Capítulo 17: Prometiste que me amarías, hasta que los mares se sequen.
Apostaron a los heridos en maltrechas sábanas que recogieron del Segundo Castillo, a modo de camillas. Una larga hilera de moribundos se extendía en el campo de hierba mojada, los pocos ilesos estaban cansados mentalmente... Se disputaban bebidas alcohólicas para olvidar sus penas. Las dos filas en se agolpaban bajo la luz anaranjada del atardecer. En una los lamentos eran dolorosos, los hombres exhibían muñones de miembros amputados y profundas puñaladas que sangraban a borbotones. Los más afortunados lucían cortes y quemaduras, bajo un inmutable silencio, sufriendo el delirio de la guerra. Las botellas de vino, cerveza y ron se apilaban en barriles. Las esposas de los heridos que habían disparado flechas desde la colina, lloraban desconsoladamente... Los niños harapientos se paseaban con las miradas perdidas. El erial se secó, dejando una capa de fango endurecido.
Annie recorrió las hileras de sábanas manchadas de sangre... No sabía a quien buscaba. Pavlov, la esposa del bardo Courbet, no dejaba de llorar... recorriendo las casas destruidas y las murallas de tierra, aferrada a una vieja lira. Annie encontró a un conocido.
Elias se retorcía sobre una sábana ensangrentada, tenía un pedazo de madera clavada en el vientre... Bael, el anciano esquelético le gritaba a un soldado joven que lo sujetará mientras ensartaba el hilo de tripa por el ojo de la aguja. Sus gritos eran horrorosos...
—¡Suéltalo!—Chilló Annie y de un empujón, derribó al joven soldado.
Elias se desmayó del dolor cuando extrajeron el trozo de madera... La sangre escapó de la herida como un manantial rojo. Sus costillas se marcaban con su respiración.
—¡Niña!—Musitó el anciano, soltó el hilo y la tomó de los hombros.
—¡No me toques!
Bael palideció cuando Annie esgrimió la varita ante él... Retrocedió asustado. Annie había cogido una varita del agua, se parecía a la de Renoir... de avellano. El joven de rostro enjuto se encogió. Se agachó junto a Elias... La herida sangraba profundamente. Su pecho subía y bajaba con la respiración sofocada. Con dos dedos cerró la herida, llenándose la mano de sangre, acercó la varita... Recordó las palabras del libro. La Imagen Elemental...
«Un cielo estrellado se nubla antes del amanecer—la sustancia brilló sellando la herida con un calor. El tejado influenciado se cerraba con la inversión. Dejó una cicatriz de quemadura a su paso—. Carne, sangre y hueso». La herida se cerró en una cicatriz protuberante.
—¡Por Bel!—El anciano la miró con los ojos desorbitados...
—¡Es un milagro!—Vocifero el joven abriendo mucho la boca—. Es magia de Dios...
—Misticismo Corporal—Bael cogió entre sus dedos un amuletillo de plata con forma de sol—. Por Bel... Creí que ya no existían corporistas.
Annie se sintió fatigada y unas luces pasaron ante sus ojos... Tenía los dedos helados y el estómago vacío. Alguien la tomó con fuerza antes de que cayera al suelo. La varita se le deslizó de los dedos.
—¿Está bien, Lady Annie?—Camielle la ayudó a incorporarse—. Hay personas que necesitan de sus milagros.
Camielle tiró de ella entre los heridos. La condujo dando tropezones sobre un lugar brumoso... La empujó y cayó sobre las rodillas, mareada. No sabía gran cosa del Misticismo Corporal, salvo un par de investigaciones en una tesina escrita por una maga llamada Delaila Curie en los archivos de su padre. Estaba muy cansada, cubierta de moretones y raspones. Odiaba a Camielle. Cogió un guijarro para pegarle en el rostro. Su vista se aclaró y un joven aullaba con una pierna sangrante. Una mujer con una sierra amarró su pierna con una correa. Otras mujeres lo inmovilizaron...
—Annie—Camielle le levantó el rostro, tomándola del mentón.
—¡Suéltame!—Chilló con lágrimas en los ojos. En el único hombre que confiaba era Niccolo... Apretó el guijarro.
—¡Eres la única que puede salvarlo!
