Epílogo. Canción de Medianoche de Courbet
Epílogo
Un animal se movió fuera del edificio, lo escuchó arrastrarse sobre la nieve. Frida se estremeció en sueños, con el rostro pálido perlado de sudor, descansó finalmente... muy entrada la noche. Damian se levantó de la cama y fue a asegurarse de que la puerta estuviera bien cerrada. Últimamente estaba desapareciendo el ganado del pueblo. Los campesinos se lanzaban cizañas entre ellos. El cerrojo estaba trancado. Una sombra cruzó la alfombra de luz que llegaba desde las lámparas de hierro en la calle. Se estremeció y fue a cerrar las cortinas. Estaban sucediendo extraños acontecimientos en Puente Blanco.
Su esposa seguía dormida, se alegró de que descansará, las fiebres habían bajado con mucho esfuerzo... Frida lo vomitaba todo. Estaba muy débil. Se pasó una mano por la barba negra y exhaló un vaho de aliento cálido.
Damian Brunelleschi encendió una vela de cera perfumada. Las guardaba en un cofrecito de plata como un tesoro. Solo quedaban tres velas, tendría que ir al Templo de las Gracias a comprarlas ya que las del mercado tenían un olor a pescado rancio. Se arrodilló a rezar hasta que la vela se consumió... Tenía que rezar hasta que la llama de Dios se apagará. Pidió la sanidad de su esposa, la paz para la isla y que los caminos estuvieran despejados cuando su hora llegará. Cuando amaneció, por las ventanas se filtró un espectro blanco, de la vela solo quedaba un charco morado de cera. Damian estaba aterrado. Los nobles estaban hartos de esperar. Corría el rumor de que la peste era un castigo divino por la cobardía del representante de Puente Blanco. Pero él nunca quiso marchar a la guerra, no era un hombre dispuesto a matar a otros... Tales aberraciones que llevaban a cabo los reyes Friedrich y Seth, parecían cuentos del otro lado del mundo. Al otro lado del mar. Los sacerdotes se mostraron de acuerdo cuando Damian, firme; se opuso a participar en la sanguinaria contienda. Traicionando la lealtad de su familia a los Sisley... cuando vivían.
Lo bendijeron los dioses y lo maldijo el hombre. Los nobles descontentos se escondieron en sus palacios mientras que en el oeste... crecía el ejército de Seth Scrammer. Las huestes de Friedrich Verrochio bajaban del norte. Cuando Seth Scrammer se hizo con la victoria en Rocca Helena, los nobles acudieron al Templo de las Gracias donde Damian rezaba ante el Fuego Eterno, en el corazón del edificio de mármol. Llegó Lord Hales Betania el gordo dueño de la mayoría de las tierras de cultivos y ganado, apestando a tabaco y vino. Damian lo escuchó pacientemente, pero se negó a unirse a la campaña del Rey Dragón. El gordo señor del valle se fue rechistando a descargar la rabia con las putas del burdel. Un barril con brazos y piernas. Era un hombre de placeres mundanos, pasajeros... Solo le importaban los impuestos de sus tierras para seguir derrochando en la carne. Lo mismo pretendieron otros señores menores, rogando la protección de un rey terrenal. Damian los fue despachando uno tras otro. Hasta que llegó el invierno y... la peste.
Las cosechas habían sido escasas durante la última recogida. Los graneros apenas se llenaron por las plagas de hongos. Un quinto del ganado tuvo que ser sacrificado e incinerado, porque traían demonios dentro que hacían enloquecer a los que consumían su carne. Había niños viviendo en la calle, mendigando en el templo y trabajando en las granjas de los nobles. Pocos fueron sabios al sembrar el trigo y la avena, todo lo demás se perdió.
El Fuego Eterno ardía, alimentado durante cientos de años por generaciones de sacerdotes, sus llamas limpiaban la maldad del hombre que se incrementaba durante los últimos tiempos. Bel bajaría del firmamento y consumiría la maldad del mundo con su resplandor, así terminarían los tiempos del hombre y comenzaría la morada con los dioses.
La nieve cubrió el pueblo con un manto blanco de viscosidad. Pero la peste no pudo llegar en peor momento, los pulmones cedían ante el frío, debilitados por la tos y la flema. Los niños morían en los brazos de sus madres... Las mujeres y los hombres estaban a merced del contagio. Damian perdió a sus padres por la peste, al comienzo de las nevadas. Sus primos y tíos, dudosos de la ira de Dios... huyeron junto a otros hombres jóvenes a Rocca Helena para pelear en la guerra del lado del Rey Dragón Seth Scrammer. No tenía noticias de ellos... Pero cada noche antes de dormir, rezaba por su seguridad y esperaba su regreso al amanecer.
Su esposa no dejaba de toser y escupía flemas sanguinolentas. Temía por ella, Frida era una mujer joven de mucha fuerza, pero se derrumbó... estaba muy débil, debía bañarla y darle de comer. Cuando se casaron por el arreglo de sus padres, Damian estaba aterrado, nunca había estado con una mujer. Fue un joven culto y religioso que se crió entre los sacerdotes del Templo de las Gracias. Hablaba el idioma antiguo y leía ogham. Recitaba las sagradas escrituras de memoria y servía al prójimo en su iluminación. Ni siquiera cuando era casi un hombre, supo lo que era la compañía de una mujer. No había besado a ninguna chica, cuando se tuvo que casar con la hija de un señor Betania, dueño de tierras en el sur. Estaba asustado y tartamudeaba durante la ceremonia... Se casaron en el templo bajo la bendición de Bel, pero no consumaron el matrimonio. No sabía que hacer ni cómo actuar, al principio no quería ni verla a los ojos cristalinos. Ayunaba y rezaba escondido en el templo, hasta que ella fue a visitarlo... Llevaba tres días en vela sostenido por pan y agua mientras alimentaba el Fuego Eterno con enebro y serbal. Roble durante el final del mes... Se vistió con nada más que la túnica de los sacerdotes: un amplio camisón marrón de lana con el relicario del sol. El rostro que Bel le mostraba a la humanidad.
