Capítulo 19. Soneto del Amanecer

 Capítulo 19: ¿Tienes los pies fríos?

Sam la lanzó sobre la cama.

Annie se desabrochó la capa, el joven saltó a las sábanas y la besó. Desnudando su cuerpo, tocando su piel con manos cálidas. Reclinó su espalda, envolviendo la cintura del joven con las piernas. Tomó sus mechones rojizos entre sus dedos. Sus labios de azafrán portaban aquel afrodisíaco que la despertaba. Pastillas de azúcar. 

El cuerpo desnudo de Sam delgado. Acarició la gruesa cicatriz plateada en su pecho, grisácea en la penumbra. La carne cerró, luciendo un parche atroz, doloroso. La penetró con suavidad, llenando cada espacio. El ardor y el dolor fueron desapareciendo con sus movimientos pausados.

Su habitación era solitaria, nadie los molestó en toda la noche. Al pelirrojo le gustaba tomarla por detrás, clavándole los dedos en las caderas mientras la hacía sentir mil maravillas. La tomó en muchas posiciones diferentes. Su lengua recorrió lugares nunca antes visitados, enciendo partes de ella que desconocía. Se durmieron abrazados. Annie se vistió al pie de la cama.

—Al fin despiertas—admitió Sam con su sonrisa de satisfacción.

—¿No estabas dormido?

—Estaba viendo como me abrazabas dormida—confesó.

—Que engreído eres.

—Veo que ya no eres tímida.

—Sigues siendo un imbécil.

Sam arrugó la nariz, adolorido.

—¿Qué ibas a hacer con esos belicosos jóvenes?

Annie se calzó una media larga hasta el muslo. Solo tenía eso puesto.

—Estaba esperando a un profesor.

—¿Y si te hubieran lastimado?

—No lo hicieron.

—Ese joven quedó espantoso.

Annie volteó la cabeza, miró al pelirrojo por encima del hombro.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Sam se inclinó, despectivo. Su cabello perdió los destellos azules, solo quedaba el rojo brillante.

—Poco—admitió, mordiéndose el pulgar—. Tengo cosas que hacer en la institución.

Annie se puso la ropa interior, estaba adolorida por la intensa noche. Se calzó las botas y el abrigo. La época lluviosa estaba llegando.

—¿A quién vas a matar?

Sam guardó silencio por un momento. Annie se levantó, debía actuar como Francis Melchiorri mientras salía del Jardín de Estrellas. Alphonse Dumond la llevaría al Campo de Gigantes para recibir a sus invitados. Estaba nerviosa.

Sam sonrió, burlón.

—¿Quieres que te haga compañía?

—¿Por qué respondes una pregunta con otra pregunta, eres idiota?

Sam se tapó la boca cuando río, se vio muy adorable. Casi se desnudaba y se lanzaba a la cama otra vez. Casi.

—Una princesa necesita a un escolta—reiteró el joven. 

—No necesito que me protejan, maldita sea.

—Podría dormir contigo, para que te sientas segura por las noches.

Annie río con falsedad. Sam era un mago habilidoso y mortífero, quizás su presencia como escolta resultase repugnante. Pero, podría hacerle compañía en la noche. No quería gran cosa, solo a alguien que le regale un poco de su amor mientras aceptaba la idea de morir. 

«Tal vez, debería tener a una persona que me quiera, así sea una ilusión. Que me conforte y me abrace cuando quiera llorar. Porque... para una persona que tiene que pensar las cosas que yo tengo en la cabeza, el peligro de destruirse es muy grande».

Sam era un tipo engreído, risueño, oscuro y cruel. Su pecho desnudo exhibía aquella cicatriz mortífera en su pecho. La piel desnuda cruzada de arañazos. El bulto en sus piernas que la deseaba. Annie le sonrió, entristecida.

—Muy bien, partimos en este momento.

—¿Cómo dices?