Las correas saltaron y el joven pelirrojo gritó. Un chorro rojo brotó de su vía sanguínea destrozada y le salpicó el abrigo. Era Renoir. Una proyección punzante había roto la arteria de su pierna. Las mujeres lo sostenían mientras gritaba y la de la sierra le sostuvo la pierna. Si no se la cortaban su pierna se pudriría por la falta de riego sanguíneo. Camielle se agachó junto a ella y le gritó algo que no entendió. Annie le golpeó la cabeza con la piedra... El joven de cabello pálido se tambaleó con la oreja sangrante. Las mujeres los miraron...
«Renoir». Annie había robado su varita. El joven los defendió a costa de su vida, a ella y a Niccolo para lanzar las semillas al pozo. Respiró con dificultad, apretando la varita de avellano. Por lo que sabía de Delaila, era una maga hábil que podía unir vías rota, invertir el tejido dañado, detener gangrenos y hasta parar el corazón. El Misticismo Corporal era una rama variada con un sin fin de usos. Con la varita trazó una línea imaginaria desde la cadera hasta la rodilla...
«Doblega el acero y funde las líneas de sangre». Un calor salió de ella y sintió un vacío gélido en su cuerpo. Los miembros se le entumecieron. Renoir dejó de sangrar. Las mujeres lo soltaron proclamando bendiciones mientras cosían la pierna. A cambio del calor corporal, las heridas se cerraban bajo la influencia de la quintaesencia. Una transformación del tejido. Camielle la obligó a sanar heridos y cuando se negaba, la amenazó con sacarle los ojos. Annie se desmayó dos veces, temblaba de frío... Tuvo que ver como le amputaron la mano mutilada a un hombre. Murieron una docena de personas en las sábanas, esperando que los atendieran. Murieron solos y adoloridos. Habían cuerpos destrozados sepultados bajo las casas ruinosas. Árboles arrancados de sus tallos por la corriente, arrollaron a heridos, acabando con sus vidas.
Estuvo a punto de vomitar cuando un murmullo estremeció el suelo. Un sonoro estallido resonó en sus oídos desde el valle. Una lengua de fuego azul se alzó sobre el bosque junto a una ventisca calurosa que casi le quemó las cejas y las pestañas. El fuego se esfumó dejando una estela de humo. Las horas pasaron, la espera del pueblo se volvió eterna. Pensaba en Niccolo, en su partida. No podía quedarse sola... No otra vez.
Seth Scrammer regresó cabalgando, junto a los pocos miembros del Gremio de Magos que sobrevivieron. Tenía saetas incrustadas en el yelmo de dragón y en las piernas sangrantes. A su lado iba Lucca con la coraza plateada sucia de polvo. Buscó con la mirada a Niccolo, pero no lo encontró entre los que cabalgaban. Detrás de la formación llegaba Pisarro, junto a los carros tirados por mulas, con los cuerpos de los que murieron en el valle... Gerard y Mia venían en un carromato, vociferando. Pavlov corrió hacía él, saltó dentro al carromato y lloró abrazando al bardo.
No supo porqué, pero corrió al carromato. Camielle la seguía, la llamaba... El camino parecía interminable. Cuando pasó junto a Seth, descubrió el cuerpo despedazado de Julius, lo reconoció por el cabello morado. Pisarro cabalgó junto a ella, adusto. Lucca tenía los ojos llenos de lágrimas... Solo quedaba el torso cubierto de vísceras de un Argel Cassio sonriente, era un erizo de saetas envuelto en la capa verde. Otro hombre muerto, con una pierna de madera, miraba, estúpido... el cielo con la lengua afuera. Saltó al carromato con Gerard y Pavlov y los ojos se le acuitaron de lágrimas. El bardo tenía la mirada perdida, murmuraba por lo bajo. El carro cayó en un agujero, Annie se mordió el labio y comenzó a llorar con la boca llena de sangre...
—¿Está muerto?—Niccolo descansaba en el carromato con dos saetas clavadas en el costado, su cabeza estaba en el regazo de Mia—. No... Debe estar descansando, está herido. Solo está dormido.
El cuerpo de Niccolo yacía sobre la reluciente capa azul cubierto de sangre. Annie no pudo contenerse y derramó lágrimas sobre su pecho, esperando que despertara para abrazarla. Abrazó la cabeza del escriba, suplicando, que abriera los ojos. Sentía un agujero en el corazón... dolía, dolía. Gritó esperando que la escuchará. ¿Por qué murió Niccolo? Una persona amable y triste. A Seth solo le interesaba ganar la guerra, matando personas. Pero Niccolo nunca quiso matar a nadie.