Frida Betania se escabulló en el templo. Tenía un velo oscuro y un largo vestido negro, pasó desapercibida. Damian se escondió de ella entre las cámaras de sanadores practicantes. Un arte que también se inculcó de niño, pero nunca profundizó... por su débil estómago. Pero Frida azotó a preguntas a los sacerdotes y logró sonsacarles su escondite. Lo encontró en una cámara en penumbra. Su cabello negro relucía, con destellos. Cerró la cámara quedando a oscuras con él.
—¿Por qué no me aceptas?—Preguntó Frida tanteando en la oscuridad— ... ¿No me amas?
Damian se alejaba de ella, escondiéndose en cada esquina. Guardó silencio hasta que escuchó un sollozo... Se detuvo con la boca seca.
—Me siento despreciada—sorbió por la nariz—. Me siento sola, encerrada en aquella gran casa mientras tú rezas... Yo... Yo tampoco quería casarme, pero no será más fácil... haciendo como si no existiera.
—Tengo miedo—confesó. Tenía miedo de que sus impulsos carnales devastaron la pureza de su espíritu. Todo en lo que creía podría destruirse, las mujeres pervertían la mente de los hombres buenos—. De ti y de mí... Yo no sé.
Unas manos de largas uñas tocaron su cuello y su rostro, con un escalofrío... No. Sentía un aliento cálido manando desde un ser vivo en la fría cámara de piedra. La cámara de la soledad... Podía recordar ese momento porque todo estaba desapareciendo, de la oscuridad empezaron a nacer luces de colores. Sintió unos mechones de cabello negruzco arremolinándose en su cara.
—No tengas miedo—una voz surgió desde la inmensidad—. Juntos vamos a aprender.
Unos labios calientes exhalaban vapor por su cuello y tocaron su mentón con un cosquilleo. Se rio y ella también lo hizo.
—Tienes vello como un chivo—se burló Frida acariciando su mentón con los dedos.
—¿Quieres que lo corté?—¿Desde cuándo le importaba lo que ella pensará?
—No, déjalo.
Su nariz chocó con la suya, inclinó la cabeza y tocó sus labios. Le regresó el beso. Se besaron hasta que el fraile Boris los encontró, les pidió amablemente que se fueran y así lo hicieron. Se bañaron juntos, acariciando con el jabón perfumado el cuerpo de su pareja y se besaron hasta quedarse dormidos. A la medianoche hicieron el amor con torpeza. Sintió como aquel vello grueso le acariciaba el abdomen mientras se adentraba con cuidado dentro de su pequeña maravilla, estaba muy estrecha...
—¡Ay!—Gritó Frida cuando la penetró—. ¡No, no, no! ¡Sácalo por favor! ¡Ay, despacio, no seas bruto! ¡Ay me duele!
Damian no tuvo más remedio que detenerse con el miembro ensangrentado. Se besaron entre caricias hasta quedarse dormidos, la abrió de piernas al amanecer y le hizo el amor. Sus piernas lo apretaban, lo recibían. Continuaron siendo la misma carne. Pasaron los años y no tuvieron hijos, quizás no podían... pero las ganas de engendrar nunca faltaron por las noches.
Frida se debilitó, la única que permanecía encendida en su mundo de oscuridad se estaba apagando. Le rogaba a Dios que la sanará y que los bendijera con hijos... Cuánto rogaba.
El hecho era que sí, podría vivir sin ella, solo que no quería. Disfrutaba de su compañía y su cariño. Había tenido padres ausentes que alababan las glorias de sus hermanos. Pietro Brunelleschi su hermano menor, estudió en el Jardín de Estrellas junto a él... pero Damian nunca tuvo talento para el Misticismo debido a su débil flujo de quintaesencia. En cambio, se dedicó a las cuentas y otras especialidades importantes como regente. Su hermano se esforzó más que él y se graduó con Maestría en Proyección antes de unirse al Primer Castillo bajo el mando de Sir Cedric. Transcurrieron dos años desde su última visita a Puente Blanco. Por como estaban las cosas, no debería seguir con vida. De todos los descendientes de los Brunelleschi, Pietro fue el único capaz de manipular la esencia en su sangre peculiar, y aún así... Quizás Damian fuera el único con vida de la familia.
Frida no mejoraba con los días y cada vez estaba más débil. Se preguntaba miles de veces, si de verdad Bel lo escuchaba... ¿Funcionaban sus plegarias? El guérisseur tocó la puerta tres veces al llegar, después del atardecer. Recordaba a un excéntrico hombre con profundas arrugas en el rostro severo. Se vestía con un traje negro y un sombrero de plumas de cuervo. Al principio no quiso escribirle a tal figura, pero su fama era bien merecida en Pozo Obscuro.
—Es un placer, Lord Brunelleschi—saludó con un apretón de su mano enguantada. Sus ojos cobrizos denotaban perspicacia bajo unas gafas ajustadas. Cubría sus orificios nasales y su boca con un grueso trapo. Llevaba un maletín lleno de botellas—. Estuve ocupado en Pozo Obscuro, pero siempre es gratificante regresar al Templo de las Gracias con los viejos colegas.
Conocía a Jared Brosse desde sus inicios como guérisseur, no era tan bueno como su primo Marcel Brosse en lo práctica... pero era un hombre dedicado a la sanación y sus métodos eran innovadores. Siempre había sido bastante reservado, pero conversador.
—Tiempos difíciles nos persiguen—dijo el guérisseur mientras Damian encendía velas en la pequeña casa—. Hace poco hubo un incendio en el pueblo sureño. No murieron muchas personas, pero muchos hogares fueron destruidos y hubo un montón de heridos. La peste es el menor de nuestros problemas. Muchos pasarán hambre y frío, este invierno.
—Mi esposa enfermó... está muy débil.
—Frida siempre fue una mujer sana—aclaró Jared ajustándose las gafas—. Pero no me sorprende. Allí en el sur, estamos quemando a los muertos en un foso. Niños, hombres, mujeres... Creo que la muerte se pasea entre los habitantes de esta isla. ¿Dónde está?
—Está en la habitación.
—¿Usted duerme con ella?—Preguntó, severo.
—Duermo poco... Casi nada desde que enfermó.
Damian abrió la puerta y descubrió a Frida profundamente dormida junto a una vela de aroma dulce, estaba pálida y cubierta de sudor.
—¿Cuántos días lleva así?
—Cinco o seis...
—¿Cuántos días soportaron tus padres?
