Capítulo 18. Canción de Medianoche de Courbet
Capítulo 18: Sueños de redención y esperanzas.
El invierno llegó y la nevada se precipitaba, violenta, sobre todo el pueblo. Un manto blanco cubría al mundo mientras un frío cada vez mayor los hacía refugiarse. Los hombres se pusieron a trabajar para reparar las casas destartaladas. El castillo prestó asilo a los heridos y los niños. El resto tuvo que trabajar de forma extenuante para preparar las reservas de comida para el invierno. El almacén estaba atestado de frascos en conserva, granos, tocino, trozos de carne ahumada, jamones, morcillas y salchichas. En pleno invierno seguían talando árboles para construir casas en Rocca Helena. A pesar de todo, gran parte del ejército se movilizó como escolta cuando Seth Scrammer partió del pueblo en dirección al este. Treinta soldados a caballo partieron bajo una tenue nevada. Camielle avanzaba en su caballo gris, en medio de la columna, Annie no dejaba de tiritar sentada en sus piernas.
—Deja de moverte—exigió. La joven no dejaba de temblar pesé a llevar un grueso abrigo de lana y bufanda bajo la capa brillante de Niccolo—. Ambos nos caeremos.
—Hace mucho frío—dijo mientras castañeaba los dientes—. ¿Por qué tuvimos que venir?
Aún nevaba, pero era una llovizna débil como las de finales de otoño. El rey Seth encabezaba la avanzadilla a través de la nieve y los árboles congelados, sobre un esbelto corcel bayo de crines rojas. Su rostro estaba más afligido y arrugado que nunca, la batalla sentó unos años más en su semblante. A su lado trotaba, orgullosa, Lucca della Robbia sobre una yegua clara y el castellano del Fuerte de la Ninfa, Afinnius von Leblond, representante de Pozo Obscuro; sobre un caballo negro. También iba Balaam Scrammer, la hija de Sir Cedric, una auténtica belleza de pelo negro sobre un rocín pardusco.
Al frente, casi delante del rey Seth, dirigía la columna Jean Ahing. Un cadavérico alquimista de deshilachada capa negra. Su caballo estaba flacucho, se veían sus costillas. Entre los árboles, cubiertos de nieve... se avistaban las siluetas de los centinelas. Enviados más allá del camino, para asegurarse de que no hubiera nadie esperándolos o... siguiéndolos.
—Camielle—Annie, estaba sentada en la misma silla que él. Tenía el cabello dorado salpicado de copos blancos—. ¿Sabes adónde vamos?
—Sí—mintió—. Y no me llames solo «Camielle». Tal vez seas una princesa ahora, y quizás llegues a ser la reina de la isla... algún día. Pero yo siempre seré señor Daumier para ti... ¿Entendido?
Annie se ensombreció. Era preferible tenerla callada, disfrutó el gesto hosco. Camielle había sido nombrado su protector por orden del rey, porque la niña... con el ascenso de su padre al trono, se convirtió en la clave para ganar la guerra: si conseguían nombrarla reina legítima tras derrocar el régimen del rey Verrochio, podrían reclamar las tierras sureñas como propias. Era una apuesta arriesgada, pero valía la pena, si lograban ganar la guerra después del invierno. El rey Seth escuchó rumores sobre un laboratorio de parte del alquimista renegado y partió al este, a la colina Pezuña... Los árboles cubiertos de blanco los vigilaban como centinelas. Fantasmas blancos tejidos de hielo. Arañas espectrales saltaban entre las ramas, estaban hechas de cristal por millares de dedos diminutos.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo frío.