«Estoy en el infierno».
Los pensamientos la estaban comiendo viva... Tuvo una idea brillante. Con un poco de esfuerzo, arrancó las saetas del cuerpo de Niccolo. Las manchas oscuras en su camisa mugrienta volvieron a sangrar. Intentó cerrar sus heridas con la transmutación de la quintaesencia. «Carne, hueso y sangre—por mucho que se concentraba sus heridas no se cerraban. Estaba muerto—. Voy a salvar a Niccolo—se decidió... Guardó la varita en sus pantalones, levantó las manos y las juntó—. Un rayo púrpura recorre una tormenta de nubes negras». Una corriente nació en su ombligo y recorrió su cuerpo. Los cabellos se le pusieron de puntas. La Evocación Elemental de Ionización, evocaba al rayo: una de las más poderosas fuerzas del universo. La corriente se enfocó en sus manos, descargas de plasma salían despedidas... Expulsó el golpe sobre el corazón de Niccolo. Su pecho se estremeció con el choque. Un hilo de sangre brotó de su boca, lo intentó de nuevo... Sus manos apestaban a canela quemada y a menta podrida.
—Levántate, Niccolo—debía sanarlo. Se lo debía... Volvió a descargar una corriente más débil sobre el corazón de Niccolo. El aire apestó a carne chamuscada y ramas de menta quemadas—. No me dejes sola, por favor.
Levantó las manos con un hormigueo doloroso, se sentía mareada y los párpados cansados se le cerraban. Las ruedas se hundían en el fango. Camielle saltó al carro y se arrodilló a su lado. La abrazó, intentado detenerla con su negatividad. Ella podía salvarlo. Annie apretó las muñecas del joven.
—¡No!—Descargó toda su rabia y dolor en Camielle... Pero el joven no se derrumbó. Annie aferró sus manos pequeñas a sus costillas y lo electrocutó otra vez. Camielle se dobló por la cintura con un grito. Annie prolongó la descarga de partículas hasta que su cuerpo se entumeció. Las lágrimas corrían por sus ojos.
—Está muerto, Annie.
—¡No le digas así!
Evocó otra descarga y el cuerpo delgaducho de Camielle se retorció mientras contenía el espasmo doloroso... Sus manos aferraban sus hombros mientras ella se mareaba. Camielle se levantó, con el rostro ojeroso y las ropas cubiertas de ceniza. Sacó la varita y por poco se la clavó a Camielle en la garganta.
—Suéltame—exigió. Podría destrozar su cabeza con una proyección—. Debí ayudar a Niccolo. Quizás...
El carro se detuvo. La cabeza de Niccolo se estremeció en las piernas ensangrentadas de Mia. No podía escuchar su respiración, ni su corazón.
—Nunca pudimos ayudar a Niccolo—sentenció Camielle. Sacudió a Annie y la miró con los ojos llenos de lágrimas. ¿Camielle estaba llorando?—. Existe un límite en las cosas que podemos hacer. Tampoco quería que muriera... Él era triste y retorcido, estaba lleno de dolor. Su alma estaba envenenada. Era la persona más trastornada que conocí... pero era mi amigo.
—Compuse una canción sobre él—dijo el bardo—. La terminé al verlo morir. Toda esa tristeza y dolor que llevaba consigo todo el tiempo. Era... difícil. Enfrentaba la vida con cargas demasiado pesadas para él solo. Pero nunca lo escuché quejarse. Ni una muestra de dolor... Él no lo creía, pero era de las personas más fuertes que existen.
Niccolo parecía tranquilo, el rostro lívido estaba desprovisto de cualquier tensión. No tenía problemas. No existía el dolor. Parecía dormido, casi risueño. Las heridas en su costado eran un recuerdo de su estado cadavérico. Niccolo estaba muerto. Nadie podía salvarlo. Ni siquiera el amor curaba la muerte.
—Niccolo—Mia se limpió las lágrimas, acariciaba el cabello cobrizo del escribano—. Prometiste que me amarías, hasta que los mares se sequen. Que vencerías a la muerte para volver a verme. Todo eso que me dijiste... es buen momento para que lo cumplas. ¿Fue mentira? Por favor... No me dejes sola. Levántate, te prometo que te amaré. Seremos felices juntos. Nunca... te dejaré solo. Niccolo, te quiero mucho. No me dejes.
