Y Lucía... de ella no sabía nada. Juan a veces compraba comida, pero todo lo que ganaba se lo bebía.
El abuelo William había envejecido bastante los últimos cinco años y la humedad caló en sus huesos mustios hasta reducirlo a un hombre aquejado por la gota. Nelson vio reducido a una cama, al hombre que más admiró.
La gata naranja saltó del robusto mangal a la alfombra de hojas marchitas. Las rayas oscuras en su lomo se movían con una sensualidad felina. Nelson la esperaba, pero no tenía palabras para ella.
El gato se hinchó con un resoplido y se convirtió en una esbelta joven de cabello oscuro y piel bronceada.
—Melissa.
—La muchacha se llamaba Teresa, recuérdalo—dijo con amargura. Llevaba una camisa negra y un pantalón de mezclilla rasgado—. Era una prima, lejana, pero como todas las mujeres de la familia; nació con la transformación—paseó la mirada por la alfombra de hojas. Detalló el lodazal negro del suelo y las gallinas ponedoras que recorrían en las matorrales—. Que porquería de lugar.
No estaba sola, la acompañaban varias gatas de colores diversos, cuidándola desde las copas de árboles cercanos o escondidas detrás de las casuchas.
—Hice lo que pude—se tocó el estómago adolorido y la mejilla caliente. Debía tener la oreja enrojecida.
—Pues no haces suficiente—soltó Melissa—. La falta de un alfa en la familia Arciniega los ha debilitado: tu tío Juan es un borracho que solo trabaja para beber, tus primos Diego y Alejandro son unos delincuentes, tu tía Claudia es una gorda deprimida y tu prima Lucía se fugó a la capital con un novio. Que decepción para los que juraron protegernos de los invasores del pantano. William enfermó y llevarás a los Arciniega a la ruina—la mujer sonrió, pero sus ojos oscuros portaban una rabia terrible—. Se han empobrecido y sus tierras disminuyeron, relegados a este rancho pantanoso.
Nelson acarició el moretón en su pómulo derecho. Estaba caliente e hinchado.
—Nuestro tratado ha durado cincuenta años y a pesar de todos nuestros choques, nunca hemos desatado una confrontación.
La mujer se rió con malicia y las gatas que la acompañaban soltaron carcajadas agudas
—Tu tío Joel violó nuestro trato al asesinar y comer personas de este pueblo. Diana perdonó a tu familia porque William lo expulsó del pueblo, pero ese engendro regresó y mató a una de nuestras chicas. Por eso, hemos pactado con los Gonzalez para expulsar a los extranjeros que vinieron con Joel. Los Arciniega... bueno, ellos solos encontrarán su perdición. Nunca podrán vencer a Joel y su culto de magos negros.
—¿Y el mediador?
—No sabes nada, lobizón. Los Sonetistas nos han declarado la guerra y sus restricciones pronto llegarán a nosotros con deportaciones y esterilizaciones. ¡Son unos cerdos encolerizados de megalomanía! El mediador de Montenegro es un perro de la Corte de Magiares. Lo único que nos queda es un pacto... y los Gonzalez son los únicos que pueden protegernos.
—Nos necesitamos.
—¿Quién necesita una manada de lobisones gordos, borrachos y cobardes?
Nelson sintió como las garras salían de sus dedos y los colmillos crecían en su boca. La rabia crecía tan rápidamente como sus instintos.
—¡¿Qué?!—Melissa sonrió con malicia—. ¿Vas a descargar tu rabia conmigo porque tu tío te intimidó?
—Mi madre es una Gonzalez—replicó y escondió las garras en su espalda.
—Tu madre seguramente fue expulsada o castigada por su familia. De por sí, los Gonzalez odian a los Arciniega por arrebatarles el título de protectores y se negaron a incluirlos en el pacto. Se acerca una guerra, y no queremos parias.
Nelson apretó los puños y sintió las garras clavándose en sus palmas. Un sabor ferroso en el fondo de su boca no lo dejó tranquilo.
—¿Qué quieres?
—Tratar con Joel Arciniega—Melissa cruzó los dedos sobre su vientre—. Quiero saber quiénes son los magos de túnicas escarlatas. Quiero saber que planean hacer durante el eclipse. Y quiero... tramar una alianza para protegernos. Diana Blanco y Luisé Gonzalez están de acuerdo en que tenemos que resguardar nuestro linaje.