Annie se apretó contra él sobre la silla, se acurrucó entre sus brazos ansiosa de calor. Ya no era la niña que molestaba en la calle Obscura, no... había crecido bastante desde aquella vez. Sangró por primera vez al comienzo de las nevadas y despertó con sus gritos a Camielle, que dormía en la misma habitación del castillo. Creía que tenía una enfermedad terminal, llorando, dijo que iba a lanzarse de la torre antes que morir desangrada, daba vueltas en círculos con un hilo de sangre oscura corriendo por la cara interna de sus muslos... hasta que Camielle la hizo pensar con claridad. Por supuesto, ella sabía todo sobre el desarrollo de la mujer y se calmó. Sus partes femeninas se habían desarrollaron visiblemente, sus senos parecían pequeñas manzanas, apretadas bajo su abrigo y sus caderas estaban más anchas. No sabía qué edad tenía, debía rondar los trece o catorce años. Estaba más alta cada semana. Se estaba convirtiendo en una joven hermosa. Incluso la comezón en su entrepierna surgió y por las noches, Camielle se dormía escuchando como se masturbaba. Se preguntó si su padre también tuvo deseos por su madre de jóvenes... Los rumores contaban que los hermanos Daumier dormían juntos. Camielle era el producto de su nefasto amor. Una aberración ante los ojos de los hombres y los dioses.
—Si te pasas a mi cama a medianoche, te moleré a golpes hasta matarte—le advirtió Camielle. Regresó de mear por la noche y la descubrió estimulándose bajo las sábanas con las manos—. No me importa que seas una mujer y mucho menos, la princesa heredera de la mitad de esta maldita isla. Maldita sea...
Por ahora no se pasaba a su cama a... dormir, porque la virginidad la aterraba. Las vírgenes creían que era un dolor desgarrador y Camielle la asustó, advirtiéndole que la haría sufrir si lo provocaba. Se lo metería todo de golpe, lubricando su miembro con su sangre hasta que el castillo escuchara sus gritos de espanto. Era gratificante sentir el miedo en ella... cuando lo miraba. La lechuza blanca sobrevoló el bosque pálido y vio una sombra emerger a la distancia, un edificio negro. La conexión con el animal fue increíblemente rápida, parecía estar habituado a contener la mente de las personas... Como si dos o tres nahuales fueran sus dueños antes que él. Agitó las alas llenas de nieve y un pozo negro apareció en el suelo, como si llegará hasta las profundidades del abismo. Excavado por un gusano gigantesco. Un montón de edificios desolados yacían a la distancia, apilados uno junto al otro como bastardos inseparables. Estaban cubiertos de nieve y se alzaban montículos blancos, esparcidos en el lugar. Los caballos de los centinelas, al frente de la columna, emergieron del bosque y llegaron al laboratorio. Ante los ojos del pájaro parecían juguetes vivientes que desfilaban, como insectos, hasta los tres dedos negros. Trozos de carbón tallado.
—Estamos cerca—anunció Camielle—. Es un conjunto de edificios de mármol negro. Hay un pozo muy profundo.
—Yo no quería venir.
—Donde yo voy... tú vas. ¿Entendiste, princesa?
Annie bufó, su cabeza reposó en su pecho. Se calentó, súbitamente, sentía que estaba hecha de acero caliente y Camielle se separó de ella con un espasmo. El calor le atravesaba la ropa con un ardor.
—¿Qué mierda hiciste?
—Oh—dijo repentinamente y volteó a mirarlo, sus ojos azules brillaban maliciosos como los de su padre—. Eso es un secreto de magos, cariño.
Camielle bufó, exacerbado. Annie dejó escapar una risita pretenciosa, emanaba un calor sin precedentes. Contuvo el impulso de tirarla de la silla.
«Maldita niña—pensó con rabia—. Ella sabe que no soy un mago de verdad, que el origen de la quintaesencia en mi cuerpo no es natural, sino que es el producto de la asimilación de fuerzas externas. Mil veces maldita». Al menos Annie no se la pasaba pregonando que Camielle era un autodidacta y un ladrón de conocimiento. Los magos eran muy reservados en cuanto a su estudio. Su tío Samael Daumier se contaba, era el mejor nahual de todos los tiempos. Tenía una red de tráfico secreta en toda la isla. Su padre Johann era más señorial, era la imagen de la familia ante los nobles.