Niccolo no respondió. Bajaron el cuerpo y lo depositaron en una pira que hizo Camielle con restos de madera. Lucca se acercó al trote, desmontó y se quitó el yelmo con cuernos. Clavó su espada en la hierba. El cielo nublado empezaba a oscurecerse, se tornó dorado y luego violeta. El sol rojo se ocultaba perfectamente detrás de la colina, tímido. Lucca se quitó los guanteletes, y las correas de las almohadillas.
—Era un tonto—replicó para sorpresa de todos—. El muy idiota creía que por ser joven no moriría, que podía marchar como todos. Él solo quería... ser aceptado. Pero es muy tarde, no siempre tenemos lo que queremos y por eso murió. Era un grandísimo tonto y un... un—Lucca rompió a llorar y se enjugó las lágrimas con —. Yo lo quería. Al principio creí que era un cobarde, pero descubrí que era más valiente que ninguno... Más que yo. El hombre más valeroso de todos. Él... antepuso su vida por otros, sin razón. Aquel que da todo por otros, puede ser el hombre más solitario del mundo.
Lucca se marchó, llorando desconsoladamente. El bardo Courbet comenzó a tocar su lira. Arañando las cuerdas con desgarradores notas. Canciones dulces. Sueños de redención frustrados. Esperanzas pérdidas. Amores devastados. Camielle encendió los leños alrededor del cuerpo muerto. Lo quemaron en la pira improvisada mientras Gerard le cantaba canciones de despedida. Su voz enaltecido resultaba sobrecogedora, rompiéndola con cada palabra.
Si pudiera comenzar a ser...
La mitad de lo crees de mí.
Cualquier cosa podría hacer.
Y podría aprender a amar...
Cuando veo que actúas así.
Me pregunto cuándo volverás...
Cualquier cosa podría hacer...
Y podría aprender a amar...
Como tuuuu...
Lucca no volvió a aparecer... Pavlov le pidió a Annie que se quedará con la capa azul llena de bolsillos, adentro descubrió: un puñal, una pastilla gastada de jabón, bellotas y ramilletes de menta... Olía a lavanda y tierra mojada. Dentro de ella se escuchaba el murmullo familiar de un millar de pasos. Una cascada. Las cenizas de Niccolo subían al cielo nocturno con chispas coloridas. Una lechuza blanca revoloteó las llamas, sus ojos parecían vivos. Un paraíso de sueños rotos. Bael vino a despedirse de Niccolo y le entregó una misiva del difunto escriba, escrita mucho antes de su muerte prematura. Las notas del bardo se volvieron más pronunciadas y solemnes.
Como tuuuu.
Siempre creí que sería malo...
Y ahora sé que es verdad.
Porque tú eres tan bueno...
Y no soy como tú.
Te has ido hoy...
Y yo te adoro.
Quisiera saber...
¿Qué te hace pensar... que especial soy?
Todos estaban tristes... Vieron su cuerpo arder entre las ramas con un delicioso olor. Las llamas vivas lo envolvían en un abrazo de despedida. Annie se despedía, lo extrañaba. Seguía incrédula, no podía creer que Niccolo estuviera muerto. El escriba se convirtió en cenizas que sepultaron junto en la colina, con vista al Aguamiel. Gerard y Camielle abrieron el agujero para depositar los restos carbonizados de Niccolo. Annie se paseó por las ruinas, sopesando el tiempo. Mia leyó la misiva que le escribió Niccolo la primera vez que intentó suicidarse:
Así es la vida, ¿no?
Tienes miedo de estar solo. Aquellos instintos que nos controlan, son tan asfixiantes… pero se sienten tan bien. Yo quiero seguir en tu vida, ya sea contigo… o sin ti.
«Esto me está consumiendo. Siento que puedo vivir así… Pero no quiero. Quiero intentarlo otra vez, pero sé que no funcionará. Tú y yo solo fuimos amigos, aquí no hubo suerte. Entonces, si de verdad puedo y podré… ¿Por qué todo esto me duele tanto? Creí que era más fuerte, sé que estaré bien. Pero y… ¿Si no lo estoy? Ha pasado mucho tiempo y no puedo olvidar. Maldita sea, estos impulsos que me controlan. Yo ni siquiera quería esto… ¿Tú piensas que quería sentir tanto? No es mi culpa ser tan insensible y romántico a la vez. Yo solo quería que me aceptaras, sé que soy un maldito niño en el cuerpo deforme de un adulto. ¿Aún así… por qué tenía ganas de besarte? ¿Por qué las ansias de abrazarte? ¿De quedarme a tu lado?