Damian sintió un escalofrío... Intentó apartar esos pensamientos, pero no lo logró. Las sombras se escondían para susurrarle poesías y todas... eran mentiras.
—Tres... Mi madre cuatro, porque fue asistida en el Templo.
—Lo lamento—Jared se acercó y miró el rostro pálido de Frida—. Hace un año un temblor sacudió al sur... y una plaga de hongos mató todos los cultivos de aquí a la Ciudadela. Hubo hambrunas despiadadas y las personas enfermaron. Diarrea, erupciones y fiebre se extendían desde el sur como los gusanos por una cortada. Cuando la peste empezó creímos... que era un extraño resfriado otoñal y cuando empezamos a quemar a los muertos en las calles, supimos que era mucho más que una enfermedad. Dios está aquí... Damian, entre nosotros. Lo vi al fondo de un abismo de cuerpos incinerados... Nunca creí en él, hasta que pude oler toda esa podredumbre. Lo descubrí, viejo loco.
»No es el Dios piadoso y amoroso que relatan las escrituras. No... Dios bajó a castigarnos por esta guerra. Seth Scrammer que era nuestra salvación del antiguo rey Joel, se convirtió en nuestro pecado... Nos matamos entre nosotros creyendo que nadie nos observa. La sangre corrió por las calles devastadas de Rocca Helena, corriendo por el Aguamiel hasta el Puerto de Pozo Obscuro.
—Dios estará con nosotros, Jared—Damian se arrodilló junto a Frida y tomó su mano entre las suyas—. En estos tiempos debemos mantener la fe... Los tiempos difíciles forman parte de la gran lección. Yo debo ser firme por ella...
Jared se acercó y tomó su hombro.
—Eres un buen hombre, Damian—dejó el maletín en el suelo de madera con un tintineo de botellas—. Pero debes tener cuidado. No involucrarte en esta guerra te creó numerosos enemigos. Desde el sur, murmuran que eres un cobarde y que la religión te ha aflojado los sesos. —Que digan lo que quieran—apartó el cabello pegado al rostro a su esposa—. Hemos tenido suficiente y lo saben. Seth Scrammer me pidió una alianza y me negué... El rey que nos gobierna declaró una guerra a la cual no mandaré a mis granjeros... a morir. Esta isla no necesita más guerras. Esta isla necesita amor. Mientras viva como regente, voy a apartar a mi pueblo del sufrimiento.
—Frida estará bien—determinó Jared luego de examinarla—. Solo necesita descansar y mucho líquido. Te recomiendo que no duermas con ella, parece que la peste no te ataca aún. Puedes darle mucho té para que descanse. Infusiones de pasiflora para dormir y de manzanilla con cada comida para la digestión—Jared sacó un frasco de su maletín y lo dejó sobre la mesa de noche. Olía dulce y agrio a la vez—. Una cucharada al despertar y al dormir.
—Muchas gracias—Damian se incorporó—. Lamento si te hice venir de tan lejos.
—De todas formas iba a venir... Creí que moriría en Pozo Obscuro—Jared se quitó las gafas ajustadas, revelando unas profundas patas de gallo—. Escúchame, Damian... Hay cosas extrañas en los pueblos pequeños. De así al Paraje. De noche, no hay ni un alma... pero veo huellas en la nieve. No sé... si esos animales de verdad existan, pero escuché historias de magos negros y demonios que prosperan en las calamidades. En estos últimos tiempos, ya no sé qué creer. Debes tener cuidado...
Atendía a Frida con paciencia. Durante los últimos días, estuvo mejorando y volvió a caminar. Comía con apetito de nuevo, pero no podía salir por el clima. Damian rezaba con ganas y asistía al Templo de las Gracias para alimentar el Fuego Eterno, le pedía a Bel que ayudará a sus hijos y sanará la epidemia. También atendía sus labores como regente y resolvía cuentas. En el templo escuchaba todo tipo de rumores. El ganado estaba desapareciendo. Un granjero le confesó a una madre afligida que una de sus ovejas apareció destrozada, que se comieron sus intestinos...pero no su carne. Niños estaban desapareciendo al jugar en el bosque. Al amanecer, se mostraban enormes huellas en la nieve y rastros de sangre congelada... Pero nadie se atrevía a hacer algo.
Puente Blanco era un pueblo pequeño construido alrededor del enorme Templo de las Gracias, donde se practicaba la sanación y se instruía a los guérisseurs. Allí ardía el Fuego Eterno y moraba Bel, el Dios Sol. Extensiones de cultivos se extendían en todas direcciones, cubiertas por la nieve. Un vomito pálido. Los Brunelleschi eran los encargados de recaudar los impuestos y mantener la ley en estas tierras. El pueblo se mantuvo al margen de la rebelión de Seth Scrammer y de las batallas que realizaron Joel y Friedrich Verrochio. Al principio los nobles se disgustaron, pero últimamente guardaban silencio. Los sacerdotes del Templo sucumbiendo ante la peste, dudaban de sus creencias... Incluso los pueblerinos lucían demacrados.
Al parecer una sangrienta batalla tuvo lugar en el valle de Rocca Helena y hubo muchas pérdidas. Gobaith era una isla pequeña, las noticias corrían como el viento. Las canciones sonaban en los lupanares llenos de putas enfermas. La canción del Alicanto de Bronce narraba la batalla del valle y la victoria del rebelde Seth contra un destacamento de soldados del norte. Cantaban sobre un tal Niccolo Brosse, valeroso, sobre Lucca della Robbia y las muertes del antiguo castellano del Séptimo Castillo, Argel Cassio y Julius van Maslow en batalla. Conocía el nombre de Julius, era el Mago Morado del Crepúsculo, peleaba contra magos negros por dinero. Pero los otros nombres no los conocía. Eran los nuevos héroes de la época. La canción era de un tal Gerard Courbet cuya fama crecía en las filas del ejército rebelde. Conocía la historia de Courbet, todo Pozo Obscuro se revolucionó cuando Sir Cedric Scrammer confrontó al Mago de la Sal. Fue una pelea cruda y sangrienta en el Puerto. ¿Gerard Courbet era realmente el Hijo de la Sal?