Nelson tragó saliva.
—Los Sonetistas aún no suscriben las regulaciones contra nosotros.
Melissa frunció los labios y le dedicó una mirada dubitativa.
—¿Cuántos Sonetistas existen en el mundo? ¿Un par de miles? ¿Cincuenta en cada país importante? No importa, no son capaces de contener la fuerza incontrolable de los Cambiantes. Un millón de Cambiantes perviven en cada nación de este mundo hereje. Ocultos en las sombras a la espera de un llamado a la libertad.
—La última vez que hubo una trifulca entre las familias Cambiantes de Montenegro, mucha sangre Arciniega y Gonzalez se derramó. Mi abuelo perdió a gran parte de su familia y los Gonzalez, por igual... perdieron mucha sangre. No queremos que se repita un campo santo.
—No volverá a pasar—Melissa retrocedió y su figura adquirió rasgos sombríos. Saltó atrás, pasando de un estado sólido a uno líquido y se transformó en la gata naranja—. Aseguraremos nuestra tregua con Joel Arciniega al matar al único alfa digno.
Nelson sintió como los vellos de su cuerpo se erizaron. Percibió un almizcle perfumado mezclado al olor de gato y... un profundo hedor a frutas agrias. Se agachó y se puso a cuatro patas... Y saltó convirtiéndose en un grueso lobizón pardo de ojos dorados. Las gatos chillaron espantadas y la bestia se lanzó, rasgando el lodazal con sus patas. Echó a correr con el corazón acelerado y los gatos huyeron despavoridas. Persiguió a una gata blanca a través de un matorral de gallinas y saltó por una enredadera hasta subirse a un tejado inclinado.
Las gatas chillaron con el lomo encrispado. Nelson les mostró los dientes y las espantó. Las vio salir de la habitación de su abuelo a través del ventanal y se lanzó... Sus fauces se cerraron sobre un trozo peludo de carne y escuchó un maullido parecido a un quejido. El lobizón cayó desde el tejado con estrépito y rodó en el lodazal.
La gata blanca se retorció y se liberó antes de salir corriendo.
Nelson escupió una saliva sanguinolenta repleta de pelos. Las gatas habían desaparecido y lo único que quedaba de ellas era su olor penetrante.
Perdió la transformación y se levantó, adolorido. Se golpeó la cadera al caer y tenía varios raspones. Corrió a la casa pintada de cal y llegó hasta la habitación de su abuelo. Lo encontró dormido, anestesiado con los analgésicos en un retozar profundo y roncando. Cerró la ventana y una botella de veneno cayó al suelo, rompiéndose en trozos.
El hedor a arsénico le provocó náuseas.
—¿Andrés?
El abuelo despertó de sus sueños famélicos y le pidió un vaso de agua. Aquel letargo lo hacía divagar y lo confundía con su difunto padre.
—Gracias—dijo el anciano. Sus labios mustios estaban mojados y sus ojos brillaban con la sedosidad de los calmantes—. Busca a tu hermano en la quebrada antes que se haga muy de noche.
Juan apareció en la cocina. Llevaba una botella de ron bajo el brazo y la ropa manchada de grasa. Miró a Nelson y palideció.
—Entonces es cierto—sus ojos estaban amarillos y cansados—. Joel... regresó.
—Tenemos que confrontarlo.
Su tío negó con la cabeza, nervioso. Se llevó la botella a los labios y tembló de espanto. La gran panza se escurría por su cintura y le daba un aspecto decrépito junto a los pantaloncillos y la camisa gris. Parecía un vagabundo.
—Lo siento, Nelson—entornó los ojos y le dio la espalda. Apestaba a sudor y licor—. ¡Fue mi culpa! ¡Soy un cobarde! ¡Huí como un cobarde y mi hermano...! ¡Andrés! ¡Joel vendrá a matarme!
«Capítulo anterior × Capítulos siguiente»
—Sinfonía de los Espíritus (Wattpad)
Compra el libro en físico y ebook exclusivo
Instagram: @gerardosteinfeld10
Facebook: Gerardo Steinfeld