Alphonse condujo el carruaje escondido en harapos, lo único que podía ver de si cara eran sus ojos claros. Tenía trapos cubriendo su cuerpo y su rostro. Un turbante alrededor de los largos rizos negros. Una larga túnica holgada y guantes, parecía una momia. Annie lo reconoció nada más ver sus ojos.

—¿Por qué te vistes así?

Sam se acercó y miró incrédulo a la persona cubierta de telares. Estuvo comprobando que los profesores estuvieran en reunión mientras partían.

—No quiero que me vean contigo—apuntó la momia—. Ayer los de tercero te vieron desahogarte con el prefecto del departamento de Preservación. El pobre te estuvo regañando por fumar hierba de la risa y lo dejaste irreconocible.

—¡No fui yo, desgraciado!

—¡De cualquier forma!—Replicó el joven, asustado—. Francis Melchiorri es una bruja que les chupa la sangre a los alumnos para mantenerse bella.

—¡Tú fuiste el que difundió esas cosas horribles sobre mí!

Subió al carruaje echando chispas mientras Sam y Alphonse intercambiaban saludos y apretones de manos. Durante todo el trayecto, no hablaron de otra cosa que investigaciones y magos negros. Annie fingía que no existía. Ambos pertenecían al departamento de Investigación, bueno, a Sam lo expulsaron hace mucho tiempo al descubrir que era autodidacta y se dedicó a combatir magos negros.

—El Sol Negro fue el último culto en Pozo Obscuro—comentó Alphonse—. Llevaban años ocultos en el Banco Urano como su fachada. Raptaban niños para beber su sangre en rituales de larga vida. Creo que eran predicadores de un dios maligno. No recuerdo su nombre.

—Thoth—apuntó Sam. Estaba sentado junto a Dumond y miraban el camino como dos viejos amigos—. Sí, es una deidad despiadada que se remonta a los albores de la civilización celta. No muchos han leído los manuscritos del antiguo imperio, traídos desde el otro lado del mar durante el éxodo. Por lo que sé, muchos permanecen bajo llave en los almacenes de Preservación. Entre ellos, el Libro de los Grillos que se dice, enloqueció a Azazel.

Alphonse abrió la boca como un idiota. Annie intentó quedarse dormida mientras los dos eruditos discutían sus temas rotundamente aburridos.

—¿Los manuscritos? 

Sam asintió, enérgico, con una sonrisa.

—En la capital hubo una biblioteca dirigida por la familia Brosse. Allí, el patriarca de la familia estaba obsesionado con la magia negra y recopiló documentos milenarios en su colección privada. Fue fantástico leerlos, están perdidos en los escombros. Los demonios que trajimos con nosotros esperan ocultos en las páginas de esos grimorios para que les demos vida. 

Alphonse frunció el ceño, constipado.

—¿No estarás interesado en la magia del caos?

—Solo soy un investigador—Sam se encogió de hombros—. No voy a volverme loco al descifrar manuscritos malditos como Azazel. Ni mucho menos, soy inmundo como Acromantula.

Annie apretó el entrecejo.

—¡Ya pueden callarse! 

Llegaron al Campo de Gigantes, en el pueblito que rodeaba la mansión de los Dumond se celebraba un festival de otoño. Los campesinos preparaban guisos en sendas ollas de hierro. Los niños jugaban a los magos con máscaras pintadas. Los magos errantes lanzaron fuegos artificiales cuando llegaron. Annie se sorprendió de ver los carruajes reales con dragones estampados en una larga fila de escolta. Sam la ayudó a bajarse y su abuela Roselle la llevó a arreglarse. Ya no era Francis Melchiorri, era Annie Verrochio. La princesa Verrochio de la Rebelión.

—¿La reina Balaam está con nosotros?