Las hazañas de los rebeldes llegaban desde todos lados... como la peste, y emocionaba el corazón de los nobles. Muchos llegaban solicitantes a Damian, pero él, como siempre, los rechazaba o decía que debía rezar. Seth Scrammer se labró un nombre a costa de muchas muertes. Damian nunca se convertiría en su terrateniente. Pronto el invierno terminaría y tendrían que labrar la tierra, cada vez más árida. Todavía la peste no se agravaba en Puente Blanco, antes que terminará el invierno, desaparecería la enfermedad y Frida estaría sana. Eso esperaba...
O eso creyó cuando un hombre harapiento apareció. Una mañana nevada en el pueblo. Su ropa estaba llena de sangre caliente. Un par de niños desaparecieron días antes. Lo encarcelaron en las frías celdas que casi nunca usaban. Nadie sabía quién era y el hombre solo hablaba disparates. Pocas veces usaban las celdas, porque los habitantes de Puente Blanco eran temerosos de Dios... Había una casita de guardias, pero nadie la ocupaba. Los hombres estaban más ocupados cultivando o esquilando ovejas. Los muros eran fríos y de piedra, estaba excavado bajo la tierra, olía a polvo y humedad y tenía solo una antorcha. Los barrotes estaban oxidados. No era un lugar cómodo de visitar. Damian caminó hasta la última celda con una lámpara de hierro. En la celda estaba un hombre desgreñado y bastante flaco sobre un colchón de paja. Tenía un cubo para excrementos que apestaba.
—¿Quién eres?—Apuntó la lámpara hacia él. Parecía una bestia, un perro desnutrido cubierto con una vieja túnica descolorida y agujereada. Se rio al verlo.
—Finalmente viene, Lord Brunelleschi. Esperaba contar con su presencia en esta agradable estadía que estoy pasando.
—¿Por qué quería verme? ¿Qué le sucedió?
—Dicen que no fueras quién eres ahora... si no hubieras pasado por lo que pasaste—dijo, ronco. Aquel hombre lo miró, escrutando su mente con sus ojos dorados. Levantó la cabeza hacía él, dejando ver una horrenda cicatriz de quemadura en su cuello, se extendía por su oreja deteriorada. Su cuero cabelludo cicatrizado estaba cubierto de pelo rubio—. Se equivocan. Yo soy quién soy, a pesar de lo que pasé. Quizás fuera una buena persona... si no hubiera pasado por eso.
—¿Qué quiere decir con todo eso?—Damian Brunelleschi no entendía—. ¿Quién es usted?
El prisionero sonrió, horroroso.
—Muy bien—replicó. Sus dientes estaban amarillos, descuidados—. ¿Quiénes somos nosotros? Usted, un gobernante que es llamado cobarde por ocultarle a su pueblo una guerra desquiciada, sin sentido. Y yo... un fantasma que empiezan a olvidar. Sí. Muerte en todos lados. Campos sembrados de cadáveres.
»Los he visto, Lord Brunelleschi. No somos mejores que esos animales que matan por necesidad. Nos hemos reducido a un puñado de desesperadas y crueles criaturas humanas, que se dan golpes de pecho... llamándose portadores de entendimiento. Usted lo sabe.
»Los nobles de esta pequeña ciudad lo llaman cobarde por esconderse. Pero ellos están asustados como usted, incluso más. Ellos saben que al final, no se trata de quienes son los más humanos: se trata sobrevivir. No somos seres llenos de amor como dicen las escrituras. No existe el libre albedrío, al cual nos aferramos firmemente para creernos cuerdos... para mentirnos acerca de nuestra naturaleza. Estamos todos locos, y esa locura nos empuja a clasificarnos en quién tiene mayor riqueza o sangre de mejor cuna.
»Los he matado a todos, ricos y pobres por igual. Ambos tienen la sangre tan oscura que parece negra, y mierda en los intestinos. ¿Crees que a los reyes de tronos imaginarios les interesan los niños... cuyos padres matan y madres violan en esas desagradables guerras?
»¿Piensan acaso en los soldados que dejan atrás, para alimentar el río de sangre que cubre los campos infértiles del sur? Conocí a Lord Beret durante sus días como alquimista, ese anciano decía que pensábamos igual acerca del significado de la vida... Y cuánto se equivocaba. Las cosas que hacía con el conocimiento. Beret decía que la vida era como las estaciones del año: una primavera colorida e inocente, un verano ardiente, largo... ridículamente eterno, un otoño cada vez más frío y lúgubre mientras se acercaba la muerte... y el invierno: ese era el olvido.
»Y así como un año. La vida podría retoñar... Lo logró, pero aquellos que regresaban solo eran fantasmas en el invierno de sus vidas. Era un sacrílego. La vida que los dioses nos dieron, si es que crees en tal cosa... no es más que supervivencia. Las vidas más fuertes pisotean a los más débiles, los devoran y los olvidan. Esto que llamamos vida no tiene significado alguno...
»Ese Seth Scrammer. No es mucho mejor que Beret o Friedrich Verrochio. Lo he visto, está tan desesperado. Cuando te sumerges en la oscuridad, probablemente te vuelves parte de ella. Está mirando al abismo, pero cuando el abismo le devuelva la mirada... se lanzará al vacío.
»No hay un camino que nos salve de la extinción, los animales cambian, se adaptan. Pero los hombres, no cambian, se matan entre ellos porque no son capaces de ver más allá de sus manos. El sacerdote que me visita cada mañana, que me habla de salvación, del final de los días... Ya me tiene harto. Mientras existan los hombres, no existirá la paz y la prosperidad. El final de los días esta llegando desde los albores de la civilización; desde que el primer hombre descubrió como matar a su hermano. Y seguirá próximo ante los días de nuestros hijos y sus hijos. Nuestro sueño de redención es una falacia.
—¿No creé en la humanidad?
—¿Y usted lo hace?
¿Quién era aquel hombre y por qué le decía todo eso? Pero Damian tenía ganas de hablar...
—Las personas pueden salvarse. La fe puede salvar el corazón del hombre. Lo que usted ve... no es más que la maldad de una persona sin el amor de Dios en su corazón. Bel nos protege a todos con su luz por igual. Yo no creo en la humanidad, creo en que si nos acercásemos a Dios, si tuvieras la fe de un grano de arena... Podríamos mover montañas, beber de los océanos y de los venenos. Porque Dios está con nosotros.