Maldición, maldición inaudita y mil veces maldición… para los que nunca encontraron el verdadero amor. Soy una persona inteligente y eso me da libertad. ¿Pero… por qué no puedo encontrar una forma de vivir sin amor?
Yo puedo vivir sin ti, pero… porqué carajos me siento incómodo al verte feliz con otro. No puedo volver. Me juré que no lo haría… Lo hago por mí, por ser egoísta y por ti… por ser tan recelosa con tus emociones. Malditos sean mil veces estos sentimientos. Espero olvidarte en diez o en cien años.
Cuando no recuerdes el tono desgarrado de mi voz y tus nietos te pregunten sobre a quién hubieras elegido. Joder, yo no quiero y no puedo estar así siempre… Quizás llegue a viejo marchito y solo. Buscándote en otras mujeres y encontrándome en notas del pasado. Creí que era especial, pero todo esto es una falacia que yo mismo inventé. Pero en este mundo, dentro de mi cerebro… Yo te pude enamorar. Sí, lo logré en este frágil mundo gris con colores que se derraman. Yo te amé. Te hice el amor tantas veces, que ni intentando podría contarlas. De verdad lo hice y lo volvería a hacer maldición. Al final, de nada sirvió todo esto. Poco a poco… caí en la demencia. ¿Qué pasará si salto? Quizás nunca vuelva a pensar en ti, pero eso sería un desperdicio de tiempo… porque quiero pensar en ti. No puedo volver el tiempo atrás, pero… Tampoco puedo acelerar esta carrera sin fin. Cada día siento que muero, que me olvidas. Ya casi ni pienso en ti, ni lo intento. Pero veo los recuerdos y… Te deseo lo mejor y también lo peor».
Adiós para siempre, querida olvidadiza…
—Idiota—Mia no podía contener el llanto. Sus emociones se desbordaban—. Por supuesto… que te hubiera elegido a ti.
Apilaron los cuerpos de los enemigos en una montaña, una docena de magos malolientes envueltos en prendas rojas... Entre los restos encontraron algunos vivos y los amordazaron junto a un roble deshojado que sobrevivió a la inundación. Muchos de los capturados lucían demacrados, otros orgullosos. Del ejército de la insurrección en Rocca Helena, solo sobrevivió un cuarto de sus fuerzas. Montañas de cuerpos, malolientes eran consumidos por las moscas y los carroñeros. Hombres y mujeres murieron por la redención. Madres y padres... Niños huérfanos. Más de doscientas personas, según contó Lucca della Robbia. El rey mandó a ahorcar a los rehenes. Quemaron a todos los muertos antes del anochecer. Cayó una lluvia estrepitosa que se llevó las cenizas... Levantaron toldos, se colgaron hamacas, se tejieron hogueras y recogieron las pocas cosechas que no ardieron. Del castillo salieron carromatos con barriles de vino, ron, cerveza y reservas comida. Se celebró un banquete para festejar la victoria contra el ejército enemigo. El río de vino llenó de risas y sollozos la noche... Annie se unió junto a Camielle bajo un gran toldo. Los soldados celebraban la supervivencia besando a sus esposas. Los niños corrían junto a los lémures y los perros entre las mesas. Lucca desde una de las mesas alargadas, contaba como mató a sir Desmond Morris. Annie escuchó mientras vaciaba su segunda copa de vino aguado. El calor le rectó por la garganta, estaba mareada... así era más fácil consumir la realidad. El alcohol era veneno, pero existían demonios en su interior que debía matar. Camielle atacaba un cerdo asado con especias... Ella también estaba hambrienta.
—Era un viejo muy ágil—Lucca saltó sobre un taburete. No llevaba la armadura, pero estaba animada—. Tenía el escudo hecho astillas por mis golpes. ¡Por poco se queda mi cabeza mientras el valle ardía! Me derribó del cabello mientras escuchaba los lamentos de los alquimistas atrapados en las llamas. Me hubiera matado siete veces, de no ser por la armadura. Él no llevaba coraza alguna, no parecía tener un cuerpo fuerte y joven... como para usarla. Estaba cansado, cuando... ¡Zas!—Realizó una amplia demostración con una espada invisible—. Evité un tajo peligroso y le corté las manos. ¡Ambas! Mientras aullaba le arranqué la cabeza de los hombros con esta espada.