—Sí, querida—su abuela le trenzó el cabello en una larga cola—. Pero temo decirte que tu tío Vourbon murió en Puente Blanco. Su comandante Carlos quedó ciego y enloqueció, lo tienen encerrado en las perreras. Tu tío abuelo Basilio está muy afligido y tu tía no deja de llorar. Mandar esa carta fue tu decisión, pero recuerda que los Verrochio hemos derramado sangre por su culpa. Esos dragones devoraron a tu padre.

—Ellos también han derramado sangre por nuestra causa.

Annie se colocó un vestido azul, largo y pomposo. Un collar de plata con la figura de la ninfa, zapatillas de nudos y un perfume de lavanda en el cabello. La última vez que se vistió así, cenó con su padre y se dijeron cosas horribles. Con los dedos, se hizo varios bucles que le cayeron sobre el corpiño escaso. Sam fue a buscarla, sus ojos brillaron con humedad sangrienta.

—Deja de mirarme—objetó Francis. Aunque Annie estaba halagada—. Que se te van a salir los ojos.

—Como usted diga, princesa.

—Te mandaré a ejecutar.

—Sería un placer divino—sonrió, torcido—. Morir por su causa.

Sam portaba la capa negra de los alquimistas y el broche plateado con forma de dragón. Su cabello castaño rojizo estaba aceitado. La llevó del brazo al salón con tonos pastel de los Dumond. Los muebles estaban dispuestos de forma que ambas facciones se vieran de frente. 

Por un lado, estaban los Verrochio y los Dumond. Su abuela esperaba ansiosa lanzando miradas a los enemigos. Su tío Basilio permanecía imperturbable junto a la puerta, escoltado por una docena de soldados cubiertos de metal. Su tía Fleur seguía encerrada en su cuarto, sus primos Antoine y Cassandra sentados; impacientes y emocionados.

Nicolás Dumond fue el primero en verla y casi corrió sobre la alfombra para estrecharle la mano a Sam y llevarla junto a su abuela Roselle Verrochio y Renata Dumond. En una esquina, el bardo rubio vestido de lila con una bufanda azul, arañó su lira para aligerar el pesado ambiente.

Al otro lado, Balaam Scrammer estaba... bastante hermosa, con su largo vestido rojo con dragones bordados en hilo de oro. El caballo negro rizado y los ojos verdes, llameantes. Annie permaneció largo rato mirándola, embobada.  No podía creer que estaban en guerra contra una joven tan bella. La corona de llamas doradas resaltaba las motitas rojas en sus ojos. Junto a ella estaba Johann Daumier, con varios moretones en el rostro pálido. Se parecía a Camielle, pero mucho más viejo y triste.

Le seguían Melissa Leroy junto a Claude, que la miró y sonrió, pesé a que eran enemigas. Un tipo diminuto con una pierna deforme charlaba en silencio con Balaam. Brent Archer estaba en la otra puerta, levantó una mano para saludarla, pero se dio cuenta que estaba bajo la estricta mirada de Miackola—Niccolo se hubiera vuelto loco al mirarla—que era la nueva Jefa de la Guardia. Affinius von Leblond estaba pálido y sus ojos pasmados miraban a los Verrochio y a Balaam, asustados.

El bardo rompió el silencio. Annie lo miró con detenimiento y descubrió a Gerard Courbet, más sereno, con el cabello y los ojos dorados brillosos. Fue un comandante para los Verrochio durante la guerra y sobrevivió a todas las batallas, porque no era un simple bardo. Las canciones de Courbet tenían otro significado. Hasta en el Jardín de Estrellas contaban las proezas de Gerard como un mago negro. La Batalla del Valle de Sales se ganó gracias a sus brujerías, los caballos enemigos corrieron aterrorizados. Gerard Courbet derrotó al mismísimo Pisarro du Vallée, el Evocador de Segundo Nivel más talentoso de la isla en medio de una escaramuza belicosa. Aunque, existía un juicio postergado en su nombre.