»No creo en el hombre, que mata a su prójimo y roba a su padre. No creo en la mujer que engaña a su esposo y siembra el odio en sus hijos. No... No creo en los humanos. Pero tengo fe de que un día llegará a entenderse el hombre con Dios. Sea cual sea el dios en el que un hombre crea, si pudiera extender su dedo... podría tocarlo.
»Porque todos los hombres pueden creer y eso es lo que las criaturas no pueden—se inclinó sobre los barrotes—. Dios vive en el corazón de todos los hombres, incluso en el suyo. Dios es un sueño redentor mucho más apacible que cualquier otra esperanza difusa.
El hombre suspiró, indeciso. Miró directamente a los ojos de Damian. Parecía un vagabundo deshilachado, pero su aire de vehemencia lo confundía.
—Cuando veo al abismo puedo ver a dios, a Bel, a Diana... o a la muerte. Todos son los mismos. Tienen el mismo rostro. Cuando veo a las criaturas que existen en nuestra mente y en la realidad... veo algo más allá en sus ojos, mirándome como si fueran reales.
—¿Usted mira al abismo?
Aquella sonrisa famélica se resquebrajó, estaba asustado... aquel hombre demacrado.
—Cada vez que cierro los ojos...
—¿Qué es lo que ve?
—Me veo a mí mismo...
—¡El hombre no es dios!—Bramó Damian.
El prisionero se levantó de sobresaltó y se aferró a los barrotes, olía a óxido y a sudor rancio. Damian retrocedió, sacudiéndose el olor a frutas silvestres de la nariz.
—¡A quién le importa!—Gritó el desconocido. Intentó sacar la cabeza a través de los barrotes—. ¡Si por mí fuera, mataría a todos los que eligen! El hombre se vuelve dios cuando puede elegir sobre la vida de otro. Inventamos esa piltrafa del libre albedrío porque tenemos miedo... Sí, miedo de que nuestro actuar no sea más que el instinto. No soy mejor que nadie... aquí en este pueblo. ¿Creé que si voy y los masacró... todo esto acabará?
»Mientras exista alguien que pueda recoger las armas, siempre continuará la matanza. Odio la muerte tanto como tú, incluso más. Si de verdad existe un dios allí arriba... o abajo. Él tendrá que rogarme a mí para que yo lo perdone. El genocidio nunca fue la solución, ¿pero... qué otra opción nos quedó?
»Otros mueren de hambre mientras te das golpes de pecho en ayunas. ¿Cuántos niños en los huesos hay allí afuera? Seguro hay nobles gordos que se dan festines cada noche. Llenándose los morros de vino. ¿Cuántas personas desearían formar una familia... mientras otros le tiran los dientes a una puta embarazada a la cual tomaron por la fuerza? Este mundo no tiene sentido. Toda esta mierda está muy mal.
»Buscamos sentido en un dios que nos inventamos para poder dormir en paz, mientras los demás gritan de dolor. Yo... Mientras el noble que debió ser mi padre abusaba de mi madre... que era su criada... yo rezaba, así me enseñaron. Tenía fe, tanta... que creía que Bel llegaría a matar a aquel hombre.
Y cuando mi madre dejó de gritar y de moverse... no entendí porqué nunca llegó nadie a salvarla. ¿A nadie le importaba?
—Bel trabaja en formas misteriosas. Tiene una misión para cada uno de nosotros. No necesitamos entenderlo, solo debemos aceptarlo y hacerlo lo mejor que podamos. La vida es difícil, pero también es una bendición. Dios nos perdona a todos por igual, seas un asesino o un niño inocente. Él puede ver nuestros corazones.
—No tienes remedio—el desconocido se sentó con debilidad en su rincón mugriento de la celda—. Dios no debe perdonarme por lo que hice. Pero usted... deberá perdonarme por lo que voy a hacer.
Damian palideció... No estaba seguro de las intenciones del extraño. Miró a su espalda un par de veces, nervioso, pero no había nadie en las celdas.
—Estoy seguro de que Bel lo castigará, cuando sea el momento. Todos los hombres deben rendir cuentas.
—Sí—el hombre se abrazó las rodillas, temblaba de frío. Sus manos estaban cubiertas de cicatrices de mordidas y rasguños—. Lo va a hacer algún día... Quise escuchar lo que tenía para decir. No importa quién soy o en qué me convertiré para usted. Una última cuestión, lord.
—Te escucho...
—¿Qué es lo que realmente desea un hombre como usted?
Damian lo miró largo rato, se aterrorizó.
—Quiero que lleguemos a un tiempo donde todos en esta isla podamos entendernos.
—Sabe usted qué, lo que desea... nunca se hará realidad.
—Así es—por primera vez en mucho tiempo, Damian pudo sonreír—. No hoy, o mañana... O mucho después de esta guerra y las que están por venir. Puede que nunca ocurra. Pero tengo fe, de que llegará un día en el que todos los pueblos miren atrás, estudiando el pasado y se jurarán nunca regresar a aquellos días. Los humanos llegaremos a entendernos, porque las palabras siempre fueron más fuertes que las espadas.
El hombre le dedicó una última mirada soñadora y pudo ver en sus ojos, la desilusión... envolviendo su mente. Sus ojos dorados se apagaron poco a poco, perdiendo su belleza.
—Ya veo—dijo, lastimero—. Suena grandioso... Espero con ansias que lleguen esos días.
—¿No me va a decir quién es?—Su lámpara de aceite comenzó a apagarse.
—¿Cuándo un hombre crea abominaciones se convierte en una?—El hombre obvió la pregunta—. Dicho hombre está, ante usted.
Damian tragó saliva... No entendía, su mente daba vueltas.
—No creo que sea una abominación—dijo. Las manos le sudaban a pesar del frío.
—Todos los hombres son abominaciones—sonrió aquel hombre—. Usted es un buen hombre y los demás se aprovecharán de eso. Yo creé abominaciones que resultaron ser más humanos que la mayoría...
Damian dejó caer la lámpara de aceite y el líquido se encendió bajo sus pies, sus botas de cuero estaban ardiendo.
—¿Usted es el Homúnculista muerto?
—Muy bien—exclamó aquella figura, cobrando vida—. Aunque no tan muerto como dicen...