El profesor Pisarro había comenzado a instruirlos juntos y ella avanzaba con rapidez. Se podría decir que poseía conocimiento avanzado de la Proyección y la Evocación Elemental. En poco tiempo, realizaba mejores conjuros que Camielle... en menos tiempo de aprendizaje y sin varita, con mucha precisión... daba en el lugar. Descubrió el secreto del ejercicio del charco de agua en solo una tarde, cuando Camielle necesitó un mes entero. Aprendió a extraer energía primordial de las rupturas en pocos días, cuando él necesitó casi un año... arriesgando su vida. Annie era mejor maga que él y era natural, su sangre peculiar estaba cargada de la esencia del universo. Pisarro le dio la piedra con el ogham del encuentro y la mandó al bosque otoñal, ella regresó una hora después con una gruesa rama de serbal, talló una estupenda varita que lanzaba proyecciones precisas y punzantes. A Annie le otorgaron la varita, el primer mes... cuando Pisarro tardó casi dos años en mandarlo al Bosque Espinoso, cuando estudiaban en Valle del Rey. Detestaba que todo le saliera bien. Ella parecía burlarse de él cada vez que avanzaba. Pero no podía matarla.
Camielle tenía dos varitas: la de sauce que cortó él mismo y la de hueso que cogió del mago de la cicatriz. La suya era precisa a larga distancia, pero débil y la de hueso era poderosa en proyecciones, pero incontrolable si el objetivo estaba lejos, además... exigía mucha energía y no era recomendable en combates prolongados. El cristal de Niccolo le era útil para guardar cargas de las rupturas. Monstruos y nahuales. Cabellos plateados y fuerzas disuasorias. Una cama de sangre compartida. El fruto de un lazo prohibido.
Los árboles centinelas cedieron el camino a unas estructuras negras. Los caballos resoplaron y surgieron desde las profundidades del bosque. Camielle suspiró, escudriñando el panorama. Los montículos estaban allí, no eran una perspectiva de las alturas, sepultaban objetos grandes bajo la nieve. La lechuza se posó en uno de ellos, Camielle desmontó el caballo, seguido de Annie y avanzó hundiéndose con las botas en la nieve. Se acercó a Balaam que tenía la capucha de la capa roja calada. Sacudió la nieve del montículo y descubrió un rostro humano enterrado.
Balaam gritó y se alejó. Annie sacó la varita de serbal a toda velocidad y Camielle levantó una mano.
—Está muerto—dijo. Pateó la nieve y el cuerpo se agitó—. Véanlo, está momificado por la nieve. Murió hace poco, por la descomposición. Le sacaron los ojos y la lengua, tiene marcas de garras... A este alquimista no lo mataron humanos.
—Aquí hay otra—Lucca desenterró otro cadáver en el montículo—. Le faltan los ojos y está cortado a la mitad como...
—Si lo hubieran despedazado los animales—Camielle le echó un vistazo con una mueca de repulsión—. Muchos animales o... uno grande. Muy grande.
—Pero los animales no dejan la carne— Lucca se incorporó con un traqueteo de metales bajo la gruesa capa azul—. De hecho, durante el invierno los animales suelen dejar solo los huesos.
Annie gritó, descubrió una cabeza sin los ojos, la lengua y el cuerpo. Los cadáveres estaban regados por todo el laboratorio. Sepultados en tumbas de nieve blanca. Todos presentaban agujeros en sus estómagos... como si guivernos les devorasen las tripas. La caja torácica estaba destrozado, las costillas destrozadas... ¿Qué carajo?
—Algo extraño pasó aquí—Seth Scrammer se acercó al trote seguido de otros jinetes.
El foso a pesar de la tormenta, no se había rellenado de nieve. Era bastante angosto y profundo, la nieve caía a su alrededor. Un foso infinito que devoraba lo real. Camielle se acercó, miró al abismo. Las miradas tenebrosas flotaron hasta él desde las tinieblas. Las cuencas vacías lo escudriñaban desde las profundidades de sus almas atrapadas. Lo que descubrió lo aterró y retrocedió tropezando con la nieve. Las arañas de cristal reventaron en esquirlas plateadas. Murmuraban... Y no les creía. Todo eran mentiras. La luz roja estaba equivocada... La esencia era una mentira de la realidad. ¿Puede un hombre vivir... dos vidas? Nacido para morir... dos veces.
—¿Qué hay allí, Camielle?—Pisarro se acercó al trote sobre una yegua gris. Reemplazó su túnica malva con una verde y llevaba un sombrero morado, en honor a sus camaradas del Gremio caídos en combate—. ¿Qué viste?