El bardo rasguñó las cuerdas de la lira y un par de arpas lo acompañaron. Uno de los soldados sacó un par de tambores y tocaron una poderosa melodía. A pesar del ambiente pesado, se sintió alegre. Courbet cantó con una voz serena y soez, tan alto, como para causar revuelo en la sala.


Es una pena que tú seas así.

Que no te guste ser llevada por la buena.

No entiendo como tú pretendes ser feliz.

Con ese idiota que trata como a una cualquiera.


Algún día, te hará falta mi amor.

Y no lo digo por despecho, aunque parezca.

Te equivocaste al elegir entre él y yo.

Pero te vas a arrepentir... la vida entera.


¡Te va a doler!

¡Tarde o temprano ya verás lo que toca!

¡Cuando tu piel ya no le excité y te abandone!

¡O al descubrir con amargura que tiene a otra!


¡Te va a doler!

¡Cómo me está doliendo ahora que me dejas!

¡Pero ese amor no ha de durarte para siempre!

Y te lo advierto de una vez, mejor ni vuelvas.


Un par de soldados aplaudió, pero fueron callados por el silencio súbito. La Reina Escarlata le lanzó una mirada a Annie, permanecieron eclipsadas como la luna y el sol. La sangre y el mar encontrados en un punto. ¿Qué decían aquellos ojos que fascinaban? Annie se sorprendió de lo que estaba haciendo. Era la princesa que pidió el armisticio. Los nervios se le pusieron a flor de piel. La silla la incomodó. Annie solicitó aquella audiencia. Era el momento y el lugar que ella había propuesto para terminar con todo. ¿Verdad? En primer lugar mandó la carta porque al único Scrammer que odiaba era a Seth. El asesino de su padre. Pero, Balaam, ella era solo una niña como ella.

—Un gusto tenerlos reunidos—declaró Nicolás Dumond. Como anfitrión de reyes, se había puesto su mejor traje verde para un momento memorable—. La princesa Annie Verrochio solicitó a la Reina Balaam de Gobaith, señora de los Celtas. Para un firmar un armisticio con las condiciones que serán promulgadas por la familia Verrochio.

Balaam cruzó los dedos bajo los guantes de satén. Annie había descrito gran parte de los acuerdos en la carta. No le gustaba la forma inquisitiva en que la miraba la reina. Basilio Verrochio se adelantó cuando Nicolás Dumond tomó asiento. Su tío comenzó a exponer que querían el castillo de los Verrochio de regreso junto con la administración de Pozo Obscuro. Annie no pudo dejar de mirar la fina piel del cuello de la reina, tenía delgadas cicatrices. Marcas de fuego. ¿Besaría como una diosa? Se mordió los labios, imaginando que la joven la tomaba del cuello y le humedecía los labios con la lengua.

—¡Los Verrochio son unos codiciosos!—Argumentó Affinius.

—¡Usted es un codicioso!—Sentenció Balaam, decidida—. Todo este conflicto, llevado a cabo por mi finado tío no ha traído más que desgracias a la isla. Friedrich Verrochio asumió el reinado y durante su corto periodo, solucionó muchos problemas que mi tío Seth aprovecho. Sí, esa es la verdad. ¡Ya no habrá mentiras! ¡Esta guerra sola ha traído muerte y devastación para la isla Esperanza!

Annie se lamió los labios mientras Balaam confesaba los despistes de Seth Scrammer. La traición de Affinius y sus propios problemas de gobernante a causa de la división del reino. Basilio se sentó, satisfecho, ya que los Verrochio volverían a ser los administradores de Pozo Obscuro mientras que Affinius solo sería el representante de la Ciudad en la Corte.

Melissa opinó que durante las batallas se perdieron unas mil vidas y algunos pueblos fueron abandonados. Los campos de cultivo fueron desaprovechados y eso causó un retroceso. Por su lado, Lady Roselle propuso un financiamiento de parte de los Verrochio para labrar haciendas de producción alimentaria en el sur. Durante una hora muy corta. Los nobles discutieron sobre los daños, los títulos nobiliarios, los botines saqueados en las batallas de Puente Blanco, Rocca Helena y la Ciudadela. El intercambio de tierras y los documentos. Las pérdidas, las muertes de herederos y las familias sepultadas.