Damian Brunelleschi se dio la vuelta y corrió fuera de las celdas, corrió por la nieve mientras la ventisca le congelaba los ojos. Había visto a un fantasma. Un fabricante de demonios. No, eran homúnculos. Estaba atardeciendo cuando entró al templo de pilares gruesos... El lugar estaba colmado de enfermos convalecientes. Sacerdotes rezando. Guérisseurs apilando cuerpos. Madres llorando. Hacía mucho frío...
Damian entró a una cámara oscura y encendió una vela perfumada, presa del pánico y el horror. Estaba tiritando...
«Padre, por favor... protégenos con tu luz».
Escuchaba pasos fuera de la cámara. Gritos... Cuando abría los ojos solo veía oscuridad. ¿Hizo bien en no participar en la batalla? Quizás... No. El Homúnculista no estaba muerto.
«Padre, apiádate de nuestras almas».
Escuchaba lamentos y golpes. Un llanto. Un desgarro de carne seguido de un montón de gritos. Un estallido. El mundo estaba mal. Empeoró tras esos muros de ladrillos.
—¿Padre por qué no me respondes?—Vociferó.
«No puedo seguir así». ¿Qué estaba ocurriendo? Apagó la vela y quedó a oscuras. Estaba rodeado de sombras negras. Tenía mucho miedo... Escuchó que lo llamaban. Gritó de pánico. ¿Por qué Dios lo había olvidado? Existían los demonios. ¿Los dioses... no? Estaba atrapado en el infierno. Lo que le dijo el alquimista daba vueltas en su cabeza... ¿Era un hombre de verdad? Afuera el caos circundante. Los demonios salieron del abismo, liberados por una fuerza superior al entendimiento. Más allá de los más siniestros pensamientos. El ojo de Dios lo miraba desde el cielo, quemando la superficie del mundo. El mar hervía convertido en sangre. Los hombres gritaban, siendo despedazados por hordas de demonios. Las criaturas brotaban de las grietas de la tierra, rectando, abismales. Escuchaba los gritos del fin de los tiempos. El olor a sangre podrida. La cabeza le daba vueltas... Olía a cerezos, a enebro a fuego... Carne ardiendo. El mundo llegó a su final. Al otro lado de la cámara no existía la humanidad... los gritos se redujeron a un murmullo. Era el último hombre en la Tierra... ¿Cuánto tiempo tardarían en encontrarlo?
—Damian—era el maestro Boris—. Damian, por favor... abre la puerta, llevas dos días allí.
Abrió la puerta y la luz apuñaló sus ojos.
—¿Qué ha pasado?
—Hubo un brote de peste. Estamos quemando los cuerpos, pero son muchos y los enfermos se refugian en el templo, porque creen que Dios los salvará.
—Abran las puertas del templo... Que todos pasen.
—No entiendes, Damian. Eso solo esparcirá más la peste.
—¡Todos deberían rogar por la protección de Bel!
—Damian... Los sacerdotes nos reunimos y tomamos una decisión.
—¿Cuál decisión?
—Acompáñame...
Damian siguió al diminuto sacerdote de rostro regordete. Tenía mucha sed... Sentía ganas de beber... vino. De embriagarse... Tampoco sentía ganas de rezar. Había orado hasta que sus rodillas sangraron y el mundo seguía siendo el mismo. Las plegarias nunca funcionaron, eran puro cuento. Entraron en una gran habitación junto a otros dos sacerdotes, llevaban túnicas oscuras. Eran los maestros Brent y Theus, dos ancianos que se despedazaban a la vista. Tan antiguos como el Templo mismo, quizás más. Eran conocedores de la fórmula del Elixir de Cinabrio. En la sala estaban ellos dos y un gran cofre... que apestaba.
—Boris—pronunció Theus con una marcada voz—. Y usted debe ser Damian Brunelleschi.
—Sí.
El anciano Brent se rio con una risa de pollo.
—¿Cuántos días lleva sin comer?
—Dos, maestro...
Damian se pasó la lengua por los labios. Los tenía resecos y agrietados. Nunca había visto a los Grandes Maestros del Templo de las Gracias... Corrían rumores de que eran muy ancianos. Tanto que la luz los dañaba. El Elixir de Cinabrio detenía los efectos del envejecimiento, pero no era un milagro absoluto.
—Hemos sabido que has desobedecido a la familia real, Damian—pronunció Brent—. Eso es traición. Serás ejecutado como traidor o... Puedes ir a la guerra con la facción rebelde. Estás a tiempo para unirte a Friedrich Verrochio o a Seth Scrammer.
—No...
—¿No?—Theus entrecerró los ojillos minúsculos—. El anterior rey Joel solicitó tu presencia en Valle del Rey y no asististe. Motivos son suficientes para designar a otra familia como regente de este pueblo.
—Damian Brunelleschi se mantuvo al margen de la guerra—farfulló Boris—. No quiere participar en la contienda porque teme el castigo de Bel.
Brent estalló en carcajadas con su estridente risa de pollo.
—¡Por Bel!—El anciano lo miró con una sonrisa lasciva—. Es la cobardía mejor disfrazada de todas.
—¡No soy cobarde!—Gritó. Le dolía la cabeza, sentía martillazos en las sienes. Estaba harto de todo.
—¡Por supuesto que sí!—Replicó Theus pasándose una mano por la calva incipiente, parecía que se desmoronaba—. Eres el mayor cobarde de todos. El Brunelleschi más cobarde de la historia de esta isla maldita. Te escondes detrás de un Dios que no existe, sí... Ni siquiera es el Dios Regente de más allá del mar. Solo es el Sol, una fuerza de la naturaleza.
—¡Mentiras!—Damian retrocedió. Las manos le temblaron...
Brent rio más fuerte con su asfixiante risa.
—¡Pues... es así!—dijo el anciano. Boris cerró la puerta—. Inventamos a Dios para amansar al pueblo hace muchos años. ¿Cuánto... dos milenios? ¿Mil quinientos años? El tiempo es un arma de doble filo. Ese sol que cuelga de tu cuello, no es más que una mentira repetida mil veces a los niños.
—¿Ustedes no son sacerdotes?
—Somos magos negros—terció Theus—. Hemos permanecido los últimos quinientos años, escondidos, y seguiremos estando aquí después de esta guerra. Y las siguientes... Tu dios no es más que una creación nuestra, un cuento que se le enseñó a los niños ignorantes.