Camielle agitó la cabeza. Sentía las tripas retorcerse... Los gusanos que devoraban su alimento buscaban consuelo con la gula depravada de su carne. La desobediencia conlleva la redención. Todos tenemos un sueño egoísta.
—Esta lleno de cuerpos y de nieve—confesó. Los cadáveres nauseabundos se removían en la fosa, testigos de vampiros inmemoriales—. Cuerpos marchitos y momificados señor, como si les hubieran succionado la sangre hasta secarlos.
—¿Qué?—Pisarro se acercó al agujero, miró al abismo y vomitó a un lado del caballo. El vómito consistía de patatas y panceta esparcida en la nieve. Se limpió con el dorso de la mano... Volvió a vomitar y se dobló por la cintura. Tosió con la garganta desgarrada— . Hay cien cuerpos allí... O más. ¿Qué mierda pasó aquí?
—Había escuchado de esto—Seth Scrammer cabalgó hasta ellos y se asomó al foso. El olor a descomposición y azufre no lo inmutó—. Lo estaban haciendo en la Maison de Noir con los prisioneros de las gusaneras. Aunque... no quería creer que fuera verdad. Nunca pensé que esta vieja mina, se usaría para esto. Friedrich Verrochio...
Camielle miró los edificios de piedra. Sin duda podrían almacenar diferentes minerales de las cuevas adyacentes. Pero eso hacía muchos años, las minas se agotaron y el lugar cayó en la decadencia... mucho antes de que Joel Sisley fuera rey. Tiempos de la Primera Orden de los Wesen. Batallas contra tenebrosos magos negros. Era de leyendas. Gigantes entre los hombres. Bestias deformes. Alquimistas locos. Tiempos de olvido y pertenecía. Camielle se pasó una mano por el pelo plateado.
—¿Qué es lo que hacían exactamente? —Preguntó Balaam. Se acercó al foso lleno de cuerpos, pero no avanzó más, no quería ver. El olor sulfuroso era una muralla infranqueable.
—Esta s una fábrica de esencialina—explicó Jean Ahing, desmontó de su caballo huesudo. Su capa negra lamía la nieve y dejaba huellas sucias a su paso—. La extraen de la sangre de los seres vivos... Es la cristalización del alma. La investigación del rector Comodoro, aprobó el uso de parias. El reino... necesitaba pagar el precio de sangre para seguir subsistiendo. La decadencia... estaba exterminando al pueblo con hambrunas y revueltos. Lord Beret pensaba igual... dijo que si abundaban las personas, pero escaseaban los recursos. Estos necesitaban equilibrio.
Camielle se acercó a él. Era bastante alto, encorvado y delgado como una estaca, sus mejillas estaban hundidas, su mentón inexistente y su nuez era prominente. Sus ojos inquietos lo miraron desde cavidades tan frías como las cuencas del pozo. Jean olía a desesperación, perfumes, alcohol etílico y jabón sin esenciales. Las tinturas teñían sus manos enguantadas.
—¿Tú participaste en esto?—Preguntó, asqueado.
—Sí—confesó el alquimista. Sus ojos oscuros vacilaron, inexpresivos.
—Mereces morir—replicó, despectivo.
—Lo sé—reiteró Jean. Su nuez prominente temblaba—. Pero... cuando arrojé el décimo cuerpo, allí abajo. Me di cuenta que ese abismo que usábamos, para la búsqueda del conocimiento... era igual a mi vida. Sepultaba sueños y recuerdos por promesas pérdidas. Me pregunté... cómo pude terminar así. ¿Cómo alguien termina así? Tan acabado y sin poder morir. El peor suicidio de todos es el conformismo. Ahogarse en dolor las diez mil noches no podía dormir.
Entraron en los edificios de piedra negra y descubrieron habitaciones llenas de mangueras y máquinas extrañas. La sangre seca cubría el suelo. Recipientes, retortas y alambiques. Cuerpos momificados. Alquimistas podridos hechos pedazos. El lugar apestaba a frutas podridas y a porquería... Aún podía escuchar los gritos de los alquimistas. Annie no dejaba de temblar con los ojos muy abiertos. Todo el dolor y la pena giraban sobre la piedra húmeda. Las cámaras estaban selladas con olores fragantes que no quería investigar.
—Algo extraño pasó aquí...