Finalmente, el Tratado del Valle de Gigantes otorgaba las tierras sureñas bajo la protección y administración a los Verrochio mientras hagan reconocimiento de Balaam como reina legítima y la dinastía Scrammer como familia heredera del trono. Las clausulas dictaron que los Verrochio recaudarán los impuestos de las tierras, obteniendo un tributo por ello. Cedían el control de las tierras para su arriendo y los títulos nobiliarios que pertenecieron a sus ancestros. 

Annie tomó la pluma mojada en tinta, solo debía firmar y despedirse para siempre de su título de princesa. A su lado, Balaam le sonreía, firmó y la joven la tomó de la mano. Un calor le quemó las entrañas cuando cruzaron miradas.

—Gracias.

Aquel susurro la hizo muy feliz. Su mano era cálida a pesar de estar envuelta en satén... quería probar aquellos labios babeantes. Su aroma estaba cargado del perfume de los robles, del serbal ardiendo, el brezo y el pino. Una fogata brillante. Sonrieron y soltó su mano. Se sintió abandonada, quería que la reina la abrazara.

—¿Quiere quedarse a dormir?—Le pidió Annie con una sonrisa.

La Reina Escarlata la miró extrañada, sus labios rojos se desprendieron para formar dos arcos sinuosos. Tenía una de esas pieles tan blancas como un fantasma. La suavidad de su cuello llamaba a gritos el reclamo de unos dedos amables.

—¿Tienes los pies fríos?—Preguntó Balaam, un poco atrevida.

Annie sintió como las mejillas se le enrojecían. Intentó decir algo pero la voz le salió floja, un calor le recorrió la entrepierna y se tambaleó.

—No creo—sentía que se estaba orinando—. ¿Usted sí?

La reina se cubrió la boca con elegancia al reír como una niña. La tomó de la mano y la llevó hasta una mesa, atrayendo las miradas. Annie permaneció en silencio, pero sorprendida por la ferocidad de la reina. Quería quedarse junto a ella.

—Tal vez—confesó. Se sentaron y un mesero les llevó una bandeja llena de pastelillos de fruta para que comieran, ella tomó dos en cada mano y los mordió. La Reina Escarlata estaba devorando pastelitos como una niña golosa—. ¿Cómo te mantuviste tan firme?

—Pues—Annie se sonrojó. Durante toda la reunión estuvo fantaseando con los besos de la reina. Lo encontraba extraño. Pero quería confesarlo a su majestad—. Me estoy aguantando las ganas de orinar desde que empezó la reunión.

La reina soltó una sonora carcajada y una fruta confitada salió de su boca. Le dio un pastelillo a Annie y mordió un trozo, estaba relleno de queso fundido con fresas dulces. Balaam le quitó el pastelillo de los manos y se lo comió.

—¿Estás en el Instituto?

—Sí.

—¿Verdad que los chicos son desagradables?

—Son peores—Annie masticó un pastel de limón muy tierno—. Uno de ellos corrió el rumor de que mi menstruación es negra porque tengo una enfermedad. Que me bañó con sangre de cordero para ser hermosa y que mis entrañas son de pedernal.

Balaam no pudo cubrirse la boca para reírse, el queso fundido se le deslizó por el labio. Annie lo tomó con el dedo y se lo comió.

—Los jóvenes pueden ser muy crueles—dijo, entre risas—. Cuando estuve en segundo todos creían que mi entrepierna tenía dientes afilados y que los que lo hacían conmigo acababan con el miembro roto.