Desenvainó un grueso mandoble brillante, la mesa se llenó de brindis y carcajadas. En una esquina estaba Gerard, en un taburete junto a Pavlov, los dos tenían las manos entrelazadas con sonrisas juveniles. El bardo sacó su instrumento del estuche y se puso a afinar las cuerdas. Tocó una nota. Pavlov lo miraba con una sonrisa, sus ojos estaban húmedos cuando sacó un arpa y acompañó la melodía. Gerard reparó en las largas mesas sirviendo comidas. En el humo chisporroteando, en la grasa asada. El olor a cerveza impregnaba el toldo. Un silencio creció alrededor de la esquina, escuchando al bardo recomponer su instrumento y probar las notas. Gerard Courbet carraspeó mirando a todos los sobrevivientes. Annie estiró sus sentidos hasta percibir los sonidos. Una lira pregonaba notas constantes, agudas, entristecidas por la desolación. Aquella melodía la embriagaba. Cantó en voz baja para todos lo escucharán...
Hija de un doctor.
De alta sociedad...
Acostumbrada a tener todo en su hogar.
Quince años cumplió.
Y es la hija menor...
Dan una fiesta de cumpleaños en su honor.
El padre anunció.
Todo en pedestal...
Asistiría la clase de la ciudad.
¡Alguien contrató un grupo musical!
¡Música criolla porque así quería el papá!
¡El día llegó... Todo iba a normal!
¡Cuando llamaron al conjunto para actuar!
¡¡Pero algo pasó, cuando al cantar!!
Un jovencito hecho su verso a improvisar.
A improvisar...
Que lindo rostro que tiene usted, señorita.
Esa mirada, deslumbra, sorprende, incita...
A besar su boca.
Linda cumpleañera...
Que Dios la bendiga.
Ella al mirar al cantante le dio una sonrisa.
Nació la magia que llaman amor tan deprisa.
Y a la media hora, hablaban a solas.
Se enamoró a primera vista.
El tiempo pasó...
El amor creció, pero a escondidas.
El padre no se enteró.
Ella dio su amor, él lo recibió...
En cuerpo y alma se entregaron con pasión.
Ella prometió, él también juró...
Quererse hasta la muerte con la bendición de Dios.
¡Pero algo ocurrió!
¡Su cuerpo cambió!
¡Creció en su vientre el producto del amor!
¡Su padre notó el cambio interior, y sin dudar... de una vez le preguntó!
¡¡¡Quién te embarazó!!!
¡Y ella fuerte contestó!
¡El hombre que amo, aquel cantante del folclore!
Mi gran amor...
El padre herido, angustiado, enojado, le dijo:
Yo no permito que traigas un hijo...
¿Qué va a decir, la alta sociedad?
Si no te has... casado.
Aquel papá la obligó a practicarse el aborto.
Donde murió ella también, sin poder evitarlo.
Alguien preguntó... ¿quién responsable?
Hay que castigarlo.
El padre contestó:
Fue el novio quien planeó, sin mi permiso, el aborto en murió.
Mi niña...
Con su dinero condenó, y en la cárcel encerró...
A aquel muchacho inocente del error...
cometido.
¡Y quiero confesarles, que ese pobre muchacho!
¡No soy yo!
Yo solamente canto, la historia que en la cárcel...
Él mismo me contó.
nnie estaba borracha. Los colores se veían brillantes, el mareo la atormentaba con una deliciosa desinhibición de los sentidos. El bardo afinó su instrumento y acaparó la atención con una de sus mejores canciones. Creía haber escuchado esa canción en otro lugar. Sí, era la canción de la calle Obscura. La había disfrutado en una época más inocente de su vida.
Quiero confesarte que ya tengo la certeza.
De que tu recuerdo vive adentro de mi piel.
Tengo un corazón que está perdiendo la cabeza.
Porque se dio cuenta que ha caído ante tus pies.
Busco algún pretexto para acercarme a tu lado.
Si me sale bien, tal vez parezca accidental.
Por fin usaré todo el coraje que he guardado.
Para confesarte lo que nunca pude hablar.
Quiero convencerte, pero no quiero arriesgarme a perderte.
Y que te quieras ir
Porque siempre que te miro, yo nunca sé muy bien que decir...