—Esto no estaba así cuando hui—Jean miraba en todas direcciones, nervioso, como si de la oscuridad fuese a saltar un monstruo—. Todo estaba... funcionando.
—Tú debiste morir con ellos—le soltó mientras lo guiaba por los edificios.
Seth Scrammer miraba asombrado y aterrado, desde la silla con ruedas. Sus piernas raquíticas, deformes, estaban desprovistas de cualquier musculatura, eran barras de huesos cubiertas de piel. Había almacenes atestados de minerales brillantes, esencialina. Jean Ahing tomó un artilugio como los que habían cogido de los alquimistas. Era largo y de madera con ribetes de plata.
—Esta arma es un arcabuz—explicó. Cogió un trozo de cristal brillante—. Y esta munición—armó el artefacto y disparó a una pared de gruesa piedra. El resplandor llegó seguido del estruendo de un caño... La pared se desmoronó vuelta arenisca. La nieve entró en pequeños retazos desde el agujero—. Simula una proyección o una evocación, dependiendo del tipo de munición accionada en la cámara. Se puede alterar la naturaleza de una bala mediante transmutación. De esta forma cualquiera, podría lanzar proyecciones de alto nivel.
»El rey Friedrich engañó a Valle del Rey, esparciendo la noticia de un refugio para ancianos y enfermos. Construido aquí—Jean se entristeció—. Las familias se deshicieron de las cargas y... Vinieron aquí, huyendo de la guerra con los ojos brillosos. Les hicimos cosas horribles hasta matarlos. Creamos estas armas con nuestros muertos. El hijo mata al padre, para consumir su fuerza. El mundo esta... desenfrenado. Esas... maquinas se le enterraban en las vías sanguíneas sin reparo, succionando todo el líquido que tenían para las destiladoras. Sus cuerpos marchitos tenían que lanzarse al foso.
—Esta es la arma que creó Lord Beret—replicó Seth tomando un arcabuz y recorriendo su superficie con los dedos—. Esta es su arma y también nuestra.
Recorrieron los tres edificios, tomando ballestas y saetas. Artefactos de todo tipo y saqueando las máquinas hasta desguazarlas. Había un centenar de arcabuces en un almacén... Los confiscaron junto a los suministros de esencialina. Lanzaron los cadáveres de los alquimistas a la fosa y la incendiaron. El humo negro olía a podredumbre, subiendo hasta el cielo como un puente fúnebre de almas arrogantes y pendencieros. Annie no dejaba de mirar el foso de almas, aquel abismo obra de su padre. Podía escuchar los lamentos de los afligidos. Los fantasmas silenciosos Los juzgaban, subiendo por el humo podrido. Los crímenes del rey Friedrich ardían con dolencias. Un malestar se asentó en sus vidas. En las tinieblas se removían los gusanos gigantescos. El frío inconexo los mantenía inusitados. Seth Scrammer anduvo por el foso sobre el caballo bayo de crines rojas. La nieve ennegrecida se sacudía con las pisadas del animal. Se veía alto, señorial, imponente, viejo, afligido, canoso y ansioso. Su caballo giró alrededor del foso humeante, resoplando por el humo delirante. La nieve caía sobre sus cabellos.
—¿Lo vieron?—vociferó—. Son testigos de los horrores que cometieron el rey Friedrich y sus siervos. ¿Ese es el rey con el que desean vivir? ¿Un rey que manda a su pueblo a una fosa por... redención? ¿Un hombre que profana tumbas ancestrales? ¡Friedrich Verrochio es la causa de nuestros males! ¡Es el parásito que envenena la isla! ¡Nunca se lo perdonaré! Mató a personas inocentes por su causa. No aceptaré un armisticio de parte de un inhumano.¡ Lo haremos pagar por sus atrocidades con sus muertes! ¡Valle del Rey arderá junto con sus sueños de redención!
Camielle llevaba una gruesa capa negra, un abrigo de lana teñida, dos pares de medias, botas lustrosas, pantalones gruesos... Y el frío le cortó la piel como un cuchillo. Se estremeció de frío.
—Sueños de redención y esperanzas—Camielle se miró las manos, vacías—. Pero... todos mueren antes de cumplir su sueño de redención.
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