Annie estaba bebiendo un poco de vino dulce cuando la risa hizo que se le saliera por la nariz. Las lágrimas le brotaron de los ojos. Los nobles las miraban, curiosos. Muchas personas murieron, las riñas parecían interminables y ellas se reían como viejas amigas. Estuvieron largo rato hablando de lo imbéciles que pueden ser los jóvenes y sobre los chismes más locuaces que contaron sobre ellas.

Annie no podía sacarse la idea de dormir abrazada junto a aquella chica, de sentir su piel desnuda al deslizar su mano. Era normal que las jóvenes jugueteasen mientras dormían juntas. Pasaba en los dormitorios. Aunque ella dormía sola. La miraba fijamente, quiso besarla allí mismo, sin pensar en nada. La reina cogió un mechón negro entre los dedos y lo estiró. Habían bebido bastante y se sentían mareadas como prostitutas en llamas.

—¿En qué piensas?—La reina inclinó la cabeza.

Annie miró la habitación. Los nobles reían mientras el bardo cantaba una parodia de cada noble a modo de burla. Acabarían peleando, pero era parte de la diversión. Los ojos de Balaam se distorsionaron lanzando motitas rojas.

—En las ganas que tengo de besarte—confesó, sin pensar.

La Reina Escarlata le dedicó una sonrisa con las mejillas sonrosadas por la embriaguez.

—Eso es malo. No deberías tener esos sentimientos por tu reina.

El bardo afinó el instrumento y carraspeó para aclararse la voz. Tocó una melodía triste. Un recuerdo olvidado. Estaba fragmentado en pedazos. Conocía aquella canción, se llamaba «Nuestro juramento» y pertenecía a un viejo bardo olvidado. Su voz se tornó muy aguda.


No puedo verte triste porque me mata.

Tu carita de pena, mi dulce amor.

Me duele tanto el llanto que tú derramas.

Que se llena de angustia mi corazón.


—¿Por qué no lo intentas?—Preguntó la reina.

Balaam se acercó a Annie, el aliento le hizo cosquillas en la nariz. Quería hacerlo, acercó su rostro... y estiró los labios. Tan inclinadas, parecía que estaban secreteando. Sus labios se tocaron con gentileza y... las estrellas cambiaron su color. Annie la besó con suavidad y educación porque era la reina, debía respetarla. Balaam deslizó sus dedos por su cuello y le devolvió el beso. El calor le abofeteó el rostro, sentía que la vejiga se le aflojaba y se le mojaba la ropa interior, liberando la tensión. El cosquilleo fue impensable, tenía ganas de devorar su boca.


Yo sufro lo indecible si tú entristeces.

No quiero que la duda te haga llorar.

Hemos jurado amarnos hasta la muerte.

Y si los muertos aman.

Después de muertos amarnos más.


Se separaron para tomar aliento y se rieron. Balaam le lanzó motitas rojas con los ojos, que sus luminarias atraparon llenas de regocijo. Sus manos permanecieron aferradas mientras el bardo cantaba, podían ver lágrimas brotando de sus cuencas. Annie pensó en Gerard. Pobre bardo. Extrañaba tanto a Pavlov. Su primer amor, perdido para siempre en la ruina de la enfermedad. Nunca la volvería a ver, y eso era lo que más afligía su alma.


Si yo muero primero, es tu promesa.

Sobre de mi cadáver dejar caer.

Todo el llanto que brote de tu tristeza.

Y que todos se enteren de tu querer.


Si tú mueres primero, yo te prometo.

Escribiré la historia de nuestro amor.

Con toda el alma llena de sentimiento.

La escribiré con sangre.

Con tinta sangre del corazón.


Los aplausos ofuscaron el lamento del bardo cuando terminó de cantar. Escuchó un quejido y un almizcle de frutas podridas inundó sus fosas nasales. Un fantasma de sangre apareció en medio del salón, su cara era una máscara dorada de Chacal. Lo seguían otras figuras escarlatas con máscaras de oro: un pájaro, una serpiente, un tigre y una cabra de largos cuernos retorcidos. Las siluetas sangrientas escoltaban a dos hombres con capas negras, uno rubio de ojos dorados y otro de cabello castaño y rostro enjuto. Los fantasmas escarlata aguardaron en medio del salón, las lámparas de litio reventaron.