—¿Por qué harían tal cosa?
Boris sonrió como un niño regordete.
—El pueblo estará en paz mientras tenga en qué creer. No puedes quitarle la esperanza a los desgraciados. Dales una razón para vivir... Para vivir ciegamente.
—Somos los últimos miembros del culto al Gran Devorador—replicó Brent—. Hemos velado por el progreso de los Celtas, siguiendo la filosofía de Daumier el Terrorífico. Entiende que tomamos las decisiones adecuadas... para la prosperidad y la salvación de nuestra raza... Alguien debe tomar las decisiones, alguien debe mentir, engañar y matar. Entendemos, que hiciste lo mejor para Puente Blanco, pero eso no justifica tu traición. Es hora de que decidamos el destino de esta isla, que depende otra vez del culto. Quizás Friedrich... Un rey en búsqueda del conocimiento, sea el adecuado para nuestra filosofía.
—Durante mil quinientos años, hemos velado por el conocimiento que recuperamos de las tierras más allá del mar—confesó Theus. Tomó asiento junto a una mesa vieja y polvorienta, sostuvo una llave de plomo en las manos temblorosas—. Hemos impartido en conocimiento. Sembrando las semillas del caoísmo cuando fue necesario... Las personas le temen a lo que no entienden. Antes el Misticismo que llamas convencional... era una falacia, ahora se enseña con saña en el instituto a los niños. Queríamos que los magos aprendieran a amar sus dones. Pero el antiguo rey Julián Sisley, descubrió nuestros motivos cuando incitamos el Levantamiento de los Wesen... hace medio milenio, y selló el conocimiento que ansiábamos. Pero Friedrich Verrochio abrió las sepulturas. Con tal conocimiento, recuperaremos nuestro antiguo continente. Nos vimos recluidos a este Templo, creando una religión falsa... pero tentadora. Envenenamos la mente de Carl Sisley para que asesinara a su familia, pero cometimos un error y lo pagamos. Durante casi doscientos años, hemos esperado a que los Sisley desaparezcan de este mundo... Y ahora que los astros se han alineado, estamos listos. Solo es cuestión de tiempo, para que nuestro rey, Friedrich Verrochio... encuentre la biblioteca con los libros dorados y partamos en busca de las tierras fértiles más allá del mar. Nuestro compañero Beret se ha encargado de manejar el tablero—lanzó la llave a los pies de Damian—. Por favor, abre el cofre...
Damian sentía náuseas y cuando se dobló por la cintura para recoger la llave la boca se le llenó de bilis amarga. Sentía que sus ojos se desenfocaban... Ya no le importaba su dios falso, ¿todo había sido una mentira? ¿Incluso su vida? Hubo personas que quiso maldecir y matar... Mujeres que quiso poseer y... dejó de vivir por una mentira. Maldijo en voz baja y caminó con las piernas temblorosas hacía el cofre. Olía a mierda y a carne podrida. Se asustó cuando no pudo encajar la llave en la cerradura. No podía cerrar los dedos y su mano temblaba por los nervios.
—Todo sea por el progreso—entonó Brent— . Espero que entiendas... que no queremos causar tragedia, como la que vivimos en estos tiempos oscuros. Soñamos con una época de prosperidad. Es nuestro momento de resurgir de las cenizas. Decidimos que nuestra civilización se estaba estancando, liberamos la peste para que el resto pueda progresar. Beret y nosotros, fuimos los últimos magos negros que sobrevivimos a la matanza de Julián Sisley, durante la depuración.
Damian encajó la llave en la cerradura y la giró con un clic. Abrió el cofre y sus fosas nasales se inundaron del hedor de las tripas y la carne descompuesta. El corazón le dio un vuelco. Sintió horcadas y se derrumbó, vomitando agua verde... Casi se desmaya del susto. Su mente se nubló... Boris se acercó con una sonrisa y pateó el cofre, derramando el sucio contenido sobre los pies y las manos de Damian. Los brazos, las piernas y la cabeza de Frida rodaron hasta él.
—Sin amores, ni rencores—Boris le tendió un afilado puñal, con una sonrisa blanquecina—. Estaba enferma, Lord Brunelleschi. No dejaba de llamarte cuando entré en la habitación. Lo último que dijo fue que te amaba. Lleva dos días pudriéndose en la caja.
Damian lloraba conteniendo un nudo en la garganta. Aquellos bastardos no merecían escuchar sus sollozos. Tomó el puñal... Sabía para que era.
—No sabemos con certeza si existe un cielo o un infierno, Damian—confesó Theus—. Quizás... ni siquiera exista otra vida. Solo sabemos que la muerte definitiva es el olvido. Moriste combatiendo la peste... Nunca te rendiste, pero la batalla fue demasiado para ti. Dejaremos que lo hagas tú mismo...
Damian recorrió el filo del puñal con el pulgar y su dedo se manchó de sangre negra. Podría cortarse la garganta o la misma cabeza, si quisiera. Abrirse las muñecas y esperar que la sangre escapará de su cuerpo... Frida se veía tan tranquila, decapitada, con los labios manchados de sangre. Abrazó su cabeza... Desde afuera escuchaba gritos.
—Nunca te olvidarán como el último Brunelleschi—entonó Brent—. Aunque para ser franco, es mejor vivir en el olvido.
—Boris será el próximo regente de Puente Blanco—Theus levantó una copa de vino—. Se unirá al ejército real y junto a Beret, harán crecer esta isla con la fiebre del progreso y la ciencia. El sueño de Daumier el Terrorífico era que los Celtas se unieran en una gran civilización, guiada por el conocimiento y la autonomía. Si hubiéramos seguido la filosofía del culto al Gran Devorador, seríamos gobernantes del mundo. Pero teníamos regentes tercos, afanados a sus propios intereses.