Recordó a Sam... a Niccolo. Louis. Su padre. Las personas en las mesas estamparon sus jarras derramando cerveza y cantaban en un coro poderoso que se unía al unísono. Haciendo vibrar el toldo sobre sus cabezas con sus voces disonantes. Annie se sintió conmovida. Quería levantarse, pero estaba demasiado borracha. Se conformó con murmurar aquella canción que le arrancaba lágrimas. Su voz se unifico con el coro. La masa de sonidos se mezclaba perfectamente, erizandole la piel. Veía destellos nocturnos en las estrellas. Recuerdos... Sueños efímeros. Muertos memorables. Amores y rencores.
¡ACUÉRDATE DE MÍ!
POR SI TU CORAZÓN BUSCA ALGÚN DUEÑO.
O SI QUIERES UN BESO EN ALGÚN SUEÑO.
O SI QUIERES MÁS NOCHES DE LAS QUE NO TE DEN GANAS DE DORMIR.
¡ACUÉRDATE DE MÍ!
QUE PARA MÍ TU SIEMPRE VAS PRIMERO.
YO SOY DISCRETO, PERO IGUAL TE QUIERO.
PERDÓN SI NO HE SABIDO CÓMO HABLARTE DE LO QUE SIENTO POR TI.
Todos cantaban, reían, bebían y lloraban. No sabía qué la tenía tan preocupada, hasta que lo comprendió... Palpó entre sus muslos: no tenía la redecilla de oro. Intentó concentrarse en las comidas: patatas asadas con mantequilla, pero el miedo le revolvía el estómago. ¿Y si la persona equivocada la conseguía? Debía de ser muy importante para su padre... La redecilla era su única oportunidad de regresar. Bebió vino y cerveza amarga, pero solo le causaba sueño. No dejaba de pensar. Las canciones se sucedieron, todos corrían al toldo para escuchar al bardo Courbet. Era la medianoche y no podía dormir. Camielle estaba a su lado con los ojos enturbiados. El lugar se silenció... Las cuerdas de una lira arrancaron notas solemnes... Gerard afinó una cuerda. Arrancó una nota.
—El bardo Courbet—anunció Pavlov con el arpa en el regazo—. Va a cantar su canción de medianoche.
—Es una canción especial—confesó Gerard con una sonrisa triste—. Es para mi gran amigo, Niccolo Brosse. Murió en el valle junto a un centenar de guerreros. Su valentía fue... incomparable. Esta canción se la dedica mi querido Niccolo, a una persona muy especial. Tú sabes quien eres.
Un silencio absoluto inundó el lugar. Gerard Courbet comenzó a tocar y una melodía desgarradora recorrió las mesas, sintió los vellos de sus brazos erizarse. Pavlov lo siguió con el arpa. La canción de medianoche resonaba en el pueblo. En la isla entera. Recorrería cada legua hasta cubrir los espacios más profundos del alma.
Perdóname...
No sé lo que pasó contigo que no te veo como antes.
Tus manos ya me daban frío.
No tenía como calentarme.
Lo siento por apenas contarte.
No quería lastimarte.
Confieso que...
En medio de tu descuido he conocido mucha gente.
Sabes que yo no soy de amigos, pero tú estás tan ausente.
Tan distante...
Las cosas cambian bastante, has dejado de importarme.
Yo sé cómo pasó...
Esa distancia que teníamos...
Lentamente estaba matándonos.
Si hay un culpable aquí somos los dos, pero ella no.
A nadie quiero culpar, no estoy en condición de reclamar.
Acepto que también he sido cómplice.
No soy el mismo que cuando te conquiste.
Lo que te voy a contar...
Seguramente te va a hacer llorar.
Alguien se dio cuenta lo que pasaba.
Se aprovechó cuando no estabas.
Luego cantó una canción de guerra sobre la batalla del valle de Rocca Helena. Marcharon a la batalla a través del valle sombrío, atestado de cadáveres, mientras les llovían saetas y proyectiles. Niccolo dio su vida para defender al Rey Dragón. Murió junto a muchos héroes. Murió, la realidad llegó a ella junto con lágrimas. La canción del alicanto de bronce causaba sollozos en las mesas. Cuando terminó... todos miraban expectantes con los ojos llenos de lágrimas antes de reventar en aplausos. Annie aplaudió, borracha. Quizás el mundo no fuera tan malvado, quizás... El pájaro blanco voló hasta Camielle y el joven le dio unos trozos de cerdo en el pico. Los ojos cobrizos animalescos la escudriñaron tan familiares. Lanzaban destellos dorados.
Tenía un mal presentimiento...