La reina Balaam se levantó, señorial.

—¿Qué ocurre?

—Lo lamento, mi reina—el Chacal realizó una reverencia—. Encontramos al Emisario de Dios y me pidió que lo trajera con usted.

Balaam parecía enfadada. El rubio dio un paso al frente con una sonrisa burlona.

—Es un verdadero deleite conocerla, su majestad—se inclinó ante ella—. Mi compañero, el Emisario del Dios Sol es el mismísimo Damian Brunelleschi. El antiguo señor de Puente Blanco, y yo soy Giordano Bruno.

Un grito general se alzó por el salón. Las presencias siniestras enmudecieron a los nobles en las mesas redondas.

—¡El Homúnculista está muerto!—Replicó Balaam, alterada—. Mi padre lo mató.

Giordano se encogió de hombros.

—Tengo algo para usted, mi Reina Escarlata.

Balaam se cruzó de brazos.

—¿Qué cree que hace?

—Yo no hago nada. Solo soy un intermediario.

Giordano le hizo una señal con la cabeza al Chacal. La alta figura escarlata buscó algo en sus mangas. Balaam miró fijamente mientras el chacal enrollaba su túnica. Extendió la mano de largas uñas a Balaam. Annie escuchó un silbido y percibió el aroma a herrumbre y salitre. Un estallido negro lanzó a la reina al suelo. Todos se levantaron de sobresalto al ver a Balaam derrumbarse. Los gritos se alzaron en el salón.

Annie corrió, hasta que tuvo la cabeza de la Reina Escarlata en el regazo. Tenía un agujero sangrante en el pecho. Se ahogaba con su sangre, intentado hablar. Balaam gemía con lágrimas en los ojos. Annie presionó su pecho, llenándose las manos de sangre mientras aquellos ojos verdes perdían su brillo rojizo.

Una proyección estalló detrás de ella. Los gritos se alzaron como perros revoltosos junto a los estallidos brillantes. Unos brazos fuertes la tomaron y la arrancaron del cuerpo moribundo de Balaam. Sam tiró de ella mientras su reflejo recibía las proyecciones. Los silbidos y estallidos reventaban. Moho. Tierra. Yeso. Sangre. Cal viva. Los olores eran lo único que reconocía. Los fantasmas escarlata estaban matando a todos.

El pelirrojo lanzó destellos rojos desde su mano. Su capa colgaba hecha jirones. No podía apartar la mirada de Balaam, parecía descansar en el suelo sobre un charco de sangre. Sus ojos siguieron a la joven muerta, cautivados. Desvió la mirada por un momento y las paredes se cubrieron de agujeros ennegrecidos. Su abuela Roselle se arrastraba, tiñendo la alfombra de sangre. Annie gritaba con todas sus fuerzas.

Los soldados de Basilio comenzaron a disparar contra los magos.

Gerard Courbet los cubrió, recibiendo el impacto de un millar de destellos en su reflejo. Sam la sacó del salón a rastras mientras las astillas volaban. 

Vio un árbol blanco que se retorcía con vida propia.

La condujo por un túnel negro que apestaba a sangre. Tropezó con una cabeza decapitada y rodó por el suelo cubierto de porquería. Sam la levantó en sus brazos, pero no quería irse. No, estaban matando a todos. Los disparos la asustaban como truenos. 

Annie gritó y la boca le supo a herrumbre. Sintió una punzada de dolor en sus entrañas. Estaba mojada, descubrió un agujero sangrante en su vientre. Lo tocó y cayó por un abismo negro, en espiral. Daba vueltas, vueltas, vueltas...

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