Brent y Theus se levantaron. Salieron de la habitación seguidos de Boris. El sacerdote no cerró la puerta, no lo creyó necesario... Damian acercó el puñal a su cuello, estaba frío y sintió como su sangre lo manchaba. Había vivido poco, pero en paz... Podía sentir como sus últimos momentos se deslizaban en aquel puñal. Vaya infierno era el mundo. Todo al final era una carnicería... Esperaba descansar junto a Frida el resto de su existencia. Quizás sí existía un Dios... pero era una entidad ausente, a quien no le importaba el juicio de los hombres. Una deidad creadora, pero desinteresada. Un... ser maligno. Tan malévolo, como aquellos magos negros. Si existía un ser así, más allá de su comprensión... no se lo perdonaría nunca. Damian acabaría con la maldad en el corazón de los hombres... Se lo debía a los muertos: a sus padres por la peste, a su hermano, sus primos y a Frida. Quería matar a aquellos viejos, a Boris y a todos los que se creían superiores que sus prójimos. Debía convertirse en una abominación, tal como le dijo el alquimista loco...
Se levantó del suelo cubierto de sangre podrida, con el puñal en la mano. Sentía los engranajes de su mente torcidos, otros sueltos y algunos cubiertos de herrumbre... que empezaban a funcionar. Maldijo por lo bajo y salió de la habitación. Escuchaba gritos mientras caminaba por los pasillos oscuros del templo. ¿Qué ocurría? Escuchaba los estallidos de proyecciones. Gritos seguidos de grotescos rugidos animalescos. Robó una de las velas, apagadas... del altar de un dios olvidado. Cogió el cordel entre los dedos y lo encendió con una sencilla Proyección de Calor. La llama ardió débil ante la fría oscuridad.
Caminó casi a ciegas, la sangre cubría el suelo, huellas negras. Vio cuerpos desgarrados con los intestinos desparramados, serpientes coloridas destrozadas. Olía a frutas podridas y sangre. Desesperación. Sus sentidos se animaron en la oscuridad a revelar las verdades del mundo. Sintió como el puñal se le deslizaba de los dedos.
El olor de la sangre ya no le causaba náuseas. Veía cuerpos muertos de hombres y mujeres, como si estuvieran dormidos y no colgados de las tripas. Apartó la cabeza de un niño con el pie y caminó hacía la fuente de los gritos. La entrada del templo, ante la luz de las lámparas de hierro... No, el pueblo estaba ardiendo con veracidad. Las llamas ralas subían en jirones dorados por las techumbres de las casas. Dedos encendidos. La llamarada consumía a los seres vivos. Deshaciendo las casas con una música sofocada y discordante. Las sombras monstruosas plagaban la tierra. Veía las figuras humanas derrumbarse ante otras más grandes, que las devoraban, arrancándole los miembros con zarpazos. Theus gritaba y lanzaba vibraciones luminosas desde sus manos arrugadas. Brent maldecía ante los interminables escalones... Corrían siluetas hacía el templo... Un monstruo salió de la oscuridad y se llevó a uno de un manotazo. Damian lanzó la vela caliente. No recordaba gran cosa de Misticismo, solo aprendió un par de proyecciones antes de abandonar la cátedra.
—Una grieta negra en un muro de piedra —recitó. Exhaló el olor a paja mojada. Sintió el flujo energético recorriendo su brazo con un hormigueo y una sustancia oscura se desprendió de sus dedos con un calor.
Theus lo escuchó y levantó los brazos. La sustancia negra se deshizo ante su reflejo como vaho. Brent le gritó y una proyección de chispas violetas voló hasta Damian. Le dio en el pecho con un martillazo y lo lanzó de espaldas. Sintió sus costillas estallar mientras perdía el aliento. El dolor lo paralizó. Levantó la vista cuando un demonio con cuernos apareció ante Theus y le arrancó la cabeza con las fauces. Brent le disparó descargas de luz, pulsaciones vibratorias... reduciendo al homúnculo, mitad caribú y mitad hombre. Una proyección le rompió un cuerno... Parecía que lo domaba. Los rayos púrpuras cortaban la oscuridad desde sus manos arrugadas. El pelo del animal volaba en pedazos calcinados. Intentó incorporarse y una punzada lo adormeció.
Escuchó un aullido diabólico y un lobo gris demencial... subió por las escaleras con un andar desgarbado. Gruñendo... Saltó sobre el anciano y le desgarró el vientre con sus largos colmillos, entre horrorosos desgarridos húmedos. La sangre rezumaba de sus colmillos. La cola del lobo era una fea serpiente esmeralda. Brent gritaba mientras le arrancaban las tripas... Boris apareció desde las escaleras y corrió al templo, despavorido. El demonio caribú estaba cubierto de quemaduras, cayó sobre el sacerdote entre mordidas y arañazos. Le arrancó los brazos a Boris con crujidos y trituró su cráneo como una manzana podrida. Su cabeza desapareció en una explosión sanguínea dentro de las fauces del homúnculo.
—Damian—escuchó que lo llamaban y se levantó como pudo. Apretando los dientes del dolor.
Se limpió la sangre de los ojos y ante él apareció Giordano Bruno, el Homúnculista. Estaba igual de harapiento y desgreñado. La quimera detrás de él, sacó una lengua bífida y la serpiente de su cola lo escudriñó con unos ojos de reptil. Escuchaba gritos desde el pueblo... Las casas ardían. Los demonios danzaban con relámpagos. Giordano levantó los brazos. Sus ojos dorados lanzaron destellos. Vio como un demonio saltaba sobre una familia. Una oleada de gritos se levantó sobre el incendio... El demonio agitaba a un niño en su boca, los dientes hincados en su estómago desgarrado.
—¿Qué es lo que quieres, Damian?—Preguntó el alquimista mostrando una sonrisa de dientes amarillos.
Damian se acercó cojeante, le dolían espantosamente las costillas. Miró los ojos dorados de del Homúnculista y solo vio oscuridad... Se vio a si mismo.
—Quema el templo y a sus dioses herejes—ordenó Damian. Tosió y la boca le supo a sangre—. Que no quedé ni una piedra. Primero maten a todos los enfermos y a sus familiares. Matemos a todos los nobles y reyes, que sus tripas fertilicen los campos... Si necesitamos más sufrimiento y derramamiento de sangre...para sanar este mundo putrefacto, que así sea. Frida no merecía morir, pero la mataron por fines egoístas. Mientras exista el egoísmo... la sociedad nunca florecerá. Voy a erradicar la maldad en el corazón de los hombres... Ninguna persona volverá a comer de las sobras de otra.
Giordano Bruno se rio... apretó las muelas y asintió con la cabeza.
Fin del Primer Libro
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